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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

30 de mayo de 2016

COLON Y GIBARA



Desmesura gigantesca, (y sin anestesia para que el dolor fuera insoportable), debió ser para los aruacos residentes en la costa de Cuba la llegada del Gran Almirante, con sus vestimentas de metal y las naos tan soberbias por su tamaño delante de las veloces piraguas. En mi siempre frustrado ímpetu de poner música a cada momento, creo que en el justo instante del encuentro debió escucharse música de trompetas, pero los “indios”, (se sabe!) nada más hubieran podido sonar los caracoles de voz tan bronca, si no es que se quedaron sin palabras.

Luego de arribar por la bahía de Bariay, Colón bordeó las costas hasta llegar a Gibara, lugar que sigue siendo mucho más hermoso en la nostalgia de los vecinos que en la realidad, y al que el Almirante, creyendo que la bahía era río y porque llegó martes, llamó Río de Martes, pero en  transcripciones erróneas del Diario dice Río o Puerto de Mares. Sin embargo dicho como lo dijo Colón o como lo equivocaron sus copistas, fue la exagerada la frase, queriendo el Gran Almirante engañar a las católicas majestades de España, que cejijuntas debieron leer textualmente que era el puerto descubierto “de los mejores del mundo” con sus tan buenos “aires y mansa gente”, y muy sobre todo “porque tiene un cabo de  peña  altillo” donde, si alguien daba el dinero antes y ahora tan escaso, “se puede hacer una fortaleza”[1].


“Gibara tiene algo de místico: en el ambiente de su vida moderna, en la tristeza de su descenso comercial[2], en el silencio de sus calles, flota un espíritu de dolor cristiano, dolor de ruinas jerosolimitanas; dolor que cantan con sordina, al morir en los peñascos de la costa y en las arenas de la playa, unas olas muy tímidas que llegan perezosamente, a deponer la fuerza de su origen ignoto ante las incontrastables barreras de la tierra”[3].

Llegado a Gibara ordenó el Almirante a dos de sus hombres, que sabían varias lenguas, Rodrigo de Jerez y Luis de Torres, que se adentraran en tierra firme con un mensaje para el Gran Khan, creyendo u obligándose a creer que había llegado a las Indias. 

Después de cinco siglos, nadie sabe a ciencias ciertas dónde fue que llegaron los embajadores y si entregaron o no el mensaje.

Pero tan urgidos estaban (y estamos) los holguineros de figurar en el mapamundi que doscientos años después dijeron los historiadores que los enviados por Colón vinieron a El Yayal, origen remoto de la ciudad de Holguín. Solo que no pudo ser que los dos hombres llegaran a un lugar que entonces no existía. Adonde sí pudieron llegar fue a Ochile, pueblo aborigen ubicado en la cúspide de la loma  que, según la arqueología, fue el asentamiento originario del que tomó García Holguín o quien fuere, (si es que no fue el capitán extremeño, como aseguran algunos historiadores actuales que nos desacomodaron la historia por tantos años creída)… en fin y al fin: fue en Ochile de donde ese alguien que posiblemente debemos llamar Conquistador X tomó a los aborígenes que luego trasladaron a la base de la misma elevación, originándose con la mudanza, el sitio de transculturación o encomienda que se llama El Yayal. 

(Se le avisa a los lectores que el autor de este post es holguinero y por tanto, deseoso también de que su tierra figure en los mapas, por lo que no deben creer absolutamente que fue a Ochile adonde llegaron los embajadores de Colón; no por las distancias). 

Dejó escrito el Almirante que sus enviados caminaron doce leguas al sur del Puerto de Mares; veinticuatro de ida y vuelta por en medio de una selva tupidísima, dice.

Y porque estaba esperando a sus embajadores, dice el Almirante, fue por lo que demoró tanto en Gibara, (una semana), aunque el  historiador Francisco Pérez Guzmán cree que fue porque se solazaba el genovés (que tampoco se sabe si era de Génova), con una india de carnes turgentes y del color de la hoja seca del tabaco, aunque no podía saber Colón cómo era el color del tabaco hasta que no regresaran los enviados sin noticias del Emperador de la China pero, alborozados porque acaban de ver a los aborígenes fumando.

¿Demoró el Almirante una semana con la indita? Bien pudo hacerlo, que para eso era Almirante, pero claro que no le iba a decir a la católica reina Isabel. Lo que dijo fue que una semana demoraron sus carpinteros en carenar las naves usando para ello las tan buenas maderas que encontró en Gibara. Y tampoco es como para dudar de esa afirmación. Pero si en verdad sus embajadores caminaron veinticuatro leguas por entre la más pura selva virgen para ir y volver del lugar que sea que fueron, debieron demorar el tiempo de aquella bendita semana.  

Miguel Ángel Esquivel Pérez y Cosme Casals en el libro que escribieron[4] dicen que dijo a ellos en comunicación personal el arqueólogo Dr. José Manuel Guarch, que el lugar visitado por los embajadores colombinos debió ser el cerro de Yaguajay, donde existió una gran concentración de asentamientos aborígenes. Si eso es cierto quedan muchas interrogantes por responder, ¿Yaguajay está al sur de Gibara?: No. Y si fueron a Yaguajay ¿por qué los embajadores no emplearon para ir y volver las embarcaciones aborígenes como lo hicieron con posterioridad Pánfilo Nárvaez y sus subordinados para trasladarse desde el norte de Las Villas hasta Puerto Carenas?. 

Jérez y Torres se intrincaron “tierra adentro”, dijeron, y, no dijeron nunca que hayan visto el mar desde el lugar que visitaron, y se sabe que desde cualquier punto del cerro de Yaguajay se ve o se percibe el mar. 

Pero los muy “descubridores” no hablaron con claridad del lugar al que fueron y sí, siempre alborozados, hablaron de  que “iban siempre los hombres con un tizón en las manos (cuaba) y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas (cojiba) metidas en una cierta hoja seca también a manera de mosquete, y encendido por una parte del por la otra chupan o sorben, y reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así diz que no sienten el cansancio. Estos mosquetes llaman ellos tabacos”[5].


[1] Pichardo, Hortensia. Capitulaciones de Santa Fe.  Relación  del     primer viaje de Colón. Compilación. p. 28
[2] Para comprender la ruina de Gibara se puede consultar: Vega Suñol, José. Norteamericanos en Cuba. Estudio Etnohistórico. Fundación Fernando Ortiz. La Habana 2004
[3] Eva Canel. Lo que vi en Cuba (A través de la isla). Habana Imprenta y papelería La Universal 1916  pp.  279-280 
[4] Esquivel Pérez, Miguel Ángel y Cosme Casal Corella. Derrotero de Cristóbal Colón por la costa de Holguín, 1492, Ediciones Holguín, 2005.
[5] Anotación hecha por Colón en su Diario, el día 6 de noviembre de 1492.

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