Por: José Luis Serrano Serrano.
Yo soy puro accidente del destino,/ un peregrino, como el amor./ Me paso todo el tiempo revisando/ cada cuartilla del corazón.
Un trovador es una bestia metafísica. No podemos a ciencia cierta calificarlo ni como músico ni como poeta, aunque ambos misterios delimiten su inquietante y hasta peligrosa indumentaria.
Un tanto irreverente abrazo el mundo,/ a veces fundo, a veces no./ Parece que no encuentro nunca nada/ pero renazco en cada dolor.
El poeta asegura que los versos del trovador son piltrafa sin el acompañamiento de su guitarra. El músico reconoce a duras penas que algo habrá de armonioso en la tonadilla musitada por el trovador.
De pez a pescador sólo imagino/ un breve filo, punta de arpón./ Como todo mortal me contradigo/ pero exigiendo la salvación.
Poeta y músico están en lo cierto. Ambos añoran secretamente convertirse en bestias metafísicas. Fernando Cabreja es uno de esos contados monstruos capaces de conmover y exultar a un mismo tiempo. La extraordinaria desnudez con que Fernando arropa sus esperanzas y zozobras hace que sus canciones lleguen a la médula.
Canta desde tu ventana/ sueña al lado de tus hijos,/ cuando todo coincida, ay/ cuando lo malo coincida.
“Cantor de la familia” le llamó Silvio Rodríguez. Así lo dejó escrito el autor de Unicornio sobre aquella desvencijada guitarra con que Fernando, en el año 1989, cantaba:
“Lluvia, qué nube te parió esa madrugada/ que me encontraste sólo con mi amada/ tendido en una hoja/ como cama.”
Fernando Cabreja es, no quepa la menor duda, el autor de algunas de las mejores canciones de la Trova, así con inicial mayúscula. Raro privilegio para unos pocos elegidos que hemos tenido el venturoso albur de conocerle y escucharle.
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