Por Arquímedes de Paz y José Novoa
La campaña
de Alvarado en el Ecuador y el Perú estuvo plagada de tropiezos debido al
desconocimiento de la región, las inclemencias naturales, el hambre, las
enfermedades y las constantes escaramuzas con los nativos que debieron
enfrentar durante los varios meses de deambular por selvas, cordilleras y
pantanos. Y cuando al fin cruzaron los Andes, exhaustos y sin muchos hombres de
tropa que murieron en el intento, se encontraron con que ya había españoles en
la zona que pensaban descubrir. Eran esos los que iban con Sebastián de
Belalcazar, uno de los capitanes de Pizarro, quien diez meses antes había
fundado la villa de Santiago de Quito.
Muy pronto
llegó a Pizarro la noticia de la llegada de Almagro y su expreso deseo de
arrebatarle su descubrimiento y asimismo que la tropa de Alvarado era
significativamente superior, no obstante Pizarro decidió defenderse y envió a
Diego Almagro a enfrentar a los recién llegados.
Cuando
ambos capitanes españoles (Almagro y Alvarado) estuvieron frente a frente se
surgieron voces demandando que no se derramara sangre española.
Alvarado,
comprobando que el enfrentamiento podía resultar desastroso para ambas partes y
en pleno conocimiento de que actuaba fuera de la ley, aceptó el requerimiento
de no causar disturbios y abandonar el país en paz; no obstante el Gobernador
de Guatemala había invertido una fortuna en la empresa e, incluso, su vida
estuvo en peligro, por lo que no se retiraría con las manos vacías, por eso su
propuesta a Almagro: que le entregaría sus barcos, caballos y todos los
pertrechos que traía, y que los hombres que quisieran quedarse lo podrían
hacer, a cambio de cien mil pesos oro.
Y aquí
aparece nuevamente el capitán García Holguín desempeñando el papel de hombre de
confianza: luego de que los capitanes llegaron a un acuerdo satisfactorio a
ambos, designaron a sus respectivos representantes para hacer efectiva la
transacción. Almagro envía a Diego de Mora y Alvarado a García Holguín. Los
negociadores se encontraron en Paita[1].
Mientras
negocian los hombres de ambas huestes intercambian información. Unos exaltan
los prodigios y riquezas de las tierras encontradas, otros maldicen su
infortunada suerte. Y al final unos pocos de los que vinieron con Alvarado, con
Alvarado regresaron a Guatemala, pero la gran mayoría, incluyendo a casi todos
los capitanes, se pasaron a las fuerzas de Pizarro, entre ellos García Holguín[2]
que se asentó en Trujillo y allí siguen sus huesos desde el día de su muerte
ocurrida veintidós años después .
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