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28 de septiembre de 2016

Francisco de Zayas: El camino inconcluso entre Cuba y España



 Por; José Abreu Cardet
 
La Real Sociedad de los Amigos del País no fue una mera  institución burocrática para que individuos en la élite del poder del imperio español acumularan aplausos, halagos y condecoraciones. En torno a esta sociedad se agruparon  personas de indiscutible valor intelectual que pretendieron introducir  importantes cambios en Iberoamérica, tal como lo prueban las numerosas investigaciones históricas que se han hecho sobre los Amigos del País y sus miembros más relevantes.

Don Francisco (Paco) de Zayas del Reyes y Armijo fue uno de esos relevantes asociados que para mayor mérito no vivió en una de las grandes arterias de la cultura, el comercio y  la  industria de España y sus colonias, sino en un rincón de la Isla de Cuba durante las primeras  décadas del siglo XIX. Entremos, pues, en su apasionante vida y obra.

Zayas y Armijo nació en Santiago  de  Cuba en 1770, que fue la fecha del preámbulo de una época de revoluciones y guerras en el mundo occidental. Y cuando tuvo edad suficiente para escoger, do Paco escogió una carrera muy a propósito en tiempos de violencia: la militar. Pero lamentablemente sus sueños  y  ambiciones de joven tuvieron a adormecerse en la monotonía de la  Isla de Cuba, donde nada pasaba, (por lo menos en apariencia).

Cuando ya había cumplido cuarenta años de su edad solamente había llegado a Teniente Agregado al Estado  Mayor de la plaza de su natal Santiago de Cuba. Los presagios hacían creer que Zayas moriría de inactividad y pereza en la sociedad tremendamente provinciana donde vivía, pero un día de 1812, un muy buen día tanto para Zayas como para Holguín, el ya maduro militar fue designado  Comandante  de las Milicias de Holguín, que es una población situada en el norte de la parte oriental de Cuba.

En aquel tiempo de la llegada de Zayas a Holguín, la Isla de Cuba estaba dividida en dos zonas de desarrollo muy  diferente. Una era el occidente integrado por Matanzas, La  Habana y Pinar  del Río, o lo que es igual, el gran emporio del azúcar y el tabaco donde la mano de obra esclava era abundante y la clase terratenientes residía la mayor parte del año en las capitales europeas, absolutamente desarraigada. La otra estaba conformada por el centro y el oriente, verdaderamente un mundo aparte.

En esta segunda zona de Cuba la producción azucarera no había alcanzado auge y por tanto la esclavitud tenía una importancia secundaria. Aunque en verdad en el centro y oriente había algunas zonas en las que la producción azucarera se abría paso empujando por delante a esclavos y capataces. Pero no era Holguín una de esas avanzadillas de la gran producción azucarera, sino todo lo contrario: este territorio vivía sumido en una agricultura con predominio importante en los cultivos de subsistencia. Y para colmo de males ni siquiera había un puerto habilitado para el comercio a pesar de que la jurisdicción ocupaba un amplio segmento de las costas del norte de Oriente.

Exactamente ahora, cuando don Paco entró en la polvorienta y lejana Holguín, mucho más lejana porque no la cruzaba ninguno de los principales caminos de la Isla, el único comercio posible con el extranjero lo proporcionaba algún barco contrabandista que de vez en cuando llegaba a sus costas. El recién llegado se estableció y puso una  fábrica de carruajes.

Como militar que era participó en la liquidación de un movimiento conspirativo de esclavos que pretendían sublevarse contra la tenebrosa institución que los había convertido en mercancía. Y después, ya estrechamente vinculado a los grupos de terratenientes criollos de la zona y a la población en general, desempeña diversos cargos públicos de cierta importancia: Alcalde Ordinario, Subdelegado de la Real Hacienda, Sentenciador de bienes de Difuntos.

Y en 1816 lo designan Teniente Gobernador de la Jurisdicción de Holguín. A diferencia de los que le habían antecedido en el puesto, Zayas ya llevaba varios años de residencia en la comarca cuando lo invisten en el más alto puesto político y militar de la zona, eso le habían permitido ver con claridad las flaquezas de la vida económica y social de la región que estaría bajo su mando. Por lo tanto ahora podía influir decididamente y cambiar la tan compleja y contradictoria sociedad sin tener que salir de los marcos del Estado español.

Hombre de iniciativa e inteligencia, don Paco no se deja ganar por la  fácil modorra que dominaba a muchos funcionarios coloniales. Y para mejor, lo extraordinariamente prolongado de su gobierno, que concluyó 17 años después, en  1833, le permitió poner en práctica muchas ideas y todavía estar presente cuando aquellas fructificaron.  Por su iniciativa se construye el primer edificio de dos plantas que hubo en Holguín: en la primera radica la cárcel pública y en la segunda la sede del gobierno.


Al fondo de esta fotografía hecha en algún momento posterior a 1916, se ve la casona de dos plantas construida por don Paco de Zayas.


Así mismo don Paco hizo construir el corral y sitio dedicado a la matanza de animales de consumo que desde la fundación de la población era tema de discusiones y acuerdos del Cabildo que jamás se cumplían porque nadie se atrevía a enfrentar el problema, y mientras tanto los desperdicios de las reses  se  pudrían en los alrededores de la población e incluso en medio de las calles.

Don Paco reconstruyó la iglesia mayor y aceleró los trabajos para edificar el segundo templo católico que hubo en el poblado. Reparó el Hospital y el camposanto. Levantó un plano de la jurisdicción. Rotuló las calles holguineras y obligó a cada vecino a situar en la puerta de su casa un farol, iniciando así  el  alumbrado público. Procuró eliminar los bohíos (casas de pajas) del centro de  la ciudad y organizó la limpieza de las calles. Gracias a sus gestiones logró la aprobación de un escudo de armas para la ciudad. Facilitó un acuerdo entre el Cabildo holguinero y los poseedores de tierra en el Ejido para, de esa forma incrementar los fondos del Cabildo con los pagos que hacían aquellos individuos. Promovió la siembra  de caña de azúcar y café. Gestionó la introducción de esclavos en Holguín en mayor número del que había hasta entonces, para tratar de dar soluciones a la escasez de mano de obra. Reparó  caminos y abrió otros al tráfico.

Un hecho que demuestra el alto nivel intelectual alcanzado por este hombre fueron sus vínculos con la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana. Perdido en aquel remoto confín del Oriente cubano, don Paco pulsó el siglo en que vivía y valoró la importancia de esa institución en el fomento de la riqueza material  y espiritual. Finalmente integró la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana, convirtiéndose en miembro numerario, exactamente el 63 y en 23 de enero de 1830 creó una Delegación de la Sociedad en Holguín de la que era su Presidente.

Pero los vínculos de don Paco de Zayas iban mucho más allá de los aspectos formales de los Amigos del País: en la revista de la Sociedad editó una compilación de documentos sobre  la fundación de Cabildo holguinero y otros aspectos de la historia de la localidad que hoy se considera el primer esfuerzo historiográfico realizado por un vecino de esta región.

Sin embargo más allá del dato para satisfacer al curioso que quería saber quién fue el primero en publicar datos históricos de Holguín, ese hecho dice que la relación entre este hombre de provincia y aquella institución radicada en La Habana eran muy estrechos. Y este segundo dato tiene otra lectura significativa: don Paco era singularmente estimulado por los altos intelectuales de su época que, de seguro, lo mantenían al tanto de los progresos de la técnica y de las últimas ideas que recorrían las fronteras del Imperio. No titubean los historiadores contemporáneos al afirmar que La Sociedad de Amigos del País hizo de don Paco un hombre de avanzada y que actuaba como tal en cada momento.

Y sin menosprecio por su otra obra, ya referida en este escrito, pero que sinceramente eran cuestiones pueblerinas, el gran momento de don Paco, aquel que le dio el codazo para dar el gran salto al futuro fue la creación del puerto de Gibara.

Desde el  mundo de hoy, donde la comunicación lo es todo, no se puede apreciar la grandiosidad de la hazaña con toda claridad.  Intentémoslo.

Pocas costas cubanas tienen bahías tan a propósito para la navegación como las del norte de Oriente. Y tanto es así que el primer europeo que visitó estos territorios, Cristóbal Colón, se asombró y dejó constancia de las muchas entradas de mar que hay en el nororiente de la Isla. Sin embargo después del muy autorizado criterio del Gran Almirante se produjo un extraño silencio que duró tres siglos, y mientras tanto el único comercio que conocimos fue el de contrabando que realizaban corsarios y piratas.

Incluso los primeros holguineros  que desde 1720 comenzaron a escribir reiteradas cartas al Rey pintando este lugar como un verdadero paraíso terrenal que merecía que Su Majestad diera título y autorizara la Tenencia de Gobierno, guardaron un hermético y cómplice silencio en lo relacionado  con las extensas y desamparadas costas de la jurisdicción, seguramente que defendiendo la posibilidad de seguir practicando el comercio de contrabando.

Correspondía a los Tenientes Gobernadores hacer cumplir la voluntad real de que los vecinos de la Isla solamente comerciaran con España, pero no era don Paco un funcionario que gobernaba a base de amenazaba y que ganaba la buena voluntad de sus vecinos perdonándole las vidas. Su idea y cálculo eran otro. Perspicaz como era, era don Paco el primero en comprender que el  comercio de contrabando había tenido su momento; pero ahora ya era un simple intercambio de pacotillas. El comercio que cambiaría el estado calamitoso de la economía, (y las viejas y prohibidas costumbres de los habitantes de la comarca bajo su mando), tendría que ser de altura y la única forma de conseguirlo era teniendo un puerto propio por el que se intercambiaran las hojas de tabaco que se cosechaban en las vegas de Holguín y los azucares que se producían en los trapiches que ya alcanzaban dimensiones de ingenios. Solamente un puerto era lo que proporcionaría a la Jurisdicción un comercio seguro, mesurado, sin el sobresalto de tener que otear el horizonte ante la amenaza de la probable llegada de uno de los  guardacostas del rey mientras se hacia la transacción con los contrabandistas ingleses o franceses.


A todos les convenció el Teniente Gobernador y muy pronto el puerto devino en el proyecto de los terratenientes y vegueros criollos.

Don Paco escogió para hacer el puerto en Gibara, una bahía situada a poco más de 30 Kilómetros de la ciudad de Holguín. Pero para hacerlo era necesario la autorización real y el Teniente Gobernador utilizó una estrategia que lo llevó a jugar al seguro: hizo ver a las autoridades coloniales que era preciso levantar un fortín que sirviera de defensa contra los corsarios que las guerras de independencia de América habían lanzado al Caribe. Con gusto aceptaron las autoridades superiores, interesadas en defender su colonia. En torno al fortín no tardó en surgir el puerto.

De todas las que estaban en la jurisdicción de Holguín, era Gibara la bahía menos profunda y de menos condiciones para el atraque de buques, pero asimismo era esa la bahía de más fácil acceso desde Holguín, aunque fuera menos profunda y de menos condiciones para el atraque de buques.

En 8 de julio de 1816, a poco de que don Paco había sido nombrado Teniente  Gobernador de Holguín, éste remite el proyecto de construir un batería en la  bahía  de Gibara al Jefe del Departamento Oriental. A su vez éste lo eleva de inmediato al Capitán General, y aquel lo aprueba en 2 de septiembre de ese año. Apenas llega a oídos de Zayas la tan grata noticia, se entrega por entero a la nueva obra. No le cuesta mucho  convencer al Ayuntamiento, también interesado en el proyecto.  El  propietario de los terrenos donde se levantaría la futura fortaleza, convencido o presionado, donó sus derechos para la obra militar.

A falta de dinero el Teniente Gobernador promueve una colecta. Y por fin, el 16 de enero de 1817 se inicia la construcción de la fortaleza. Don Paco sabe que esta haciendo historia para los libros de texto, y por eso hace levantar acta de ceremonia previa al inicio de la  construcción  de la batería con misa, cohetes y banquetes y los buques anclados en la bahía disparan sus piezas. Precisamente la presencia de barcos mercantes en la bahía, desembarcando a remos sus  mercancías mientras los marinos y los comerciantes vivían la agonizante expectativa de la posible aparición de un barco corsario o pirata que los atacara y robara, demostraba la necesidad del puerto.

A diferencia de la fabricación de otras obras militares durante la colonia, que demoraban décadas, la batería en Gibara se concluyó en apenas un año y cuatro meses. El 2 de junio de 1818 ya estaba concluida la obra que se bautizó con el nombre de Fernando VII.

De inmediato Zayas se ocupa de gestionar que se estableciera allí una guarnición. A falta de cañones hace trasladar e instala algunas pequeñas piezas  capturadas a buques corsarios y piratas o simplemente rescatados de embarcaciones hispanas naufragadas.




Muy pronto en torno a la fortificación comenzó a surgir un pequeño poblado. Para mantener el orden interno el Teniente Gobernador promovió la designación de un oficial de la batería para que se encargara de tan embarazosa situación.

Antes de venir a Holguín, don Francisco de Zayas y Armijo había contraído matrimonio con Maria Josefa Cantero, con la que tuvo un hijo. Prácticamente no hay información sobre esta mujer que no acompañó al marido a su nuevo destino y que le entregó su único hijo. Lo cierto es que Zayas llegó a Holguín con su hijo, entonces un niño y aquí comenzó a sostener relaciones maritales con Josefa Cardet y Cruz, joven proveniente de una rica familia de la comarca. No hay que dudar que las comadres murmuraran, pero, extrañamente, la familia de ella aceptó la relación. Los cinco hijos naturales que Zayas tuvo con la Pepa Cardet, que así era como popularmente llamaban en Holguín a doña Josefa, recibieron por apellido el de sus tíos. Varios años después Zayas y la Pepa se pudieron casar. Hay historiadores que dicen que fue cuando en Santiago de Cuba falleció su legítima mujer y otros aseguran que la mismísima reina de España intervino ante el Papa para que divorciara a don Paco en agradecimiento por los tantos servicios prestados a la Corona.

En 1833 don Francisco de Zayas y Armijo solicitó que lo relevaran del cargo de Teniente Gobernador de Holguín alegando problemas de salud. Las autoridades españolas insistieron para que don Paco retirara su renuncia, pero este no lo hizo. Pocos meses después, exactamente el 11 de mayo de 1837, el brillante jefe militar y civil de Holguín falleció en esta ciudad. Sus restos descansan en el camposanto de la localidad.

La obra de don Francisco de Zayas y Armijo adquirió singular relieve en la historia del Oriente de Cuba. En poco tiempo Gibara se convirtió en uno de los puertos más importantes de la Isla y a la vez en torno a él creció una importante zona de cultivos poblada, en lo fundamental, por canarios  y criollos.

Quien al paso del tiempo juzga su obra obligatoriamente tiene que aceptar que fue básica para el desarrollo de esta apartada comarca cubana. Aunque es verdad que lo hecho por Zayas en Holguín lleva en su seno las contradicciones de la sociedad colonial en que fue llevada a cabo: don Paco fue un impulsor del incremento de la esclavitud,  pero igual lo fueron todos los burgueses criollos que consideraron la nefasta institución un factor vital para el progreso. Lógicamente que los esclavos que vinieron a Holguín por las gestiones del Teniente Gobernador tenían una visión de él muy diferente a la que tenían los terratenientes locales. Para los esclavos era don Paco un hombre malo, para los terratenientes era un benefactor y ambos grupos tienen razón. 

Simplemente don Paco fue un criollo que buscó las soluciones que le parecieron mejor a los problemas de su época dentro de los marcos del imperio español en América. Su éxito y su fracaso se resume en la historia del puerto de  Gibara: aquel fue puerta de entrada y salida de mercancías a nivel internacional, pero los mercaderes hispanos acabaron por  desplazar a los criollos y el pueblo se convirtió en centro del más acérrimo españolismo.

Treinta y cinco años después de la muerte de don Paco, unos de sus nietos, Julio Grave de  Peralta y Zayas, se convirtió en el líder máximo de la primera  guerra  independentista cubana en la jurisdicción holguinera. Y cuando los insurrectos pusieron sitio a la guarnición española de Holguín durante los primeros meses de la guerra del 68 (1868), Julio no dudó en  incendiar las propiedades de su abuela, la Pepa Cardet, que para entonces ya no era la viuda de don Paco porque se había casado con un joven soldado del ejército español.

Cuando desde el bando español la Pepa vio su casa arder murió de la rabia, dijeron entonces, aunque es de creer que fue por infarto. Pero ni siquiera su muerte detuvo la obra revolucionaria. Ya habían enterrado a la Pepa y todavía salía humo negro de las maderas de la que había sido casa de vivienda de don Paco. Un historiador de la comarca, quien por cierto es descendiente de la misma familia de la que nació la Pepa, dijo que era como si la obra y la memoria de Francisco se convertía en volutas de humo que desaparecieron en el cielo por tanto amó.

Más en muchas ocasiones la historia guarda sorpresas no siempre palpables  a la primera mirada. Después del 98, cuando el Ejército estadounidense malogró la independencia de Cuba, las  grandes compañías de ese país comenzaron a penetrar en Cuba, castrando toda posibilidad de desarrollo a largo plazo, entonces el pequeño puerto de Gibara, para entonces arruinado y empobrecido, y también sus zonas de cultivo, donde mal vivían agricultores pequeños descendientes de canarios, soportaron las  andanadas de los poderosos trust azucareros y se convirtieron en refugio seguro para la nacionalidad cubana amenazada de disolverse en la cultura anglosajona. De cierta forma esa fue la gran victoria de don Francisco de Zayas y Armijo.


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