Por: Ronald Sintes Guethón
Organizada
por José Martí, la tan esperada “guerra necesaria” comenzó el 24 de febrero de
1895. Para la fecha aún estaban ausentes los principales jefes militares
cubanos. El Mayor General Calixto García era uno de los que estaba más lejos,
en Madrid y bajo una férrea vigilancia por parte de la inteligencia española.
Como
pueden, Calixto y su hijo Carlos burlan a sus vigilantes y después de vencer
los tantos obstáculos que se le presentan durante el azaroso camino,
desembarcan por Maraví, lugar ubicado en las inmediaciones de Baracoa el 24 de
marzo de 1896. Con ellos traen un
notable cargamento: “1 250 fusiles, más de 600 000 cartuchos, un cañón de 12 libras del tipo
Hotchkiss, con 200 proyectiles, además de medicinas, víveres y otros medios”. Como todos los
profesionales que acuden al campo independentista, Carlos es ascendido a
teniente.
Es
casi un extranjero el joven teniente que llega 26 años después de haberse ido.
Entonces solo había cumplido tres años de su edad. Es verdad que durante aquel
tiempo de ausencia la Cuba
real le había faltado, pero verdad es que las heroínas de su familia y la
figura inmensa del padre, General entre los primeros, mantuvieron en vivos en
él los sentimientos de amor y pertenencia al lugar donde vino al mundo; Carlos
piensa y actúa como lo que jamás dejó de ser, un cubano.
La
manigua amada se extiende delante de él, hostil e indomable para quien no es un
militar, sino un médico con sensibilidad para consumir música en los más hermosos
teatros de Madrid. A paso vertiginoso tiene que lidiar con los rigores de la
disciplina militar y tiene que ser el más disciplinado de todos porque nadie lo
ve como él, sino como hijo de su padre. Fuera de todo pronóstico, Carlos
aprende rápido, sobre todo las estrategias y tácticas que le sirvieron para
cumplir las órdenes que daba el General, su padre.
Mayor General Calixto García Iñiguez en la guerra del 95 |
Integrando
el Estado Mayor del General García Iñiguez, Carlos García Vélez participó en
numerosos combates, todos en la región oriental de Cuba. Seguidamente la Aldea se refiere a dos de
ellos que escogimos por dos motivos, primero, por la importancia que tuvieron
para las acciones combativas mambisas y segundo, por lo mucho que aportaron al
prestigio como jefe militar de Carlos García Vélez. Son ellos, la voladura del
cañonero Relámpago en el Río Cauto a principios de 1897 y la Toma de Victoria de las Tunas
en agosto del mismo año, aunque, obviamente, tendremos que mencionar los
combates de Los Moscones, Cochinilla, Lugones, La Marina, Yerba de
Guinea, Barrancas, Guanos Altos,
así como en el ataque y toma de Guáimaro.
(Todas estas acciones acontecieron en el año 1896 y en ellos fue relevante la
actuación de Carlos, tanto que por sus méritos fue ascendiendo en la escala
militar mambisa).
La Columna Volante del Cauto.
Cuando
finaliza el año de la llegada a Cuba del Mayor General Calixto García, en el
occidente de la Isla
se produjo uno de los más desgraciados sucesos de la guerra necesaria, la caída
en combate del Lugarteniente General Antonio Maceo, (7 de diciembre de 1896)[1].
Entonces el Generalísimo Máximo Gómez ordena al Jefe del Ejército Libertador en
Oriente, que lo era el Mayor General Calixto García, que arrecie las acciones
para que los españoles tengan ir sobre él y dejen respirar a las tropas cubanas
que operaban cerca de La Habana,
en Vuelta Abajo y en Matanzas.
Hasta
entonces las tropas españolas hacían el avituallamiento llevando las mercancías
hasta Manzanillo por barco y desde allí, en carretas de bueyes o en lomos de
mulos, hasta Bayamo, pero las fuerzas mambisas comenzaron a oponer tenaz
resistencia sobre los convoyes, ocasionándole al enemigo valiosas bajas en
parque y hombres.
Entonces
el alto mando español decidió utilizar la vía fluvial del Cauto para
aprovisionar a las tropas. Lo que fue una buena solución para un bando se
convirtió un problema para el otro. Para los cubanos era una necesidad vital
detener el aprovisionamiento enemigo y de esa forma obligarlos a salir de Bayamo
y de los pueblos limítrofes, pero, ¿cómo hacerlo?.
Desde
el primer año de la guerra, (1895), el río
Cauto había sido minado varias veces, pero en todos los casos la operación
final había fracasado, bien porque el material usado fuere defectuoso o por
delaciones del sitio minado. Pero ahora la orden del Mayor General García era
contundente, “había que detener el trasiego de embarcaciones enemigas por el
Cauto”.
Para
las acciones anteriores Calixto había designado a otros subalternos, entre
ellos al Brigadier Enrique Collazo, quien había recibido instrucción militar de academia, pero el
objetivo no se había conseguido.
En su
Diario, o más en su libreta de anotaciones, Carlos García Vélez dejó el siguiente escrito: “Al recibir la mala nueva
del General Enrique Collazo, encargado de obstruccionar el paso del Convoy (porque
la tropa enemiga descubrió dónde estaban colocadas las bombas), el General
García sufrió un gran disgusto. (…) y airado, expresó: ¿Será posible que no
haya un jefe o un oficial que tenga el concepto de cumplir una orden? ¿No cuento
yo con uno, aunque no sea más que uno, que me haga esta operación? ¡Le
daría dos ascensos al que lo hiciera!.”[2]
Entonces
Carlos García Vélez dijo al padre que él lo haría y Calixto estuvo de acuerdo y
lo designó Jefe del Batallón Especial
que se conformó, y que más tarde terminaría llamándose Columna Volante del
Cauto. Para asistirlo en las tareas que se llevarían a cabo, lo acompañaron
entre otros, el “Comandante Juan Manuel
Galdós, que fungiría como segundo jefe de la Columna Volante
que se organizó, el Comandante Gonzalo Goderich, Jefe de Despacho, y los
Tenientes Sabas Meneses y Aníbal Escalante…”[3]
Los
efectivos comprometidos con la acción se trasladaron rápidamente a la zona en
cuestión, tomando García Vélez las primeras disposiciones organizativas de la
operación y poniéndose “en contacto directo con el General Francisco Estrada,
Jefe de Brigada de Manzanillo, a fin de que el expresado jefe facilitara los
hombres que se hicieran necesarios para la integración definitiva de las
fuerzas que habrían de encargarse de la custodia y defensa de la vía fluvial
del Cauto”[4].
Para
la operación García Vélez contaba con un equipo en muy mal estado, consistente
en las primitivas bombas fabricadas por los cubanos que tenían “los alambres
muy viejos y los tubos de hierro de defectuoso cierre en los niples, (tanto
que) a poco de estar sumergidos
penetraba el agua en ellos. Hacía falta otra clase de bomba y alambre
conductor en buen estado. (Por otra parte) los fulminantes tampoco servían.
Había que renovar todo el material”[5].
La
solución fue totalmente “criolla”, Carlos recordó que unos meses atrás había
visto por en vuelta de la finca La
Herradura, escondida entre unos arbustos, una lata de
chapapote. Un abnegado mambí la trajo a lomo de bestia y cuando la tuvo, el hijo
del General le explicó a sus subordinados que no adivinaban para qué lo quería,
que el chapapote serviría como cobertura
y protección del cobre, aislándolo perfectamente y sellando cualquier grieta.
Entonces,
dice Carlos, “Se despachó al teniente Aníbal Escalante en busca de dinamita y
otros materiales necesarios y al Capitán Pedro Gamboa a recoger de los ranchos
de las familias del monte garrafones por falta de tinajas”[6].
Los
garrafones, que antes habían contenido aguardiente, y que luego eran utilizados
por las familias campesinas, para el almacenaje de agua, fueron decomisados y
en ellos se colocó la dinamita. Claro que encerrar la dinamita en los dichos
garrafones fue una tarea peligrosa porque consistía aquella en apilar en cada
vasijas unas 40 libras
del explosivo, pero lo hicieron sin que se produjera accidente alguno. Luego el
chapapote sirvió de sellado para los tapones de madera con que taparon la boca
de los garrafones. (El uso de la madera se explica con que no se disponía del
corcho que sí era un material afín al propósito que perseguían).
Fabricadas
las cuatro bombas y unidas cada una por un alambre de telégrafo de cuatro hilos
enrollados, se procedió a colocarlas de dos en dos en las raíces de los árboles
de la orilla, separadas cada dúo de bombas a una distancia de seis metros. Y
entonces comenzó la espera.
Espera
durante la que los revolucionarios tuvieron que soportar la plaga de insectos y
la falta de comida.
En su
Diario-Memoria dice García Vélez que entre sus hombres valientes había viejos
conocidos de anteriores combates, que habían accedido a unírsele por voluntad
propia. De todos habla bien diciendo que no hubo nunca intento alguno de
amotinamiento, y que todas sus órdenes fueron cumplidas cabalmente sin
resistencia ninguna.
Fue
uno de los hombres bajo el mando de García Vélez, Horacio Ferrer, quien
posteriormente escribió un libro, quien dijo que el criterio que dejó por
escrito lo compartían todos los combatientes: “El Teniente coronel García
Vélez, jefe de la Columna
Volante, pasó una temporada en la zona de mi cargo, y su
presencia se dejó sentir. Hombre activo, culto, enérgico y valiente, no sabía
estar con los brazos cruzados, y cuando el enemigo no salía de operaciones, él
aprovechaba el tiempo destruyéndole los caminos con árboles que derribaba a
ambos lados, o bien levantaba trincheras en lugares estratégicos por donde los
contrarios pudieran algún día pasar”[7].
Después
de días de espera a las orillas del Cauto, al fin les llegó la información de
que dos embarcaciones españolas navegaban en dirección a Cauto Embarcadero, se trataba de los
cañoneros Relámpago y Centinela. Por el rumbo que llevaban aquellos tendrían
que pasar por donde García Vélez había organizado la emboscada, en de Paso de
Agua.
“Mi
plan era dejar pasar el primer barco hasta que estuviera cerca de la segunda
línea de bombas, entonces el segundo estaría encima de las dos primeras bombas.
Pero el temor de que fallara la segunda línea en la que Galdós no tenía gran
confianza, nos dio la tentación de disparar la primera de ellas. (Y lo
hicieron), el Relámpago saltó con una horrible
detonación, hundiéndose enseguida. Las avispas desde la orilla atacaron
el segundo cañonero”[8].
Sólo
tres tripulantes salvaron sus vidas, los demás perecieron en el acto. Por su
parte el cañonero Centinela fue obligado a retirarse sufriendo algunas bajas
producto a las descargas de fusilería que desde la orilla le hacían las muy
bien apostadas tropas mambisas. Y cuando terminó el combate los cubanos
estuvieron todo el día haciendo infructuosos intentos por sacar del fondo del
río el cañón de la cubierta del barco hundido, pero no lo consiguieron. Lo que
sí pudieron obtener del navío fueron armas, frazadas y hamacas.
Seguidamente
transcribimos el parte que da el Teniente Coronel García Vélez al Brigadier Francisco
Estrada, jefe militar de la zona donde se produjo el hecho:
“Paso de Agua, enero 17 de 1897.Brigadier:Tengo la satisfacción de comunicarle que al pasar hoy las diez de la mañana por la línea de torpedos el cañonero Relámpago, comandado por el Alférez de Nav ío, don Federico Martínez Villarino y 17 tripulantes, fue echado a pique, salvándose milagrosamente tres individuos, entre ellos el Condestable. El otro cañonero, Santoscicles, antes Centinela, vióse obligado a regresar a Manzanillo con grandes averías, después de sostener con mis tropas y la Avispa cerca de una hora de fuego con máuser y ametralladora.De usted atento s.s.Carlos García
Comandante[9]
Dice
Aníbal Escalante que el Jefe del Departamento Oriental, para entonces
Lugarteniente General Calixto García, estaba acampado en un lugar cercano a la
ciudad de Holguín cuando recibió el parte de guerra enviado por el Brigadier
Francisco Estrada, en relación con la voladura del “Relámpago”. “Es de suponer
la satisfacción que experimentaría el viejo guerrero al conocer la proeza
llevada a cabo por su hijo Carlos.
“Con
la alegría reflejada en sus ojos vivaces, esa misma tarde comunicó al General
en Jefe aquella noticia que tan hondo sentimiento le había producido”[10].
La
acción de Carlos García Vélez en el río Cauto le valió el ascenso a teniente
coronel, grado con el cual llegará a la
Toma de Victoria de las Tunas, donde se
destacó sobremanera en el cumplimiento de las órdenes y por sus acciones
heroicas.
[1] En la página 55 de su
Diario, que se conserva en la
Casa Natal de Calixto García, en Holguín, escribió Carlos
García Vélez: “…no se puede dudar que serán gravísimas las consecuencias de la
muerte de Antonio Maceo. Con este hecho la Revolución se debilitó
en las provincias de Matanzas, Habana y Pinar del Río… y el desaliento se apoderó de aquellos que
eran devotísimos del Lugarteniente General cuando él cayó en Punta Brava. ”
[2] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario
Carlos García Vélez. Pág. 72
[3] Escalante Beatón, Aníbal: Calixto
García Iñiguez. Su Campaña en el 95. Ediciones Verde Olivo, 2001. Pág. 255
[4] Ídem
[5] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario
Carlos García Vélez. Pág. 73
[6] Ídem
[7] Ferrer, Horacio: Con el
Rifle al Hombro. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2002. Pág. 76
[8] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario
Carlos García Vélez. Pág. 74
[9] Tomado de: Escalante
Beatón, Aníbal: Calixto García Iñiguez.
Su Campaña en el 95. Ediciones Verde Olivo, 2001. Pág. 266
No hay comentarios:
Publicar un comentario