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15 de septiembre de 2014

Villasana: Las contradicciones de un héroe.

Por: José Abreu Cardet


La guerra de 1868 se desarrollo en medio de una implacable persecución de los colonialistas contra los independentistas.  Al hacer un prisionero los hispanos le exigían que escogiera una de dos alternativas,  traicionar a sus compañeros y servir de guía o era ejecutado en el acto. 

El general Calixto García nos narra la singular historia de un mambí que debió de escoger entre la traición o la muerte. Los acontecimientos ocurrieron en 1871 cuando Calixto García se encontraba  al frente de la brigada de Jiguaní, en un tiempo que al decirlo con palabras del General, era una época “desgraciada en las cuales la Revolución agonizaba y en la que sólo la fe inquebrantable del patriota podía vislumbrar alguna esperanza de triunfo.”                                                       

Pero dejemos que sea el veterano mambí el que nos narre aquella historia de heroísmo y miseria

Una columna española llegó al Júcaro y lanzando guerrillas[1]  por los montes apresó algunas familias, y a un joven cubano llamado Rafael Villasana. Le dieron cuenta de encontrarme yo por allí  y el jefe español ofreció a Villasana una gruesa suma de dinero con tal de que le ayudara a mi  prisión. Consintió este joven con la esperanza, según luego me aseguró, de escaparse en el camino  y al efecto se puso en marcha sirviendo de práctico a la columna enemiga. Serian como las tres de la tarde cuando un niño me dio aviso que venia el enemigo[2].  Me preparé con algunos números para hacerle algunos tiros para lo cual repartí 24 cartuchos que me prestó condicionalmente el Sargento Pargas que venia en comisión de Holguín[3]  y  a  pocos momentos avanzó el enemigo con  un nutrido fuego. Poca podía ser la resistencia pues  se redujo a 20 ó 30 disparos, retirándonos luego, para el bosque. Ocupó el enemigo mi campamento y lo que sentí más fue que ocupó también mi capote, que mi asistente[4] dejó olvidado, pérdida irreparable pues este capote  constituía mi cama y mi cobija. Creo qué no hubiera sentido ­tanto recibir un balazo. 
             
Luego llegó la noche, el enemigo se retiró y nosotros volvimos a nuestros  ranchos  que  encontramos  quemados, pero los  reconstruimos   al  siguiente  día[5].  Volvamos   al  práctico Villasana. No había podido fugarse en su marcha y tenía  como cosa segura que habiendo fallado el golpe al llegar al campamento seria fusilado.    Así lo pensaba él y el instinto de conservación le hizo llevar a cabo un plan cuya realización parecía imposible. Contramarcharon los godos por la vereda que dejo descrita. Iba Villasana atado los codos y además una cuerda que llevara en la mano un soldado. Costeaban el río de  Vio y al llegar a  un recodo del camino, se tiró Villasana al río que por aquel lugar hace barranco de más de ocho varas de altura. En su caída arrastró al soldado que lo conducía, el que atolondrado  con la caída, soltó la cuerda que llevaba en la mano.   Hízole el  enemigo  unos cuantos disparos pero afortunadamente sin recibir Villasana ningún daño, gracias a la oscuridad de la noche y emprendió la fuga dejando a los soldados dando voces, perdidos en el bosque. Al día siguiente se me presentó Villasana y por él tuve estos pormenores. Para concluir con Villasana diré que un año después y cuando ya empezaba la época favorable para nuestras armas se presentó al enemigo[6].


[1] Las llamadas “guerrillas” estaban integradas por campesinos y algunos militares españoles acostumbrados a la guerra irregular. Recibían una paga superior a la de las fuerzas regulares y además podían robar y vejar a las familias cubanas que sorprendían en los bosques.  Generalmente actuaban junto a una columna pero también operaban desde los poblados. Podían desplazarse  rápidamente por el terreno, incluso algunos “guerrilleros” habían militado en la insurrección por lo que conocían las tácticas de sus enemigos.  La mayoría de las veces no llevaban uniforme para engañar a los libertadores. Para los “guerrilleros” no había perdón al ser hechos prisioneros. 

[2] Esta es la primera referencia que hace Calixto a un niño en su diario. Sin embargo los niños eran una constante en el escenario insurrecto. Acompañaron a sus padres a la manigua mambisa y dejaron una larga aritmética de tumbas en los campos. Son junto con los ancianos los grandes olvidados del 68. 

[3] A un miembro del ejército libertador se le consideraba en comisión cuando recibía una misión específica de su jefe inmediato muchas veces fuera del área donde operaba su unidad. Para esto recibía una papeleta o carta autorizándolo a desplazarse  por el territorio. En algunos lugares funcionaban postas encargadas de controlar el paso de todo extraño. El individuo que no tenia documentación que aclarara el motivo de por el que se encontraba de viaje era detenido y considerado desertor e incluso, lo que era peor: espía enemigo

[4] El asistente es uno de los grandes héroes desconocidos del ejército libertador. Estos individuos eran los encargados de crear todas las condiciones materiales para la subsistencia del oficial al que eran asignados.

[5] Existía un verdadero contrapunteo entre la construcción de ranchos rústicos  por los mambises y su destrucción por las fuerzas hispanas. Los diarios de operaciones de las secciones, compañías y los batallones hispanos están llenos de información sobre la quema de estas casas. En la mentalidad de un ejercito regular la ocupación del recinto donde radicaba el estado mayor del ejercito contrario o la casa que servía de albergue al jefe de las fuerzas contrarias tiene una gran significación pero en este caso los mambises abandonaban con absoluto desenfado sus instalaciones que no tardaban en reconstruir no muy lejos. 

[6] El fragmento del diario personal de Calixto fue tomada de: José Abreu Cardet, Olga Portuondo Zúñiga y Volver Mollin.  “Calixto García escribe de la Guerra Grande: Tres documentos personales”,  Editorial Oriente Santiago de Cuba 2009 pp. 77--78

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