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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

1 de octubre de 2014

Carlos García Vélez y la voladura del Rayo en el Cauto.



Tomado de: “Así Calixto”, de Nicolás de la Peña Rubio.

Mayor General Calixto García en campaña
Las fuerzas españolas acantonadas en Manzanillo recibían sus vituallas por la vía marítima para que las distribuyeran al resto de sus bastiones en esa región, lo que hacían en acémilas y carretas tiradas por bueyes por caminos que no permitían un avance rápido de estos convoyes, y que en tiempos de lluvia se volvían intransitables, oportunidad ésta que aprovechaban los mambises para atacarlos y arrebatarles la importante carga.

Entonces para eludir estas frecuentes pérdidas los españoles decidieron no utilizar más la vía terrestre para estos traslados y realizarlos a través del río Cauto desde Manzanillo hacia Cauto Embarcadero y de allí a Bayamo y a otros lugares cercanos, además de en el trayecto aprovisionar al fuerte de El Guamo. Para ello utilizaban sus cañoneras Bélico, El Centinela y Relámpago.

Cuando Calixto conoció del cambio de vía ordenó al general Enrique Collazo que minara con torpedos el río y que situara fuerzas a ambos lados del mismo para tirotear a las naves enemigas.

A pesar de que Collazo cumplió la orden y sus fuerzas tirotearon a las cañoneras, por dos ocasiones las minas y los torpedos no funcionaron y el convoy marítimo de los españoles cumplió su misión.

Cuando en su campamento Calixto recibió la noticia de que los navíos enemigos habían logrado pasar, se encolerizó y en voz alta se lamentaba de la ineptitud de los hombres a quienes confiara el encargo de impedirlo, y de no poder contar entre sus fuerzas con nadie competente para llevar a cabo con éxito este objetivo.

Irritado, alterado, Calixto “tronaba” como era su costumbre en casos así. Y mientras daba largas zancadas frente a su tienda de campaña, y cada vez que pasaba por delante de sus ayudantes volvía a proferir desagradables y ofensivas frases. Luego dijo a voz en cuello que le daría dos ascensos a quien fuera capaz de cumplir aquella misión.

La tropa, que sabía que cuando el general se encolerizaba por algo que había salido mal, mejor era esperar a que se calmara, guardó un silencio sepulcral. Pero en eso su hijo Carlos se adelantó y cuadrándose militarmente ante el padre y jefe se ofreció para cerrarles el paso a los españoles por el Cauto.

En sus memorias confiesa Carlos García Velez que si hubiera caído un rayo en medio del campamento no hubiese provocado el efecto que produjeron sus palabras, porque nadie se atrevía a interrumpir al general en sus momentos de cólera.

Después que el jovencito dijo lo que hubo dicho, el silencio de todos fue a ún más profundo. Y mientras el General continuaba sus paseos, ahora con el semblante mucho más enrojecido que antes. Nadie sabe el tiempo que medió entre la propuesta de Carlos, que seguía rígidamente en atención y el momento en que Calixto se detuvo delante de él. “Mi padre me echó una ojeada que iba desde la extrañeza hasta la incredulidad”, y de repente llamó a su Jefe de Estado Mayor y le ordenó que expidiera una orden escrita a favor del comandante Carlos García Vélez encargándole de las operaciones en el río Cauto y dándole plena autoridad para seleccionar el personal que necesitase y requisar los materiales precisos para tal fin, y que las fuerzas mambisas atrincheradas en dicho río fueran puestas bajo sus órdenes. Y después, volviéndose hacia su hijo le ordenó con voz enérgica: "¡Salga usted inmediatamente y recuerde de lo que se ha comprometido hacer!". Carlos respondió: "¡Sus órdenes serán cumplidas, mi general!", saludó militarmente y, corriendo, fue a ensillar su caballo y a aparejar la mula en que cargaba sus libros e instrumentos, de los que nunca se separaba. Todo listo y con la única compañía de su asistente, dispuesto a partir, Carlos regresó a la tienda del General y cuadrándose de nuevo le dijo "¡A sus órdenes!", dio media vuelta y montó, dispuesto a emprender la marcha. Calixto lo miró y sus sentimientos le hicieron regresar a su condición de padre; se le acercó cariñosamente y lo dijo en tono paternal: "Oye, Carlos, se acerca la Noche. Hoy es nochebuena(...) Quédate para que comamos lechón asado con tostones, que aquí tenemos, Lo mismo da que salgas mañana que pasado(...) Quédate y me acompañas hoy(...)". Pero Carlos, heredero del carácter fuerte de su progenitor, respondió con tono seco, y como para señalarle a su padre el instante de debilidad paternal que se adivinaba en sus palabras: "General, perdone que insista en salir ahora, pero hay mucho que hacer y preparar, además de que tengo que organizar a la gente...” Visiblemente contrariado Calixto se repuso y le respondió con voz áspera: “¡Pues lárguese, y no vuelva sin cumplir mis instrucciones!”. No se dieron las manos. Carlos saltó al caballo y a trote ligero salió del campamento seguido de su ayudante y la mula.

Ambos soldados se adentraron en la sabana de Punta Gorda, que era un trayecto peligroso por el que regularmente aparecían guerrillas de asesinos al servicio de España. En sus espinas dorsales sentían los dos el peligro que los rodeaba en aquel atardecer frío y seco del mes de diciembre en el que el sol se ocultaba con rapidez. En eso oyeron un tropel de caballos que se acercaban. Perfectamente podía ser el enemigo y por esos los dos se aprestaron a vender muy caras sus vidas, pero… volvieron a mirar y la calma volvió a ellos. Los que se acercaban eran una escolta que enviaba el General para protegerlos por todo el tiempo que necesitaran.

Después de requisar los artículos indispensables para la operación, consultar sus libros y revisar cuidadosamente las minas y torpedos que antes se habían hecho para la acción del Cauto, Carlos comprobó que estas se preparaban con dinamita que se echaba dentro de unos garrafones de cristal que, al no estar herméticamente sellados en sus bocas, dejaban pasar la humedad, por eso al colocarlos en el lecho del río no explotaban, y asimismo que los alambres usados en la preparación de las minas y proyectiles no eran adecuados.

Cuidadosamente el hijo del General construyo nuevas minas y torpedos, los situó en las zonas estratégicas del río, y el éxito fue rotundo: el cañonero español Relámpago, que iba a la vanguardia fue el primero en volar estrepitosamente.

Cumplida la misión, Carlos redactó un lacónico parte militar relatando los hechos y mandó que lo llevaran inmediatamente al General. En su tienda Calixto leyó la información y luego se levanto jubilosamente exclamando: ¡Ese es mi hijo...!”. Acto seguido dio órdenes para que aquel se presentara inmediatamente en el campamento.

Cuando Carlos llegó, el General lo abrazó jubilosamente y le entregó el diploma con el ascenso a teniente coronel. Entonces el hijo de Calixto le recordó que él, el General, había prometido dos ascensos a quien cerrara el río Cauto a la navegación española, por lo cual le correspondía al grado de coronel. Calixto lo miró muy serio diciéndole en tono conciliador: “Tienes razón, pero tu eres mi hijo y no te puedo ascender a mi hijo como si se tratara de otro oficial cualquiera. Además, fíjate que también te nombro Jefe de la Brigada de las Tunas y conservas la jefatura de la Brigada del Cauto”. Como respuesta, el teniente coronel Carlos García Vélez, miro a su padre y sonrío. Ambos se fundieron en abrazo.

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