Por Arqímedes de Paz y José Novoa
Después de
sofocada la conjura de la que dimos cuenta en la entrada anterior, Hernán
Cortés nombró los capitanes de trece bergantines que patrullarían el lago
Texcoco. Uno de ellos fue García Holguín.
Mucho se ha
hablado de lo antes narrado. Cuando nombró a García Holguín como capitán de uno
de los bergantines, ¿lo que estaba haciendo Cortés era seguir una astuta
maniobra política para comprometer a un enemigo potencial, o, ese fue un gesto
de reconocimiento para recompensar a un colaborador eficiente? Por lo que haya
sido, lo cierto es que esa decisión tuvo un resultado inesperado y de enorme
trascendencia para el curso de los acontecimientos posteriores, que definió la
historia de México y la del resto de América.
Cuautémoc apresado (Autor anónimo) |
El 13 de
agosto de 1521, García Holguín descubrió un grupo de canoas que trataban de
huir. El capitán las persiguió y finalmente las apresó. En ellas viajaba
Cuauhtémoc, quien era el oven emperador de los aztecas.
Con la
captura del líder contrario a los españoles, cesaron de inmediato los combates
y de hecho colapsó el imperio azteca[1].
El cronista Bernal Díaz del Castillo aseguró que cuando se supo la noticia todo
Tenochtitlán se sumó en un silencio casi sepulcral[2].
De este
episodio es interesante anotar la disputa surgida entre García Holguín y
Gonzalo de Sandoval por el derecho de entregar el prisionero a Hernán Cortés[3].
Como
superior jerárquico de García Holguín, Sandoval le demanda el derecho que tenía
de entregar el emperador apresado. Holguín se rehúsa tajantemente. Cortés,
enterado de los acontecimientos, da órdenes para que detengan la pelea, que él
decidirá, dice, a quien le corresponderían los honores. Y finalmente, Cortés
aseguró que haría una relación y la mandaría al Rey para que fuera él quien
decidiera a cuál de los dos, Sandoval u Holguín, le correspondía el derecho de
reflejar la acción en su escudo de armas. Bernal Díaz del Catillo dijo que a la
vuelta de dos años fue Cortés quien recibió la merced real y que desde entonces
en su escudo de armas se le representaba como vencedor del emperador
azteca.
[1] Las castas guerreras y sacerdotales
aztecas debieron quedar totalmente desconcertadas cuando supieron que su
emperador había sido capturado. Para ellos la rendición ni siquiera se tenía
como una posible opción.
[2] Díaz del Castillo, Bernal. “Verdadera
historia de los sucesos de la
Nueva España”. En Historiadores primitivos de Indias. Vol II.
Biblioteca de autores españoles. Madrid, 1853
[3] Ibíd.
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