En la década de 1980 el
estado cubano entregó medallas a los antiguos miembros del ejército rebelde y a los combatientes que
actuaron en la clandestinidad. Decenas de miles de personas fueron
condecoradas. Si a esas altas cifras agregamos a los que no la recibieron por
haber fallecido, los que inmigraron o los que por su conducta durante el
momento en que se instituyó la medalla se consideró que no la merecían y a los que
por los más diversos motivos no la solicitaron o les fue rechazada, nos
encontramos ante una cifra sorprendentemente numerosa. Sin embargo Fidel Castro
dijo más de una vez que las tropas bajo su mando no pasaban más allá de 3 000 hombres.
Sin pretender un estudio de
tan peliagudo asunto, es de pensar que como usualmente ocurre, algunos se
sumaron al carro del vencedor y fueron condecorados inmerecidamente. Pero esos no fueron la
mayoría, porque para el otorgamiento de
las medallas se formaron comisiones integradas por los propios combatientes,
que hicieron un minucioso estudio de cada caso.
Posiblemente la respuesta a
la grande suma de condecorados esté en las naturales características del
Ejército Rebelde.
Cuando el soldado de un
ejército regular entra en combate, detrás de cada soldado se encuentra otro
ejército, el de la logística o retaguardia, que es el que se encarga de
trasportar, vestir, calzar, alimentar, municionar y curar a los soldados
regulares.
Pero los rebeldes seguidores
de Fidel Castro no contaban con un aparato así, por lo menos en el sentido
tradicional. Sin embargo para solucionar los problemas de la subsistencia de la
tropa alrededor de cada grupo guerrillero se fue creando otro grupo de apoyo
sin el cual la guerrilla no habría podido sobrevivir. Gente esa que no siempre
estaba emplantillada en las organizaciones clandestinas y tampoco eran parte de
las tropas: familiares, amigos, conocidos o siguiendo una muy extraña relación que
únicamente es entendible en los contextos caribeños, el primo o amigo del
combatiente, el tío de la novia, etc, que mandaba un par de zapato o un poco de
arroz para ampliar la escasa cena de los revolucionarios en campaña.
El movimiento clandestino 26 de Julio era una de
las formas de canalizar ese apoyo. Y se
sabe que después de la huelga de abril y el incremento de los grupos
guerrilleros, la dirección del movimiento clandestino pasó a manos de los
barbudos; el Movimiento que convirtió en un aparato de apoyo a la guerrilla.
Los clandestinos le entregaban al Ejército rebelde diversas vituallas: medicinas,
alimentos, ropa, calzado y hasta alguna cantidad de parque y armas,
principalmente escopetas y revólveres. No pocas de esas colaboraciones se hacia de forma espontánea por individuos que
no militaban en el 26 de Julio.
El caso de Holguín es
singular. Sobre la ciudad y las zonas que la rodean actuaban de forma directa
dos pelotones de la Columna
14: el 2 y el 3. La dirección del movimiento clandestino local
se subordinó al Pelotón 2 sobre todo porque ese "heredó" las relaciones
antes mantenidas con Camilo Cienfuegos, Carlos Borjas y el propio Cristino Naranjo,
por tanto fue a ese pelotón a quien los holguineros entregaban su ayuda.
Después. Cuando vino a
operar en las inmediaciones el Pelotón 3, bajo las órdenes de Eddy Suñol, este,
que era natural de Holguín y de Purnio, creó sus propias redes de apoyo.
Pero por la citada
singularidad La Aldea
estudia someramente la logística del Ejército Rebelde en la comarca, con
especial cuidado en los servicios médicos de las guerrillas.
En el primer período, o lo
que igual, durante la etapa de los escopeteros, no había un hospital rebelde en
ninguno de los territorios dominados por los revolucionarios. La guerrilla de
Orlando Lara fue la única que llegó a contar en sus filas con lo más próximo a
un médico, un estudiante de medicina. Pero en una de las acciones de Lar y sus
seguidores, el estudiante fue capturado por el enemigo.
Los heridos y enfermos durante
ese periodo eran atendidos en clínicas particulares de la zona gracias a que
varios médicos se habían convertido en colaboradores de la guerrilla. Igual era usual que se utilizaran casas
particulares para esos fines.
Con la llegada de las
Columnas 12 y 14 a
la zona fue posible establecer hospitales, pues a partir de ese momento se
comenzó a contar con zonas liberadas adonde las
fuerzas enemigas no se atrevían
a incursionar y también por la incorporación
de varios médicos y enfermeros a las fuerzas
guerrilleras.
El que pudiéramos llamar el hospital
central en la zona controlada por las fuerzas de Orlando Lara estaba ubicado en
la residencia de un terrateniente de origen árabe llamado Puchara. “El chalet del moro Puchara” se convirtió en
símbolo de atención médica.
Por su parte el pelotón 3 de
la Columna 14
hizo un pequeño hospital en la Sierra de Gibara que contaba con un valioso médico, el
doctor Manuel Díaz Legrá. En el caso de la Columna 12, su segundo
jefe era un excelente médico: Manuel Fajardo.
No obstante lo anterior, los
casos graves se enviaban a los hospitales de la Sierra Maestra
Otro asuntos en extremo
interesante fue el cobro de un impuesto por parte de las fuerzas rebeldes,
establecido aquel con anterioridad por la dirección del Ejército Rebelde. Dicho
impuesto se le cobraba a los grandes propietarios y era una de las formas que
tenían los revolucionarios para disponer de algunas sumas de dinero con que comprar
armas, pertrechos y otros medios necesarios para la guerrilla y para llevar a cabo la política
del Ejército Rebelde consistente en que sus combatientes pagaran todo lo que obtenían de los
campesinos, comerciantes o cualquier otra persona.
La negativa a pagar los impuestos
fue excepcional. Un comerciante de
Velasco estrechamente vinculado al régimen se
negó; su tienda fue confiscada y repartida entre los vecinos.
Igual en las zonas que
estaban en manos de los guerrilleros existía un verdadero sistema de justicia
dirigido por el auditor de cada columna o pelotón. Ese era el encargado de celebrar juicios donde se
ventilaban delitos tan disímiles como
crímenes cometidos por enemigos de la revolución, rapto de vecinas, riñas,
etc.
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