Tomado de: José María Heredia
(Ampliación del libro de Diego de Avila)
Holguín
respondió heroicamente al llamamiento de Céspedes, y el 14 de Octubre en
Guayacán del Naranjo, en las costas del río Cauto, Julio G. de Peralta y Zayas,
en unión de más de 120 hombres se lanzaron al campo de la reivindicación con
algunas municiones fabricadas por su esposa y familiares, y muy próximo a la
ciudad sostuvo Peralta en los Cayos del Papayal el primer combate con el
enemigo. A los dos días más tarde recibe la grata noticia de haber sido
designado General de División.
(Ampliación del libro de Diego de Avila)
Leer además:
Mayor General Julio G de Peralta |
Peralta,
el caudillo holguinero continuaría en el escenario de la guerra para conquistar
el respeto y simpatías de sus compatriotas en armas, por su arrojo y valentía.
EL
SITIO DE LA PERIQUERA
EL
Coronel [del Ejército español] D. Enrique Boniche, con tres compañías del Batallón
de San Quintín, de paso para las Tunas, permaneció en esta ciudad un par de
días para dar algún descanso a la tropa. El júbilo se apoderó del pueblo que
veía en esas fuerzas algún respeto para las fuerzas insurrectas que se
proponían entrar a la ciudad. El Comandante Militar y Teniente Gobernador [de
Holguín], Señor Camps y Feliú suplicó al Señor Boniche que permaneciera en
Holguín prestando con ello un gran servicio al gobierno; pero éste le manifestó
que le era imposible porque tenía que cumplir órdenes superiores.
Cundía
el desaliento en cuantos rodeaban al Teniente Gobernador Camps y este en tal
situación les dijo (y dejemos estas manifestaciones al Sr. Antonio J. Nápoles
Fajardo, quien escribió un libro titulado “El Sitio de Holguín”:
“Eran las once de la noche. Que es esa hora silenciosa en que las poblaciones que no tienen vida mercantil semejan un lóbrego cementerio. En aquellos momentos el Teniente Gobernador de Holguín, Sr. Camps, de pie ante sus interlocutores, que también lo estaban, dijo con entonación vehemente, rebosando de patriotismo: Señores, la situación la empeoran ustedes. Más los que quieran retirarse a Gibara, háganlo por su cuenta y riesgo. Yo, por mi parte y mis 60 soldados de la corona, ya lo he dicho otra vez, pereceremos antes de que el enemigo se apodere de la bandera que hemos jurado defender. ¿Pero señores, hablo yo en estos momentos a seres abyectos de una raza degenerada o tengo la satisfacción de que me escuchen hombres que tienen en sus venas la misma sangre de los Guzmanes y de los defensores de Numancia? Señores, ¡Viva España! Y retírense los cobardes”.
A
estas palabras el Coronel Boniche dijo a Camps: “cuanto siento marchar, amigo
mío, en cumplimiento de mi deber, pero me da compasión el poco ánimo de los que
se muestran leales. Yo siento también en el alma las circunstancias que nos
rodean sin que podamos darle otra solución”.
Las
palabras del Sr. Camps surtieron buen efecto. Ninguno de los presentes le
abandonó.
Aparte
de esto no faltaba razón a los comerciantes, porque no faltarían quienes además
de las armas que solicitaban, aprovecharían la ocasión de echar mano a cuanto
les pareciera oportuno escamotear.
Como
es de suponer, Julio G. de Peralta, que veía desairada la llamada por el que
fue nombrado jefe superior en esta jurisdicción en la junta magna que se
celebró en la finca de Vicente García en Tunas[1],
no tuvo en aquellos momentos otra disyuntiva sino asumir el mando supremo de
las fuerzas por él organizadas.
Al
frente de sus batallones puso [Julio G. de Peralta] al Brigadier José Fernández
de los Muros, Capitanes Miguel Mayasén, Gregorio del Toro, Loreto Vasallo y
Brigadier Manuel Hernández Perdomo.
El
gobierno español [en Holguín], en previsión de acontecimientos, reforzó la Guardia de la Cárcel con algunos
voluntarios, la Casa
de Gobierno, situada entonces donde existe un depósito de gasolina en Maceo y
Luz Caballero [actualmente la Arena
Deportiva Henry García], la Iglesia de San José con la
policía y algunos paisanos y el Hospital Militar con el destacamento de
lanceros del Rey al mando de un Teniente y un Sargento Primero.
Las
fuerzas rebeldes hicieron su entrada en la ciudad el 30 de Octubre por
distintos puntos, a las seis de la mañana, dando vítores a Prim y abajo las
contribuciones, bajo el mando del General Amadeo Manuit, (venezolano).
Las
partidas que entraron venían mandadas por Loreto Vasallo, Gregorio del Toro,
Manuel Mayasén y Fernández de los Muros. Las que entraron por la parte Sur
atacaron a la Cárcel,
donde hirieron al comerciante don Vicente Camafreita y al panadero don Diego
Miranda, quienes más tarde fueron trasladados al Hospital militar.
Fuerzas
del Regimiento de la Corona
sostuvieron nutrido fuego con una partida al final de la calle que hoy se
nombra Peralta (en el presente calle Martí), en la Plaza de San José [los
cubanos] dejaron un muerto y recogieron dos heridos.
Las
fuerzas cubanas que entraron por la parte Norte llegaron hasta la intercesión
de las calles hoy Frexes y Libertad, retrocediendo luego para retirarse por la
calle del calvario, hoy Aguilera.
Un
jinete de los que hicieron la entrada por el Sur, nombrado José Ma. Cardet,
atravesó la calle de Frexes frente a La Periquera, con una bandera triscolor (Sic) a
semejanza de la de Chile y ya frente a la casa que ocupa don Manuel Avilés, dio
el primer grito de ¡Cuba libre! A este grito siguieron algunos disparos sin
resultado alguno.
Las
partidas todas hicieron su retirada hacia las afueras de la población
desapareciendo durante pocos días. [Durante ese tiempo en que las partidas
insurrectas desaparecieron de adentro de la ciudad de Holguín] tomaron posesión
de los cuatro o cinco tejares de las afueras de la ciudad.
Gradualmente
[las fuerzas cubanas insurrectas] fueron estrechando el asedio, valiéndose para
ello de oradar [(¿tomar, ocupar?)] los edificios en las manzanas paralelas a la Plaza de Armas hasta
colocarse en situación de impedir toda acción contra ellos y estableciendo un
cerco completo.
Afortunadamente
para los españoles, el Teniente Gobernador y Comandante Militar dispuso que los
almacenes de víveres de los señores Frexes, Mercadé, Leal, Ferrer y Sobrinos
depositaran en una de las casas contiguas a la casa del Sr. Rondán toda la
vitualla de sus establecimientos como carne, manteca, arroz, garbanzos y toda
clase de granos, vinos, aguardiente, petróleo, etc, etc. Dispuso a la vez que
la bomba de incendios fuese trasladada a un departamento de la casa del Sr.
Rondán y que los presos de la cárcel, en número de 37, fuesen recluidos en un
salón de la planta baja, en el ala izquierda.
Se
levantó un bastión en el ángulo Norte de la manzana con maderas apropiadas, el
que después hubo de cambiarse por otro de mampostería bajo el fuego del cañón
de madera construido por Marcelino Carranza, no de guayacán, como indica
Osorio, sino que era de yaba, madera empleada generalmente en la confección de
carretas, a que se dedicaba Carranza, el cajón media más de dos varas de
longitud y unas diez y ocho pulgadas de diámetro. Su figura era cilíndrica y
estaba reforzado por unos zunchos de hierro y muchos de cuero crudo. Fue traído
a esta ciudad en una carreta y no en un caballo, como se había dicho, su peso y
volumen exigía un vehículo capaz para su conducción. Nosotros lo hemos visto y
palpado. Esta pieza de artillería sólo pudo hacer tres disparos con unos
proyectiles de hierro forjados a martillo que pesaban de quince a veinte
libras. El primer disparo que hizo horadó (Sic) el bastión, traspasó la pared y
fue a romper una parte del horno de pan de la panadería de don Juan del Rosal;
el segundo disparo se embotó en la base del bastión y el tercero hizo que
explotara la pieza, hiriendo a dos que la servían.
Las
piezas de artillería emplazadas en la casa de los Grave de Peralta eran de
hierro, una coliza que se hallaba hasta hace poco en la portería de la casa que
fue de don José R. Zúñiga y un cañón de a (Sic) que allí le hacía compañía a la
coliza. Esta pieza fue la empleada en disparar a la Periquera, primero por
un español que decía ser artillero y que no resultó tal porque sus disparos perforaron
algunos ventanales, una parte de los balaustres de barro que coronan la azotea
y uno que lesionó una de las columnas, pero que dio lugar a que don Tomás
Artadill, con ladrillos y yeso, reparara el desperfecto.
El
día de Santa Bárbara [4 de diciembre], sin duda para celebrar el santo,
dispararon los cubanos 89 cañonazos a la Periquera, sin hacer otro daño que agujerear unas
paredes que no afectaron la solidez del edificio y a cuales disparos decía el
Sr. Rondán, “tiren, tiren, que no se cae”.
(…)
Y
ahora que se presenta oportunidad de hacer memoria de un hecho que nos recuerda
la rabia de que estaban poseídos los sitiados contra todos los que se hallaran
fuera de la casa sitiada.
Alfonso
Gómez, sargento licenciado del Ejército español, acababa de llegar de santiago
de Cuba pocos días antes de estallar la guerra, con más de $ 20.000.00 pesos
ganados en la ruleta en las ferias que allá tuvieron lugar. Ese dinero lo
depositó en dos casa de comercio de la plaza.
Gómez
ofreció sus servicios que fueron aceptados por el jefe de la plaza. Pero joven
y adinerado como era, Gómez sostenía relaciones amorosas fuera del recinto. Y
una noche, sin permiso expreso, hubo de ausentarse, descolgándose por una
tapia. Al siguiente día, cuando regresó e intentó entrar a la casa, fue
rechazado y amenazado de muerte si insistía. Triste se alejó Gómez, yendo a
buscar amparo a la Iglesia
de San José, donde tampoco fue recibido porque era esa la orden que tenía el
jefe de allí. Acudió el joven, por último, al Hospital Militar, pero de allí
fue despedido en la misma forma.
Finalmente
el joven se recluyó en la casa de su amigo Marcos Leal y allí estuvo hasta la
llegada de la columna española mandada por el Comandante don Francisco Méndez
Benegasí [que vino a rescatar a Holguín de las manos insurrectas].
Llegadas
esas fuerzas, Gómez corrió a hacer acto de presencia a las autoridades, pero
tuvo la desgracia de caer en manos del Cabo José Sarrión. Este ordenó que
apresaran a aquel, lo que hicieron en el acto. Amarrado de manos condujeron a
Gómez ante la presencia del Comandante don Francisco Méndez Benegasí, que en
esos momentos conversaba con el Teniente Atienza, jefe de las fuerzas que
guarnecían la plaza, estando los dos en la esquina de las actualmente nombradas
calles de Maceo y Frexes. Alfonso Gómez fue presentado a aquellas autoridades
como un traidor y nada le valieron las protestas que hizo el inocente de los
cargos que le hacían. Atienza ordenó que “lo llevaran por ahí”. Esa frase
equivalía a una sentencia de muerte.
A
empujones hicieron salir a Gómez de la presencia de los Jefes Militares y
comprendiendo él la suerte que le esperaba, trató de salvar la vida. Con una
agilidad pasmosa Gómez salvó de un salto una trinchera que estaba en la esquina
de las actuales Frexes y Mártires y salió corriendo por Frexes abajo sin que
los disparos que le hacían le dieran.
Ya
se encontraba a más de cien metros de sus perseguidores y se hubiera salvado si
no es que en la esquina de la hoy calle de Máximo Gómez, se encontró con
Salvador Batllevó que logró herirlo. El joven Gómez rodó en su caída y fue a
dar a donde estaba Carrión, quien lo remató.
Como
Gómez fue víctima otro español apellidado Crespo, a quien el Sargento Miguel
Rego condujo al Cuartel General y sin otro tribunal que el mismísimo sargento
que lo capturó, fue muerto de un balazo en la espalda.
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Ya
el 21 de Noviembre el sitio fue completo. Los insurrectos incendiaron la casa
de Nates y al día siguiente le tocó su turno las casas de comercio de Casiano
Labusta y Francisco Pérez Fernández, hechos estos que llenaron de pánico al
vecindario.
El
24 del mismo mes se inició un parlamento entre Peralta y el Teniente Gobernador
don Francisco Camps y Feliú a las ocho de la mañana en la Plaza de Armas. Este
parlamento duró algunos días sin que llegara a acuerdo alguno, pues aquel era
un ardid de los españoles para ganar tiempo a que les llegaran tropas de
refuerzo.
Tropas
que llegaron el 18 de diciembre, marchándose los insurrectos hacia La Cuaba y a otros lugares
cercanos, donde sostuvieron pequeños encuentros.
El
sitio de Holguín dejó una honda preocupación en los españoles que pensaban que
en lo adelante se verían acosados en una lucha sin tregua por los valientes que
reclamaban la independencia de su tierra.
La más conocida LEYENDA de Holguín ocurrió en La Periquera. Esa se cuenta en el siguiente video:
La más conocida LEYENDA de Holguín ocurrió en La Periquera. Esa se cuenta en el siguiente video:
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