Por Arquímedes Paz Pérez y José Novoa Betancourt
El periodo
inmediatamente posterior a la fundación de Trujillo fue extremadamente convulso
y violento, sobre todo por las Guerras Civiles que entre ellos mismos se
hicieron los conquistadores del Perú (1537-1554).
Manco Inca
Yupanqui fue uno de los cuatro sucesores de Atahualpa que se enfrentaron al
desmantelamiento del imperio por los españoles, sin embargo, aprovechando la
compleja situación política de las naciones andinas en ese momento, divididas y
enfrentadas entre sí, Pizarro logró manipular a Manco Inca haciéndole creer que
se aliaban y nombrándolo emperador.
Pero tantos
fueron los abusos que cometieron los españoles contra el pueblo inca, que Manco
Inca inició una nueva rebelión y puso en vilo el dominio de los conquistadores
en la región. Entonces tal fue el temor que invadió a Pizarro que comenzó a
pedir ayuda a todos los gobernadores de Indias y también a todos los cristianos
que vivían dentro de su gobernación[1].
Obviamente
que Trujillo no quedó exenta de tales exigencias. A los de esa villa Pizarro
les solicitó que acudieran con todas las gentes y armas disponibles y a la
misma vez les envió un navío para que sacasen del pueblo a las mujeres y niños
y para que resguardaran todos sus bienes
(Trujillo está situada muy cerca del océano Pacífico).
Llegada la
petición de Pizarro, García Holguín, entonces Teniente Gobernador de la villa,
convocó a una junta de vecinos que acordó la defensa del pueblo y “poner a
salvo a las mujeres remitiéndolas por mar a la ciudad del istmo [Panamá] bajo
el cuidado de Rodrigo Lozano”[2].
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