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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

25 de febrero de 2017

Lo que se sabía de el lugar donde apareció el cementerio de El Chorro de Maíta antes del descubrimiento



García Castañeda
Las primeras informaciones sobre el sitio provienen de notas circuladas por José A.García Castañeda, un coleccionista y aficionado a la arqueología radicado en la ciudad de Holguín. En esas se describen objetos del lugar depositados en la colección privada iniciada por su padre, conocida como Colección García Fería (Rouse 1942:103). No se dispone de un inventario de ellas, aunque en el Museo Provincial de Historia de Holguín se conservan dibujos de algunas, sobre todo, numerosos collares de cuentas de piedra y pendientes del mismo material y de concha, entre otros objetos.
A inicios de los años sesenta del siglo XX, García Castañeda donó a la Academia de Ciencias de Cuba 148 piezas del sitio, entre ellas 26 hachas petaloides.
En un artículo publicado en 1941 García Castañeda refiere el Cerro como uno de los principales sitios localizados en la zona de Yaguajay y Banes, en particular por la abundancia de hachas y cuentas de piedra (García Castañeda 1941:19). Ese mismo año Irving Rouse visita y explora el lugar y un año más tarde publica, en su obra Archaeology of the Maniabón Hills, un detallado reporte sobre su ubicación, estructura y materiales (Rouse 1942:103-107). En ese momento se le conocía entre coleccionistas y pobladores, como Yaguajay o El Cerro de Yaguajay. El área con material arqueológico se repartía en una serie de pequeñas parcelas pertenecientes a Francisco Cordovés, Jesús Díaz, Antonio González, Francisco González, Amado Infante, Félix Pérez, Candelaria Sánchez, y Josefa Vázquez. Entonces, como mismo ahora, el camino que va del poblado de Yaguajay al manantial de Chorro de Maíta cruzaba el sitio. Al lado Sur del camino la mayoría de las trazas de ocupación indígena estaban en el lote de Vázquez y al Norte en el de Cordovés. En ambos lotes se hallaban los únicos montículos conservados (Rouse 1942:103).
Obviamente que los coleccionistas de la región lo frecuentaban para adquirir piezas encontradas por los residentes. Las visitas de García Castañeda se iniciaron en 1927. Según Rouse, en 1941 aún no había sido trabajado por arqueólogos pese a que Carlos García Robiou, especialista de la Universidad de La Habana, había estado allí.
Los habitantes del lugar en ocasiones hacían excavaciones para obtener artefactos y venderlos a los coleccionistas. Debido a la alta demanda de objetos, algunos vecinos elaboraban falsificaciones.
Rouse consideró al ambiente del sitio como el mejor en todas las alturas de Maniabón, excepto por su relativo alejamiento del mar. Su ubicación en un punto elevado del cerro garantizaba la visibilidad hacia el mar y hacia otros sitios cercanos como Pan de Samá, El Boniato, El Ingenio, El Lindero, El Porvenir, Los Muertos I, Los Muertos II y Medina. Asimismo por la fertilidad de la tierra y la disponibilidad de agua potable en el manantial de Chorro de Maíta y por otros cuatro manantiales que había en la época de la visita del notable arqueólogo norteamericano.
Por la descripción de Rouse parece que  existían pocas casas aunque la tierra había sido arada con frecuencia, manteniéndose pocos montículos, de no más de un 1 m de alto. (Antes del trabajo agrícola estos montículos debían haber sido más altos y numerosos, en todos, dice Rouse, había huellas de excavaciones).
Rouse también observó concentraciones de ceniza y comenta que García Castañeda notó áreas de tierra quemada. En el extremo oeste, cerca del manantial, el suelo estaba cubierto de caracoles. Piezas de pedernal y fragmentos del tipo de roca usada para elaborar las cuentas eran comunes en varios lugares.
La mayor parte de las referencias consultadas por Rouse provenían de trabajos de García Castañeda. El holguinero dijo al norteamericano que cerca de la casa de Vázquez, a 10 m del camino, había aparecido un esqueleto en posición flexada y la cabeza inclinada, apoyada entre las costillas y los huesos de las piernas. En el área del hallazgo había caracoles de mar, huesos de jutía y pescado, pinzas de cangrejos y conchas de tortuga. No lejos estaba el lugar donde más cuentas de piedra se encontraban. Un cráneo deformado de la colección Pérez Grave de Peralta, visto por Rouse, tal vez correspondía a este esqueleto (Rouse 1942:104).
Asimismo en el sitio se habían obtenido vasijas completas y los hallazgos de fragmentos de cerámica eran frecuentes, muchos decorados o con asas de distintos tipos. También se habían colectado fragmentos de burenes, dos figuras de perro en barro, piezas de pedernal, martillos de piedra, hachas petaloides, morteros y manos de mortero de piedra, pesos de red, pendientes de piedra, una espátula de hueso y figuras en ese material. Además, gubias, colgantes simples y tallados de Oliva, idolillos, pendientes tabulares, discos, anillos y dentaduras de concha.
El lugar donde apareció el Cementerio de El Chorro de Maíta
Para Rouse (1942:106) era el Cerro, el sitio del área de Maniabón donde más objetos y cuentas de piedra aparecían, tratándose posiblemente de un lugar especializado en su elaboración.
Este mismo arqueólogo (Rouse. 1942:103, 135, 144) concluyó que esa era de una de las mayores locaciones arqueológicas del área de Maniabón y la más importante del noroeste de Banes; posiblemente, dijo, un espacio donde vivieron subtaínos dedicados a la agricultura.
Rouse, además, encontró piezas de cristal y fragmentos de cerámica española, pero como esas estaban cerca de una casa, las estimó modernas. No obstante dejó por escrito que un coleccionista de la zona le había asegurado que allí encontró una espada de hierro (Rouse 1942:106). Esa información llevó al norteamericano a considerar que los objetos europeos los habían conseguido los aborígenes por intercambio con los colonizadores y que el sitio había sido de habitación indígena solamente hasta tiempos históricos.

 
¿Dónde estaba Cubanacán?
Para Zayas y Alfonso (1931:290) fue este Yaguajay en Banes, y no el de igual nombre en Sancti Spíritus, al centro norte de Cuba, el lugar donde se hallaba la aldea indígena de similar nombre mencionada por los conquistadores en el siglo XVI, que quedaba, dijeron los conquistadores, cerca de una zona o provincia llamada Cubanacán.
Esa misma opinión fue apoyada por los investigadores Van der Gucht y Parajón, estudiosos del primer sitio por el que llegó Colón a Cuba. Esos dichos geógrafos aseguraron que fue Yaguajay, en el Cerro de igual nombre, el pueblo visitado por los dos emisarios de Colón durante su primer viaje. (Rouse 1942:34, 103).
Irving Rouse (1942:106, 155-157), al tomar en cuenta la abundancia de sitios arqueológicos a su alrededor y su preeminencia en cuanto a posición, tamaño y riqueza en objetos arqueológicos, valora el lugar  como una aldea de gran población y acepta su identificación como cabecera del referido cacicazgo (Cubanacán), que abarcaría la zona de Yaguajay.
En los años siguientes se realizan nuevas exploraciones al lugar, aunque no hay datos sobre excavaciones. Entre ellas las hechas en 1943 y 1949 por el Grupo Guama, asociación cubana dedicada a los estudios arqueológicos. En esa ocasión obtienen cerámica europea y material indígena (Morales Patiño y Pérez de Acevedo 1945:8). Este último se halla depositado en los fondos del Instituto Cubano de Antropología, CITMA, La Habana, donde además se encuentran otros objetos colectados en el mismo lugar por la Sociedad Espeleológica de Cuba y el Grupo Samá, de aficionados a la Arqueología.
Orencio Miguel, otro importante coleccionista privado de Banes, exploró el Cerro y en él obtuvo piezas, hoy conservadas en el Museo Baní (Guarch Delmonte et al. 1987).
Material del sitio también fue adquirido por la colección privada Romero Emperador.
Entre la década del sesenta y el setenta del siglo XX, arqueólogos de la Academia de Ciencias de Cuba, involucrados en investigaciones en Banes, visitaron la locación (Castellanos y Pino 1978; Valcárcel Rojas 2002:34).

Yaguajay Yucayeque Turey, El Chorro de Maíta, en las inmediaciones de la Playa Guardalavaca, en Holguín, Cuba, el lugar donde se produjo uno de los descubrimientos arqueológicos más sorprendentes de las Antillas



El sitio arqueológico El Chorro de Maíta se ubica en la ladera este del Cerro de Yaguajay, a una altura de 160 metros sobre el nivel del mar y a 4.7 kilómetros de la costa en línea recta, en territorio del antiguo barrio Yaguajay, hoy parte del barrio Chorro de Maíta en el Consejo Territorial Yaguajay, del municipio Banes, provincia Holguín.
Actualmente el lugar está cortado en dirección este-oeste por un camino iniciado en la carretera Banes-Guardalavaca, el cual asciende por la ladera del cerro hasta el manantial de Chorro de Maíta y continua hacia la cima de la elevación.
Poblado y uso actual de los espacios en el sitio El Chorro de Maíta y áreas próximas.
En el sitio predominan los suelos calizos pardos sobre una base de caliche que aflora en los puntos más erosionados. En las zonas altas, donde comienza el ascenso a la cima del cerro, aparecen testigos kársticos y son comunes los suelos calizos rojos.
La locación sufre una alteración intensa al hallarse bajo las casas y campos de cultivo del poblado de Chorro de Maíta.
Campo de cultivo y casa en áreas del sitio arqueológico El Chorro de Maíta.
La formación del actual asentamiento, según el criterio de algunos vecinos, comenzó a finales del siglo XIX. En el año 2008 tenía una población estimada en 459 habitantes. La población actual vive de la agricultura o trabaja en servicios al turismo en las cercanas playas  Guardalavaca y Esmeralda.
El poblado creció a raíz de la construcción en 1990 de un museo directamente sobre el cementerio, y del mejoramiento del vial de acceso y de otros servicios comunitarios básicos. Unos años después, también sobre áreas arqueológicas, se levantó una instalación turística que consiste en la reproducción de una aldea indígena.
Recreación de aldea indígena en áreas del sitio arqueológico El Chorro de Maíta.
Aún cuando en 1942 Irving Rouse reportó excavaciones y venta de piezas obtenidas en el lugar durante la primera mitad del siglo XX, la principal afectación a los contextos arqueológicos de hoy la originan la actividad agrícola y la construcción de las casas de los vecinos; a pesar de que el personal del museo vela por la integridad del lugar y promueve una actitud de respeto hacia el patrimonio de la zona.
Caracteres ambientales actuales
La zona de Yaguajay forma parte del Grupo Orográfico Maniabón (Núñez Jiménez 1972) y está constituida por un grupo de elevaciones y una extensa llanura costera, en un territorio enmarcado por las bahías de Samá y Naranjo y proyectado hacia el océano Atlántico. La elevación más destacada es el Cerro de Yaguajay, con 262 m sobre el nivel del mar en su punto más alto. A su alrededor, en especial hacia la vertiente este y sureste, se alzan pequeños cerros calizos a manera de mesas y testigos calcáreos, producidos por procesos erosivo-disolutivos acaecidos en la región (Panos 1988).

Elementos geográficos más destacados de la zona de Yaguajay.
Al norte del cerro se extiende una llanura costera kárstica con varios niveles de terrazas. La costa está formada en casi su totalidad por la terraza de “seboruco”, el primer nivel de terraza emergido (Guarch Rodríguez 2010). Se trata de una costa con grandes campos de lapiés, muchas veces acantilada, principalmente del centro hacia el este. Se considera de tipo aterrazada y de estructura compleja, formada por procesos endógenos y exógenos subaéreos (Instituto de Geografía de la Academia de Ciencias de Cuba [IGACC] 1989). Toda la línea del litoral se mantiene bastante recta, con una orientación de este a oeste, aunque en su zona central penetra hacia el océano Atlántico formando Punta Cayuelos o Cañete. Reporta varias playas destacándose Guardalavaca, situada al oeste de Punta Cayuelos, con una franja de arena de unos 4 km de largo y de fondo bajo, limitada al norte por una gran barrera de arrecifes situada a casi 1 km de la costa. Así igual presenta varios esteros asociados de modo particular a las bahías de Naranjo y Samá.
En el área abundan los accidentes kársticos, principalmente pequeñas dolinas, campos de lapiés y cavernas de tamaño reducido. Las cuevas se originaron por la acción disolutiva del nivel superior de las aguas subterráneas (acuífero). En la actualidad el acuífero se halla a pocos metros de la superficie pero la mayor parte de los conductos se encuentran secos o inactivos desde el punto de vista hidrológico, debido a los cambios en el nivel de las aguas durante el cuaternario. Las cuevas se corresponden en altitud con los distintos niveles de terrazas existentes. Son de pequeño tamaño, no sobrepasan los 100 m de desarrollo, y la comunicación con el exterior se efectúa a través de pequeñas dolinas de disolución y desplome, de poco desarrollo vertical (Guarch Rodríguez 2010).
En los extremos este y oeste de la zona de Yaguajay están las bahías de Samá y Naranjo. La de Naranjo muestra una estructura de bolsa de 4.1 km² y se comunica con el océano por medio de un estrecho y profundo canal de 2,9 km de largo; 3,1 km de ancho y 21 m de profundidad máxima. (Bacallao. 2009:204). Toda la parte Oeste de la bahía está formada por elevaciones que en algunos casos llegan hasta el mar, destacándose entre ellas la Loma del Convento, con 90 m de altitud. La parte Este del canal posee esas mismas características pero al abrirse la bahía, en su porción interior, la costa se transforma en una extensa ciénaga costera. En medio de la bahía sobresalen varios cayos o islotes de pequeño tamaño; el mayor tiene 650 m de largo.
Por su parte la Bahía de Samá tiene una configuración larga y estrecha, alcanzando 2 700 m de largo por 960 m en su porción más ancha, con un canal de entrada de unos 1 500 m de largo; su profundidad máxima es de 5.2 m (Bacallao. 2009:254). Toda la porción anterior y media de la bahía está compuesta por terrenos altos de fuerte inclinación. En el interior de la bahía, en la parte Sureste, abundan los terrenos bajos y cenagosos por donde corre el Río Samá. En el fondo su fondo y dividiendo la ciénaga en dos partes, se alza una especie de península montañosa la cual llega a tener alturas sobre el nivel del mar de 68 m (Guarch Rodríguez 2010).
Morfológicamente el Cerro de Yaguajay es un macizo en forma de meseta de alrededor de 4 km de diámetro, localizada en la parte centro Sur de la zona de Yaguajay, entre 1.5 y 3 km de la costa. Las laderas Oeste, Sur y parte de la Norte del Cerro son altos farallones  de piedras muy verticales, donde hay numerosas cuevas y solapas. Los bordes restantes son laderas con descenso suave hasta los valles y llanuras circundantes.

Vista de la ladera oeste del Cerro de Yaguajay. Presencia de abrigos rocosos y restos de bosques.
Vista de la ladera este del Cerro de Yaguajay. En lo alto y al fondo, el museo de El Chorro de Maíta y la recreación de aldea indígena.
Hidrografía
Hay pocas corrientes fluviales, en tanto el carácter kárstico de la región facilita la infiltración de un gran volumen hídrico. Al Oeste el Río Naranjo, de corriente permanente, desemboca al Sur de la Bahía de Naranjo, conocido también como “Río de Oro” debido a los arrastres auríferos que transporta (Guarch Rodríguez 2010). Tiene sus cabezadas a varios kilómetros al sur, cerca de las localidades de Arroyón, Cayo Verde y La Sierra.
En la parte central del área hay arroyos intermitentes de pequeño tamaño, sólo activos en épocas de las lluvias.
En el extremo Este sobresale el Río Samá, de corriente permanente y desembocadura al Sur de la bahía de igual nombre; éste nace cerca de las localidades de Retrete Abajo y Las Lajas, aunque parte de la cuenca se origina en la ladera Este del Cerro de Yaguajay.
Vegetación
En la zona hay un mosaico de formaciones vegetales: en la costa viven los complejos de vegetación de costa arenosa y rocosa: cuabilla de costa (Rachicallis americana), guao (Camocladia dentata), boniato de costa (Ipomea prescapae), tunas (Opuntia dillenii); y los bosques de mangles.
Hacia el interior se encuentran los matorrales xeromorfos costeros (manigua costera) y xeromorfo espinoso sobre serpentinitas (cuabal) y, más alejado de la costa, los restos de un antiguo bosque semidecíduo donde crecen jagüeyes (Picus membranacea), yagrumas (Cecropia peltata), almácigos (Bursera simaruba), etc.
El área ha sido muy alterada por la actividad agrícola, con campos de caña de azúcar y cultivos menores; también por los varios asentamientos poblacionales e instalaciones turísticas cerca de la costa. A consecuencia de esto y de los desmontes existen grandes extensiones donde ha crecido vegetación secundaria compuesta principalmente por marabú (Dichrostachys glomerata), aroma (Cailliea glomerata), y palo bronco (Malpighia cnide).
En las zonas cenagosas de las bahías de Naranjo y Samá crecen los mangles rojos (Rhyzoophora mangle), prieto (Avicennia nitida) y patabán (Laguncularia racemosa) (Guarch Rodríguez y Sigarreta 2011).
En algunas de las alturas pequeñas al Este del Cerro de Yaguajay, se reporta vegetación de mogotes.
Fauna
En las bahías existe una diversa fauna marina y en sus depósitos turbosos abundan crustáceos como el cangrejo azul (Cardisoma guanhumi) y el cangrejo rojo (Geocarcinus ruricola), al igual que moluscos como los ostiones (Crasostrea rysophorae) y bayas (Isognomun alatus).
En la llanura costera y también en espacios interiores, se hallan diversas especies de anfibios (ranas), una gran cantidad de reptiles, en su mayoría especies de Anolis, y más de 100 especies de aves (Fernández Velázquez 2009). Hay un fuerte endemismo entre los moluscos terrestres, apareciendo algunas de las especies notables de moluscos cubanos como los helicínidos, entre ellos Helicina reeveana, una especie endémica de la zona costera de la provincia Holguín (Banes-Gibara). Las especies del género Zachrysia están consideras como notables por su talla (Vales et al. 1998).
Entre la fauna del entorno destacan por su coloración, las especies del género Polymita; existen además poblaciones de Polymita muscarum pero con valores de baja densidad. Los mamíferos son en su mayoría del orden Chiroptera; entre ellos, como especie notable, está Phyllonycteris poeyi, una especie polinivora de gran importancia en las cuevas calientes (Vales et al. 1998). Aparecen, pero de modo muy escaso, jutías (Capromys pilorides) un endémico cubano.
Clima
Según Méndez Fernández (1998) el clima de la región es cálido y seco, con una elevada temperatura media de 26.5 ºC. La humedad relativa es alta todo el año lo que combinado con el predominio de altas temperaturas determina un calor sofocante, solamente atenuado en algunos lugares, en especial en las zonas altas, por la acción de los vientos que son muy estables y soplan casi siempre desde el Este.
Las precipitaciones, con un promedio anual de 1 207 mm; no son elevadas pero sí muy uniformes durante todo el año, con acumulados mensuales por encima de los 60 mm, excepto en febrero y julio.
Los fenómenos meteorológicos peligrosos tienen una baja influencia y su magnitud es reducida. Es baja la afectación por frentes fríos, a la zona solo llega la mitad de los que actúan sobre la Isla, presentándose débiles e incluso disipados.
Las Tormentas Locales Severas son poco frecuentes debido a la cercanía de la costa y a la interposición de alturas situadas en el borde del litoral Suroriental. La afectación de los ciclones tropicales también es mínima.

Donde se demuestra que la historiografía cubana está equivocada al creer que los colonizadores españoles no se interesaron en la actual costa holguinera



Como dice la tradicional historiografía cubana, ¿no se interesaron los colonizadores españoles en la zona de Cuba donde mayor cantidad de aborígenes vivían a su llegada? Sí se interesaron y seguidamente se pasa a probar esa afirmación.

 


El arqueólogo Dr. Roberto Valcárcel, revisitando las fuentes históricas tempranas, leyó un texto nombrado “Espejo de Navegantes” redactado por Alonso de Chávez a partir de información obtenida entre 1520 y 1530. Es “El Espejo” una recopilación de cartas de navegación en la que se relacionan puertos y accidentes geográficos para que los marinos la utilicen como guía durante el tráfico a lo largo del litoral cubano. 



La mayor cantidad de puertos de los que habla esa recopilación están ubicados entre los actuales Manatí y Punta de Mula, antes Punta de Cubanacán. Eso hace creer que llegaban comúnmente los barcos españoles a las tierras de Banes, si no para qué saber de ellos.
Por el mismo texto se sabe que los capitanes que llegaban a la zona eran importantes viajeros de la época que dieron su nombre a los dichos puertos y bahías. Así estuvo allí el Puerto de Duero, de Boyuncar, de Hernando Alonso, de Narváez, del Padre y de Cubanacán, lo que significa que en esas norteorientales costas eran común la presencia de Andrés de Duero, Pánfilo de Narváez, Hernando Alonso y otros de semejante relevancia.
Que tales personajes fueran y vinieran hasta allí hace creer que esos tuvieron intereses en el lugar y, posiblemente, en tierras interiores donde, para tan temprana fecha, parece, ya había fuerte actividad económica.
Incluso “Espejo de Navegantes” indica que Bocas de Baní era una entrada situada a dos leguas al este-sudeste de Punta de Cubanacán, donde, dice, tenía sus indios y propiedades Gonzalo de Guzmán, quien fue el segundo Gobernador español que tuvo Cuba.
Si tan alto personaje de la conquista tuvo propiedades e indios en el lugar, entonces es coherente pensar que también otros de igual relevancia también tuvieron posesiones en pueblos aborígenes cercanos a Baní, (que es como los españoles conocían a Banes), entre ellos El Chorro de Maíta, lugar ese donde se encontró  el más completo cementerio de las Antillas en el que hay restos de indios y de algunos europeos.
¿Ese cementerio es signo de que la zona era de interés especial para los conquistadores? Probablemente. En la parte noroeste del Cerro de Yaguajay, que es donde está emplazado el dicho cementerio, se han encontrado pepitas de oro, entre ellas una considerada entre las más grandes de la Isla. Incluso, aún hoy los vecinos practican la explotación de oro aluvial a escala artesanal, preferentemente en una zona conocida como Río de Oro.
¿Todos los aborígenes de la zona fueron obligados a trabajar buscando el preciado metal que los españoles ambicionaban y murieron después y los enterraron en el cementerio de Chorro de Maíta? No es de creer porque los depósitos auríferos de más importancia están en Aguas Claras y Guajabales, a unos 45 kilómetros al oeste de El Chorro, por lo que no es extraño que tal como fue costumbre de los conquistadores, los indios de Banes fueran obligados a trasladarse a los lugares donde estaban los yacimientos más ricos. Por datos antiguos se sabe que Manuel de Rojas enviaba sus indios de la provincia de Baní a las minas de Puerto Príncipe (Camaguey), pero dejó de hacerlo en 1526 porque no quería moverlos tan lejos dadas las afectaciones causadas por tales traslados.
Probablemente lo que ocurrió fue que al agotarse las minas de Baní  sus aborígenes fueron llevados a otros lugares, de lo contrario debían aparecer mayor cantidad de restos humanos en esa zona de tan alta concentración demográfica.
Y por otro lado, si el oro era tan poco, ¿qué iban a buscar a las bahías y puertos de la zona los conocidos capitanes que según “Espejo de Navegantes” llegaban tan a menudo? Que iban a cazar indios parece que es la respuesta más lógica. Pero la arqueología sugiere otra respuesta.
El temprano trabajo minero obligaba a la apertura de estancias proveedoras de alimentos que pudieron estar ubicadas en la zona próxima al litoral. Esa probable causa es la que lleva a los historiadores a creer que los puertos descrito en el “Espejo…” se usaban para entrada y salida de bienes, productos y personas.
Un elemento que reafirma la anterior hipótesis es el hallazgo de restos de muy antiguas Jarras de Aceite en Río Naranjo, una locación ubicada en la desembocadura de un río que se abre a la bahía de igual nombre. Bahía de Naranjo se cree que era la que en fecha temprana de la colonización se conocía como puerto de Narváez. Curiosamente los arqueólogos que exploraron el yacimiento solamente encontraron cerámica europea y ningún vestigio aborigen, lo que reafirma la creencia que fue aquel un punto de embarque vinculado al tráfico colonial temprano.
Por demás Naranjo se halla a sólo dos kilómetros de la zona aurífera de Cuatro Palmas e igualmente cercano al sitio El Porvenir.
En ese último lugar los arqueólogos encontraron herraduras para caballos y ese es un dato trascendente. Al inicio de la conquista los caballos eran muy escasos y costosos, tanto que Hernán Cortés cuando fue a conquistar México solo pudo llevarse dieciséis bestias, que es una cantidad considerada grande entonces. Pero, al parecer, el número de caballos creció de forma rápida a partir de la crianza local convirtiéndose en un importante rubro económico. Se prueba lo anterior con el siguiente dato: Dos décadas después de la salida de Cortés, Hernando de Soto se llevó a La Florida, 237 animales.
De todas formas, aunque aumentó la cantidad de caballos nacidos en Cuba, aquellos costaban una fortuna; por ejemplo se sabe que en 1579 por uno de esos animales había que pagar casi lo mismo que por una hacienda. Así que no es de extrañar que la crianza de caballos fue una ocupación valiosa a la que se dedicaron muchos de los primeros colonos asentados en la comarca. Herraduras de caballos han aparecido también en los sitios arqueológicos El Yayal y Alcalá, lugares esos cercanos al lugar donde luego surgió la ciudad de Holguín. Incluso, en Alcalá se halló una osamenta completa.
En El Porvenir también es notable la enorme cantidad de huesos de cerdo que se encontraron y se sabe que como mismo los caballos, los cerdos fueron introducidos por los conquistadores. ¿Era esa una estancia propiedad de hispanos donde vivían los colonos o sus administradores o mayordomos, dedicados a la explotación agrícola o agrícola-ganadera, y a la cría de cerdos? ¿Quiénes eran los obreros de la finca que estaba en El Porvenir, aborígenes solamente o junto a ellos había esclavos africanos y también mestizos? En el cementerio de Chorro de Maíta aparecieron restos de africanos. Y no es especulación la presencia de negros africanos en fecha tan temprana. El Dr. Roberto Valcárcel pudo consultar en el Archivo General de Indias un documento de 1537 en el que se registran estancias de la jurisdicción de la villa de Santiago de Cuba en las que trabajaban 138 indios y 193 esclavos africanos.
Queda demostrado que los conquistadores y luego colonizadores sí se interesaron y asentaron en tierras de Banes. Pero si hacen falta otras pruebas, esas las anotamos seguidamente.
En toda la extensa área de Yaguajay los aborígenes enterraban a sus muertos desde épocas inmemoriales en las cuevas vecinas. Sin embargo en El Chorro de Maíta, El Porvenir se encontraron entierros fuera de las cuevas formando cementerios, y se sabe que no hacían cementerios los aborígenes de las Antillas, o por lo menos, con excepción de los encontrados en esos dos lugares mencionados, no han aparecido otros en toda el área. Por demás solamente en esos dos lugares y también en Río Naranjo es donde se han encontrado objetos hispanos alrededor de los cadáveres.
Por lo anterior es que se cree que los tales cementerios fueron creados por influencia europea. 


Izquierda, entierro con ofrendas de cerámica encontrado en el cementerio de El Porvenir, Yaguajay. Derecha, vasija de cerámica hispana obtenida en el mismo sitio. Ambas imágenes fueron tomadas de Orencio Miguel (1949).

ISegún el arqueólogo de la Universidad de Yale, en los Estados Unidos, Irving Rouse, que hizo una visita a la zona y que en 1942 escribió un libro dando aviso de lo que vio y supo, el cementerio de El Porvenir se encontró a 2,5 km al sur de la costa y a 1,5 km al oeste de la Bahía de Samá, en la cima de una elevación no muy pronunciada. Consistía aquel en pequeños y grandes montículos, algunos de hasta dos metros de alto, dispuestos sobre la meseta en que culmina la loma (Rouse 1942:96). El cementerio de El Porvenir está a 3,3 km del cementerio de El Chorro de Maíta, descubierto mucho después y del que Rouse nunca tuvo noticias, aunque sí informaciones que le dieron algunos campesinos sobre restos que aparecían cuando ellos surcaban la tierra.
El cementerio de El Porvenir fue excavado en numerosas ocasiones, pero solamente aparecieron restos humanos durante los trabajos que dirigiera, en 1945, el coleccionista Orencio Miguel Alonso. En un  artículo que escribió Orencio Miguel en 1949 habla que inhumó osamentas de cinco individuos y asimismo otros residuales domésticos, entre estos últimos cerámica indígena y restos óseos de aves, mamíferos y peces. En algunos, también dice, encontró capas de ceniza compactada, elemento ese, que junto a los resto de fauna, indica que los entierros se hicieron en lugares donde antes hubo antiguos fogones y basurales.
Por esa misma información escrita y por las fotografías que la acompañaba, parece que todos los entierros eran primarios, o sea, que se trataba de individuos acabados de fallecer y no como en otros casos, en que eran restos desenterrados y vueltos a enterrar en un nuevo sitio. En los huesos tampoco no se observaban alteraciones como resultado de hacinamiento funerario.
Esos dichos esqueletos se ven en las fotografías boca arriba y con las piernas flexadas. El  antropólogo físico César Rodríguez Arce, después de mirar las fotos, consideró que los individuos parecen ser adultos, aunque los desenterradores no emitieron ningún dictamen al respecto y tampoco sobre el sexo u otros caracteres.
Tres de los esqueletos eran acompañados de ofrendas constituidas por vasijas de cerámica. Uno de ellos tiene alrededor piezas de diversas formas y tamaños, lo cual ha sido interpretado como indicio de la diversidad de alimentos ofrecidos y también como posible indicador de alto estatus (Valcárcel Rojas. 2003). Si se observa la fotografía anteriormente insertada en La Aldea se puede tener idea de las grandes dimensiones que debió tener la tumba; eso refuerza la idea de que en vida el difunto debió ser un personaje importante.
En dos de los entierros encontrados en El Porvenir se encontraron materiales hispanos, lo que demuestra que los difuntos fueron enterrados con la presencia de los conquistadores. Esos dichos materiales eran: punta de lanza de metal, cascabel, herraduras de caballos, dos hojas de tijeras, una lámina de bronce, un hacha de hierro, un bocado de freno para caballo, y cerámica diversa, incluida una vasija en forma de jarra con vidriado, propia de la cerámica europea de tiempos de la conquista (Orencio Miguel 1949)

Otros trabajos arqueológicos hechos en 1973 en el mismo lugar hallaron fragmentos de herraduras de caballos, puntas de espadas, clavos forjados a mano y cerámica vidriada. También huesos de cerdo (animal este introducido por los conquistadores), algunos con huellas de corte con instrumentos metálicos y otros muy fragmentados, posiblemente debido a que fueron masticados para consumir la medula.
Castellanos y Pino, que estuvieron a cargo de ese estudio publicaron un resumen en 1978 en el que hacen ver la poca cantidad de huesos de jutías e iguanas que encontraron en el lugar, animales estos tan usuales en sitios aborígenes. Precisamente esa poca cantidad de huesos de iguana y jutías es prueba de que los aborígenes sufrieron un cambio de dieta después que comenzaron a relacionarse con los europeos.
Igual en El Porvenir apareció una pata de metate, objeto ese que demuestra que fueron introducidos en la zona aborígenes procedentes de mesoamérica.
Muy cerca de El Porvenir apareció otro sitio de habitación, Los Carboneros. Y próximo a ese “pueblo” aparecieron varias cuevas funerarias, lo que prueba que los aborígenes de la zona, sin la influencia europea, no hacían cementerios.
Otras pruebas de la presencia europea conviviendo con los aborígenes de la zona de Yaguajay aparecieron antes que el cementerio de Chorro de Maíta, en Río Naranjo, un sitio arqueológico ubicado en torno a la bahía de igual nombre. En este lugar se encontró abundantes Jarras de Aceite muy semejantes a las que se fabricaban en Europa en tiempos de la conquista.
Por su parte en la zona de Banes, a 15 y 20 km al oeste de El Chorro de Maíta, se encontraron otros varios sitios indígenas con material hispano: Varela III, Cuadro de los Indios, Loma de Baní, Potrero de El Mango y Esterito (Valcárcel Rojas 1997), aunque todos esos con menos evidencias europeas que El Porvenir. Diferente fue en sitios localizados más al sur: Barajagua, a 55 km de El Chorro de Maíta, Alcalá, a 34 km, y El Pesquero y El Yayal, próximos al lugar donde se levantó al ciudad de Holguín, a unos 50 km


Algunos de los principales sitios indígenas con material europeo encontrados en territorio de la actual provincia de Holguín. 1, Río Naranjo, 2, Cuadro de los Indios, 3, Potrero de El Mango, 4, Varela III, 5, Loma de Baní, 6, Esterito, 7, Barajagua, 8, Alcalá, 9, El Yayal, 10, El Pesquero.

En todos esos lugares se encontraron grandes cantidades de piezas hispanas, particularmente Alcalá y El Yayal. Este último es considerado el lugar donde se radicaron los indios encomendados a García Holguín y tiene indicios de hallarse vigente aún en 1580 (García Castañeda 1949:200; Domínguez 1984).
Esas consideraciones fueron tomadas en cuenta por el Dr. Roberto Valcárcel para enunciar una nueva visión en torno a Chorro de Maíta, o sea, como sitio de convivencia de aborígenes y españoles, muy diferente a la primera, que consideró al cementerio un espacio propio de aborígenes, sin tomar en cuenta la presencia europea. Lógicamente para eso fue preciso un largo estudio, conseguido gracias a la colaboración de una larga lista de laboratorios extranjeros.

 

Banes era el lugar de Cuba donde más aborigenes vivían a la llegada de los conquistadores españoles



  

El sitio arqueológico El Chorro de Maíta se ubica en el nororiente de Cuba, en el Cerro de Yaguajay que es una altura situada en el centro de una zona rural históricamente conocida con el mismo nombre, parte del actual municipio Banes, provincia de Holguín. 

Espacios relacionados con la conquista y colonización, próximos a Yaguajay y a El Chorro de Maíta.

Cristóbal Colón arribó por primera vez a Cuba por la bahía de Bariay, a unos 20 kilómetros al oeste de El Chorro de Maíta. Tras el arribo del conquistador de Cuba, Diego Velázquez, el lugar donde apareció el cementerio y todos las otras áreas circundantes pudieron ser los lugares donde actuó el grupo conquistador dirigido por Francisco de Morales, durante su violenta campaña en la provincia india de Maniabón. Precisamente la existencia allí de un extenso grupo de elevaciones denominado Lomas de Maniabón es el que se usa para inferir que fue allí donde estaba la dicha provincia india.
A unos 57 kilómetros al suroeste de El Chorro de Maíta, a partir de 1520, tuvo tierras y seguramente que también tuvo indios encomendados, un vecino de Bayamo nombrado García Holguín. Esas tierras, se cree (aunque se discute la fecha), para 1545 se convirtieron en un hato o hacienda ganadero. En 1720 se fomentó un pueblo donde estuvo el centro del hato de García Holguín y en 1752 ese dicho pueblo se convirtió oficialmente en ciudad: San Isidoro de Holguín. Desde entonces Banes y Yaguajay quedaron bajo su jurisdicción.
Según datos históricos, hacia 1740 Yaguajay era un corral dedicado a la cría de cerdos (Bacallao 2009:297), sin embargo en documentos que se conservan en el Archivo Nacional de Cuba, Fondo Gobierno Superior, legajo 630, No. 19886, del año 1814 se le consideraba tierras realengas, es decir un espacio propiedad de la corona española. Esto sugiere que, quizás, su uso agrícola-ganadero fue corto y poco importante y luego dejado de usar.
Aparentemente la zona permaneció deshabitada o con un uso muy limitado hasta 1846, cuando se menciona su carácter de paraje ganadero (Novoa Betancourt 2008:82). También las tierras cercanas demoraron en ser colonizadas; Samá, Retrete e incluso Banes no se adjudicaron a terratenientes hasta la segunda mitad del siglo XVIII (Novoa Betancourt 2008:39-40).
En el Censo General de 1943 Yaguajay es registrado como un barrio del municipio Banes (Censo 1943), limitando al este por la Bahía de Samá, al oeste por la Bahía de Naranjo y al sur por la elevación conocida como Pan de Samá.
Precisamente esa tardía colonización fue la que hizo creer que por siglos la zona estuvo distante de los españoles, quienes crearon en el sur dos principales villas, Santiago y Bayamo.
Una pregunta que siempre ha rondado esa geografía es la siguiente: ¿por qué no se asentaron los españoles en el lugar de Oriente que más aborígenes vivían? Y que era esa la zona donde más aborígenes vivían se pasa a demostrar seguidamente:


Lugares de la zona de Yaguajay y del área arqueológica de Banes donde se han encontrado sitios o lugares donde vivieron aborígenes agricultores ceramistas.

La llamada Área Arqueológica de Banes comprende la mayor parte del actual municipio Banes y el municipio Antilla, sobre un territorio que se proyecta hacia el océano Atlántico, limitado por una línea imaginaria que va de la Bahía de Naranjo en el norte, a la desembocadura del Río Tacajó en la Bahía de Nipe, al sur. Es esa área la que en Cuba concentra la mayor cantidad de sitios de habitación de agricultores-ceramistas (más de 70).
Los restos aborígenes más antiguos encontrados en la zona fueron los de Aguas Gordas, fechados en el año 1000 después de Cristo. Le siguen cronológicamente los del Potrero de El Mango, fechado en el año 1014 aproximadamente. Asimismo los fechados radiocarbónicos  hechos a los sitios de Banes determinaron que estos aún estaban vigentes en los siglos XV y XVI, en tiempos en que ya se había producido la colonización europea.
Los asentamientos aborígenes encontrados por la arqueología en el área de Banes, diferente a los que han aparecido en el sur oriental y semejante a los aparecidos en gran parte del resto de la Isla, están en la cima de elevaciones y a cierta distancia del mar, esto último a pesar de que muchos sus alimentos tienen componente marino significativo (Valcárcel Rojas 2002:43-51).
Asimismo hay indicios de que la población creció mucho en los sitios más antiguos y que desde esos se desplazaron grupos que se asentaron en lugares cercanos, dando nacimiento a otros con muchas semejanzas a los pueblos padres. Los sitios más antiguos (de los que se desprendieron los otros), siempre son los de mayor tamaño. Esos, se puede demostrar, se mantuvieron en uso durante siglos y en ellos se concentran materiales de carácter ceremonial y suntuario. Tal detalle se interpreta como expresión de una creciente complejidad social y liderazgo territorial, en clara consolidación durante el siglo XV después de Cristo. (Valcárcel Rojas 1999; 2002:93-96).
En la zona de Banes (que muy comúnmente se le llama la capital arqueológica de Cuba), se reconocen tres grandes agrupaciones de sitios, delimitadas aparentemente por accidentes geográficos: una en el lado Este (Banes), otra en la zona Samá-Río Seco, en la parte Centro Norte, y en el extremo Noroeste la de Yaguajay (obsérvese el mapa siguiente). 

Distribución de sitios arqueológicos en la zona de Yaguajay.

Las 25 locaciones arqueológicas de agricultores ceramistas y las 17 de agricultores arcaicos que se han encontrado en Yaguajay se ubican entre la costa y las laderas Este y Norte del Cerro de Yaguajay, en un área de unos 50 km². Tal cantidad de sitios de habitación aborigen hace a Yaguajay la de mayor densidad en toda el Área Arqueológica de Banes.
De todos esos sitios, los que se supone que fueron sitios habitacionales o “pueblos” de alta cantidad de población y de largo tiempo de uso están en la cima de las elevaciones y donde el terreno es fértil. De todos ellos, Chorro de Maíta es el que está en lugar más elevado.   
Entre los “pueblos” y el litoral, se han encontrado paraderos o campamentos. Por su parte en las orillas del mar nada más aparecen unos muy pocos asentamientos poblacionales de poca cantidad de individuos y paraderos en los que, al parecer, los aborigenes estaban por poco tiempo, posiblemente mientras pescaban.
Los principales sitios de habitación cercanos a la costa que se han encontrado son el del Cementerio de Guardalavaca y el de Punta de Pulpo; ambos especializados en la explotación marina. Los expertos consideran que, quizás, esos dos “pueblos” en la costa garantizaban el control de esa área tan rica en recursos marinos y asimismo la salida al mar de los grupos agricultores ceramistas que vivían en zonas interiores. Cerca se encontraron vestigios de grupos de pescadores-recolectores, y ello se ha considerado un indicio de lo temprano de la ocupación del lugar, seguramente que por el interés por aprovechar sus recursos naturales (Valcárcel Rojas 2002:37).
En once de las cuevas ubicadas en las alturas y también en las de las llanuras costeras han aparecido elementos arqueológicos, pero solamente en seis de ellas hay indicios de uso funerario. Esas se sitúan, mayormente, cerca de los sitios de habitación.
Al carecer las cuevas funerarias de características particulares, parece que su selección para esos usos se debe al factor distancia.
Por demás, al ser la cantidad de cuevas funerarias menor al número de sitios de habitación, es muy probable que algunas fueran empleadas por más de un asentamiento.

22 de febrero de 2017

Introducción a "Un rostro local para la ARQUEOLOGIA cubana (en Holguín"

La arqueología cubana ha revelado que la historia de la presencia humana en el archipiélago precede en varios milenios al arribo europeo, y asimismo que las sociedades indígenas destruidas por los conquistadores no eran tan simples como se las ha presentado en la historia tradicional y que esos indígenas y sus descendientes generaron herencias esenciales en la conformación del ente nacional de Cuba.
Por demás y felizmente el mundo colonial también está siendo recuperado gracias al trabajo de los arqueólogos que ya ha traído a la luz viejas ciudades, ingenios azucareros, palenques de cimarrones y, sobre todo, un modo diferente de mirar nuestra historia.
Desde hace más de un siglo la arqueología cubana trabaja por aportar esa otra mirada. Todo comenzó con los trabajos de Luís Montané y Dardé[1] (1849-1936) durante la segunda mitad del siglo XIX en la capital del país. Y acto seguido emergieron tempranamente individuos interesados en la investigación arqueológica, en ocasiones integrados a grupos de aficionados. Ello dio nacimiento a un amplio movimiento de coleccionistas privados.
En la historia de la arqueología cubana siempre se tuvo en cuenta a esos actores locales y cuando se fortaleció la disciplina se hicieron esfuerzos para estructurar el vínculo de ellos y las instituciones nacionales. Un ejemplo relevante fue la integración a la Comisión Nacional de Arqueología, en el mismo momento de su fundación en 1937, de coleccionistas y aficionados como Pedro García Valdés, de Pinar del Río, y Eduardo García Feria, de Holguín, e, igual, la designación de delegados de la Comisión en las distintas provincias de la isla.
Estos individuos poseían el conocimiento de las locaciones arqueológicas y, en ocasiones, eran dueños de colecciones; aportaban datos y apoyaban el trabajo de los arqueólogos reconocidos, radicados en La Habana o en el extranjero. De cualquier modo debe recordarse que ciertos investigadores, como Felipe Pichardo Moya, en Camagüey, en la década de los años cuarenta del siglo XX o Felipe Martínez Arango, en Santiago de Cuba, en los años cincuenta, desarrollaron investigaciones relevantes y propuestas de alcance nacional.
En la misma línea tampoco puede ignorarse el importante trabajo de grupos como el Humboldt, con sede en Santiago de Cuba, el Yarabey, de Camagüey, o el Caonao, en Morón, o el de colectivos menos formales, en otras regiones.
En 1962, la Revolución Cubana impulsó todas las ciencias cubanas, incluyendo un apoyo fuerte al movimiento de aficionados a la arqueología e institucionalizando esa ciencia.
 
Diferentes partes de Cuba tienen sus propias historias en lo que a estudio y reconocimiento del patrimonio arqueológico se refiere[2]. Historias esas, muchas veces construidas por personas que residen en esos lugares y que sienten que el patrimonio que allí existe es necesario para generar un discurso intelectual o científico y asimismo esencial para definir su entorno y la conformación de su mundo.
Estos individuos aportaron un rostro local que es imprescindible reconocer para llegar a una visión integral de la arqueología de la isla y sus actores.
Estas notas aportan elementos históricos al rostro generado desde la arqueología holguinera. Nacen de las conversaciones entre un historiador y un arqueólogo y del común interés por entender nuestro pasado y el modo en que impacta en nuestro presente y la forma en que nos entendemos como sociedad. En algún momento del dicho diálogo se hizo evidente que el contrapunteo personal podía ser del interés de otros y de ahí nació la idea de  reunir la historia de la arqueología en la provincia cubana de Holguín, sobre todo para mostrar cómo una disciplina secundaria en el panorama de las ciencias sociales cubanas ha logrado sobrevivir y hasta crecer en esa provincia, a la vez que contribuyó (y contribuye) a la recuperación del patrimonio arqueológico, sin dudas un ente importante en la construcción de la identidad local.
José A. García Castañeda y José Manuel Guarch Delmonte son personajes claves en la estructuración de este recorrido. Su labor y la de otros arqueólogos se reseñan aquí de diversos modos. También aparecen  informaciones (testimonios principalmente), que sitúan a los arqueólogos y aficionados de ayer y de hoy frente a las circunstancias en que vivieron e hicieron su trabajo, para desde este enfoque llegar hasta la arqueología del presente y las preocupaciones de mañana. Igualmente se tratan aspectos sobre el modo en que se ha manejado y llevado a la sociedad la información arqueológica y los datos sobre el mundo indígena. 
No es propuesta de estas simples notas un estudio sistemático y formal de los arqueólogos y de la arqueología hecha en Holguín, de sus aportes o problemas y la reflexión a fondo sobre su impacto en la arqueología de Cuba, es claro que quedan figuras y momentos importantes por tratar. No obstante, los artículos y testimonios compilados resultan una información valiosa y dan un enfoque personal y libre, lo que lleva a detalles que de otro modo hubiera sido difícil conseguir y que ubican a los lectores en criterios sobre el pasado y en las circunstancias cotidianas del mundo de la investigación arqueológica.
Los que aquí se aportan son datos que serán de gran utilidad para un futuro abordaje profundo, que, sin dudas, ya debe iniciarse, y asimismo son un acto necesario de recuperación de la memoria y también de la visión actual de una disciplina importante en la construcción de la cultura y la identidad holguinera.
Deseamos agradecer a todos los que ofrecieron sus testimonios y recuerdos. Reconocemos la contribución de Alberto Corona García, quien conserva la memoria del Grupo de Jóvenes Arqueólogos, y el apoyo de antiguos miembros de esa formación como Miguel Céspedes Rodríguez,  Ramón Fernández Sarmiento y Austrialberto Garcés Gómez. Además, gracias a Rigoberto González Limiñana logramos tener una visión más acabada sobre el Grupo Científico de Holguín “Eduardo García Fería”. Fueron igualmente importantes las informaciones aportadas por Miguel Cano Blanco, Georgelina Miranda Peláez y Abel Tarrago, así como la ayuda de Elia Sintes Gómez, Xiomara Garzón, José Oliver, Peter Siegel e Ileana Rodríguez Pisonero.
Importante fue el apoyo de la dirección de la filial en Holguín de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, en la persona de Julio Méndez, y la jefa del Departamento Centro Oriental de Arqueología, Elena Guarch Rodríguez, quienes tanto apoyaron en la preparación del texto.
Agradecemos al Instituto Cubano de Antropología (ICAN) y al Departamento Centro Oriental de Arqueología por permitirnos el uso de imágenes de sus archivos; siendo en este sentido de mucha importancia la ayuda de Elena Guarch, Mercedes Martínez, Gerardo Izquierdo, Ulises González y Guillermo Baena.
Finalmente deseamos que estos textos sirvan de homenaje a todos los aficionados y arqueólogos de Holguín y Cuba que han trabajado y trabajan mayormente por amor a su tierra, en ese esfuerzo interminable por recuperar las múltiples raíces que nos explican y definen.                 
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[1] Se considera el iniciador de la arqueología desde una perspectiva cubana. Antropólogo de renombre internacional formado en Francia, profesor de la Universidad de La Habana y fundador del museo que más tarde llevaría su nombre.

[2] Para una valoración historiográfica de la arqueología cubana en general y del accionar de los aficionados pueden consultarse los textos:
  1. R. Dacal Moure (2004) Historiografía Arqueológica de Cuba. Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología. Consejo Nacional de Patrimonio Cultural de Cuba, México D. F.;
  2. R. Dacal  Moure y M. Rivero de la Calle (1984) Arqueología Aborigen de Cuba. Editorial Gente Nueva, La Habana;
  3. S.T. Hernández Godoy (2010) Los estudios arqueológicos y la historiografía aborigen de Cuba (1847-1922). Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana;
  4. R. Terrero Gutiérrez (2013) Grupo de Aficionados Yarabey, notas para su estudio. Cultura material e Historia. Encuentro arqueológico II, editado por I. Hernández Mora, pp. 63-71. Ediciones El Lugareño, Camagüey.

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