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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

6 de octubre de 2014

Espejo de navegantes

Con información tomada de Dr. Roberto Valcárcel Rojas


La abundante cantidad de sitios aborígenes que los arqueólogos encontraron en la zona de Banes los ha hecho asegurar que era esa región la de más amplia demografía a la llegada española, sin embargo los actuales vecinos no denotan ningún rasgo físico que los haga parecer sus descendientes, de quien ellos son nietos, por lo que a simple vista se ve, es de españoles llegados en el XIX.

QUATRI PARTITU EN COSMOGRAFÍA PRÁCTICA, Y POR OTRO NOMBRE ESPEJO DE NAVEGANTES. Obra de Alonso de Chaves, cosmógrafo y piloto mayor de S.M. Cuatro libros sobre instrumentos de navegación, cosmografía y arte de navegar, cartografía, etc.

¿No se interesaron los colonizadores por la zona más poblada de Cuba?. La historia conocida dice que no, pero el Dr. Roberto Valcárcel, revisado las fuentes históricas tempranas, leyó una relación de puertos y accidentes geográficos utilizada como guía para el tráfico a lo largo del litoral cubano, denominada “Espejo de Navegantes” y redactada por Alonso de Chaves a partir de información obtenida entre 1520 y 1530.

En la guía el tramo de costa del extremo nororiental, (Espejo de...), entre los actuales puerto de Manatí y Punta de Mula, antes Puerto de Manatíes a Punta de Cubanacán, se señala una enorme cantidad de puertos, sobre todo considerando la extensión del tramo de costa y asimismo es de ese segmento de costa del que la guía da más precisión y detalles. Así tuvimos allí a Puerto de Duero, Puerto de Boyuncar, Puerto de Hernando Alonso, Puerto de Narváez,  Puerto del Padre y Puerto de Cubanacán. Como se ve algunos de estos puertos, (bahías), son llamados por los nombres de importantes personajes de la época, como Andrés de Duero, Pánfilo de Nárvaez y Hernando Alonso, lo que significa que fueron estos capitanes-navegantes, los que aportaron los datos para la guía, por el conocimiento que tenían debido a su constante tráfico marítimo por allí. 

Que tales personajes fueran y vinieran por la zona hace creer que tuvieran intereses en estos espacios costeros y también, posiblemente, en tierras interiores donde, para la temprana fecha, ya había fuerte actividad económica en la que estaban involucrados ricos colones poseedores de encomiendas.




“Espejo de Navegantes” indica que Bocas de Bani era una entrada situada a dos leguas al este-sudeste de Punta de Cubanacán, donde, se sabe, Gonzalo de Guzmán tenía sus indios, (encomienda). Por lo que es coherente pensar que también las había en otros pueblos cercanos, entre ellos El Chorro de Maíta. Se puede creer igual que en la zona había intereses mineros pues en la parte noroeste del Cerro de Yaguajay se han localizado pepitas de oro, entre ellas una considerada entre las más grandes halladas en la Isla, según Guarch Delmonte. Incluso, aún hoy se mantiene por allí la explotación a escala artesanal de oro aluvial en Cuatro Palmas, lugar este que forma parte de una zona conocida como Río de Oro, nombre también usado para el colindante Río Naranjo. Sin embargo los depósitos auríferos de más importancia están en Aguas Claras y Guajabales, unos 45 km al oeste de El Chorro de Maíta. Estos se comenzaron a explotar en el siglo XVI, según aseguró Juan Albanés en 1971.

No es extraño que los indios de Baní fueran a trabajar a Aguas Claras y Guajabales. Manuel de Rojas enviaba sus indios de la provincia de Bani a las minas de Puerto Príncipe y no dejó de hacerlo hasta 1526 cuando hace dejación de ellos a favor de Pero de Guzmán, pues no quería moverlos tan lejos dadas las afectaciones causadas por tales traslados y ante el claro disgusto de los encomendados, según aseguró Mira Caballos en 1997. ¿Los indios de Manuel de Rojas iban a Puerto Príncipe porque se habían agotado las minas de Aguas Claras y Guajabales?.

La existencia de población en las minas y trabajo minero cercano, debió completarse con estancias para proveer alimentos. Labores estas que pudieron darse en la zona próxima al litoral descrito en el “Espejo de Navegantes”, usando los muchos puertos descritos para la entrada y salida de bienes, productos y personas.

Un elemento que reafirma la anterior hipótesis es el hallazgo de restos de Jarras de Aceite en su tipo temprano en el sitio Río Naranjo. La locación se ubica en la desembocadura de un río que se abre a la bahía de igual nombre, que debió ser la que en fecha temprana de la colonización se conocía como el puerto de Narváez. Curiosamente los arqueólogos que trabajaron la Bahía de Naranjo solamente encontraron allí cerámica europea y ningún vestigio aborigen, lo que hace creer que fue aquel un punto de embarque vinculado al tráfico colonial temprano. Este sitio se halla a sólo 2.5 km de la zona aurífera de Cuatro Palmas e igualmente cercano al sitio El Porvenir.

En este último lugar los arqueólogos encontraron herraduras para caballos, animales estos que fueron muy escasos y costosos en los primeros tiempos de la conquista, tanto que Hernán Cortez en 1519 sólo pudo llevarse 16 de ellos a México, una cantidad entonces considerada grande.

Sin embargo el número de caballos crecerá de forma rápida a partir de la crianza local convirtiéndose en un importante rubro económico, y ya Hernando de Soto lleva a su expedición de La Florida, en 1539, 237 animales.

Pero aunque aumenta su cantidad, los caballos siguieron costando mucho dinero por la necesidad de ellos que se tenía para usarlos en las expediciones continentales. En 1579 uno de esos animales costaba casi lo mismo que una estancia. Por lo que no es de extrañar que la crianza de caballos fuera una ocupación valiosa a la que, seguro, se dedicaron muchos de los primeros colonos asentados en la comarca. Herraduras de caballos también han aparecido en los sitios arqueológicos de El Yayal y Alcalá, en este último se halló incluso la osamenta de un caballo.

En El Porvenir también es notable la enorme cantidad encontrada de huesos de cerdo, animal traído por Velázquez. ¿Era El porvenir una estancias hispanas, o sea, una fincas donde vivían los colonos o sus administradores o mayordomos, dedicados a la explotación agrícola o agrícola-ganadera, y a la cría de cerdos?. ¿Quiénes eran los obreros de esa finca, aborígenes encomendados o junto a ellos había aborígenes esclavos, africanos y también mestizos?.

El autor (Dr. Roberto Valcárcel), pudo consultar en el Archivo General de Indias un documento de 1537[1], en el que se registran 22 estancias de la jurisdicción de la villa de Santiago de Cuba, diez de ellas con trabajadores indios y negros, entre ellos 92 indios encomendados, 56 indios esclavos y 193 esclavos africanos. Entonces, preferentemente, los indios trabajaban en las minas[2] y los negros en las estancias e ingenios[3].

El documento del que se habla en la Aldea, específicamente, describe una visita realizada por Gonzalo de Guzmán, Teniente de Gobernador de la Isla, a las estancias de Santiago de Cuba a fin de conocer el cumplimiento de las regulaciones sobre el tratamiento de encomendados y esclavos, en especial sus condiciones de vida e instrucción religiosa. Por él (el documento), sabemos que a la llegada del teniente Gobernador varios de los indios encomendados, naturales de la Isla, estaban fuera de las estancias pues se hallaban en sus pueblos al momento de la visita, que entre los indios esclavos había algunos no cubanos, y que muchos, incluyendo encomendados, eran ladinos, es decir, que hablaban español, que tenían nombres cristianos y experiencia de vida con estos.

Dice el Teniente Gobernador en su informe que ciertos indios declararon que además de trabajar en las estancias, sirven en las minas y menciona un caso de un indio “principal”, a cargo de los indios naturales; se trata, aparentemente, de un indio reconocido como importante por los otros y que habla a nombre de todos. Estos detalles confirman la existencia de pueblos indios con población que se mueven a las estancias y la permanencia de las jerarquías o el liderazgo indígena en estos espacios laborales.

Porque antes no se le prestaba atención a informaciones como la anterior es por lo que resultó sorprendente que en el cementerio de Chorro de Maíta aparecieran restos humanos que denotaban ser extranjeros. De ello se hablará en la siguiente nota.






[1] El documento se titula “Testimonio de la visita hecha en la ciudad de Santiago para investigar los indios y esclavos negros que había en sus términos” (1537, marzo 7).

[2] Los campamentos mineros se ubicaban en  lugares cercanos a las minas. Era en ellos donde residía la fuerza de trabajo, que generalmente era integrada por indígenas, pero que también podía ser de africanos. Estos mineros usarían cobertizos de paja o toldos dispuestos para el caso y el equipamiento sería pobre pero con mayor diversidad de herramientas que en la estancia. Sued Badillo relaciona las usadas en Puerto Rico: bateas de madera, azadas, azadones, barras y barretas de hierro para romper la tierra y mover piedras, palancas de hierro para el mismo uso, almocafres de hierro, picos, hachas y en menor grado, machetes y sogas. Con excepción de las bateas todo lo demás se importaba de Castilla. La comida (casabe, cerdo, pescado) también debía traerse de otros lugares.


[3] Las estancias se caracterizaban por la presencia de uno o varios bohíos y por un equipamiento mínimo. En 1579 una estancia cercana a La Habana poseía 4 azadones, 10 machetes, varios en mal estado, dos burenes, un hivis, dos bucanes, una piedra de amolar y una toa. En los listados se incluían las cantidades de montones de yuca, aves, cerdos, así como perros de monte, e incluso gatos, pero nunca se menciona o se menciona muy limitadamente la presencia en ellas de armas, mobiliario o útiles domésticos, como vasijas de mesa y almacenamiento. (Incluso, tampoco se hacen referencias de ellos en los enclaves más importantes por su extensión y cantidad de trabajadores, como las haciendas reales del Toa, en Puerto Rico, entre 1514 y 1528).

Desmesura gigantesca. Colón y Gibara.

Por: Enrique Doimeadios Cuenca

Desmesura gigantesca (y sin anestesia para que el dolor fuera insoportable) debió ser para los aruacos residentes en la costa la llegada del Gran Almirante, con sus vestimentas de metal y las naos soberbias delante de las piraguas. Merecía el momento una música de trompetas, pero los “indios” nada más hubieran podido sonar los caracoles de voz tan bronca, si no es que se quedaron sin palabras.

Luego de arribar por la bahía de Bariay, Colón bordeó las costas hasta llegar a Gibara, lugar que es más hermoso en la nostalgia de los vecinos que en la realidad, y al que el Almirante llamó Puerto de Mares, estrenando la exageración con que quiso engañar a las católicas majestades de España, que cejijuntas debieron leer que era el puerto descubierto “de los mejores del mundo” sus tan buenos “aires  y  mas  mansa gente”, y muy sobre todo “porque tiene un cabo de  peña  altillo” donde, si alguien daba el dinero tan escaso siempre, “se puede hacer una fortaleza”[1].

“Gibara tiene algo de místico: en el ambiente de su vida moderna, en la tristeza de su descenso comercial[2], en el silencio de sus calles, flota un espíritu de dolor cristiano, dolor de ruinas jerosolimitanas; dolor que cantan con sordina, al morir en los peñascos de la costa y en las arenas de la playa, unas olas muy tímidas que llegan perezosamente, a deponer la fuerza de su origen ignoto ante las incontrastables barreras de la tierra”[3].

Entonces ordenó el Almirante a dos de sus hombres, que sabían varias lenguas, Rodrigo de Jerez y Luis de Torres, que se adentraran en tierra firme con un mensaje para el Gran Khan, creyendo que había llegado a las Indias. Después de cinco siglos, nadie sabe a ciencias ciertas dónde fue que llegaron los embajadores y si entregaron o no el mensaje.

Tan urgidos estaban (estamos) los holguineros de figurar en el mapamundi que dijeron los historiadores que los enviados por Colón vinieron a El Yayal, origen remoto de la ciudad de Holguín, pero no pudo ser que los dos hombres llegaran a un lugar que entonces no existía, pero sí pudo ser a Ochile, ubicado en la cúspide de la loma y que, según la arqueología, fue el asentamiento aborigen originario del que tomó García Holguín o quien fuere los aborígenes que luego trasladó a la base de la misma elevación, originándose con la mudanza, el sitio de transculturación o encomienda. Lo que no queda claro son las distancias de las que el propio Colón habla, doce leguas al sur del Puerto de Mares, veinticuatro de ida y vuelta por en medio de una selva tupidísima. Es por eso que el almirante demoró tanto en Gibara, esperando a sus enviados, aunque el  historiador Francisco Pérez Guzmán sugiere la posibilidad de que fue allí donde el Almirante sostuvo su primera relación sexual con una aborigen, y no es de dudar, pero por más solaz esparcimiento que se diera el Almirante, que para eso lo era, no demoraría una semana entera, y fue ese él tiempo que demoró en Gibara la expedición, diz que porque carenaron las naves allí, donde había tan buenas maderas, lo que tampoco hay que dudar, pero estaba el Almirante esperando a sus embajadores que debieron demorar, hayan ido adonde sea que fueron.

Miguel Ángel Esquivel Pérez y Cosme Casals en el libro que escribieron[4] dicen que dijo a ellos en comunicación personal el arqueólogo Dr. José Manuel Guarch, que el lugar visitado por los embajadores colombinos debió ser el cerro de Yaguajay, donde existió una gran concentración de asentamientos aborígenes. Si eso es cierto quedan muchas interrogantes por responder, ¿Yaguajay está al sur de Gibara?: no, y ¿por qué los embajadores no emplearon para ir y volver embarcaciones aborígenes como lo hicieron con posterioridad Pánfilo Nárvaez y sus subordinados para trasladarse desde el norte de Las Villas hasta Puerto Carenas?. Jérez y Torres se intrincaron “tierra adentro”, dijeron, y, no dijeron nunca que hayan visto el mar desde el lugar que visitaron, y se sabe que desde cualquier punto del cerro de Yaguajay se ve o se percibe. De lo que hablaron, alborozados, fue que “iban siempre los hombres con un tizón en las manos (cuaba) y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas (cojiba) metidas en una cierta hoja seca también a manera de mosquete, y encendido por una parte del por la otra chupan o sorben, y reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así diz que no sienten el cansancio. Estos mosquetes llaman ellos tabacos”[5].



[1] Pichardo, Hortensia. Capitulaciones de Santa Fe.  Relación  del     primer viaje de Colón. Compilación. p. 28 
[2] Para comprender la ruina de Gibara se puede consultar: Vega Suñol, José. Norteamericanos en Cuba. Estudio Etnohistórico. Fundación Fernando Ortiz. La Habana 2004 
[3] Eva Canel. Lo que vi en Cuba (A través de la isla). Habana Imprenta y papelería La Universal 1916  pp.  279-280 
[4] Esquivel Pérez, Miguel Ángel y Cosme Casal Corella. Derrotero de Cristóbal Colón por la costa de Holguín, 1492, Ediciones Holguín, 2005. 
[5] Anotación hecha por Colón en su Diario, el día 6 de noviembre de 1492.

Ciudad aún vacía - El homo holguinensis




Por costumbre, el español de Europa o del nuevo Mundo, dejó siempre un espacio vacío de concurrencia, en torno al cual edificó sus ciudades. Es Holguín el mejor ejemplo de tal tradición, lástima que a las plazas de esta comarca no le hicieron las típicas fuentes de otros lugares, a cuya pila de agua se acercan unos gorriones y en torno a la cual juegan los chicuelos.

Pero la historia no es lo que pudo haber ocurrido sino lo que aconteció, ¿o también lo que no ocurrió y que quisimos que ocurriera es parte de la historia?. 

Hasta ahora se han publicado muchos libros que dan cuenta de la comarca, (Holguín), en algunos de ellos sus autores intentan pruebas exhaustivas, pero a lo único que llegan es a provocar un aburrimiento olímpico porque en dichos libros no hablan los miles de difuntos que asoman “su corona” en los mares de documentos que se atesoran y que dan cuenta de los interminables parentescos, de las dinastías de primos, esos que los historiadores científicos cuentan y acomodan en tablas trabajadas en Excel, pero la gente de carne y hueso pierde el rostro cuando se convierten en demografía. No hay programa para computadora que sea fiel a la justa forma de lo impreciso. Los ojos que tenemos, que no sirven mucho, hechos como están a lo “ya” visto, incapaces de estar más allá de lo que pudiera explicarse. Lo inexplicable, que solo puede sentirse. 

Por lo anterior debe ser por lo que los humanos somos unos sentidores de lo que de las cosas brota, (y se sabe que eso es el tiempo). Ojalá que se escriban otros libros en la ciudad, para acomodarlos al lado de los que ya se publicaron, como si fueran una estatua del momento. 

Mientras, sigo fisgoneando en lo que pasó, a ver si en algún momento consigo hacer visible los secretos sabores con que los muertos tejieron su patria íntima. Avanzad, avancemos, sin dejar fuera a los que se marcharon, ellos vuelven de vez en cuando, solo hay que verlos llegar. 



Ajos gibareños



Por: Enrique Doimeadios Cuenca (lector de papeles viejos)

Durante el mes de marzo se transforma la monótona vida de los  pueblos rurales de las inmediaciones de Gibara, el ajo lo  invade  todo.  Cualquier pequeño asentamiento, llámese Iberia, Candelaria, Limones o Cupeycillos pueden competir con los principales cosecheros de cualquier parte del mundo. La gente de allí piensa en términos de ristras, hacen cálculos sobre la base de precios de mercado y especulan sobre posibles alzas o bajas de precios a corto y a largo plazo.

Es entonces cuando el ajo acentúa las diferencias entre los pobladores, que al menos durante esta etapa se dividen en dos categorías: los que lo siembran y producen, y por tanto pueden venderlo, y los que se ven obligados a comprar si desean consumir, (entre estos algunos lo logran solo a duras penas). 

Tal es la furia del ajo que se trabaja de noche gracias a la electricidad que llevan sujetando los cables a los árboles o a improvisados postes. Se trabaja intensamente los días del ajo mientras los perros insomnes ladran infinitamente hasta a su propia sombra, convirtiéndose en excelentes vigilantes de las propiedades de sus amos. El ladrido despierta a los vecinos cuando llegan los integrantes del tercer grupo humano que vive del ajo, los ladrones que huyen ante la algazara pero que volverán irremediablemente.
Cuando la cosecha está en su punto, sobrevuelan por allí, como insectos, lo que tanto se asemeja a una colmena de trabajadores eventuales. El alza de los salarios, que llega a ser el doble, o incluso el triple del cotidiano incentiva hasta a los que son remisos a "doblar el lomo" en tiempos normales.

Carretones tirados por caballos, y carretas de las que tiran bueyes o tractores, dan múltiples viajes desde los campos donde se recogen los ajos  hasta las casas de los dueños del tesoro blanco. Se inicia entonces la carrera maratónica del secado, la clasificación y el enristrado, que es donde entra la mano de obra femenina, amas de casa, obreras, jubiladas y hasta profesionales realizan estas labores por pago a destajo: tantas ristras, tanto ganas.

Más tarde se abren los telones de boca de los mercados al por mayor. En dependencia de las posibilidades económicas de los productores, así será la prisa o no por vender las cosechas, pero todos, los que venden de inmediato o los que esperan a que la cantidad de ajo en el mercado comience a decaer, todos como ha quedado dicho, tendrán que obtener los permisos de traslado para llevar las ristras a pueblos y ciudades de casi todo el país, cobrando, reuniendo los dineros que unos gastarán a manos llenas gracias a las oportunidades que le ofrecen los que ganan de las ganancias de los ajeros, mientras que otros guardarán con tacañería hasta los últimos centavos que deja la cosecha, y a pesar de que estén viviendo en la octava década de la vida, lo designan para tener dinero durante su vejez. Estos últimos finalmente se mueren y el dinero sirve para tejer rencillas entre los herederos ambiciosos.


El ajo que se comercia en los mercados de esta Isla es un producto blanco en el mercado negro cubano. Necesario en cualquier cocina e imprescindible en la nuestra hasta categorizar como especia nacional el ajo revive viejas relaciones de explotación, estas, por supuesto que ocultas y bajo palabra. Para sembrarlo se “arriendan” tierras sin mediación de documentos oficiales, porque los viejos poseedores no son generalmente quienes tienen dinero y para sembrar ajo se requiere poderío económico. Igual hay tierras "prestadas" o más bien "facilitadas" para hacer la  siembra con el convenio previo de que se le entregue al dueño del predio una parte de los productos de la cosecha, que en el caso específico del ajo suele establecerse alrededor de un 10% de la misma. ¿Relación semifeudal de aparcería?, al menos ese es un buen tema de estudio para la historia económica de los tiempos actuales.

Luego viene el necesario incentivo para los trabajadores fijos del dueño del sembradío, que consiste, muchas veces, en marcarles una pequeña área dentro del campo y sembrarle allí tres o cuatro ristras a cada uno como forma de atarlos al cultivo. Así muchos correrán el grave riesgo de cargar sobre sus espaldas, las más de las veces sin los necesarios equipos de protección, unas mochilas llenas de mortales productos con que se fumigan los ajos; salud a cambio de la esperanza de obtener una pequeña tajada del botín al final de la campaña.

Y si peligroso es aplicarle los químicos al ajo, tanto o más es conseguir el producto sin el que no se garantiza un feliz término para la cosecha. (De lo que hablamos es de los diversos tipos de abonos, insecticidas, fungicidas, etc., que no están a la venta en ninguna de las redes comerciales, pero que llegan como por arte de birlibirloque cuando el cosechero los necesita). 

Igual, el ajo requiere de constantes riegos, muchas veces realizados con bombas que trabajan con petróleo, pero esto tampoco es un problema, aunque en Gibara haya muchos pozos de agua dulce y ninguno de petróleo. El oro negro aparece siempre que se tenga dinero.

Finalmente, culminada la cosecha, el ajo llega a casi todos los lugares donde es necesario, ya sea trasladado sobre la cama de camiones, autorizados o no para esos fines, o sobre los hombros de comerciantes furtivos que lo distribuyen al menudeo, cabeza a cabeza y casa por casa.

En cuanto al volumen total de la producción sólo se tienen estimados: las estadísticas no pueden llevarse porque el bulbo dentado crece bajo la tierra y alrededor de él casi todo se mueve subrepticiamente. Es, ya lo dijimos y lo sufrimos, porque en nuestro paladar cubano, el ajo es la especia nacional, un producto blanco en el mercado negro.

Gibara, y abril 30 de 2003.

4 de octubre de 2014

Sobre el primer (y otros primeros) médicos, dentistas, poetas y sobre una casa hermosa y de la accidental residencia en ella de un capitán español notable en la historia de Cuba



Por: César Hidalgo Torres 

Era ya 1754, o sea, dos años después que esta había recibido título de ciudad y ningún médico se había asentado en Holguín, seguro que porque esta era considerada una comarca de ninguna importancia.

Entonces en esa dicha fecha el Gobernador Político y Militar de Oriente le propone al doctor don Felipe de Monte y Malta, que residía en Santiago donde casi no tenía pacientes, que viniera a Holguín, y el doctor, que aceptó, recibió cartas de recomendación del propio Gobernador.

En el acta de la reunión del Gobierno holguinero de 18 de febrero de mil 754 se reconoce la capacidad profesional de Monte y Malta. Exactamente en los libros de actas está anotado lo siguiente: “Que en vista de las pruebas presentadas por don Felipe de Monte y Malta, lo habían por tal MEDICO quedando obligado a prestar juramento de fidelidad, legalidad y caridad, mediante el cual se le guardarán todas las honras, franquicias, mercedes, privilegios y demás excepciones que a tal profesión corresponde”.

Y es que los médicos que llegaran a la ciudad tenían que venir recomendados por el Gobernador o de lo contrario no se le podía dar permiso para que ejercieran, porque había mucho médico falso en Cuba. Pero de todas formas el recién llegado venía cargado de menjurjes y esperanzas debió resultarle muy curioso a los holguineros quienes nunca había tenido médico la ciudad, lo que los obligó y acostumbró a auto medicamentarse o a ponerse en manos de “curanderos”. Fue lo dicho lo que convirtió la labor del doctor en ardua y penosa, y al final no lo consiguió. Un día del año próximo a su llegada, el médico se marchó: aquí tampoco tenía pacientes.

Un año después llegó un segundo doctor a Holguín. Se llamaba éste don José de Ochoa. El 25 de agosto de 1755 don José de Ochoa presentó una instancia al Gobierno local, pero no venía aquella acompañada de las recomendaciones del señor Gobernador Militar y Político de Oriente, motivo por el cual la instalación profesional en Holguín del nuevo médico le demoró dos largos años. Finalmente lo logró, pero los vecinos, incluyendo a los gobernantes, siguieron atendiéndose con don Pedro Domingo Mederos, quien hacía en la comarca las tareas de médico y boticario sin tener título ni de una ni de la otra profesión.

Según las viejas crónicas Don Pedro Domingo Mederos trataba a sus pacientes a base de raíces y vegetales, y al parecer con tanta eficacia, que el Cabildo dijo palabras de gratitud el día de su muerte.

Después de estos mencionados hubo otras varias llegadas e idas de médicos a Holguín, pero no fue hasta 1816 que llegó el primero de esos profesionales que ganó una real y justa reputación: Se llamaba Juan Buch y Rodríguez y hoy casi nadie tiene noticias de él, por eso debían las autoridades o el vecindario colocar alguna placa que recuerde su nombre.

Nació el galeno en el año de 1788 en Santiago de Cuba donde estudió medicina, y una vez que se gradúa viene a residir a Holguín, donde levantó una importante clientela para desconsuelo de los muchos curanderos y empíricos de la comarca. Y aquí el santiaguero médico se casó con una muchacha hija de familia principal: María Josefa Ochoa y de la Torre.

En 1825 Buch y Rodríguez junto a José Rosalía de Ávila fundó en esta ciudad la JUNTA DE VACUNAS, luego Junta Subalterna de Sanidad para la divulgación e inoculación del virus contra la viruela (o sea, la vacuna antivariólica). Por tanto él fue el Tomás Romay de Holguín.

Con anterioridad a la fundación de la Junta de Vacunas en Holguín, los pocos vecinos que lograban perderle el miedo a la vacuna y decidían inmunizarse, tenían viajar hasta Santiago.

Era el doctor Buch y Rodríguez, como se ha visto, uno de los vecinos de mayor luz, por eso lo encontramos como uno  de los fundadores de la Diputación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País en Holguín, hecho importantísimo que se produjo el 23 de marzo de 1830, y en 1846 el doctor es elegido Alcalde Ordinario de la jurisdicción.

Cementerio Municipal de Holguin
Al año siguiente el médico, ayudado por el vecino José María Cubero, construyó la cerca de mampostería del cementerio municipal. Este que parece de poca trascendencia en verdad que la tenía si se tiene en cuenta que la anterior era una frágil cerca de madera que al desbordarse el río la arrancaba y con su furia arrastraba las aguas los restos de los difuntos enterrados en la tierra. Para evitarlo el Dr. Buch, además de la cerca, construyó los  nichos abovedados u osarios adosados a la pared del cementerio que aún se conservan, y también fue él, con su dinero y empeño el que construye la pequeña ermita del Santo Cristo de la Misericordia que existe en el cementerio municipal y donde los dolientes encienden velas en recordación de sus difuntos.


Juan Buch y Rodríguez también ayudó a la construcción del primer hospital holguinero, el San Juan de Dios, hoy hogar de ancianos que está en el parque Martí. (El hospital fue inaugurado el 19 de marzo de 1849).

Por todo lo dicho ya merece el médico la recordación de los holguineros, pero todavía hizo algo más, igual merecedor de gratitud: su casa, que fue y sigue considerada la segunda en importancia arquitectónica del Holguín colonial.

El doctor Buch y Rodríguez vivía en la calle San Isidoro, número 52, entre Magdalena y San Pedro. Por la nomenclatura actual esa dirección queda en calle Libertad, entre Luz Caballero y Martí, frente a la tienda El Encanto. (es ese el lugar donde hoy radica la sede la UNEAC en Holguín).

Palacio Moyúa de Holguín, actualmente sede de la Asociación de Escritores y Artistas

La casa es enorme y hermosa, aunque mientras allí vivía Juan Buch y Rodríguez no era exactamente a lo que ahora conocemos, sino que entonces era de una sola planta rectangular con una extensión superficial de mil 123 metros cuadrados. En lo que se refiere a la fachada, es una de las más hermosas de Holguín, con sus arcos romanos o de medio punto con una simetría perfecta y el patio interior es amplio y magnifico.

La casa de Juan Buch, más tarde conocida como Casa Moyúa, fue fabricada primero que La Periquera y fue el ejemplar más evolucionado y más acabado de la vivienda  alto burguesa de Holguín en su época.

Como es lógico, la casa de Juan Buch y Rodríguez era visitada por médicos de la ciudad y de las zonas cercanas, y también todos los médicos que llegaban a Holguín, pero, y porque al doctor le gustaba escribir romances, iban a su casa muchos poetas. Seguro que en el hermoso patio interior eran comunes las conversaciones sobre medicina y lecturas de poesía.

Entre los visitantes comunes estaban los doctores Joquín Bautista Cañizares y Domingo Vázquez Garibaldi, este último, comandante sanitario del  ejército español y padre del luego general mambí Pedro Vázquez Hidalgo, y entre los poetas: Joaquín Rosell y Fernando Montes de Oca (este último amigo del Cucalambé).

Las primeras operaciones de catarata en Holguín fueron hechas en la casa del doctor Buch y Rodríguez y allí nació, el 4 de abril de mil 861 quien al paso del tiempo sería coronel del Ejército Libertador y jefe de la Caballería de la zona occidental: Rodolfo de Zayas y Ochoa. (Este patriota era sobrino de María Josefa Ochoa y de la Torre, esposa del doctor Buch y Rodríguez).

No dejó descendencia el médico por lo que cuando falleció el 29 de junio de mil 865, su casa y otros bienes pasaron a manos de su sobrina Concepción Oberto Zaldívar, quien estaba casada con el español procedente de Oñate, don Vicente Moyúa y Lengarán, quien llegó a ser Regidor y Alcalde de esta ciudad.

Cuando la casa pasó a propiedad de los Moyúa fue valorada en la muy importante cifra en la época de 7 415 pesos. (Tengan en cuenta que una casa en buenas condiciones en la época valía aproximadamente unos 200 pesos)

Ahora en manos de sus nuevos dueños, la mansión fue magnificada, adornada y pasó a ser escenario de grandes saraos de “repique gordo”, como entonces se decía. El más sonado de ellos ocurrió el 25 de julio de 1866 con motivo del bautizo de las mellizas Blanca Rosa y Adela Manuela Moyúa Oberto.

Cuentas las crónicas que esa fue fiesta de ambigú, besamanos, baile, atuendo de tricornio y chaquetillas rameadas y las damas con encajes de agujas, ganchillos y bolillas de manila. Pocos acontecimientos de más ringo rango hubo en Holguín que aquel bautizo de las mellizas de los Moyúa.

Ya andarían las mellizas en los primeros cinco años de su edad cuando viene a su casa y allí se hospeda el capitán Federico Capdevila, defensor de los estudiantes de medicina a quienes el gobierno español fusiló. Hay dos versiones acerca de la presencia de Capdevila en Holguín. Una, que fue el propio gobierno español el que ordenó al capitán que viniera a Holguín a prestar servicios en esta parte de la Isla. Dos: que Capdevila vino a Holguín voluntariamente  disponiendo de una licencia otorgada por sus superiores. Se dice que en Holguín vivía una hermana del capitán español.


¿Con una hermana en la jurisdicción de Holguín nunca antes de su exilio habanero el capitán Capdevila vivió en Holguín?. Parece que sí. Hay un documento que da cuenta de un hecho intrascendente: el traspaso de la propiedad de tres vacas de un vecino de Yareyal a uno de Gibara, dicho papel está firmado por el Juez Pedáneo de Yareyal, Federico Capdevila y tiene por fecha 12 de octubre de 1869.

Es cierto que después de su actuación en la defensa de los estudiantes de medicina, el capitán no podría vivir más en La Habana, por eso es de creer que si ya había servido en Holguín lo más lógico que él mismo escogiera el lugar para vivir. El tiempo que vivió aquí, no se sabe y sí que en 1887 ya estaba viviendo en Santiago de Cuba.

Amistades muchas cultivó el capitán en la casona de los Moyúa, muchas de ellas con inquietudes literarias, como Vidal Lastre Manduley, José Beamud Massa, los hermanos Manduley del Río. En Holguín, en el año 1883, Federico Capdevila fue elevado al titulo de venerable maestro de la Logia Simbólica “La Cruz número 75”.

Volviendo a la casona, todavía en 1910 aquella seguía en poder de los Moyúa, y dicen que entonces eran célebres los conciertos de arpa que ofrecía la dueña Estrella Grau Moyúa, nieta del viejo Moyúa, quien había fallecido en Holguín el 25 de septiembre de 1896.

Por iniciativa de Oscar Albanés el 4 de abril de 1930 en la casona de los Moyúa se inauguró la primera Exposición Agrícola, Comercial e Industrial de Holguín, que también lo fue arqueológica porque en un amplio pabellón de la sala central se mostró a la admiración de muchos el museo García-Feria. Esta feria sirvió para reunir fondos con qué construir la escalinata de la Loma de la Cruz.

En ese mismo año comenzaron als giras internacionales de la dueña de la casona, por lo que aquella comenzó a alquilarla para los más diversos fines. Allí hubo un cine silente que era amenizado por la Orquesta Avilés, luego una estación de policía, un bufete, una sastrería, un convento escuela, un depósito de granos y un almacén, una fonda, un hotel. Y a partir de mil 945: la tiendas de ropa “La Victoria”. Con la instauración de esa tienda la casona perdió el nombre de casa Moyúa y por muchos años fue conocida como La Victoria.

Al triunfo de la revolución en la casona de Juan Buch y Rodríguez radicó una empresa constructora. Hoy es sede de la Unión de Escritores y Artistas.

En cuanto al primer dentista que llegó a Holguín, dice el acta del Cabildo de 30 de junio de 1758, donde se le autoriza a ejercer, que se llamó aquel don Andrés de Hara. Obviamente, como era entonces, de Hara además de atender las piezas dentales también era barbero, peluqueros e, incluso, colocador de sanguijuelas.

El dentista acostumbraba a emborrachar a sus pacientes con aguardiente y extractos de hierbas y raíces antes de proceder a las extracciones dentales y en eso seguro que no se diferenciaba de los otros médicos de otras comarcas. La borrachera no era para evitar el dolor, sino para que sus “víctimas” se atontasen y no trataran de hacer resistencia cuando él halara la muela. Una resistencia podía costarle al paciente la fractura de mandíbula por ejemplo.

Esto anterior en lo que se refiere a su oficio de dentista, y seguidamente en lo que se refiere a su oficio de barbero:  De Hara tenía dos tarifas. Una, las más barata consistía en rasurar la barba a pleno sol y sentado en cualquier taburete o quicio. La otra, que era un poco más cara, consistía en rasurar la barba a la sombra. En tiempo de lluvia o de poco sol el barbero no atendía su clientela.

Andrés de Hara ejerció sus oficios de dentista, barbero y peluquero durante muchos años en Holguín.

En cuanto a boticarios solo tuvimos uno de verdad en 1803,  antes sí hubo gente en Holguín que hacía y vendía menjurges, pero un boticario graduado en la materia, no hubo hasta la llegada de don Nazario de Carvajal. Porque el boticario solo media cinco pies de estatura se ganó el apodo del pequeño Carvajal.

El Pequeño Carvajal se casó en Holguín y aquí todavía estaba cuando murió en 1811. Su viuda y sus hijos siguieron el negocio durante las primeras décadas de aquel siglo y lo hicieron, dicen, que con notable éxito.

3 de octubre de 2014

Carlos García Vélez, la historia poco conocida del hijo del Mayor General Calixto García Iñiguez.


Ofrece la Aldea una síntesis de la historia poco conocida del General independentista Carlos García Vélez, hijo del Mayor General Calixto García, a partir de la Tesis de Graduación de Ronald Sintes Guethón como Licenciado en Historia por la Universidad de Holguín.

El rexto está dividido en dos grandes bloques, uno dedicado a su vida temprana hasta el fin de la Guerra Necesaria, conteniendo información acerca de su formación profesional y posterior quehacer dentro de la vida militar, y otro que contiene su desempeño durante el período de la República Neocolonial  abordando aspectos referentes, en gran medida, a su labor diplomática y su pensamiento con respecto a hechos que tuvo la oportunidad de vivir y presenciar.

Carlos García Vélez, el hijo de Calixto.  

Carlos García Vélez en la guerra de independencia de 1895.   
Carlos García Vélez y la voladura del Rayo en el Cauto.
Carlos García Vélez en la toma de Victoria de Las Tunas.
Carlos García Vélez. Polémica en torno al sepelio de su padre Calixto García Iñiguez
Carlos García Vélez, primeros años de la República.

Carlos García Vélez, embajador de Cuba en Londres y otros sucesos acaecidos con posterioridad.

Carlos García Vélez, últimos años de su existencia.


General Carlos García Vélez, últimos años de existencia.



Por: Ronald Sintes Guethón

General Carlos García Vélez

Cuba había trascurrido por el difícil período de Gerardo Machado en el Gobierno y mientras, Carlos García Vélez había vivido en los Estados Unidos,  distante, pero manteniendo comunicación con la Secretaría de Gobernación (Cacillería). “A mí me nombró Céspedes para la Embajada en Madrid y Grau sin ceremonia me la quitó para nombrar a Coba. Después fui designado para la Embajada en Washington y Torriente se la dio a Márquez, estando yo ya casi en funciones”[1]. Finalmente retorna en 1934. El breve presidente de Cuba Carlos Mendieta le ofrece la Embajada de Cuba en México. Tan desesperada es la situación económica de su familia que Carlos acepta. Pero se suceden vertiginosamente los hombres en el sillón presidencial, y cuando son cinco personas los que dirigen el país (periodo conocido como la Pentarquía), Carlos es relevado de su puesto de Ministro de Cuba en México.

El General regresa de México y se recluye en su casa del Vedado, asqueado de toda política. Ya cumplió 82 años de su edad. La única ocupación que tiene es escribir un Diario-Memoria que se conserva en la Casa Natal de Calixto García en Holguín.

En Cuba suben al poder los Gobiernos Auténticos pero las situación es idéntica. García Vélez se aleja más de la vida política, considerando vano el intento de encauzar la República por el camino correcto. “Debe combatirse con pertinacia el desafuero de Cámaras conchabadas con los gobiernos y al  pueblo bruto que vende el voto. (…) Si el elector vende este derecho, se convierte lo mismo que el miserable que lo compra, en traidor de la Patria, ambos indignos de la ciudadanía. Desespera pensar que exista tamaña corrupción y que no se vislumbre un rayo de luz que ilumine el cerebro del cubano”[2].

Como la anterior, durante la década de los años cuarenta el General escribió otras varias opiniones, todas recogidas en su Diario-Memoria. Quien lo lee descubre el descontento y la frustración que sufrió al observar, con tristeza, como la República se hundía a causa del robo y la inmoralidad.

“¡Pueblo ingrato y corrompido!, no cesaré de pensar, con dolor del alma, en lo que harán estas generaciones crapulosas, impulsadas por la codicia de nuestra amada República.

Una frase del heroico General Enrique Loynaz del Castillo me atormenta: “Esta gente vendería la República por unos cientos de millones de pesos”[3].

Tormento absoluto de dos Generales independentistas que habían conocido a tantos hombres y mujeres que habían ofrendado su vida por la República soñada, nunca real. El 25 de noviembre de 1949 García Vélez escribió en el cuaderno donde más que letras dibujaba el ardor de alma que le carcomía: “El presidente Prío ha impuesto la candidatura de un hermano suyo para alcalde, contra la del ocupante Castellanos. El escandalito ha opacado al del empréstito de los millones, el de la causa del desfalco al Tesoro de 70 millones y el de la no detección de los pistoleros “El Colorado y compañía” que campan impunemente en la protección oficial. Hay que retrogradar a  los períodos de mayor corrupción política de algunos siglos atrás de gobiernos europeos y americanos para comparar tanta descocada inmoralidad”[4].

Nada se podía hacer, creyó García Vélez, desencantado, regresando de todos los destinos, ahora con demasiados años como para creer en el futuro. Lo único posible era dejar de creer, y parece que lo hizo. Hacia finales de sus días, se manifestó en García Vélez un pensamiento anarquista, “no pertenezco ni simpatizo con partido político alguno”[5]. Y cómo hacerlo si para entonces había escrito innumerables cartas a diversos funcionarios del Gobierno en las que hacía acusaciones o aportaba ideas pero, según sus propias palabras, nadie las leía.

Es una de aquellas cartas la fechada el 14 de Julio de 1950, en ella García Vélez critica la “errónea política de reacción anticonstitucional que el gobierno parece haber adoptado, con restricciones arbitrarias para la libre expresión de pensamiento”[6].

De que Carlos García Vélez nunca  gozó de abundante hacienda pero que aún así mantuvo siempre una actitud humilde, es prueba la carta que envió a Cosme de la Torriente durante el malentendido de la Legación de Londres con el Sr. Zendequi: “yo regresaré a mi tierra con el criollo orgullo irreductible (a los halagos de lo que se considera por tanto como una vida regalada) y trabajaré en la ciudad o en el campo  –no importa en qué oficio-  con la sencillez del guajiro que no juega ni bebe ni se ocupa de otra cosa que de criar su prole y de fomentar su finca”[7].


Y cuando llegó a la vejez tampoco tenía fortuna, lo que se prueba en su Diario-Memoria, donde escribe más de una vez sobre la preocupación que le embargaba cotidianamente: temía él que en caso de muerte no le pagaran pensión ninguna a su esposa. El 30 de noviembre de 1949, con tono de intimidad, escribe Carlos en su Diario-Memoria, que está haciendo gestiones legales que aseguren ciertas propiedades que posee, con el afán de “dejarle a Amalia y a los hijos algún dinero, no teniendo yo confianza alguna en el pago de las pensiones, pues tal es el desorden que prevalece en el manejo del fondo que cada vez disminuye rebajando las pensiones en el 35%. Toda previsión en este sentido se justifica por mi avanzada edad y la amenaza de cercano fin a juzgar por los pronósticos”[8].

Eran tales gestiones las que él deja explicadas en el Diario-Memorias:

 “Quiero que la casa de Morales Lemus y Frexes quede en posesión de mis descendientes, sin intervención extraña y nunca del Estado ni del Municipio. Es doloroso para  mí  confesar que no tengo la menor confianza en instituciones que se hallan desfalcadas por sus funcionarios, notoriamente conocidos como aprovechados ilegítimos de los bienes públicos. Para ellos no hay nada sagrado que respeten.

“(…) Cada libro que he comprado representa haberme desprendido de una cantidad respetable, dada mi pobreza, pues nunca he tenido capital sino el fruto de mi trabajo como dentista, profesor o empleado público, de sueldo insuficiente para la representación adecuada de un alto cargo diplomático en el Extranjero.

“La casa que me legó mi tía Leonor en Holguín fue edificada , si mal no recuerdo en la lectura de la Inscripción en el Registro de la Propiedad, allá por los años 30 del siglo pasado, supongo que construida para los recién casados, mis abuelos Doña Lucía Iñiguez y Don Ramón García, por los padres de mi abuela. En ella vivió en la miseria y en la miseria murió”[9].



La casa de la que habla, que fue propiedad de su abuela paterna y que su tía Leonor García Iñiguez le dejó, ubicada en la esquina de las calles Morales Lemus y Frexes (no confundir con la Clínica Frexes, que se ubicó en la esquina contraria), varias veces se la había pedido el Gobierno del municipio a Carlos durante la década de 1950, para que en ella se radicaran disimiles instituciones. En todas las ocasiones el General se negó. “Lo inaudito del caso es que habiendo tantos ricos propietarios de casas en Holguín no sean ellos los que resuelvan los problemas de los peticionarios sino que siempre acudan al más pobre, que soy yo. Es ya público y notorio que esa casa está destinada para mi vivienda y biblioteca y si no se ha reparado del mal estado que padece el edificio ha sido por no tener dinero ni crédito”[10].

Finalmente, la casa nunca se reparó y años después se derrumbó. En el solar que ocupaba nunca se ha vuelto a construir ninguna otra edificación, utilizándose en la actualidad como patio de una colindante escuela para niños pequeños.


Un mal día muere la esposa del General, siendo aquella una pérdida de la que nunca pudo recuperarse. Un hijo le atiende, pero cuando ya ha triunfado la revolución emigra. El muy anciano General queda solo y muere en La Habana, el 6 de enero de 1963.

En noviembre de 1950 el periodista R. Rodríguez Altunaga lo había entrevistado para el Periódico Alerta. Esto fue lo que escribió:

“No acostumbro a sahumar de elogios vanos a hombres encumbrados por la pujanza política o por las grandes riquezas. Pero hablo con deleite de los humildes, de los que a punta de austeridad y trabajo han  subido hasta envidiable altura. García Vélez ni goza de abundante hacienda, ni reparte congruas vergonzosas, ni me dejaría publicar estas cuartillas del momento si estuviera noticioso de ellas. Pero, cuando uno se topa, en medio de esta Cuba moral que se  derrumba por este fétido horror que se respira!, como diría el autor del “El Vértigo”, es una delicia y siente uno alivio de cansado caminante a la vera de vivas fontanas, sentarse al lado de estos grandes cubanos, monumentos solitarios de un gran imperio  moral en ruinas, para admirarlos en la reciedumbre de sus perennes ideales patrios con los que parece que van tejiendo el manto de oro en que han de envolver sus nombres venerandos para entregarlos al recuerdo agradecido de las generaciones lejanas, libres  de areítos bastardos y de pasiones inmundas”.[11]

No hemos podido precisar cómo fueron los últimos días del General, quién  se encargó de cuidar de él y si aún quedan en el país descendientes lejanos suyos.






[1] Archivo Nacional de Cuba. Donativos y Remisiones. Legajo 645. No Orden. 72

[2] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario de Carlos García Vélez Pág. 24

[3] Ibídem Pág. 130

[4] Ibídem Pág. 117

[5] Archivo Nacional de Cuba. Fondo Donativos y Remisiones. Legajo: 645 No. Orden 59

[6] Ibídem

[7] Fondo Academia de la Historia. Legajo 575 No. Orden 2

[8] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario Carlos García Vélez Pág. 20

[9] Ibídem. Pág. 49

[10] Ibídem Pág. 131


[11] Archivo Nacional de Cuba. Fondo Academia de la Historia. Legajo 575 No Orden. 2

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