Al llegar a Candelaria los canarios se encontraban
con una zona donde no existía una población con casas que pudieran alquilar o
comprar sino que generalmente había una casa (bohío) en cada finca, pero los
canarios no siempre compraban fincas como tales sino fragmentos de fincas. Por
lo tanto ellos canarios tuvieron que fabricar sus casas, que eran al rústico
estilo de la que habían vivido los aborígenes.
Muy pronto aprendieron, y algunos quedaron en la
memoria colectiva por la agilidad que alcanzaron en construir este tipo de vivienda. Una de
las ventajas de los bohíos era el poco gasto que representaban; los materiales los
regalaba la naturaleza cubana.
Se dice que llegaron a construir casas muy grandes
en las que no utilizaron ni clavos ni alambre, solamente bejucos. En la zona
crece un tipo de bejucos popularmente llamados “uví” y asimismo otros que son
capaces de soportar grandes pesos y que son resistentes al deterioro que impone
el tiempo, la humedad y el calor.
A las piezas de madera grandes le hacían moscas o
ranuras para “embonar”, es decir que coincidieran con el horcón donde se
insertaban.
Las construcciones de bohíos hicieron aparecer
diferentes instrumentos de metal necesarios para aquella labor, entre ellos la
aguja de cocer yagua. (Generalmente esta la fabricaba el herrero del barrio[1].
No se fabrica industrialmente). Es la aguja una pieza en forma de cuchillo sin
filo en los bordes y con una punta afilada para perforar la yagua. En la parte
posterior tiene un orificio u ojo, que es como se le conoce, por donde se pasa
una fibra de yarey.
Para hacer la pared del bohío se pone la yagua entre dos varas flexibles y más delgada que el horcón, el cuje. El cuje tiene dos centímetros de grueso y preferentemente es de yaya, una planta que crece fina y recta buscando la luz del sol. Se corta en luna menguante, según la tradición campesina para que no los insectos no la ataquen.
Los cujes se sostienen con parales. Según el Diccionario
de la Real Academia,
los parales son maderos horizontales u oblicuos que sostienen el andamio de un
muro, pero en el caso, se trata de maderos verticales de menor grosor que los
horcones que se colocan intermedio entre estos para sostener las paredes de
yagua y también las de tablas.
Al acto de poner las yaguas o tablas en las paredes
le llaman los campesinos: “forrar o aforrar la casa”. En esta labor participan dos personas. Una se sitúa en la
parte que al terminar la construcción quedara dentro de la casa y otro por la
parte de afuera. El que está adentro introduce la aguja por debajo de los dos
cujes paralelos, atravesando la yagua y la saca al exterior, la aguja lleva
detrás el yarey o el alambre. El que está afuera hala y la introduce por la
parte superior de los dos cujes, atravesando por la parte superior. Entonces quien
está adentro hala y le da una segunda vuelta, repitiendo el mismo proceso, pero
cuidando que el extremo del yarey o alambre quede adentro, para amarrar.
Según la memoria colectiva, varios vecinos del
barrio de Candelaria se convirtieron en verdaderos especialistas en forrar o
aforrar casas.
CORTE DE MADERA
En las entrevista a los descendientes de canarios
pudimos comprobar que estos inmigrantes se adaptaron a las costumbres cubanas y
no solo en la construcción de bohíos sino también en el corte de la madera que
era utilizada en estas labores. Los campesinos cubanos cortaban los árboles
según la luna y también según el ciclo de la marea. Siempre preferían cortar en
bajamar, y esto era posible porque el barrio estaba cerca del mar y podían
determinar el flujo de las mareas por el río Cacoyuguin.
Pero los que vivían más alejados, allá en la Sierra de Gibara, no podían
estar al tanto de las mareas y por eso recurrían a una vieja tradición de la
zona: Se llevaban un gato para el monte y observaban los ojos del animal. Se
afirma que el ojo del gato refleja la marea; cuando la pupila está dilatada es
que la marea esta llena y cuando esta estrecha, la marea está baja y entonces
cortaban la madera[2].
LA PALMA REAL
Es esta entre todas las plantas endémicas, la más
útil para la fabricación de bohíos desde “el tiempo de los indios”, por eso es
considerada la Planta
Nacional de Cuba. Los aborígenes y de ellos lo aprendieron
los campesinos cubanos, cortaban los trozos de tronco de la
Palma Real y los convertían en tablas útiles para una construcción.
También los canarios inmigrantes aprendieron el
proceso e incluso, hicieron aportes, en Candelaria había uno de ellos llamado
Francisco Pérez que adquirió fama en el trabajo de convertir las palmas en
tablas, tanto que era el preferido por los dueños que era a él a quien casi
siempre contrataban.
Es la palma real el único árbol que da tablas de
una manera rústica sin tener que pasarla por una sierra. El proceso comienza
cuando una vez derribada la palma se
corta en trozos de un largo calculado para sacar tablas que salgan parejas. Con
un hacha se abre una grieta en el tronco y a partir de ella se comienzan a
colocar cuñas de hierro; esas cuñas se golpean con mandarrias para que el
tronco se abra en línea recta. Cuando las tablas se han separado se limpian por
dentro con un instrumento llamado “azuela o achuela”.
Por fuera se limpia con una cuchilla de unos 30 cm de largo que tiene dos
mangos en cada extremo y un buen filo en la parte inferior. Este trabajo se
hace acomodando la tabla en un banco para que sea más cómodo al campesino
correr la cuchilla por ella hasta dejarla limpia y pareja.
El trabajo con las tablas de palma tiene sus
complicaciones, porque a diferencia de las obtenidas de otros árboles, a las de
palma no se le deben clavar clavos porque
se raja fácilmente. Las perforaciones se hacen
con un berbiquí y luego se introduce el clavo.
Igual que las tablas, la Palma Real da sus
pencas para el techo, a esas se les llama: guano. Cobijar es como se llama al
acto de poner el guano. Hay dos formas de hacerlo, una es calvandolo a los
cujes, pero esa no es la que más se usa, porque se necesitan cujes muy fuertes
para que no se afecten al ser atravesados y un buen carpintero. Lo que sí es
común es que se claven las primeras hiladas de abajo, seguramente que buscando
más fortaleza y mas durabilidad, y a partir de ellas las demás pencas de guano
se amarran a los cujes. (Hay quienes amarran también las primeras hiladas).
El primer cuje no se cobija, ese es para que descanse
la penca. La cobija comienza en el segundo cuje. Siempre se comienza de abajo
hacia arriba. La pencas se amarran con yarey.
Cuando se está acabando la cobija, la gente siempre
dice: “Venga agua que ya estamos en el ultimo cuje”, o sea, que no importa que
llueva porque aquella casa ya tiene techo.
En la cima del techo se pone una cubierta que se
llama caballete. Ese se hace con yagua y hojas de plátanos y sirve para
impermeabilizar la parte superior.
Terminada la cobija entraba en acción un oficio que
muy pocos tenían, recortar el guano. Ese se hace con un cuchillo muy afilado y
consiste en recortar de forma muy pareja los extremos de las pencas que quedan
en la parte de abajo, sobresaliendo por encima del primer cuje )o el último, en
dependencia de por donde se comience a enumerarlos). El recortador del guano se
especializaba en grado tal que en el barrio se sabía cuando una casa había sido
recortada por uno u otro.
El nieto de canarios ya fallecido, Lorenzo Gonzáles
Armas, tenía fama en Candelaria de ser quien mejor daba el terminado a una
cobija. Tanto que cuando alguien concluía la cobija lo buscaba a él porque como
nadie sabía darle presencia a la casa.
La planta de la mayoría de las casas campesinas de
Cuba, y no eran excepción la de los canarios de Candelaria, consistían en un
portal delante que daba entrada a una sala que tenía dos cuartos a ambos lados.
Separadas del cuerpo principal tenían una cocina comedor.
En cuanto a los materiales para hacer las casas, la
excepción en la zona cercana al puerto de Gibara es Iberia. Allí los techos son
de zinc y las paredes de madera.
La mayoría de las casas de Iberia se levantaron
entre 1906 y 1910 cuando se convierte en nudo del ferrocarril
Gibara-Holguín/Santa Lucía-Velasco. En esa fecha las casas del poblado se
compraban por piezas en Gibara a una persona que las encargaba al extranjero.
Cada casa venía con sus planos para armar.
En otras zonas llanas de la comarca también había
casas con techo de zinc y paredes de tabla de palma, con portales o “corredor”
de tejas y piso de tierra.
EN LA
MONTAÑA
Hubo casas en las montañas que usaban el zinc para
el techo. En ese caso, que era siempre el de gente ciertas condiciones
económicas, y toda vez que por allí escasea el agua, se ponían canales para
recoger la lluvia.
LA CASA DESPUES DE 1959
Próximos a 1959 el Gobierno hizo varias casas con
techo de placa y buena carpintería en los pisos.
Actualmente, (y sucede desde que la siembra de ajo
favoreció a varios vecinos de la zona), se hicieron casas de techo de placa y paredes
de mampostería que tardaron años en acabarla y que, generalmente, nunca las
pintaron. Favoreció este tipo de construcción la posibilidad de tener fuentes
cercanas donde conseguir la arena artificial. El cemento, generalmente, lo
compraron en bolsa negra. Esas son casas sin creatividad arquitectónica, aunque
hay excepciones, como por ejemplo, dos casas levantadas en el límite de Candelaria Moro que salen del
tradicional modelo de chalecitos bajos y calurosos copiados a los norteamericanos.
Una de esas es propiedad de la familia León Rodríguez, descendiente de canarios.
Sin importar el material del que están construidas,
siempre, anexo a las casas hay un excusado y un rancho para guardar aperos de
labranza y todos los trastos que no tienen cabida en el interior de la vivienda,
y asimismo los chiqueros para la crianza de cerdos que se levantan muy cerca
para evitar los robos. Igual se ven comúnmente los polleros, que consisten en
una construcción hecha con cujes separados a una distancia prudencial para que
entren a comer los pollitos solos, sin sus madres.
CAMBIOS EN LAS VIVIENDAS
La producción de ajos que comenzó en los años 80
diferenció socialmente a los que más suerte tuvieron y la prueba está en las
viviendas que construyeron.
Hasta esa fecha eran las casas de placas muy bajas y
semejantes a las otras, ahora ya hay algunas que se salen del modelo
acostumbrado. Como hay en Candelaria una cantera donde se extraen lajas, con
ellas enchapan las paredes que de esa forma no hay que pintarlas. Hasta la
torre de la iglesia católica lo hicieron las lajas de la cantera de Candelaria,
que fue, además, de donde se sacó la piedra que se utilizó para enlajar los
fosos del Hospital Lenin de Holguín.
[1]
Como mismo la aguja de coser la yagua, los herreros hacían otros varios
productos, como herraduras, clavos, barretas, rejas de arado y todo casi todo
lo que se le pidiera. En Candelaria se conoce de la existencia de por lo menos
un herrero de origen canario, Luís León, quien llego a tener una herrería en
los primeros años del siglo XX.
[2] Entrevistas
realizadas por Enrique Doimeadios y José Abreu Cardet a Pedro Pérez Guerrero y
Ramón Pérez Cuenca, nieto de canarios.
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