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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

6 de octubre de 2014

¿Dónde queda Yaguajay o cuál fue el destino de los indios de Banes?

Toda la información fue tomada de la Tesis Doctoral de Roberto Valcárcel Rojas




En el testimonio dado por el escribano Juan de la Torre, de los indios repartidos por Gonzalo de Guzmán desde el 25 de abril de 1526 a agosto de 1530 se recoge el siguiente dato:

“Yten se encomendaron a Francisco Osorio e Antonio Velazquez, vecinos desta dicha cibdad, el cacique de Yaguayhay de Cubanacan, que estaba encomendado al dicho Andres del Duero, e de consentimiento del dicho Antonio Velazquez se le quedó todo el cacique e yndios al dicho Osorio, por quanto de otros yndios suyos dio veynte e cinco personas..”

Aunque la historiografía holguinera no ha mostrado interés por ese documento, este trata de la formación en 1530 de una Encomienda de la que se tienen más datos que de la de García Holguín.

Igual en el juicio de residencia tomado a Gonzalo de Guzmán aparece otra versión de ese mismo reparto; dice allí que “(…) el Obispo y Guzmán encomendaron a Antonio Velazquez y a Francisco Osorio el cacique Yaguahán que (antes había sido) encomendado a Duero”.

Verdad que en el documento no queda claro si Yaguayhay y Yaguahán se refieren al mismo lugar o persona, o si realmente Yaguayhay era un pueblo y Yaguahán un cacique, pero es obvio que se trata de la misma encomienda, antes poseída por Andres de Duero, y la referencia a Cubanacán es indicio de ubicación espacial.

Ruta de Diego velázquez según el arqueólogo Irving Rouse

Por costumbre los cubanos consideramos a Cubanacán como una provincia india situada en la parte central de Cuba, incluso, así se le encuentra en los mapas elaborados para ubicar tales regiones, como el de De la Torre (1841) reproducido por De la Sagra (1842). Y a dichos mapas siempre se le adosa un comentario de Bartolomé de las Casas  quien se refirió a  
“(…) una provincia que se llamaba Cubanacan cuasi en medio de Cuba, porque nacan quiere decir, en la lengua destas islas, medio ó en medio, y así componían este nombre Cubanacan, de Cuba y nacan, (significando) tierra e provincia que esta en medio ó cuasi en medio de toda la isla de Cuba. Esta provincia, Cubanacan, era muy rica de minas de oro”.

Sin embargo en el documento mencionado al inicio de esta nota se dice que los indios de Gonzalo de Guzmán estaban “en Cubanacán junto a las Bocas de Bani”. Ello permitió considerar al investigador Alfredo Zayas y Alfonso (1931) que Cubanacán estaría asociado a la provincia de Bani, en el extremo nororiental cubano, próxima a la Bahía de Banes. Y asimismo este investigador sostuvo, a tono con este criterio, que el Yaguayhay de Cubanacán, cuyos indios tenia encomendados Duero, estaría por tanto no lejos de allí coincidiendo con la zona de Yaguajay, en el actual municipio Banes, y no con un espacio de igual nombre localizado en la hoy provincia de Sancti Spíritus, parte central de Cuba, próxima a la supuesta provincia de Cubanacán.

Pedro P. Godo (en 2003) cuestionó la identificación de Zayas y Alfonso porque Gonzalo de Guzmán también repartió los indios de un pueblo llamado Aguahay, situado en la provincia de Maniabón y se sabe que Banes está próximo pero no en el viejo territorio de dicha provincia india, por lo tanto, dice el investigador que entiende él que es a Aguajay el lugar donde estaban los indios de Guzmán y que el Yaguayhay del que se habla es el que se encuentra hacia el centro de Cuba, en el Cubanacán de Las Casas.

Por su parte el Dr. Roberto Valcárcel echó mano a los datos casi nunca tomados en cuenta que aporta el “Espejo de Navegantes”, redactado por Alonso de Chaves para que sirviera de guía a los marinos que hacían travesías por las costas de Cuba a partir de información obtenida entre 1520 y 1530. Los datos del derrotero marítimo de Chaves corroboran la existencia de un lugar llamado Cubanacán en el nororiente de la Isla, o mejor, dos lugares, pues se menciona con el nombre de Cubanacán una Punta y un Puerto.

La ubicación de Punta de Cubanacán coincide con la actual Punta de Mulas, un accidente costero que es recogido con el antiguo nombre de Punta de Cubanacán en diversos mapas del siglo XVI y XVII. El puerto de Cubanacán es más difícil de identificar aunque pudiera ser algún punto protegido en la línea de costa al sur de Punta de Mulas y las Bocas de Bani. Por su parte las Bocas de Baní es la Bahía de Nipe, lo que parece confirmado por el mapa de Pecciolem de 1604, publicado por De la Sagra (1842).

Por último, como otro elemento a favor de la existencia de Cubanacán en la zona de Banes, es el caso de un indio encomendado por Gonzalo de Guzmán en 1526 llamado Alonsillo de Banico de Cubanacán. En este caso  Banico y Cubanacán son los lugares de proveniencia. Banico puede ser un modo de referirse a Bani.

No obstante lo dicho hasta aquí, en ningún momento se duda de la  temprana presencia del topónimo Yaguajay cerca de su actual localización en la provincia de Sancti Spíritus. Un mapa de 1681reproducido por Levi Marrero muestra en esa zona la ensenada de Yaguajay. De quien no hemos encontrado evidencia cartográfica temprana en esta parte de Cuba es de Cubanacán, si bien se encuentra en la toponimia actual.

En el Yaguajay de Sancti Spíritus hay sitios agricultores ceramistas pero hasta el momento se han localizado muy pocos indicios arqueológicos de interacción con los españoles, lo que no significa que haya que creer que no se produjo; es que son muy limitados los estudios al respecto en la zona.

En la lista de indios y pueblos encomendados por Guzmán se incluye el pueblo de Yaguayguano, en la provincia de Camagüey. Es otro caso de topónimo con la partícula aguay o aguahay, lo que sugiere que quizás hubo varios Yaguahay o Yaguajay, pero solo tenemos la mención de uno solo de ello por el Padre de Las Casas, el que está en la parte central de Cuba.

Es significativo además, que entre los nombres de puertos cercanos a Yaguajay y Banes registrados en el derrotero de Chaves, esté Puerto de Duero. Ello indudablemente que remite a Andrés de Duero, uno de los hombres más ricos de su época, habitando en la actual costa de Banes. Cuando Duero murió Guzmán redistribuyó a los indios que le habían pertenecido, entre ellos el cacique de Yaguayhay de Cubanacan y asi, igual, Guzmán redistribuyó las siete encomiendas que Duero tenía en siete lugares diferentes, una de ellas es la que está en Cubanacán. De esos siete lugares, al menos cuatro son localizables en espacios del oriente de Cuba. Esto sugiere que quizás los indios del rico encomendero se hallaban hacia esta parte de la Isla, lo cual situaría a Yaguajay próximo a Banes. No obstante, los grandes encomenderos tenían indios a largo de todo el archipiélago, por tanto es difícil asegurar tal ubicación.

En fin, que por el momento la información existente no permite una identificación exacta del Yaguajay del que se hablaba entonces aunque es alta es alta la posibilidad de que este Yaguayhay de Cubanacan sea el pueblo indio cuyos restos materiales y humanos hoy descansan en el barrio de El Chorro de Maíta. 


Si es así, varios de los indios de Duero son los que están enterrados en el cementerio ubicado en el cerro que sigue llamándose Yaguajay, y que cuando ya Duero no existía siguieron viviendo y muriendo por allí hasta el inicio de la segunda mitad del siglo XVI. Después de esa fecha no parece que continuaron en el lugar tal como lo indican los datos conseguidos.

De cualquier modo no podemos descartar que los remanentes de aquella población pudieran haber llegado a vivir el fin de las encomiendas. Si así fue, según la información histórica existente sobre el área, la comunidad indígena no parece haber permanecido mucho tiempo en el lugar ni haberse prolongado en un asentamiento campesino. El carácter realengo de estos territorios a inicios del siglo XVIII sugiere que la zona no estaba habitada, al menos a nivel de unidades poblacionales reconocibles.

Pero habrá que estudiar el caso. Si en lugares cercanos al Cerro de Yaguajay hubo población indígena durante los siglos XVII y XVIII, por qué no pudo ocurrir igual allí?.

Para ejemplificar lo anterior: En un lugar a quince leguas de la Bahía de Nipe, se hallaba en 1612 el asiento de uno de los hatos de Barajagua. En este vivía la población indígena que se vio involucrada en la primera veneración de una imagen de la Virgen, más tarde reconocida como la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba. Y a mediados del siglo XVIII se sabe que había remanentes de población indígena habitando próximos a la Bahía de Nipe. E Indios serán muchos de los primeros habitantes de Mayarí, a mediados del XVIII, a muy corta distancia de la bahía. Para esa fecha también se estaba fomentando, con presencia indígena, una  población en Holguín, unos 50 km al suroeste de El Chorro de Maíta.

Hacia los lugares dichos pudieron moverse los pobladores de El Chorro de Maíta y también la que había sido una abundante población aborigen que residió en otros asentamientos cercanos de la región de Banes, aunque también pudieron quedarse aislados y su baja demografía ayudó a su desaparición definitiva.

El 57-A o La Gran dama enjoyada en el cementerio Chorro de Maíta.

Toda la información ha sido tomada de la Tesis Doctoral de Roberto Valcárcel Rojas.



Es el entierro 57A, una mujer que debió tener entre 26 y 35 años de origen local, fue rebautizado por la prensa como la Gran Dama Enjoyada. Ella es quien más ha dado de qué hablar a los curiosos y a los arqueólogos, aunque estos últimos tratan de no dejarse llevar por los misterios novelescos de tal individuo para concentrarse en otros resultados que quizás son más importantes.

Enterrada de forma vertical, lo que prueba que murió después de la llegada cristiana a la zona, tiene a su lado otro esqueleto, un hombre igualmente adornado con joyas, aunque menos que ella. Y a los pies de la mujer están los restos de un niño también enjoyado y el único niño del cementerio que está enterrado de forma extendida. Estos detalles han sido tomados como indicio de una posición social destacada y de un enterramiento conjunto, quizás, relacionado con  prácticas de suteísmo o entierro familiar.

De las joyas hablaremos más en esta misma nota, pero ahora es urgente decir que entre otras varias, portan cuentas de coral que es un tipo de ornamento sólo hallado en ellos y en el esqueleto No. 84. Igual el 57A tenía a su alrededor piezas de oro, cobre y cuentas diversas. Para el Dr Guarch del Monte, el arqueólogo que hizo el descubrimiento, este impresionante conjunto constituía parte de un mismo collar. 

Cuentas de collar y otras joyas del 57A

Al respecto escribió: “(…) se localizaron tres perlas, con sus perforaciones para servir de cuentas, sus formas irregulares son comunes en Las Antillas, y además, dieciocho cuentas de coral rosado, de forma cilíndrica, algunas husiformes parecidas a un pequeño barril, no mayores de 5 mm de longitud, objetos que se hallan por primera vez en Cuba. Además se rescataron veintitrés microcuentas de concha de forma discoidal, muy finas y pequeñas, llegando hasta 1.6 mm de diámetro, cuatro cuentas de calcita de las llamadas de “carretel” y una microcuenta de piedra negra, así como cuatro del mismo material, pero blancas, siendo por tanto el collar más complejo de los encontrados en Cuba hasta el presente.” 

Fragmento de la tela encontrada en el esqueleto 57A

Y como si todavía no fuera suficiente, la Gran Dama tenía en la mandíbula y en el interior de la boca dos fragmentos de tela. Guarch dijo que posiblemente ambos fragmentos fueran de una misma pieza situada en la parte superior del cuello a modo de pañuelo y la describe como “tela de algodón de color blanco amarillento, un tejido sencillo; uno de los fragmentos muestra una costura hecha con hilo mucho más grueso y burdo, logrado con dos cabos torcidos con poca tensión, lo que puede indicar su confección manual rústica”. (Solamente en otros dos entierros se encontró tela).

Estudios posteriores a los fragmentos de tela encontrados en la Dama Enjoyada, se descubrió que unido al textil había elementos metálicos de plata que aún no han sido identificados completamente, pero, dicen los arqueólogos, pudieran ser hilos que, quizás, originalmente eran un bordado. Esto indica que era esa una tela de alta calidad, incluso, dentro de los criterios europeos de entonces. Considerando la pobreza común de los tejidos empleados para la ropa entregada a los indios, y los otros objetos con que la dama se adornaba, es de creer que la tela fue un presente que a ella le hicieron los conquistadores o, posiblemente, ella la compró a los españoles. Sea como haya sido los conquistadores tenían una relación muy especial con la dama. ¿Quién era ella?.

Joyas de metal precioso del 57A, incluye los pendientes de los que se habla más adelante

Es difícil establecer su posición social exacta pero sin dudas fue importante, quizás con el rango de cacica. ¿Una cacica que se casó con un español, quizás?. Las joyas y la tela que tenía sin dudas que se las dieron los españoles, que no hacían regalos tan valiosos a una india cualquiera. Dos motivos para hacer aquellos regalos son los que vienen a nuestro entendimiento, uno, atendiendo a un servicio especial y dos, debido a una relación muy cercana, como el matrimonio o el amancebamiento. ¿Un regalo o pago?.

Pagó Gonzalo de Guzmán a sus indios de Bocas de Bani en 1528 50 camisas y herramientas por la ayuda que le brindaron en el rescate de mercancías de un barco naufragado. Y en el mismo sentido, estaba regulado el pago de los conquistadores a los indios por servicios, la llamada cacona.  

Igual está probado que se casaban los españoles o se amancebaban con indias que tuvieran altos status. Hechos así se hallan bien

documentados en La Española y Puerto Rico y ocurrieron también en Cuba donde, incluso, se casaron mujeres europeas con indios importantes. Un caso así lo recogió el arqueólogo e historiador Oswaldo Morales Patiño: Se trata del indio Juan de Argote a quien  Vasco Porcallo de Figueroa casó con una hija suya, la mestiza María de Figueroa. Se cree que Juan de Argote debió ser hijo de un cacique, cacique él mismo y que Porcallo lo casó con su hija para adquirir derecho legítimo a sus tierras y mayor autoridad entre los indios. En 1562 Juan de Argote declaró tener más de 90 años, y entonces seguía siendo respetado y considerado “hombre principal” por los miembros del Cabildo de Puerto Príncipe. Por la edad declarada el indio debió haber nacido hacia 1472, por lo que ya era un hombre maduro al momento de la conquista.

Otra pregunta más. Suponiendo que era una cacica, ¿cómo es que la enterraron con las joyas si la costumbre aborigen era que objetos así de valiosos pasaran a mano de los herederos o que se compartieran con los caciques vecinos como símbolos de mando y poder?. Quizá porque la llegada española había cambiado el contexto. Para entonces ya no había caciques vecinos o aliados, entonces la solución fue que los valiosos objetos fueran llevados por la reina a Coaybay, el espacio de los muertos, o tal vez, en el lugar prometido a los cristianos pero al viejo modo indígena.

Otras joyas de la misteriosa dama son cuatro pendientes en forma de lámina trapezoidal y perforados en un extremo, un cascabel, una cuenta esférica hueca, dos cuentas cilíndricas de metal y una figura en forma de cabeza de pájaro. La cabeza de ave mide 22.2 mm de largo, y el grueso de la lámina es de unos 0.1 mm. Ella fue descrita por Guarch Delmonte de la siguiente forma: “(…) la pieza es muy elaborada; en el tope de la cabeza se advierte un tocado consistente en arcos, situados en tres filas paralelas de delante atrás con tres anillos cada una. Los ojos están logrados mediante dos hilos de oro yuxtapuestos que en cada uno forman un semicírculo, continuándose sobre la frente como diadema; el iris de cada ojo se resuelve mediante una pequeña semiesfera. El pico es trapezoidal en el plano horizontal, muy deprimido, de punta truncada, con dos perforaciones en el extremo y dos líneas incisas en ambos lados que independizan el pico superior del inferior. En la parte superior e inferior del cuello se aprecian sendas gargantillas constituidas por dos hilos de oro paralelos entre los cuales se advierten un apretado entorchado también de dos hilos; ambos resaltos cruzan de lado a lado del cuello por la parte delantera y laterales, por detrás la cara es plana, mostrando una perforación rectangular que ocupa casi todo el espacio, dejando solamente un marco en rededor. La base de la pieza es semicircular y, como ya se ha expresado, hueca”.

Al momento de su hallazgo la cuenta esférica, según Guarch Delmonte, “tenía soldado en uno de sus extremos, un delgado tubito de 5 mm de longitud, muy fino, el que se deshizo al ser extraída; por el lado contrario se advierte el inicio de lo que debió ser un apéndice similar, destruido con anterioridad. La esfera tiene un diámetro de 3 mm y en sus interior se observa con el microscopio un fragmento de hilo”. En su opinión fue elaborada en oro bajo. Existe sólo un dibujo de la pieza, ahora fragmentada en varias partes.

A solicitud de Guarch algunas de estas piezas fueron analizadas en el Centro Nacional de Conservación y Restauración de Monumentos (CENCREM), en La Habana, usando un microscopio electrónico de barrido. Las láminas y el cascabel muestran presencia dominante de oro y cobre, con cierta cantidad de plata y niveles muy bajos de silicio. La cabeza de pájaro está hecha de una aleación de oro, cobre y plata. Asimismo este enterramiento tenía a su alrededor fragmentos de latón.

La misteriosa dama 57A del cementerio Chorro de Maíta

¿Cómo es posible que este individuo fuera enterrado con joyas de oro tan valiosas y que los españoles lo hayan permitido?. El arqueólogo Dr. Roberto Valcárcel considera que el entierro se produjo en un momento en que los españoles no estaban en el Chorro.

Mirandole la cara a los difuntos más antiguos de la comarca.

Con información tomada de la Tesis Doctoral de Roberto Valcárcel Rojas


Una región de tanta actividad colonial como la zona donde se encontró el cementerio de Chorro de Maíta, lógicamente dispondría de población diversa que residió en lugares cercanos al cementerio, desempeñándose en las más diferentes ocupaciones. Al principio los colonizadores buscaron a los aborígenes locales y cuando estos escasearon fueron a “pescar” esclavos en las tierras vecinas, incluyendo lugares más allá de las islas inmediatas a la nuestra, de ahí que no sea sorprendente el hallazgo en el lugar de objetos indígenas no antillanos.

Uno de los restos encontrados en el Chorro deja ver a las claras que ese, en vida, debió ser un yucateco. Y posiblemente este no fue el único de ese origen que vivió en la zona, en el Chorro apareció cerámica de la que los arqueólogos llaman México Pintado de Rojo en zonas no funerarias. También apareció Azteca IV y un cascabel de guanín de posible origen  mesoamericano, que adornó al muy famoso esqueleto 57A, que es el que la prensa y los curiosos llama, la dama enjoyada.

La evidencia de un fuerte tráfico naval en áreas próximas al cementerio y la intensa actividad económica colonial que se efectuó en la zona, más los anteriores datos, pudiera ser suficiente para asegurar que el trasiego marítimo de aquella época tan temprana en la historia de la conquista y colonización de Cuba era de un alcance mucho más largo que el que creíamos, quizás como parte del tráfico de esclavos indígenas desde Mesoamérica y otros espacios.

Incluso en el sitio El Porvenir se localizó una pata de metate, artefacto no reportado en contextos indígenas cubanos, pero fabricado con materias primas locales, interpretándose como resultado de la existencia aquí de indios mesoamericanos asociados al accionar colonial. No hay datos precisos sobre este hallazgo pero indudablemente que la pieza conecta a El Porvenir con El Chorro de Maíta en torno al tema de la presencia de individuos de origen mesoamericano en la zona.

Entre la abundante muestra de restos humanos encontrados en el cementerio de Chorro de Maíta apareció uno que, evidentemente, fue enterrado en el lugar varios siglos después, ese es el identificado como No, 36. Los otros, en un primer momento, fueron considerados “indios” con características comunes al resto de los antillanos. Pero análisis posteriores se detuvieron en el No. 22, del que nunca se encontró el cuerpo sino, solamente el cráneo que, en contra de las costumbres locales, no estaba deformado. Otros estudios sobre ese cráneo estableció otras diferencias respecto a los demás, llegando a la conclusión de que, posiblemente, se trataba de un europeo.

Por su parte el entierro No. 45 es el de un individuo adulto indígena con la peculiaridad de que no tiene deformación craneana. Estudios específicos concluyeron que pudiera tratarse de un mestizo de origen indígena.

Los estudios de la estatura también aportó sorpresas, entre ellas la existencia de varios individuos femeninos muy por debajo de la media, que promedió en 147.6 cm, incluso, se midió un esqueleto femenino que nada más alcanzó 134.7 cm, lo que lo ubica muy próximo a los límites de la calificación de enano y, por el contrario, se encontró un ejemplar masculino (entierro No. 25) con una estatura extraordinariamente alta comparado con la media que en los varones fluctúa entre 150.8 a 158.6 cm. Este esqueleto midió 172.3 cm.

Por su parte el entierro No. 47 mostraba huellas de que en algún momento de su vida había sufrido la fractura de dos costillas y el gigante No. 25 padeció un absceso dental crónico que dejó una abertura al exterior redondeada, en el lado izquierdo del maxilar. Por análisis de datación carbónica que se le realizó este individuo debió de vivir antes del arribo europeo mientras que el No. 39 vivió en un momento impreciso entre los siglos XV y XVII.

Las mediciones del cráneo del No. 45, un adulto masculino de entre 26-35 años, lo identifican como un africano, mientras que el cráneo del No. 81, un adulto posiblemente femenino de entre 18 y 25 años, se sitúa, con igual similitud, próximo a un femenino africano y a un femenino blanco, lo cual sugiere una ascendencia mixta (mestizo). El cráneo del No. 22, un joven masculino de entre 16 y 18 años, lo ubicaron inicialmente cerca de los rasgos de un individuo masculino blanco, pero un nuevo análisis de sus datos sugiere un origen mestizo, con ancestros blancos e indígenas.

El 72B con las modificaciones en los incisivos y caninos superiores

Es igualmente uno de los descubrimientos más sorprendentes el que se verificó en la dentadura del individuo 72B. Este tiene modificaciones intencionales en los incisivos y caninos superiores, particularmente intensa en los incisivos centrales que los tiene ranurados, y lo todavía más sorprendente, que este tipo de modificaciones es semejante a las que se hacían los aborígenes de Mesoamérica, específicamente en Belice, Guatemala y Honduras, especialmente en sitios mayas en Belice. 

Entierro bocabajo

La mayoría de los entierros son boca arriba, aunque diez de los esqueletos están sobre el lado derecho, once sobre el izquierdo, uno está sentado y dos están boca abajo. A estos últimos, en broma, las guías del museo los  llaman “la suegra”.

Uno de los aspectos más relevantes del cementerio es la presencia de objetos cuya posición respecto a los huesos permite asumir su ubicación en los cuerpos al momento del entierro. Estos son, en su mayoría, adornos corporales fabricados de piedra, metal, y de diversos materiales orgánicos. Destaca entre todos el entierro No. 57A, que es la famosa dama enjoyada, de la que ahora no diremos nada porque a ella se le dedicará una nota en la Aldea. El No. 94 tenía orejeras de resina vegetal (ámbar) y orejeras de cuarcita en el No. 99. El esqueleto No. 64 tenía a su lado veinticuatro cuentas de cuarcita y dos el No. 100. En el entierro No. 84 se encontraron cuentas de coral y una cuenta esférica negra, ubicadas en la zona del cuello, lo que denota que fueron enterrados usando collares.

Fragmento de tela de lino encontrada en el Chorro de Maíta visto en el microscópio

En tres de los esqueletos se encontraron restos de tela, conservándose solamente la de la siempre enigmática dama enjoyada. Igualmente en unos quince esqueletos se encontraron tubos de metal enrollado, muchas veces con un hilo de algodón adentro. Dicen los arqueólogos que esos tubos eran amarrados a las piernas de los individuos para provocar sonidos musicales al bailar.

Las perennes dudas sobre el Chorro de Maíta


Con información tomada de la Tesis Doctoral de Roberto Valcárcel Rojas.


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Porque se encontraron muy pocos artefactos de hierro, no parece que Chorro de Maíta fuera un campamento minero, aunque la presencia de bohíos pudo servir para albergar individuos. Por lo tanto, si el Chorro no era un campamento minero, debió ser una estancia o un pueblo de indios encomendados, pero en los restos de cerdos que aparecieron allí y que se analizaron, no se identifican animales locales, o sea, animales que se hayan criado allí, por lo que, al parecer, los cerdos que se sacrificaron y se consumieron en El Chorro fueron traídos de otras partes. Eso sugiere importación de comida para sostener a los trabajadores, una práctica común en la época. Sin embargo es incongruente que en una estancia o pueblo de indios encomendados no se hubiera fomentado la cría porcina. 

¿El Chorro de Maíta era campamento o estancia?; posiblemente no era ni una ni la otra cosa. A lo mejor el lugar cumplía tareas de apoyo a actividades desarrolladas en enclaves cercanos, mineros o agrícolas. Así se cree por la abundancia de Jarras de Aceite encontradas. Era este un  recipiente típico para almacenamiento tanto de líquidos como de sólidos. Quizás en el asentamiento se depositaron alimentos o contenedores para guardarlos o transportarlos, dentro de un esquema de manejo de varios sitios con diferentes funciones.

¿Vivían españoles junto a los otros pobladores del Chorro?, sí posiblemente, aunque debieron ser muy pocos, o a lo mejor los españoles no vivían allí sino que iban de visita y permanecían por breve tiempo[1]


Cerámica europea encontrada en Chorro de Maíta

La razón por la que se afirma que vivieron españoles en el Chorro es que en el sitio fueron encontradas otras cerámicas europeas, algunas de cierto valor monetario, e incluso de cerámicas indígenas no locales y monedas que debieron ser llevadas al lugar por españoles o por indígenas extranjeros trasladados hasta el Chorro por los españoles. Otra posibilidad es que los habitantes del Chorro de Maíta hayan mantenido relaciones con estancias o sitios hispanos inmediatos.

O, a lo mejor, el sitio fue todas las cosas en periodos de tiempos sucesivos, o sea, que fue pueblo de indios encomendados, estancia y campamento minero según fueron cambiando sus objetivos y tareas al paso del tiempo, con diferentes niveles de presencia hispana en cada momento.

Los pocos objetos hispanos encontrados en el Chorro es lo que hace suponer que los españoles fueron pocos siempre, pero eso no supone que ellos no tuvieran un control efectivo sobre la población indígena. Según el documento que se conserva en el Archivo General de Indias que se titula “Testimonio de la visita hecha en la ciudad de Santiago para investigar los indios y esclavos negros que había en sus términos” (1537, marzo 7), las estancias de Santiago de Cuba tenían como promedio un sólo individuo al mando de grupos de entre nueve y treinta y dos personas de diverso origen étnico y en su mayoría hombres.

Unos pocos españoles y muchos indios, locales o no locales, encomendados o esclavos, además de algunos africanos y mestizos,  eso parece que era el Chorro de Maíta, o por lo menos, es eso lo que se ve al revisar los enterramientos encontrados. ¿A qué se dedicaba la población no española que residía en el Chorro?. Es significativo que en El Porvenir, a diferencia de El Chorro de Maíta, se encontraran diversas armas y herramientas. 

Quizás la mayor proximidad a la costa de El Porvenir y su ubicación en una pequeña elevación de la llanura costera, determinaron funciones diferentes a las de El Chorro de Maíta, este último más retirado del litoral y en una altura relativamente grande, de acceso más difícil.

Los entierros en el cementerio de Chorro de Maíta

Lógicamente todos los enterrados en el cementerio del Chorro no residían allí, aunque sí en las inmediaciones, trabajando en las diversas ocupaciones que seguramente había en una región de tanta actividad colonial dispondría. Es esa abundante actividad colonial la que explica la necesidad que tenían los colonizadores de tener a mano una  población diversa compuesta por aborígenes locales o no locales, encomendados o esclavos. La presencia de indígenas no locales en El Chorro de Maíta, incluso, algunos no antillanos, se prueba por los objetos encontrados.






[1] Los enterramientos verticales que se observan en el cementerio de Chorro de Maíta es uno de los elementos que hace creer en la presencia hispana en el sitio y los varios enterramientos con practicas indígenas es lo que hace creer que los españoles no estaban allí siempre.

Espejo de navegantes

Con información tomada de Dr. Roberto Valcárcel Rojas


La abundante cantidad de sitios aborígenes que los arqueólogos encontraron en la zona de Banes los ha hecho asegurar que era esa región la de más amplia demografía a la llegada española, sin embargo los actuales vecinos no denotan ningún rasgo físico que los haga parecer sus descendientes, de quien ellos son nietos, por lo que a simple vista se ve, es de españoles llegados en el XIX.

QUATRI PARTITU EN COSMOGRAFÍA PRÁCTICA, Y POR OTRO NOMBRE ESPEJO DE NAVEGANTES. Obra de Alonso de Chaves, cosmógrafo y piloto mayor de S.M. Cuatro libros sobre instrumentos de navegación, cosmografía y arte de navegar, cartografía, etc.

¿No se interesaron los colonizadores por la zona más poblada de Cuba?. La historia conocida dice que no, pero el Dr. Roberto Valcárcel, revisado las fuentes históricas tempranas, leyó una relación de puertos y accidentes geográficos utilizada como guía para el tráfico a lo largo del litoral cubano, denominada “Espejo de Navegantes” y redactada por Alonso de Chaves a partir de información obtenida entre 1520 y 1530.

En la guía el tramo de costa del extremo nororiental, (Espejo de...), entre los actuales puerto de Manatí y Punta de Mula, antes Puerto de Manatíes a Punta de Cubanacán, se señala una enorme cantidad de puertos, sobre todo considerando la extensión del tramo de costa y asimismo es de ese segmento de costa del que la guía da más precisión y detalles. Así tuvimos allí a Puerto de Duero, Puerto de Boyuncar, Puerto de Hernando Alonso, Puerto de Narváez,  Puerto del Padre y Puerto de Cubanacán. Como se ve algunos de estos puertos, (bahías), son llamados por los nombres de importantes personajes de la época, como Andrés de Duero, Pánfilo de Nárvaez y Hernando Alonso, lo que significa que fueron estos capitanes-navegantes, los que aportaron los datos para la guía, por el conocimiento que tenían debido a su constante tráfico marítimo por allí. 

Que tales personajes fueran y vinieran por la zona hace creer que tuvieran intereses en estos espacios costeros y también, posiblemente, en tierras interiores donde, para la temprana fecha, ya había fuerte actividad económica en la que estaban involucrados ricos colones poseedores de encomiendas.




“Espejo de Navegantes” indica que Bocas de Bani era una entrada situada a dos leguas al este-sudeste de Punta de Cubanacán, donde, se sabe, Gonzalo de Guzmán tenía sus indios, (encomienda). Por lo que es coherente pensar que también las había en otros pueblos cercanos, entre ellos El Chorro de Maíta. Se puede creer igual que en la zona había intereses mineros pues en la parte noroeste del Cerro de Yaguajay se han localizado pepitas de oro, entre ellas una considerada entre las más grandes halladas en la Isla, según Guarch Delmonte. Incluso, aún hoy se mantiene por allí la explotación a escala artesanal de oro aluvial en Cuatro Palmas, lugar este que forma parte de una zona conocida como Río de Oro, nombre también usado para el colindante Río Naranjo. Sin embargo los depósitos auríferos de más importancia están en Aguas Claras y Guajabales, unos 45 km al oeste de El Chorro de Maíta. Estos se comenzaron a explotar en el siglo XVI, según aseguró Juan Albanés en 1971.

No es extraño que los indios de Baní fueran a trabajar a Aguas Claras y Guajabales. Manuel de Rojas enviaba sus indios de la provincia de Bani a las minas de Puerto Príncipe y no dejó de hacerlo hasta 1526 cuando hace dejación de ellos a favor de Pero de Guzmán, pues no quería moverlos tan lejos dadas las afectaciones causadas por tales traslados y ante el claro disgusto de los encomendados, según aseguró Mira Caballos en 1997. ¿Los indios de Manuel de Rojas iban a Puerto Príncipe porque se habían agotado las minas de Aguas Claras y Guajabales?.

La existencia de población en las minas y trabajo minero cercano, debió completarse con estancias para proveer alimentos. Labores estas que pudieron darse en la zona próxima al litoral descrito en el “Espejo de Navegantes”, usando los muchos puertos descritos para la entrada y salida de bienes, productos y personas.

Un elemento que reafirma la anterior hipótesis es el hallazgo de restos de Jarras de Aceite en su tipo temprano en el sitio Río Naranjo. La locación se ubica en la desembocadura de un río que se abre a la bahía de igual nombre, que debió ser la que en fecha temprana de la colonización se conocía como el puerto de Narváez. Curiosamente los arqueólogos que trabajaron la Bahía de Naranjo solamente encontraron allí cerámica europea y ningún vestigio aborigen, lo que hace creer que fue aquel un punto de embarque vinculado al tráfico colonial temprano. Este sitio se halla a sólo 2.5 km de la zona aurífera de Cuatro Palmas e igualmente cercano al sitio El Porvenir.

En este último lugar los arqueólogos encontraron herraduras para caballos, animales estos que fueron muy escasos y costosos en los primeros tiempos de la conquista, tanto que Hernán Cortez en 1519 sólo pudo llevarse 16 de ellos a México, una cantidad entonces considerada grande.

Sin embargo el número de caballos crecerá de forma rápida a partir de la crianza local convirtiéndose en un importante rubro económico, y ya Hernando de Soto lleva a su expedición de La Florida, en 1539, 237 animales.

Pero aunque aumenta su cantidad, los caballos siguieron costando mucho dinero por la necesidad de ellos que se tenía para usarlos en las expediciones continentales. En 1579 uno de esos animales costaba casi lo mismo que una estancia. Por lo que no es de extrañar que la crianza de caballos fuera una ocupación valiosa a la que, seguro, se dedicaron muchos de los primeros colonos asentados en la comarca. Herraduras de caballos también han aparecido en los sitios arqueológicos de El Yayal y Alcalá, en este último se halló incluso la osamenta de un caballo.

En El Porvenir también es notable la enorme cantidad encontrada de huesos de cerdo, animal traído por Velázquez. ¿Era El porvenir una estancias hispanas, o sea, una fincas donde vivían los colonos o sus administradores o mayordomos, dedicados a la explotación agrícola o agrícola-ganadera, y a la cría de cerdos?. ¿Quiénes eran los obreros de esa finca, aborígenes encomendados o junto a ellos había aborígenes esclavos, africanos y también mestizos?.

El autor (Dr. Roberto Valcárcel), pudo consultar en el Archivo General de Indias un documento de 1537[1], en el que se registran 22 estancias de la jurisdicción de la villa de Santiago de Cuba, diez de ellas con trabajadores indios y negros, entre ellos 92 indios encomendados, 56 indios esclavos y 193 esclavos africanos. Entonces, preferentemente, los indios trabajaban en las minas[2] y los negros en las estancias e ingenios[3].

El documento del que se habla en la Aldea, específicamente, describe una visita realizada por Gonzalo de Guzmán, Teniente de Gobernador de la Isla, a las estancias de Santiago de Cuba a fin de conocer el cumplimiento de las regulaciones sobre el tratamiento de encomendados y esclavos, en especial sus condiciones de vida e instrucción religiosa. Por él (el documento), sabemos que a la llegada del teniente Gobernador varios de los indios encomendados, naturales de la Isla, estaban fuera de las estancias pues se hallaban en sus pueblos al momento de la visita, que entre los indios esclavos había algunos no cubanos, y que muchos, incluyendo encomendados, eran ladinos, es decir, que hablaban español, que tenían nombres cristianos y experiencia de vida con estos.

Dice el Teniente Gobernador en su informe que ciertos indios declararon que además de trabajar en las estancias, sirven en las minas y menciona un caso de un indio “principal”, a cargo de los indios naturales; se trata, aparentemente, de un indio reconocido como importante por los otros y que habla a nombre de todos. Estos detalles confirman la existencia de pueblos indios con población que se mueven a las estancias y la permanencia de las jerarquías o el liderazgo indígena en estos espacios laborales.

Porque antes no se le prestaba atención a informaciones como la anterior es por lo que resultó sorprendente que en el cementerio de Chorro de Maíta aparecieran restos humanos que denotaban ser extranjeros. De ello se hablará en la siguiente nota.






[1] El documento se titula “Testimonio de la visita hecha en la ciudad de Santiago para investigar los indios y esclavos negros que había en sus términos” (1537, marzo 7).

[2] Los campamentos mineros se ubicaban en  lugares cercanos a las minas. Era en ellos donde residía la fuerza de trabajo, que generalmente era integrada por indígenas, pero que también podía ser de africanos. Estos mineros usarían cobertizos de paja o toldos dispuestos para el caso y el equipamiento sería pobre pero con mayor diversidad de herramientas que en la estancia. Sued Badillo relaciona las usadas en Puerto Rico: bateas de madera, azadas, azadones, barras y barretas de hierro para romper la tierra y mover piedras, palancas de hierro para el mismo uso, almocafres de hierro, picos, hachas y en menor grado, machetes y sogas. Con excepción de las bateas todo lo demás se importaba de Castilla. La comida (casabe, cerdo, pescado) también debía traerse de otros lugares.


[3] Las estancias se caracterizaban por la presencia de uno o varios bohíos y por un equipamiento mínimo. En 1579 una estancia cercana a La Habana poseía 4 azadones, 10 machetes, varios en mal estado, dos burenes, un hivis, dos bucanes, una piedra de amolar y una toa. En los listados se incluían las cantidades de montones de yuca, aves, cerdos, así como perros de monte, e incluso gatos, pero nunca se menciona o se menciona muy limitadamente la presencia en ellas de armas, mobiliario o útiles domésticos, como vasijas de mesa y almacenamiento. (Incluso, tampoco se hacen referencias de ellos en los enclaves más importantes por su extensión y cantidad de trabajadores, como las haciendas reales del Toa, en Puerto Rico, entre 1514 y 1528).

Desmesura gigantesca. Colón y Gibara.

Por: Enrique Doimeadios Cuenca

Desmesura gigantesca (y sin anestesia para que el dolor fuera insoportable) debió ser para los aruacos residentes en la costa la llegada del Gran Almirante, con sus vestimentas de metal y las naos soberbias delante de las piraguas. Merecía el momento una música de trompetas, pero los “indios” nada más hubieran podido sonar los caracoles de voz tan bronca, si no es que se quedaron sin palabras.

Luego de arribar por la bahía de Bariay, Colón bordeó las costas hasta llegar a Gibara, lugar que es más hermoso en la nostalgia de los vecinos que en la realidad, y al que el Almirante llamó Puerto de Mares, estrenando la exageración con que quiso engañar a las católicas majestades de España, que cejijuntas debieron leer que era el puerto descubierto “de los mejores del mundo” sus tan buenos “aires  y  mas  mansa gente”, y muy sobre todo “porque tiene un cabo de  peña  altillo” donde, si alguien daba el dinero tan escaso siempre, “se puede hacer una fortaleza”[1].

“Gibara tiene algo de místico: en el ambiente de su vida moderna, en la tristeza de su descenso comercial[2], en el silencio de sus calles, flota un espíritu de dolor cristiano, dolor de ruinas jerosolimitanas; dolor que cantan con sordina, al morir en los peñascos de la costa y en las arenas de la playa, unas olas muy tímidas que llegan perezosamente, a deponer la fuerza de su origen ignoto ante las incontrastables barreras de la tierra”[3].

Entonces ordenó el Almirante a dos de sus hombres, que sabían varias lenguas, Rodrigo de Jerez y Luis de Torres, que se adentraran en tierra firme con un mensaje para el Gran Khan, creyendo que había llegado a las Indias. Después de cinco siglos, nadie sabe a ciencias ciertas dónde fue que llegaron los embajadores y si entregaron o no el mensaje.

Tan urgidos estaban (estamos) los holguineros de figurar en el mapamundi que dijeron los historiadores que los enviados por Colón vinieron a El Yayal, origen remoto de la ciudad de Holguín, pero no pudo ser que los dos hombres llegaran a un lugar que entonces no existía, pero sí pudo ser a Ochile, ubicado en la cúspide de la loma y que, según la arqueología, fue el asentamiento aborigen originario del que tomó García Holguín o quien fuere los aborígenes que luego trasladó a la base de la misma elevación, originándose con la mudanza, el sitio de transculturación o encomienda. Lo que no queda claro son las distancias de las que el propio Colón habla, doce leguas al sur del Puerto de Mares, veinticuatro de ida y vuelta por en medio de una selva tupidísima. Es por eso que el almirante demoró tanto en Gibara, esperando a sus enviados, aunque el  historiador Francisco Pérez Guzmán sugiere la posibilidad de que fue allí donde el Almirante sostuvo su primera relación sexual con una aborigen, y no es de dudar, pero por más solaz esparcimiento que se diera el Almirante, que para eso lo era, no demoraría una semana entera, y fue ese él tiempo que demoró en Gibara la expedición, diz que porque carenaron las naves allí, donde había tan buenas maderas, lo que tampoco hay que dudar, pero estaba el Almirante esperando a sus embajadores que debieron demorar, hayan ido adonde sea que fueron.

Miguel Ángel Esquivel Pérez y Cosme Casals en el libro que escribieron[4] dicen que dijo a ellos en comunicación personal el arqueólogo Dr. José Manuel Guarch, que el lugar visitado por los embajadores colombinos debió ser el cerro de Yaguajay, donde existió una gran concentración de asentamientos aborígenes. Si eso es cierto quedan muchas interrogantes por responder, ¿Yaguajay está al sur de Gibara?: no, y ¿por qué los embajadores no emplearon para ir y volver embarcaciones aborígenes como lo hicieron con posterioridad Pánfilo Nárvaez y sus subordinados para trasladarse desde el norte de Las Villas hasta Puerto Carenas?. Jérez y Torres se intrincaron “tierra adentro”, dijeron, y, no dijeron nunca que hayan visto el mar desde el lugar que visitaron, y se sabe que desde cualquier punto del cerro de Yaguajay se ve o se percibe. De lo que hablaron, alborozados, fue que “iban siempre los hombres con un tizón en las manos (cuaba) y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas (cojiba) metidas en una cierta hoja seca también a manera de mosquete, y encendido por una parte del por la otra chupan o sorben, y reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así diz que no sienten el cansancio. Estos mosquetes llaman ellos tabacos”[5].



[1] Pichardo, Hortensia. Capitulaciones de Santa Fe.  Relación  del     primer viaje de Colón. Compilación. p. 28 
[2] Para comprender la ruina de Gibara se puede consultar: Vega Suñol, José. Norteamericanos en Cuba. Estudio Etnohistórico. Fundación Fernando Ortiz. La Habana 2004 
[3] Eva Canel. Lo que vi en Cuba (A través de la isla). Habana Imprenta y papelería La Universal 1916  pp.  279-280 
[4] Esquivel Pérez, Miguel Ángel y Cosme Casal Corella. Derrotero de Cristóbal Colón por la costa de Holguín, 1492, Ediciones Holguín, 2005. 
[5] Anotación hecha por Colón en su Diario, el día 6 de noviembre de 1492.

Ciudad aún vacía - El homo holguinensis




Por costumbre, el español de Europa o del nuevo Mundo, dejó siempre un espacio vacío de concurrencia, en torno al cual edificó sus ciudades. Es Holguín el mejor ejemplo de tal tradición, lástima que a las plazas de esta comarca no le hicieron las típicas fuentes de otros lugares, a cuya pila de agua se acercan unos gorriones y en torno a la cual juegan los chicuelos.

Pero la historia no es lo que pudo haber ocurrido sino lo que aconteció, ¿o también lo que no ocurrió y que quisimos que ocurriera es parte de la historia?. 

Hasta ahora se han publicado muchos libros que dan cuenta de la comarca, (Holguín), en algunos de ellos sus autores intentan pruebas exhaustivas, pero a lo único que llegan es a provocar un aburrimiento olímpico porque en dichos libros no hablan los miles de difuntos que asoman “su corona” en los mares de documentos que se atesoran y que dan cuenta de los interminables parentescos, de las dinastías de primos, esos que los historiadores científicos cuentan y acomodan en tablas trabajadas en Excel, pero la gente de carne y hueso pierde el rostro cuando se convierten en demografía. No hay programa para computadora que sea fiel a la justa forma de lo impreciso. Los ojos que tenemos, que no sirven mucho, hechos como están a lo “ya” visto, incapaces de estar más allá de lo que pudiera explicarse. Lo inexplicable, que solo puede sentirse. 

Por lo anterior debe ser por lo que los humanos somos unos sentidores de lo que de las cosas brota, (y se sabe que eso es el tiempo). Ojalá que se escriban otros libros en la ciudad, para acomodarlos al lado de los que ya se publicaron, como si fueran una estatua del momento. 

Mientras, sigo fisgoneando en lo que pasó, a ver si en algún momento consigo hacer visible los secretos sabores con que los muertos tejieron su patria íntima. Avanzad, avancemos, sin dejar fuera a los que se marcharon, ellos vuelven de vez en cuando, solo hay que verlos llegar. 



Ajos gibareños



Por: Enrique Doimeadios Cuenca (lector de papeles viejos)

Durante el mes de marzo se transforma la monótona vida de los  pueblos rurales de las inmediaciones de Gibara, el ajo lo  invade  todo.  Cualquier pequeño asentamiento, llámese Iberia, Candelaria, Limones o Cupeycillos pueden competir con los principales cosecheros de cualquier parte del mundo. La gente de allí piensa en términos de ristras, hacen cálculos sobre la base de precios de mercado y especulan sobre posibles alzas o bajas de precios a corto y a largo plazo.

Es entonces cuando el ajo acentúa las diferencias entre los pobladores, que al menos durante esta etapa se dividen en dos categorías: los que lo siembran y producen, y por tanto pueden venderlo, y los que se ven obligados a comprar si desean consumir, (entre estos algunos lo logran solo a duras penas). 

Tal es la furia del ajo que se trabaja de noche gracias a la electricidad que llevan sujetando los cables a los árboles o a improvisados postes. Se trabaja intensamente los días del ajo mientras los perros insomnes ladran infinitamente hasta a su propia sombra, convirtiéndose en excelentes vigilantes de las propiedades de sus amos. El ladrido despierta a los vecinos cuando llegan los integrantes del tercer grupo humano que vive del ajo, los ladrones que huyen ante la algazara pero que volverán irremediablemente.
Cuando la cosecha está en su punto, sobrevuelan por allí, como insectos, lo que tanto se asemeja a una colmena de trabajadores eventuales. El alza de los salarios, que llega a ser el doble, o incluso el triple del cotidiano incentiva hasta a los que son remisos a "doblar el lomo" en tiempos normales.

Carretones tirados por caballos, y carretas de las que tiran bueyes o tractores, dan múltiples viajes desde los campos donde se recogen los ajos  hasta las casas de los dueños del tesoro blanco. Se inicia entonces la carrera maratónica del secado, la clasificación y el enristrado, que es donde entra la mano de obra femenina, amas de casa, obreras, jubiladas y hasta profesionales realizan estas labores por pago a destajo: tantas ristras, tanto ganas.

Más tarde se abren los telones de boca de los mercados al por mayor. En dependencia de las posibilidades económicas de los productores, así será la prisa o no por vender las cosechas, pero todos, los que venden de inmediato o los que esperan a que la cantidad de ajo en el mercado comience a decaer, todos como ha quedado dicho, tendrán que obtener los permisos de traslado para llevar las ristras a pueblos y ciudades de casi todo el país, cobrando, reuniendo los dineros que unos gastarán a manos llenas gracias a las oportunidades que le ofrecen los que ganan de las ganancias de los ajeros, mientras que otros guardarán con tacañería hasta los últimos centavos que deja la cosecha, y a pesar de que estén viviendo en la octava década de la vida, lo designan para tener dinero durante su vejez. Estos últimos finalmente se mueren y el dinero sirve para tejer rencillas entre los herederos ambiciosos.


El ajo que se comercia en los mercados de esta Isla es un producto blanco en el mercado negro cubano. Necesario en cualquier cocina e imprescindible en la nuestra hasta categorizar como especia nacional el ajo revive viejas relaciones de explotación, estas, por supuesto que ocultas y bajo palabra. Para sembrarlo se “arriendan” tierras sin mediación de documentos oficiales, porque los viejos poseedores no son generalmente quienes tienen dinero y para sembrar ajo se requiere poderío económico. Igual hay tierras "prestadas" o más bien "facilitadas" para hacer la  siembra con el convenio previo de que se le entregue al dueño del predio una parte de los productos de la cosecha, que en el caso específico del ajo suele establecerse alrededor de un 10% de la misma. ¿Relación semifeudal de aparcería?, al menos ese es un buen tema de estudio para la historia económica de los tiempos actuales.

Luego viene el necesario incentivo para los trabajadores fijos del dueño del sembradío, que consiste, muchas veces, en marcarles una pequeña área dentro del campo y sembrarle allí tres o cuatro ristras a cada uno como forma de atarlos al cultivo. Así muchos correrán el grave riesgo de cargar sobre sus espaldas, las más de las veces sin los necesarios equipos de protección, unas mochilas llenas de mortales productos con que se fumigan los ajos; salud a cambio de la esperanza de obtener una pequeña tajada del botín al final de la campaña.

Y si peligroso es aplicarle los químicos al ajo, tanto o más es conseguir el producto sin el que no se garantiza un feliz término para la cosecha. (De lo que hablamos es de los diversos tipos de abonos, insecticidas, fungicidas, etc., que no están a la venta en ninguna de las redes comerciales, pero que llegan como por arte de birlibirloque cuando el cosechero los necesita). 

Igual, el ajo requiere de constantes riegos, muchas veces realizados con bombas que trabajan con petróleo, pero esto tampoco es un problema, aunque en Gibara haya muchos pozos de agua dulce y ninguno de petróleo. El oro negro aparece siempre que se tenga dinero.

Finalmente, culminada la cosecha, el ajo llega a casi todos los lugares donde es necesario, ya sea trasladado sobre la cama de camiones, autorizados o no para esos fines, o sobre los hombros de comerciantes furtivos que lo distribuyen al menudeo, cabeza a cabeza y casa por casa.

En cuanto al volumen total de la producción sólo se tienen estimados: las estadísticas no pueden llevarse porque el bulbo dentado crece bajo la tierra y alrededor de él casi todo se mueve subrepticiamente. Es, ya lo dijimos y lo sufrimos, porque en nuestro paladar cubano, el ajo es la especia nacional, un producto blanco en el mercado negro.

Gibara, y abril 30 de 2003.

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