Por: César Hidalgo Torres
(A partir de un testimonio transmitido por el programa "la Descarga" de Radio Banes)
(A partir de un testimonio transmitido por el programa "la Descarga" de Radio Banes)
Por las soleadas calles de Río Seco, Banes, Holguín se acerca una mujer,
descalza, la piel curtida por el sol. El vestido de lienzo es del mismo color
de su piel, como si el polvo del camino se hubiera incrustado en la tela y la
piel. Se llama Irma. Sus rasgos demuestran que en otros tiempos fue una mujer
bella, sobre todo los ojos negros y penetrantes en los que parece que se
escondió la noche. Los muchachos la mortifican; ella los espanta como puede y
sigue susurrándose que es un bicho, esto es, el diablo, un monstruo.
De pronto se detiene frente al portón de una casa donde dos adolescentes
se abanican. Yo soy un bicho, les dice Irma, déjenme mirarme en su espejo. Las
muchachas se miran con picardía, los padres están trabajando y la abuela en la
cocina, bien que pudieran disfrutar un rato con la loca. Le hacen una seña para
que guarde silencio y las pasan al cuarto de la abuela donde hay una cómoda con
espejo grande. Irma se adelanta, se pone de frente al espejo, de espalda a las
muchachas, y comienza a auto describirse: Yo soy un bicho, mira como tengo el
cuerpo lleno de pelos; se toca el centro de la cabeza; demoró pero ya me salió
un cuerno con forma de espuela de gallo; y no tengo ojos. Las muchachas se
tapan la boca, evitando que se les escape una carcajada. Cuando logran
serenarse le preguntan a “la loca” ¿qué más? Mis manos son huesudas, parecen
garras del gavilán. ¿Y los dientes?, preguntan las muchachas para apresurar la
descripción. Irma no responde sino que gira lentamente; las hermanas quedan
paralizadas. Luego un grito sale de sus gargantas al unísono: ¡Abuelaaaaaaaaaa!
La anciana llega; ¿qué pasa? Los ojos de Irma tienen la misma mirada de
los demonios, dicen las nietas. Los ojos de Irma son muy bonitos, dice la abuela, y las saca a las tres del
cuarto. Vieja, yo soy un bicho extraño, le dice Irma mientras se va. No lo
eres, dice la anciana, sino, simplemente una mujer muy bonita.
Y allá se va Irma, a recorrer de arriba abajo las calles polvorientas
diciendo que ella es un bicho
La anciana toma de las manos a sus nietas y las lleva a su cuarto, ella
se sienta al borde de la cama donde resalta la blancura de las sábanas de hilo
almidonadas, las muchachas en el suelo. Les voy a contar una historia, anuncia
la voz dulce de la abuela.
“Hace más de ochenta años vino a vivir a Los Haticos un joven español de diecinueve que se llamó José Isidro Merino González. Al poco tiempo se casó con Cándida Merino. De la unión nacieron trece hijos, todos bajo el amor y la fe en Dios.
“Los años transcurrieron y una noche de intenso calor José Isidro se levantó, abrió la ventana para que la brisa nocturna refrescara la habitación. Fuerte y agradable llegó el aroma de los nardos y los jazmines. La luz de la luna daba al jardín una imagen de irrealidad. Entonces fue que la vio, una mujer que parecía una aparición. Durante unos minutos ninguno se dijo nada, hasta que la mujer habló como si cantara: Allí donde se unen los caminos hay un tesoro para ti pero tienes que prometer que en el mismo lugar levantarás una ermita a la virgen de la caridad del cobre. Es un sueño, pensó el hombre, pero y si es verdad? Nada pierdo con probar.
"Fue al lugar y cavó un hueco y encontró una tinaja llena de doblones de oro. El 15 de mayo de 1952, cuando ya José Isidro tenía 52 años de su edad terminó la ermita. En su interior colocó una majestuosa imagen de la Virgen trabajada en porcelana, y sobre sus hombros una valiosa cadena de oro con la imagen de la santa labrada en la medalla. Quince días después José Isidro falleció de una repentina enfermedad,
"La ermita comenzó a ser visitada por personas que venían de diferentes lugares, algunos de muy lejos. Y tanto forastero ayudó a que se fabricaran nuevas casas.
"Una noche venían dos pescadores silenciosos con caras de pocos amigos, no habían pescado nada, nada tenían que ponerle en la mesa a sus hijos pequeños. Ya donde la ermita a uno de ellos, Evelio Herrera, se le ocurrió una idea que cambió su destino y el de su familia: “Mira como brilla la cadena de oro de la virgen”. “No, dijo el otro empezando a entrar en pánico, no podemos hacer lo que estás pensando, Evelio”. Pero el pescador, como si estuviera poseso, no oye a su compañero y se dirige a la reja de la ermita, saca el cuchillo y rompe el candado. La imagen de la virgen brillaba como si una luz la estuviera iluminando a ella sola. El pescador toma la cadena, pero una fuerza extraña le impide quitarla del cuello de la imagen. Sin pensarlo dos veces, Evelio la golpea con el cabo del cuchillo; la virgen se rompe en miles de pedazos. “Ya tenemos la cadena y con ella la solución a nuestros problemas”. Dice y se vuelve a su compañero que había palidecido: “rompiste la virgencita y esos se castiga”. “No seas cobarde, mañana vamos a Banes a vender la cadena”. El pescador niega con la cabeza. Evelio lo zarandea amenazándolo: “si esto se sabe te mato, ahora vamos”.
“Al llegar a la elevación que separa a Río Seco de Los Haticos ya los pescadores no eran los mismos, sus cuerpos sentían lo que se debe sentir cuando el cuerpo sufre una metamorfosis. Después amaneció. En toda la zona no se comentaba otra cosa como no fuera sobre la profanación de la ermita de la virgen y la muerte de un los pescadores.
“En su casa Evelio se dirige a la cocina, dando tumbos como un borracho, “mi niña, qué está pasando allá afuera”. Una bella y joven mujer de pelo negrísimo y ojos color aceituna está preparando el desayuno del padre. ¿Se siente usted mal, papá?
“Cuando supo la muerte de su compañero Evelio no salió más de su casa. El médico dictaminó delirio de persecución. Su hija Irma nunca se apartó de su lado. Loco de remate murió el pescador. Para entonces su hija tenía la misma enfermedad”.
Ahora es mayo de 2017. La abuela murió. Los Haticos parece un barrio
fantasma donde jamás llueve. La ermita sigue al servicio de los pobladores.
Dos adolescentes terminan de hacer limpieza general en la casa. Una
acomoda un mueble. A sus espaldas oyen una voz que las paraliza. ¿Puedo pasar? La
joven gira el cuerpo lentamente, como si le pesara hacerlo. ¿Qué desea? En el
umbral de la puerta hay una mujer de unos 70 años: "quiero mirarme en el espejo,
tú sabes bien que yo soy un bicho, un diablo, un monstruo".
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