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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

23 de mayo de 2017

¿Cuáles fueron los factores que voluntariamente hizo que los rebeldes que combatían en la Sierra Maestra, amparados por la seguridad de las montañas, se decidieran a integrar las columnas rebeldes que invadieron los llanos y enfrentaran las incertidumbres de la nueva zona de operaciones?


Reclutas de Minas del Frío, Sierra Maestra

La retórica patriotera dice que la motivación de dejar la seguridad de la Sierra y bajar a los llanos fue el odio a la dictadura batistiana y los deseos de liberar la patria, y no debe faltarle algo de razón; ocho años de gobiernos auténticos, pese a sus muchos defectos, crearon una serie de libertades políticas que la dictadura cortó bruscamente. Pero generalmente los seres humanos no se mueven en torno a tales abstracciones para tomar determinaciones que pongan en peligro sus vidas.
Hay una infinidad de pequeños motivos personales que debieron influenciar en la decisión de estas personas para convertirse en invasores que escapan a la generalización de cualquier estudio, no obstante es lógico pensar que debieron existir aspectos más o menos comunes que estuvieron presentes en cada uno de ellos. ¡A ver si somos capaces de descubrirlos!
Una gran parte de los combatientes que bajaron al llano provenían de la escuela de reclutas de Minas del Frío, así que primero es necesario tratar de comprender lo que era esa escuela. Allí iban a parar quienes llegaban a la Sierra Maestra y eran aceptados como  guerrilleros, pero no tenían armas ni siquiera para hacer los entrenamientos. Igual esos estaban sometidos a un hambre intensísima y como la aviación enemiga descubrió la ubicación del improvisado centro de enseñanza, los sometía a frecuentes e intensos bombardeos. Unos, varios, acabaron por abandonar tan dura experiencia y otros, muchos, continuaban esperando un arma para poder combatir (y para salir de la “escuela”).
En la psicología del rebelde de la Sierra Maestra la mayoría de edad estaba dada por la posesión de un arma de fuego, pero esto también tenía una compleja escala de valores: asunto menor eran las armas de caza o deportivas y categoría más bajas tenían los revólveres y pistolas. Los alumnos de Minas del Frío sabían que si bajaban al llano tendrían la virtual posibilidad de arrebatarle un moderno fusil a los “casquitos”.
Igual, tanto para los veteranos como los jóvenes reclutas había otro elemento  importante en el llano: la posibilidad de combatir. La guerra había escapado definitivamente de la montaña adonde los soldados de la dictadura ya no se aventuraban a subir. Si de verdad se quería enfrentar al enemigo había que ir hasta su guarida en los cuarteles. Por lo que el llano estaba estrechamente unido a la misma esencia del rebelde, o lo que lo mismo, a su objetivo fundamental: combatir.
Y pensando ahora más con el estómago que con los sentimientos: en el llano se podía conseguir la comida que no había en la Sierra, y menos que para todos, para los reclutas que dependían de lo que el mando central pudiera darles: generalmente una sola y magra comida al día. En el llano, oyeron decir, se podía desayunar, almorzar y con un poco de suerte, hasta comer.
El comandante Manuel (Piti) Fajardo, segundo jefe de la Columna 12 se refería a esa  emocionante posibilidad de poder comer hasta la hartura del siguiente modo:
“El cerco de hambre mantenido alrededor de la Sierra durante tantos meses nos había hecho olvidar los placeres de una buena y bien condimentada comida, por eso para mi fue emocionante el poder desayunar hace solo algunos días con un jugo de naranjas, dos huevos fritos, pan con mantequilla y café con leche. Los muchachos se lo están desquitando y hacen tres comidas al día y todo lo acompañan con postres. La leche y la carne es abundante y buena. En todos los barrios hay tiendas bien surtidas y en ropa no hay que irla a buscar muy lejos”[1].
Eddy Suñol también rememora esa secreta aspiración del combatiente serrano de comer todos los días en un texto en el que describe el avance de su pelotón hacia los llanos.
“(…) la marcha fue rápida a pesar de que la mayor parte del personal estaba descalzo y semidesnudo, pero el deseo de llegar al llano, lo cual nos permitiría combatir al enemigo en su madriguera y saciar el hambre de tanto tiempo, era el motor que nos  impulsaba”[2].
El llano también ofrecía un sentimiento muy emocionante que los revolucionarios no podían encontrar en la Sierra Maestra: la sensación de sentirse libertadores, quizás, incluso, de sentirse importantes. En los casi dos años de guerra la población de la Sierra Maestra se había  acostumbrado a los barbudos rebeldes. El llano era asunto  diferente, acá abajo eran un mito. Manuel Fajardo (Piti) rememoraba  en una carta a Celia Sánchez habló de esa sensación que le ofrecía la población del llano:
 “Las atenciones que se le dispensan al soldado rebelde son extraordinarias: cuidan de nuestra ropa, nuestros males, hasta de nuestro aspecto. Es asimismo agradable el sentirse admirado y poder brindar garantías a los pobres campesinos que solo habían         recibido malos tratos por parte del Ejército de la Dictadura y por parte de los falsos revolucionarios que operaban hace solo algunos meses en esta zona”[3].  
Y en fin, además de lo anteriormente anotado, el llano era para el rebelde de la Sierra Maestra un misterio, y eso, indudablemente, los excitaba. Una anécdota recordada por un capitán guerrillero da luz sobre este asunto. Ocurrió en los momentos en que las fuerzas revolucionarias se disponían a partir para atacar a Puerto Padre, pero como la acción se realizó el 24 de diciembre, día de los tradicionales festejos cubanos por la Noche Buena, se habían comprado varios puercos (cerdos), que se estaban asando para que los rebeldes cenaran antes de entrar en combate. ¡Nunca se sabía cuál iba a ser la última cena de un rebelde! El capitán Arsenio García, jefe de los guerrilleros rememoró los acontecimientos años después:
“Recuerdo que hice una pequeña inspección por donde estaban asando los puercos y comprobé con disgusto que aun estaban crudos, por lo que comunique a Gómez Ochoa que si esperábamos mucho tiempo nos demoraríamos para llegar a Puerto Padre a la hora planeada. Ochoa estuvo de acuerdo conmigo y se ordenó la partida. Reuní la tropa bajo mi mando y hable a los compañeros ¿que prefieren, les pregunte, esperar a que estén los puercos o cenar lo que hayan preparado los guardias para esta nochebuena? Sabia de antemano la respuesta celebraríamos la tradicional fiesta con la  cena de los guardias. Comenzamos la marcha”[4].
La anécdota sería puramente intranscendente si no mostrara las relaciones establecidas entre los oficiales rebeldes y su tropa. No estamos ante un ejército regular de límites muy bien  trazados en las relaciones subordinado y oficial sino ante una fuerza donde con relativa facilidad se pueden traspasar las fronteras de las  jerarquías. Allí se solicitaba el criterio de los soldados de fila para dejarlos sin cena de nochebuena. Arsenio afirma que esperaba una coincidencia con su criterio, pero ¿y si no ocurría?¿Hasta que punto el jefe acataría la opinión de la mayoría si no era la suya?
Este tipo de relación era flexible en la lucha en el llano. Al ser Camilo Cienfuegos  designado por Fidel como  jefe de las guerrillas que operaban en los llanos Orlando   Lara no aceptó subordinársele porque se consideraba directamente bajo las órdenes del Comandante en Jefe. Y sin embargo eso no significó una crisis en la disciplina y entre ambos jefes se mantuvieron buenas relaciones. Eddy Suñol, por su parte, tuvo determinadas contradicciones con el segundo jefe de su pelotón, Raúl Castro Mercadé, hasta el punto que este segundo actuó con gran independencia operativa y ello fue aceptado por Suñol que era un individuo de un carácter bastante rígido en asuntos de disciplina.
En fin, que había un acuerdo no escrito en estas fuerzas eminentemente populares en lo referente a las relaciones jefe y subordinado que permitía una flexibilidad extrema y a la misma vez los oficiales rebeldes le podían pedir a sus soldados sacrificios que era muy difícil que otra tropa acatara.



[1] Carta de Manuel (Piti) Fajardo a Celia Sánchez del 27 de octubre de 1958. Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. La Habana.
[2] Eddy  Suñol Ricardo. “De la Sierra Maestra a los  llanos del Norte de Oriente”. En Periódico Ahora, 12 de diciembre de 1978.
[3] Carta de Manuel Fajardo a Celia Sánchez del 27 de octubre de 1958. Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. La Habana.
[4] Arsenio García Dávila. “Noche Buena de 1958. Ataque rebelde a Puerto Padre”. En revista Verde Olivo.  Numero Especial 31-12-1964  p 13-14

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