Por; José Abreu Cardet
La Real Sociedad de
los Amigos del País no fue una mera
institución burocrática para que individuos en la élite del poder del imperio
español acumularan aplausos, halagos y condecoraciones. En torno a esta sociedad
se agruparon personas de indiscutible
valor intelectual que pretendieron introducir
importantes cambios en Iberoamérica, tal como lo prueban las numerosas
investigaciones históricas que se han hecho sobre los Amigos del País y sus
miembros más relevantes.
Don Francisco (Paco) de
Zayas del Reyes y Armijo fue uno de esos relevantes asociados que para mayor
mérito no vivió en una de las grandes arterias de la cultura, el comercio
y la
industria de España y sus colonias, sino en un rincón de la Isla de Cuba durante las
primeras décadas del siglo XIX. Entremos,
pues, en su apasionante vida y obra.
Zayas y Armijo nació en Santiago de
Cuba en 1770, que fue la fecha del preámbulo de una época de revoluciones
y guerras en el mundo occidental. Y cuando tuvo edad suficiente para escoger,
do Paco escogió una carrera muy a propósito en tiempos de violencia: la
militar. Pero lamentablemente sus sueños
y ambiciones de joven tuvieron a
adormecerse en la monotonía de la Isla de Cuba, donde nada
pasaba, (por lo menos en apariencia).
Cuando ya había cumplido cuarenta
años de su edad solamente había llegado a Teniente Agregado al Estado Mayor de la plaza de su natal Santiago de
Cuba. Los presagios hacían creer que Zayas moriría de inactividad y pereza en
la sociedad tremendamente provinciana donde vivía, pero un día de 1812, un muy
buen día tanto para Zayas como para Holguín, el ya maduro militar fue designado Comandante
de las Milicias de Holguín, que es una población situada en el norte de
la parte oriental de Cuba.
En aquel tiempo de la
llegada de Zayas a Holguín, la
Isla de Cuba estaba dividida en dos zonas de desarrollo muy diferente. Una era el occidente integrado por
Matanzas, La Habana y Pinar del Río, o lo que es igual, el gran emporio
del azúcar y el tabaco donde la mano de obra esclava era abundante y la clase
terratenientes residía la mayor parte del año en las capitales europeas,
absolutamente desarraigada. La otra estaba conformada por el centro y el
oriente, verdaderamente un mundo aparte.
En esta segunda zona de Cuba
la producción azucarera no había alcanzado auge y por tanto la esclavitud tenía
una importancia secundaria. Aunque en verdad en el centro y oriente había
algunas zonas en las que la producción azucarera se abría paso empujando por
delante a esclavos y capataces. Pero no era Holguín una de esas avanzadillas de
la gran producción azucarera, sino todo lo contrario: este territorio vivía
sumido en una agricultura con predominio importante en los cultivos de subsistencia.
Y para colmo de males ni siquiera había un puerto habilitado para el comercio a
pesar de que la jurisdicción ocupaba un amplio segmento de las costas del norte
de Oriente.
Exactamente ahora, cuando
don Paco entró en la polvorienta y lejana Holguín, mucho más lejana porque no
la cruzaba ninguno de los principales caminos de la Isla, el único comercio
posible con el extranjero lo proporcionaba algún barco contrabandista que de
vez en cuando llegaba a sus costas. El recién llegado se estableció y puso una fábrica de carruajes.
Como militar que era
participó en la liquidación de un movimiento conspirativo de esclavos que
pretendían sublevarse contra la tenebrosa institución que los había convertido
en mercancía. Y después, ya estrechamente vinculado a los grupos de
terratenientes criollos de la zona y a la población en general, desempeña
diversos cargos públicos de cierta importancia: Alcalde Ordinario, Subdelegado
de la Real Hacienda,
Sentenciador de bienes de Difuntos.
Y en 1816 lo designan
Teniente Gobernador de la
Jurisdicción de Holguín. A diferencia de los que le habían
antecedido en el puesto, Zayas ya llevaba varios años de residencia en la
comarca cuando lo invisten en el más alto puesto político y militar de la zona,
eso le habían permitido ver con claridad las flaquezas de la vida económica y
social de la región que estaría bajo su mando. Por lo tanto ahora podía influir
decididamente y cambiar la tan compleja y contradictoria sociedad sin tener que
salir de los marcos del Estado español.
Hombre de iniciativa e
inteligencia, don Paco no se deja ganar por la
fácil modorra que dominaba a muchos funcionarios coloniales. Y para
mejor, lo extraordinariamente prolongado de su gobierno, que concluyó 17 años
después, en 1833, le permitió poner en
práctica muchas ideas y todavía estar presente cuando aquellas
fructificaron. Por su iniciativa se
construye el primer edificio de dos plantas que hubo en Holguín: en la primera
radica la cárcel pública y en la segunda la sede del gobierno.
Al fondo de esta fotografía hecha en algún momento posterior a 1916, se ve la casona de dos plantas construida por don Paco de Zayas. |
Así mismo don Paco hizo
construir el corral y sitio dedicado a la matanza de animales de consumo que
desde la fundación de la población era tema de discusiones y acuerdos del
Cabildo que jamás se cumplían porque nadie se atrevía a enfrentar el problema,
y mientras tanto los desperdicios de las reses
se pudrían en los alrededores de
la población e incluso en medio de las calles.
Don Paco reconstruyó la
iglesia mayor y aceleró los trabajos para edificar el segundo templo católico
que hubo en el poblado. Reparó el Hospital y el camposanto. Levantó un plano de
la jurisdicción. Rotuló las calles holguineras y obligó a cada vecino a situar
en la puerta de su casa un farol, iniciando así
el alumbrado público. Procuró
eliminar los bohíos (casas de pajas) del centro de la ciudad y organizó la limpieza de las
calles. Gracias a sus gestiones logró la aprobación de un escudo de armas para la
ciudad. Facilitó un acuerdo entre el Cabildo holguinero y los poseedores de
tierra en el Ejido para, de esa forma incrementar los fondos del Cabildo con
los pagos que hacían aquellos individuos. Promovió la siembra de caña de azúcar y café. Gestionó la
introducción de esclavos en Holguín en mayor número del que había hasta
entonces, para tratar de dar soluciones a la escasez de mano de obra.
Reparó caminos y abrió otros al tráfico.
Un hecho que demuestra el
alto nivel intelectual alcanzado por este hombre fueron sus vínculos con la Sociedad Económica
de Amigos del País de La
Habana. Perdido en aquel remoto confín del Oriente cubano, don
Paco pulsó el siglo en que vivía y valoró la importancia de esa institución en
el fomento de la riqueza material y espiritual.
Finalmente integró la Sociedad Económica
de Amigos del País de La Habana,
convirtiéndose en miembro numerario, exactamente el 63 y en 23 de enero de 1830
creó una Delegación de la
Sociedad en Holguín de la que era su Presidente.
Pero los vínculos de don
Paco de Zayas iban mucho más allá de los aspectos formales de los Amigos del
País: en la revista de la
Sociedad editó una compilación de documentos sobre la fundación de Cabildo holguinero y otros
aspectos de la historia de la localidad que hoy se considera el primer esfuerzo
historiográfico realizado por un vecino de esta región.
Sin embargo más allá del
dato para satisfacer al curioso que quería saber quién fue el primero en
publicar datos históricos de Holguín, ese hecho dice que la relación entre este
hombre de provincia y aquella institución radicada en La Habana eran muy estrechos. Y
este segundo dato tiene otra lectura significativa: don Paco era singularmente estimulado
por los altos intelectuales de su época que, de seguro, lo mantenían al tanto
de los progresos de la técnica y de las últimas ideas que recorrían las
fronteras del Imperio. No titubean los historiadores contemporáneos al afirmar
que La Sociedad
de Amigos del País hizo de don Paco un hombre de avanzada y que actuaba como tal
en cada momento.
Y sin menosprecio por su
otra obra, ya referida en este escrito, pero que sinceramente eran cuestiones
pueblerinas, el gran momento de don Paco, aquel que le dio el codazo para dar
el gran salto al futuro fue la creación del puerto de Gibara.
Desde el mundo de hoy, donde la comunicación lo es
todo, no se puede apreciar la grandiosidad de la hazaña con toda claridad. Intentémoslo.
Pocas costas cubanas tienen
bahías tan a propósito para la navegación como las del norte de Oriente. Y
tanto es así que el primer europeo que visitó estos territorios, Cristóbal
Colón, se asombró y dejó constancia de las muchas entradas de mar que hay en el
nororiente de la Isla. Sin
embargo después del muy autorizado criterio del Gran Almirante se produjo un
extraño silencio que duró tres siglos, y mientras tanto el único comercio que
conocimos fue el de contrabando que realizaban corsarios y piratas.
Incluso los primeros holguineros que desde 1720 comenzaron a escribir
reiteradas cartas al Rey pintando este lugar como un verdadero paraíso terrenal
que merecía que Su Majestad diera título y autorizara la Tenencia de Gobierno,
guardaron un hermético y cómplice silencio en lo relacionado con las extensas y desamparadas costas de la
jurisdicción, seguramente que defendiendo la posibilidad de seguir practicando
el comercio de contrabando.
Correspondía a los Tenientes
Gobernadores hacer cumplir la voluntad real de que los vecinos de la Isla solamente comerciaran
con España, pero no era don Paco un funcionario que gobernaba a base de
amenazaba y que ganaba la buena voluntad de sus vecinos perdonándole las vidas.
Su idea y cálculo eran otro. Perspicaz como era, era don Paco el primero en
comprender que el comercio de
contrabando había tenido su momento; pero ahora ya era un simple intercambio de
pacotillas. El comercio que cambiaría el estado calamitoso de la economía, (y
las viejas y prohibidas costumbres de los habitantes de la comarca bajo su
mando), tendría que ser de altura y la única forma de conseguirlo era teniendo
un puerto propio por el que se intercambiaran las hojas de tabaco que se
cosechaban en las vegas de Holguín y los azucares que se producían en los
trapiches que ya alcanzaban dimensiones de ingenios. Solamente un puerto era lo
que proporcionaría a la
Jurisdicción un comercio seguro, mesurado, sin el sobresalto
de tener que otear el horizonte ante la amenaza de la probable llegada de uno
de los guardacostas del rey mientras se
hacia la transacción con los contrabandistas ingleses o franceses.
A todos les convenció el
Teniente Gobernador y muy pronto el puerto devino en el proyecto de los
terratenientes y vegueros criollos.
Don Paco escogió para hacer
el puerto en Gibara, una bahía situada a poco más de 30 Kilómetros de la
ciudad de Holguín. Pero para hacerlo era necesario la autorización real y el
Teniente Gobernador utilizó una estrategia que lo llevó a jugar al seguro: hizo
ver a las autoridades coloniales que era preciso levantar un fortín que
sirviera de defensa contra los corsarios que las guerras de independencia de
América habían lanzado al Caribe. Con gusto aceptaron las autoridades
superiores, interesadas en defender su colonia. En torno al fortín no tardó en
surgir el puerto.
De todas las que estaban en
la jurisdicción de Holguín, era Gibara la bahía menos profunda y de menos
condiciones para el atraque de buques, pero asimismo era esa la bahía de más
fácil acceso desde Holguín, aunque fuera menos profunda y de menos condiciones
para el atraque de buques.
En 8 de julio de 1816, a poco de
que don Paco había sido nombrado Teniente
Gobernador de Holguín, éste remite el proyecto de construir un batería
en la bahía de Gibara al Jefe del Departamento Oriental. A
su vez éste lo eleva de inmediato al Capitán General, y aquel lo aprueba en 2
de septiembre de ese año. Apenas llega a oídos de Zayas la tan grata noticia,
se entrega por entero a la nueva obra. No le cuesta mucho convencer al Ayuntamiento, también interesado
en el proyecto. El propietario de los terrenos donde se
levantaría la futura fortaleza, convencido o presionado, donó sus derechos para
la obra militar.
A falta de dinero el
Teniente Gobernador promueve una colecta. Y por fin, el 16 de enero de 1817 se
inicia la construcción de la fortaleza. Don Paco sabe que esta haciendo
historia para los libros de texto, y por eso hace levantar acta de ceremonia
previa al inicio de la construcción de la batería con misa, cohetes y banquetes y
los buques anclados en la bahía disparan sus piezas. Precisamente la presencia
de barcos mercantes en la bahía, desembarcando a remos sus mercancías mientras los marinos y los
comerciantes vivían la agonizante expectativa de la posible aparición de un
barco corsario o pirata que los atacara y robara, demostraba la necesidad del
puerto.
A diferencia de la
fabricación de otras obras militares durante la colonia, que demoraban décadas,
la batería en Gibara se concluyó en apenas un año y cuatro meses. El 2 de junio de 1818
ya estaba concluida la obra que se bautizó con el nombre de Fernando VII.
De inmediato Zayas se ocupa
de gestionar que se estableciera allí una guarnición. A falta de cañones hace
trasladar e instala algunas pequeñas piezas
capturadas a buques corsarios y piratas o simplemente rescatados de
embarcaciones hispanas naufragadas.
Muy pronto en torno a la
fortificación comenzó a surgir un pequeño poblado. Para mantener el orden
interno el Teniente Gobernador promovió la designación de un oficial de la
batería para que se encargara de tan embarazosa situación.
Antes de venir a Holguín,
don Francisco de Zayas y Armijo había contraído matrimonio con Maria Josefa Cantero,
con la que tuvo un hijo. Prácticamente no hay información sobre esta mujer que
no acompañó al marido a su nuevo destino y que le entregó su único hijo. Lo
cierto es que Zayas llegó a Holguín con su hijo, entonces un niño y aquí
comenzó a sostener relaciones maritales con Josefa Cardet y Cruz, joven
proveniente de una rica familia de la comarca. No hay que dudar que las
comadres murmuraran, pero, extrañamente, la familia de ella aceptó la relación.
Los cinco hijos naturales que Zayas tuvo con la
Pepa Cardet, que así era como popularmente
llamaban en Holguín a doña Josefa, recibieron por apellido el de sus tíos. Varios
años después Zayas y la Pepa
se pudieron casar. Hay historiadores que dicen que fue cuando en Santiago de
Cuba falleció su legítima mujer y otros aseguran que la mismísima reina de
España intervino ante el Papa para que divorciara a don Paco en agradecimiento
por los tantos servicios prestados a la Corona.
En 1833 don Francisco de
Zayas y Armijo solicitó que lo relevaran del cargo de Teniente Gobernador de
Holguín alegando problemas de salud. Las autoridades españolas insistieron para
que don Paco retirara su renuncia, pero este no lo hizo. Pocos meses después,
exactamente el 11 de mayo de 1837, el brillante jefe militar y civil de Holguín
falleció en esta ciudad. Sus restos descansan en el camposanto de la localidad.
La obra de don Francisco de
Zayas y Armijo adquirió singular relieve en la historia del Oriente de Cuba. En
poco tiempo Gibara se convirtió en uno de los puertos más importantes de la Isla y a la vez en torno a él
creció una importante zona de cultivos poblada, en lo fundamental, por canarios
y criollos.
Quien al paso del tiempo
juzga su obra obligatoriamente tiene que aceptar que fue básica para el
desarrollo de esta apartada comarca cubana. Aunque es verdad que lo hecho por
Zayas en Holguín lleva en su seno las contradicciones de la sociedad colonial
en que fue llevada a cabo: don Paco fue un impulsor del incremento de la
esclavitud, pero igual lo fueron todos
los burgueses criollos que consideraron la nefasta institución un factor vital para
el progreso. Lógicamente que los esclavos que vinieron a Holguín por las
gestiones del Teniente Gobernador tenían una visión de él muy diferente a la
que tenían los terratenientes locales. Para los esclavos era don Paco un hombre
malo, para los terratenientes era un benefactor y ambos grupos tienen razón.
Simplemente don Paco fue un
criollo que buscó las soluciones que le parecieron mejor a los problemas de su
época dentro de los marcos del imperio español en América. Su éxito y su fracaso
se resume en la historia del puerto de
Gibara: aquel fue puerta de entrada y salida de mercancías a nivel
internacional, pero los mercaderes hispanos acabaron por desplazar a los criollos y el pueblo se
convirtió en centro del más acérrimo españolismo.
Treinta y cinco años después
de la muerte de don Paco, unos de sus nietos, Julio Grave de Peralta y Zayas, se convirtió en el líder
máximo de la primera guerra independentista cubana en la jurisdicción
holguinera. Y cuando los insurrectos pusieron sitio a la guarnición española de
Holguín durante los primeros meses de la guerra del 68 (1868), Julio no dudó
en incendiar las propiedades de su
abuela, la Pepa Cardet,
que para entonces ya no era la viuda de don Paco porque se había casado con un
joven soldado del ejército español.
Cuando desde el bando
español la Pepa
vio su casa arder murió de la rabia, dijeron entonces, aunque es de creer que
fue por infarto. Pero ni siquiera su muerte detuvo la obra revolucionaria. Ya
habían enterrado a la Pepa
y todavía salía humo negro de las maderas de la que había sido casa de vivienda
de don Paco. Un historiador de la comarca, quien por cierto es descendiente de
la misma familia de la que nació la
Pepa, dijo que era como si la obra y la memoria de Francisco
se convertía en volutas de humo que desaparecieron en el cielo por tanto amó.
Más en muchas ocasiones la
historia guarda sorpresas no siempre palpables
a la primera mirada. Después del 98, cuando el Ejército estadounidense
malogró la independencia de Cuba, las
grandes compañías de ese país comenzaron a penetrar en Cuba, castrando
toda posibilidad de desarrollo a largo plazo, entonces el pequeño puerto de
Gibara, para entonces arruinado y empobrecido, y también sus zonas de cultivo,
donde mal vivían agricultores pequeños descendientes de canarios, soportaron las andanadas de los poderosos trust azucareros y
se convirtieron en refugio seguro para la nacionalidad cubana amenazada de
disolverse en la cultura anglosajona. De cierta forma esa fue la gran victoria
de don Francisco de Zayas y Armijo.
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