Salieron los
comisionados hacia la costa sur de Cuba para embarcarse hacia la Jamaica y en
lugar de la partida ya estaban el día 6 de marzo de 1871.
José María Izaguirre |
En el
artículo de José María Izaguirre que aparece adjunto al Diario, dice: “El lugar que
escogimos para embarcadero no podía ser peor pues además de que el mar allí era
muy bajo, su lecho era calcáreo, compuesto de una especie de rocas erizadas de
puntas que llaman dientes de perro. Así es que nuestro bote rozó por un largo
rato contra esas puntas que amenazaban destruirlo y que nos molestaron mucho”.
El
historiador Abreu Cardet explicó a La Aldea que además de las molestias
provocadas por las piedras, los expedicionarios corrían otros peligros mayores,
entre ellos ser sorprendidos por las fuerzas hispanas que vigilaban aquellos
parajes igual que lo hacían en otras partes de la Isla.
Perfecto Lacoste (fue el primer alcalde de La Habana) |
Para que lo
acompañaran al extranjero el General Peralta había escogido a varios hombres y
asimismo llevaba con él a su sobrino Perfecto Lacoste, que era un niño de diez
años a quien el tío llevaba para dejarlo con doña Rafaela Grave de Peralta,
hermana de Julio y madre del muchacho, a quien los españoles habían obligado a
salir hacia el exilio.
Decirle bote
a la embarcación era una exageración. En verdad se trataba de una canoa hecha
del tronco de un cedro, y eso, seguramente, limitaba la cantidad de
expedicionarios. En el artículo dice Izaguirre que los que se embarcaron nada
más eran nueve personas: Los ya mencionados Peralta, Izaguirre, el niño y el
coronel Jesús de Feria[1], cuatro
remeros y un timonel.
Relato de
José María Izaguirre[2]
Como se
comprenderá fácilmente la embarcación en que íbamos a hacer la peligrosa
travesía de Cuba a Jamaica, noventa millas de largo en el mar de las Antillas y
en el equinoccio de primavera, no era un vapor, ni un buen buque de vela, ni
siquiera un bote de buenas condiciones marineras, era simplemente una canoa de
Ceiba que a falta de instrumentos apropiados se había labrado con machetes, y
con ella debíamos embarcarnos sin practico, sin brújula, y sin otros auxilios
de salvación que los que nos prestara dios y nuestro arrojo. Llevábamos
provisiones de cocos, matahambres[3]
y carne asada que nos proporcionó el bondadoso cuidado del coronel Jesús Pérez,
pudimos llevar casabe, más no lo queríamos por el temor de que una ola bañara
el bote y nos convirtiera aquel en sopa comosucedió al coronel Ángel Loño[4]
en caso igual. Las hamacas las convertimos en velas y aprestados de este modo,
nos hicimos a la mar.
El lugar que
escogimos para embarcadero no podía ser peor pues además de que el mar era allí
muy bajo, estaba compuesto de una especie de rocas erizadas de puntas que llaman dientes de perro. Así es que
nuestro bote, llamémosle enfáticamente así, rozo por un largo rato contra esas
puntas que amenazaban destruirlo y que nos molestaron mucho[5].
La expedición contaba de nueve personas; el general Julio Grave de Peralta y su sobrino Perfecto
Lacoste, niño entonces de diez años; el coronel Jesús de Feria, cuatro remeros,
un timonel y yo.
Como a doce
millas de la costa tuvimos que retroceder porque el bote iba haciendo agua y el
timón se rompió. Desembarcamos felizmente y al siguiente días se hizo un nuevo
timón de madera más consistente, se calafateo la embarcación con resina de
cupey y nuevamente nos hicimos a la mar.
Amanecimos
muy lejos de la costa, y libres por consiguiente de ser capturados por los
buques españoles que rodeaban la isla y
que nunca se alejaban mucho de ella. El mar estaba embravecido: sus olas se levantaban
como montañas y bajaban al abismo,
deshaciéndose en espuma al chocar con nuestro bote. Tiempo nebuloso,
viento recio; el sol y la estrella polar que a falta de brújula eran nuestra
esperanza no las podíamos ver: todos nos era contrario. A pesar de eso se
remaba con valor aunque no se adelantaba con rapidez. Yo no dejaba, sin
embargo, de experimentar cierta zozobra al pensar que podíamos, por la falta de
dirección, pasarnos por un lado de Jamaica sin llegar a verla: y entonces me
preguntaba; ¿adónde iremos a parar? Al abismo, era mi única respuesta.
Al día
siguiente divisamos a regular distancia un buque inglés. Juzgándonos náufragos,
enderezo su proa hacia nosotros como para ofrecernos auxilio. La oferta era
halagüeña, pues la situación era precaria. Confieso que mi primer pensamiento
fue el de aceptarla, por la
responsabilidad que yo tenía como jefe de la expedición como jefe de la vida de
mis compañeros, pero pronto la rechacé reflexionando que estos iban como yo a
cumplir con un deber patrio y que el buque podría ir a un puerto de Cuba, en
cuyo caso estábamos perdidos irremediablemente, y que la providencia que nos
había llevado hasta allí sanos y salvos nos conduciría del mismo modo hasta las
costas de Jamaica. Tome mi resolución y dije a los remeros que vacilaban;
“Adelante” y el bote surcó de nuevo las aguas con vigoroso empuje.
El tercer
día de navegación amanecimos a la vista de una línea verde y de altas montañas,
era Jamaica y por tanto, termino de nuestra peligrosa travesía. Nuestro
regocijo fue inmenso, pero nos duró bien poco, pues siendo el viento contrario,
andábamos para atrás a pesar del esfuerzo de los remeros. A las once del día ya
no veíamos la tierra y era grande nuestro desconsuelo, recordando aquel antiguo
adagio “Nadar, nadar y en la orilla ahogar”. Por fortuna el viento cambió
cruzando una inmensa ola por debajo del bote, que nos arrastró, casi sin remar,
hasta la costa, como a diez varas tierra adentro.
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[1] Se equivocó Izaguirre cuando dijo en
su escrito que Jesús de Feria era coronel; en verdad era comandante.
[2] Este texto forma parte de un artículo
firmado por José M Izaguirre y publicado en el periódico “Diario Grafico. Periódico de la tarde”. Tomamos este fragmento de una hoja de esa
dicha publicación que aparece en el
Museo Provincial de Holguín La Periquera, Centro de Documentación, Fondo Julio
Grave de Peralta, Documento número 155. No existen más datos sobre este periodo
pues tan solo se guarda una página donde aparece el relato. Al parecer el
fragmento de periódico fue agregado por la familia Grave de Peralta a los
documentos que habían conservado de su ilustre antepasado y donados al Museo
holguinero en los años 60 del siglo XX.
[3] Un tipo de dulce.
[4] Se refiere a Mariano Loño Pérez
coronel del ejército libertador cubano. Es de pensar que este acontecimiento
ocurrió cuando en enero de 1870 embarco
en una canoa desde el sur de oriente hacia Jamaica comisionado por Donato
Mármol para traer una expedición. También pudo ocurrirle cuando en ese mismo
año, luego de traer una pequeña expedición desde Jamaica, retorno al extranjero
para conducir otra.
[5] Además de estos inconvenientes
impuestos por la naturaleza, existía la posibilidad de que los sorprendiera
alguna de las fuerzas hispanas que vigilaban aquellos parajes, como mismo antes
le había ocurrido a la esposa del presidente Carlos Manuel de
Céspedes, doña Ana de Quesada y a su acompañante, el poeta Juan Clemente
Zenea y asimismo al general Domingo Goicuria
quien fue hecho prisionero en iguales circunstancias cuando trató de
desembarcar por las costas de Gibara, Holguín.
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