Por: César Hidalgo Torres
Larga y oscurísima fue la noche de la
que hoy no es posible saber la fecha, en la que en la cima del cerro Los
Portales, siete brujos del África huidos de un barco negrero que encalló en las
cercanías, crearon la nganga Palo Monte Oguakondile. Cuando terminaron ya era la
madrugada imperturbable y llena de sonidos profundos.
Uno de los sonidos era unos chillidos
raros que provenían, supusieron los siete brujos y supusieron bien, de los
muchos ojos redondos y grandes que los observaban. Eran lechuzas que le daban
de comer a sus pichones.
Siete días con sus noches llevaban los
siete brujos sin comer, por lo que el hambre los consumía. No hay nada que
ahora se pueda hacer, dijo la única mujer, como no sea esperar la llegada de la
luz del día.
Taita
Roque.
Y como nada es más frecuente que después
de la noche salga el sol, amaneció sobre el cerro de Los Portales. Entonces
Tanka Jururu que era el mayor de los siete hechiceros africanos dijo que él saldría a buscar comida porque él, dijo, es un
cagüeiro y por tanto hay seguridad de que nadie lo volvería a apresar.Conocedor
de todas las frutas y de todos los palos buenos que produce el monte, el
hechicero cimarrón salió y encontró icacos, callalla y piña de ratón en
abundancia. De yagua hizo un catauro y con él lleno fue hacia donde lo
esperaban los otros seis, una mujer entre ellos, MalukeTakalule.
Pero le aconteció que antes de llegar,
el hechicero escuchó un quejido y por eso se paró en seco. Más que oyendo el
negro olfateó el sonido. Sigiloso como un gato, llegó al lugar de donde salían
los quejidos. Era un hombre blanco que estaba recostado a una palma real y que
tenía una horrible herida. Con el hacha el hombre se había rajado el pie en dos
tapa y tenía la pierna negra como el carbón y tan hinchada que parecía que la
piel se iba a cuartear.
Aunque el dolor era mayor a lo que un
hombre puede soportar, el herido se asustó al ver la estampa de TankaJururu, tan
flaco que parecía la mismísima muerte…
Lo que intentó hacer el herido fue huir,
pero el dolor era el mayor que lo que alguien ha resistido alguna vez, por eso,
sin nada que perder, le pidió al negro que lo auxiliara, pero el cimarrón, en
lugar de acercarse, lo que hizo fue alejarse. Quiso el herido gritarle al
negro, para clamar compasión, pero no pudo hacerlo porque le vino un desmayo.
Y cuando el herido volvió en sí lo que
vio fue al negro que se sacaba un bocado de hierba babosa de su boca y que se
la introducía al herido en la boca de él. El herido tuvo tanto pánico que
volvió a desmayarse, (aunque después verán que el desmayo fue por la hierba que
el negro le puso en la boca).
Ni el mismísimo herido pudo decir qué
tiempo estuvo desmayado, ¿un minuto? ¿Dos horas? ¿Un año? Lo que después fue
que al volver en sí juró no tenía dolor alguno. Se miró la pierna y vio que la
tenía cubierta por hojas de árboles pero, ah, ¡milagro!, el color le había
retornado y ya no tenía hinchazón.
Hizo por levantarse el herido y allí
estaban dos muletas hechas de palos rústicos del monte. Y ni rastro del negro.
Era de noche cuando le herido llegó a su
casa. Al verlo su familia se volvió loca de alegría porque ya habían perdido la
esperanza de encontrarlo con vida después de tantos días buscándolo sin
encontrarlo.
El hombre herido contó lo sucedido.
Alguien le preguntó quién era ese negro que vivía en el monte. El herido no lo
sabía, pero, dijo: “para mí que es taita Roque”.
En verdad al hombre herido le salió el
nombre de taita Roque sin pensarlo, solamente por instinto. Y así fue como
Tanka Jururu se convirtió en Taita Roque para todos los criollos vecinos del
cerro Los Portales y también para otros negros cimarrones que vivían en los
palenques de otros territorios.Desde entonces y hasta hoy mismo, Taita Roque
fue una leyenda, como mismo lo fueron (y son), los negros solitarios que
vivieron en el palenque de los portales.
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