Por: José Abreu Cardet
La guerra de
1868 se desarrollo en medio de una implacable persecución de los colonialistas
contra los independentistas. Al hacer un
prisionero los hispanos le exigían que escogiera una de dos alternativas, traicionar a sus compañeros y servir de guía o
era ejecutado en el acto.
El general
Calixto García nos narra la singular historia de un mambí que debió de escoger
entre la traición o la muerte. Los acontecimientos ocurrieron en 1871 cuando
Calixto García se encontraba al frente
de la brigada de Jiguaní, en un tiempo que al decirlo con palabras del General,
era una época “desgraciada en las cuales la Revolución agonizaba y
en la que sólo la fe inquebrantable del patriota podía vislumbrar alguna
esperanza de triunfo.”
Pero dejemos
que sea el veterano mambí el que nos narre aquella historia de heroísmo y
miseria
Una columna española llegó al Júcaro y lanzando
guerrillas[1] por los montes apresó algunas familias, y a
un joven cubano llamado Rafael Villasana. Le dieron cuenta de encontrarme yo
por allí y el jefe español ofreció a
Villasana una gruesa suma de dinero con tal de que le ayudara a mi prisión. Consintió este joven con la
esperanza, según luego me aseguró, de escaparse en el camino y al efecto se puso en marcha sirviendo de
práctico a la columna enemiga. Serian como las tres de la tarde cuando un niño
me dio aviso que venia el enemigo[2].
Me preparé con algunos números para
hacerle algunos tiros para lo cual repartí 24 cartuchos que me prestó
condicionalmente el Sargento Pargas que venia en comisión de Holguín[3]
y
a pocos momentos avanzó el
enemigo con un nutrido fuego. Poca podía
ser la resistencia pues se redujo a 20 ó
30 disparos, retirándonos luego, para el bosque. Ocupó el enemigo mi campamento
y lo que sentí más fue que ocupó también mi capote, que mi asistente[4]
dejó olvidado, pérdida irreparable pues este capote constituía mi cama y mi cobija. Creo qué no
hubiera sentido tanto recibir un balazo.
Luego llegó la noche, el enemigo se
retiró y nosotros volvimos a nuestros
ranchos que encontramos
quemados, pero los
reconstruimos al siguiente
día[5]. Volvamos
al práctico Villasana. No había
podido fugarse en su marcha y tenía como
cosa segura que habiendo fallado el golpe al llegar al campamento seria
fusilado. Así lo pensaba él y el
instinto de conservación le hizo llevar a cabo un plan cuya realización parecía
imposible. Contramarcharon los godos por la vereda que dejo descrita. Iba
Villasana atado los codos y además una cuerda que llevara en la mano un soldado.
Costeaban el río de Vio y al llegar
a un recodo del camino, se tiró
Villasana al río que por aquel lugar hace barranco de más de ocho varas de altura.
En su caída arrastró al soldado que lo conducía, el que atolondrado con la caída, soltó la cuerda que llevaba en
la mano. Hízole el enemigo
unos cuantos disparos pero afortunadamente sin recibir Villasana ningún
daño, gracias a la oscuridad de la noche y emprendió la fuga dejando a los
soldados dando voces, perdidos en el bosque. Al día siguiente se me presentó
Villasana y por él tuve estos pormenores. Para concluir con Villasana diré que
un año después y cuando ya empezaba la época favorable para nuestras armas se
presentó al enemigo[6].
[1] Las llamadas
“guerrillas” estaban integradas por campesinos y algunos militares españoles
acostumbrados a la guerra irregular. Recibían una paga superior a la de las
fuerzas regulares y además podían robar y vejar a las familias cubanas que
sorprendían en los bosques. Generalmente
actuaban junto a una columna pero también operaban desde los poblados. Podían
desplazarse rápidamente por el terreno,
incluso algunos “guerrilleros” habían militado en la insurrección por lo que
conocían las tácticas de sus enemigos.
La mayoría de las veces no llevaban uniforme para engañar a los
libertadores. Para los “guerrilleros” no había perdón al ser hechos
prisioneros.
[2] Esta es la primera
referencia que hace Calixto a un niño en su diario. Sin embargo los niños eran
una constante en el escenario insurrecto. Acompañaron a sus padres a la manigua
mambisa y dejaron una larga aritmética de tumbas en los campos. Son junto con
los ancianos los grandes olvidados del 68.
[3] A un
miembro del ejército libertador se le consideraba en comisión cuando recibía
una misión específica de su jefe inmediato muchas veces fuera del área donde
operaba su unidad. Para esto recibía una papeleta o carta autorizándolo a
desplazarse por el territorio. En
algunos lugares funcionaban postas encargadas de controlar el paso de todo
extraño. El individuo que no tenia documentación que aclarara el motivo de por
el que se encontraba de viaje era detenido y considerado desertor e incluso, lo
que era peor: espía enemigo
[4] El asistente es uno
de los grandes héroes desconocidos del ejército libertador. Estos individuos
eran los encargados de crear todas las condiciones materiales para la
subsistencia del oficial al que eran asignados.
[5] Existía un verdadero
contrapunteo entre la construcción de ranchos rústicos por los mambises y su destrucción por las
fuerzas hispanas. Los diarios de operaciones de las secciones, compañías y los
batallones hispanos están llenos de información sobre la quema de estas casas.
En la mentalidad de un ejercito regular la ocupación del recinto donde radicaba
el estado mayor del ejercito contrario o la casa que servía de albergue al jefe
de las fuerzas contrarias tiene una gran significación pero en este caso los mambises
abandonaban con absoluto desenfado sus instalaciones que no tardaban en
reconstruir no muy lejos.
[6] El fragmento del
diario personal de Calixto fue tomada de: José Abreu Cardet, Olga Portuondo
Zúñiga y Volver Mollin. “Calixto García
escribe de la Guerra
Grande: Tres documentos personales”, Editorial Oriente Santiago de Cuba 2009 pp.
77--78
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