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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

29 de septiembre de 2014

Carlos García Vélez, el hijo del General Calixto García

Por Ronald Sintes Guethón.

Fue el tercer hijo del matrimonio del General Calixto García Iñiguez con Isabel Vélez Cabrera, se llamó Carlos Gabriel y nació el 29 de abril de 1867 en la finca “El Tejar”, en Santa Rita, lugar intermedio entre Bayamo y Jiguaní, aunque mucho más próximo al segundo.

Un año después de que de Carlos vino al mundo, comenzó la Guerra Grande de independencia en Cuba (10 de octubre de 1868). El padre, entonces virtualmente desconocido, pocos meses después se convertiría en uno de los dos alumnos más brillantes de Máximo Gómez y un estratega militar excepcional. Ido Calixto a la guerra, la familia le sigue, como fue común.

En 1870 son hechos prisioneros. Doña Isabel Vélez acompañada por doña Lucía Iñiguez, madre de Calixto, y los niños son trasladados a La Habana, no sin antes hacer algunas escalas durante el camino. Muchos años después Carlos escribió: “…fuimos recluidos en la prisión de Las Recogidas que se destinaba a mujeres públicas y delincuentes, dormíamos en el piso y con escasos alimentos…”[1]

Por las muchas gestiones que hace doña Lucía Iñiguez, la familia es liberada a cambio de que parta hacia el exilio inmediatamente. Los García-Vélez van a Key West, en los Estados Unidos, los atienden diversas familias de emigrados cubanos, especialmente los Martínez-Ibor, que fueron la cabeza del emporio de torcedores de tabacos que sufragaron gran parte de la guerra del 95. Ya adulto, Carlos García Vélez contrajo matrimonio con una hija de dicha familia.

También los poderosos Aldama ayudan a los García-Vélez. La mismísima Rosa de Aldama, esposa de Miguel de Aldama, hizo las gestiones y consiguió que Carlos matricule en el colegio interno “New York Foundling Asylum” de la orden religiosa Hermanas San Vicente Paul. En las notas que dejó escritas, Carlos aseguró que guardaba recuerdos adversos de dicho colegio, principalmente de sus padecimientos de enfermedades eruptivas en la piel y de la tiña epidémica.

En 1878 concluye la guerra. Calixto García viaja a los Estados Unidos, la familia se reencuentra y van a vivir a un edificio en 300  West entre 45 y 44 en la Novena Avenida de Nuew York. Las condiciones de vida mejoran ostensiblemente y Carlos sale del internado. Comienza a asistir a una escuela pública y trabaja como mensajero en la Telegraf Company, más tarde en el Comercio  de Zell y Po.

Es en esta época cuando se manifestó en Carlos un latente interés por las artes, la música especialmente, para la que tenía una particular sensibilidad. Da clases de solfeo y piano y asiste a conciertos en diversos teatros a los que logra entrar gracias a los boletos que ganaba por su trabajo como mensajero.

Y a la vez de sus descubrimientos del piano, durante 1878 y 1879 Carlos conoce a numerosos patriotas cubanos que visitan su casa para entrevistarse con su padre, el General. Antonio Maceo entre ellos, de quien Carlos escribió después de muchos años: “… la impresión que me causó el General nunca la olvidé, si no hubiera ido a la Guerra con mi padre habría ido con Maceo y habría estado a sus órdenes…”[2]

Menos de un año está la familia García-Vélez reunida en Nueva York. Comienza una nueva guerra en Cuba, la que pasó a la historia de la Isla como Guerra Chiquita, por su brevedad. Calixto García es el Jefe principal. Carlos tiene que redoblar su trabajo para ayudar al sostén de la madre y de sus hermanos, pero asimismo se cumple con tareas independentistas: el traslado de armamentos. Un día lo detienen. Por ser menor de edad queda exonerado de responder a un proceso judicial que lo habría llevado a la cárcel si su edad hubiera sido otra.

Cuando finaliza la Guerra Chiquita, Calixto García es deportado a España donde guarda prisión. Cuando lo liberan le prohíben abandonar el país y como el padre no puede ir donde sus hijos y la esposa, ellos viajan donde él. Se reunifican por segunda vez en 1882 y viven en Madrid. Carlos prosigue sus estudios en el Instituto de Libre Enseñanza y luego en el Instituto Cardenal Cisneros. Acerca de esta etapa escribió el periodista R. Rodríguez Altunaga, el 13 de Noviembre de 1950 en el Periódico Alerta:

“Los estudios de García Vélez fueron hechos a la usanza antigua,  cuando las materias eran cuidadosamente graduadas y no se adelantaba en unas sin dejar dominadas las precedentes, debidamente metodizadas, no hechas a trompicones, ni con forros de papel.

“En el instituto Cardenal Cisneros tuvo de maestro de literatura a don Narciso Campillo; cuyo texto sencillo aún discurre, con provecho, por las manos de los incipientes bachilleres, y posteriormente en el de la Enseñanza Libre le impartieron las materias los maestros don Francisco Cossio, a Pi Margall, Azcárate, Giner de los Ríos y otros mentores no menos célebres”[3].

Era el deseo del General Calixto García que su hijo Carlos estudiara derecho, pero él se decidió por una carrera más corta que le permitiera ayudar económicamente a la familia en un período más breve. Por tal matriculó en la Facultad de Medicina de San Carlos para cursar la carrera de Estomatología. Entonces la enseñanza de la estomatología no era oficial (presencial se diría ahora), y consistían los exámenes en demostraciones de suficiencia que los alumnos hacían ante un tribunal formado por médicos, todos catedráticos de la Facultad de Medicina o dentistas en ejercicio.

Graduado de Cirujano Dentista en 1887, Carlos García Vélez se traslada a Francia y ejerce en el Hospital San Juan de la Luz, en los Bajos Pirineos. Cuando ha reunido el dinero necesario, retorna a Madrid y funda un Gabinete Dental propio. Pero su estancia en Francia fue mucho más allá que lo narrado hasta aquí. En Francia el Dr. Carlos García Vélez estableció relaciones con facultades médicas de varios países y con especialistas reconocidos, especialmente, con el Dr. Emilio Magitot, fundador de la revista “L’Stomatologie”, de París. De esta forma el hijo del General logra especializarse en patologías bucales como la estomatitis, la piorrea alveolar y otras afecciones muy comunes en la época, a la vez que realiza las comunes extracciones y obturaciones ayudándose de una novedad: el cloroformo y trimetileno como anestesia.

El desempeño profesional de Carlos García Vélez y sus amplios conocimientos de las enfermedades bucales, lo llevaron a fundar en 1894 una “Revista Estomatológica”, la primera en España y la segunda a nivel mundial en su  tema. Posteriormente Carlos García Vélez hizo tratamientos a su padre, que desde el famoso disparo que se había hecho bajo la barbilla para evitarcaer en manos de sus enemigos, durante la Guerra Grande de Cuba, tenía padecimientos crónicos. La inserción de una prótesis de caucho, muy popular en la época, sirvió para que el viejo general se sintiera aliviado.

No porque la estomatología le consumiera gran parte de su tiempo, Carlos García Vélez se desentendió de la música, sino todo lo contrario. El cada vez más célebre médico siguió tocando el piano y codeándose con otras personas que, como él, tenían intereses por las artes en general y también por la ciencia. Dicen las crónicas que a menudo se le veía en el Círculo de Bellas Artes y que se hizo muy cercano al Ateneo de Madrid, esta última una institución cultural privada creada en 1835 que desarrollaba actividades en todos los órdenes culturales y científicos. Tampoco mermaron en Carlos los ideales libertarios que su madre y especialmente su padre les habían inculcado a todos sus muchachos. 1895 estaba cada más cerca cada día.

Máximo Gómez y José Martí firman el Manifiesto de Montecristi, que fue la plataforma política para la nueva guerra de independencia de Cuba. De manos de Ana Betacourt llega el documento a manos de Calixto y con el viejo General, lo leen sus hijos. Deciden que deben ayudar a la preparación de la guerra. Carlos aprovecha sus comunes visitas a lugares públicos y allí arroja furtivamente numerosos ejemplares del Manifiesto, además de repartir proclamas incendiarias entre la colonia de emigrados cubanos en Madrid.

Un día les llega la noticia, Cuba se levantó en armas. José Martí, Máximo Gómez, Antonio Maceo y otras principales figuras del independentismo cubano, obligadas a vivir en los más diversos confines del mundo, están llegando a la Isla. Calixto García decide venir a como diera lugar, Carlos lo acompañará si el padre lo permite. Más que permitirlo, el padre lo exige: es la hora de Cuba y todos sus hombres deben acompañarla.

Pero las autoridades españolas vigilan día y noche al General Calixto García, a lo que se suma que Carlos es dentista de una selecta clientela, si el faltara por unas horas, todos se percatarían. Calixto prepara el plan.

Para  no llamar la atención con el abandono de sus deberes profesionales llega de Málaga un cuñado de Carlos, esposo de su hermana, el Dr. Witsmarsh que se encarga de los pacientes del futuro insurrecto. El nombre de Witsmarsh también es utilizado para separar un reservado en el Sur-Express que utilizarán el general y su hijo para llegar a París.

Si los detuvieran al subir al tren o durante el viaje, padre e hijo deberán informar que viajan a Villalba a participar de una cacería en un Club situado en aquella villa fronteriza. Pero en realidad no se detendrán, el objeto es viajar a París. Lo consiguieron.

Los Clubes Patrióticos integrados por cubanos emigrados en París saben que la presencia del General Calixto García en la guerra de Cuba es estratégica y con toda la urgencia que es posible, lo envían a Nueva York para que de allá lo embarquen hacia la Isla.

El 26 de enero de 1896 el General García, su hijo y otros muchos patriotas cubanos suben a bordo del vapor “Hawkins”, pero no avanzan más que unas pocas millas, las malas condiciones de la embarcación hacen que esta zozobre. Regresan a tierra y antes que transcurran dos meses, exactamente el 24 de marzo, desembarcan en tierras cubanas en una zona cercana a Baracoa.





[1] Torres Guerrero, Maricelis y varios colaboradores: Aproximación al estudio de la Familia García Iñiguez. Fondo Guerra de Independencia, Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez, 2003. (Inédito)

[2] Ídem


[3] Archivo Nacional de Cuba. Fondo Academia de la Historia. Legajo 575, No. Orden 2

25 de septiembre de 2014

Lidia, la mensajera del Che Guevara



Lidia Doce, la mítica mensajera del Che Guevara en la sierra durante la revolución que comandó Fidel Castro, era hija de Teresa Sánchez Ávila y el comerciante de origen español, Claudio Doce Gómez, ambos vecinos de Velasco, Holguín, donde se conocieron y donde se casaron. Pero el matrimonio residía en Mir, que era donde Claudio poseía una finca pequeña y después una bodega, o tienda, como es más común que se diga por estos lares.

Antes de la tienda de Mir, el padre de Lidia tuvo una en Velasco, pero un incendio la destruyó. Entonces Claudio compró en Mir donde vivía Justa, su hermana, que era dueña de una fonda que se llamaba La Cuba. La tienda de Claudio en Mir estaba a unos cien metros del apeadero del ferrocarril y se llamaba “La Casa Verde”.

Tres fueron los hijos de Teresa y Claudio. Los tres nacieron en Velasco adonde iba la madre a parirlos, porque allá estaba su familia. y cuando los niños alcanzaban dos o tres meses, volvían a Mir. Primero nació Alfonso, luego Pablo y finalmente Lidia, que nada más había cumplido dos años cuando su padre murió.

Además de la tienda, Claudio Doce se dedicaba a embarcar plátanos en un tren de carga junto a Manuel Prendes que era su socio en este negocio. Un día el tren llegó con una sola casilla libre. Claudio propuso que cada uno cargara media casilla, pero Prendes no quiso. Discutieron. Prendes sacó el revólver y con el cabo le pegó a Claudio en la cabeza. Una hemorragia le arrancó la vida. A Prendes lo encausaron y lo llevaron a la cárcel, pero una amnistía del gobierno de Menocal lo dejó en libertad. Pocos años después Prendes tuvo una discusión con un Teniente del Ejército que lo mató allí mismo donde él había matado a Claudio Doce.

En la fotografía el legendario Hotel Rif de Mir, propiedad de la familia Doce. Para leer más haga clic aquí


Después de la muerte del padre, la familia Doce comenzó a padecer una pobreza absoluta. Todo lo fueron vendiendo hasta que nada más quedó la casa. Luego la viuda, muy joven aún, se casó con Antonio Parra quien era un hombre muy pobre, era su trabajo vender agua en un carretón. La familia fue a vivir al batey del central San Germán, donde le nacieron ocho nuevos hijos.

Si importarle la pobreza, Lidia siempre estaba feliz, jamás  triste, y reía escandalosamente. Sus carcajadas eran sonoras y por eso su madre la reprendía pero ella siguió riendo como igual hasta la última vez que se le vio con vida.

Dicen quienes la conocieron que Lidia nació y siempre fue linda. No había lugar donde llegara que no armara revuelo por su físico. La última foto que se conserva de ella es de cuando tenía 42 años y aún era una mujer que esas que quitan el resuello.

La época de juventud de Lidia Doce fue la del charleston y el son, pero ella, que era una gran bailadora, prefería el vals, sobre todo, Danubio Azul.  Succetta Sánchez, prima de Lidia, cuando oye esta música entrecierra los ojos, echa la cabeza hacia atrás y dice que le parece verla, con sus vestidos de organdí llenos de vuelitos, dando vueltas y vueltas.

Cuando tuvo edad para hacerlo Lidia Doce se casó en San Germán y allí le nacieron los tres hijos que tuvo: Thelma, Efraín y Caridad. Pero fue desgraciada en el amor. Su marido la abandonó y a ella no le quedó otra opción como no fuera vivir en una cuartería donde nada más tenía una sola cama y una mesa. Sus amigas de entonces aseguran que hubo días en que Lidia no pudo encender el fogón, sin embargo, dicen también sus amigas de entonces, en su casa muy pobre siempre había un detalle femenino: unas flores, una cortina, algún adorno hecho por ella misma y una limpieza enfermiza.

Costurera de las buenas y muy creativa para hacer mucho con casi nada y tejiendo era experta, Lidia cosió y tejió  para mantener a los tres hijos. Luego, buscando nuevos horizontes se fue a vivir a Bayamo, pero allí tampoco consiguió un trabajo que le permitiera tener el dinero que los muchachos necesitaban. Entonces ella consiguió colocarse de doméstica en una casa de La Habana y se fue allá, pero como no podía llevar a los hijos los dejó en San Germán con una tía suya que le ayudó a cuidarlos.


Terminal de ferrocarril, San Germán
Dicen que todos los meses venía Lidia de La Habana a ver a los hijos y al resto de la familia. Thelma, su hija mayor, recuerda que el tren pasaba por San Germán a las cuatro de la tarde y por eso todos los días a esa hora los muchachos se sentaban cerca de la estación a esperarla. Y cuando ya habían bajado todos y Lidia no llegaba, los tres hermanitos se marchaban tristes a la casa, pero cuando la veían corrían a ella que los abrazaba a los tres a la vez, y luego abría las maletas en las que les traía dulces, caramelos o algún flan hecho por ella misma.

Nadie dejaba de enterarse cuando llegaba Lidia Doce a San Germán. Su risa escandalosa contagiaba todo y también porque Lidia cantaba a voz en cuello mientras ayudaba a lavar la ropa, a limpiar la casa, o mientras cosía ropitas para todos.

Posteriormente uno de los medio hermanos de Lidia Doce, Alfredo Parra, se hizo maestro panadero y fue a trabajar al pueblito de San Pablo de Yao, en la Sierra maestra y Lidia, que para entonces dejó de trabajar en La Habana, se fue con el hermano y con Efraín, su hijo varón que iba a aprender el oficio de panadero con el tío. Las hembras habían crecido, ambas estaban casadas, por eso quedaron en San Germán.

Poco (para no decir que nada) es lo que se habla del hermano de Lidia, Alfredo Parra, más conocido por Pombo, sin embargo, aquella panadería de San Pablo de Yao se convirtió, gracias a él y a Lidia, en una de las principales abastecedoras de alimentos para las tropas del Ejército Rebelde que operaban en aquella zona.

El Che Guevara tenía su comandancia cerca de San pablo de Tao y Manuel Escudero era el guía. Como el Che le pedía  banderas, brazaletes y uniformes y como Escudero sabía que Lidia era modista, un día fue a verla. Ella estuvo de acuerdo en coser todo lo que hiciera falta. Para esa fecha, su hijo Efraín se había sumado a las tropas rebeldes mandadas por el Che.

Fue el propio Manuel Escudero quien le habló al Che de Lidia: “Esa es la mujer que te hace falta, porque ha ido a La Habana, a Santiago y es una mujer instruida y muy dispuesta...”

Un día la columna bajó hasta San Pablo de Yao a comprar alimentos para la tropa. Manuel Escudero presentó al Che y a Lidia. Conversaron un poco. Luego el Che le pidió al viejo Manuel Escudero que cuando subiera al campamento  llevara a la mujer, pero nadie creyó que ella pudiera subir las lomas encrespadas. Es que para entonces tenía más de 40 años y había engordado. Pero sorprendió a todos: Montaba en mulo con mucha agilidad.

De izquierda a derecha: Juan Almeida, Celia Sánchez, Lidia Doce y Fidel Castro en la Sierra Maestra


Lo que sigue fue escrito por el propio Comandante Che Guevara, dice:
“Conocí a Lidia apenas a unos seis meses de iniciada la gesta revolucionaria. Estaba recién estrenado como comandante de la Cuarta Columna y bajamos en una incursión relámpago, a buscar víveres al pueblito de San Pablo de Yao, cerca de Bayamo...
“Cuando evoco su nombre hay algo más que una apreciación cariñosa hacia la revolucionaria sin tacha, pues tenía ella una devoción particular por mi persona que la conducía a trabajar preferentemente a mis órdenes, cualquiera que fuera el frente de operaciones al cual fuera yo asignado... incontables fueron son los hechos en que Lidia intervino en calidad de mensajera especial mía o del movimiento.... Llevó a Santiago de Cuba y a La Habana los más comprometedores papales, todas las comunicaciones de nuestra columna y también los números del periódico EL CUBANO LIBRE. Asimismo ella traía a la Sierra el papel para el periódico y medicinas, armas, municiones; traía, en fin, lo que fuera necesario y todas las cosas que fuera necesario".

El Che dijo que la audacia de Lidia era sin límites, tanto que los mensajeros varones eludían su compañía, “recuerdo que algunos decían: Esa mujer tiene más c... que Maceo, pero nos va a hundir a todos; las cosas que hace son de loco...”

La primera misión que el Che le dio a Lidia consistió en ir a Santiago de Cuba y llevarle unos documentos a René Ramos Latour que era quien ocupaba el cargo de Frank País después de la muerte de éste.

Casualmente cuando recibe la tarea su medio hermana Haydée Parra estaba en San Pablo de Yao pasando unos días. Y como la muchacha, embarazada, tenía que ir a Santiago, Lidia aprovechó para ir juntas. Lidia cumplió su primera misión y regresó a la Sierra llevando otros documentos muy comprometedores. Entonces se convirtió en Esther, la mensajera del Che.

La anécdota que seguidamente narraremos la contó Haydée Parra, medio hermana de Lidia Doce. En uno de los viajes que hizo con Lidia ya el hijo de Haydée tenía año y medio. Como el niño las acompañaba, Lidia fue a una tienda de Palma Soriano y compró una pelota, luego la abrió y adentro puso todos los mensajes que llevaba para la Sierra, después buscó ponche y volvió a cerrar la pelota que le dio al niño.

Estaban Haydée, Lidia y el niño esperando el transporte que los llevaría a Bayamo y al niño se le cae la pelota. Un guardia que había cerca la recogió y se la dio al tiempo que le decía: “Eres un remolino muchacho, mira como ponchaste la pelota”. Y Lidia, con tremenda sangre fría le dice a su sobrino: “Déjate de malacrianzas y pórtate bien. Si vuelves a votar la pelota se la regalo al guardia”.

Yolanda Martínez, amiga y de Lidia, contó que en uno de los viajes que la mensajera hizo a Santiago de Cuba llegó en una máquina. En el asiento trasero se veía un traje de novia, blanco y muy vaporoso. ¿Quién se casa?, le preguntaron. “Esto es para despistar al Ejército. Tú ni te imaginas como hay material revolucionario ahí dentro...”

Por su parte contó Haydée, la medio hermana de Lidia, que un día ella le comentó que deseaba mucho que terminara la guerra para que la mensajera dejara de correr peligro. Lidia contestó que cuando triunfara la Revolución era cuando más iban a trabajar. “Y quiero que tu sepas que he conversado mucho con el Che, dijo, y cuando terminemos la lucha armada en Cuba estoy dispuesta a seguir peleando por la libertad de otros países: eso es para que no te asombres y para que lo sepas desde ahora”.

Pocos combatientes hicieron más viajes entre el llano y la Sierra que Lidia, quien bajaba y subía constantemente. Igual pocas personas burlaron más el cinturón de seguridad que el ejército puso alrededor de la Sierra que ella, siempre sonriente, a veces escandalosamente sonriente, con una  frialdad y una temeridad sorprendente. “Como soy tan gorda, decía, van a tener que pasar más trabajo para enterrarme cuando me maten... el hueco que van a tener que hacer será enorme”.

Gorda, sí y con más de 40 años, pero de cara bonita y con unos ojos pardo-oscuros, grandes y reidores. La tez trigueña y tersa. El pelo negro y las facciones suaves. Presumida siempre, se preocupaba de su arreglo personal y de los perfumes prefería el que oliera a limpio. Los vestidos de colores discretos. Asimismo sentía especial preferencia por las flores de la mariposa y los gladiolos blancos. Ella siempre insistía en que el día de su muerte solo le pusieran flores blancas.


Sello de correos en recordación de la heroína
Cuentan que cuando llegaba a La Habana, y después de cumplir todas las misiones a ella encomendadas, Lidia iba a las peluquerías donde se teñía el pelo, se hacía cortes modernos y se enteraba de cosas que después eran útiles en la sierra: cosas que en las peluquerías contaban las esposas de los militares.

Y de vuelta a la Sierra, en lugar de descansar de tanto ajetreo y viajes, Lidia entretenía sus ocios de guerrera tejiéndole mediecitas a los niños de las campesinas.

La última vez que Lidia Doce llegó a San Germán fue el 25 de agosto de 1958, su hija más pequeña había tenido un hijo. “Vengo a conocer a mi nieto, dijo, porque a lo mejor va y este es el último viaje que doy”. Entonces era y ella lo sabía, la mujer más buscada por el Ejército, sin embargo, estaba tan sonriente como siempre. Tomó el niño en brazos por un gran rato, lo besó mucho y le cantó una canción.

Para esa fecha su hija mayor, Thelma, se iba a casar y al día siguiente iría a Bayamo a comprar la tela para su vestido de novia, por eso insistió en que su madre la acompañara: “Para que aunque seas veas la tela del vestido, mamá”. Pero Lidia no podía. Tenía una misión muy importante. En la tarde se marchó en el tren. Ninguna de sus dos hijas, ni ella misma, sabían que era aquella la despedida definitiva.

En La Habana una combatiente clandestina la invitó a almorzar en el Ten-Cent de la calle Monte. Lidia aceptó y dijo que tenía hambre vieja. Cuando llegaron se sentó en la silla giratoria, de donde sobresalía su cuerpo grueso, estiró las piernas y le dijo a la camarera: “Deme esa lista, señorita”. Y pidió una selección de los mejores platos.

Primero le trajeron la sopa, como es natural. Lidia comenzó a comer. Luego le preguntó a la camarera que cómo se llamaba aquella sopa: Sopa Juliana, dijo la camarera. ¡Ah, dijo Lidia, si yo tuviera ese pollo y todos los condimentos que le echaron a esta sopa la hacía igualita aunque se llamara Sopa Petronila!.

De pronto Lidia bajó la cuchara, dejó de comer y dijo: “Que egoísta soy. Mis muchachos de la Sierra con tanta hambre y yo comiendo todo esto tan sabroso... Que bueno sería si pudiera llevar el Ten-Cent a la Sierra, sobre todo los helados. A esos muchachos míos le encantan los helados...”. Y no comió ni una cucharada más.

Entre las misiones más arriesgadas que Lidia cumplía estaba subir o bajar revolucionarios de la Sierra. Al último que bajó fue a su hijo Efraín, que estaba enfermo de una bronquitis aguda. Lo llevó a Santiago y allí lo dejó en una casa de confianza. El muchacho supo de la muerte de su madre por la prensa.

La última misión de Lidia era ir a La Habana a llevar documentos y luego ir a Santa Clara, donde debía esperar al Che, que llegaría allí cuando hiciera la invasión.

Escribió el Che: “Ella conocía que me gustaban los cachorros de perro, por eso siempre estuvo prometiéndome que me traería uno desde La Habana, sin poder cumplir nunca con su promesa. Cuando llegué al Escambray encontré una carta de Lidia en la que me decía que me traía el cachorro prometido... Pero ni Lidia ni su inseparable Clodomira, mensajera de Fidel, pudieron volver de La Habana”. Un hombre las delató a ellas y a un grupo de combatientes que estaban en un apartamento en el reparto Juanelo de La Habana.

Para leer la historia completa sobre el momento de su apresamiento y lo poco que se supo de la muerte de Lidia Doce y sus acompañantes, haga clic aquí.

En el año 1959, Thelma, la hija mayor asistió a la inauguración de una tarja en el apartamento donde las apresaron. Una vecina se le acercó y le preguntó: “¿Tu eres la hija de aquella señora gruesa, que bajaron dándole golpes?. Ella les gritaba a los guardia que eran unos asesinos, que se atrevían con hombres indefensos pero que ninguno iba a la Sierra porque eran unos cobardes. Tu madre fue una mujer muy valiente”.

Con quienes más se ensañaron los soldados de la dictadura fue con Lidia y con Clodomira, las torturaron salvajemente, pero, ellas, que conocían a todos los combatientes clandestinos y los lugares donde se escondían, no dijeron ni una sola palabra. La prueba es que después que fueron hechas prisioneras ningún combatiente fue detenido.

Dicen que metieron sus cabezas dentro de sacos llenos de arena mojada y que las tiraron al mar. Sus cuerpos nunca aparecieron.




24 de septiembre de 2014

Los Chapman en Gibara

Con información de Enrique Doimeadios (Historiador del municipio Gibara).

 
En el enlace anterior puede oír al historiador de Gibara, Enrique Doimeadios contando la apasionante historia de los Chapman de Gibara

Es esta la historia de una de las más antiguas familias establecidas en Gibara: Los Chapman.

Cuando construye la batería para la defensa del puerto y funda Gibara, el Teniente Gobernador de Holguín don Francisco de Zayas consigue permiso para que se asienten en la comarca un grupo de ingleses que traerían el capital que se necesitaba. Entre los primeros en llegar está Samuel José Chapman, quien viajó a Gibara desde las Islas Bermudas en alguna fecha anterior y cercana a 1820.

Samuel José era casado con Maria Ana Payl. De los hijos que procrearon, sólo dos alcanzaron la mayoría de edad y tuvieron  descendencia, Ana Isabel y Samuel Chapman Payl. El resto de su descendencia fue diezmada por una epidemia de cólera que atacó la hacienda familiar llamada Columbia, cercana a Candelaria.

Ana Isabel Chapman Payl, hija de Samuell José y de su esposa, emparentó mediante lazos matrimoniales con la familia Cardet, establecida en Cantimplora. Ella y su esposo tuvieron tres hijas, las tres, según la legislación española, llevaron el apellido Cardet Chapman. 

Las tres Cardet Chapman contrajeron matrimonio con ciudadanos ingleses y fueron a vivir, una a Honolulu,  en las Islas Hawai, otra a Inglaterra y la tercera a Malabar en la lejana India, que en aquellos tiempos era colonia de la Gran Bretaña.

Samuel Chapman Payl por su parte contrajo matrimonio con Ana Bernardines, también súbdita inglesa que residía en las inmediaciones de Gibara. Como dato curioso puede destacarse que el hijo varón del acaudalado Samuel Chapman no aportó al matrimonio cosa alguna, mientras que su esposa hizo un aporte de quince mil pesos.

Con los quince mil que aportó su esposa y seguro con lo que posteriormente heredó de su padre, Samuel Chapman hijo, como mismo otras varias familias de origen anglosajón, adquirió propiedades en Candelaria, quizás porque eran las de esa hacienda las tierras más fértiles entre las cercanas a Gibara.

En la década de 1840 eran dueño de 700 pesos de posesión en terrenos de Columbia dentro de la hacienda de Candelaria, y también de 750 pesos de posesión en la propiedad que entonces se denominaba" San José" y que actualmente se conoce como “El Vapor”, situadas en la misma hacienda. Estas tierras se la compraron a otra acaudalada familia anglófona, los Driggs. 

Y además de la tierra, Samuel Chapman hijo poseía cierto número de esclavos que realizaban labores en sus propiedades. 

En el primer lustro de la década de 1850 Samuel Chapman Payl compró el ingenio Santa Maria a la familia Clark, poseyendo entonces, además de las tierras mencionadas, otras muchas en las haciendas de Candelaria y Arroyo Blanco, e incluso, en las lomas de Cupeycillos. Y a la vez era dueño de varias casas en Gibara.

De esos años se cuenta una curiosa anécdota: se dice que cierta noche Samuell Chapman Payl había salido de Gibara para Columbia y quiso detenerse durante un rato en el Ingenio Santa Maria. Allí una pareja de soldados españoles que hacía ronda, le dio la voz de alto. Se dice que el diálogo que se produjo fue así:
GUARDIA:      ¡Alto...quién vive?
SAMUELL:      Samuell Chapman Payl
GUARDIA:      Acérquese. ¿De dónde viene y para dónde va?
SAMUELL:      Vengo de mi casa, estoy en mi casa y voy para mi casa.
GUARDIA:      ¿Qué quiere usted  decir?, ¿Cómo se explica tal cosa?
SAMUELL:      Muy sencillo: vengo de mi casa de Gibara, estoy en mi casa de Santa María, y voy para mi casa de Columbia. Desde Gibara hasta Candelaria todo es mío.
Cierta o no, esta anécdota aún la repiten con alguna frecuencia los viejos campesinos de la zona.

En 1864 el ingenio Santa María tenía una dotación de 64 esclavos y producía más de 250 bocoyes de azúcar mascabado. (Cada bocoy equivalía a 1 200 libras, por lo que producción de una zafra del Santa María era de unas 300 000 libras de azúcar, además de la miel de purga que producía).

Además de todo lo dicho, los Chapman construyeron un muelle fluvial sobre el río Cacoyugüín para, en barcazas, embarcar el azúcar y las mieles del ingenio y llevarlas hasta el cercano puerto de Gibara. El tal dicho muelles estaba ubicado en la orilla sur del río, exactamente frente al lugar que hoy se conoce como Embarcadero y como parada deCupeycillos. Unos cien metros de la orilla norte del río los Chapman establecieron el cementerio de los esclavos del ingenio Santa María.

Samuel Chapman Payl formalizó testamento ante el notario con casa en Gibara, Carlos de Aguilera. A los únicos cuatro hijos que logró gozar dejó Chapman todos sus bienes, así quedó la repartición. A su hijo Samuel dejó un tercio de la fortuna que poseía. Este tercio incluía el Ingenio Santa Maria; a su hijo Guillermo Enrique legó un quinto de sus propiedades, tomadas estas de la hacienda Columbia; y a sus hijas Augusta Isabel y Maria Ana les dejó el resto de sus propiedades. Dice en el testamento de Samuel Chapman Payl que le dejaba las haciendas a sus varones para no desmembrarlas, y pidió que en caso de morir su cuerpo fuera enterrado en su hacienda de Columbia, junto a los restos de su difunta esposa Ana Bernardines, quien, siguiendo una antigua costumbre inglesa, fue sepultada en Columbia.

Pero después que hizo testamento demoró varios años en morir Samuel Chapman Payl, durante ese tiempo cuidó con esmero su hacienda de Columbia, que, por lo que se ve, era su preferida, quizás porque era el lugar de descanso de su esposa y de los tres hijos suyos que murieron jóvenes. En Columbia, donde después de tantas muertes, montó Samuel un pequeño ingenio, estaba su casona amplia y de dos pisos, el primero de ellos construido de mampostería y el segundo de maderas preciosas.

Recuerdan las viejas crónicas que la planta baja de este edificio era utilizada como almacén, dependencia de servicio y habitaciones para los esclavos domésticos, mientras que en la alta estaban las habitaciones de la familia del dueño y la sala de estar, donde Samuel recibía con frecuencia a distintos invitados.

Al comenzar la primera guerra de independencia de Cuba en 1868, Samuel Chapman Payl fortificó su hacienda, construyendo un tambor aspillerado adjunto a la pared frontal de la Casona y varios fortines en puntos elevados para proteger los campos circundantes. Sin embargo, antes que terminara la guerra Samuel Chapman Payl se marchó a Bermudas donde murió el 28 de agosto de 1883, para esta fecha también había fallecido su hijo Samuell Chapman Bernardines, quien fue sepultado en Columbia.

Estas desgracias anteriormente narradas y otras circunstancias familiares hicieron que la mayor parte de las propiedades gibareñas de los Chapman pasaran a manos de Guillermo Enrique Chapman Bernardines, el segundo y casi universal heredero de Samuel Chapman Payl.

Guillermo Enrique Chapman Bernardines nació en Candelaria, próximo al puerto de Gibara, el 15 de julio de 1833, y poco después fue bautizado en la iglesia parroquial de San Fulgencio, no obstante lo anterior, figuró siempre como súbdito inglés.

Fue este un personaje curioso. Sus dos primeros hijos los tuvo con Luisa Driggs, esclava de Samuell Driggs. Se cuenta que Luisa era una morena criolla de gran hermosura, mientras que Guillermo Enrique tenía 22 años de su edad. Al primero de los hijos le pusieron por nombre José Encarnación pero le llamaron todos, siempre, Yay.

Yay nació el 24 de julio de 1855 y fue bautizado en la Parroquia de San Fulgencio de Gibara. Posteriormente Guillermo Enrique y Luisa tuvieron una hija, a la que llamaron Cornelia de la Caridad, aunque siempre le dijeron Edilia.

Otra característica que singulariza a Guillermo Enrique es que sirvió frecuentemente como padrino de hijos de esclavos, tal como se prueba al revisar los protocolos de la notaría gibareña y los libros parroquiales, y como repiten incansablemente los ya nonagenarios descendientes mestizos de este Chapman Bernardines que ya es un mito de la comarca.

A la vez que se comportaba como celoso amante de la esclava madre de sus hijos, esclava que los dueños se negaron a comprarle hasta que Guillermo Enrique la robó para más tarde ponerle casa en Gibara y abandonarla, éste fue celoso guardián de los dos ingenios que quedaron en sus manos, luchando siempre por mantenerlos funcionando mientras le fue posible.



En 1883 una comisión de la Junta Directiva creada para la construcción del ferrocarril de Gibara y Holguín visitó a Guillermo Enrique en la casona del ingenio Santa María con el fin de que el terrateniente donara, gratis, una faja de sus terrenos para que se pusiera allí el camino de hierro por donde cruzaría el tren, faja, le dijeron, que solamente tenía que ser de veinte metros de ancho.

- Señor, -dijo Guillermo Enrique-, aunque yo prácticamente no haré uso del ferrocarril, porque tengo mi propio embarcadero y trenes de carretas; estoy dispuesto a ceder esa franja; pero con una condición.
- ¿Cuál es esa condición?, le preguntaron.
- Que en ningún momento las vías han de cruzar los bateyes de mis ingenios, podrán pasar cerca, sí, incluso, permitiré que atraviesen mis terrenos, pero no que crucen por los bateyes de los ingenios.
- Aceptado Mister Chapman, es usted el dueño y ese es su derecho.
- Gracias señor y ahora deseo expresarle que estoy dispuesto a adquirir mil pesos en acciones de la empresa ferroviaria, si ustedes no tienen inconveniente en ello.
- Por supuesto que no lo tendremos inconveniente alguno sino todo lo contrario, se lo agradecemos. Cuando usted lo desee puede pasar por nuestras oficinas para suscribir las acciones.

Pero no obstante el celo de Guillermo Enrique en proteger sus ingenios, aquellas pequeñas fábricas de azúcar no tenían futuro en la década de 1880. Para el Columbia y el Santa María, la desaparición de la esclavitud fue un golpe demoledor, aunque no definitivo y, luego, fue el inicio de la guerra independentista de 1895 que destruyó el Columbia, aquella propiedad que todos los Chapman habían cuidado con tanto esmero.

Después del fin agónico y lento del ingenio Columbia, su dueño se refugió en el pueblo de Gibara, era entonces un anciano que alegraba  sus días ayudando a Modesta Edilberta a dar los primeros pasos. (Esta fue su tercera y última hija, que le nació en 1894 de la relación consensual que mantenía con Socorro González, una elegante y joven mestiza).

Por cierto, ahora que llegamos al final, Modesta Chapman González fue muy conocida por los gibareños que rebasan la media centuria. Durante años ella se dedicó a préstamos hipotecarios y llegó a vivir hasta  la década de 1970.

A sus tres hijos mulatos legó el padre lo que quedaba de la fortuna de los Chapman y luego murió tranquila y muy silenciosamente en el año 1912. A petición de Guillermo Enrique, su cadáver fue inhumado, en la hacienda de Columbia, en una de las dos tumbas que aún pueden verse  a la entrada de aquella finca junto al camino que va desde Cantimplora hasta Velasco. Lamentablemente ambas tumbas han sido violentadas por buscadores de hipotéticos tesoros, que en sus sueños de obtener riquezas no han respetado la paz que merecen los sepulcros.

En 1932 Gerardo Castellanos  estuvo en Gibara y en sus campos aledaños obteniendo la información con que escribió el interesante y voluminoso libro “Hacia Gibara”. En él narra los pormenores de la visita que hizo a la hacienda Columbia. Del mulato José Encarnación, el hijo de Guillermo Enrique y su mujer esclava, dice Castellanos que para esa fecha, a pesar de tener una avanzada edad, gobernaba con aplomo la hacienda que le legaran sus antepasados ingleses, que había pasado a ser, fundamentalmente, una finca ganadera, y dice, un dejo de nostalgia, que entonces, la otrora fabulosa fortuna e los Chapman estaba en franca declinación.

De los Chapman quedan hoy en Gibara, la casona señorial del ingenio Santa Maria, los restos de la Casona de la Hacienda Columbia y sobre todo un apellido que llevan muchas personas. Apellido que tiene dos vertientes: una que es mayoritaria, constituida por los descendientes de los esclavos que sirvieron a la familia; y otra, de muy escasos miembros, compuesta por los descendientes de Guillermo Enrique. Y quedan, además, un sinnúmero de anécdotas curiosas que la tradición oral ha atesorado y un mundo que seguramente serán los arqueólogos quienes lo descubran cuando realicen un trabajo sistemático de búsqueda en los sitios del cementerio de los esclavos y del barracón del ingenio Santa Maria; este ultimo, el único de planta cuadrada de que hasta el momento se tienen noticias en nuestra provincia.

Joaquín Navarro y Palomares, un hombre de Antilla que cotidianamente se nos olvida



Por: Julio Labrada Enoa (Historiador del Municipio ANTILLA).


Durante los difíciles años que median entre una y otra guerra de independencia en Cuba nace en Baracoa, el 14 de noviembre de 1890, quien será fiel defensor de la fundación del pueblo de Antilla, a la vera de la bahía de Nipe: Joaquín Ramón Serapio Navarro Palomares. Un año después de venir al mundo lo inscribieron en los registros de San Juan de Mata, Moa, en el libro 3 del folio 24 y partida 402. Eran sus padres Joaquín Navarro Estrella, hombre honesto y laborioso que dedicó la mayor parte de su vida a obtener los mejores frutos de la tierra y la ilustre capitana mambisa Luz Palomares García.

Muy poco se conoce de los primeros años de vida de Joaquín Navarro y Palomares, pero se infiere que creció oyendo la historia de los libertadores de Cuba, entre ellos su madre. Y cuando ya es un joven estudia periodismo, presumiblemente en Santiago de Cuba. 

Su tiempo de estudiante coincide con la fundación del pueblo que por siglos todos habían querido fundar a las orillas frondosas de la bahía de Nipe. En las primeras páginas del libro sobre la historia de Antilla que años después escribió, dice Navarro Palomares: “Yo conocí ese pueblo cuando solo tenía cinco casas de block y cemento y algunas muy contadas de madera y zinc”[1]. O sea que más que libro de historia, el que escribió es un texto con las  memorias de un hermoso lugar que transitó de barrio de Holguín a principalísimo emporio económico gracias, entre muchos que hoy solo son ausentes y desconocidos personajes, a navarro y Palomares, amantísimo forastero de aquellas tierras costeñas con sus limpias y sobrecogedoras aguas en la enorme bahía nipeña. 



Era la Antilla que conoció y de la que dejó constancia por escrito, un lugar naciente adonde iban y regresaban unos  hombres hechos para el trabajo que levantaban edificaciones y abrían calles entre los pantanos, que  construían muelles y el puerto, la estación de ferrocarriles y otras obras de importancia para la vida de los habitantes del barrio.

Ya en 1915 Navarro y Palomares se asienta definitivamente en la avenida Cuba, frente a loma alta (actualmente frente al tanque del acueducto que abastece a Antilla). Y en ese mismo año, el 20 de mayo, saca a la luz el tercer órgano de publicidad que tuvo el pueblo, este con el nombre de “Letras Antillanas”. Las letras se editó en formato de revista durante los tres primeros meses, después, cuando en 1925 se convierte en periódico cambia de nombre. Era ahora “La Defensa”, su propietario que también lo era de los talleres Letras Antillanas, lo era Joaquín Navarro y Palomares. 

A la vez, y en medio de sus labores editoriales, nace en 1916 en Antilla “La Juventud Patriótica”, institución organizada para el progreso y civilización de la República y específicamente para el Término. “Juventud” se instala en la misma sede de los Veteranos de la Independencia, en la casa número 18 de la calle “Los Cocos”, hoy calle Calixto García. Fue el presidente de los Veteranos el coronel Armando de Feria Guerrero y el de la Juventud Patriótica el hijo de la capitana mambisa Luz Palomares, Joaquín Navarro y Palomares.

En marzo de 1917, Navarro y Palomares se casó en el batey del central Preston, en Mayarí, con Rosa Navarro Borges, joven de solo 21 años, pero que desde entonces era una mujer plena de virtudes e iniciativas y quien  acompaña al esposo en la realización de actividades a favor del progreso de Antilla. La labor de Rosa Navarro Borges destaca en la construcción de la iglesia católica del pueblo, y asimismo en su colaboración en el orden cultural con la Asociación Pro-Arte y Cultura anexa al Unión Club de aquella villa.

Los Navarro y Navarro fueron ocho, tres hembras y cinco varones, nombrados: Maximiliano Joaquín, Rositica, Alfredo, Arístides y Enrique (estos ya fallecidos), Adonis (que vive en Antilla) y Ligia y Alicia (que viven en los Estados Unidos).

Cuando se organiza la Asociación de Prensa en el barrio de Antilla esta queda compuesta por José Larralde, José Duharte, Nemesio Carcacés, y como Presidente, Joaquín Navarro y Palomares. Con el transcurso de los años Navarro y Palomares se convierte en el decano de los periodistas del territorio, teniendo un historial limpio y de civismo probado en defensa de los intereses de la localidad.

Desde que comenzó a tomar forma la idea de separar a Antilla de Holguín para que ya no fuera un barrio más, sino un municipio se administrase por si misma, Navarro y Palomares fue de los defensores del proyecto. Primero en la revista letras Antillanas y después en el periódico La Defensa desplegó una frondosa campaña en forma de  editoriales, arengas y otros trabajos en pro del municipio Antilla.

El domingo 15 de abril de 1923 quedó constituida definitivamente la Comisión Pro-Ayuntamiento la cual estuvo presidida por Antonio Lingoya Romani, como tesorero Manuel Guach y entre los vocales Joaquín Navarro y Palomares. De esta comisión se escogieron a varios integrantes, Navarro entre ellos, para que viajaran a La Habana a presentar y discutir el proyecto ante las máximas autoridades del país.

Y cuando en 21 de enero de 1925 Antilla fue aceptada como Municipio, Navarro y Palomares formó parte de la directiva con el cargo de secretario para la organización y la construcción del Paseo Estrada Palma, que actualmente se llama José Martí.

Paralelo a la fundación del municipio se constituyó el Distrito Escolar, Navarro y Palomares se integro la Junta de Educación ocupando la responsabilidad de Secretario por muchos años. 


Fiel colaborador como era del colegio privado Minerva, siempre respondió al llamado que se le hacía para organizar fiestas y homenajes en fechas conmemorativas de personalidades y acontecimientos patrióticos. Cuando el colegio Minerva cerró sus aulas Navarro prosiguió impulsando desde las columnas de sus periódicos la imperiosa necesidad de dotar al territorio de escuelas públicas y tal parece que su voz se escuchó, pues llegaron a Antilla jóvenes maestras que desarrollaron una fecunda labor en muy poco tiempo.

Navarro y Palomares fue fundador y formó parte de la Sociedad de Instrucción y Recreo Unión Club y en el año 1939 fue nombrado su Presidente. El Unión Club, junto a la  Agrupación Progresista de Arte y Cultura, y con la colaboraciones de los notables Juvenal Barocela, Julio Martínez y Francisco Plá organizaron la institución Grupo Literario y de Declamación, que participaba en veladas, charlas y otras actividades.

Asimismo Navarro fue fundador en el año 1935 del “Rotary Club de Antilla” y en 1941 formó parte de la directiva de esta corporación internacional ocupando la responsabilidad de Secretario. Igual fue parte de la Logia Masónica y sintió siempre hondamente la predica y sentimiento del apóstol José Martí.

Junto a Pascasio Díaz del Gallego, Navarro tuvo la excelente idea de investigar, escribir y después imprimir la que se titula: Historia de Nipe, Antilla, Oriente. El primer  volumen vio la luz en octubre de 1939 y el segundo en febrero de 1941. La obra, impresa en los talleres del periódico La Defensa, en papel satinado, cuenta con una hermosa portada de vivísimos colores donde se observan  vistas panorámicas de Antilla. El dibujo fue realizado por el pintor de origen ecuatoriano José Heredia Serrano. Interesantes detalles históricos encuentra el lector de la Historia de Nipe, entre ellos los relacionados con la  aparición de la imagen de la Virgen de la Caridad en la Bahía de Nipe y también pasajes de las guerras de independencia y, obviamente, del surgimiento del barrio Punta de Corojal y de su lucha por convertirse en municipio, igual en el texto aparecen datos sobre los barrios rurales del Término de Antilla, un gran número de fotografías de vecinos conocidos e ilustres, sus biografías, crónicas sobre hechos y acontecimientos acaecidos en el pueblo y sus lugares adyacentes, poemas de poetas locales y otros abundantes materiales que demuestran fehacientemente la pasión de su autor por el pueblo antillano.

Tras su jubilación del cargo de Secretario de la Junta de Educación, que por tantos años desempeñó con amor y acierto, Navarro y Palomares se fue a vivir a Santiago de Cuba, donde poco después enferma. Su muerte se produjo debido a una cirrosis hepática el 12 de noviembre de 1961, había cumplido 69 años de su edad. Posteriormente sus restos mortales fueron trasladados al cementerio del municipio Antilla.

La ilustre educadora antillana Ana Abril, que entonces había ido a vivir a otra localidad, escribió cuando tuvo en sus manos la Historia escrita por navarro y Palomares: “Gracias a su meritoria labor tengo hoy un libro donde refrescar la memoria, y por un fenómeno de autogestión, me parece percibir las sales marinas de las cuales está saturado aquel ambiente”.



[1] Navarro Palomares, Joaquín. Historia de Nipe, Antilla, Oriente, Volumen II octubre de 1941, página 94.

23 de septiembre de 2014

Legna, la reina del siglo



Con información tomada de Calixto González Betancourt.

Legna Verdecia nació en Manzanillo pero cuando tenía un año vino con su familia a residir a Holguín. Con trece años de su edad era una niña con una sonrisa pícara y tímida a la vez, y decimos esa porque es una edad en la que se tienen todas las metas del mundo.

Cuando Legna tenía 13 años llegó a su Secundaria Básica un grupo de técnicos con el fin de captar niñas, pero ella tenía dudas; es que nunca había pensado en el judo. Fue una amiga quien la convenció: “Nos anotamos y si no nos gusta no vamos más”. Ambas fueron al área especial del profesor Alberto Rodríguez. Después de la primera clase a la amiga no le gustó, pero Legna se quedó quieta, mirando lo que pasaba en el tatami. Y de pronto la niña, sin perder su tipo especial de sonrisa, fue escogida para competir en los Juegos Nacionales Escolares. Cuando volvió, era campeona y en la ciudad la seleccionaron la mejor deportista escolar del año 1987. Para entonces había cumplido 14 años.

Poco fue el tiempo que Legna Verdecia permaneció en la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar, (EIDE) Pedro Díaz Coello, en Holguín. Es que por sus resultados ganó el derecho de ir a una Escuela de Superación nacional (ESPA), pero también fue corto el tiempo allí: la llamaron a la Preselección Nacional.

En 1988 Legna Verdecia llegó al aeropuerto internacional de Caracas. Ningún periodista se fijó en aquella niña que acababa de cumplir 15 años, todavía sin celebrarlos, porque estaba en los entrenamientos para el Torneo Centroamericano. De Caracas la niña partió rumbo a Buenos Aires, y ahora sí hubo algún fotógrafo que intentó retratarla, porque la desconocida dejaba Venezuela con el título de subcampeona continental muy bien ganado.

En Buenos Aires, donde no tuvo tiempo de ir a uno de esos bares que se ven en las películas viejas  y donde invariablemente hay un tocador de bandoneón, Legna resultó campeona, y ya no era cosa de muchachos, porque  este torneo era el Panamericano para adultos. Los periódicos dijeron que acababa de nacer una nueva estrella del judo latinoamericano a pesar que la niña seguía teniendo 15 años.
Y parecía que 1988 se negaba a marcharse de la vida de Legna Verdecia que vivía, radiante: había ganado siete medallas, de ellas tres de oro, y entonces la seleccionaron entre los 10 deportistas más destacados de la provincia, y eso la emocionó pero ella soñaba con más, por eso, sin confesarlo, se dedicó a esperar el año siguiente.

1989 fue otro gran año para Legna Verdecia: seis medallas de oro y una de plata. Ya entonces era imbatible en Cuba, esto es, que no había una judoca mejor que ella, o por lo menos, que pudiera ganarle una pelea. Y entonces se realizó el Campeonato Mundial para mayores. Sus entrenadores la consultaron: ¿se atrevía?. Allí estarían las grandes del orbe y la todavía niña nada más llegaba a los 16 años.

En el aeropuerto de Belgrado la prensa corría detrás de las campeonas mundiales. Legna, arrinconada, mirando a las campeonas descubrió una envidia azul que le saltaba en el estómago... pero era muy difícil destronarlas, pero no imposible. Ella estaba dispuesta a pelear. 

Cuando finalizó el Campeonato Mundial la holguinera se ubicó en el quinto puesto del mundo, aunque pudo estar más cerca del primero pero los jueces fueron muy severos con la jovencita. Sus entrenadores le dijeron que jamás olvidara Belgadro, una ciudad a la que llegó siendo nadie y antes del regreso apareció en todos los diarios del mundo  retratada al lado de sus ídolos.

En enero de 1990 se celebró la Copa Liberación de Bulgaria. Legna fue a competir. Ella ha dicho que al ir llegando solamente pensaba que de Bulgaria había venido el nombre para el hotel Pernik. Terminó el campeonato con oro y la distinción de mejor competidora.

Y cuatro meses después, en abril vendría la gran oportunidad para la muchacha: La llevaron a Dijon, Francia, para lidiar en el campeonato Mundial Juvenil. 

El 2 de abril llegó el cable a Holguín y electrizó a todos, incluso, hubo quienes lo leyeron dos o tres veces por miedo a equivocarse, pero era firme lo que decía: la jovencita judoca holguinera de 17 años acababa de ganar la corona del mundo en los 48 kilos. (Aquella era la máxima proeza de una deportista holguinera en arenas internacionales).

En el apartamento del reparto “Alex Urquiola” donde viven los padres de Legna: Migdalia y Francisco, estaban desesperados por tantas emociones. Durante esos días en su casa solo se oía radio Reloj, por si decían otra noticia.

Es que Legna tendría que discutirle el oro a la polaca Rezena Strzakowska, con quien había perdido en tres ocasiones anteriores. La pelea comenzó muy reñida, pero Legna, obviamente que ella quería ganar, pero es que la polaca es una gran judoca. A eso súmesele que la holguinera nada más tenía 17 años y Rezena 25. Y de pronto Legna oyó cuando oyó que su entrenador Ronaldo Veitía, confiado, le gritó: “Arriba que eso es tuyo”, entonces  nada la detuvo hasta el ansiado título.

Cuando llegó a Holguín le entregaron el galardón que era suyo sin discusión, y que la convertía en la MEJOR DEPORTISTA DEL AÑO 1990 en la provincia.

1991: Se celebran los Juegos Panamericanos en Cuba. El judo compitió en la ciudad de Santiago. La madre de Legna  asistió a la pelea y estaba llorando como una niña desde que su hija salió al tatami. Legna ganó oro y le regaló la medalla a Migdalia, la madre. Migdalia, en reciprocidad, le preparó un plato repleto de la comida preferida de la hija, pero ella solo pudo comer unas pocas cucharadas porque dentro de dos meses tendría ir a Barcelona, al Campeonato Mundial de adultos donde la esperaban, por ser la campeona mundial juvenil.

Miles de veces la madre de la campeona le aconsejó a su hija de 17 años que se cuidara de un mal golpe cuando peleara con una de esas mujeres grandísimas que son campeonas del mundo en judo. En Barcelona, Legna se tituló tercera del orbe.

El balance de 1991 para Legna Verdecia cerró así: siete medallas de oro, dos de plata y una de bronce. Otra vez estuvo entre el grupo de deportistas del año en Holguín, donde la familia la esperaba, pero ella casi no pudo venir de visita porque el siguiente se celebrarían los Juegos Olímpicos de Barcelona y antes el torneo Panamericano en Canadá. Legna fue bronce y tercera del mundo en Canadá, lo que le abrió las puertas de Barcelona.

Barcelona es la ciudad más hermosa de España, lo ha sido desde hace siglos y ella casi no pudo mirarla porque la prensa no la dejaba un minuto. Pero Barcelona fue un fracaso para la judoca holguinera, Monserrat Caballé la venció cuando quiso cantar como ella y también perdió en su primer combate.
Silenciosa, incluso, hosca, regresó Legna de Barcelona, aunque asistió a todos los homenajes que se le hicieron a su amiga y coterránea Odalys Revé, que consiguió el máximo titulo del mundo: campeona olimpica en Barcelona 1992. (Ahora Odalys conseguía lo que antes Legna, ser la protagonista del más relevante hecho de una deportista holguinera en eventos internacionales).

“Más que amigas, nos llevamos como hermanas, dijo Odalys Revé: juntas entramos en el “Cerro Pelado”, (que es el centro de entrenamiento de las preselecciones nacionales). Legna ha dicho que entre ella y Odalys no hay secretos. Odalys ha dicho que Legna es muy comilona, que le gusta tanto el chocolate que se pasa con frecuencia de peso, y que eso discuten. Legna dice que Odalys generalmente exagera. 

Legna perdió en Barcelona por penalización ante la argentina Claudia Marini, quien perdió con su próxima rival. En ese momento, Odalys Revé no estaba cerca de Legna porque participaba en una conferencia de prensa. “A mi me tiraban fotografías y en eso alguien me pasa un papelito diciéndome aquello (contó Odalys Revé). Me puse a llorar y así salí en casi todas las fotografías”. 

Legna contó al periodista del periódico Ahora, Calixto González que “estaba ganando, solo quedaban 20 segundos de combate y cometí un error increíble, no cumplí la orientación de mi preparador, fue un error táctico casi al final del pleito, fallé en un intento de proyección, el árbitro me penalizó y mi contendiente se fue arriba”.
Entonces llegó 1993, que fue el año de estabilización de Legna después de perder en Barcelona. El Campeonato Nacional de su deporte se celebró en Holguín. Ella iba a pie de la casa a la competición. Durante el campeonato el principal entrenador del judo femenino, Ronaldo Veitía, hizo declaraciones que tranquilizaron a los seguidores de Legna: “Legna, si no ocurre un imprevisto debe llegar  las Olimpiadas de Atlanta, entonces ella tendrá 24 años.”

En 1993, la holguinera va al Mundial de Judo que se celebró en Canadá, una a una venció a sus cinco contrincantes que le presentaron, todas ganadoras de buenos lugares en Barcelona y regresó a Holguín con el título de nueva reina del orbe en los 52 kilogramos. Por cierto, una de aquellas cinco judocas a las que Legna venció en Canadá era  Almudena Muñoz, Campeona Olimpica de Barcelona y campeona del campeonato de Europa.

Antes Almudena Muñoz había vencido a Legna Verdecia en el mundial juvenil del 89 por decisión de los jueces, pero el  entrenador de la cubana no estuvo de acuerdo y protestó, sin embargo los organizadores no aceptaron la protesta.

Todos los cronistas deportivos coinciden al decir que a partir de 1993 comenzó la segunda época de Lenga verdecia. En ese año, con 21 años, fue declarada la mejor deportista cubana, (la primera holguinera que lo consigue). 

Antes de llegar a los Juegos Olimpicos de Atlanta-1996 Legna Verdecia consiguió Oro en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata-1995 y en ese mismo año bronce en el Campeonato del Mundo celebrado en Shiba, Japón.

Y finalmente otra oportunidad Olimpica. La holguinera de 24 años venció a las dos primeras competidoras que le obstruían el paso al medallero, pero al combatir con la tercera perdió, por lo que nada más tenía la oportunidad de obtener bronce si ganaba. Su contendiente sería la campeona Olimpica Almudena Muñoz... Legna venció, y aunque llegó a Cuba con medalla, ella quedó insatisfecha otra vez, más porque no habría otra olimpiada hasta que ella cumpliera 30 años de su edad.

Llega 1997, Legna participa en el Campeonato Mundial que se celebra en París. Retrocede al séptimo lugar. La judoca  piensa en retirarse, pero la convencen de que todavía está en forma, que lo de París había sido un traspié. Vuelve a entrenar. En 1998 asiste, no sin ser presa de superticiones, al Torneo Villa de París. (“París me da mala suerte”, decía). La última pelea para conseguir el oro debía tenerla con la francesa Marie Cloire Restoux, Campeona Olimpica en Atlanta y dos veces campeona mundial. Legna paseó la pelea, venció cómodamente.

En el 98 se celebran otra vez los Juegos Centroamericanos y del Caribe, esta vez en Maracaibo, Venezuela. La holguinera obtiene oro y se convierte en tricampeona de esas competiciones y otra vez aparece su nombre entre los 10 mejores deportistas cubanos del año. Le entregan la Orden al Mérito Deportivo. 

Y en el año 1999 vuelve a derrotar a la campeona Olímpica y se corona, otra vez, campeona de la Copa Villa de París. Igual ese año consigue ser tricampeona panamericana en Winnipeg, Canadá, a pesar de tener que discutirle el título a la argentina Carolina Mariani, una de las pocas judocas del mundo que ha logrado vencer a Legna Verdecia en más de una oportunidad.

Y como si no fuera suficiente, antes que concluya 1999, Legna consigue coronarse tricampeona del mundo en el certamen de Brimingham, Iglaterra.

Las fiestas del fin de ese año Legna está Holguín con su familia y hace declaraciones al periódico local Ahora. Dijo que no siempre la suerte la ha acompañado en los eventos cumbres, que todos los títulos que tenía le gustaban mucho, pero ella soñaba con ser Campeona Olímpica, y en dos ocasiones había fallado.

En el año 2000, en Sydney, Australia, se celebran los Vigésimo Séptimos Juegos Olímpicos. Legna Verdecia, de 30 años de edad, era la más emblemática de las deportistas holguineras que competirían y nuestra más grande esperanza. Ahora ella era la veterana de la escuadra femenina de judo y estos, bien que todos los sabíamos, serían sus últimos juegos Olímpicos. Sería ahora o nunca.

Cuando llegó a Sydney, dijo, cerró los ojos y se repitió mil veces aquello de que a la tercera...

Para muchos holguineros la noche y madrugada del domingo 17 de septiembre del año 2000 fue igual a otras muchas, pero no para Migdalia Rodríguez y Juan Francisco Verdecia. Mientras sus vecinos se fueron a dormir, allá, al otro lado del mundo, en Australia, su hija Legna iba a pelear por su sueño más grande. La televisión estaba trasmitiendo incansablemente. 

Legna sale al pleito inicial: Gana por Ippón a la española Mirén León. (El padre de Legna solo pudo ver esta pelea, porque a esa hora de la madrugada tenía que salir para la terminal Las Baleares, debía ir a Sagüa de Tánamo donde  su nieta Leonor estaba cumpliendo con la escuela al campo). El olor de la comida cocinada que llevaba a Leonor no impedía que el corazón del padre de la judoca latierra a un ritmo peligroso: la segunda contrincante de Legna sería la argentina que otras tantas veces le había ganado, pero esta vez fue Legna la vencedora, en el organigrama la holguinera tendría que ir contra la coreana Sun Hui Kye, quien era la campeona de Asia. Legna vence y asegura medalla de plata.

Ahora tiene el oro muy cerca, pero solo sería suyo si vence a la japonesa Noriko Narazaki, la mujer que le había ganado en la final del Mundial en 1999. Legna sale al tatami, la televisión la sigue en cada uno de sus combates. Se le ve tranquila y a su entrenador dándole instrucciones. Los jueces dan la orden de que comience el combate. En Cuba son las 6.25 de la mañana del lunes 18 de septiembre. Pasan los segundos, los minutos. La japonesa aventaja a la cubana por puntos. Legna busca a la rival, pero esta la rehúye, Veitía le grita que no se desespere. Entonces el árbitro penaliza a Noriko por pasividad, pero todavía la japonesa aventaja a la cubana.

En Cuba los relojes marcan las 6 y 28 de la mañana. Han transcurrido tres minutos. Solo falta un minuto y 45 segundos para que concluya la pelea. Entonces produce el desenlace. Legna Verdecia proyecta e inmoviliza a su difícil oponente. El árbitro decreta Ippón. 

La emoción casi rompe las paredes del apartamento del reparto Alex Urquiola, en Holguín, donde viven los padres de Legna. Migdalia y Juan Francisco deciden que no irán a trabajar ese día porque no paran de llegar personas que los felicitan por ser, como son, los padres de la Nueva Campeona Olímpica. Desde el INDER nacional los llaman, en la tarde llega el Primer Secretario del Partido.

Ya casi estaba amaneciendo al lunes 18 de septiembre de aquel año 2000 cuando el teléfono suena distinto. Migdalia responde y cuando sabe que es Legna que la llama desde Sydney, pierde el habla. Uno a otros se arrebatan el teléfono, todos quieren felicitarla. Al fin Migdalia puede hablar. Legna le dice que tiene el hombro muy adolorido, que sufrió un esguince en el primer combate. Migdalia comienza a llorar y Legna se ríe.

El padre de Legna no supo la noticia hasta casi 12 horas después, porque estaba en las altísimas montañas de Sagüa de Tánamo, visitando a su nieta Leonor. Cuando llegó a su casa lo esperaban en la televisión para una entrevista. Por esos inventos tecnológicos aparecieron en la pantalla padre e hija, él en Holguín, Legna en Sydney. Lo primero que Legna le dijo al padre en la entrevista fue: “Pipo, ¿te diste el trago...?”. Luego le preguntó cómo se había enterado. “Yo no pude ver las últimas peleas, le dijo el padre. Salí a las dos de la madrugada para Sagua de Tánamo donde está tu sobrina Leonor pasando la escuela al campo. Allá no hay ni radio ni televisión. Al mediodía, preocupado, comenté con otro padre que también había ido de visita. Él le había llevado un radio de pilas al hijo. Lo trajo. Sintonizamos Radio Rebelde, pero no decían nada. Lo pusimos en Radio Reloj y me enteré. Se lo dije a Leonor.  “Leonor tu tía es campeona olímpica”. Los muchachos del albergue se enteraron y se armó una conga por aquellas lomas.

Por esos días el periodista Calixto González Betancourt publicó en el periódico Ahora: “Legna, ya eres Campeona Olímpica. El destino no podía robarte este honor. Hubiera sido injusto con la mejor deportista holguinera de todos los tiempos”.



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