Reclutas de Minas del Frío, Sierra Maestra |
La retórica patriotera dice
que la motivación de dejar la seguridad de la Sierra y bajar a los llanos fue el odio a la dictadura batistiana y los deseos de liberar la patria, y
no debe faltarle algo de razón; ocho años de gobiernos auténticos, pese a sus
muchos defectos, crearon una serie de libertades políticas que la dictadura
cortó bruscamente. Pero generalmente los seres humanos no se mueven en torno a
tales abstracciones para tomar determinaciones que pongan en peligro sus vidas.
Hay una infinidad de pequeños
motivos personales que debieron influenciar en la decisión de estas personas
para convertirse en invasores que escapan a la generalización de cualquier
estudio, no obstante es lógico pensar que debieron existir aspectos más o menos
comunes que estuvieron presentes en cada uno de ellos. ¡A ver si somos capaces
de descubrirlos!
Una gran parte de los combatientes
que bajaron al llano provenían de la escuela de reclutas de Minas del Frío, así
que primero es necesario tratar de comprender lo que era esa escuela. Allí iban
a parar quienes llegaban a la
Sierra Maestra y eran aceptados como guerrilleros, pero no tenían armas ni
siquiera para hacer los entrenamientos. Igual esos estaban sometidos a un
hambre intensísima y como la aviación enemiga descubrió la ubicación del
improvisado centro de enseñanza, los sometía a frecuentes e intensos bombardeos.
Unos, varios, acabaron por abandonar tan dura experiencia y otros, muchos,
continuaban esperando un arma para poder combatir (y para salir de la
“escuela”).
En la psicología del rebelde
de la Sierra Maestra
la mayoría de edad estaba dada por la posesión de un arma de fuego, pero esto
también tenía una compleja escala de valores: asunto menor eran las armas de
caza o deportivas y categoría más bajas tenían los revólveres y pistolas. Los
alumnos de Minas del Frío sabían que si bajaban al llano tendrían la virtual
posibilidad de arrebatarle un moderno fusil a los “casquitos”.
Igual, tanto para los
veteranos como los jóvenes reclutas había otro elemento importante en el llano: la posibilidad de
combatir. La guerra había escapado definitivamente de la montaña adonde los
soldados de la dictadura ya no se aventuraban a subir. Si de verdad se quería
enfrentar al enemigo había que ir hasta su guarida en los cuarteles. Por lo que
el llano estaba estrechamente unido a la misma esencia del rebelde, o lo que lo
mismo, a su objetivo fundamental: combatir.
Y pensando ahora más con el
estómago que con los sentimientos: en el llano se podía conseguir la comida que
no había en la Sierra,
y menos que para todos, para los reclutas que dependían de lo que el mando
central pudiera darles: generalmente una sola y magra comida al día. En el
llano, oyeron decir, se podía desayunar, almorzar y con un poco de suerte,
hasta comer.
El comandante Manuel (Piti)
Fajardo, segundo jefe de la
Columna 12 se refería a esa
emocionante posibilidad de poder comer hasta la hartura del siguiente
modo:
“El cerco de hambre
mantenido alrededor de la
Sierra durante tantos meses nos había hecho olvidar los
placeres de una buena y bien condimentada comida, por eso para mi fue
emocionante el poder desayunar hace solo algunos días con un jugo de naranjas,
dos huevos fritos, pan con mantequilla y café con leche. Los muchachos se lo
están desquitando y hacen tres comidas al día y todo lo acompañan con postres.
La leche y la carne es abundante y buena. En todos los barrios hay tiendas bien
surtidas y en ropa no hay que irla a buscar muy lejos”[1].
Eddy Suñol también rememora esa
secreta aspiración del combatiente serrano de comer todos los días en un texto
en el que describe el avance de su pelotón hacia los llanos.
“(…) la marcha fue rápida a
pesar de que la mayor parte del personal estaba descalzo y semidesnudo, pero el
deseo de llegar al llano, lo cual nos permitiría combatir al enemigo en su
madriguera y saciar el hambre de tanto tiempo, era el motor que nos impulsaba”[2].
El llano también ofrecía un
sentimiento muy emocionante que los revolucionarios no podían encontrar en la Sierra Maestra: la
sensación de sentirse libertadores, quizás, incluso, de sentirse importantes. En
los casi dos años de guerra la población de la Sierra Maestra se
había acostumbrado a los barbudos
rebeldes. El llano era asunto diferente,
acá abajo eran un mito. Manuel Fajardo (Piti) rememoraba en una carta a Celia Sánchez habló de esa sensación
que le ofrecía la población del llano:
“Las atenciones que se le dispensan al soldado
rebelde son extraordinarias: cuidan de nuestra ropa, nuestros males, hasta de
nuestro aspecto. Es asimismo agradable el sentirse admirado y poder brindar
garantías a los pobres campesinos que solo habían recibido malos tratos por parte del
Ejército de la Dictadura
y por parte de los falsos revolucionarios que operaban hace solo algunos meses
en esta zona”[3].
Y en fin, además de lo
anteriormente anotado, el llano era para el rebelde de la Sierra Maestra un
misterio, y eso, indudablemente, los excitaba. Una anécdota recordada por un
capitán guerrillero da luz sobre este asunto. Ocurrió en los momentos en que
las fuerzas revolucionarias se disponían a partir para atacar a Puerto Padre,
pero como la acción se realizó el 24 de diciembre, día de los tradicionales festejos
cubanos por la Noche Buena,
se habían comprado varios puercos (cerdos), que se estaban asando para que los
rebeldes cenaran antes de entrar en combate. ¡Nunca se sabía cuál iba a ser la
última cena de un rebelde! El capitán Arsenio García, jefe de los guerrilleros
rememoró los acontecimientos años después:
“Recuerdo que hice una
pequeña inspección por donde estaban asando los puercos y comprobé con disgusto
que aun estaban crudos, por lo que comunique a Gómez Ochoa que si esperábamos mucho
tiempo nos demoraríamos para llegar a Puerto Padre a la hora planeada. Ochoa
estuvo de acuerdo conmigo y se ordenó la partida. Reuní la tropa bajo mi mando
y hable a los compañeros ¿que prefieren, les pregunte, esperar a que estén los
puercos o cenar lo que hayan preparado los guardias para esta nochebuena? Sabia
de antemano la respuesta celebraríamos la tradicional fiesta con la cena de los guardias. Comenzamos la marcha”[4].
La anécdota sería puramente intranscendente
si no mostrara las relaciones establecidas entre los oficiales rebeldes y su
tropa. No estamos ante un ejército regular de límites muy bien trazados en las relaciones subordinado y
oficial sino ante una fuerza donde con relativa facilidad se pueden traspasar
las fronteras de las jerarquías. Allí se
solicitaba el criterio de los soldados de fila para dejarlos sin cena de
nochebuena. Arsenio afirma que esperaba una coincidencia con su criterio, pero
¿y si no ocurría?¿Hasta que punto el jefe acataría la opinión de la mayoría si
no era la suya?
Este tipo de relación era
flexible en la lucha en el llano. Al ser Camilo Cienfuegos designado por Fidel como jefe de las guerrillas que operaban en los
llanos Orlando Lara no aceptó
subordinársele porque se consideraba directamente bajo las órdenes del Comandante
en Jefe. Y sin embargo eso no significó una crisis en la disciplina y entre
ambos jefes se mantuvieron buenas relaciones. Eddy Suñol, por su parte, tuvo
determinadas contradicciones con el segundo jefe de su pelotón, Raúl Castro
Mercadé, hasta el punto que este segundo actuó con gran independencia operativa
y ello fue aceptado por Suñol que era un individuo de un carácter bastante
rígido en asuntos de disciplina.
En fin, que había un acuerdo
no escrito en estas fuerzas eminentemente populares en lo referente a las
relaciones jefe y subordinado que permitía una flexibilidad extrema y a la
misma vez los oficiales rebeldes le podían pedir a sus soldados sacrificios que
era muy difícil que otra tropa acatara.
[1] Carta de Manuel (Piti)
Fajardo a Celia Sánchez del 27 de octubre de 1958. Oficina de Asuntos
Históricos del Consejo de Estado. La
Habana.
[2] Eddy Suñol Ricardo. “De la Sierra Maestra a
los llanos del Norte de Oriente”. En
Periódico Ahora, 12 de diciembre de 1978.
[3] Carta de Manuel Fajardo
a Celia Sánchez del 27 de octubre de 1958. Oficina de Asuntos Históricos del
Consejo de Estado. La Habana.
[4] Arsenio García Dávila.
“Noche Buena de 1958. Ataque rebelde a Puerto Padre”. En revista Verde
Olivo. Numero Especial 31-12-1964 p 13-14
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