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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

23 de junio de 2009

"La piel en la Memoria" Parte II

Por Rene Dayre Abella

En esa piel de la memoria Banes está grabado indeleblemente como el mágico Jedefriff maletiano. Es un recóndito espacio donde me interno muy a menudo a reflexionar sobre tantas cosas y son tantos los recuerdos que me asaltan que me obligan a escribir las más deshilvanadas líneas como ejercicio catársico y al final saco fuerzas de mi interior y vuelvo a la realidad un poco más equilibrado. Recorrer las calles del pueblito de la mano de mi padre para visitar a su hermana Ernestina era todo un acontecimiento esperado ansiosamente por mí durante días. Mi tía vivía en el Barrio Americano o La Compañía, como también llamaban los banenses a esos predios.

Después de visitar a tía Ernestina papá me llevaba a los almacenes de La United Fruit Sugar Company (LaCompañía) a comprar fruta enlatada y otros artículos. No olvido los melocotones californianos en almíbar EL MONTE que todavía disfruto y unas galletitas María de marca SIRE, de las cuales nunca he vuelto a saber nada. Había un detalle muy curioso en nuestro paseo que no quiero omitir porque tal vez algún banense que me lea lo recuerde. A unos pasos del viejo almacén se encontraba la estación ferroviaria de los Dumois. Hasta allí no llegaban los trenes porque pienso que las vías no soportaban mucho peso u otro detalle técnico que ignoro y sólo circulaban los gas-cars o gascares como les llamábamos usualmente. Bueno, justo en la estación ferroviaria se ponía un hombre cada tarde a vender naranjas. Usaba un ingenioso artilugio que nunca volví ver en toda mi vida. Era una especie de maquinita de hierro con dos pinchos para sostener o agarrar la naranja y luego le daba vueltas a una manigueta e iba pelando la naranja en espiral. Al final cuando te entregaba la naranja esta tenía la forma, más o menos, de un trompo. El señor cobraba un medio (cinco centavos) por un par de naranjas. Creo que no he vuelto a disfrutar unas naranjas tan dulces y tan perfectamente peladas como las que vendía aquel señor. De regreso a casa era una parada obligada llegarnos al Café de Los Chinos a merendar. Aunque yo más bien prefería La Gibareña de Pepito Aguilera. Allí se me iban los ojos contemplando las exquisiteces que mostraba Pepito en sus vidrieras refrigeradas. Uno de mis dulces favoritos – en México decimos pan dulce- era el Brazo Gitano o el Cake de Frutas, acompañándolos de un refresco Orange Crush, que ya ni se ven. A pesar de estar envuelto Banes en una atmósfera típicamente bucólica. No hay que olvidar que en un tiempo le llamaron Villa de Los Pinos. Al recorrer sus calles, estrechas pero muy limpias, casi siempre se escuchaba la algarabía de los muchachos que entraban o salían de las escuelas, tornándose así en pequeño pueblo un poco bullicioso. Además los claxon o fotutos de los primitivos autos que transitaban aquellas calles contribuían también a ese ambiente bullicioso del cual hablo. La gente era amable y hospitalaria. Como pueblo pequeño todo el mundo se conocía. Cuando sucedía una desgracia todo el mundo se volvía solidario. A cada funeral que se celebrase, ya sea en la funeraria del señor Blasco a quien no sé por qué razón le llamaban La Chorra o en la privacidad de una casa mortuoria no había un solo banense que no acudiese a mostrar sus respetos a los deudos de la persona fallecida. Hoy esa costumbre ha desaparecido y en cuanto a la hospitalidad y la amabilidad que caracterizaban a los banenses, lamentablemente, también va desapareciendo.

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