Por Pepito García Castañeda
Las noches de conciertos (retretas) en la Plaza Mayor eran seguidas de alegres bailes en la Sociedad Filarmónica Isabel Segunda. Así nos lo dice el periodista J. Nápoles Fajardo en el periódico “El Oriental”, que se imprimía en esta Ciudad, correspondiente al jueves 21 de junio de 1866.
Y asimismo el viejo periódico da cuentas de que los conciertos se iniciaban a las ocho de la noche, a veces antes, y que los caballeros acostumbraban a asistir con corbata, chaleco y pantalones blancos, mientras que las mujeres llevaban simpáticas faldas que se les llamaba “Gabrielas”.
La Banda Militar del Regimiento, acantonada en Holguín, ejecutaba su programa a base de polkas, corridos, paso-dobles, etc., porque aún no se había inventad el danzón, el bolero y el son, que son piezas de nuestro folclore nacional. Una vez terminada la retreta, a eso de las diez de la noche, las damas y caballeros que eran socios de la “Real Sociedad” acudían a su sede, una amplia casona situada en la calle del “Rosario”, esquina a “San Miguel”, hoy Frexes esquina a Maceo, donde se encuentra el establecimiento de ropas La Luz de Yara, que entonces era propiedad de los Aguilera de la Cruz.
Dicen que los bailes que allí se celebraban eran regios, y que a ellos acudían las familias más connotadas y nobles de Holguín, a saber: los Zayas, Grave de Peralta, Ávila Delmonte, Rodríguez-Aguilera, los Aguilera de la Cruz (que ostentaban el lema heráldico y real “Deus et Dómine”), los Fornaris, que provenían de la nobleza italiana, los Fernández de la Vega, que tenían el blasón de Marqueses de Guisa, los González de Rivera… Todos se ufanaban de pertenecer a la “Filarmónica”, pues ello era signo de distinción. Solamente se le daba entrada a quienes cumplían con las muchas condiciones que se ponían, incluyendo hasta timbre de abolengo.
Se bailaban Rigodones, Lanceros, Polkas, Cuadrillas y se hacía un gran consumo de empanadas, queso blanco, dulce de guayaba, empanadillas de haría o de maíz; se bebía horchata, chicha, caramachel, mistela y sobre todo lo que entonces se consideraba la bebida nacional (hoy suplantada por el ron), “el Agua de Loja o Aloja”.
A la entrada del baile a cada dama se le entregaba una tarjeta que servía para anotar las piezas comprometidas con los galanes.
Por lo regular, los bailes de la “Filarmónica” concluían a las dos de la mañana. Afuera esperaban los esclavos con farolas para llevar a sus señores hasta la residencia de su propiedad. Unos iban a pie, porque era muy cerca, y otros en vehículos tirados por caballos llamados “quitrines”.
Aquellos antiguos bailes tenían la particularidad de que sus asistentes no solo gozaban del baile, sino que también, entre pieza y pieza, se recitaban poesías, se cantaban baladas, se organizaban “juegos de prendas”. Y otra característica era el orden en extremo. Cualquier alteración de él provocaba la reunión de la Directiva. Estos tomaban una decisión, que casi siempre era la expulsión del socio que había provocado el altercado. Por cierto, la votación se hacía de la siguiente forma: a cada miembro de la Directiva se le entregaba una bola blanca y otra negra, luego se pasaba una caja en la que se debía echar la bola blanca si se creía que el infractor merecía el perdón, y la negra si era expulsión. Si era expulsión, el infractor sabía que tenía cerradas todas las puertas de las demás Sociedades. (Y un dato curioso, a veces no había bolas negras y blancas, y en su lugar se usaban frijoles de esos colores).
Instituciones del mismo género que la “Filarmónica Isabel II”, hubo en muchos lugares de la Isla, pero se asegura que la de Holguín iba a la cabeza por sus morigeradas formas, su protocolo y respeto, a lo que mucho contribuyó el rico vecino y Presidente de aquella en varias ocasiones, don Justo de Aguilera y González de Rivera, padre de los patriotas Hermanos Aguilera y de la Cruz.