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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

20 de febrero de 2017

José Agustín García Castañeda, nombre ilustre de la arqueología holguinera, cubana



Por: Isaíris Rojas París y Margarita París Johnson   

El territorio holguinero es un espacio de relevancia en el panorama patrimonial y arqueológico cubano y caribeño. Uno de sus estudiosos en el campo de la arqueología durante el período republicano fue el doctor José Agustín (Pepito) García Castañeda (Holguín, 1902-1982), a quien se le debe en gran parte el conocimiento del patrimonio arqueológico de Holguín y muchas de las investigaciones publicadas durante dicha época sobre la región.

García Castañeda nació en una familia en la que se cultivaba el amor a la naturaleza y a las ciencias. Fue uno de los siete hijos del matrimonio compuesto por Eduardo García Feria, profesor de Matemáticas, y Mercedes Castañeda Mayasén. Creció observando a su padre organizar en su propia casa el Museo García Feria y eso determinó su futuro desempeño. Su infancia se desarrolló en su tierra natal; aquí realizó los estudios desde la primaria hasta la segunda enseñanza. En 1923 se graduó en Derecho Civil en la Universidad de La Habana y de la capital retornó para ser profesor fundador del Instituto de Segunda Enseñanza Enrique José Varona de Holguín, entre 1936 y 1967. Su preparación le permitió impartir varias asignaturas, entre ellas Zoología, Nociones de Biología, Mineralogía, Botánica, Anatomía y Geología. En 1937 fue nombrado ayudante de museo y laboratorio de dicha institución. Bajo su dirección el museo escolar llegó a ser considerado el más importante de la ciudad en todo el período republicano, convirtiéndose en eficaz complemento de las clases impartidas. Asimismo García Castañeda creó el laboratorio experimental del Instituto, lo que le permitió desarrollar las clases con mayor cientificidad. Al morir su padre en 1941 asumió la dirección del Museo García Feria. A la vez, a partir de 1945 fue nombrado Archivero Municipal del Ayuntamiento, cargo honorífico que desempeñó hasta principios de la década del 70. En 1973 se trasladó definitivamente al Museo Provincial La Periquera, donde ocupó el cargo de Catalogador Docente e Historiador. 

Eduardo García Feria

El hecho de permanecer por mucho tiempo en ese lugar le proporcionó la oportunidad de relacionarse con distintos documentos de los que logró una vasta información relacionada con la localidad de Holguín. En reconocimiento a sus méritos el 22 de diciembre de 1967 recibió la Orden Nacional por más de 25 años de servicio en Educación, que le otorgaron la Central de Trabajadores de Cuba y el Ministerio de Educación. Igualmente el Comité Ejecutivo de la Asamblea Provincial del Poder Popular acordó entregarle el Hacha de Holguín, máximo símbolo local, el 23 de septiembre de 1981. Murió el 3 de noviembre de 1982, en su tierra natal, donde descansan sus restos mortales.

Sin formación académica especializada en ninguna de las disciplinas en las que incursionó, se dedicó a estudiar y redescubrir su entorno natal. Sus aportes investigativos son esenciales para caracterizar al Holguín de los siglos XV al XX y actualmente sirven también de base para nuevas investigaciones realizadas en el territorio.

Colección García Feria

Todo su trabajo está estrechamente relacionado con el Museo García Feria, fundado por su padre a inicios del siglo XX y al que García Castañeda contribuyó en la conformación y organización de toda su colección. Esa consistió en su mayoría en piezas indígenas obtenidas en áreas de Holguín y Banes, a inicios de los años 40 del siglo XX llegando a ser una de las importantes en Cuba.

Dos elementos distintivos de la colección García Castañeda contribuyó a conformar fueron la catalogación científica de las piezas arqueológicas obtenidas, su estudio y la publicación de investigaciones sobre sus exploraciones y excavaciones.

Cornelius Osgood, curador del Museo Peabody de Historia Natural de la Universidad de Yale, EUA, le dijo a Pepito sobre su colección: “Estoy muy complacido por haber conocido la colección que Vd. y su padre han organizado, y la considero como uno de los más extraordinarios logros de la arqueología en Cuba”[1] (Cornelius Osgood, carta enviada a García Castañeda con fecha 1ro de julio de 1941. Museo Provincial La Periquera) (Traducción de las autoras).

Además de vincularse con las escuelas de la región para apoyar el proceso de enseñanza, el museo se convirtió en un centro cultural ubicado en el centro de atención de los holguineros; a ello debe sumarse que García Castañeda siempre consideró como una responsabilidad del museo que dirigía el estudio de sus piezas y la socialización de esas investigaciones, por lo que, firmadas a nombre de la institución, publicó varios trabajos, en su mayoría conocidos como Notas Arqueológicas del Museo García Feria”.

En un segundo momento, al incorporar la idea de que también debía instruir y educar a la población de la cual formaba parte, García Castañeda convirtió en Notas del Museo García Feria los trabajos presentados en congresos y concursos.

Todos estos materiales se imprimieron en mimeógrafos o imprentas de la ciudad y se repartieron gratuitamente entre sus amistades, investigadores, arqueólogos, los museos, bibliotecas e instituciones culturales nacionales y extranjeras. 

García Castañeda inaugura el Museo de Historia Natural de Holguín

Al triunfo de la Revolución donó parte de sus colecciones al Museo Nacional de Historia Natural, y el resto sirvió de base para la fundación de los primeros museos públicos en Holguín: el Museo de Historia Natural Carlos de la Torre y Huerta (1969) y el Museo Provincial La Periquera (1976).

Los inicios de García Castañeda en la actividad arqueológica datan de finales de la década del 20 del siglo pasado, que fue cuando se dedicó a realizar excavaciones para que su padre realizara la clasificación y catalogación de las piezas localizadas; sus primeros trabajos de excavación y estudio de un sitio arqueológico fueron en el cerro de Yaguajay.

Fue delegado por la provincia de Oriente de la Comisión Nacional de Arqueología (CNA) desde su fundación en 1937, y, por tanto, le correspondió investigar en varias ocasiones sobre excavaciones no autorizadas o posibles acaparamientos de vestigios aborígenes por extranjeros o la aparición de falsificaciones de objetos. En 1941 la CNA fue reorganizada y tomó el nombre de Junta Nacional de Arqueología y Etnología (JNAE), García Castañeda se convirtió en miembro por derecho propio de esta última. En 1942 fue electo Miembro Titular de la JNAE en la vacante ocurrida por el fallecimiento de su padre el año anterior.


Consciente de que carecía de la preparación teórica necesaria, se mostró deseoso de superarse y especializarse en Arqueología. Es así que solicitó, en 1938, una Beca Guggenheim. Al conocerse de la solicitud de García Castañeda, este recibió aliento y estímulo de sus conocidos y compañeros de labor:

Aplaudo tu propósito de aspirar por la Beca Guggenheim, deseándote de todo corazón que la consigas, para que te hagas un arqueólogo en firme, ya que te la mereces por tu dedicación y descubrimientos. (René Herrera Fritot, carta a García Castañeda con fecha 5 de febrero de 1938. Museo Provincial La Periquera)

Quedo bien enterado de sus propósitos si logra la beca de la Fundación Guggenheim, alegrándome haya escogido el tema que me indica: de esa manera se beneficiará el conocimiento que vamos teniendo sobre la vida de nuestros aborígenes. (…) Me alegraré, y se lo expreso con toda sinceridad, que obtenga la beca que solicita, y pueda así dedicarse con más entusiasmo a sus trabajos científicos predilecto. (Arístides Mestre, carta a García Castañeda con fecha 8 de marzo de 1938. Museo Provincial La Periquera)

Sin embargo, contra todos los pronósticos, no le fue otorgada la tan añorada beca.

A pesar de que el centro de su trabajo fue su provincia natal, García Castañeda también cumplió con las comisiones que le fueron asignadas en 1939 por José María Chacón y Calvo, director de Cultura de la República de Cuba, para estudiar las colecciones arqueológicas del Museo Bacardí (Santiago de Cuba) y de los Exploradores de Antilla, y realizar excavaciones arqueológicas en Pinar del Río.

En 1941 los reconocidos arqueólogos norteamericanos Cornelius Osgood e Irving Rouse visitaron Cuba como parte del Programa Antropológico Caribeño (CAP) de la Universidad de Yale. A partir de los resultados del trabajo de campo desarrollado fueron publicadas dos monografías fundamentales sobre la arqueología de las Antillas Mayores: “La cultura ciboney de Cayo Redondo” (Osgood, 1942) y “Arqueología de las Lomas de Maniabón” (Rouse, 1942).
En su trabajo, Rouse afirma que eligió el área oriental del país  porque era una de las zonas de mayor actividad arqueológica, y donde existía un antecedente memorable en el trabajo realizado por Harrington, publicado en 1921, y también el de varios otros arqueólogos que habían trabajado en la región y por tanto había  numerosos sitios arqueológicos que habían sido identificados y además se contaba con varias colecciones que le permitirían completar su trabajo. Asimismo Rouse agradece la colaboración de García Castañeda que fue quien lo condujo a los sitios arqueológicos localizados en Holguín y Gibara, le facilitó copias de sus numerosas publicaciones, incluso algunas inéditas sobre sitios en Banes, y participó en una de sus excavaciones. No menos importante es saber que varias de las fotografías que ilustran el texto de Rouse fueron proporcionadas por García Castañeda (Rouse, 1942: 6)

 Aun cuando Rouse menciona en su texto el trabajo realizado por varios arqueólogos, aficionados y profesionales, es García Castañeda uno de los que más constantemente se mencionan, y no podía ser diferente porque gran parte de la labor del arqueólogo norteamericano fue el estudio de objetos pertenecientes a la colección García Feria. Eso, obviamente, es prueba de la calidad y el alto grado de competencia que se le reconocía por autoridades de la disciplina, entre ellos el propio Rouse.

García Castañeda participó en varios eventos nacionales e internacionales sobre arqueología, entre ellos la Primera Conferencia Internacional de Arqueólogos del Caribe (Honduras, agosto de 1946), y la Mesa Redonda de los Arqueólogos del Caribe, organizada en 1951 por la Sociedad Colombista Panamericana, la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y el Grupo Guamá. También en los primeros seis Congresos Nacionales de Historia (1942-1947) donde siempre presentó trabajos relacionados con sus estudios arqueológicos en la región holguinera.

Entre 1923 y 1949 publicó 51 trabajos relacionados con sus investigaciones arqueológicas, entre los que se distinguen:

    
     →Notas Arqueológicas del Museo García Feria: serie constituida por trabajos cortos, reproducidos en mimeógrafo, escritos y publicados entre 1937 y 1943. estos generalmente se dedican a presentar objetos de la colección García Feria o comentar las excavaciones realizadas. Asimismo contienen textos e imágenes, que en muchos casos son dibujos hechos por el propio arqueólogo, y en ocasiones son planos de la ubicación geográfica de los sitios analizados. Su intención comunicativa principal es la divulgación, por lo que los ejemplares eran enviados a investigadores e instituciones nacionales y extranjeros de manera gratuita.

     →Notas del Museo García Feria: son folletos publicados entre 1942 y 1947 en los que aparecen resultados de investigaciones, de ahí que tienen un mayor nivel de complejidad. En muchas ocasiones se incluyen imágenes y dibujos para complementar las ideas desarrolladas por el autor. Estos, generalmente, habían sido escritos para presentarlos en eventos científicos.

     →  Artículos aparecidos en publicaciones periódicas de rigor científico, como la Revista de Arqueología y las Memorias de la Sociedad Cubana de Historia Natural, que aún son de imprescindible consulta, en tanto ofrecen datos de primera mano sobre sitios arqueológicos de gran significación, muchos de ellos hoy destruidos (Ver García Castañeda 1938, 1941, 1942, 1949).

Desde la segunda mitad de la década del 40 del siglo pasado García Castañeda analizó aspectos de las relaciones entre indígenas y europeos a partir del estudio de materiales hispanos obtenidos en sitios arqueológicos indígenas. Inicialmente (1947) concluyó que, aun cuando pudo comprobarse la convivencia entre ambos grupos culturales, no llegó a producirse una transformación real del indígena por su completa desaparición física. Sin embargo en anotaciones suyas hechas treinta años después de revisar documentos de los siglos XVIII y XIX, afirma que el indio sobrevivió a la conquista.

Un periódico de Banes da cuenta de un hallazgo en Barajagua conseguido por el Dr. pepito García Castañeda

Por otro lado García Castañeda sostuvo un amplio intercambio epistolar con especialistas de la disciplina, que se conservan en su mayoría en el Museo Provincial de Holguín, Cuba, La Periquera. Son los remitente los miembros del grupo Guamá; los coleccionistas privados de todo el país, entre ellos Pedro García Valdés, Juan Cross Capote y Augusto Fornagueras; representantes de instituciones nacionales y extranjeras y aficionados. Esas relaciones, indudablemente, enriquecieron su preparación personal, consolidaron su trabajo y propiciaron el intercambio de piezas arqueológicas para completar y enriquecer colecciones.

La mayoría de las cartas que se conservan fueron escritas entre los años 1942 y 1951, que es la misma etapa en que hizo sus principales publicaciones y cuando mayormente asistió a eventos científicos.

En las cartas conservadas están escritas las favorables opiniones de especialistas de la época sobre García Castañeda y la labor que realizaba:

En la Comisión hay actualmente cuatro arqueólogos que son además infatigables exploradores o excavadores. Realizan estos trabajos sin retribución alguna y empleando en ello no solo su tiempo y sus conocimientos, sino también su dinero; (…) sin otro meritísimo objeto que el de aumentar los hallazgos arqueológicos en nuestra Patria. Son ellos René Herrera Fritot, José A. García Castañeda, Felipe Pichardo Moya y Pedro García Valdés. (Azcárate y Rosell, carta fechada en 1938. Museo Provincial de Holguín, Cuba, La Periquera)

Eres merecedor de una entusiasta felicitación por tu labor arqueológica. Recíbela muy efusiva de quien te admira por tu constante actuación en ese ingrato campo; pero indudablemente lleno de felices momentos y de hondas satisfacciones. (…) He recibido con mucho gusto tus “noticas”, como modestamente las llamas; pero que para mí son páginas brillantes del proceso arqueológico de Cuba, porque van sacando de la obscuridad (Sic) de la tierra esos primorosos regalos que constituyen parte muy principal de la cultura indígena cubana. (…) Tanto me agradan que, al amparo de tu bondad, te exijo que me mandes todas las que hagas, pues las considero de gran importancia. (Pedro García Valdés, carta fechada en 5 de julio de 1938. Museo Provincial de Holguín, Cuba, La Periquera)

Me han interesado mucho todos sus trabajos y he de aprovecharlos cuando haga un par de capítulos adicionales a mi obra arqueológica. No sé aun cuando podrá ser, porque tengo otras cosas en el telar y no quiero interrumpirme; pero cualquier día tendré una escapada para escribir unas cuantas páginas de arqueología y entonces tendré muchísimo gusto en poner de relieve toda su labor. (Fernando Ortiz, carta fechada en 18 de febrero de 1939. Museo Provincial de Holguín, Cuba, La Periquera)

Te considero no solo como uno de los excavadores más valiosos que tenemos, sino también creo que tus descubrimientos han abierto valiosos horizontes. (Rafael Azcárate y Rosell, comunicación personal, 25 de octubre de 1941. Museo Provincial de Holguín, Cuba, La Periquera)

Todos los anteriores elementos ratifican la condición de “Arqueólogo local” a  García Castañeda otorgada por el Dr. Roberto Valcárcel Rojas (García Castañeda, 2014: 14-15) y que las autoras de este trabajo consideran esencial para comprender el carácter científico de la labor por él realizada:

A pesar de no poseer una formación arqueológica profesional, García Castañeda consiguió una visión del patrimonio precolombino del nororiente cubano que fue reconocida por la mayoría de los especialistas nacionales y extranjeros de la época.

(…) Su trabajo contribuyó a hacer de Banes y Holguín puntos de referencia para entender el patrimonio arqueológico indígena de la Isla y creó entre muchos holguineros un sentido de respeto por esta parte de nuestra historia.

Quien desee acercarse a la historia arqueológica del territorio holguinero no podrá obviar la labor realizada por el Dr. José Agustín García Castañeda, heredero y continuador de la colección que inicialmente organizó su padre y que él enriqueció con piezas indígenas localizadas en zonas aledañas. A él se le debe una notable contribución al rescate de la identidad holguinera.  



[1] Esta y otras informaciones relacionadas con la colección y criterios sobre el trabajo de García Castañeda, fueron obtenidas de los siguientes fondos documentales: Museo Provincial La Periquera: Fondo Correspondencia, Colección García Castañeda y Fondo Documentos escritos por José Agustín García Castañeda, Colección García Castañeda. Y así mismo en el Fondo García Feria, Museo de Historia Natural Carlos de la Torre y Huerta; en el Fondo José Agustín García Castañeda, Museo Casa Natal de Calixto García; y en el Fondo José Agustín García Castañeda, Biblioteca Provincial Alex Urquiola, Holguín.


Holguín, sitio de fraternidad entre arqueologos e historiadores



Por: José Novoa Betancourt
Cuando el Gran Almirante Cristóbal Colón arribó a la bahía de Bariay en la tarde del 27 de octubre de 1492 desconocía que no solo había arribado a una de las regiones más pobladas por aborígenes, sino que también iniciaba la exposición de la historia colonial cubana. El diario del navegante es una crónica que ofrece desde el asombro una imagen cualitativa del nuevo espacio cultural e indirectamente, al recoger los rasgos de aquel mundo peculiar, apunta las profundas diferencias que tipificaban el entorno encontrado respecto al pronto denominado Viejo Mundo. La casualidad quiso que aquel osado marino del Renacimiento, con una importante experiencia cultural empírica por sus contactos con otros pueblos de la cuenca mediterránea, del norte de Europa y de parte de las costas africanas, al que no le era ajena la cultura de la antigüedad clásica, tuviera la oportunidad de vivir aquella aventura.
Aunque las tierras de Holguín atesoran bajo su superficie una parte importante de las riquezas arqueológicas cubanas y que la época colonial no fue capaz de hacer desaparecer del todo esa raíz local, las crónicas sobre la localidad o desde ella, escritas en los siglos XVIII y XIX, ignoraron en general a los indios. Cuando se les menciona como en “Memoria sobre el hato de San Isidoro de Holguín” (1865), se les recoge en el mero papel de fondo histórico de la cruenta conquista u ocasionalmente se mencionan por la actividad de alguno de sus descendientes en la sociedad colonial. Esos relatos escritos desde el providencialismo; obispo Morell de Santa Cruz en 1756 (2005), o desde el positivismo; Diego de Ávila y Delmonte en 1865 (1926), se basaron exclusivamente en las fuentes testimoniales o documentales que proclamaban la extinción del indio, aunque los Libros Parroquiales de Holguín recogieran su larga presencia en la comunidad local. Los aires de la arqueología que lentamente se conformaba en Europa no tuvieron entonces ningún eco en Holguín y  la historia continuó dominando la forma clásica de búsqueda de información.
Quizás todo comenzó a cambiar particularmente desde que Antonio Bachiller y Morales publicara “Cuba primitiva: origen, lenguas, tradiciones e historia de los indios de las Antillas Mayores y las Lacayas” en 1883, un texto que influyó en que comenzara a tomar fuerza en Cuba el coleccionismo de los artefactos aborígenes, hecho vinculado al paulatino despertar del interés por la arqueología y el pasado precolombino. Ese estudio también contribuyó al establecimiento del criterio positivista evolutivo sobre la clasificación de las ciencias, que asentó a la arqueología como un estanco particular dentro de las ciencias sociales y una específica auxiliar de la historia.
Por cierto, en esa década de 1880 el periodista y escritor José Martí testimonió en artículos y libros, teniendo de fondo los avances de la arqueología y la etnología en Europa y los Estados Unidos, la importancia de las visiones históricas y arqueológicas para el avance del diverso mundo americano. En 1883 Martí tradujo al español los libros “Antigüedades griegas” y “Antigüedades romanas” y en “La Edad de Oro” (1889) se nota un interés educativo sobre la necesidad de conocer el pasado. ¿No se encuentra en ese libro maravilloso, en el artículo “La historia del hombre contada por sus casas”, una convocatoria indirecta al saber arqueológico? Dijo allí: “En aquellos tiempos no había libros que contasen las cosas: las piedras, los huesos, las conchas, los instrumentos de trabajar son los que enseñan cómo vivían los hombres de antes”. Es esa una valoración que hace descansar en los objetos particulares de investigación y sus fuentes el que prevalezca la herramienta analítica que se va a utilizar: la historia o la arqueología; se puede especular que para el Apóstol, la ciencia general es la historia, dividida en dos momentos peculiares.
Sin embargo, los grandes cambios vinculados al hacer arqueológico y al perfeccionamiento del método histórico, cuestiones que sentaron las pautas de la actualidad investigativa y las relaciones entre los interesados y los profesionales del pasado histórico no ocurrieron en Holguín hasta mucho más tarde, en pleno siglo XX, hechos vinculados a dos importantes personalidades: José Agustín García Castañeda (1902-1982) y José Manuel Guarch Delmonte (1931-2001).
García Castañeda y Guarch Delmonte: ¿arqueólogos o historiadores?
García Castañeda fue el producto cultural del perfeccionamiento del coleccionismo en Holguín y del movimiento inicial de la etnología y la arqueología científicas; un movimiento de ideas desplegado desde el positivismo y enardecido por rescatar las raíces de la identidad cubana, vista no solo en España y Europa, sino también en los aborígenes.
García Castañeda fue hijo de Eduardo García Feria, un gran coleccionista local, y de él bebió el amor por la historia de Holguín y su entendimiento de la peculiaridad de esas tierras donde vino al mundo como una gran reserva de la riqueza arqueológica aborigen. Luego se formó como abogado, pero su mayor interés estuvo en aplicar todo el espectro de las ciencias sociales para definir la identidad histórica de Holguín dentro de la región oriental y en Cuba.
Sus excavaciones empíricas en sitios como El Yayal lo hicieron famoso; pero más que un aficionado en la búsqueda de objetos que nutrieran los fondos del museo que su familia creó en su casa particular, acaso su mayor mérito es tratar de interpretar lo encontrado y fundir la fase aborigen a la historia colonial y republicana. Con García Castañeda hacer arqueología e investigar la historia se convirtió en un solo proceso cognitivo, más allá de sus propias peculiaridades. Sobre la base de varios de sus estudios en una y otra disciplina, García Castañeda plantea la importante hipótesis para el campo de la historia, recogida por Irving Rouse (1492) y otros arqueólogos (Morales Patiño y Pérez de Acevedo 1945), sobre la existencia de una estrecha relación entre el sitio de transculturación El Yayal y la posterior fundación del núcleo urbano de Holguín. Es imposible desligar en García Castañeda una ciencia de la otra; entonces, sobre todo por su actuar, la arqueología y la historia desde hace varias décadas andan de la mano en Holguín, influenciándose mutuamente de forma ventajosa.
La limitante de aquellos esfuerzos se localizaba en la metodología y sobre todo en la falta de un apoyo real. Pero felizmente todo se transformó con los profundos cambios originados por la Revolución desde 1959. La gigantesca obra impulsada por Fidel Castro comprendió desde sus inicios los importantes papeles de la historia y la ciencia en la forja del nuevo proyecto.
Desde 1968, centenario del inicio de las guerras por la independencia, el Partido Comunista de Cuba llamó a profundizar en la historia nacional y local cubana, y entonces la historia y la arqueología hallaron en Holguín un nuevo espacio de creación y avances. Es de reconocer en ese ambiente, junto al trabajo de varios esforzados compañeros entre ellos Andrés Ramírez Feliú, al binomio creado por Miguel Cano Blanco e Hiram Pérez Concepción. El primero, nombrado líder regional de la organización comunista después del comandante Alfonso Zayas, y el segundo, primero designado presidente del Movimiento de Activistas de Historia (1970) y luego jefe de la Sección de Investigaciones Históricas del Comité Provincial del Partido (1977). El amplio ambiente de colaboración construido por ambos políticos posibilitó la más activa participación de García Castañeda y otros historiadores y aficionados a la arqueología.
García Castañeda fue un intelectual que supo sobreponer a su formación filosófica y a su inveterado escepticismo el interés supremo del patriotismo y su amor por la historia y la arqueología. La Revolución impulsó sin pausas la realización de sus mejores sueños.
También a lo largo de la década de 1970 otras cosas sucedieron en Holguín dentro de la obra social y científica promovida por Fidel, como la fundación del Instituto Superior Pedagógico, cuya Licenciatura en Historia y Ciencias Sociales, por su alto nivel académico, fertilizó el activismo de Historia y abonó el campo investigativo al que luego se sumó el Departamento de Historia de la Universidad de Holguín. Sin esas líneas de desarrollo educativo, científico intelectual y político regional, sin recordar el importante trabajo que en sus tiempos produjera García Castañeda y sin valorar el gran peso de Holguín como reservorio arqueológico, no se pueden entender las razones por las cuales, en 1976, un hasta entonces líder científico cambiara las luminosas perspectivas del trabajo investigativo arqueológico desde La Habana y su vida en la capital por la reorganización de las investigaciones arqueológicas en el norte oriental. La decisión del camagüeyano  José Manuel Guarch Delmonte de trasladarse junto a su familia desde La Habana a Holguín fue providencial.
Guarch Delmonte, quien logró varios doctorados y dirigió importantes instituciones investigativas de carácter nacional (Valcárcel Rojas, 2002a), mostró a lo largo de sus años holguineros las razones de su exitoso temprano brillo en la arqueología y la investigación histórica en Cuba. Entre sus obras científico sociales en Holguín cabe destacar la fundación del Departamento Centro Oriental de Arqueología, su papel de presidente fundador de la Filial provincial de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba y su actividad como director fundador de la Casa de Iberoamérica.
Si García Castañeda posibilitó el avance de la arqueología y la historia particularmente entre los años 1930-60 en Holguín, fue Guarch Delmonte quien les sumó academia y actualización.
Ambos fueron arqueólogos e historiadores que por su liderazgo aglutinaron a su alrededor a jóvenes, maestros e interesados, lo que logró multiplicar su obra. Su legado cultural en el impulso del conocimiento es invaluable y su mayor mérito es haber contribuido a formar una familia de investigadores que ya arqueólogos o historiadores, guiados por su lealtad a Cuba y a la ciencia, continúan trabajando codo a codo, intercambiando, creando.
Para el autor de estas líneas, parte modesta de ese grupo, la arqueología y la historia no son más que dos momentos concretos y complementarios del estudio científico que explica el surgimiento y desarrollo histórico-natural de la sociedad humana.

Memorias de Jean Paul Sartre durante su estancia en el Regimiento Militar de Holguín en momentos en que se convirtió en ciudad escolar Oscar Lucero

El filósofo francés acompañado de su esposa, estuvo en el momento en que el Regimiento Militar de Holguín se convirtió en Ciudad Escolar Oscar Lucero.





Por Jean Paul Sastre

Castro no es hombre fácil de encasillar. (…) La primera vez que lo vi  fue en Holguín, en traje escolar: se devolvía un cuartel al pueblo y Castro inauguraba esa nueva vestimenta.
Llegamos muy retrasados: apenas salió de la ciudad, el auto había seguido una increíble fila de vehículos y peatones: coches privados, taxis, que hacían el viaje gratuitamente, y camiones cargados y recargados de niños. Presas en las mallas de aquella inmensa red, las máquinas iban, como suele decirse, “a paso de hombre”.
Había familias por todas partes. Endomingados, los hombres vestían la ligera camisa cubana que desciende sobre el pantalón hasta medio muslo, y pequeños y grandes se resguardaban del sol con redondos sombreros de paja, de bordes levantados que, a los ojos de las gentes de la ciudad, son, más que el machete, el símbolo del trabajo en los campos.
Todos reían y charlaban y esperaban algo. ¿Qué? Ver a Fidel Castro, desde luego, y quizá tocarlo, como hacen a menudo las mujeres para robarle un poco de su insolente mérito, de su felicidad.
Bajamos al fin de nuestro Buick y lo estacionamos entre un Packard y un Chevrolet, “Es por ahí”, nos dijo un soldado rebelde. Y vimos un estadio.


En las gradas, a mis pies, había millares de niños, y abajo, en el terreno, decenas de millares. Sobre aquel mar de niños había una balsa que parecía hallarse a la deriva, una tribuna si se quiere: algunas tablas unidas y sostenidas por unos postes delgados que hasta el día anterior eran troncos de árboles.
Castro había querido que fuera así, para hablarle lo más cerca posible a aquel joven público. Una balaustrada de madera pretendía proteger el estrado, azotado sin cesar por oleadas. Un soldado alto y fuerte les hablaba a aquellas oleadas. Yo le veía la espalda: era él.
-Por aquí.
Un joven rebelde de uniforme nos abrió paso y bajamos hasta las gradas. En la primera fila, cruzamos una pasarela y nos encontramos en medio de los rebeldes.
Castro terminaba su alocución. Estaba preocupado: aún tenía que pronunciar dos discursos antes de que acabara el día. El más importante era el último: debía dirigirse en La Habana a los representantes de los sindicatos obreros y pedirles que sacrificaran una parte de su salario para las primeras inversiones que iniciarían la industrialización del país.
Ahora bien: sentía que, de minuto en minuto, su voz enronquecía. Precipitó su alocución y le dio fin en algunos minutos. Todo parecía terminado, pero todo comenzaba. Durante más de un cuarto de hora, aquellos chicos gritaron como enloquecidos.
Castro esperaba un tanto confuso: sabía que a Cuba le gustan los discursos largos y que él ha contribuido a infundirle ese gusto; comprendía que no había hecho bastante. Quiso compensar sus palabras demasiado breves permaneciendo más tiempo en la tribuna.
Advertí entonces que dos de sus oyentes, de 8 a 10 años a lo sumo, se habían aferrado a sus botas. Entre la incertidumbre infantil y Castro se había establecido una extrema relación. Aquella esperaba algo más: la perpetuación de aquella presencia por un acto.
Ahora bien: ese acto estaba allí; era, detrás de nosotros el cuartel humillado por las coronas de la paz. Pero aquello se había anunciado desde hacía tanto tiempo, que había perdido la novedad. En el fondo, aquellos escolares no sabían lo que querían, salvo, quizá, una verdadera fiesta que sintetizara, en la unidad de su esplendor, el pasado que ya se esfumaba y el futuro que se le había prometido.
Y Fidel, que lo sentía muy bien, permanecía allí casi confundido: él que se da enteramente en sus actos revolucionarios, al servicio de toda la nación, se asombraba de reducirse a aquella presencia desnuda y casi pasiva. Agarró por las axilas al chico que se aferraba a su bota derecha y lo alzó de la tierra.
-¿Qué quieres?, le preguntó.
-¡Ven con nosotros!, grito el pequeño. –¡Ven al pueblo!
-¿Ocurre algo malo?
El chico era delgado, de ojos brillantes y hundidos: se adivinaba que sus enfermedades, heredadas del régimen anterior, serían aún menos fáciles de curar que las de la nación. Respondió con convicción:
-Todo va bien, Fidel, ¡pero ven con nosotros!
Imagino que él había deseado cien veces aquel encuentro en el que ahora no sabía qué hacer. Deseaba aprovechar al hombre que le sujetaba en sus fuertes manos, pedir, obtener. No por interés, sino por establecer entre el niño y el jefe un verdadero lazo. En todo caso, es el sentimiento que experimenté. Y creí adivinar también que Castro vivía con toda lucidez aquel pequeño drama.
Prometió ir un día y no era promesa vana. ¿Adónde no va él? ¿Adónde no ha ido? Después bajó al niño.
Ahora miraba a la muchedumbre, incierto, un tanto disgustado. Llamado vivamente por sus compañeros, trató de irse dos veces. Se alejaba un poco de la balaustrada, pero no se iba: parecía intimidado. Volvió hacia adelante: el chico lloraba. Fidel le dijo:
-¡Pero si te he dicho que iré!
En vano. Los niños habían vuelto a gritar, y se apretujaban con tanta fuerza contra la tribuna, que la hacían correr el riesgo de desplomarse. Los soldados rebeldes, unos cien, con palas y fusiles, hombres y mujeres, que debían desfilar frente a Castro, no pudieron abrirse paso. Fidel permanecía perplejo por encima del entusiasmo desencadenado. Finalmente tomó el sombrero de paja que le tendía un niño y se lo piso, sin sonreír.

 

Señalo el hecho porque es raro: Castro detesta las actitudes demagógicas y los disfraces. Hizo el símbolo de un acto porque no había acto que hacer. Pronto se despojó del sombrero de paja, el cual estuvo un instante en la cabeza del comandante Guevara y, no sé cómo, finalmente vino a parar a la mía: yo lo conservé en medio de la indiferencia general porque no tuve valor para quitármelo.
De pronto, sin motivo preciso, Castro emprendió la fuga literalmente, y detrás de él, los demás jefes rebeldes huyeron igualmente escalando las gradas.
 
Sartre en Holguín Foto: Korda

Fidel Castro el día que el regimiento Militar de Holguín se convirtió en escuela



Por Adelfa Hernández
Por decisión del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, después del triunfo de de la Revolución Cubana los cuarteles se convirtieron en escuelas, verdaderas fortalezas del conocimiento.
En aquel entonces más del 90 % de los ciudadanos de la Isla apenas sabían leer y escribir, tampoco había suficientes maestros, ni escuelas especiales, ni deportivas, ni técnicas, ni mucho menos escuelas primarias. 
Así se produjo en Holguín la transición de un Regimiento militar en hermosa ciudad escolar. Al acto asistieron Fidel Castro junto a Che Guevara y Armando Hart, Ministro de Educación. Fue el 24 de febrero de 1960.
 
En el discurso dijo Fidel:
"Ustedes se pueden considerar que han tenido la fortuna de poder estudiar en condiciones muy distintas de las que estudiaron los niños anteriormente en esta ciudad de Holguín. Incluso, antes pasábamos por aquí, ¿y qué veíamos? Guardias, fusiles, esbirros, hasta que llegaron los rebeldes y conquistaron esta fortaleza, y la conquistaron no para quedarse con ella, porque los rebeldes no necesitan esta fortaleza, los rebeldes conquistaron esta fortaleza para entregársela a los niños".
"Los rebeldes no necesitan fortaleza, el pueblo de Cuba no necesita fortaleza, ¿por qué? ¿Quién defiende ahora a la Revolución? ¿Dónde están las fortalezas de la Revolución? En el pueblo, y en los caminos, y en las cooperativas, y en las montañas. ¿Para qué queremos estas fortalezas, si tenemos la Sierra Maestra completa, la Sierra Cristal, la Sierra de Gibara, y tenemos todas las sierras de Cuba? Y tenemos, además, una fortaleza en cada pueblo, tenemos una fortaleza en cada casa. Pues nosotros no necesitamos fortalezas; ellos sí necesitaban fortalezas, ellos necesitaban fortalezas porque no tenían una fortaleza en el pueblo, ellos necesitaban una fortaleza contra el pueblo, y por eso, a pesar de que, por ejemplo, Holguín era una ciudad desarmada por completo, ellos tenían que tener aquí un gran regimiento, ellos tenían que tener estas lomas convertidas en fortalezas, ellos tenían que tener estas fortalezas rodeadas de aspilleras".
"¿Para dónde apuntaban esas aspilleras? Para el pueblo. Y aquí tenían que tener una fortaleza muy grande. ¿Por qué? Pues porque tenían que defender los grandes latifundios que hay en toda esta zona norte de la isla de Cuba; pero como ahora no hay que defender los latifundios, pues no hace falta la fortaleza esa. Como ahora el pueblo es el que defiende la Revolución, no hace falta que haya fusiles apuntando contra el pueblo, porque los fusiles no apuntaban hacia otro peligro, no apuntaban hacia el extranjero; los fusiles apuntaban hacia el pueblo. Y a pesar de que en el pueblo no había fusiles, pues ellos necesitaban, aquí en Holguín, que era un pueblo desarmado, un ejército completo. ¿Eso tiene lógica? ¿Tiene sentido eso? (EXCLAMACIONES DE: "¡No!") Ahora es cuando el pueblo comienza a comprender todas estas cosas. Antes se había acostumbrado a pasar por aquí y ver una fortaleza. No podía pasar nadie porque le ponían un fusil. Y el pueblo veía aquellas cosas y no entendía bien para qué hacían falta tantos soldados, y tantos fusiles y, sobre todo, tantas fortalezas; ¿qué hacían más de 1 000 soldados ahí en esa guarnición?"

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