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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

18 de junio de 2009

Norteamericanos en Holguín. Un estudio de caso en la historia regional cubana (Estudio etnohistórico)

Dr. C. José Vega Suñol.
Centro de Estudios sobre Cultura e Identidad.
Universidad de Holguín.

    El tema de referencia propone acercarse a un estudio de caso sobre los efectos particulares de la presencia norteamericana en la historia de la nación cubana, dada la profusión de distintos tipos de enclaves en esta área del territorio nacional, escenario donde tuvo lugar un profundo impacto en las estructuras económicas, expresadas en las transferencias de propiedad, la industria y los medios tecnológicos, el transporte y las comunicaciones y también en la composición demográfica, étnica y sociocultural operada en toda la escala física regional y cuyo actor y beneficiario sería el capital estadounidense.

La región norte oriental en la etapa colonial.

    Al terminar el siglo XIX el tejido económico y social de la región nororiental de Cuba presentaba notables diferencias respecto de otras partes de la Isla. La vida insular en los últimos cien años de colonia había estado dominada por la plantación azucarera en el occidente y en menor grado por la producción cafetalera en las montañas de la región suroriental, así como en otras localidades de Matanzas, La Habana y Pinar del Río. Sin embargo, en la parte norteoriental - dígase Las Tunas, Holguín, Gibara, Mayarí y Sagua de Tánamo - el sistema plantacional no se había desarrollado como en el occidente cubano. Al no progresar la plantación, la esclavitud adquirió un rasgo más doméstico y patriarcal; la vida social y cultural quedó prisionera de la inercia local, propia de un mundo agrario, tradicional y cerrado, regido por una cultura campesina, sustentada en el sitiero y el estanciero. Esta cultura tradicional sería impactada por el sistema de enclaves y colonias norteamericanas que se establecieron en la región a partir de 1899. 

 
    Desde los inicios de la implantación colonial una parte importante de la zona nororiental de Cuba quedó subordinada a los condominios de la jurisdicción bayamesa y por consiguiente se convirtió en área periférica extensiva de la economía ganadera y tabacalera que había cristalizado en la región del Cauto desde el siglo XVII (1). La economía hacendataria comenzó a cobrar forma en la región una vez que los cabildos de Bayamo y Santiago de Cuba iniciaron la mercedación de tierras de su zona norte a fin de estimular la colonización de ese extenso territorio con familias peninsulares y criollas. Las tierras del norte de la jurisdicción de Bayamo, donde se formarían más tarde las jurisdicciones de Holguín (1752) y las Tunas (1849), estaban literalmente despobladas, y por ende, requeridas de colonización para fomentar su cultivo y explotación. Igual sucedió con las haciendas de Sagua y Mayarí, bajo el control del cabildo santiaguero, ubicadas en la zona este de esa región, limitada por una geografía montañosa y de difícil acceso por tierra.

Tanto los primeros hateros del siglo XVII como los del XVIII se articularon en torno a la propiedad de la tierra. Este rasgo, primigenio y básico para comprender las características que adquirieron las relaciones de propiedad en la región, se acentuó en el siglo XIX. Sobre las formas de organización y distribución territorial de la economía agrícola regional influyó un progresivo desmembramiento celular de la propiedad de la tierra, en tanto ésta constituía la principal fuente de riqueza y de sentido de pertenencia (2). El crecimiento demográfico y la redistribución de la tierra por herencia a los descendientes, en número creciente, contribuyeron a la progresiva desarticulación de una parte importante de los hatos primitivos, los cuales se repartieron hasta quedar convertidos muchos de ellos en pequeñas fincas, estancias y sitios de labor. También la ley de colonización blanca se convirtió en asidero legal para promover la inmigración, sobre todo de canarios, así como el decreto para otorgar tierras realengas y baldías, promulgado en 1819, legislaciones que permitieron incrementar la pequeña propiedad agrícola y estimular la colonización para fortalecer esta célula productiva. En consecuencia, se vigorizó la figura económica y social del sitiero y estanciero, génesis del campesinado holguinero, integrado básicamente por campesinos canarios y sus descendientes.

    El censo de 1861 en la jurisdicción de Holguín reportaba un fuerte concentrado de población natural (37 000 nacidos en Cuba de raza blanca) seguido del predominio de los canarios (2 289) así como un variado mosaico de grupos regionales hispánicos y de otras nacionalidades europeas y de América, también presentes en el territorio. En dicho mosaico convergían catalanes, vascos, asturianos, ingleses, alemanes, franceses, italianos y norteamericanos, entre otros. En el caso de los canarios, la estimulación migratoria de este grupo etnoregional hispánico alcanzó configuración jurídica al promulgarse documentos oficiales respaldados por las autoridades locales a estos efectos. La masa de población campesina se fortaleció con el arribo de nuevas oleadas de inmigrantes procedentes de estas islas, sobre todo en la jurisdicción holguinera; y también en la jurisdicción de las Tunas, donde predominaba una economía de haciendas ganaderas, con una baja densidad de población. Se conoce del otorgamiento de tierras autorizadas por el ayuntamiento de Baracoa a familias canarias en el hato de Moa hacia 1853. En los partidos pedáneos de Sagua de Tánamo y Mayarí se había extendido el sistema de haciendas cafetaleras en las zonas montañosas como prolongación de la economía cafetalera promovida por los colonos franceses en la región suroriental desde los inicios del siglo XIX.

    Pese al atraso general, la jurisdicción de Holguín presentaba un avance mayor en la economía y sociedad que la jurisdicción de Las Tunas y el partido de Sagua de Tánamo, perteneciente a la jurisdicción de Guantánamo luego de crearse ésta, hasta convertirse en municipio en 1878. El censo de 1861 refleja los contrastes existentes entre las demarcaciones político- administrativas que ocupaban la franja nororiental. Holguín sobresalía en los renglones básicos, con un mayor número de haciendas, ingenios y trapiches - en su mayoría en los partidos de Gibara y Fray Benito – y vegas de tabaco, gran parte de ellas en el partido de Mayarí, así como potreros y sitios de labor.

    La jurisdicción holguinera era también la más poblada del área; sus habitantes representaban el 20,4% de la población de todo el Departamento Oriental, que por entonces contaba con una red de jurisdicciones formada por el propio Santiago de Cuba, Bayamo, Jiguaní, Manzanillo, Tunas, Guantánamo y Baracoa.
Aunque ya desde el siglo XVIII era común en la región la existencia de trapiches que molían caña para producir mascabado, miel y raspadura, destinada al consumo interno, la industria azucarera con pretensiones mercantiles comenzó a dibujar sus contornos en la década de 1820. Los decretos y leyes referidos, así como la ley de desestanco del tabaco (1817) y la ley de libre comercio (1818) hicieron posible la presencia de un poblamiento extranjero a partir de esta década; el mismo se incrementó hasta alcanzar una proporción significativa según los datos aportados por el censo de 1861. No pocos de ellos poseían pequeños capitales y se establecieron con el afán de invertir. Tal fue el caso de un grupo de pequeños hacendados norteamericanos e ingleses de la isla de Providencia en las Bahamas, quienes entre 1820 y 1840 desempeñaron un activo papel en la economía regional, especialmente en el sector azucarero. El mencionado grupo fundó pequeños ingenios que permitieron incrementar tanto la producción azucarera como la masa de esclavos. Estas nuevas unidades productivas se ubicaron en los partidos de Gibara y Bariay, principalmente. Algunos de estos propietarios anglosajones aparecen registrados en el listado de los dueños de esclavos más importantes de la región de Holguín para esa fecha. Tal es el caso de Samuel Chapman con 57 esclavos, Manuel Clark con 17 y Guillermo Chapman con 12 (3); y aunque no llegaron a desarrollar el latifundio ni a convertir sus fábricas de azúcar en centrales azucareros si se transformaron en los primeros capitalistas locales en esta rama de la economía regional, al situar la producción del dulce procedente de sus plantaciones en el mercado mundial gracias al puerto de Gibara y obtener los primeros flujos de plusvalía con esta producción.

    En lo concerniente a tecnología azucarera los primeros ingenios en utilizar la máquina de vapor en Cuba en la década de 1820 se encontraban situados en el occidente de la Isla y se trataba de una técnica importada de Inglaterra y los Estados Unidos. En la región nororiental la introducción de la máquina de vapor estuvo asociada al pequeño grupo de capitalistas anglo-norteamericano, propietarios de pequeños ingenios como el Santo Tomás, el Victoria, el Santa Lucía, La Caridad , Santa María y Columbia. Los nombres de Wilsson Wood, Santiago Patterson, Samuel Clark y William Chapman, entre otros, radicados en la región después de promulgarse la ley que permitía el establecimiento de extranjeros en la Isla , fueron los protagonistas de estas acciones. Uno de ellos, Wilsson Wood, dueño del ingenio y hacienda Santo Tomás, incorporó a su fábrica la máquina de vapor hacia fines de la década de 1830 pero esta tecnología no llegó a extenderse de inmediato a los ingenios de la comarca dada las pocas posibilidades económicas de los propietarios para incorporarla por lo costoso de la misma, de modo que la pequeña y naciente industria azucarera regional siguió aferrada a las técnicas de producción más rudimentarias (4).

    El latifundio azucarero en el marco regional tuvo sus primeras manifestaciones visibles en la década de 1850 con la formación de uno de los primeros embriones de este tipo de organización productiva en Cuba. Este sería el caso de lo que primero fue un trapiche, luego un ingenio y por último uno de los centrales azucareros más productivos de Cuba: Santa Lucía, referencia clásica para estudiar la transferencia y conversión de un ingenio a central en la región.

    La historia de Santa Lucía, algo perdida en la neblina del tiempo, se inicia con la llegada del norteamericano Samuel Clark, natural de Connecticut, en marzo de 1818, a quien “se le concede el permiso que ha solicitado para establecerse en la ciudad de Holguín aplicado a la agricultura y al efecto se le despachará un testimonio de este asunto para que le sirva de carta de domicilio en forma” (5). En el año 1823, el señor Clark era dueño de un importante almacén en el puerto de Gibara y fundador de los Ingenios “Santa María” y “Santa Lucía”. La historia de este último se torna más precisa a mediados de la década de 1830. Guillermo Sánchez Hill, nacido en San Agustín de la Florida , junto al ciudadano norteamericano Warren D. Gookin, suscribieron un testamento mancomunado el 6 de junio de 1836 ante el notario holguinero Manuel de Aguilera. El documento expresa que la propiedad del referido ingenio correspondía a los mencionados ciudadanos, por lo que debió tener lugar una transferencia anterior entre Clark y estos últimos. De esta forma, Rafael Lucas Sánchez Hill, heredó de Guillermo las propiedades de éste, entre las que se encontraba “el ingenio Santa Lucía en el hato de Guabajaney y otras tierras en Bariay y que de acuerdo sólo eran bienes de la sociedad de Sánchez y Gookin el ingenio Santa Lucía y 125 pesos de posesión, con casas, labranzas, enseres, ganado y 32 esclavos” (6).

    Entre 1853 y 1855 tuvo lugar un hecho sin precedentes en la zona de Bariay. Rafael Lucas Sánchez, para entonces propietario absoluto de “Santa Lucía” adquirió 19 sitios de labor de diferentes propietarios agrícolas para ampliar las áreas de caña del pequeño ingenio, manifestándose, con este paso, el inicio de la primera forma de compra de tierras a fin de organizar una estructura latifundiaria capitalista que culminó, posteriormente, con la transformación del ingenio “Santa Lucía” en uno de los centrales más grandes y modernos de finales del siglo XIX en Cuba (7). Lo anterior facilita comprender por qué la dotación de esclavos más grande de la región en la década de 1860 estaba en Santa Lucía, con unos 280 esclavos en 1866 (8). “Santa Lucía” preconiza no solo el embrión del latifundio moderno regional, como preámbulo histórico de lo que será el gran latifundio azucarero de principios del siglo XX, sino que también da inicio a la primera gran propiedad del capitalismo azucarero, sin ningún antecedente de esta naturaleza en todo el nordeste de Cuba. Pero la nueva organización latifundiaria no venía sola; la misma se hizo acompañar de un proceso de actualización tecnológica encaminado al incremento de la producción azucarera, puesto que la extensión física de las tierras para el cultivo de la caña de azúcar debía apoyarse en una respuesta tecnológica que permitiera procesar los nuevos volúmenes que suministraría la expansión de los campos de caña. De esta manera, el tránsito de Santa Lucía a central azucarero, aún cuando se consuma definitivamente después de la guerra de los diez años (1868-1878), tuvo su origen en la organización del latifundio antes mencionada.
Al oeste de “Santa Lucía”, en el partido de Maniabón, se destacó desde la década de 1850 el pequeño ingenio azucarero “San Manuel”, muy próximo a Puerto Padre. Hacia 1878 el ingenio fue adquirido por la familia habanera encabezada por Don José Plá y Monje, quien se encargó de modernizarlo tecnológicamente y convertirlo en un central azucarero, pasando a un segundo lugar, después de aquel en capacidad de molida, número de esclavos y extensión de tierras (9). Ambas familias se convertirían en la primera célula de la burguesía azucarera regional, cuya acción desborda el siglo XIX y se extiende al siglo XX.

    La tercera gran plantación en secuencia cronológica pero la primera por sus dimensiones, se organizó a fines de la década de 1880 en los partidos de Samá y Banes. Pertenecía a la familia Dumois, de origen francés (10). Hipólito Dumois, nacido en Santiago de Cuba pero de padres franceses, llegó a administrar una importante casa comercial a principios de esa década, dedicada a la comercialización de frutas tropicales a través de la sociedad “Tur y Dumois”. Los Dumois fueron los primeros en establecer en Cuba el negocio de exportar plátano fruta hacia los Estados Unidos. En 1887, los Dumois se establecieron en la hacienda Banes cuyas propiedades se encontraban repartidas entre diferentes familias, destacándose los Meronge, Tamayo y Delfín Pupo, quienes poseían las principales acciones de dicha hacienda. La adquisición de estas tierras convirtió a los Dumois en los propietarios capitalistas más grandes de la región. Así, llegó a crearse la Banes Fruit Company en 1889, primera empresa frutera de la Isla dirigida al mercado norteamericano, de la que se desprende el fomento de la plantación bananera más importante que hubo en Cuba a finales del siglo XIX. Las familias Sánchez, Plá-Monje y Dumois constituyen la expresión más alta del capitalismo plantacionista regional, dejando atrás en liquidez, capitalización y productividad a los hateros, sitieros y vegueros que habían formado el principal núcleo económico-social del territorio.

    La habilitación del puerto de Gibara en 1822 benefició sobre todo a la jurisdicción holguinera, al estimular la producción agrícola y el comercio. Bastaron pocas décadas para que en Gibara se consolidara un grupo de casas comerciales de sello peninsular que llegó a controlar lo más sustantivo del mercado marítimo de la región, tanto con España como con Europa y los Estados Unidos. Para la década de 1850 el comercio marítimo desde Gibara había alcanzado una notable ramificación internacional, según se deduce de los registros de entrada y salida de barcos por este puerto (11). La naciente burguesía comercial gibareña pretendió emular en elegancia y poder con los grupos familiares hispanos que controlaban el comercio en otras partes de la Isla. Sus principales representantes edificaron suntuosas viviendas siguiendo los aires neoclásicos, adquirieron mobiliarios, vajillas y porcelanas manufacturadas tanto en Europa como en Norteamérica, se preocuparon por refinar el gusto y alentar la fundación de periódicos y clubes sociales, aportaron capital para la construcción de un teatro, y apoyaron financieramente el levantamiento de las murallas que hizo de Gibara una villa inexpugnable; además, promovieron la construcción del ferrocarril que enlazaría al puerto con la ciudad de Holguín. Este grupo comercial alcanzó cierto rango y prestigio en el estrecho marco de la burguesía oriental y a pesar de ser reducido en número y capital se ganó una notable autoridad en la región. En ningún otro punto de la línea costera norteoriental llegó a consolidarse un grupo comercial como el de Gibara.

    La gesta independentista de 1895-1898 tuvo una repercusión demoledora para el naciente capitalismo regional. Los centrales “Santa Lucía” y “San Manuel” vieron afectadas tanto sus plantaciones como sus respectivas producciones. Los Dumois, a pesar de sus esfuerzos por mantener la plantación bananera al margen del conflicto beligerante, sufrieron las consecuencias de la tea incendiaria mambisa y la producción se paralizó. Las casas comerciales gibareñas se mantuvieron no exentas de crisis y la actividad mercantil declinó. De tal modo, el naciente capitalismo local quedó maltrecho por la guerra. Esta depauperación desembocó en una absorción de los capitalistas locales más prominentes por la maquinaria empresarial norteamericana, que aprovechó el estado calamitoso existente en el territorio para comprar e invertir, en el marco propicio de la primera ocupación.

    La sucesión Plá y Monje quedó disuelta una vez que la Cuban American Sugar Company adquirió el viejo ingenio San Manuel, tras el montaje de sus dos nuevos centrales en la región: Chaparra (1901) y Delicias (1911). Los Dumois regresaron de los Estados Unidos después de concluir la guerra en 1898 e incapacitados para levantar otra vez la plantación decidieron librarse de este peso vendiendo casi íntegramente sus tierras a la recién creada United Fruit Company; en cambio, la administración de la transnacional les facilitó determinadas cuotas de poder en el nuevo enclave plantacional mediante la compra de acciones; en tanto, la sucesión Sánchez se vio compelida a admitir un creciente número de acciones norteamericanas en Santa Lucía a tal grado que en 1914 aparece registrado, oficialmente, como un central azucarero norteamericano (12).

    De tal suerte, la cabecera del capitalismo norteoriental, germinante en la segunda mitad del XIX, había sido decapitada ya por el capital norteamericano antes de iniciarse la Primera Guerra Mundial; los documentos son demostrativos del grado de responsabilidad y de participación de estos grupos familiares del capitalismo regional en la transmisión de poderes y en el reparto de las mejores tierras y recursos de la región al poderoso vecino.

Las compraventas de tierras en la región por compañías y colonos norteamericanos.

    Es indiscutible que el período de la primera ocupación militar norteamericana en Cuba (1899-1902) brindó la posibilidad para que tanto compañías y empresas como especuladores y colonos de ese país adquirieran tierras y otras propiedades tanto en áreas rurales como urbanas del territorio. Los documentos demuestran que las compraventas se hicieron algo común y corriente en esos años. La región estaba en ruinas, los grandes, medianos y pequeños propietarios se encontraban endeudados o incapacitados para reactivar de inmediato las áreas de cultivos; el campo había sido asolado, las plantaciones estaban abandonadas y escaseaban los alimentos. Una parte importante de la tierra estaba ocupada por haciendas comuneras que no habían sido deslindadas (13) pero al promulgarse la Orden No. 62 del Gobierno Interventor autorizando los deslindes, se facilitaron y, en efecto, se dispararon las ventas, sobre todo a empresas y compradores estadounidenses. Precisamente, dicha Orden iba dirigida a determinar qué parte de la tierra estaba respaldada en títulos de propiedad y cuál no estaba legalizada, para así poder operar sobre esta a precios significativamente bajos. El capital privado de ese país ponderó las posibilidades que se le abrían en una región debilitada por la guerra, con grandes extensiones de tierra virgen y escasa población, para fomentar un frente económico importante a su servicio en el nordeste de Cuba a lo cual dedicó cuantiosas inversiones de capital. 

Los archivos regionales hablan solos. En uno de los fondos del Archivo Histórico Provincial de Holguín aparecen registradas 581 inscripciones de propiedades norteamericanas; de ellas 534 inscripciones corresponden a fincas rústicas y 47 a fincas urbanas (14). Dichas propiedades fueron adquiridas en el período comprendido entre 1899 y 1920 (* estimado). En el caso de las fincas rústicas, se trataba, fundamentalmente, de sitios de labor y de haciendas comuneras deslindadas; así como lotes de terreno para la construcción de almacenes, comercios y viviendas, en el caso de las fincas urbanas. De estas inscripciones de propiedad un total de 331 (56,9%) se adquirieron entre 1899 y 1902, de lo que se infiere que este fue un período de gracia para los inversionistas, colonos y especuladores de tierras, pues una vez que pasó el estado de ocupación militar las transacciones disminuyeron y nunca más alcanzaron el ritmo y la cantidad de esos años.
Los compradores y accionistas norteamericanos (aunque también se incluye una minoría de canadienses e ingleses) se dividían en dos grupos: el primero, formado por grandes y pequeñas empresas; y el segundo, por colonos y otros propietarios independientes tales como campesinos, dueños de minas y pequeños comerciantes. El primer grupo era, por supuesto, el más importante y poderoso de los dos y el que adquirió la mayor proporción de tierras; se encontraba integrado por 23 organizaciones empresariales (anexo 1.3) que poseían un total de 230 propiedades rústicas y 16 urbanas. El segundo grupo contaba con 304 propiedades rurales y 31 urbanas. El grupo empresarial contaba con un menor número de propiedades (246 de un total de 581) pero poseía la mayor extensión de tierras. Dicho grupo estaba compuesto por compañías o empresas de diferentes tipos, todas vinculadas con la tenencia y especulación de la tierra y representaban esferas tales como la industria azucarera, los ferrocarriles, la ganadería, los cítricos y los bienes raíces relacionadas con las acciones bancarias. Las empresas más sobresalientes por el número, el valor y la extensión de sus propiedades eran las azucareras: La United Fruit Company con 35 519 hectáreas en Banes y Tacajó, la Manatí Sugar Company con 24 703 hectáreas repartidas en solo 5 propiedades, la Chaparra Sugar Company con 56 propiedades y 22 462 hectáreas , la Sociedad Tánamo Bay (Atlantic Fruit Company) con una sola propiedad de 14 565 hectáreas (15) y The Cupey Sugar Company que poseía en 5 propiedades 5 210 hectáreas . Le seguían en importancia La Cuban Land Loan and Title Guarantee Co., con 45 propiedades, The Cuba Company con 36 y la Cuban Colonization Company of Detroit con 24.

    En este grupo, dos importantes compañías azucareras, Chaparra Sugar Company y United Fruit Company, tenían en usufructo las mejores tierras de los municipios Puerto Padre y Banes- Mayarí, respectivamente, aunque llegaron a extenderse también hasta la municipalidad holguinera, cuyo territorio colindaba con los mencionados términos. De esta manera Holguín sufrió una mutilación de varias porciones territoriales contiguas a aquellas demarcaciones. No pocos segmentos de los linderos municipales holguineros más cercanos a Puerto Padre (fundado en 1899), Banes (1910) y Mayarí (1878), pasaron a ser ocupados por las mencionadas empresas y aunque las mismas no lograron internarse en el centro de esta municipalidad si llegaron a ocupar parte de su periferia. Un muro de contención a la expansión territorial impuesta por las empresas colonizadoras lo propició la existencia de una población campesina que poseía una parte importante de la tierra, repartida en cientos de pequeños y medianos sitios de labor en esta municipalidad. La pequeña y mediana propiedad agrícola en manos de cubanos y españoles funcionó como núcleo de resistencia ante la vorágine. Tanto es así que sólo una compañía norteamericana pudo construir una fábrica de azúcar en tierras del municipio de Holguín: el central Cupey (1915) de la West Indies , denominado The Cupey Sugar Company en la nomenclatura de la época.

    Sin embargo, en una de las márgenes de Holguín, The Cuba Company adquirió importantes franjas de territorio para el ferrocarril, así como para fundar el puerto y el pueblo de Antilla en el litoral de la bahía de Nipe; allí compró 14 lotes de terreno para el establecimiento de almacenes, comercios y otras edificaciones de la empresa.

    Se localizan también en este grupo dos compañías dedicadas a las especulaciones de tierras; estas fueron la Cuban Land Loan and Title Guarantee Co, y la Cuban Colonization Company of Detroit; la primera era propietaria de 157 caballerías (* 1 caballería equivale a 13,4 hectáreas ) en la finca “El Canal” y un gran número de hectáreas en la finca Majibacoa. Dicha compañía, después de comprar la tierra se dedicó a revender los sitios de labor a los colonos norteamericanos que fundaron el poblado de Omaja en 1906, por entonces territorio de la municipalidad holguinera. La Cuban Colonization Company of Detroit adquirió 24 lotes de terreno, situados en su mayoría en la hacienda comunera de Mayabe, propiedades que más tarde fueron pasadas mediante reventas a los colonos norteamericanos que se establecieron allí, a través de transacciones especulativas.

    Como se evidencia, hubo distintos tipos de compañías encargadas de la expansión del latifundio, como era el caso de las azucareras, que compraron tierras para la siembra de caña, aunque también una parte de esa tierra era utilizada con otros fines necesarios a estas empresas para fomentar los cultivos varios y la ganadería, destinada al consumo interno; se encontraban también las que representaban los intereses ferroviarios como The Cuba Company y The Cuba Railroad Co; estas entidades adquirieron terrenos para la expansión del ferrocarril y otros usos relacionados con este medio de transporte; y las compañías especuladoras destinadas a fomentar fincas citrícolas y ganaderas con colonos extranjeros (16).

    Es de destacar las compras de tierra alrededor de tres grandes haciendas comuneras que se deslindaron en la región a raíz de la Orden Militar no. 62 del Gobierno Interventor. Estas fueron las haciendas de San José de las Nuevas, Majibacoa y Tacajó, situadas en la municipalidad holguinera. En la primera de ellas se reportaron varias ventas, sobresaliendo 11 lotes de tierra adquiridos allí por la Chaparra Sugar Company por medio de su abogado y representante, el general Mario García Menocal (ver anexo 1.1). La hacienda Majibacoa, donde su fundó el poblado de Omaja, fue repartida entre distintas compañías: la Cuban Land ... compró 19 lotes de terreno que oscilaban entre 4 y 221 hectáreas . En esa misma hacienda la Chaparra Sugar Co compró 8 terrenos. En 1901, también The Cuba Company participaba del reparto con la adquisición de 355 290 m2 en Majibacoa; más adelante, los colonos norteamericanos que se establecieron allí adquirieron 172 propiedades que oscilaban entre 0,4 ha y 1755 ha .

    La hacienda Tacajó quedó repartida entre la United Fruit Co, que adquirió 17 propiedades con una extensión de 16 935 hectáreas , y el grupo Dumois- Gessé que se encargaría de la construcción del central Tacajó. La United Fruit Co ya poseía 18 569 hectáreas en su finca Boston en Banes y alcanzaría la cifra de 35 504 hectáreas de tierra en su poder solo en Banes y Holguín (17).

    La Cuban Colonization Company of Detroit aprovechó el deslinde de la hacienda comunera Mayabe, en las cercanías de la ciudad de Holguín y adquirió allí 3 059 ha y 33 a , mientras que en otras partes del municipio compró varia fincas que oscilaban entre 1 y 15 caballerías. Es de notar que en las transacciones de tierra refrendadas en los documentos fueron utilizadas diferentes unidades de medida; la mayoría de las veces las ventas aparecen en hectáreas, pero en otras se consignan por caballerías e incluso por metros cuadrados, lo cual hace más difícil precisar la cantidad y extensión total de las propiedades adquiridas (18).

    Las compraventas efectuadas por los colonos y otros propietarios independientes norteamericanos estaban relacionadas con la adquisición de tierras para el fomento agrícola, la minería y el comercio. Es de destacar las compras de tierra de los colonos norteamericanos en Omaja, Pedernales y Mayabe, dentro de la municipalidad holguinera. En la colonia de Omaja, instalada en la deslindada hacienda Majibacoa (actual provincia de las Tunas) hay constancia de la adquisición de 172 propiedades territoriales relacionadas con lotes y fincas rústicas para el cultivo agrícola y la ganadería. El colono más prominente de Omaja lo fue Darlington E. Kerr, quien era dueño de 13 propiedades en su condición de principal accionista y especulador de tierras dentro de este grupo de colonos fundadores de esa comunidad. Kerr poseía un número de lotes que iba de las 47 a las 1755 hectáreas hasta alcanzar un total de 3 884 ha , cifra que lo ubica como el propietario más importante de esta colonia. Le seguía un pequeño grupo de colonos que tenía varias propiedades, aunque no alcanzaban la estatura de Mr. Kerr. Entre ellos se hace necesario mencionar a Jasper Hayden con algo más de 220 hectáreas , repartidas en cuatro propiedades; a Woodford Yerxa con 202 hectáreas , Grant Mahan con 98 hectáreas distribuidas en 6 propiedades y Noach Cripe con 120 hectáreas en 6 propiedades. Sin embargo, en Omaja predominaban los pequeños colonos, quienes en su mayoría no tenían más de 8 o 10 hectáreas de tierra.(anexo 1.5). En Pedernales, muy cerca de la ciudad de Holguín, las tierras adquiridas por colonos estadounidenses alcanzó la cifra de 20 lotes en poder de 16 propietarios quienes en total compraron 532 hectáreas y 10 áreas de terreno (anexo 1.7). Entre ellos sobresale la Sra. C. Bradley con 5 propiedades y 118 hectáreas y 7 áreas; mientras, en Mayabe, seis colonos adquirieron 8 propiedades ascendentes a 192 hectáreas y 53 áreas de terreno, sobresaliendo W. Reyner con tres lotes y 150 hectáreas (anexo 1.6).

    Otro grupo de propietarios estaba relacionado con la compra de minas (anexo 1.4). Estos se dedicaban a adquirir terrenos para la explotación de minerales como el oro y el manganeso. Aparecen registradas un total de 4 297 hectáreas de terrenos repartidas en 25 propiedades, en su mayoría adquiridas durante el período de la primera ocupación militar. Entre estos propietarios se destacan William Carleton a cargo de las minas Los Angeles, Buenavista, Carlos, Carleton, La Esperanza y Santa María, ubicadas en Majibacoa; el señor F. S. Pfeifer, dueño de las minas denominadas Angeles 2, 5 y 7 en el barrio de Almirante; por su parte, The West Y. Mines Ltd adquirió las minas Erin y Sheyla en Auras, entre otras posesiones mineras. Estas propiedades fueron anteriores a las transacciones realizadas posteriormente para la adquisición de las minas de Felton, Nicaro y Moa en el nordeste de la actual provincia de Holguín.

    Las fincas urbanas adquiridas se concentraban en Antilla y Holguín con 32 y 15 propiedades, respectivamente. En Antilla proliferaron las adquisiciones realizadas por The Cuba Company, The Royal Bank of Canada (que operaba también con capital norteamericano) y The Cuba Railroad Company; así como varios comerciantes individuales entre los que se destacaron George Baylis, con cuatro terrenos adquiridos en la calle Miramar. En esta misma vía también compraron terrenos en áreas urbanas Edwin James Sharon y Clarence D. Moore, entre otros. Mientras tanto, en Holguín se registraron propiedades urbanas a nombre de Samuel W. Douglass, Sherman Harris, John Smith, Lida Watson Montgomery, M.J. Bwak y también una propiedad a nombre de The Cuba Company y otra de la Junta de Misiones Extranjeras (19).
En una muestra selectiva realizada a 98 compraventas, tanto de compañías como de colonos, se reflejan una serie de rasgos comunes a los vendedores de la tierra. Se trataba de haciendas y sitios de labor en muchos casos adquiridos a raíz de los deslindes comuneros, de las familias que tenían “pesos de posesión” invertidos en dichas haciendas, aunque no las habitaran necesariamente. Al realizarse los deslindes y obtener la propiedad de la parte correspondiente se les facilitaba a los dueños vender las fincas, mediante la venta de los pesos de posesión. Algunas de las haciendas deslindadas se ofrecieron a miembros del ejército libertador o en su lugar a las viudas de los que habían caído en combate o habían fallecido por alguna u otra razón. En ocasiones, al adquirir las tierras no podían atenderlas o no estaban interesados en el fomento de las mismas, sobre todo cuando se trataba de familias que ya tenían finca propia u otros medios de subsistencia. Por eso, en un buen número de casos la descripción de los lotes de tierra vendidos muestra el estado de abandono y la falta de tratamiento cultural de los mismos, tal como el que se describe a continuación:

“ La Sra Cristina Garcell y Peña, natural de Holguín, vende para siempre a la Compañía Azucarera de Chaparra; representada en este acto por el Sr. Mario García Menocal, el sitio de labor “El Corojito”, cuya extensión es de dos caballerías de tierra, sin casas, cercas, ni labranzas y al amparo de tres pesos cuarenta y dos centavos de posesión de la hacienda deslindada de San José de las Nuevas, con todos sus derechos, usos y pertenencias, por precio y cantidad de mil veinte y seis pesos oro del cuño español” (anexo1.1).

Llama la atención el número de mujeres que vendía los pesos de posesión de las fincas que le fueron otorgadas por la contribución de sus cónyuges a la gesta libertaria. Sin embargo, en éstas se manifestó la tendencia a vender los pesos de posesión adquiridos al deslindarse las haciendas, tal vez como solución emergente para mejorar las condiciones de vida mediante la entrada de buenas sumas de dinero porque hay que considerar que si bien las compañías norteamericanas adquirieron tierras a precios bajos, los propietarios cubanos y españoles que tenían legalizada la propiedad de la tierra no accedieron con facilidad a ofrecerla a precios irrisorios; por el contrario, la tendencia, según lo prueba la lectura de muchas de estas transacciones, fue vender a precios aceptables para la época y en algunos casos bastante altos, si se tiene en cuenta que dos mil pesos en moneda americana era entonces una pequeña fortuna.

    Como consecuencia de las compraventas de tierra surge o se consolida en la región un nuevo tipo de industria, en el área del azúcar y la minería, sin precedentes comparables con la existente en la época colonial. Para 1913, las primeras cinco fábricas azucareras norteamericanas en activo en esa fecha, esto es, los centrales Boston, Preston, Chaparra, Delicias y Manatí contaban en su haber con más de 13 mil caballerías de tierra y exportaban a los Estados Unidos prácticamente toda su producción. De este modo quedó consolidado el régimen del latifundio plantacional donde prácticamente no se conocía y se impuso el monocultivo azucarero. La producción agrícola doméstica quedó acorralada por el cerco que le tendió el gran latifundio plantacionista azucarero y las relaciones con el mercado mundial se concentraron en un solo punto: Estados Unidos.

    El azúcar pasó a centrar las exportaciones del área hasta convertirse en fuente económica básica en torno a la cual comenzó a articularse un sistema de relaciones sociales y culturales totalmente inédito en la región. En 1921, seis centrales azucareros de compañías norteamericanas poseían ya un total de 26 200 caballerías de tierra lo que denota la expansión de esta industria con el latifundio como acompañante. La contracción que sufrió el capital norteamericano en la industria azucarera de Cuba a principios de la década de 1930 no se verificó en la región; más bien se percibe una estabilidad e incluso un incremento de esta industria en poder del capital de los Estados Unidos en el territorio, hasta su nacionalización por el gobierno revolucionario en el año 1960.
    La extracción de minerales impulsada por el capital norteamericano se abrió paso desde la primera década del siglo XX a través de la Betlehem Steel Corporation amparada en el empresariado judío de Nueva York, quien se encargó de financiar las operaciones de la Spanish American Iron Company para la activación de las minas de hierro y manganeso en Mayarí, e instalar la primera planta para la extracción y el tratamiento de minerales en 1909, así como un puerto y su respectiva comunidad laboral en Felton. Esta infraestructura así como las subsiguientes construidas en las décadas de 1940 y 1950 por otras entidades empresariales, tributarán directamente su producción al mercado de los Estados Unidos, convirtiéndose en fuentes de abastecimiento de materias primas del naciente complejo militar industrial.

    Los modernos enclaves disfrutaban, en tanto unidades económicas autónomas, de ciertas prerrogativas. Sus administraciones podían seleccionar la fuerza laboral, realizar despidos, paralizar o disminuir la producción e incluso cerrar las fábricas - como sucedió en Nicaro en 1947, tras finalizar la Segunda Guerra Mundial - si esto fuera conveniente a la empresa, sin tener que adscribirse a los intereses nacionales en los cuales se insertaba el enclave ni recibir órdenes de los gobiernos locales. Contaban con amplias facultades de acción en el orden económico, social, jurídico y laboral. Su funcionamiento y sus decisiones dependían de lo que emanara de las cabeceras de esas empresas, por lo que se trataba de enclaves en el sentido recto del término.

Cambios en el medioambiente, las tecnologías, el transporte y las comunicaciones.

    La irrupción de una cultura industrial en un territorio bajo predominio de la cultura rural ocasionó una serie de modificaciones en el entorno natural. La cultura campesina, basada en la producción agrícola, carecía de los instrumentos y las técnicas necesarias para una transformación del medio físico. El paisaje natural a fines del siglo XIX debió haber sido bastante parecido al que encontraron en el siglo XVI Diego Velásquez y su hueste de conquistadores. Sin embargo, la incorporación de una cultura material con una base científico- técnica más avanzada trajo consigo una modificación vertiginosa del marco ecológico. Los enclaves económico- industriales modificaron y en casos específicos pulverizaron una parte importante del entorno ambiental tradicional que hasta entonces había permanecido inamovible dada la incapacidad de la cultura agraria para lograrlo.

    Los centrales azucareros requerían de toneladas de leña para ser empleada como combustible en tiempos de molida, razón por la cual se talaron miles de hectáreas de áreas boscosas. Solo en la zafra de 1913 el central Delicias empleó 7 320 toneladas de este combustible complementario; por su parte, el Preston utilizaba 4 000 toneladas también en dicha zafra (20). La región poseía una de las áreas boscosas más importantes del país pero ésta fue calcinada y convertida en fuente de energía en los primeros quince años del siglo XX, cuando todavía las compañías azucareras estadounidenses no se habían decidido por el uso de la energía eléctrica para apoyar la producción azucarera. La primera planta eléctrica local con estos fines, Chaparra Light & Power Company, no comenzaría a prestar servicios hasta 1916.

    La fundación de poblaciones y puertos, el trazado de caminos y líneas de ferrocarril, el montaje de industrias y la conversión de tierras vírgenes en interminables campos de caña acabaron por desvirginizar el marco físico de la región norteoriental de Cuba. Las compañías norteamericanas prácticamente crearon otro paisaje, que es el que ha llegado hasta hoy.

    Dichas transformaciones se hacían respaldar en la revolución agrícola norteamericana que había tenido lugar entre 1860 y 1910, caracterizada por la introducción de maquinarias en la agricultura, la industria y los sistemas de transporte, aunque abarcó también la aplicación de métodos científicos en el tratamiento de la tierra y la educación del agricultor. Después de 1890 la producción agrícola de los Estados Unidos recibió un fuerte impulso con la aplicación de tales adelantos. Desde sus colegios agrícolas y estaciones experimentales llegó un flujo de información sobre análisis del suelo, empleo de fertilizantes, experimentos para lograr nuevas razas de ganado mediante cruzamientos, control de plagas y enfermedades, entre otras (21). Como consecuencia, se ampliaron las tierras y áreas de cultivo, creció la producción y el rendimiento agrícola e industrial, aumentaron las cosechas y creció la masa ganadera. Parte de estos resultados lo trajeron las compañías y colonos norteamericanos y los aplicaron en beneficio propio, aunque también se originó una transferencia que fue asimilada por los productores cubanos.

    Los medios de producción se hicieron acompañar del desarrollo tecnológico de la época, tanto en los instrumentos de trabajo como en la industria y el transporte, a lo que se agrega un tipo de organización laboral respaldada por la experiencia del capitalismo norteamericano. En el territorio estos indicadores se encontraban bastante atrasados, incluso por debajo de otras regiones de Cuba donde la economía de plantación había cobrado un vigoroso impulso a lo largo del siglo XIX con el consiguiente incremento de inversiones en la industria y el transporte, especialmente en La Habana y sus alrededores, Matanzas y la región central de la Isla.

    De todos modos habrían de pasar varios años antes de alcanzarse la modernización tecnológica. El factor más estimulante para la realización de estas transformaciones sería el alto precio alcanzado por el azúcar después de iniciarse la Primera Guerra Mundial, período en el que se consolidaron los intereses norteamericanos en la región. A partir de 1919 se incrementaron las inversiones. En 1920 se estimaba la posibilidad de invertir en Antilla más de 30 millones de dólares hasta 1923 (aunque no se verifica que hubiera llegado a realizarse); mientras, en Banes y Preston la United Fruit Company se proponía invertir 7 millones para ampliar el ferrocarril, construir nuevos edificios y extender sus propiedades agrícolas (22). La acumulación de plusvalía facilitó que una parte de la ganancia se dedicara al mejoramiento de los enclaves con la finalidad de fortalecer la producción y estimular la productividad así como crear mejores condiciones sociales y culturales de vida a los técnicos y obreros calificados, piezas estratégicas en estos organismos económicos. De esta forma, la construcción de nuevas viviendas, un cine o una escuela alcanzaría un marcado carácter práctico- funcional.

    Durante ese tiempo, los norteamericanos impusieron una rígida disciplina laboral, cuyas reglas y exigencias debían cumplirse cabalmente durante la jornada de trabajo, bajo la constante observación de administradores, jefes de departamentos, técnicos o capataces, con el fin de explotar al máximo y con la más alta eficiencia, la productividad del trabajador. Era de estricta obligación la puntualidad y la inviolabilidad del horario laboral, cumplir con las normas técnicas de producción, solucionar con creatividad y rapidez los problemas que fueran de la competencia del hombre, así como darle un seguimiento riguroso al control de la calidad del producto terminado y a la organización laboral. Las violaciones o las indisciplinas se pagaban casi siempre con la expulsión del trabajador o la remisión a un puesto de menor categoría y salario. Por el contrario, los más eficientes y productivos recibían como estímulos mejoras en la escala salarial, el pago de primas, el traslado a un puesto superior y otras compensaciones, entre ellas viajar a los Estados Unidos por la propia empresa a través del ofrecimiento de becas y cursos de calificación. La existencia de un ejército de desempleados en espera de un puesto de trabajo garantizaba el estricto cumplimiento de las normas laborales.

    Las transformaciones se hicieron sentir en los medios técnicos, los sistemas de transporte y las comunicaciones. En 1918 la United Fruit Company en Preston comenzó a experimentar el uso de ruedas Caterpillar para carretas de caña y después de evaluar los primeros resultados ordenó la compra de equipamiento en esta esfera. También desde ese año la empresa había iniciado el tiro de la caña con el uso de tractores, convirtiéndose en una de las primeras compañías norteamericanas en introducir este medio de tracción si se tiene presente que en 1921 solo se vendieron en Cuba 12 tractores agrícolas procedentes de los Estados Unidos, valorados en $ 24 951 pesos (24). Algunos tractores ya habían sido adquiridos por granjeros norteamericanos en Isla de Pinos para la preparación de tierras dedicadas al cultivo de la piña, los cítricos y vegetales. Firmas comerciales norteamericanas establecidas en el país se interesaron en la comercialización de tractores, pero para entonces aún no se había extendido en Cuba el uso de este medio en la agricultura, sobre todo por el costo y la carencia de accesorios de repuesto. A principios de los años veinte la UFC adquirió los primeros tractores Caterpillar con ruedas de estera, sustituidos por el International Haverster a partir de 1953 (25) así como carretas Caterpillar. En Antilla llegó a montarse una fábrica de grúas marca “Fernández” y “Oliver” que fueron utilizadas por los ingenios de la zona, entre ellos el Preston. Eran grúas de madera, de brazo fijo, para alzar la caña, pero también se introdujo la grúa norteamericana “Fairbanks” (26). Estos medios técnicos se generalizaron en la región, sobre todo en la agricultura cañera. También desde 1921 la UFC adquirió autos, jeeps y camiones para mejorar su sistema de transporte. En algunos centrales, como el Preston, llegaron a habilitarse talleres para la fabricación de carretas. En ese mismo Central se puso a prueba en 1920 una máquina cortadora de caña inventada por John A. Paine, diseñada para cortar 60 toneladas de caña en una hora, pero el ensayo fracasó (27). La máquina pesaba más de 5 toneladas y aplastaba los plantones de caña. Si esta invención hubiera tenido éxito tal vez cientos de braceros hubieran quedado sin empleo en el conocido latifundio.

    La estabilidad que gozaron estos enclaves permitió la continua rehabilitación y perfeccionamiento del parque tecnológico. Las empresas más poderosas, entre ellas la UFC , mantuvieron una actualización tecnológica permanente (28) como medio para conjurar las crisis económicas y hacer más rentable la producción. Esta empresa introdujo el sistema de tabulación IBM en la década de 1950. En Preston llegó a montarse una sala de máquinas de gran tamaño, con capacidad para realizar operaciones matemáticas complejas, convirtiéndose en uno de los antecedentes de la computación en Cuba.

    Una de las transformaciones fundamentales ocurrió en los medios de transporte. Durante la colonia, los trapiches e ingenios contaban con carretas tiradas por bueyes como única opción, a excepción de los centrales San Manuel y Santa Lucía que lograron desarrollar el ferrocarril de vía estrecha hasta los puertos de Puerto Padre y Vita, respectivamente, a inicios de la década de 1880. Las principales compañías azucareras norteamericanas impulsaron dos importantes medios de transporte que hasta entonces no habían alcanzado una importancia relevante en el territorio norteoriental: el ferrocarril y el transporte marítimo. Prácticamente no quedó ninguna compañía azucarera estadounidense que no realizara inversiones en los ferrocarriles para el servicio interno de cargas y de pasajeros. Al adelantado plan de Van Horne que llevó el ferrocarril central hasta Santiago de Cuba, le siguieron otras inversiones en la rama ferroviaria en la región, protagonizada por estas empresas. Las nuevas líneas de ferrocarril rompieron en parte con el aislamiento de la región ya que facilitaron una mejor conexión económica y social entre distintas comunidades. La comunicación terrestre local se realizaba a través de los caminos de hierro hasta bien avanzada la república. De una u otra forma, todos los ferrocarriles de la región, excepto el de Holguín- Gibara, concluido en 1893, nacían o morían en alguna propiedad norteamericana. La población del territorio empleaba necesariamente este medio de transporte dada la inexistencia de otras vías y medios que no fueran los caminos vecinales, en pésimas condiciones, el caballo, la carreta y el carretón; y por mar pequeñas embarcaciones de cabotaje. El transporte marítimo, bastante activo desde el siglo XIX, conectaba a Gibara con otros puntos de la Isla como Nuevitas, La Habana , Mayarí, Baracoa y Santiago de Cuba. El ferrocarril central permitió una mejor comunicación de toda la región oriental y camagüeyana con el resto de la nación y el ramal Alto Cedro-Antilla abrió una nueva puerta marítima tras la fundación del puerto de Antilla en 1907 (29). También la terminación del ramal ferroviario Cacocum-Holguín en 1905 permitió que la municipalidad holguinera comenzara a utilizar el nuevo puerto para la exportación e importación de mercancías y, con este paso, tanto el ferrocarril como el puerto de Gibara recibirían un duro golpe

    Las compañías que realizaron mayores inversiones en los ferrocarriles de la región fueron la Cuban American Sugar Company, que hacia 1930 había tendido 365,5 km en Puerto Padre y Holguín; y la UFC , que desde antes de 1914 había construido 283 kilómetros de vía estrecha en los municipios de Banes y Mayarí,. Le seguían en ese orden las líneas férreas de los centrales Cupey y Alto Cedro con 57 y 34,1 kilómetros de vía ancha (30). En 1914 la Manatí Sugar Company inició el trazado de su propio ferrocarril para enlazar el subpuerto de embarque de azúcar con la ciudad de Las Tunas y el ferrocarril central (31). Sin embargo, algunas promesas de la Cuba Railroad Company de garantizar un ferrocarril entre Holguín y Mayarí y otro de Holguín a Banes quedaron en el proyecto. El enlace de los nuevos caminos de hierro con la línea del ferrocarril central contribuyó a una mejor comunicación de las comunidades del norte del oriente cubano con las demás poblaciones del país y significó un paso hacia delante en comparación con el estado que presentaba la región antes de iniciarse el siglo XX en materia de comunicaciones y transporte, aunque el grueso de estos servicios quedaron bajo el control administrativo norteamericano.

    La creación de una infraestructura portuaria financiada por las compañías estadounidenses en la región generó una dinámica mercantil con un sensible incremento de la navegación entre el área y los Estados Unidos, fundamentalmente. A través de esta red portuaria se establecieron contactos regulares con los puertos norteamericanos de la costa atlántica, con mayor frecuencia que con los propios puertos cubanos, aunque también se incrementó el movimiento marítimo de cabotaje. La llamada “Flota Blanca” de la UFC mantenía a sus asentamientos de Banes y Nipe en permanente comunicación con Nueva York y Boston y con los demás enclaves de esa transnacional en el Caribe. A un banense o a un nipeño les era más fácil llegar a Norteamérica o a la América Central por vía marítima que a la propia capital de la Isla.

    Otro de los medios de transporte que irrumpió en el área ya en la década de 1930 fue la aviación civil y comercial. Varios enclaves norteamericanos llegaron a contar con pequeños aeropuertos o pistas de aterrizaje. En 1938 desde Antilla salían tres vuelos semanales a Miami, y una de las rutas aéreas de los Estados Unidos a América del Sur hacía escala en esta pequeña ciudad, los miércoles, viernes y domingos. Antilla devino uno de los centros principales del tráfico aéreo en Cuba. Las rutas Habana-Guantánamo, Habana-Santiago y Habana-Baracoa hacían escala de ida y regreso en Antilla, desde antes de 1940 (32). La UFC tenía su propio aeropuerto en Preston, cuya pista de aterrizaje fue ampliada en 1947 a 1 220 metros (33). Además de estas localidades también llegaron a contar con pequeños aeropuertos privados otras comunidades como Cayo Mambí, Manatí, Nicaro y Moa.

    A fines de la década de 1930 centrales azucareros como Alto Cedro, Chaparra, Manatí y Preston, entre otros, contaban con la red telefónica de la Cuban Telephone Company, lo que permitía la comunicación telefónica internacional y en especial con sus matrices en Estados Unidos. 


    Las colonias agrícolas y los colonos independientes norteamericanos ejercieron su influencia en la agricultura de la región, aunque su impacto económico y tecnológico fuera menor que aquel que dejaron las entidades azucareras y mineras. En otras partes de Cuba, como la Isla de Pinos, los agricultores norteños hicieron aportes en el cultivo de los cítricos con una finalidad comercial; introdujeron distintas variedades de toronjas y naranjas que todavía se cosechan, contribuyendo a definir uno de los perfiles económicos de esta zona de Cuba, al convertirse el cítrico en uno de los principales renglones de exportación de la Isla de la Juventud hoy día. Pero en las zonas de Omaja y Bartle las plantaciones de toronjas y naranjas fueron coyunturales y la huella de este cultivo fue menor. Los colonos de Isla de Pinos no sufrieron el asedio de las plantaciones azucareras que tuvieron que enfrentar los granjeros de Omaja y Bartle, quienes fundaron ambas colonias en zonas cada vez más potenciadas por la industria azucarera, por lo que se vieron ante la disyuntiva de desviar su atención hacia la caña y la ganadería. Se conoce de las intenciones de los norteamericanos de Omaja por construir un central azucarero; en Bartle ocurrió algo parecido; allí llegó a fundarse la Cuba Bartle Sugar Plantation Company. Su presidente, Mr. Nikelson guardaba el propósito de construir un ingenio para el cual se compró alguna maquinaria aunque la idea fracasó. Esta compañía poseía un área de 544 caballerías que en 1926 vendió a The Bartle Antilla Co (34).

    En 1909 Jesse N. Crosby , aprovechando la riqueza forestal de la región, construyó en Bartle una fábrica de cabos para herramientas, única de su tipo en Cuba. En 1914 se levantó en el poblado uno de los más grandes aserraderos de la Isla , especializado en fabricar distintos artefactos de madera. Ambas fábricas manufactureras se mantuvieron en activo durante casi toda la república neocolonial y su producción llegó a comercializarse en distintas partes del país.

    De una región afectada considerablemente por las guerras de independencia, con una economía en estado precario, apenas con un imperceptible asomo de desarrollo azucarero, el territorio norte-oriental de Cuba pasó a convertirse, por el valor de sus recursos naturales, en un área de interés creciente para los Estados Unidos de América. De ahí que las nuevas industrias amparadas en este capital, se vieron en la necesidad de renovar y activar los medios de producción para hacerlos más competitivos, principalmente en equipamientos tecnológicos; desde entonces las relaciones de producción adquirieron un carácter capitalista más definido y trajeron, en función de los cambios operados en la estructura, una modificación ostensible de la composición étnica, social y clasista de la región.

    En comparación con el legado colonial, las inversiones norteamericanas fueron asumidas como una expresión del progreso, en especial por aquellos que se beneficiaron de ellas, en un territorio que hasta entonces se había mantenido prácticamente al margen de las inversiones extranjeras. Aunque el desarrollo de las fuerzas productivas ocasionó cambios de diversa índole en relación con el estado ruinoso en que se encontraba la región antes del año 1900, la condición de enclaves determinó que los cambios se manifestaran solo en el interior de los mismos y que sus beneficios no fueran visibles en el resto de la región y mucho menos que pudieran llegar a la población que vivía al margen de estas entidades socioeconómicas.

    La resultante vendría a ser la creación de algo parecido a un estado dentro de otro estado, con las respectivas diferencias y distancias tanto en lo material como en lo social y lo cultural. En consecuencia, emergieron diferentes formas de resistencia social, cultural y política, unas veces protagonizadas por la opinión pública, otras por la clase obrera, principalmente por los sindicatos azucareros y los de ferrocarriles y minas, y por una naciente y creciente intelectualidad nacionalista, integrada fundamentalmente por educadores, médicos, abogados, periodistas y otros profesionales, quienes a través de revistas, periódicos y clubes sociales, levantaron sus voces con acento crítico hasta llegar a asumir en determinados momentos posiciones antimperialistas. Figuras políticas como Felipe Fuentes o poetas como Luis Augusto Méndez, encabezarían el protagonismo de lo que ha llegado a conocerse como cultura de resistencia.

Referencias:
1. De este modo se explica por qué Holguín aporta ganado y tabaco a la jurisdicción de Cuba (Santiago de), principalmente, desde fecha tan temprana, así como también tabaco a La Habana. Véase : Nicolás Joseph de Ribera.- Descripción de la Isla de Cuba. La Habana , Editorial de Ciencias Sociales, 1975; p. 108.
2. La posesión de la tierra devino fuente de identidad, en tanto contribuyó a fijar una relación de pertenencia local que luego se tornaría en un sentido de pertenencia más avanzado, dándole forma a un sentimiento de nacionalidad a partir de la identificación con un territorio patrio.
3. Véase: Archivo Museo Provincial de Holguín (AMPH). Fondo José A. García Castañeda, doc.31.
4. En la década de 1880 los ingenios más grandes como el Santa Lucía y el San Manuel contaban con la tecnología anglo-americana más actualizada de la época.
5. Archivo Histórico Provincial de Holguín (AHPH). Comunicación del gobierno sobre permiso para radicarse en Holguín un extranjero; (documento aportado al autor por el historiador holguinero Armando Rodríguez).
6. AMPH. Fondo 1700-1867, doc. 333.
7. AMPH Fondo 1700-1867, doc. 369. Véase: Manuel Moreno Fraginals.- El token azucarero cubano. [ La Habana ], Museo numismático de Cuba, s/f.
8. Archivo Nacional de Cuba. Fondo Gobierno General. Padrón municipal de fincas rústicas con separación por partidos y clases de fincas. Jurisdicción de Holguín, 1866. Legajo 266, no. 13528.
9. En la relación de dueños y arrendatarios de fincas rústicas de Puerto Padre en 1880 aparece Plá y Monje encabezando la mencionada lista con $ 60 000 pesos invertidos. Véase: AMPH. Fondo Tregua Fecunda, doc. 308.
10. Los textos más conocidos que han abordado el caso Banes y la familia Dumois han sido, entre otros, los siguientes: Ariel James.- Banes, imperialismo y nación en una plantación azucarera. La Habana , Editorial de Ciencias Sociales, 1976; Ricardo Varona Pupo.- Banes (Crónicas). Santiago de Cuba, Editorial Lex, 1930; Colectivo de autores dirigido por Oscar Zanetti y Alejando García.- United Fruit Company: un caso del dominio imperialista en Cuba. La Habana , Editorial de Ciencias Sociales, 1976.
11. Véase: AMPH. Fondo 1700-1867. Doc. 375. En la relación de buques que entraron al puerto de Gibara en el mes de mayo de 1856 se reporta un total de 17, con bandera española, inglesa y norteamericana; en el doc. 376 se reportan 16 entradas, de ellas 15 de buques españoles y 1 norteamericano y 18 salidas, de ellas 16 de barcos españoles, 1 inglés y 1 norteamericano. El doc. 382 hace referencia a 6 entradas en el mes de junio, de ellas 1 procedente de Nueva York y 4 salidas, de estas últimas 2 a Nueva York.
12- Véase: Portafolio Azucarero. La Habana , 1914; p. 316-358.
13. Véase: Benito Celorio.- La Hacienda Comunera. La Habana , 1914 y Violeta Serrano.- La hacienda comunera; en: Economía y Desarrollo no. 39, enero-febrero, 1977 p. 108-131.
14. Véase: AHPH. Fondo Alcaldía y ayuntamiento 1879-1894. Tesorería (Fincas Rústicas) Fondo 70. Libro Índice de Fincas Rústicas.
15. A principios del siglo XX estas propiedades de la Atlantic Fruit Company se dedicaron a las plantaciones de banano en la zona de Sagua de Tánamo.
16. En realidad se trataba de colonias multiétnicas ya que no estaban constituidas exclusivamente por norteamericanos sino también por otros extranjeros como canadienses, ingleses y alemanes, entre otros.
17. Las cifras no son absolutas pues la UFC tiene otras propiedades en Banes, como es el caso de Mano de Pilón donde en 1901 compra 13 ha y 42 a de terrenos, así como en Mayarí.
18. El estado ilegible de algunas transcripciones impide arribar a exactitudes en cuanto a la extensión física real de estas propiedades de modo que los datos son aproximados.
19. Véase: AHPH. Fondo Alcaldía y ayuntamiento 1879-1894. Tesorería (Fincas Rústicas) Fondo 70. Libro Índice de Fincas Urbanas.
20. Véase: Portafolio azucarero, edic. cit; p. 320 y 322.
21. Véase: Harold Underwood Faulkner.- Historia económica de los Estados Unidos. Buenos Aires, 1957 ; pp. 413-441; Freman R. Butts y Lawrence A Cremin. Historia de la educación en la cultura norteamericana. Buenos Aires, Editorial Bibliográfica Argentina, 1953 ; pp. 309-310.
22. Informe de Joseph F. Buck, vicecónsul norteamericano en Antilla, en: The Cuba Review. Vol. XVIII. Noviembre, 1920, no. 12; pp. 17-19.
24. Véase: The Cuba Review. Vol. XX. Abril, 1922, no. 5; pp. 18-19.
25. Véase: Archivo personal de Victor M. Urbina. Inventario UFC. División Preston. Tecnología.
26. Las grúas tenían un costo aproximado de 2 392 pesos entre 1922 y 1957. La incorporación de tecnologías para la agricultura se hizo más acelerada en las décadas de 1940 y 1950. Las motoniveladoras Cartepillars (1950), el Bulldozer International Haverster (1959), el arado International Haverster para tractores (1952, 1954 y 1956), entre otros equipos, fueron adquiridos por las compañías azucareras norteamericanas durante esa etapa, así como también por compañías azucareras cubanas.
27.Véase: The Cuba Review. Vol. XVIII. Julio, 1920, no. 8; pp.30-31. El ingeniero Víctor M. Urbina afirma que esta cortadora de caña y otras que se ensayaron en los campos de la UFC no dieron el resultado esperado y ninguna rebasó la fase experimental. Entrevista: Central Guatemala (antiguo Preston), 15 de febrero de 1988.
28. Véase: Ariel James. Banes, imperialismo y nación en una plantación azucarera. La Habana , Editorial de Ciencias Sociales, 1976; p. 157.
29. En 1907 The Cuba Company presentó al Ayuntamiento de Holguín, para su aprobación, el reparto de solares de una nueva población que proyectó con el nombre de “Antilla”. El gobierno municipal de Holguín puso en conocimiento del asunto al gobierno provincial por no existir ninguna ley que le confiera tomar una decisión al respecto. Luego, el gobierno provincial le concedió la autoridad al ayuntamiento holguinero significándole que la compañía debía presentar junto con el proyecto, un plano con el número de manzanas y solares, entre otras solicitudes, dando lugar así a la fundación de Antilla. Véase: Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba. Fondo Gobierno Provincial. Fundación de poblaciones. Año 1907. Legajo 659, exp. 13.
30. Anuario Azucarero de Cuba, 1938, p. 76.
31. The Cuba Review. Vol. XII, marzo, 1914, no. 4, p. 14.
32. Anuario Azucarero de Cuba, 1938; pp. 59-A y 42.
33. Véase: Archivo personal de Victor M. Urbina. Central Guatemala. Inventario UFC, División Preston.
34. José Guillermo Montero Quesada.- Bartle desde sus orígenes hasta 1936. Holguín, 1989. Inédito.

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OTROS ENLACES DE INTERES:  

Genealogía de la familia Dumois de Banes.












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