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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

5 de julio de 2010

Gibara, Pintura


Museo de Artes decorativas, Gibara

Esta manifestación artística tuvo un fuerte desarrollo en las postrimerías del siglo XIX y primeras décadas del XX en la localidad.

Paisajes, retratos y dibujos atrajeron la sensibilidad creadora de varios gibareños. La historia gráfica de los campos que rodean la villa, la belleza del litoral, llena la obra pictórica de León Hernández Cáceres, Juan Vecino Mallo, Enrique Almaguer Pavón y Luís Sánchez Hernández.

Numerosos retratos también salieron de las manos de Hernández Mallo, Vecino Mallo, Crecente Fornaguera Ráez y Pelagio Rodríguez Calderín, en tanto que el dibujo fue cultivado por Román Infante y Mario Rodríguez Infante.

Entre ellos debe significarse a León Hernández Cáceres, canario establecido en Gibara, quien pintó desde un cartel comercial hasta un hermoso óleo, y Juan Vecino Mallo, quien obtuvo algunos conocimientos técnicos, contrariamente al resto de los pintores gibareños que fueron autodidactas. Impartió clases a jóvenes de la localidad. La obra de ambos se desarrolló mayormente en la primera mitad del siglo XX.

En la actualidad la pintura es una de las manifestaciones artísticas de mayor desarrollo en Gibara. Junto a la obra de Luís Cátala Maldonado, profesor instructor de varias generaciones de aficionados, paisajista y acuarelista por excelencia, así reconocido nacional e internacionalmente, está la pintura de Pedro Silva León, Nelson Labrada, Leyder Martínez, Rosa Aguilera entre otros valores surgidos después de 1959 y que poseen exposiciones en la localidad y fuera de ella, así como han obtenido premios provinciales y nacionales.

Un concurso anual de pintura premiado en metálico, dirigido a adultos, y otro para niños, consolidan la afición y los resultados de la creación en la pintura en Gibara, donde el paisaje no ha dejado de ser el tema esencial.


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La única fotografía del maestro Luis Catalá que aparece en Internet. De sus obras, ninguna se puede encontrar por esa vía. Ojalá que la Aldea consiga algún colaborador que le ayude en hacer visible al más grande acuarelista de la comarca.

Gibara, Literatura


La literatura ha tenido también en Gibara un constante movimiento, que después del triunfo revolucionario ha logrado una significación relevante y ascendente dentro de la provincia.

Más, hay que significar que la misma tuvo gran fuerza en la villa, aún en épocas en que la política gubernamental colonial o republicana no apoyaba el libre desarrollo de la cultura. La prensa local del siglo XIX y de los primeros cincuenta años del siglo XX, refleja un quehacer literario local. Poesías y crónicas abundan en las páginas de estas publicaciones, destacándose nombres de gibareños como William y Fernando Cuesta Mora, Robustiano Verdecia, Emilio Fernández de la Vega y Frank Pérez.

Al mismo tiempo, periódicos como EL COMERCIO, contaron con la colaboración de escritores nacionales como Bonifacio Byrne, Agustín Acosta, Emilio Bobadilla y de extranjeros como el mexicano Luís G. Urbina. Muestra de que los gibareños no sólo hicieron literatura sino que se relacionaron y promovieron a otros escritores del país.

En la vida literaria de Gibara debe significarse el nombre de Armando Leyva (1888-1942), hoy reconocido en la Historia de la Literatura Cubana. A través de él se produjo una gran integración del territorio a la actividad literaria de la antigua provincia oriental. Por Leyva escritores como Regino Boti y José Manuel Poveda, conocen y siguen de cerca el quehacer literario gibareño. La voz de la villa aparece en el Manifiesto Renovador encabezado por Poveda y seguido por los poetas orientales en 1910 y los gibareños se unieron al homenaje de los intelectuales a Julián del Casal.

Armando Leyva perteneció a la Academia Nacional de Artes y Letras y a la Asociación de Reportes, fue presidente del Ateneo Santiaguero y alentó la creación de la Empresa Editorial Biblioteca Oriente. Sus libros fueron publicados en gran parte, en la antigua provincia de Oriente: DEL ENSUEÑO Y DE LA VIDA, en Gibara y en Las Tunas, SEROJA, en Banes; ALMA PERDIDA, en Puerto Padre; LAS HORAS SILENCIOSAS, MUSEO, PEQUEÑOS POEMAS, publicados en Santiago de Cuba; LA PROVINCIA Y LAS ALDEAS, en Santiago de Cuba y en Gibara; ESTAMPAS DEL REGRESO, en Gibara y LA ENEMIGA, en La Habana. Cuentos, crónicas, artículos, poemas en prosa y una novela corta, responden a esos títulos mencionados.

La labor literaria y cultural de Armando Leyva, trascendió los límites de la villa, su contribución a la promoción de autores y obras cubanas y el haber donado lo recaudado con la publicación de su libro MUSEO para la construcción de un edificio propio para Museo y Biblioteca en Santiago de Cuba, son ejemplos de su labor en aras de la cultura nacional.

LEYVA, Armando (Gibara, Oriente, 14. 1. 1888 - La Habana, 9. 12. 1942). Estudió en su pueblo natal y en las Escuelas Pías de Guanabacoa. Dejó inconclusa la carrera de ingeniería en los Estados Unidos para regresar a Cuba y dedicarse al periodismo. Durante algún tiempo participó en la política partidista activa. Dentro de su misma provincia, dirigió las publicaciones Zeta, Pandemonium y El Comercio (1915), y colaboró en La Palabra y El Triunfo, todos de Gibara, así como en El Correo Semanal, de Banes. En Santiago fue jefe de redacción del Diario de Cuba (1917) y colaborador de El Cubano Libre; allí mismo fue también presidente del Ateneo y alentador de la empresa editora Biblioteca Oriental. Se trasladó a La Habana en 1925 para trabajar en el periódico El Sol. Fue secretario de redacción de Noticias (1933) y director de Labor (1936-1937) y Metrópolis (1937). Colaboró en las publicaciones habaneras Social, Bohemia, Letras, Smart, Alma Latina, El Fígaro, La Prensa, Heraldo de Cuba, Diario de la Marina, El Mundo, Información, El País, Adelante, Tierra Libre. Editó, junto con Pedro Alejandro López y Luis Enrique Santiesteban, La novela cubana [ca. 1928], que dedicaba cada número, íntegramente, a la publicación de una novela corta. Perteneció a la Academia Nacional de Artes y Letras y a la Asociación de Reportes. Su monólogo «También el Budha suspiró de amor...» fue publicado, junto con otro de Eduardo Abril Amores, bajo el título común de Mientras reía el carnaval... (Santiago de Cuba, Imp. Diario de Cuba, 1922). Utilizó el seudónimo Randal.

BIBLIOGRAFÍA ACTIVA

Del ensueño y de la vida [Crónicas e impresiones]. «¿Prólogo?», por M. Antonio Dolz, y «Armando Leyva», por Francisco Cañellas. Gibara - Victoria de las Tunas (Oriente), Imp, El Cucalambé, 1910. Seroja [Crónicas]. Pról. de José Manuel Poveda. Banes (Oriente), Imp. El Correo Semanal, 1911. Alma perdida [Cuentos y crónicas]. Puerto Padre (Oriente), Imp. El Renacimiento, 1915. Las horas silenciosas (Cuentos y crónicas). Pról. de Max Henríquez Ureña, Santiago de Cuba, Empresa Editorial El Sol, 1920. Amar la poesía, cultivar el verso, respetar al poeta [Conferencia]. Santiago de Cuba, Imp. Diario de Cuba, 1921. Museo [Artículos]. Santiago de Cuba, Imp. Arroyo, 1922. Pequeños poemas (Poemas en prosa). «Pórtico», por José Fatjó. Santiago de Cuba, Editorial Oriente [1922]. La provincia, las aldeas. Pról. de Eduardo Abril Amores. Santiago de Cuba, Acosta y Fábregas, impresores, 1922. Estampas del regreso. «El prólogo de este breviario», por Luis G. Cabrera. Gibara (Oriente), Imp. A. Cajigal, 1923. La enemiga [Novela corta]. La Habana, Imp. El Ideal, 1928 (La novela cubana, serie A, 3).

BIBLIOGRAFÍA PASIVA

Augier, Ángel I. «Armando Leyva, el cronista de la vida provinciana», en Policía. La Habana, 2 (14): 26, ene., 1943. Boti, Regino E. «Entre dos labores. Pretexto: Leyva. Asunto: yo» [Sobre Del ensueño y de la vida], en Orto. Manzanillo, 1 (6): 3-5, feb. 11, 1912. Bueno, Salvador. «Armando Leyva. 1888-1942», en su Antología del cuento en Cuba (1902-1952). La Habana, Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, 1953, P. 65. Carbonell, José Manuel. «Armando Leyva Balaguer (1888)», en su La prosa en Cuba. Recopilación dirigida, prologada y anotada por [...] T. 1. La Habana, Imp. Montalvo y Cárdenas, 1928, p. 307-308 (Evolución de la cultura cubana, 1608-1927, 12). Chacón y Calvo, José María. «La muerte de Armando Leyva», en Revista Cubana. La Habana, 15,:135, ene.-mar., 1943. «Ex-corde a la memoria de Armando Leyva» [Número completo dedicado al autor]. Tierra Libre. La Habana, 7 (1), ene., 1943. Labrador Ruiz, Enrique. «Armando Leyva», en su El pan de los muertos. La Habana, Universidad Central de Las Villas, 1958, P. 41-46 León, José de la Luz. «El cronista que amó el mar y los montes», en Carteles. La Habana, 41 (1): 32, 68, ene. 3, 1960. Medrano, Higinio J. «Los restos de Armando Leyva», en Universal. Santiago de Cuba, abr. 2, 1950. Poveda, José Manuel. «Un libro de Leyva» [Sobre Del ensueño y de la vida], en El Pensil. Santiago de Cuba, 24ª época, 2 (16): 185-186, ago. 10, 1910. Vasconcelos, Ramón. «Armando Leyva», en Tierra Libre. La Habana, 4 (10): 11, oct., 1940.

Otros escritores gibareños lograron sobrepasar las páginas de las publicaciones gibareñas para ganar concursos como el de los “Juegos Florales”, tal es el caso de Fernando Cuesta Mora (1908-195?) o Jesús Torres Cuesta (1936-1973), cuyas poesías fueron publicadas en libros en Gibara y en Las Tunas.

De 1914 es el libro ALMA DE LA ALDEA; antología de escritores gibareños, que incluye entre otros nombres no bien estudiados el de Luís G. Cabrera, Rafael Cuesta, Oscar Diez Feria, Modesto Centeno y Leoncio Fernández Pino.

El triunfo revolucionario trajo consigo un mayor desarrollo en la literatura gibareña. La existencia del boletín literario “Cacoyugüín”, del Taller Literario “Armando Leyva”, más de diez libros publicados por autores locales, premios provinciales y nacionales obtenidos por escritores provenientes del Taller Literario y la participación del decimista Gilberto Cruz Rodríguez en el Encuentro Internacional de Décimas, son evidencias del levantamiento y desarrollo del quehacer literario en Gibara.
 
Al nombre de Cruz Rodríguez, debe sumársele los José Barciela Tauler, Arsenio Valdés Bruceta, Manuel Gómez, Silvio Escalona Graña, Agustín Labrada, Orlinda Nieves que ya tienen publicaciones y algunos inclusive en antologías extranjeras.

Las tertulias literarias, tradicionales en la villa desde el siglo XIX, han sido revitalizadas en la actualidad, manteniéndose inclusive en algunas casas de familias, así como se ha recogido la rica tradición oral que la caracterizó, en el atlas de la Cultura Popular Tradicional.

Gibara también ha sido sede y subsede de eventos nacionales de literatura y humor y mantiene un concursó anual de literatura que premia en metálico.

En oleadas sucesivas, como una continuación de las olas formadas en el mar, le llegó la brisa, fresca, húmeda, evanescente, y con ella vino el rumor del mar y el picante olor a salitre: todo le llegaba del mar, hasta la espera. y ella odiaba al mar, porque sabía que le era hostil. El mar debe ser una mujer, pensó. -Sólo una mujer puede ser tan dura con las mujeres y tan blanda con los hombres -dijo y recordó que alguien dijo que al mar debía llamársele la mar porque también lo afectaba la luna; no podía recordar quién lo dijo–: Pero debe ser una mujer -dijo. Más que nada lo odiaba por la misma razón que se maldice al cartero que pasa de largo: porque el mar era un medio de comunicación entre ella y él y ahora le negaba toda noticia. Él dijo: “Mira al mar. Míralo siempre y sabrás si vuelvo o no. Él te dirá”, pero él no había contado con el mar, de donde el mar era un mensajero sin saberlo. Nadie contaba con él y todos querían que fuese el recadero perfecto. Se despachaban embarcaciones, se echaban botellas llenas de mensajes, se tendían cables, y todos querían que las noticias llegaran pronto y sin novedad y con precisión al punto de destino. y ahora ese hombre, ese marino misterioso, envuelto en sombras, ocupado en raros trajines, que utilizaba el mar y la noche como cómplices, no decía más que “Mira al mar: él te dirá” y dejaba el resto (la improbabilidad, el error, la mala fortuna) al azar, y esta mujer odiaba al mar porque el mar, siempre sin saberlo, demoraba en decir que sí o que no.



Guillermo Cabrera Infante. El de arriba es un fragmento de MAR, MAR, ENEMIGO incluído en el libro de relatos “Así en la paz como en la guerra”.

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Gibara, Teatro


La manifestación teatral tuvo sus primeras expresiones locales en las llamadas reuniones familiares que se desarrollaban en viviendas donde existía un piano y en las que los aficionados gibareños desarrollaban sus aptitudes artísticas.

Más tarde, se habilitó un viejo almacén de víveres como sede de un teatro y la manifestación fue tomando auge en la población. En 1878 se fundó el Círculo Familiar (en un edificio de la calle San Mamerto, hoy Calixto García), donde se realizaron representaciones teatrales tanto por grupos de aficionados como compañías dramáticas que entraban por el puerto para realizar sus giras a través del país.

El Círculo Familiar duró sólo un año, pero el 12 de abril de 1884, por la insistencia de los gibareños e iniciativa de Don Javier Longoria, se creó un Círculo Popular que sirvió de centro de instrucción y recreo, con los mismos propósitos que el desaparecido Círculo Familiar. El nuevo local contaba con trescientas capacidades y por él desfilaron aficionados y profesionales del arte de las tablas.

Todo este movimiento cultural motivó a los gibareños criollos, peninsulares y extranjeros radicados en nuestro pueblo a dar los primeros pasos para construir un teatro que tuviera las condiciones apropiadas para el desarrollo de esta expresión del arte.


En la noche del 11 de enero de 1886, se reunió la junta directiva del Casino Español de Gibara, y se acuerda recaudar los fondos necesarios para dar inicio a las obras. En enero de 1889 se aprobó el proyecto presentado por Don Jose Almanza, quien quedó facultado en unión de Don José Homobono Beola para conveniar con los carpinteros Don Joaquín y Don Francisco Pifferrer, así como con el albañil Félix Pifferrer, la construcción de la primera parte de la obra.

El teatro se comenzó a edificar el 19 de febrero de 1889 y se inauguro el 13 de septiembre de 1890, con la actuación de la famosa Compañía de Palau. Durante muchos años el Teatro Casino Español fue escenario de grandes personalidades del arte. En él se presentaron la Compañía de Luisa Martínez Casado, los violinistas Rafael Diaz Albertini y Claudio Brindis de Sala, el pianista y compositor Ignacio Cervantes y la compañía de zarzuela de Maria Varona, por mencionar sólo a algunas.

Alrededor de 1940 el Teatro, que cambió su nombre por el de “Unión Club”, comenzó a alternar las funciones teatrales con las proyecciones cinematográficas en su sala, hasta la década de 1970 que cerró sus puertas para ser restaurado. La recuperación de su inmueble quedó detenida en 1990 por razones económicas.


No obstante, a finales de la década del 1990 se inició un proyecto cultural en él con una actividad mensual dedicada a la trova, lo que contribuyó a motivar el interés por su restauración.

Con la colaboración de la Diputación española de Sevilla, la Oficina de Historia del municipio acometió su reparación, rescatándose totalmente la cubierta y el piso del tercer nivel, así como se trabaja para lograr su total restauración, al tiempo que se realizan actividades de pequeño formato en su sala, tanto con artistas aficionados como profesionales.

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Gibara, Muebles

El territorio cuenta con una gran variedad de muebles de la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX, como consecuencia del interés de la burguesía media gibareña, que además de expresar su poder en las majestuosas edificaciones domésticas y civiles que construyeron, incorporó un rico mobiliario en función de los gustos y modas de la época.

Es por ello que es frecuente encontrar en la villa diferentes estilos de muebles, como el medallón, perilla, thonet, art noveau y mimbre que en algunos casos fueron comprados directamente en el extranjero, en otros, son resultados de la creación de famosos ebanistas del país.

Debe decirse que de la época republicana hay muebles construidos por ebanistas gibareños, como Julio Fuentes, Santana Ochoa y Antonio Galván, quienes llegaron a imitar con acierto algunos de esos estilos con fines comerciales y viviendas de las clases menos pudiente, así como las Sociedades Club Maceo y Club Marti, tuvieron muebles construidos por los mencionados ebanistas locales.

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Gibara, Cultura alimenticia


La pesca fue en Gibara la principal fuente de trabajo y de alimentación durante siglos, razón que justifica que su cultura alimentaría esté basada fundamentalmente en platos confeccionados con mariscos.

El cangrejo (Cadiosoma guanhumz), típica especie local, ha servido de base para la confección de exquisitos platos, pues con su masa se confecciona el enchilado y el cangrejo rebosado.

Otra especie aprovechada es el cangrejo colorado (Gecarcinus ruricola), que en épocas de desove sale del litoral y los pobladores aprovechan para extraerle el caro (hueva del cangrejo hembra) con el que se confeccionan platos muy apetecibles.

La jaiba, crustáceo cuyo nombre científico es Callinectes sapidus, habitante de las riveras pantanosas de los ríos, en su desembocadura y zonas costeras poco profundas, es utilizada en enchilados, en la elaboración de la jaibita rellena y la jaiba rebosada.

El camarón (Panaevs Schmitti), especie que habita en los fondos fangosos y que aún cuando Gibara no es una zona rica en este crustáceo, se captura en cualquier época el año, ofrece variedades de formas de consumo: camarón en salsa, frituras, cóctel, arroz, enchilado, escabeche, todas altamente estimadas por los gibareños y por los que visitan la villa.

Otro alimento tradicional gibareño es la coquina un pequeño molusco vivalbo (Donax denticulatus) que se encuentra en la arena y que se puede capturar hasta con las manos. Con la coquina se elaboran frituras, sopa, arroz, cócteles, etc.

El arroz a la marinera, es también un plato característico en la mesa gibareña y se confecciona con todos los productos del mar, a los que se ha hecho referencia con anterioridad.

Por otro lado, la fuerte presencia del acervo cultural español en la villa, ha mantenido viva la costumbre de fabricar vinos. Gibara tuvo dos fabricas de licores reconocidas en su época: la de Jesús Fernández y la de José Granda, en ellas se hacían diferentes tipos de bebidas y vinos de frutas. Aunque estas fábricas desaparecieron, los gibareños quedaron con la tradición de hacer vinos caseros, hecho que subsiste en muchas familias y en la actualidad el Museo de Historia Natural tiene un club de vinicultores, lo que estimula la continuidad de la tradición.

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Gibara, Fiestas tradicionales



Las fiestas y bailes forman parte también de las costumbres y tradiciones de Gibara. Desde mediados del siglo XIX hay referencias a estas actividades, primeramente en casas particulares, posteriormente y con el desarrollo que iba alcanzando la villa, en sociedades. Luego, con el triunfo de la Revolución algunas de ellas han sido revitalizadas o se han adecuado culturalmente a las nuevas realidades sociales. Entre estas fiestas y bailes pueden mencionarse:


-Fiestas de San Fulgencio.
Coincidían con la fecha de la fundación de la villa (16 de enero), día de San Fulgencio, patrono de Gibara. Se iniciaban el día 13 y se extendían hasta el 16 o 18 de enero. En la madrugada del primer día una orquesta recorrida la población tocando la diana mambisa. Se hacia una misa en la Iglesia Católica y luego una procesión. Durante estos días se hacia un programa de actividades, previsto y publicado con anterioridad, que incluía juegos tradicionales, verbenas, competencias entre equipos de la villa, como los de pelota, etc. En el parque Calixto García, cerrado con pencas de coco y adornado con banderas de colores, se desarrollaban actividades, así como en salones, sociedades y en diferentes calles. Bebidas, comidas y otros artículos se vendían en kioscos construidos para esa fecha.

Estas fiestas fueron auspiciadas por el Ayuntamiento Municipal y a veces sirvieron para recaudar dinero destinado a alguna obra social, como lo fue la estatua del Parque de las Madres. Sus patrocinadores celebraron el centenario de la villa en 1917.

La Fiesta de San Fulgencio se considera la más antigua festividad gibareña, perduró hasta el triunfo de la Revolución.

A partir de 1979, revitalizando gran parte de las actividades de las mismas y en similar fecha del año, se realiza la Semana de la Cultura gibareña, que ha ganado gran arraigo popular.


-Baile del Chivo Capón.
Comienza a desarrollarse en Gibara, precisamente en la zona rural de Managuaco alrededor de 1868.

Baile de parejas, jocoso y erótico, en la que un foráneo (El Chivo Capón), se gana por retadora arrogancia y buen pie a todos los muchachos presentes, desplazando a los jóvenes de la zona. Dentro de estos últimos aparece el bailador del patio que con sus movimientos elimina finalmente al visitante, quedando como único dueño del baile. El estribillo, muy conocido, se realizaba corto o largo según el interés de los bailadores. Decía así:

El chivo capón
De La Habana vino
¿Quién lo capó?

Se improvisa a gusto de los cantantes del grupo musical acompañante, ejecutantes de son montuno. Estos grupos utilizaban instrumentos musicales tradicionales, tales como: Guitarra tres, marímbula, bongoes. Era un baile muy utilizado en los llamados guateques campesinos.

En la actualidad, el baile del Chivo Capón ha sido revitalizado por jóvenes aficionados y se presenta en las actividades danzarias y eventos culturales del territorio.


- Fiesta del Gibareño Ausente.
Esta fiesta ha sido también un acontecimiento de carácter popular. La causa de esta celebración está en la emigración de gibareños como consecuencia del hambre, la miseria, la insalubridad existente en el país y agudizado en Gibara en los años pre-revolucionarios. La construcción de la carretera central influyó en la extinción del comercio portuario obligando a muchos hijos de este pueblo a abandonarlo.

No obstante, la familia dividida, la nostalgia por la villa, incitaban al reencuentro. Con ese fin, el desaparecido Faustino Pérez Ricardo, realizó una campaña a través de las páginas del periódico TRIBUNA LIBRE, para acercar aunque fuera por un día a los ausentes.

A propuesta del Concejal Antonio Silva Labrada se instituyó el DÍA DEL GIBAREÑO AUSENTE, en sesión efectuada el 11 de abril de 1953. La fecha escogida fue el 25 de julio, debido a que ese día, en 1898, habían hecho su entrada a Gibara, las tropas mambisas al mando del coronel Cornelio Rojas.

La fiesta del Gibareño Ausente tenía un programa que previamente y junto a una invitación se les hacía llegar a los coterráneos que residían fuera de la villa y que incluía actividades como: juegos tradicionales (corrida de cintas, de bicicleta, cucaña, palo ensebado, la peseta en la sartén, regatas de botes); retretas en el Parque Calixto García, paseos de carrozas y comparsas, elección y coronación de la reina y luceros, etc. También se condecoraban en acto público a los gibareños que más tiempo habían permanecido sin visitar la villa y regresaban con estas celebraciones, así como a aquellos que se habían destacado en las actividades que se realizaban.

Esta fiesta se dejó de realizar entre 1961 y 1962 y fue revitalizada en 1982, cuando recogiendo el sentir del pueblo, la Asamblea Municipal del Poder Popular, en su sesión ordinaria del 21 de noviembre de ese año, por sugerencia del Sectorial de Cultura, acordó celebrar el Día del Gibareño ausente el penúltimo día de las Fiestas Populares.

El 12 de agosto de 1982 el pueblo de Gibara se reunió para recibir a los gibareños ausentes, hecho que se repitió anualmente durante varios años y que luego, por razones económicas y de organización, se acordó realizar la Fiesta del Gibareño Ausente cada dos años.

Esta festividad se dejó de realizar debido a la critica situación del país al iniciarse la década de 1990 y aún cuando no ha podido volverse a desarrollar, la tradición se mantiene viva en los deseos del pueblo y en los gibareños ausentes residentes fundamentalmente en La Habana, quienes conmemoran en la capital la fecha y se encuentran organizados y en vínculo constante con la villa, en aras de volver a materializar esta festividad.


-Otros bailes y fiestas.
Entre otras fiestas tradicionales gibareñas habría que mencionar: la Fiesta de la Cruz, las Verbenas de la Calle Cemento (hoy Bernabé Varona), la fiesta de la Plaza de Armas (hoy Parque Calixto García); los bailes de disfraz, que se efectuaban en clubes, sociedades y balnearios y el “de las Flores”. Exponentes todos del acervo popular de la cultura en Gibara.

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Gibara, de los símbolos locales



El nombre de esta villa, según la teoría más aceptada, procede de las voces indígenas Jiba-Jibara, que sirven para denominar un arbusto silvestre que abunda en las orillas de los ríos, lagunas y tierras anegadas así como en los terrenos pedregosos y rocas marinas, según se manifiestan las distintas clases de arbustos dentro de la misma familia.

Nombre popular: Jibá
Nombre científico: Erythoxylon havanense.
Familia: Eritroxiláceas.

La planta es además muy popular en la medicina verde por sus propiedades hemostáticas.

Tanto por las razones históricas antes mencionadas como por sus cualidades curativas el Jibá se ha considerado como árbol representativo de nuestra flora y símbolo local.

Dentro de la fauna, el ejemplar que más caracteriza al territorio es el cangrejo blanco, crustáceo que pertenece a una familia de hábitos cosmopolitas, cuyo nombre científico es Cardiosoma guanhumz y habita en los fondos de piedras y arenas. Su vida se desarrolla en las cercanías de las costas y en parajes de manglares y bosques donde prima la humedad.

Otro crustáceo característico de Gibara es el llamado cangrejo colorado (Gecarcinus ruricola), que habita en las zonas del litoral.

En la época de desove estos animales invadían la ciudad en su tránsito hacia las costas –lo que aún ocurre, pero en menor medida- y podía vérseles caminar por calles y aceras,peculiaridad que dio a Gibara el sobrenombre de la “Villa Blanca de los Cangrejos”.

EL ESCUDO DE GIBARA.



Fue confeccionado por Luís Sánchez Hernández y aprobado en sesión del Ayuntamiento del día 24 de diciembre de 1938 y dado a la publicidad para conocimiento de todos los moradores de la Villa en tres números diferentes del periódico EL TRIUNFO, órgano oficial de la municipalidad. El ejemplar del 16 de enero de 1939 ofreció la descripción del escudo:

El campo del escudo está limitado por un óvalo perfecto con lo que se recuerda el blasón de la provincia oriental. El escudo es barrado. En el cantón siniestro un sol de oro domina el amanecer de Gibara a la libertad política desde el punto de vista de la dominación española. El sol aparece semicircuido por la siguiente inscripción: 25 de julio de 1898, fecha de la entrada de las primeras tropas libertadoras en Gibara. El mar, sobre él riela la luminaria del día presenta algunos arrecifes que representan los innumerables del litoral gibareño y que aparecen salpicados de espuma. En este primer término el paraje marino es síntesis de imponderable belleza de nuestras costas. En el cantón diestro aparece La Silla de Gibara, eminencia célebre por su forma peculiar entre los grupos montañosos de Cuba y por ser punto de orientación en muchos casos para los navíos que se acercan al puerto. En la parte inferior de este cantón apuntan unas palmas de yarey, abundantísima vegetación en la época del descubrimiento a la que le debió el nombre por muchos años la península en que hoy se encuentra enclavada la población.

La barra que atraviesa el escudo es de campo de plata, sobre dicho campo lucen las tres carabelas colombinas, vehículos gloriosos y harto simbólico del descubrimiento de la isla.

El óvalo del escudo esta circuido del laurel por ser límite externo, el laurel es por las glorias pretéritas de Gibara, por los triunfos pasados de sus hijos y por aquellos que puedan estos legarles a la posteridad.

Una cinta o divisa esmaltada en azul tenue que recuerda el de nuestro cielo, enlaza las ramas del laurel con un estrecho nudo al centro.

A la izquierda de la divisa la fecha de 1492 es la del descubrimiento de la isla y la de 1817 es la de fundación de Gibara”.

HIMNO DE GIBARA

Se considera como Himno de Gibara una canción originalmente conocida como “La que sube”, pero que se ha popularizado con el nombre de “Viva Gibara”. Es una habanera, cuya letra escribió el poeta gibareño Fernando Cuesta Mora y fue musicalizada por Cándido de Ávila. La canción surgió a raíz de los juegos de pelota que se efectuaban entre las novenas de Gibara y Holguín y la inspiró un pelotero local nombrado Armelio Acosta Cabrera que lanzaba la llamada bola “submarina” (de ahí, el titulo de “La que sube”).

Ni la música ni la letra de esta composición se corresponden con las características de un himno, tampoco ha sido oficializado como tal, sin embargo, la tradición popular la convirtió en símbolo de la localidad. En la actualidad músicos contemporáneos la han enriquecido con arreglos que adicionan al sonido de las guitarras el sonido de otros instrumentos:

Seremos dueños, únicos dueños
Del campeonato que se discute
Porque tenemos en nuestras filas
Al invencible de la que sube
¡Viva Gibara, viva Gibara
La Villa Blanca de los cangrejos
La perla hermosa, de nuestro Oriente
La soberana, la soberana, de los ensueños!
No nos asustan los rompecercas,
Ni los campeones, ni los trabucos
Porque en las filas del Club Gibara
Decoro y honra se encuentran juntos.
(Se repite la estrofa entre signos)

Todas las cañas y marañones,
Nuestros cangrejos van a exprimir
Y llenaremos con todo el zumo
La vieja chomba que tiene Holguín.
(Se repite la estrofa entre signos dos veces)

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Gibara, Centro Urbano. Naturaleza




Es algo cotidiano que los viajeros que llegan a nuestro terruño queden deslumbrados por la armónica belleza de la ciudad colonial y la naturaleza circundante, simbiosis muy difícil de encontrar y que constituye un atractivo para propios y extraños.

El visitante no tiene que caminar mucho para comenzar a ver cosas interesantes: al extremo noroeste de la ciudad se localiza una estructura de roca caliza de forma volada de unos 70 m de extensión conocida como Los Colgadizos (Voladizos de marea), mudos testigos de los tiempos en que el mar estaba en un nivel diferente del actual.

Otro de los atractivos es el relieve costero, con pequeñas y pintorescas playas, guardadas por barreras coralinas muy atractivas, como las de Caletones al oeste y Playa Blanca y Los Bajos al este.

Existen otras playas aún más pequeñas dentro del propio perímetro de la ciudad; como El Boquerón, la de El Faro, La Playita del Vallado, etc.

Al oeste de la villa entre terrazas marinas y elevaciones, se ubica una de las unidades cársicas mejor conservadas del país, donde existen multitud de cuevas y ceñotes, destacándose el sistema cavernario de la Polja del Cementerio, con más de once kilómetros de galerías explorados, la Sima de la Amistad, con 90 metros de profundidad verticalmente medida, que ostenta el record de la provincia Holguín en este parámetro, y el Tanque Azul, que con sus 3335 metros de galerías inundadas explorados, constituye la mayor caverna de este tipo de nuestro país detectada hasta el momento.


La vegetación se desarrolla sobre suelos tipo rendzina roja esqueléticos, variando desde la costa hacia el interior. La misma está formada principalmente por un matorral xeromórfico costero que transita hacia el matorral arbustivo de variadas especies y el bosque semidesnudo que aparece en las partes más elevadas de la llanura.

La llanura costera recientemente emergida atesora un corredor de aves migratorias de los más importantes de la Cuba Oriental, y posee además alto endemismo en sus especies de flora y fauna.

El marco que brinda la diversidad de suelos, paisajes, ríos y montañas sirve para resaltar la belleza y la riqueza arquitectónica de la ciudad.

Gibara, siglo XX



El siglo XX trajo cambios notables para el territorio gibareño. En su primer cuarto el puerto mantuvo aún cierta importancia que paulatinamente fue perdiendo y de igual forma ocurrió con el ferrocarril. En este primer cuarto del siglo aún se realizan construcciones marcadas por el eclecticismo, que enriquecen el acervo arquitectónico de la ciudad. Pero la situación económica y social de la población pronto comienza a empeorar. Los males inherentes a los gobiernos establecidos durante la seudorrepública encontraron respuesta en huelgas obreras en el área urbana y en luchas campesinas contra los abusos de los terratenientes. Un manto de pobreza fue cubriendo a la que había sido relativamente floreciente villa.

La lucha contra el dictador Gerardo Machado Morales encontró amplio eco en Gibara cuando el 17 de agosto de 1931 una tropa de revolucionarios encabezados por Emilio Laurent desembarcó en la ciudad y la tomó. Un nutrido grupo de gibareños se sumó a Laurent y contra ellos el gobierno machadista empleó todos sus recursos, atacando simultáneamente a la población por aire, mar y tierra hasta ahogar en sangre esta acción revolucionaria. Estos sucesos confirieron a Gibara la triste primacía de ser la primera población de Cuba que fue atacada simultáneamente por efectivos del Ejercito de tierra, de la Aviación y de la Marina de Guerra.

La situación económica y social del municipio continúo empeorando en años sucesivos, viéndose obligados muchos gibareños a marchar hacia otros lugares del país en busca de trabajo.

En 1947 una huelga estudiantil cobró fuerza suficiente para lograr que toda la población se solidarizara con sus justas demandas: el establecimiento de una escuela superior y la construcción de una carretera que uniera a Gibara con Holguín.

Para la década de 1950 la situación se había hecho casi insostenible. Una encuesta desarrollada por la Iglesia Católica en el segundo lustro de esta década dejaba ver el lúgubre panorama de pobreza y desempleo reinante en el territorio gibareño.

Pero en esta década surgirían nuevas esperanzas: el 4 de diciembre de 1955 se fundó en la ciudad una célula del Movimiento 26 de Julio para encauzar la lucha contra la tiranía de Batista. En abril de 1956 Frank País visitó Gibara en labores conspirativas, diseñándose en esta oportunidad los brazaletes distintivos del Movimiento. En 1957 los primeros escopeteros comenzaron a actuar en la Sierra de Candelaria y en octubre de 1958 se estableció en la misma una capitanía del IV Frente Oriental Simón Bolívar, cuyos integrantes mantuvieron en jaque a las fuerzas de la tiranía en todo el municipio, llegando a atacar a la propia ciudad de Gibara el 29 de diciembre de 1958, poco antes de la alborada del Primero de Enero que marcaría profundos cambios para la vida de los gibareños y del pueblo cubano en general.

En el caso especifico de Gibara esto se traduciría en la creación urgente de centros de trabajo, entre los que destacan el Astillero “Alcides Pino” y la Hilandería “Inejiro Asanuma”, los cuales tuvieron como principal impulsor al Comandante Ernesto che Guevara. La pavimentación de las calles, la notable mejora de las redes del acueducto y de los servicios de educación y de salud, la constitución de la Cooperativa Pesquera, la construcción de decenas de edificios dedicados a viviendas y múltiples y notables mejoras en todos los aspectos de la vida material, espiritual y social de los pobladores del municipio, que son fieles exponentes de la obra desarrollada por la Revolución en el territorio.

Gibara durante la Tregua Fecunda, la Guerra del 95 y el fin del siglo XIX.


Tan pronto como se acallaron los disparos de la Guerra Chiquita, toda la zona comprendida entre Gibara y Holguín volvió a sus habituales labores de tiempos de paz. Vegas y sembradíos, que no habían dejado de existir aún en los tiempos difíciles de la Guerra Grande se multiplicaron por toda la región. Los ingenios continuaron sus molidas; aunque el costo cada vez mayor de las necesarias mejoras tecnológicas y el paulatino cambio en la composición de la fuerza de trabajo, que al desaparecer la esclavitud transitando por la institución del patronato, dejó de ser esclava, para convertirse asalariada; determinaron la quiebra de los más pequeños en la década de los ochenta; fenómeno enmarcado en el avance del proceso de centralización de la producción azucarera.

El tabaco sigue siendo el principal producto agrícola de la región; seguido de la caña de azúcar; pero también comenzó a ser importante la producción de plátano fruta con destino al mercado norteamericano y de maíz y de plátano vianda para el mercado de La Habana.

La ganadería inició una recuperación acelerada con la introducción por el puerto de Gibara de miles de cabezas de ganado procedentes de Puerto Rico.

En esta etapa se hacían cada vez más necesarios los buenos caminos en la jurisdicción para transportar los productos locales con destino al puerto y para llevar a la ciudad de Holguín y otras poblaciones las mercancías que entraban por los muelles de Gibara; por eso holguineros y gibareños aunaron esfuerzos para construir conjuntamente una vía férrea que comunicara a ambas poblaciones y que permitiera de una forma rápida, eficaz y segura el transporte de pasajeros y mercancías y diera salida a la vasta producción agrícola que llegó a lograrse en los campos de la jurisdicción: el ferrocarril de Gibara y Holguín, inaugurado el 4 de abril de 1893.

Durante esta etapa la población del distrito gibareño siguió creciendo notablemente, hasta llegar a una media de 81 habitantes por kilómetro cuadrado, la más alta de la región oriental, incluida el distrito de Santiago de Cuba.

En el aspecto político, durante la Tregua Fecunda, merecen ser resaltados la visita de Antonio Maceo a bordo del barco Manuelita, realizada con fines conspirativos y el alzamiento de los hermanos Sartorio en Purnio, los que fueron acompañados por numerosos vecinos de Velasco y otras zonas cercanas.

Iniciada la guerra de 1895, muchos gibareños respondieron al llamado de la patria, demostrado con ello que no era del todo justo el calificativo de España Chiquita que había sido dado a la comarca. Desde Gibara salió durante algún tiempo el papel que se utilizó en la manigua para imprimir el periódico “El Cubano Libre” y los campos de la jurisdicción fueron recorridos nuevamente por connotados jefes mambises como Máximo Gómez, Antonio Maceo y Calixto García, pudiendo destacarse en esta ocasión la toma de caseríos como Yabazón ejecutada por tropas de Antonio Maceo y los incendios de Velasco y Candelaria por las fuerzas de Calixto García , así como la acción de Loma de Hierro, lugar donde tronó por primera vez con éxito el cañón mambí en esta contienda.

El 25 de julio de 1898 se produjo la entrada triunfal de los mambises en la villa de Gibara, y durante los días 16, 17 y 18 de agosto, en los alrededores de Auras, se desarrollaron los últimos combates contra el dominio español en Cuba y en América.

Durante la guerra de 1895 se dieron, aunque en menor escala algunas de las circunstancias que habían caracterizado la contienda anterior, al convertirse nuevamente la villa de Gibara en lugar de refugio para los comerciantes españoles de la jurisdicción. Durante la guerra llegó a la villa la electricidad mediante el montaje de una planta que abastecía el poblado. También durante la guerra se establecieron las comunicaciones telefónicas, por lo que pudo contarse Gibara entre las primeras poblaciones de nuestro país que disfrutaron de estos beneficios de la vida moderna.

Al realizarse el censo de 1899 la población urbana de la ciudad de Gibara superaba en varios centenares de habitantes a la ciudad de Holguín.

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Gibara, desarrollo de la población posterior a la creación del primer Ayuntamiento y hasta la Guerra Chiquita


El desarrollo creciente de las actividades marítimo naval fue un factor de extraordinaria importancia en el crecimiento del núcleo urbano de Gibara.

El movimiento comercial del puerto, habilitado en 1822, totalizaba en 1828 la cantidad de 102 071 pesos en mercancías que fueron transportadas en 23 barcos, mientras que treinta años más tarde, o sea, en 1858, los muelles fueron visitados por 74 barcos que movieron 666 040 pesos en mercancías.

Cierto número de comerciantes, sobre todo españoles, construyeron almacenes y sólidas residencias en la población. En 1853 fue inaugurada la Iglesia Parroquial de San Fulgencio, lo que fija, según criterios de algunos entendidos, un hito en los estilos arquitectónicos predominantes en Gibara hasta ese momento.

En 1862 Gibara era una población cosmopolita, habitada por gran número de canarios, de españoles, por otros europeos y por personas procedentes de distintos países de América y tierras de África. Su partido pedáneo era el más rico y próspero de la jurisdicción holguinera y la importancia del puerto iba en ascenso, simultáneamente con la riqueza agrícola de las tierras cercanas. El censo de ese año refleja la existencia de 1754 habitantes. Desde 1856 Gibara había absorbido al antiguo partido pedáneo de Auras.
Para esta fecha se habían establecido en el hinterland (alrededores del puerto) más de media docena de ingenios de azúcar que molían utilizando máquina de vapor y que contaban con dotaciones de esclavos relativamente numerosas para el lugar y la época.


El 28 de julio de 1868 Manuel Sartorio, capitán de Partido certificaba que:

“La población de Gibara tiene 17 calles, 9 de norte a sur y 8 de este a oeste, 2 escuelas costeadas por el municipio, iglesia parroquial y un cuartel con local para dos compañías de infantería. Su puerto está habilitado a la travesía, mantiene Colecturía marítima con sus empleados correspondientes, un capitán de puerto y ayudante de matrícula; una administración de correos, una escritura de número y otra de hipotecas. Se calcula como término medio y aproximado que entran en su puerto anualmente 129 buques de alto porte y 165 de cabotaje, sin contar los vapores que en sus viajes a La Habana y de regreso hacen escala en Gibara.”

Este informe se incluyó en el “Expediente Instruido por varios vecinos de Gibara, jurisdicción de Holguín solicitando que se le conceda a su población el título de Villa y la creación de un Ayuntamiento”. En el referido Expediente se expresa además que la población de Gibara:


“(...) consta de 370 casas, en su mayor parte de tejas, madera y mampostería, y con setenta y cinco aljibes o cisternas que venden diez y siete mil pipas de agua que abastecen al vecindario, con una iglesia y un cuartel del mismo material que fueron costeadas por los vecinos, como así mismo un cementerio, un reloj público; un casino denominado Príncipe Alfonso, (…) y su alumbrado público….”

Iniciada la guerra de 1868 muchos elementos afines a España de la vasta región holguinera se mudaron para Gibara buscando el amparo del sistema defensivo creado por los españoles en esta población, que fue protegida por una muralla y un rosario de fortines. El 1 de enero de 1870, en plena contienda fue inaugurado el servicio de telegrafía eléctrica, uniendo la villa con Holguín y otras poblaciones del país. El número de habitantes y la riqueza arquitectónica de Gibara crecieron notablemente durante la guerra, logrando en esta etapa la secesión de Holguín con la creación de un Ayuntamiento propio.

El crecimiento del núcleo urbano gibareño y sus alrededores inmediatos (Cupeycillos, Los Hoyos, Los Altos y Las Aguadas) fue tan notable, que al realizarse el censo de 1877 ya alcanzaban la cifra de 7599 habitantes, triplicando con creces la población que existía a inicios de la guerra.

Los comerciantes establecidos en La Villa vieron prosperar sus negocios a pesar de la contienda. Barcos de diversas banderas arribaron al puerto para traer víveres, tejidos, muebles, mármoles, cristalería, herramientas y otras mercancías; desde España y de Gran Bretaña, desde Francia, Holanda, Dinamarca, o los Estados Unidos y en contrapartida por el puerto gibareño salían hacia estos u otros destinos, cargamentos de tabaco, azúcar mascabado, aguardientes, cera de abejas y maderas preciosas, pues las acciones bélicas, aunque entorpecieron la producción en el partido de Gibara, no llegaron a impedirlas totalmente.

Los barcos traían también su carga de soldados, y navieros y comerciantes hacían su negocio con la guerra.

Si bien la villa de Gibara fue un baluarte inexpugnable del poderío hispano durante esta contienda, no ocurrió lo mismo con los campos cercanos, que fueron escenarios de múltiples acciones bélicas en las que participaron entre otros, Julio Grave de Peralta, Calixto García, Antonio Maceo, Vicente García. Las tomas de Auras y de Candelaria, de Uñas y Velasco y la Batalla de Yabazón, fueron hechos heroicos desarrollados en tierras gibareñas durante la Guerra Grande y a pesar de la fuerte influencia hispana, muchos pobladores del terruño dieron su aporte a la causa de la libertad; actitud que repitieron durante la Guerra Chiquita que tuvo incidencia en la zona con las acciones de La Naza y Candelaria Moro entre otras.

Gibara, el primer Ayuntamiento



El 16 de enero de 1823, convocada la Junta Parroquial en Gibara, fue electo el primer Ayuntamiento de la población, al amparo de la constitución de 1812, puesta nuevamente en vigor en España. Fue electo como alcalde Don Juan Zaldivar; se eligieron además los regidores correspondientes y el Síndico Procurador. Francisco de Zayas y Armijo, proclamó el nuevo Ayuntamiento, cuyos integrantes prestaron el juramento de rigor y entraron de inmediato en funciones.

Batería Fernando VII: Esta fue la primera construcción en lo que sería posteriormente el pueblo de Gibara, a cuyo alrededor nació.

Este primer Ayuntamiento se preocupó entre otras cosas por la creación de una escuela de primeras letras y por solicitar terrenos aptos para el cultivo con el fin de atraer nuevos vecinos que se dedicaran a la agricultura en los mismos e incrementar así la población del lugar. Poco después de la creación de este ayuntamiento y a solicitud del mismo, fue suprimida la capitanía de Partido de Auras y su territorio anexado a Gibara.

En diciembre de 1823 se efectuaron las elecciones previstas para la renovación de cargos en el Ayuntamiento; pero los electos para la nueva etapa (año 1824) no entraron en funciones, porque el mismo día de su elección se hicieron públicas en La Habana las noticias de la caída del gobierno liberal en España y la abolición de la constitución hasta ese momento vigente. Como medida inmediata el gobierno español determinó que todas las cosas administrativas volviesen al estado en que se encontraban en marzo de 1820, con lo que quedó suprimido el primer Ayuntamiento gibareño y restablecido el partido pedáneo de Auras, aunque Gibara conservó su independencia con respecto a este; y su jurisdicción fue ampliada al incluírsele el cuartón de Arroyo Blanco.

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4 de julio de 2010

Gibara, génesis del pueblo


Luego de las visitas de Cristóbal Colón, Cuba permaneció aparentemente olvidada durante varios años, hasta que Diego Velásquez se interesó por ésta y organizó la expedición de conquista.

Las tierras gibareñas, habitadas por una población aborigen relativamente numerosa, fueron casi totalmente despobladas en los inicios de la conquista, aunque esto no significó que perdidos en la noche de los tiempos dejaran de producirse en ellas contactos de relativa duración entre aborígenes e hispanos. Evidencias arqueológicas demostrativas de esos contactos y de la transculturación inherente a los mismos han sido halladas en distintos residuarios existentes en el territorio municipal.


Iniciada la dominación española, la bahía de Gibara y sus alrededores quedaron bajo al jurisdicción de la villa de Bayamo. El lento repoblamiento de la gigantesca jurisdicción bayamesa comenzó de sur a norte, en un proceso que duró varios siglos. Los primeros que habitaron este lugar que con el tiempo sería el pueblo de Gibara fueron, claro, vecinos de la Villa de Bayamo.

En 1752 se crea la jurisdicción de Holguín secesionando de Bayamo un gigantesco territorio que incluía toda la comarca gibareña.

La bahía y el río Cacoyuguín fueron utilizados desde épocas tempranas para el comercio, primero de contrabando, luego con autorizaciones ocasionales, pero siempre bajo la amenaza de corsarios y piratas. Por cierto, estos feroces lobos de mar fueron heroicamente rechazados en dos oportunidades (1739 y 1745), cuando intentaron saquear la hacienda de Auras, génesis de la jurisdicción gibareña.

Desde el lejano 1783 el cabildo holguinero luchó por la construcción de una fortificación junto a la bahía de Gibara para proteger a las embarcaciones que arribaran a la misma. Pero sin conseguirlo todavía, en 1804, con el objetivo fundamental de organizar la defensa de las costas contra las incursiones de aventureros del mar, se crearon capitanías pedáneas en la vasta jurisdicción holguinera, quedando el territorio de Gibara comprendido dentro de la capitanía de Auras.

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Gibara, presencia del Almirante Cristóbal Colón durante la primera quincena de noviembre de 1492


El sábado 27 de octubre de 1492, el Gran Almirante de la Mar Océana, Cristóbal Colón, avistó por primera vez tierra de Cuba, al observar –según estudiosos de los viajes de descubrimiento- la cima de la montaña hoy conocida como Silla de Gibara.

En la mañana del 28 Colón llegó a la bahía de Bariay, lugar donde pisó por primera vez tierras de la Isla, y allí permaneció durante ese día, sin lograr establecer contacto directo con los aborígenes, porque estos huyeron al ver las naves de los españoles. Y el lunes 29 dió órdenes el Almirante de que alzaran anclas y navegó rumbo al poniente, hasta llegar a la bahía de Gibara, a la que llamó Río de Mares.

El Padre de Las Casas, al copiar el Diario de Navegación de Cristóbal Colón anotó refiriéndose a este hecho:
“Vido otro río muy mas grande que los otros, y así se lo dijeron por señas los indios, y cerca de él vido buenas poblaciones de casas: llamó al río el río de Mares.
Envió dos barcas a una población por haber lengua, y a una de ellas un indio que traía porque ya los entendía algo y mostraban estar contentos con los cristianos, de los cuales todos los hombres mujeres y criaturas huyeron desamparado las casas con todo lo que tenían y mandó el Almirante que no se tocase en cosa.”
El jueves 1 de noviembre, desde sus naves ancladas en la bahía de Gibara, envió Cristóbal Colón las barcas a tierra con el propósito de establecer contacto con los aborígenes, cosa que logró con la ayuda de uno de los nativos de Guanahaní que lo acompañaba. Se produjo ese día, por primera vez en tierra cubana, el contacto personal directo entre europeos y aborígenes. Lo que en Bariay fue vista a distancia, observación llena de precauciones, como es lógico, en Gibara se transformó en el primer intercambio amplio, y en esta ocasión amistoso, entre hombres de diferentes culturas: fue el encuentro entre dos mundos muy diferentes, cuyas consecuencias no podían prever quienes lo protagonizaron.

En el diario de navegación Colón recogió impresiones de su estancia en Gibara. Por él sabemos que llegaron hasta las naves ancladas en la bahía más de 16 canoas conducidas por los aborígenes llevando algodón “y otras cosillas suyas”, y que durante todo el día fueron los europeos a tierra y los aborígenes hasta las embarcaciones con mucha seguridad.

El día 2 de noviembre anotó que hubo de enviar a tierra a dos de sus hombres –Rodrigo de Jerez y Luís de Torres- acompañados de un aborigen de Gibara y uno de Guanahaní, a explorar el interior de la comarca con instrucciones precisas sobre el comportamiento a seguir.

El sabado día 3 el propio Colón subió a una barca y remontó el río hasta llegar al agua dulce navegando, según dijo, cerca de dos leguas. En ese día vinieron hasta las naves muchos aborígenes en sus canoas a cambiar objetos de algodón hilado, sobre todo, hamacas.

El domingo 4 bajó de nuevo el Almirante a tierra para ir a cazar y observó algunos de los cultivos de los aborígenes.

El 5 de noviembre refirió que “mandó a poner las naos a monte”, o sea, dio orden de sacar las naves del agua para limpiar sus fondos y carenarlas, siendo esta la primera ocasión en que la historia del continente americano registra una operación naval de este tipo. Colón tuvo la precaución de que esto se hiciera dejando siempre dos de las naves a flote, aunque él mismo explicó que sin temor se pudieran sacar las tres juntas, porque “aquellas gentes son muy seguras”.

Entusiasmado con la bahía de Gibara dijo el Almirante:
“que aquel puerto de Mares es de los mejores del mundo, y mejores aires y mas mansa gente, y porque tiene un cabo de peña altillo se puede hacer en él una fortaleza, para si aquello saliese rico y cosa grande, estarían allí los mercaderes seguros de cualquiera otras naciones” .
Al final de las notas del martes 6 dice que “tiró la nao de monta” o sea, que la echó de nuevo al agua, y que se preparaba para salir el jueves, pero que un tiempo adverso se lo impidió.

En los 5 días siguientes no aparecen anotaciones en el Diario. El día 12 vuelve a escribir. Refiere entonces que el día anterior había ordenado tomar por la fuerza a un grupo de aborígenes de Gibara, “para llevar a los Reyes porque aprendieran nuestra lengua para saber lo que hay en la tierra, y porque volviendo sean lenguas de los cristianos….” Aprovechó para tomar prisioneros, dice, el que se acercara a las naves una almadía con varias jóvenes aborígenes. Ya apresados estos envió a tierra, a una de las casas, a buscar varias mujeres que también llevó como prisioneras.

Por la noche vino a bordo en una almadía el marido de una de las mujeres que llevaba cautivas, padre de tres de los niños que también llevaba, pidiéndole que le permitiera embarcarse con los suyos, lo que aceptó Colón con agrado.

El día 12 Colón levó anclas continuando su recorrido por las costas de Cuba. En las anotaciones correspondientes al sábado 17 de noviembre acotó que de los aborígenes que llevaba cautivos desde Gibara, dos habían huido.
En la noche del lunes, tal como lo recoge en su Diario el Almirante, regresaron los marineros que había enviado tierra adentro, los que informaron haber andado unas doce leguas y haber visitado una población de unas 50 casas donde vivían mas de mil vecinos. En esta dicha nota, del 6 de noviembre de 1492, habla el marino por primera vez sobre el uso que daban los aborígenes al tabaco. Y lo hace refiriendo lo que a él le habían dicho que vieron  Rodrigo de Jerez y Luís de Torres. Textualmente lo que sigue es lo que escribe Colón: “Hallaron los dos cristianos por el camino mucha gente que atravesaba a sus pueblos, mujeres y hombres con un tizón en la mano, yerbas para tomar sus sahumerios que acostumbran”. El 30 de octubre el Almirante abandonó la bahía de Gibara rumbo al noroeste explorando la costa. El miércoles 31, ante evidentes señales del deterioro del estado del tiempo, decidió regresar a puerto seguro en Río de Mares.
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Gibara, potencial arqueológico


Los estudios realizados para conformar el censo arqueológico el territorio (Valcárcel y Corella, 1989), han permitido definir tres áreas que concentran la mayoría de los sitios localizados:

La primera se extiende desde la propia ciudad hasta los límites con la provincia de Las Tunas (Punta Piedra de Mangle). Es un área protegida caracterizada como una llanura costera recientemente emergida con la cota de 2 a 10 metros sobre el nivel del mar.

La segunda está concentrada en áreas cercanas a los ríos, unas veces en la zona de terrazas aluviales y otras sobre elevaciones muy cerca de los mismos.

La tercera está formada por las alturas premontañosas con cotas entre 80 y 150 metros sobre el nivel del mar, situada al oeste sur oeste de la ciudad de Gibara, y zonas aledañas de terrazas pluvio-abrasivas-acumulativas con cotas entre 40 y 50 metros de altura geodésica.

Por su importancia merecen una mención especial los sitios de el Catuco, (donde se produjo el primer contacto indo-hispánico), La Cueva de la Masanga (sitio parador de los cazadores, así como el lugar donde se encuentra por primera vez en un contexto no alterado huellas de la convivencia del Megalocnus Rodens con los aborígenes cazadores.), Cueva de la Curva, (lugar que atesora la única pictografía encontrada en el territorio hasta el momento), Macio del El Jobal, (donde existe un entierro de los antiguos cazadores recolectores, Grupo Guacanayabo) y el sitio Cacoyuguín II (uno de los de fechados más antiguos para el protoagrícola en Cuba).

Caracterización geográfica de la localidad de Gibara



Gibara, situada en el noroeste holguinero, posee una privilegiada ubicación: la ciudad fue construida sobre una superposición de terrazas abrasivo-acumulativas que se extienden desde una cota de 4m sobre el nivel medio del mar hasta 45 m sobre el mismo, que es la altura máxima alcanzada en la loma de La Vigía. Estas terrazas constituyen excelentes miradores de gran atractivo paisajístico. Sin embargo el territorio municipal es fundamentalmente llano excepto en su porción noroccidental, donde aparecen las elevación del macizo de Los Cupeycillos-La Candelaria, que se extiende por unos 80 kilómetros cuadrados. La mayor altura del territorio es la loma de Abelardo con 244 m sobre el nivel del mar.

Los ríos más importantes son el Cacoyuguín y el Gibara. Existen además multitud de arroyos menores como el Almirante, que corren sólo en épocas de lluvias.

Desde el punto de vista geológico es el territorio de Gibara de los de mayor complejidad de la provincia. Entre las rocas más importantes tenemos la formación Gibara, del cretácico, así como la formación Júcaro del Mioceno y la Jaimanitas del cuaternario.

Hacia el sur se localizan rocas de origen volcánico, como las formaciones La Morena y Tinajitas, del cretaceo medio al superior y por último de las formaciones Jutía y río Macío en el área de la cuenca de los ríos.
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3 de julio de 2010

Descripción de doña Lucía Iñiguez Landín, madre de Calixto García

Los Pases de Tránsito eran expedidos por el Teniente Gobernador de cada localidad. Sin él, cualquiera que estuviera de viaje, podía ser detenido.

En ellos se daban varias señas particulares que pudieran servir para comprobar que quien llevaba el Pase era en realidad quien decía ser. Para cualquier curioso son interesantes estos documentos, sobre todo porque entonces no había fotografía o era este un invento incipiente. Hoy nos quedan estos documentos para mirarle el rostro a los vecinos de entonces.

Tomado de un Pase de Tránsito expedido el 27 de abril de 1855 por Don Ramón Ballagas a petición de doña Lucía Iñiguez Landín, madre del Mayor General Calixto García Iñiguez, para trasladarse a sus propiedades de Jiguaní en unión de sus pequeños hijos Nicolás, Miguel y Leonor y una esclava nombrada Balvina.

Estatura: regular
Edad: 25 años
Color: bueno
Pelo: castaño.
Cejas: castañas
Frente: regular
Ojos: verdes
Naríz: regular
Boca: grande
Señas particulares: no se notan.

                                      (El pase está firmado por doña Lucía)

Desesperada carta que envía el reo Diego Garayalde al Teniente Gobernador (1859)


Por César Hidalgo Torres

No hay información sobre Diego Garayalde Rodríguez. De él, escueto sin que fuera esa su costumbre, el historiador Pepito García Castañeda, anota detrás de la carta original: "Para mí era un asesino".


Esta que seguidamente se transcribe es una carta de Diego Garayalde al Teniente Gobernador:

Veso como humilde haijado
los pies ami padrrino,
que la suerte me previno
para ser consolado.
Espero ser aliviado
de mis penas tan crecidas.
Dios le de mil años de vida
para que haga mucho favor;
todos decimos a un tenor,
Viva nuestro Governador. Viva.

Más, como el exponente es sabedor que el corazón de Vuestra Señoría es magnánimo, que se duele de los males y penas de los desgraciados que como el que habla, yacen en una aflictiva prición, es la razón porque (ILEGIBLE) asu autoridad estas líneas suplicatorias que se digne disponer se le quiten las prisiones que motivan la incomodidad que da, no tan solo porque se alibie de tal pena sino por evitar la grande aflición que cauza a su señor padre y familia cuando bienen a visitarlo, como es consecuente en todo padre que profeza un verdadero amor a sus hijos y por esta circunstancia,
A Vuestra Señoría impetra tenga a bien aceder alo que solicito favor que espero merecer de su acrecentado corazón cuya vida guarde el cielo muchos años para bien delos desgraciados que están bajo el amparo dela recta justicia que tan saviamente admnistra en esta ciudad de Holguín a cuatro de mallo de 1859

Diego Garallalde Rodríguez. (sic)

Testamento de una ex-esclava que pudo obtener solvencia económica

Por César Hidalgo Torres

Tal como consta en la escritura hecha por don Salvador Jesús de Fuentes, el 10 de mayo de 1809 comparece ante él Paula María de la Soledad de la Cruz, vecina de esta ciudad e hija natural de la morena libre Úrsula de la Cruz y dijo que "estando sana, en pie y creyendo como firme y verdaderamente creo en el Misterio Altísimo de la Santísima Trinidad (...) y en un solo Dios verdadero y en todos los demás Misterios... Y Declara: "...que es casada y velada con el pardo José Casimiro Acosta", y que "contragimos (sic) nuestro matrimonio cuando éramos esclavos y por lo tanto no aportamos a él bienes alguno"

(...)
"Declaro que conseguí mi libertad muchos años antes que él, mi referido marido y que este no aportó nada para pagar lo que por mi trabajo conseguí. Que esos dineros los ahorré trabajando alquilada en los laberintos de grangerías y en todos los oficios domésticos...(1)

"...y después que logré mi ahorrío continué trabajando desvelada solo en el afán de mantenerme y también a una hija que antes de mi matrimonio tuve, nombrada Petrona...

"Mi marido, por estar siempre al servicio de su amo, estaba separado de mí...

Y  aclara Paula María de la Soledad que por el poco caso que hacía ella al estado de su matrimonio y sociedad fue lo que le permitió "acentar (sic) una compañía (negocio quiere decir), con el clérigo Don José Gabriel González...

Tratábase esta de una tienda de composición, dice ella, al partido de sus ganancias, que abrieron desde 1798 y que subsistió hasta 1805. La parda administraba el negocio personalmente y la fomentó, lo jura: "con el desvelo de mi grangería (sic)"

Cuando clérigo y morena decidieron cerrar la sociedad, "me cupo a mi (a ella ha de entenderse) la parte que consta en documento auténtico que al efecto se me otorgó".

Y mientras el marido de Paula María de la Soledad siguió ausente por esclavo y bribón que era como se verá más adelante, mientras ella prosperó "con el esfuerzo de mi trabajo y sin que de éste jamás huviese (sic) tenido la menor ayuda y así lo declaro para que conste...

"Y declaro que después de haber sido vendido el citado mi marido fuera de esta jurisdicción, sin regresar ni un minuto nunca antes, un día se apareció con licencia de su amo que lo era el Capitán don Francisco de Estrada y se fue por ahí por las esquinas pidiendo a otros señores acaudalados que lo compraran para él servirlos en las fáciles tareas domésticas porque trabajar en el campo como lo tenía el Estrada no lo quería soportar más...

Entonces, dice, el señor cura don Gabriel González, deseoso de distraer al marido de aquella vida sedentaria que tenía, porque era mentira que lo hicieran trabajar duro, sino que lo que el negro quería era volver a vivir en la ciudad para irse detrás de las meretrices, pero, creyendo que lo iba a conseguir, esa alma generosa que es don Gabriel González, como ahorita iba a decir antes de la disgragación, con el ánimo "de reunirlo a nuestro matrimonio le dio el dinero a mi marido para que pagara la carta de libertad, no sin antes jurarle él al cura que le pagaría la deuda con su personal trabajo en mi compañía".

Y  apenas se vio con carta de libertad en sus manos José Casimiro Acosta se fugó "yendose (sic) sin saberse hasta esta fecha de su paradero", dice la testante. Y no sabe nada de él a pesar, dice, "de las vivas y certificadas diligencias que he hecho por saber su destino".

Por todo lo anteriormente dicho, ella considera que el ausente, su marido, no "debe ser considerado acreedor a parte alguna de los bienes que he adquirido" Y nombra a su hija Petrona "para que lo goze (sic) y herede con la Bendición de Dios y la mía", de todos sus bienes, menos de un tercio que quiere pase a ser propiedad de su "nietecita" Josefa Liberata del Tránsito. Y este gesto lo tiene, dice la testante, "a razón de remunerar a la niña por el mucho amor que le tengo"

Pero, porque los hombres son unos burros gastadores, es la última voluntad de Paula María de la Soledad de la Cruz, que su hija Petrona guarde el dinero de la nieta sin poder usarlo para nada y tampoco el marido de ella (de Petrona), puede tener la menor intervención en eso.

Firma el testamento como testigo el abogado don José Rafael Saco, quien era sobrino del notabilísimo José Antonio Saco.

NOTAS:
1. Los amos acostumbraban a alquilar los esclavos a otro que los requiriera. En ese caso el amo obtenía el dinero que por el trabajo le pagaban al esclavo, dejándole a este un mínimo por ciento.

30 de junio de 2010

Marilola X (Memorias)

(...)
Se corrió como una epidemia de palabras absurdas y estúpidamente elaboradas por mentes reducidas a lo doméstico y turbio, que yo estaba “loca” por haberle dado vida a la tierra donde vivía el hermoso algarrobo (...) loca por extasiarme con la contemplación de las nubes (...) loca por cargar agua para regar clavelones proletarios o simples yerbas sin nombre, (...) loca porque sentaba a mis hijos todos los atardeceres a despedir el sol tras el cañaveral (...) Eso era la verdadera vida para mí. Y así lo declaré a todos. Les dije (...) que todo merecía respeto, tanto la hierba como el árbol, el pájaro (...) porque todo tenía vida y la vida merecía respeto y culto. Unos contestaron con un silencio seco, sin una frase, otros se mostraron taciturnos, hostiles, sordos y mudos, pero yo me quedé. No escapé cobardemente. (...)

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