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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

9 de agosto de 2011

Panorama histórico económico de la región Holguín Gibara que explica el "sistema defensivo" creado durante la guerra grande de los 10 años por la independencia de Cuba (1868 - 78)

Las primeras referencias históricas sobre las tierras del norte holguinero aparecen en el Diario de Navegación de Cristóbal Colón. Bariay fue el lugar de arribo a Cuba del Gran Almirante y en Gibara el sitio de nuestra Isla donde éste permaneció más tiempo. Allí fue donde se produjo el primer contacto personal entre europeos y aborígenes cubanos. Allí fue, asimismo, donde se carenó la primera nave europea en América y donde se recogió en el Diario colombino la nota primigenia sobre el uso que los aborígenes daban al tabaco.

Después de los días de Colón, la Bahía de Gibara y sus alrededores permanecieron por largo tiempo en un extraño olvido documental, al menos en los que se refiere a los fondos que atesoran los archivos y bibliotecas de nuestro país.

A partir de la fundación de la Villa de San Salvador del Bayamo, los terrenos que luego fueron Gibara y sus jurisdicción, junto a Holguín,  fueron enmarcados en la inmensa jurisdicción hasta que en 1752, al conferirse a Holguín el título de Ciudad, los de Gibara pasaron a integrar la nueva jurisdicción recién creada.

Durante los siglos XVII y XVIII la bahía gibareña se utilizó como refugio ocasional de piratas y corsarios. Las escasas familias que se iban asentando en las tierras relativamente cercanas al puerto procedían casi totalmente de Bayamo, y para los bayameses era un hecho corriente el trato comercial con navíos extranjeros que practicaban el corso, la piratería o simplemente el contrabando en distintos puntos de las costas de la mayor de las Antillas (1).

En las cercanías del Hato de San Isidoro, tempranamente mercedado como encomienda y que fue propiedad del capitán extremeño García Holguín, se fueron fomentando otros hatos y corrales en las llamadas “tierras altas del Maniabón o tierras de la costa norte del Bayamo”. De algunos como Los Saos, Cacocum y Yareniquén, existen fuentes de información que permiten fijar momentos históricos iniciales, bien porque las consultó Don Diego de Avila y los reflejó en la interesante obra "Orígenes del Hato de San Isidoro de Holguín", o porque se han conservado en viejos documentos de archivo. Sobre otros solo se obtiene un silencio hermético cuando se trata de llegar a documentos iniciales; tal es el caso, hasta el momento, de las gigantescas haciendas de El Almirante y de Gibara (2).

En dirección norte y en el avance desde Holguín hacia la costa se fundaron algunas haciendas en el último cuarto del siglo XVII: Managuaco en 1683 y Guayacán en 1690. El proceso se aceleró en el siglo XVIII con las de Auras, denominadas San Marcos y Jesús del Monte en 1703; Potrerillo en 1730; Arroyo Blanco en 1737; Yabazón en 1747, hasta llegar finalmente a la de Punta del Yarey (Gibara), terrenos de Propios del Ayuntamiento de Holguín entregados a censo al Regidor Francisco Domínguez en noviembre de 1757.

Bajo las tierras situadas al norte de la ciudad de Holguín existen yacimientos de oro en los que se establecieron tímidas explotaciones desde el siglo XVIII y quizás aún en tiempos anteriores, pero la razón fundacional expresada para las haciendas fue la ganadería, a pesar de que algunos censos pecuarios del siglo XVIII recogen cifras asombrosamente exiguas de cabezas de ganado en comparación con la superficie de las haciendas en que pastaban.

En realidad el trasfondo económico puede tener una lectura diferente: cada propietario de hato o corral se estableció con su familia, generalmente numerosa, pero también con sus servidores. Se impuso el cultivo de la tierra para obtener de ella los productos que garantizaran la alimentación de un número cada vez mayor de personas, pero a la vez se incrementó un cultivo que abría mercados: el tabaco, que precisamente fue conocido en la zona por los expedicionarios de Cristóbal Colón en 1492.

Año tras año aumentó la cantidad de predios cercados y la tierra se subdividió, si no en derecho, que sería lo justo, si de hecho, que es más práctico y contundente. Nació un campesino sitiero y estanciero que cultivaba tabaco para el mercado y frutos menores para el autoconsumo. Un campesino con apego a la tierra.

En la medida en que transcurrieron los años del siglo XVIII este proceso se fue acrisolando. Gibara, situada al norte es una bahía que permite comunicación con otros puntos de la Isla. De hecho la bahía se utilizó por la factoría para extraer las cosechas de tabaco. Dos embarcaderos; uno sobre el río Cacoyuguín que aún conserva el nombre, y otro sobre el río Gibara, denominado La Ligera, sirvieron de enlace entre las tierras del interior y los barcos que llegaban hasta la bahía. El transporte fluvial resolvió la dificultad que presentaban los casi intransitables caminos que surcaban el valle inferior de los ríos; obviando el paso casi imposible a través de las marismas o el arriesgado desvío por los trillos abiertos sobre la cortante roca de la sierra. Poco a poco la población de esta zona fue aumentando y en algunas ocasiones los extranjeros se interesaron por ella, no siempre con las mejores intenciones; así, dos expediciones inglesas, una en 1739 y la otra en 1745, fueron derrotadas por los lugareños cuando intentaron adentrarse en el territorio. Sobresalieron en estas oportunidades por su bravura los vecinos de Auras y las milicias de Holguín.

Desde el último tercio del siglo XVIII el cabildo holguinero inicio gestiones para obtener la apertura oficial del puerto. De facto lo utilizó en distintas oportunidades al permitir el arribo y venta de barcos en su ribera. E intentaron fortificarlo, (por demás).


Entrado el siglo XIX y durante el período de mandato de Don Félix del Corral, ambas gestiones se intensificaron; pero no fue hasta el mandato del Teniente Gobernador don Francisco de Zayas y Armijo quien aprovechando múltiples circunstancias coyunturales y asimismo (lo que parece más importante al caso), desplegando una actividad digna de todo elogio, logró ambas cosas. A este personaje le cupo la gloria de haber materializado las proféticas palabras escritas por Cristóbal Colón más de trescientos años antes: sobre “el cabo de peña altillo” (3). Se erigió allí una fortaleza que garantizó el establecimiento seguro de mercaderes al servicio de España. Estos mercaderes serían elemento interactuante de importancia sobre una economía en crecimiento.

Diseño de la Batería Fernando VII - Fuente: Oficina de Historia y Monumentos, Gibara

Leyes que facilitaban el comercio y permisos para el establecimiento de extranjeros, puestas en vigor a partir de 1817, determinaron que algunas familias de origen anglosajón, poseedoras de capitales quizás superiores a los de los vecinos de Holguín se establecieran en el hinterland del puerto (4).

Algunas de estos extranjeros trajeron brazos para aplicarlos a la agricultura al trasladarse con sus dotaciones de esclavos. Entonces fundaron plantaciones azucareras en el hinterland del puerto de Gibara e implantaron el uso de la máquina de vapor. El aporte económico de aquellos fue significativo, al menos durante los dos primeros tercios del siglo XIX.

Durante ese siglo, y sobre todo entrada su segunda mitad, se produjo otra emigración más nutrida, pero menos ruidosa: campesinos de las Islas Afortunadas (Canarias), llegaron a buscar fortuna mediante el trabajo honrado. Tras la llegada y tan pronto les era posible, arrendaban o compraban pequeñas fincas. En muchas ocasiones establecían contratos con el Ayuntamiento -de Holguín inicialmente y a partir de 1874 con el de Gibara- (5), para trabajar parcelas en los ejidos de esta última población. El pago que exigía el cuerpo consistorial a cambio de permitirles usar la tierra era exiguo pero, por justicia hay que reconocerlo, el esfuerzo necesario para transformar en áreas productivas las pequeñas fincas situadas sobre la dura piedra caliza de la sierra era obra de titanes. No obstante el incentivo de un mercado seguro en el puerto para los productos agrícolas actuó con fuerza irresistible y el milagro se materializó: entre “el diente de perro” (6) surgieron jardines productivos.

En un proceso que se repitió en el tiempo, muchos de los campesinos canarios fueron acumulando con su trabajo el dinero necesario para adquirir tierras mejores en los valles de los ríos Cacoyugüín, Yabazón Y Gibara. Allí resultaba más fácil la faena agrícola, porque era posible emplear el arado y los animales de labor.

Estos labriegos desarrollaron un fuerte amor a la propiedad rústica que habían levantado con el sudor de su frente y que para ellos constituía una poderosa razón de ser en sus vidas. .

Gibara era una población que progresaba y sus habitantes aprovechaban al máximo las posibilidades que les brindaba la actividad comercial y portuaria. De la Península llegaban uno tras otro los inmigrantes, en busca de oportunidades para hacer o incrementar fortuna. Catalanes y santanderinos se disputaban la supremacía como grupos de poder económico, más no eran ellos solamente, al puerto de Gibara arribaban, para establecerse, personas procedentes de todas las regiones ibéricas incluido Portugal. Y también se asentaron franceses, alemanes e italianos, además de individuos de distintos lugares de América, entre ellos Santo Domingo y Venezuela.

Casa D´Silva - hito arquitectónico de Gibara

En 1868, año de inicio de la primera Guerra de Independencia de Cuba, la propiedad rural en la zona comprendida entre Gibara, Holguín, Velasco, Fray Benito y los alrededores inmediatos de todos los lugares mencionados se encontraba intensamente subdividida. Múltiples familias campesinas, en su gran mayoría integradas por canarios, o por hijos y nietos de estos, cultivaban la tierra haciéndola producir tanto tabaco para el mercado internacional, como plátanos, ñames y maíz para la plaza de La Habana, o frutos menores para el autoconsumo y el mercado local.

Cierto número de ingenios poseedores de dotaciones de esclavos relativamente numerosas producían azúcar y mieles que tenían su nicho económico en el mercado mundial. La ganadería brindaba además discretas obtenciones de carnes y pieles e industrias artesanales garantizaban el suministro de materiales de construcción tales como ladrillos, tejas y cal.

El comercio de víveres y otros insumos establecido en los pequeños caseríos del área se concentraba mayoritariamente en manos de peninsulares. El movimiento comercial en la ciudad con productos que llegaban desde Holguín era intenso, pero marchaba siempre a la zaga del establecido en el puerto de Gibara. Uno y otro estaban casi totalmente controlados por peninsulares Varias compañías mercantiles tenían asentados complicados intereses simultáneamente en ambas poblaciones. En toda el área algunas familias vivían en la opulencia, mientras que la mayoría lograba sobrevivir con el producto de su trabajo amparados en fuertes lazos sentimentales establecidos en el terruño en que habían edificado su vivienda.

Quizás muchas de estas circunstancias influyeron en el ánimo de cierta cantidad de vecinos de la zona más cercana al puerto para inclinarlos a ponerse al lado de España en la contienda, lo que no impidió que otros, aunque es justo reconocerlo, no la mayoría, se pasaran al campo insurrecto. Los españoles aprovechando las características de la comarca decidieron establecerse sólidamente en ella. De esta forma garantizaban las comunicaciones entre los dos principales núcleos poblacionales: Holguín y Gibara, pero aseguraban también el suministro de provisiones de boca que representaba la producción de la rica zona agrícola existente entre ambas poblaciones y el dominio de un extenso y valioso territorio.

Apoyados en los vecinos de mayores bienes de fortuna, pero también en otros elementos de la población local, el Ejército español trabajó para fortificar la zona y para armar en ella cuerpos defensivos a su servicio (7). De esta forma, en abril de 1869, ante la situación que se presentaba en el corazón del hinterland del puerto gibareño, el Mayor General holguinero, Julio Grave de Peralta escribía:

“El enemigo tiene cuarteles en Auras, su centro de operaciones, en los ingenios Santa María, La Victoria y La Caridad, en Yabazón, Sao Arriba y Guayabal; en Candelaria, Bocas, Uñas y Velasco, con fuerza de seiscientos hombres, mitad tropa de línea y mitad voluntarios, pero perfectamente armados y pertrechados. En Fray Benito tienen desde el mes pasado un campamento con fuerza cuatrocientos hombres, teniendo en jaque toda la parte de aquel litoral en el que no poseemos hoy ni un átomo de terreno” (8).

Posteriormente construyeron fortificaciones también en Cupeycillos, La Jandinga, El Embarcadero, Pedregoso y en otros lugares de esta comarca.

Durante el desarrollo de la guerra personas procedentes de variados lugares de la extensa jurisdicción holguinera y de otras jurisdicciones orientales (9), se mudaron para esta área geográfica y sobre todo para el pueblo de Gibara, cuya población se triplicó durante la contienda, y en 1874 se segregó de Holguín creándose su ayuntamiento y jurisdicción. La villa de Gibara con el aporte voluntario o forzado de sus vecinos, se rodeó de una muralla y un rosario de fortines, que aunque considerados por algunos como reminiscencia de la época medieval, lo cierto es que garantizó la tranquilidad de los habitantes del lugar y el resguardo de las propiedades inmuebles situadas intramuros; a lo que también colaboró en gran medida la presencia constante de buques de guerra en la bahía y de numerosa tropa en los cuarteles ubicados en el interior de la población.

El formidable sistema de fortificaciones creado por los españoles en el área, aunque no impidió totalmente la entrada de tropas mambisas como las de Calixto García, Juan Rius Ribera y Antonio Maceo entre otros, quienes llegaron a tomar e incendiar algunos poblados y a desarrollar importantes combates en la zona rural, sí facilitó el desarrollo, más o menos accidentado, de las labores agrícolas y de producción de alimentos y además la permanencia de las comunicaciones en el territorio e incluso el que algunos ingenios se mantuvieran moliendo durante la contienda. También facilitó la recuperación económica de la comarca tan pronto acabó la guerra, pues en ella no había ocurrido la destrucción casi total que caracterizó a la mayor parte de la zona oriental del país. El sistema de defensa establecido en las poblaciones de Holguín, Gibara, Fray Benito y en los caseríos y fincas de la zona agrícola colindante protegió la riqueza de los españoles y sus simpatizantes en este territorio, evitando que la destrucción del mismo alcanzara proporciones de desastre económico.

El período entre las dos guerras fue de rápida recuperación en el área. En los primeros momentos los ingenios reiniciaron su molienda, aunque dadas sus características específicas, la mayoría no pudo resistir el impacto económico del cese de la esclavitud y otras circunstancias condicionantes del proceso de centralización y concentración azucarera, lo que llevó a varios a detener las maquinarias y convertir sus campos de caña en pastizales o en tierras destinadas a otros cultivos.

La ganadería inició una rápida recuperación con la entrada por el puerto gibareño de miles de cabezas de ganado procedentes de Puerto Rico y la poderosa atracción del mercado de La Habana hizo aumentar las producciones de plátano y maíz. El tabaco continuó produciéndose, aunque el de occidente le hacía una competencia cada vez más dura.

El principal exponente de la riqueza rústica y urbana, y del comercio en el hinterland del puerto gibareño fue la construcción del ferrocarril de Gibara y Holguín, promovido por los comerciantes de ambas ciudades con el apoyo de los dueños de propiedades rústicas ubicados a todo lo largo del camino de hierro. Esta vía fue construida por tramos; el primero de ellos entre Gibara y el poblado de Cantimplora. Una carta de José M. Beola Valenzuela, vicepresidente de esa empresa ferroviaria, dando a conocer los productos transportados en el primer año de explotación de ese tramo nos permite tener una idea del volumen de producción agrícola que se lograba en el territorio. Ese año desde Cantimplora hasta Gibara fueron transportados 23 000 quintales de tabaco y el equivalente a 75 000 quintales de maíz, cifras no despreciables aún para los tiempos actuales.

La vía férrea se concluyó en 1893. Para entonces Gibara era el municipio de la región oriental del país que poseía mayor población relativa: 81 habitantes por kilómetro cuadrado, superior incluso a la del distrito de Santiago de Cuba, según datos que ofrece el historiador Herminio Leyva Aguilera (10) . Una nutrida red de caseríos y poblados se extendía por toda la geografía de la franja existente entre Holguín y Gibara, y la riqueza agrícola de la comarca era impresionante.

Desde los mismos inicios de la contienda de febrero de 1895 los españoles se preocuparon por reparar y acondicionar el sistema defensivo que habían establecido en la comarca durante la Guerra de los Diez Años. Comerciantes y propietarios de fincas dieron su aporte económico para la reparación de la muralla gibareña y de los fortines de los caseríos rurales y muchas familias campesinas se fueron mudando al recinto fortificado de pueblos y caseríos en búsqueda del amparo que podían brindarle las obras defensivas. De grado o por fuerzas mayores estos campesinos pasaron a formar parte de los reactivados cuerpos de voluntarios y de las guerrillas locales. Pero esta guerra se iniciaba en condiciones diferentes a la anterior. El proceso de formación de la nacionalidad cubana había madurado notablemente durante los años transcurridos y el aporte de los vecinos de la comarca a la causa mambisa fue superior al de la anterior contienda, independientemente de que los nexos con España seguían siendo fuertes y se mantenía el sobrenombre de la España Chiquita para Gibara y sus campos cercanos.

El viejo ferrocarril de línea estrecha de Gibara

En esta oportunidad fue necesario custodiar de manera especial el ferrocarril y esta labor se le encomendó básicamente a patrullas montadas del Batallón de Sicilia de la Infantería de Marina que a pesar de pertenecer a un cuerpo naval operaban en tierra como dragones realizando su recorrido a caballo. Colaboraban en la tarea las guerrillas locales de los caseríos aledaños al ferrocarril, mediante un sistema de exploración y de colocación de emboscadas en puntos estratégicos, en maniobras perfectamente concertadas mediante avisos establecidos para evitar errores y accidentes. En diferentes puntos cercanos a las vías se construyeron fortines de madera destinados a albergar pequeños retenes de soldados encargados de custodiar puentes, alcantarillas y tramos del camino de hierro. El ferrocarril utilizaba además máquinas exploradoras que precedían al paso de cada tren para asegurar que la vía estaba expedita.

Durante esta contienda, además de recondicionar la mayoría de los fortines de la guerra anterior, se construyeron algunos nuevos y también ciertas obras adicionales de defensa, tales como trincheras y puestos de observación (11).

En la Guerra del 95 tropas mambisas irrumpieron en repetidas ocasiones en la región, destacando entre sus incursiones las llevadas a cabo por el General Antonio Maceo en junio de 1895, durante la cual tomó los poblados de Yabazón, Santa Lucía y Fray Benito e interrumpió la vía férrea entre Cantimplora y Gibara, para combatir posteriormente en Aguas Claras; y por el Mayor General Calixto García en junio de 1896, oportunidad en que quemó el poblado de Velasco, así como los de Blanquizal y Candelaria, obteniendo abundante botín bélico a lo largo de todo el recorrido, y posteriormente en agosto de 1896, el día 20, destruyó a cañonazos uno de los fuertes del sistema defensivo; el conocido por San Marcos, no. 18, ubicado en Loma de Hierro, sitio declarado Monumento Nacional en 1996, al conmemoranse el centenario de aquel hecho.

El cañoneo y destrucción del fuerte de San Marcos por el Ejército Libertador estampó un giro en la contienda, pues a partir de ese momento los peninsulares no pudieron sentirse seguros bajo la protección de sus torres medievales; la artillería en poder de los mambises era un elemento nuevo en el combate que podía destruir fortalezas que hasta ese momento habían sido inexpugnables. Quizás al construir las escasas obras defensivas que hicieron a partir de este hecho tuvieron en cuenta esa realidad. No era prudente seguir levantando torres que pudieran ser blanco de los cañones. Más práctico era construir sólidos parapetos que se alzasen poco sobre el terreno y ofrecieran una defensa más efectiva contra la artillería, y al parecer esa fue la tónica en los últimos momentos de la guerra.

Luego de Loma de Hierro los tiempos se tornaron cada vez más difíciles para el mando hispano. Multitud de pequeñas acciones bélicas se desarrollaron en los campos gibareños y holguineros. El impacto de la guerra fue in crescendo, y aunque los cañones de las tropas de Calixto buscaron escenarios en otros sitios de la geografía oriental, si se realizaron varios ataques a poblados de la España Chiquita, y sabotajes a las comunicaciones, incluyendo la voladura del puente de hierro en el ferrocarril de Gibara y Holguín. Mientras duró la reparación del puente fue necesario para el mando español volver al sistema de abastecimiento mediante convoyes de carretas, y una vez reconstruido extremaron el sistema de vigilancia sobre la vía férrea.

Por extraordinarias circunstancias históricas, estas tierras, en las que se realizó en 1492 el primer encuentro entre aborígenes y europeos, fueron también escenario del último combate entre españoles y mambises, hecho que ocurrió desde el poblado de Aguas Claras hasta el de San Marcos de Auras durante los días 16 y 17 de agosto de 1898.

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(1) Existen diferentes reportes de barcos que entraron a la bahía de Gibara con el objeto de realizar contrabando. Uno de los que produjo mayor revuelo fue el recogido por Levi Marrero Artiles en su enjundiosa obra “Cuba, Economía y Sociedad”, en la cual refiere que al arribar un guardacostas español a la bahía de Gibara en 1752, fue apresado por una embarcación francesa que se encontraba en la misma realizando contrabando con vecinos de Bayamo. Como hechos similares se repitieron en esos años en Bariay y otras bahías de la costa norte holguinera con corsarios franceses, el Supremo Consejo de Indias, reunido el  23 de enero de 1753, recomendó al rey español dirigir una enérgica comunicación al monarca francés para que éste prohibiera a sus súbditos en lo sucesivo la ejecución de acciones de esta naturaleza contra territorio español, ya que en esos momentos reinaba la paz entre ambas naciones (Ver Cuba, Economía y Sociedad. Tomo VII Pág. 196)

(2) La hacienda de Gibara se extendía sobre el valle medio del río homónimo en un área distante de la costa del mar. La superficie que ocupaba está hoy en el territorio del municipio “Rafael Freyre” y no en el de Gibara como pudiera suponerse.

(3) Ver: Esquivel Pérez, Miguel Angel y Cosme Casals Corella: Derrotero de Cristóbal Colón por la costa norte de Holguín. Página 64.

(4) Un Real Decreto del 21 de octubre de 1817 permitió el asentamiento de extranjeros blancos que profesaran la fe católica en las colonias americanas de la monarquía española. En ese mismo año hubo una ampliación de las libertades comerciales en los dominios españoles.

(5) En 1874 se constituyó el ayuntamiento de la villa de Gibara. Antes de esa fecha, todo lo relacionado con el urbanismo y los ejidos del poblado gibareño eran de competencia del cabildo holguinero, al cual pertenecían.

(6) La sierra de Gibara está constituida por  elevaciones cársicas,  Literal mente hablando allí  no hay suelo; sólo pequeños bolsones de tierra roja que afloran en algunos sitios entre las cortantes rocas calizas de topografía de lenar  conocida localmente como “diente de perro”. En ocasiones estos campesinos se veían obligados a transportar  tierra y abono orgánico a lomo de caballo, o simplemente al hombro, desde largas distancias, para rellenar algunas oquedades de la piedra y sembrar en ellas las plantas de cultivo. En estos lugares se producían entre otros renglones agrícolas, plátanos de bondad excepcional que tenían compradores seguros en la plaza de La Habana,  hasta donde llegaban en barco desde el puerto de Gibara.

(7) En la edición del 9 de diciembre de 1868, antes de dos meses de comenzada la guerra, el Diario de La Marina recogió que ya en Gibara se había construido un fortín costeado por “el señor Calderón” y que el pueblo se rodeaba de trincheras y alambradas. Más tarde se construyeron otros fortines y la alambrada se sustituyó por una muralla de mampuesto.
(12)  En algunos lugares, como a la salida del pueblo de Auras con dirección a Gibara, se construyeron profundas zanjas paralelas al ferrocarril. Estas servían como vía de comunicación para la infantería española y eran a la vez un paso prácticamente  insalvable para cualquier fuerza de caballería mambisa que se acercara a las vías. Gran parte de esta zanja es aún visible a pesar de haber transcurrido  más de 110 años del fin de la guerra.
(8) Abréu Cardet, José y Elia Sintes Gómez: Julio Grave de Peralta: Papeles de la Guerra de Cuba. Página 179.

(9) En 1874 se produjo el traslado masivo de 150 personas procedentes de Las Tunas para el poblado de Auras . a través de los registros parroquiales del lugar ha sido posible obtener numerosos datos sobre este grupo de inmigrantes internos asentados en el territorio de la España Chiquita. Otros traslados masivos de personas, aunque no tan numerosos, se produjeron en distintos momentos, sobre todo en los años iniciales de la guerra.

(10) En octubre de 1868 el poblado de Gibara tenía 2160 habitantes habitantes. Al realizarse el censo de 1877 su población ascendía ya a 7599 (Ver ANC. Fondo Gobierno General. Legajo 17 No. 583 y Archivo del Museo Municipal de Gibara, legajo 3 No. 988)

(11) Leyva Aguilera, Herminio: Gibara y su jurisdicción. Página 230

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