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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

15 de septiembre de 2010

Antilla

Antilla
Municipio más pequeño de la provincia de Holguín y uno de los más pequeños de Cuba, es famoso desde tiempos lejanos por su belleza, leyendas y aspecto original. El territorio posee una extensión superficial de 100.81 km2, conformado por una estrecha franja costera que ocupa la Península El Ramón, que separa la Bahía de Nipe y la Bahía de Banes




Rumbo a Antilla

Paisaje tomado desde la carretera hacia Antilla



Entrada al pueblo de Antilla

Atardecer en Antilla

Viejísimo Club Náutico de Antilla

Playa La Caimana en el interior de la bahía de Nipe
Pescadores en la bahía de Nipe

La bahía

Fotocopia del antiguo Cayo de la Virgen

Antiguo altar a la Virgen en el Cayo de la Virgen (ya desaparecido)

Lo que queda del altar de la Virgen frente a las agua donde fue encontrada la imagen


6 de agosto de 2010

San Germán


Para conocer la historia, cultura, geografía, economía y otros temas relacionados con el municipio Urbano Noris (San Germán), haga clic aquí












5 de agosto de 2010

Historia de doña Victoriana de Avila, la benefactora de Holguín y Gibara


Por: Mireya Durán

A la edad de 24 años la ilustre señorita doña Victoriana de Avila y González de Rivera fue casada con el canario José Romero de Medina y así consta en el libro tercero de matrimonio de blancos, folio 105, de la Iglesia de San Isidoro, escrito de puó y letra del sacristán mayor, presbítero Manuel Calderín quien, además, avisa que el casamiento se produjo el 24 de enero de 1798. El esposo aportó al matrimonio cinco mil pesos.

De la unión no hubo descendientes, pero si una gran comprensión por parte de su marido, que complacía a doña Victoriana en cuanta cosa ella le pedía.

Sobrinos de los que la tía fue madre, tuvo muchos y también doña Victoriana fue madre de tres de sus hermanas que permanecieron solteras siempre y muy apegadas a su hermana mayor. Se llamaban estas: Leona, Juana y Antonia. La última en morir, incluso, después que doña Victoriana, fue Juana que dejó todos sus bienes y los que había heredado de sus otras hermanas a sus 10 sobrinos.

Era el esposo de doña Victoriana, don José Romero, uno de los más entusiastas fundadores de Gibara y poseedor allí de una gran fortuna, por lo que los jóvenes recién casados van a vivir allí donde eran dueños de uno de los muelles donde se hacía la carga y descarga de los efectos que se exportaban o importaban; y, también, poseían almacenes, una tienda de relojería y mercería, y una hacienda en el cercano Arroyo Blanco, con sus casas, corrales, frutos y demás anexos, una vega en la boca de los ríos Gibara y Yabazón con sus casas y labranzas, 33 esclavos entre hembras y varones; una posesión en Candelaria y en este mismo lugar un ingenio con trapiche para moler cañas y fabricar azúcar y aguardiente, casa de purga, 6 yuntas de bueyes, un cafetal con 20 000 matas de café, bestias caballares y mulares y ganado mayor y menor.

En la ciudad de Holguín el matrimonio poseían una casa de tejas y mampostería situada en la calle San Isidoro, frente a la Plaza Real. Y en dicha casa una tienda de mercería (dicha  vivienda es la actual Casa Azul, en el Parque Calixto García).

José Romero fue el primer Juez pedáneo que tuvo Gibara, funciones en las que se mantuvo hasta el año 1823. Por lo que era de su incumbencia atender (y dicen que con mucho celo), las necesidades formuladas por la población del circuito de la bahía y vegas de los ríos Gibara y Yabazón entre 1820 y 1823.

Anteriormente, en 1808, 1812 y 1814 había sido elegido Alcalde Ordinario del Ayuntamiento de Holguín y en 1810 Mayordomo de Fábrica de la Parroquial Mayor; en 1835 fue subdelegado de la Real Hacienda en Gibara.

En 1846 muere Romero y declarado en testamento deja todos sus bienes a Victoriana.


UN MUY BREVE APARTE PARA SABER LA HISTORIA DE LA FAMILIA DE LA JOVEN VIUDA:

Victoriana de Ávila y González de Rivera nació en esta, la ciudad de Holguín, el 22 de marzo de 1774. Era la recien nacidita hija del Regidor y Alcalde Mayor Don Diego Ramón de Ávila y Norata y de Doña Catalina González de Rivera y la Cruz. La bautizaron en la Iglesia Parroquial y fueron sus padrinos Don José Ochoa y Doña Rosalía de Ávila, tía esta por la parte paterna.

Descendiente de una muy poderosa familia, los González de Rivera. (Victoriana era bisnieta del fundador de los González de Rivera en Holguín: Juan Francisco González de Rivera de Obeda y Mancera). Y asimismo era la hija de dos biznietos de García Holguín: Rodrigo de Ávila López de Mejía y Maria del Rosario Batista Bello. Él venía de dona Elvira del Rosario y ella de Juana Antonia. Doña Victoriana de Avila y González de Rivera es parte de la quinta generación de García Holguín.

Por Real cédula del 25 de diciembre de 1756, Diego de Ávila de La Torre, abuelo de Victoriana, ocupó el cargo de Regidor Provincial, función que desempeñó hasta el 2 de noviembre de 1773, fecha en que, por estar enfermo renuncia a favor de su hijo Diego Ramón de Ávila, padre de Victoriana, quien, dicen las viejas crónicas, era persona de buena conducta, habilidad y suficiencia para ocupar dicho oficio. Diego Ramón se desempeñó como regidor hasta 1805, año de su fallecimiento.

En 1807 entró a ocupar el cargo de Regidor y Alcalde Mayor Provincial José Rosalía de Ávila González de Rivera, hermano de doña Victoriana quien, además, ocupó otros cargos en este mismo cuerpo, entre ellos, Secretario Interventor de Ventas Reales en 1806, Secretario de la Junta de Vacuna creada en 1825; de la Diputación Económica en 1830 y la Secretaría de la Junta de Sanidad en 1832. José Rosalía murió en 1860 testando a favor de su hijo su hijo mayor, Don Manuel Maria Guadalupe de Ávila y del Monte, sobrino de Victoriana y hermano del primer historiador holguinero, Diego de Ávila y del Monte. Los redactores de la ALDEA hemos leído el documento que da fe de la toma de posesión de aquel en el oficio de Regidor y Alcalde Mayor Provincial de la Santa Hermandad, fechado el 22 de junio de 1863.


OBRAS DE CARIDAD DE LA VIUDA:

El ayudar a la Iglesia era algo que le venía de herencia de sus antepasados. Su bisabuelo Don Juan González de Rivera construyó la primera ermita que hubo en la comarca en Managuaco en 1692. Más tarde la ermita fue trasladada a Las Cuevas por su bisabuela paterna Maria de las Nieves Leyte Rodríguez. Y fue su abuelo, Diego de Ávila y de la Torre quien ornamentó la primitiva iglesia de San Isidoro de Holguín.

Además de costear su edificación de la iglesia San Fulgencio en Gibara, doña Victoriana se dedicó a su ornamentación, dotó de alhajas sus altares, regaló un criado para el cuidado y aseo del templo y costeaba los gastos de la luz.

Iglesia San Fulgencio, Gibara

Los bienes que poseía el matrimonio, ahora propiedad de la viuda, le permitieron a Victoriana comprar distintas prendas para donarlas a favor de construcciones que servirían a la caridad pública. Entre ellos donó un palio y un guión al Hospital de la Caridad de Holguín, construido con su dinero y primer hospital de la ciudad de Holguín. El palio, dicen, bordado en oro con un costo de dos mil novecientos pesos y treinta y cuatro centavos, el guión con un valor de cinco mil pesos con diecisiete centavos.

Estos objetos fueron rifados en billetes y su resultado líquido fue utilizado en ese centro beneficiario.

Hospital de la Caridad, actualmente Hogar de Ancianos Jesús Menéndez, Holguín

El terreno que fue destinado para la construcción del hospital fue regalado por doña Victoriana. En la actualidad se conserva parte de la edificación original destacándose la fachada y laterales. Radica allí un hogar de ancianos.
En la parte del fondo se erigió una plaza que que llevaba el nombre de Victoriana de Ávila en agradecimiento de la población por los muchos beneficios que prestó esta holguinera a sus coterráneos. (Desde la segunda década del siglo pasado los holguineros nombraron la plaza con el nombre de José Martí).

José Rosalía de Avila, único hermano varón de doña Victoriana, tuvo una destacada participación en la construcción del hospital. Por elección del Ayuntamiento, el 6 de diciembre de 1835 fue comisionado para atender su construcción. José Rosalía era entonces Regidor y Alcalde Mayor Provincial.

El hospital se fue haciendo por partes, primero se hizo el cuerpo principal compuesto de cuarenta varas de largo con sus correspondientes departamentos. El 19 de mayo de 1849 quedó concluido y abrió sus puertas al público con un total de 12 camas disponibles.

La instalación estaba dividida en dos departamentos, uno ocupado por varones y otro por mujeres. Y entre ambos departamentos había un saloncito que servía de capilla. Asimismo tenía habitaciones separadas en la dependencia del hospital y otros dos departamentos más pequeños, de los cuales uno servía de enfermería a los presos de la cárcel y otro para deposito de cadáveres. El cuerpo de guardia estaba al norte y a continuación se localizaba el almacén de ropas y utensilios.

El interés de la familia por esta hermosa y noble tarea de curar a todas aquellas personas que necesitaran de la caridad pública fue continuado por su sobrino Diego Antonio de Ávila y del Monte, quien en 1882, ya fallecida su tía, se dedicó con mucho amor a las tareas de este centro, llegando a ocupar la responsabilidad de director del mismo.


ULTIMOS AÑOS DE LA BENEFACTORA:

Doña Victoriana vivió en condiciones económicas desahogadas, rodeada del cariño que le profesaban su familia, amistades y vecinos. Al morir su esposo quedó al frente de todos sus bienes, los que administró de manera satisfactoria hasta muy avanzada edad. Con 90 años murió la benefactora, el 13 de enero de 1864. Fueron sepultados sus restos en el cementerio de Gibara, junto a los de su esposo, Don José Romero.

2 de agosto de 2010

Así es Gibara



Consideraciones sobre: Así es Gibara, de José Agustín García Castañeda (Pepito)

Primera parte
Segunda parte
Tercera parte
Cuarta parte
Quinta parte
Sexta parte
Séptima parte
Octava parte
Novena parte
Décima parte
Décimo primera parte
Décimo segunda parte
Décimo tercera parte

Caracter criollo de Calixto García



Por: César Hidalgo Torres
cesar@radioangulo.icrt.cu

Al leer diversos textos que del Mayor General Calixto García quedan, descubre el que busca un agusado ingenio, rasgos del carácter criollo del gran estratega. La ALDEA revisa unos pocos escritos de este sabor:

Siendo lugarteniente general en la contienda de 1895 escribe a su amigo, el coronel Francisco Sánchez:

“Querido Pancho: quiero que seas pronto General de División, pues tengo un puesto que te espera. Aprovecha la oportunidad y trata de dar un golpe que te saque del montón. Tú y Mariano me hacen mucha falta que suban, pues estoy viejo y quisiera dejar el pandero en buenas manos”.
Carta a don Tomás Estrada Palma de 1896:

“Si no me manda pronto los proyectiles que le he pedido voy a buscarlos a Nueva Cork y le doy más combate que el que le di la otra vez; y ya me parece que lo veo con las manos en la cabeza diciendo: ¡Que no venga!. Embarque enseguida los proyectiles y si no, voy y lo vuelvo loco. De aquellos 70 hombres que usted conoció, el único que ha tenido la fuerza de voluntad para al cabo de 30 años volver a entrar triunfante en Bayamo he sido yo. Los demás, unos, como usted, “se han quedado de majases en el extranjero” y los otros han cometido la gran tontería de morirse”.
(Cuando habla de los 70 hombres, se refiere a los que entraron en Bayamo en 1868)

22 de octubre de 1897, en los preparativos para el sitio y toma de Guisa, le dice Calixto al general Mario García Menocal:

“Pierda cuidado que si emprendo algo le llamaré para que cargue en Bolondrón como hizo en Tunas, a ver siu se le empareja la otra pata”.
(Menocal llegó a Presidente de la Isla varios años después del final de la guerra)

Al conceder España la Autonomía a Cuba, Calixto lo comenta de la siguiente forma:

“Los soldados se preguntan que es eso de autonomía. Y cuando se les dice que es continuar unidos a España me dicen no lo que Hatuey dicen que dijo, sino esta frase más gráfica: que se vayan los españoles a la mierda".
Calixto refiriéndose a hechos de la guerra del 68

“Habían los cubanos llegado a construir cañones de tronco de madera dura, reforzada con cueros crudos y forrados con alambre. Un día el prefecto que me cuidaba el parque de artillería llega alarmado y me dice: “General, los ratones se están comiendo la artillería”. “Vuélvase usted enseguida al almacén, ordené, y establezca una guardia de gatos”.





1 de agosto de 2010

General Luis de Feria Garayalde (Acta de Defunción)






En la ciudad de Holguín. 10 de la mañana, 2 de mayo de 1913, comparece ante el Sr Rodolfo de Zayas y Ochoa, Juez Municipal de esta ciudad y Víctor M. Álvarez, Secretario, el Sr Ramón Suárez Gorjas, de esta naturaleza y vecindad, casado, mayor de edad y propietario, participando que:

A las 7 ½ de la noche de ayer falleció en calle Morales Lemus No. 55, el señor Luis de Feria Garayalde, a consecuencia de coma como causa directa, siendo la indirecta: Hemorragia cerebral.

Se expide acta de defunción y además de lo expuesto por el declarante se hace constar que el finado era: natural de esta ciudad, de 78 años de edad, casado con la Sra Clementina Rodríguez, de cuyo matrimonio hubo una hija nombrada Luisa. Era hijo de Francisco de Feria y María Vicente Garayalde.


Folio 414-415. Tomo 25 de defunciones. Inscripción 206

General Mariano Torres Mora (Acta de Defunción)




En la ciudad de Holguín, a las 10 y ¼ de la mañana del día 4 de febrero de 1930, ante los señores Doctor César Ortiz, Juez Municipal, y Elías Pavón Tamayo, Secretario Sustituto, compareció Raymundo Castellanos Zayas, natural y vecino de esta ciudad, mayor de edad, Mandatario Judicial, participando que a las tres de la mañana de hoy había fallecido en su domicilio, calle de Frexes esquina a Antonio Cardet, Mariano Torres y Mora, a consecuencia de agotamiento, como causa directa, siendo la indirecta selenitud (sic).

En vista de estas manifestaciones y de la certificación facultativa del doctor Pérez Zorrilla, el Sr Juez dispuso se extendiera la presente acta, haciendo constar en ella que el finado era natural de esta ciudad, de 102 años de edad, casado, pensionado, hijo de Agustín y de Isabel y que ha de ser sepultado en el cementerio de esta ciudad.


Folio 560 No. 547. Tomo 37 de Defunciones, Juzgado Municipal Holguín.



El Convento que jamás tuvo San Francisco en Holguín

Tomado de: “Memorias o apuntes históricos sobre el origen y fundación del Hato de San Isidoro de Holguín”. Segundo tomo. Escrito por Rodolfo Fox y manduley a nombre de la Sra viuda de don Diego de Ávila y del Monte, corregida, rectificada y ampliada por don Francisco Navarro y Parets. Impreso en Holguín, Imprenta La Fraternidad, 1889.


El convento de San Francisco en Holguín, se iba a ubicar en un solar de la propiedad de los herederos de doña Josefa Cardet y Cruz de Martín (más conocida como la Pepa Cardet), en calle San Isidoro esquina a la del Calvario (hoy: Libertad esquina a Aguilera). Para construirlo acopiaron allí unos cuantos materiales y la actual calle Hermanos Arias obtuvo el nombre de San Francisco.

En lo que sería alguna vez (y que nunca lo fue), Convento de San Francisco, se alojaron los reverendos padres:

Fray José Antonio Alegre (Presidente)
Fray Mateo Pérez (Lector de Sagrada Teología)
Fray Antonio Raimundo
Fray Nicolás Martínez (secretario)
Textual: “Fray José Antonio Alegre murió en esta ciudad el 26 de junio de 1791 dejándonos como recuerdo de su obra moral y de su misión evangélica unas cuantas preocupaciones sintetizadas en una cruz que se obstenta en la cúspide de un cerro en la parte norte de la ciudad, tendida dicha cruz y reverenciada por la parte menos culta del pueblo, como amuleto disipador de fantasmas”.

Esta estatua del Fray Alegría fue colocada en la cima del cerro donde él colocó la Cruz. El huracán Ike la arrancó de su cimiente y la lanzó, loma abajo, varios metros

Casamiento de Casiano Labusta, socio comercial del Manco Rondán



Según leer puede el curioso en el Libro de matrimonio de blancos, No. 6 Folio 49v, Inscripción 194: Casiano Labusta y Rosa, natural de Asturias, comerciante domiciliado en Holguín, propietario del establecimiento mixto El Volcán en sociedad con Rondán, ubicado en los bajos de La Periquera.Hijo de Vicente y Antonia.

Casó el 29 de abril de 1864 con doña María Columna Jomarrón de los Reyes, hija ella de Onofre y Bñarbara. Fueron los padrinos del casamiento: Belisario Álvarez y Céspedes y Ludovina de los Reyes. Ofició el Padre Juan Cancio Peypoch y Codina.

Dicen que Casiano Labusta tenía una impresionante voz de tenor.

Coplas mambisas durante el sitio a Holguín en octubre-diciembre de 1868

Coplas mambisas que se popularizaron en Holguín durante el sitio 30-10-1868/6-12-1868 y que fueron publicadas por el Periódico Norte el jueves 30 de julio de 1953. (Se cree que se tomaron del archivo del capitán libertador Fidel Suárez por copia que hizo su nieto Pedro García Suárez).

Hace poco más de un mes
que estalló la rebelión,
y ya nuestro pabellón
brilla en Cuba, lo ves.

No tardará el bayamés
en abrazar a sus hermanos,
pronto partirán ufanos
a batir a los mandarines,
y solo dirán los ruines:
Mueran los republicanos.

Antes nos lleva el infierno
y en él queremos arder
antes que corresponder
al despótico gobierno.

Pedimos al Dios eterno
que nos libere de ese cruel,
que no nos apure más hiel,
que nuestra conquista siga,
y solo un cobarde diga
¡que muera Carlos Manuel!.

Ilustrísimo propietario de tierras en Nipe.

Un viejo documento holguinero con fecha 29 de marzo de 1860 dice que don José Buenaventura Estevas, marqués de Esteva de Las Delicias, senador del Reino, Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III y la de Isabel la Católica, Brigadier de Caballería…

(...) dio poder a don Delfín de Aguilera y de la Cruz para que administre, rija y gobierne las haciendas que Su Excelencia posee en la gran bahía de Nipe y en las tierras de Holguín.
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Marqués de ESTEVA DE LAS DELICIAS, concedido 9 de abril de 1831 por Isabel II a José Buenaventura Esteva y Corps, Brigadier de Caballería de los Reales Ejércitos, Capitán y Coronel de las Milicias de Caballería de La Habana, Senador del Reino, Gentilhombre de Cámara de Isabel II, Caballero de Santiago y de la Orden Vaticana de la Espuela de Oro, Gran Cruz Carlos III. Por Real Despacho de 22 de diciembre de 1866, Isabel II le concedió La Grandeza de España. 
Nació en El Ferrol (La Coruña) el 15 de abril de 1786 y murió en La Habana  el 28 de diciembre de 1867.
Se casó en La Habana el 14 de marzo de 1817 con la criolla María Felipa García de Carballo y Gómez.



Escudo de los Marqueses de Esteva de las Delicias.
Descripcion escudo: En campo de azur tres coronas de oro puestas en palo; bordura de gules con siete «esteves» o sierpes de oro.

No se ha encontrado información del destino de las propiedades de los Marqueses de Esteva de las Delicias en Nipe.

Para seguir la genealogía de los Marqueses de Esteva de las Delicias, haga clic aquí.






11 de julio de 2010

"Así es Gibara", un libro maldecido por los Gibareños


Por: César Hidalgo Torres

Lizue Martínez Rodríguez y Laritza Vega Peña, especialistas de la sala de Fondos Raros y valiosos de la Biblioteca Provincial “Alex Urquiola”, de Holguín escribieron la historia de "Así es Gibara", el célebre y maldecido libro de José A. García Castañeda. (La A seguida de punto significa en este caso Agustín, pero no es preciso conocerlo, se trata y se tratará eternamente de Pepito).

Pepito García Castañeda
"Hoy, queremos relatarles la historia de un hecho similar que sucedió en la provincia holguinera. Poseemos el único ejemplar que escapó del fuego y que se encuentra, para nuestro orgullo, en la Sala de Fondos Raros y Valiosos de la Biblioteca Provincial “Alex Urquiola”: Así es Gibara. Libro publicado en el año 1957. Su autor es el naturalista, historiador, erudito y personalidad destacada de la cultura holguinera, José A. García Castañeda (1902-1982).
"Dicen los ancianos de Gibara que no saben quién le contó a Castañeda todas esas historias, pero que se las sabía todas y que el libro no dice mentiras. Lo cierto es que cuando fue publicado no agradó a los gibareños al punto que el Ayuntamiento declaró al  escritor persona no grata para la ciudad y el libro fue quemado en la plaza del pueblo.
No escapa a las bibliotecarias lo de los "apodos" o seudónimos. Ese fue el asunto que más molestó a los gibareños:

“... lo esencial de Gibara, que todos los llevan y en todos resulta ser un apellido que se hereda con la muerte, bien colocados y que a nadie ofenden...” A continuación tomamos del libro la primera estrofa de un poema, nacido de la inspiración del poeta José Antonio Recio, que ilustra los sobrenombres de algunos de los lugareños:

“Allá en “La Perla del Oriente”
existe un humano todo,
en donde he visto más gente
con singular apodo;
allí encontrará de todo
igual que en una Botica,
a Lucía “La Chancharica”,
al gran mulato “Bembeta”,
a Adolfo “La Cubereta”
Y otros que abajo se explica”.

El único ejemplar de Así es Gibara que se salvó del fuego


En la extensa papelería dejada por el historiador al morir "Aldea Cotidiana" encontró una hoja suelta mecanografiada que seguramente es copia hecha por Pepito. En ella el autor, algún gibareño enfurecido, ataca a los holguineros a los que echa en cara lo "desagradecidos" que son con Gibara y acto seguido ejemplifica con el más maldito de todos los que en Holguín han nacido. 

Gibara: La Villa Blanca/La Perla del Norte.
(España chiquita)

(...) poco agradecen los de Holguín a Gibara. Ni siquiera que los unimos a Gibara por ferrocarril el 31 de mayo de 1885 con el solo objeto de llevarles comida.

Los de Holguín, sin dudarlo, son enemigos nuestros que siempre han tratado de desacreditarnos. Como por ejemplo, recientemente, un seudo-escritor holguinero que tratando de ofender el raudal limpio y profundo del historial de la Villa nos dedica un libelo lleno de falsedades y a veces inmoral, bajo el título "Así es Gibara" que unanimemente nos hizo reaccionar, y reunidas nuestras clases vivas en la noche del 19 de julio de 1957, declaramos a su autor Persona No Grata en nuestra Villa, con solicitud a todos los gibareños que tuviesen en su poder el indicado folleto, lo entregasen al colegio de Maestros Equiparados, al objeto de destruirlos por medio del fuego, lo que hicimos esa misma noche, en nutrida manifestación voluntaria y al grito de "A quemarlo".

Igual una poesía de nuestro mejor poeta la pegamos en la puerta de nuestras casas, en los emplos, en las vidrieras comerciales, y hasta en los prostíbulos de La Loma (para general conocimiento de los visitantes de esos asquerosos lugares y nunca por los vecinos de la Villa).

Leí, Pepe García, "Así es Gibara"
engendro libelezco nauseabundo,
tan indigno de ver la luz del mundo,
como el rústico autor que lo engendra.

Con la fruición que el agua clara
hoza y retoza el animal inmundo,
pateas el raudal limpio y profundo
del historial de mi ciudad preclara.

Tu pluma para sí no la quisiera
la tiñosa más vil. Como de pelos
tienes de ideas limpia la molera.

Deja la Historia, ruín escritorzuelo
y amigo de comer en demasía,
o has un tratado de gastronomía.
Dice este furibundo autor que Pepito escribió el libro: "por verse despreciado en sus requerimientos amorosos por una gentil y cuerda gibareña".

Y concluye recordando, o quizás es una amenaza por si Pepito se atreviera a acercarse a la Villa, que el 18 de enero de 1823 los gibareños también prohibieron al Capitán del partido de Auras, don francisco Hidalgo, que los visitara solo porque este se oponía a la fundación de ese pueblo.

Estatua de Pepito García Castañeda ubicada al lado de una de las ventanas de la que fuera la casa en que vivió


Pepito murió 25 años después de aquellos sucesos. No me costa que alguna vez regresara a Gibara, pero tampoco lo contrario. Lo cierto es que cuando se supo de su muerte un nutrido grupo de gibareños vinieron a Holguín a rendirle postrer tributo, y eso que Pepito continuó burlandose de los gibareños sin compasión de ninguna clase.

Esta es una anécdota que prueba lo anterior. Era Pepito profesor del Instituto de Segunda Enseñanza de Holguín y un día, al entrar al aula, dijo que había llegado un barco griego a la Villa y que las gibareñas se estaban acostando con los mariños... una alumna gibareña, ofendida, se puso en pie y fue a salir del aula, pero Pepito interpuso su enorme humanidad al tiempo que le decía: "Un momento, señorita, quédese y escuche la clase. No tiene que apurarse que los griegos alcanzan para todas".

"Así es Gibara" es considerado por los investigadores como patrimonio bibliográfico de la Provincia de Holguín. El historiador del Centro Provincial de Patrimonio Cultural, Msc. Armando Cuba de la Cruz, afirma que el libro posee un gran valor histórico y sociológico, demuestra una preocupación por cambiar los defectos del gibareño y gracias a la acuciosidad de su autor, nos retrata picarescamente la vida cotidiana de este pueblo holguinero.

Leer "Así es Gibara"


10 de julio de 2010

Así es Gibara (Decimo tercera parte)



No lo asesine, está en su pueblo, Gibara, la Villa en que

Blancas son sus playas;
Estrecho es el Ferrocarril;
Estrechas fueron las murallas
Que formaron su perfil.

En que Pompeyo Díaz, dice:

Desde los tiempos de España
El único en toda Cuba
Para los trenes pasar,
Cavado en dura montaña,
Tiene Gibara su túnel
Que hoy parece bostezar.

Pueblo sin epidemias, donde los médicos no tienen trabajo porque el Médico es Dios.

Pueblo que tiene las playas, puede, decirse, en el mismo portal de su vecindad.

Pueblo donde ricos y pobres se confunden en una sola personalidad.

La novia del Sol, encantado Edén, donde la belleza mora, llevando en cada una de sus mujeres un pedazo de Cielo.

Playón que otorga salud.

Bastión que azota una brisa suave que apaga la calentura a sus blancos arenales.

Pueblo con Alma y con Personalidad.

La Villa que por Tiano Verdecia, es además:

Algo que se pierde en un final...

Algo que es un poco de espuma al Norte.

Algo que se esconde en un halago de paz, sostenida por los vientos, luz y sol.

Algo que duerme al soplo perpetuo de callada quejumbre, de un mar siempre iracundo.

Un bello rincón donde prenden hechos históricos, entre un abanicar de armonías naturales, que se detienen en un parpadeo de tristes lamentos y alegres alardes con un bombardeo de grandes esperanzas.

Un pueblo bien trazado al ritmo de un alto montañoso, donde se destaca imponente al confín lejano, elevada porción que semeja una Silla, cuya silueta marca un punto de orientación en la ruta a seguir al navegante de paso.

Un lugar propio al descanso.

Un sitio ideal para borrar penas, para soñar y empezar de nuevo la vida, mascullando sus ilusiones.

Un recodo para hacer un alto y jugar al amor y gozar de sus antojos.

Un refugio cobijado por un limpio cielo, un sol ardiente, con un abanicar de brisas suaves y frescas.

Su personal es honrado, humano, cultivado, de un espíritu al concierto de mutua cooperación; con el alcance sentimental de no tener distingos sociales ni raciales.

Vivir en Gibara, es vivir libre, es vivir cómodo, es vivir jubilado de Dios. Constituye un privilegio, porque la muerte casi nunca llega y el individuo se ve envejecer.

Todo en ella provoca sueño.

Es un Paraíso, es una gloria su pequeño solar.

Tiene dos ríos; lagunas donde abunda la caza y la pesca; llanuras propias para el cultivo; cuevas con amplios salones; montes altos, cerros, tupidos palmares y minerales de gran valor.

¡ES BELLA! ¡ES SABROSA!

¡ASI ES GIBARA!

HOLGUIN, AÑO DE 1957
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Así es Gibara (Decimo segunda parte)



¿Que hay un órgano que canta? No tiene importancia, y para demostrarlo, cuenta: “Luis, un viejo veterano de la Villa, vivía hace muchos años por Santa Rosalía, y encontrándose en muy malas condiciones económicas, decide dar un baile en su humilde bohío, al que todos concurren, entre ellos yo, deseosos de ayudar a Luis con los treinta centavos que cobraba; el baile fue un éxito, y en el salón, todo repleto de parejas; bailábamos al compás del acordeón tocado por el propio Luis; y a medio del baile llega al salón una pareja de vecinos, destacándose ella por su traje de amplias flores, su cabellera negra, ojos grandes, boca sensual y esbelto cuerpo, los que quedan parados en la puerta del bohío, en espera de poder entrar; Luis, que tocaba lleno de bríos para su edad el acordeón, fija su mirada en ella, y mientras seguía tocando, su subconsciente iba saboreando aquel espectáculo, que se manifestaba en el toque del acordeón, y así iba diciendo:

Y al Sordo de Cayo Sordo, en la bahía de Naranjo, territorio gibareño, famoso por su pesca, que viendo que todos los hacían, adquiere también cordel, anzuelo y carnada, y con ellos, desde su cayo, al oscurecer, tira el cordel, para ver como todo el mar, en dirección a la salida de la Bahía se agita de tal forma que le asusta y hace correr hacia su bohío donde se encierra; y ya de mañana vuelve al mismo sitio para ver en la claridad del día que todo se debía a un enorme tiburón que estaba saliendo de la bahía, cuya cola aún estaba cerca del cayo.

A Juan Ramón, que estando pescando frente a Vita, ve ya amaneciendo una sombra que lentamente se desliza por debajo de su bote, y que era producida por enorme “peje”, de impresionante tamaño; y su promesa, como buen gibareño, de regresar al día siguiente para pescarlo, adquiriendo para ello en Gibara, alambre y una res muerta, todo lo cual lanza al mar frente a Vita, amarrando su extremo en el muelle de Vita, y a más de ello en una enorme ceiba; quedando dormido en espera del regreso del “peje” para encontrarse al despertar en un lugar desconocido para él, lo que se debía a que éste al tragarse la carnada, con su fortaleza había arrancado el muelle, ceiba y tierra, que a modo de isla se veían en la lejanía arrastradas por el “peje”. Y como sufrí al no poder llevarlo a la Villa. Nos dice todo angustiado.

Y a Juan Rondón, que por necesidad abandona la Villa, la busca de trabajo, llegando en su peregrinaje a la provincia de Las Villas, en una de cuyas fincas solicita trabajo, que no le pueden dar, pero sí cama y comida por una temporada al ver sus moradores su lamentable estado físico; viendo pasado varios días, que a la dueña de la casa le daban fuertes ataques, que solo se le pasaban al aplicarle el esposo cierta inyección; una noche sufre de uno de estos ataque, notando con dolor el esposo que no tenía inyecciones en la casa, por lo que corre a la habitación de Rondón, al que pide corra al potrero, tome su caballo que había dejado amarrado debajo de la mata de limón y en la Farmacia del pueblo, a dos kilómetros de distancia, adquiera la salvadora inyección, lo que éste hace, regresando con ella, que aplicada por el esposo salva la vida a la moribunda esposa; vuelta la calma, se dirige Rondón a la tranquera de la finca, para encontrar que el caballo se encontraba tirado en el suelo, ya muerto, al faltarle la cabeza, acción que estimaron obra de un loco; pasan meses, cuando una noche, pide a Rondón el dueño de la finca que a la mañana siguiente vaya por limones a la mata del potrero, que éste lo hace, para encontrar la cabeza del caballo colgando de una rama, dándose cuenta que en aquella noche al tirar de la soga en que éste estaba amarrado, se le había desprendido al caballo la cabeza, y que así había ido al pueblo y regresado a la finca; y eso no era nada, afirma, que de la cabeza ya estaba saliendo un caballito.

Sabrosona,
Coquetona,
La de las floronas,
etc.

que escuchado claramente por el esposo, se dirige hacia Luis, dándole un fuerte golpe sobre su cabeza, que le hace caer al suelo, cayendo con él el acordeón, que al cerrarse en el piso canta lo que Luis en su subconsciente había manifestado verse golpeado y dar con el suelo:

Aaaaaaaay, que me muero!

Y si quieres pasar una noche inolvidable, que Tiano Verdecia, de gran vena humorística, ya cómico, ya trágico, según las circunstancias, te cuente sentado en uno de los bancos del Parque de Las Madres, sus aventuras. Su visita al Parque Zoológico de New York, y su entrada al salón donde exhibía en una gran jaula a una mono “araña”, el más grande, fuerte, fiero y salvaje de los monos araña en cautiverio, que le impresiona y hace correr hacia la entrada, con su aspecto, saltos y gritos, siendo detenido en su carrera y mantenido frente a la jaula por su compañero de visita, también gibareño; pasado el susto, como buenos gibareños no tardan el olvidar el sitio y el mono para hablar de su lejana Villa, sin darse cuenta habían quedado solos, de cuyo letargo son despertados por el propio mono, que les hacía indicaciones de acercarse a la jaula, que le anima al oírle decir: no teman, ¿no me recuerdan? ¡Si yo soy Tite! Era un gibareño disfrazado de mono araña. Cuando estando hospedado en el exclusivo “Word Astoria”, del propio New York, se le ocurrió cantar, como cantó estando bañándose, “La Bella Cubana”, sorprendiéndose oír tocar en la puerta de la habitación al Administrador del Hotel acompañado de un Vigilante de la Policía, para suplicarle no cantase más, que estaba con ello interrumpiendo el tráfico por Times Square; siendo llevado al balcón para que viera al público estacionado en la calle, que al verlo le brindó la más cálida y espontánea de las ovaciones. De su visita a la Meca del Cine, Hollywood, como invitado especial de los dirigentes de la Columbia Pictures; de su llevada a la exhibición privada de su última película y acompañado nada menos que por la esposa de su máximo director, en cuya exhibición, al ver que el protagonista de la película daba muerte a su rival de una certera puñalada, grita y se desmaya, para verse, pasado el momento que estimó de debilidad y bochornoso, felicitado por al alta directiva de la empresa y mencionado por los críticos teatrales, por ser el único en haber notado la veracidad en la escena, en que el protagonista aprovechando el acto había dado muerte cierta a su rival en amores. Cuando saliendo del Puerto de Gibara en dirección a Vita, una fuerte e inesperada tormenta tropical lleva al garente la embarcación por dos largos días, para dejarla frente a unas tierras para ellos desconocidas y que resultaron ser las costas de la Florida; y su sufrimiento al ver que faltos de comida y de agua no podían llegar a ella por no llevar consigo los pasaportes que los autorizaban a desembarcar en territorio de los Estados Unidos. Cuando estando ya en la Bahía de Nipe se les hunde la embarcación, haciéndose cargo del salvamento de la tripulación, ordenando que seis de los náufragos se colocasen a su derecha y seis a su izquierda, dirigiéndose en esa forma hacía la costa, y como los tiburones iban comiendo ya a uno de la derecha, y a otro de la izquierda, hasta llegar a tierra, a la que llega solo, al haber protegido así su cuerpo en esa bahía tan infestada de tiburones, con los cuerpos de sus compañeros.

Así es Gibara (Décimo primera parte)



En la Villa no ocurren defunciones; sus ancianos son centenarios; los vecinos mueren agotados; no se recuerdan epidemias: en su Hospital Civil no hay enfermos; sus médicos descansan; las Farmacias no venden medicamentos; pero a un holguinero se le ocurre poner en la Villa una Agencia Funeraria y allí comienzan las defunciones; por ello todos desfilan por el Templo Católico al objeto de ver si alguna de las Vírgenes es obsequio al templo del funerario; sucedió en Holguín, y pudo haber sucedido en la Villa lo de la Virgen dedicada para que el “negocio” no fracasara.

Fernando es de la Villa y residía en la Capital de la República en mi época de estudiante; y en la Capital tenía su prometida; en la casa en que ésta residía varias de sus compañeras también tenían novios, y por costumbre al sentarse por la noche en el portal al objeto de celebrarse; buscando, como es natural, la semioscuridad, cómplice de la pasión amorosa; todos menos Fernando, que terco como buen gibareño se celebraba con su prometida sentado debajo de la luz eléctrica; sus compañeros rompen el bombillo, al parecer beneficiando a la novia de Fernando; pero notan que éste esa noche, al notar la oscuridad y darse cuenta de la causa, salió por un bombillo eléctrico; y que de allí, todas la noches llegaba a la casa con un bombillo en el bolsillo. Fernando se mantiene en estado de soltería en la Villa.

Publicó Tiano Verdecia un uno de los periódicos de la Villa la enorme cantidad de paniqueques que semanalmente se consumen en Gibara; lo que provoca una larga polémica entre Joaquín y nosotros, quien negaba: ¿que en Gibara se consumen unos ciento veinte mil paniqueques semanalmente? ¡Mentira!; mientras Abraham, como siempre tardío en reflexionar, y que sólo pensaba en el efecto producido por esa enorme cantidad de paniqueques en el consumidor, exclama, ¡por eso los veo a todos tan amarillos! La venta de paniqueques, y de los dulces anunciados con el repiquetear de campanillas, dan nota de alegría a la Villa de Gibara.

Pepito es el hombre más moral de la Villa; como él no se encuentra otro en la Villa, ni en toda la Isla; amante del hogar y de su familia, no toma licor, no fuma ni juega al prohibido, es incapaz de una ofensa; por ello es ejemplo de los padres para con sus hijos; de las esposas para con sus maridos; de las autoridades para con los delincuentes; de los sacerdotes para sus feligreses; pero llega el día fatal y todo por culpa de los holguineros que lo llevan engañado a “Los Marinos” y al “Obrero”; visita fatal para Pepito a pesar de no haber pecado, ni siquiera haber tomado una copita de licor, ya que la noticia corre loma abajo como un rayo. Pepito en la loma? ¡Imposible”, exclaman todos. Pero viene la confirmación, y por ello al visitar la Villa, todos nos dicen: por culpa de ustedes Pepito ha dejado de ser el ejemplo de guía, por culpa de ustedes ya no hay moral en la Villa. ¿Qué se puede esperar de los hombres serios si Pepito nos falló?.

Cabrerita está sentado en uno de los sillones del Unión Club, sillones que para el gibareño representan la continuación de la cama del hogar; rompe de pronto el eterno silencio de la Villa para exclamar: en la mesa de la cocina de mi casa hay un tomate maduro, de un rojo intenso; mi esposa coloca a su lado un plátano verde al que ha quitado la cáscara para colocarlo en la cazuela de agua hirviendo; mira el plátano a su compañero de mesa, el tomate, y al verlo tan colorado, le dice ¿Te has ruborizado al verme desnudo? Ah, si pudieran anotarse estos despertares del enmagueyado gibareño.

Pepito es comerciante en la Villa; activo y simpático, por ello su establecimiento para todos es una mina; pero Pepito siempre está en dificultades económicas. Lo comento con un gibareño, y éste para explicarme la razón de esas dificultades solo me dice: imagínate, que uno de sus bolsillos siempre trata de engañar al otro. Gibara.

Se nos muere el bueno de Fernando y como buen gibareño nos había pedido el ser enterrado en el Cementerio de Gibara, al lado de la tumba de su señora madre; y con su cadáver llegamos a la Villa. No recordándose el lugar en que estaba enterrada la madre, el sepulturero cava una fosa, trabajo que repite al aparecer ésta; terminado el acto piadoso el sepulturero reclama a Armelito cuatro pesos por su trabajo, dos por cada fosa; y al decirle éste que sólo debía cobrar una, ya que la otra le quedaba abierta para el próximo entierro, recordando éste que las defunciones sólo ocurren en Gibara una o dos veces por año, exclama indignado: ¿Y voy a esperar seis meses para cobrar el resto de mi trabajo?

Estoy una mañana en uno de los balnearios de la Villa; observo que a uno de los bañistas, por efecto de la comida ingerida, le ha dado un principio de congestión; con el corre corre que se produce se rompe la tranquilidad perenne de la Villa; en eso veo llegar a la cantina del balneario donde me encuentro recostado, un gibareño todo sofocado por la carrera, que con asustada expresión dice al cantinero: ¿qué ha ocurrido? Nada, le responde éste, a uno de los bañistas que le ha dado una embolia. ¿Y es de Gibara?, vuelve a preguntar, para recibir por respuesta una sanguinaria mirada del cantinero. Sorprendido le pregunto. ¿Por qué no puede ser de Gibara? ¡Imposible!, fue la respuesta, el gibareño no come.

Para ellos su Villa es única; no hay cosas como las de su Villa; por ello al encontrarme en Holguín con Joaquín de la Vara y el doctor Tapia, y al mostrarles lo bonita que era la fachada de una de las casas, me responden ambos al mismo tiempo: más bonita es la de Ordoño. No quieren salir de la Villa, y si lo hacen es obligado; así el amigo Luis al verse obligado a visitar la playa de Guanabo, como despedida dice: mañana estaré de regreso; que vuelve a afirmar al recordarse que la playa de Guanabo es una de las más lindas de Cuba. Y regresó.

Así gozará usted con sus anécdotas y con sus ocurrencias, que explican diciendo que ellos, los gibareños, “llevan el mundo sobre las espaldas”; pero no podrá reírse con los cuentos, los famosos cuentos de Gibara; ni siquiera insinuar incredulidad, lo que les ofendería; no tendrá más remedio que mostrar interés y sorpresa, hasta llegarse el momento en que usted se ofenda al pensar puedan imaginarse que está creyendo en sus cuentos, pero tendrá que hacerlo en silencio; si no puede soportarlos, enmaguéyese como ellos, con lo que gozará y pasará como un gibareño más; es más, no tardará en tratar de imitar al más grande de los cuentistas de la Villa, a Robustinao Verdecia Velázquez, figura predilecta entre los veraneantes, de inagotable y exagerada vena humorística a costa de sus paisanos; a Juan Caballero, menos popular al ser sus oyentes los de su oficio, los pescadores.

Acepte como cierto la existencia de un enorme tiburón llamado “Pancho”, que no sólo respondía por ese nombre, sino que hasta se paraba en la arena de la playa para que los muchachos jugasen con él; en el “Indio”, famoso gallo de la Villa, espíritu del gibareño, que todas las peleas las ganaba por su peculiar manera de atacar; ganador del “El Jerezano”, que le superaba en tamaño y fortaleza, ganador de cientos de peleas, al que vence a pesar de no poderle llegar al cuello por su pequeño tamaño, al poder seguir su táctica, de aprovechar el momento de poder meter la cabeza de su contrario debajo de su ala, que sujeta con todas sus fuerzas, hasta perforarle el pecho con su afilado pico; y conste, que “El Indio” no se retiraba del redondel sin antes haberse colocado sobre el pecho de su rival y haber lanzado su grito de triunfo, el triunfo de Gibara.

Pero podrá usted, aunque sea por breves momentos, silenciarlos si les cuenta el cuento al parecer holguinero de “La Jaiba Bandolera”: “Había una vez una Jaiba gibareña, que lejos de su Villa, en el camino del Alcalá hacía sus fechorías, que le hacen coger fama de valiente y audaz; por sus asaltos a mano armada; transeúntes que pasara por ese camino, sea de día o fuera de noche, se veía asaltado por una jaiba que cubría su rostro con pañuelo negro y portaba en una de sus garras una afilada navaja barbera; cierto día se le ocurre pasar por su feudo un infeliz guajiro, que en el acto se vio asaltado por la Jaiba bandolera, bajo la amenaza de “la cartera o la vida”; trata el guajiro de encontrar el dinero, y sin saberse el por qué, lo cierto es que la Jaiba, al verlo tan asustado le preguntó, y tú, ¿de dónde eres? Soy de Gibara, le contesta éste, que oído por la Jaiba, le hace caer de su garra la navaja barbera y correr hacia la manigua bajo la angustiosa súplica de POR TU MADRE, NO ME COMAS”.

Y si respira, a toda prisa cuéntale la historia, al parecer también holguinera, del “EL DEVOTO GIBAREÑO QUE AL CIELO FUE”; “Fallece en la Villa un piadoso, sencillo y a la vez apasionado católico gibareño, que como es lógico, al Cielo fue, ya que como buen católico había cumplido en este infierno, nombrado Tierra, con todos y cada uno de los rituales exigidos por esa piadosa y acaparadora religión de Cristo, a cuyos Templos solo debían ir los ricos, según Rafael, en señal de agradecimiento; hace el alma del piadoso gibareño su entrada en el Cielo escoltado por la “Comisión de Tres”, de esos tres que no encontrarían para guiarlos al Cielo, ni Tejedor, ni Melquiades, ni yo, según la opinión autorizada del krisnamurtiano Pompeyo; ya en el Cielo es recibido y guiado por el propio San Pedro, mostrándole todo lo bueno que le espera en el Paraíso por haber sido tan buen católico; pero llega la hora, y que tenía que llegar, en que el buen católico fallecido suplica tímidamente a San Pedro le señale el lugar destinado en el Cielo para calmar esos deseos imperiosos que comenzando por hacernos sufrir, terminamos con tanto placer; y éste, en vista de la categoría del recién llegado, al servicio de los ricos es llevado, que rechaza éste por su humildad al ver tanto oro en su confección; se le lleva al servicio de los pudientes, todo de plata, que también rechaza; hasta que San Pedro al verse defraudado con su alma tan mezquina, le indica el lugar destinado para los suyos, un simple agujero en una nube, al que encantado se dirige el buen católico, y del cual se separa bruscamente al ver en la lejanía, bajo de él, un pueblo; San Pedro al ver su pudor, mirando por el agujero y viendo el pueblo, encogiéndose de hombros le dice al piadoso católico: no te remorderá la conciencias, hazlo, que es la Villa de Gibara.

Y así ya puede escuchar a Juan Caballero contándole su célebre cuento “A la orilla de un palmar”: “Estaba pescando a las alturas de Potrerillo, y bastante próximo al litoral; en el silencio de la noche, escucho procedente de la costa un canto, “A la orilla del palmar”, sólo ese verso al que no doy importancia, pero sí al seguir escuchándolo y siempre en la misma forma, a intervalos más o menos largo; sólo un loco puede hacerlo, me digo; y para ver al loco en la costa espero el día; llegado éste no observo a nadie en la solitaria costa, pero sigo escuchando el interrumpido canto, que me hace dirigir a ella; ya en la costa por más que buscaba no podía ver al cantante, y al seguir escuchando el “A la orilla de un palmar”, me hace suponer es cosa de espíritus burlones y presa de pánico trato de correr hacia mi bote; en mi carrera escucho el canto próximo a mí, que me lleva a mirar a mi alrededor, para descubrir el misterio: en la costa había arrojado el mar un pedazo de disco, el de la canción “A la orilla de un Palmar”, que el viento había colocado en una mata de tuna, una de cuyas espinas, movidas por el viento rozaba el disco en la parte en que éste tenía impresa la frase “A la orilla de un palmar”.

A Tiano Verdecia contarle que Víctor, dependiente de una de las casas de comercio de la Villa, al sufrir un fuerte dolor en el bajo vientre, fallece; que no teniendo familiares en la Villa, es velado su cadáver en uno de los pequeños cuartos de la bodega en que trabajaba; siendo éste muy querido en el barrio, todos se dan cita esa noche en el velorio; velando transcurren las horas, y ya de madrugada se le ocurre a uno de los velantes encender un tabaco en uno de los candelabros, que a modo de centinela, alumbraban el cadáver, para ver con espanto que el cuerpo de Víctor, se iba sentando lentamente en la caja con sus ojos sumamente abiertos; preso de gran pánico, corre hacia la calle gritando: el muerto está sentado en la caja, que oído por los concurrentes los hace salir atropelladamente hacia la calle, y con desmayos y gritos histéricos de las mujeres; llega el día sin que ninguno tenga el valor de entrar en la tienda y menos en el cuarto en que el cadáver de Víctor es velado, hasta que todos recuerdan al guapo de la Villa, y por el guapo van; lleno de valor llega el guapo de Gibara, ante la admiración de todos entra en la tienda y al cuarto mortuorio, donde aún permanece Víctor sentado en la caja con los ojos sumamente abiertos, al que dice: Víctor, ¿estás vivo? Voy por un médico, acuéstate mientras tanto en la caja, tratando de ayudarlo para ver con espanto que no solo no le contestaba, sino que teniendo la frialdad de los muertos de nuevo se incorporaba hasta quedar sentado; lleno de pánico corre hacia la calle, hasta hacer su llegada las autoridades, las que descubren el misterio; que Víctor había sido amortajado con el cinturón puesto, que al presionar su vientre, le había hecho sentar dentro de la caja. Cortado el cinturón, fue enterrado, dejando en la Villa el recuerdo de Víctor y el corre-corre lleno de espanto, de los velantes.

Su “se comió al león”: según él, hace su llegada a la Villa de Gibara un Circo, el que como de costumbre, es instalado en el Parque de Colón, lugar al que todos los vecinos se dan cita y más al correrse la voz de que éste traía, dentro de una segura jaula de hierro, un fiero león africano; los muchachos, siempre muchachos, pasada la impresión que les produce la llegada del Circo y la presencia del fiero león, transforman lo que les queda de parque, en un campo de jugar pelota, con la fatalidad de que la pelota al rodar se les cae dentro de la jaula del león, entre sus fuertes patas, de donde tratan de sacarla con un madero, acción que enfurece al león, que rompiendo el madero se lanza contra los fuertes barrotes de la jaula tratando de seguirlos, acción ésta que provoca el pánico entre los concurrentes al parque, y que uno de los muchachos, en su nerviosismo, tome el pasador de la jaula, que al quedar abierta pone en libertad al león. ¡Se soltó el león! ¡Se soltó el león!, gritan todos, no tardando en quedar desiertas las calles de la Villa; sale en persecución del león las fuerzas del ejército, a los que se unen valerosos voluntarios, los que no encuentran el león, y sí el informe de que éste había tomado el camino de Cupeycillo, cuyos moradores no tardan en ser concentrados en la Villa; notándose la falta de uno de los vecinos del barrio de Cupeycillo, todos lo dan por muerto por el león, y para confirmarlo hasta su casa van los valerosos miembros del ejército, para encontrarlo sentado en la puerta del bohío, al parecer ignorante de la tragedia en que todos vivían por culpa del león escapado; le ordenan refugiarse en la Villa, que éste acepta todo asustado, y más al conocer la historia del feroz león, cuya existencia ignoraba, ofreciéndoles antes un poco de carne curada, boniato y leche, que todos aceptan y con gusto saborean; ya al salir del bohío es preguntado por qué no lleva con él el resto de la carne curada, apareciéndose ante todos con la carne y con la cabeza del león. Del león que había sido muerto por él desconociendo su fiereza y de cuya carne todos habían comido.

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Así es Gibara (Décima parte)



Llego a la Villa y necesito los servicios de Angelito; y no estando Angelito en la piquera, llamo a un limpiabotas, el que me dice, a pesar de ser de la Villa, que ignora el domicilio de Angelito; Buere que oye la conversación, le dice: sigue derecho toda la calle hasta llegar a la loma, toma la segunda cuadra y en ella vive Angelito, y para animarlo le doy veinte centavos; el limpiabotas me mira y mira los veinte centavos, y devolviéndome la moneda me dice: nunca he andado por ese barrio. ¿Cómo, muchacho, eres de la Villa y nunca has llegado a esa calle? Le digo sorprendido; No he tenido necesidad de ello; y se retira. Por todo ello no me sorprende que a Cabrera se le cayese al suelo una moneda de diez centavos, la que ve correr calle abajo, pero que incapaz de irse tras ella y menos de agacharse, le dice a un transeúnte: Mira, allí va una moneda de diez centavos, y sigue caminando.

Nos encanta el ir a Gibara, y todos los domingos lo hacemos Pompeyo, Abraham, Tejedor, Elías, Melquiades y yo; todos los domingos vamos a la Villa, tanto en verano como en invierno, y siempre nuestra primera visita es para Lola y la segunda para Joaquín. Abraham lo explica: a Casa de Lola a tomar café “recalentao”; a Casa de Joaquín, a que nos muestre su sanatorio de animales deformes; siempre nuestra primera visita lo es para Lola y la segunda es para Joaquín; y así debe hacerlo usted también, si no, no habrá ido a Gibara.

Pepito tiene setenta años; es casado y tiene hijos y nietos; y es uno de los contados vecinos de la Villa que se da el lujo de tener querida; todos en la Villa lo saben y que éste solo la visita cuando el cuerpo se lo pide; y que en ese día si la puerta está cerrada, todos quedan enterados de su visita, al escucharse fuertes golpes sobre la madera de la puerta y su angustiada voz de ¡Apresúrate, Celedonia!.

Es la Villa el pueblo de los apodos, herencia de cientos de canarios que en su Villa se avecindaron en el siglo pasado. Constituyendo el apodo la esencia de la Villa, el obligatorio y hereditario apellido; entre ellos nos encontramos a “Bicicleta”, eje de humorísticos episodios gibareños; que cae el terminal bicicleta en el sorteo, todos aprovechan para gritarle ¿Lo cogiste, Bicicleta?; que va por una de las desiertas calles de la Villa, y sin poder evitarlo, suena lo que siempre suena a pesar de nuestros deseos de que no suene, oigo que le gritan: ¿Te ponchaste? Gibara.

Rafael vive en Holguín, y en su casa tiene una sirvienta de la Villa; dicha criada tiene su novio en Gibara y por ello Rafael todos los domingos tiene que enviarla a ver a su novio; por ello, Rafael que es gibareño, puede decirme: En la Villa todas las cosas ocurren al revés.

En la Villa hay un prestigioso vecino que por su miopía usa espejuelos; al dormir por la noche lo hace con los espejuelos puestos. Nos explica el motivo: y si sueño, ¿cómo distingo las caras? Gibareño.

El Verano es esperado por todos los holguineros; y en el verano cientos de holguineros visitamos la Villa de Gibara al objeto de bañarnos en sus playas; nuestra llegada a la Villa siempre es por la tarde, después de nuestro almuerzo en Holguín; por ello Joaquín, al ver que no dejamos dinero, exclama: ¡almuerzan en Holguín; hacen sus necesidades en la Villa!

Corrales es español y está establecido en la Villa, recordándonos su presencia al típico bodeguero español y a la amplia y ventilada bodega española; llegó un domingo a su tienda y notó, no sin sorpresa, al ser la Villa tan amiga de sus tradiciones, que están fumigando la trastienda; ¿y eso, Corrales? le pregunto. No tardó en contestarme: a los cuarenta años de residir en la Villa me he cansado de que las cucarachas me hagan cosquillas.

Nota Pancho X que uno de los bodegueros de la Villa está arrojando al mar la latería descompuesta; seleccionando dos latas de sardinas portuguesas que limpia con esmero; colocadas en sus amplios bolsillos se dirige a la misma bodega de donde estas proceden a cuyo dueño dice: voy de pesquería, dame dos latas de sardinas portuguesas, pan y queso, que le es despachado; y que le retira el indignado bodeguero al decirle éste, a mi regreso te pagaré su importe. Haciéndose el ofendido se retira, pero lleva en su bolsillo las dos latas de sardinas despachadas, que en un descuido del bodeguero había sustituido por las que éste había arrojado al mar.

Estoy en una de los balnearios de la Villa, y a él veo llegar una joven, a la que todos saludan y todos quieren que en su mesa se siente; nadie más popular que ella; así se lo informo a mi compañero gibareño, que la mira y me dice: ¡PICA EN TODAS LAS CARNA!

Se celebran los carnavales holguineros, y a ellos concurre toda Gibara; y siendo Lola de la Villa, me la topo ya tarde en la noche, invitándola a comer un bocadito de lechón, que es aceptado; para ella prepara el fritero su primera frita, que entrega a Lola, la que volviéndose a los portales, grita: ¡Fulana, toma! Y le entrega la frita; es preparada otra, y se repite la misma historia, por dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho veces, en que no pudiendo más, le grito, ¿pero Lola, has traído una comparsa de Gibara? Dos semanas sin poder visitar la Villa; Lola se incomodó.

Albertín recibe de la Madre Patria un gallo jerezano, un valioso y verídico gallo de Jeréz de la Frontera, al que nombra “Coronel”; apasionado gallero y educado en España, pasa los días contemplando a su gallo, cada vez más enamorado de él; cierto día llega a su casa de la Villa un gallero holguinero, que al ver el gallo, le ofrece por él quinientos pesos a Albertín, ofrecimiento que le hace brotar lágrimas de dolor, ante tal atrevimiento; lágrimas que brotan con más intensidad al escuchar en su oído la voz de Tiano; con doscientos pesos vas ganando. Su gallo era jerezano y tan bien educado, según él, que hacía sus necesidades dentro de la vasija de metal.

Estoy en el portal de mi casa en Holguín, más o menos a las once de la mañana, en el pleno agosto; a la distancia veo un señor todo vestido de azul oscuro, sombrero de palo y un paraguas a modo de bastón; estará loco, me pregunto. Venía a verme y al presentarse me entero que procedía de la Villa y traía su traje de paseo. ¡Lástima que la carretera haya hecho perder ese típico sabor gibareño!

Tiano visita la Ciudad de Nueva York; la visita para que no le hagan cuentos, ya que prefiere no salir de su Villa; visita New York con su traje de salida: paño oscuro, sombrero del mismo material y un paraguas a modo de bastón; y tiene la suerte de llegar en el invierno; se levanta temprano en la mañana, y para hacer hora en espera de Joaquín, se estaciona en la puerta del Hotel, contemplando la calle, que por su brillo le asemejan grandes espejos y a los contados transeúntes de esa hora; que al verlos pasar frente al Hotel caminando con un pie sobre la acera y el otro por la calle, le hace reflexionar que en las proximidades hay un hospital; trata de salir y cae el suelo, conociendo entonces que para caminar en esa mañana invernal por las calles neoyorquinas había que cojear, transformándose en un cojo más; con la dificultad de no poder recrearse contemplando las fachadas de los enormes edificios, que por tratarlo de hacer vino con él toda la fila de cojos al suelo. Visita una de las grandes tiendas, tratando en todo momento de pasar desapercibido, confundido con un nativo de la Ciudad; en dicha tienda nota una escalera que el piso superior sube, la que toma sin darse cuenta que esta era de esterillas, que al notarlo le hace retroceder con espanto, cayendo al suelo y con él los que detrás subían. Aceleró su regreso a la Villa; menos complicaciones, más tranquilidad.

Pancho X tiene en su poder una moneda de oro de a cinco pesos, pero ésta era falsa; platino con un baño de oro; se dirige a una de las tiendas de la Villa, y haciéndola rodar por el mostrador al objeto de que todos la vieran, pide y toma dos o tres tragos; al pagar dice en voz alta: toma, cóbrate de estos cuatro pesos, oro; el bodeguero que nota que la moneda es de a cinco pesos y que éste está tomado, la toma y le da el cambio como si fuera en realidad de cinco pesos; llega la tarde, y el balance, dándose cuenta entonces el bodeguero que la moneda era falsa, siendo acusado de ello Pancho X. Viene el correspondiente juicio, y en él es acusado Pancho X por el bodeguero de haberle dado una moneda de a cinco pesos falsa, acusación que éste niega, siendo absuelto al demostrar con testigos que la suya lo había sido de a cuatro pesos, y que por cuatro pesos había recibido el vuelto.

Estoy en casa de Corrales dándome unos tragos con varios amigos gibareños; para que se cobre el importe de una de las tomas, le entrego un billete de a cinco pesos, que al verlo Alonso, le dice a Corrales, devuélvaselo: ese trago es mío. Corrales le mira y mira mis cinco pesos, y no pudiendo soportar la tentación con ellos se dirige a la contadora, diciéndole a Alonso: este dinero me está mirando; el tuyo está en veremos.

Alberto Velázquez es en la Villa el máximo defensor de la “Cooperativa Textil de Gibara”, y por defenderla sufre de prisiones; en una de ellas es llevado ante el Juez que lo envía al Hospital de Holguín en observación, ¿por qué? A su entrada había dicho: Yo no soy de este mundo; usted no tiene la facultad para juzgarme; por él tienen en la Villa una famosa “Doctrina Judicial Teocrática”. Como también tiene a Táramo pasando los días demostrando por medio de números la razón de todo lo existente.

Visitamos la Villa y notamos sus calles desiertas; los establecimientos faltos de clientes; la mar sin pescadores; por ello nos preguntamos, como todo el que la visita se pregunta: ¿de qué vivirán? En la Administración de Correos nos dan la respuesta: por ella se reciben todos los meses cientos de giros postales, contribución del gibareño ausente a sus familiares.

Todo es tranquilidad en la Villa; ella es rota al verse uno de los pequeños botes de pescadores correr vertiginosamente por la bahía, y más tarde salir mar a fuera, como si una fuerza poderosa lo arrastrase; gritan unos: se lo lleva un enorme tiburón; otros, quedó enganchado a un submarino; unos lloran; otros, los más, le miran con orgullo desaparecer en la lejanía; son gibareños y el pescador es de la Villa; ya regresará algún día remolcando un enorme animal capturado era la cierto, al siguiente día “Chicho” hace su llegada triunfal remolcando un enorme tiburón. Cosas corrientes en la Villa, y sucedió muchos años antes de que Ernesto Hemingway escribiera su célebre novela.

Después de largos años de espera, hacen su llegada de nuevo al Puerto de Gibara, los barcos de carga; y con ello la alegría y la esperanza de un pueblo dormido por falta de actividad; hace su llegada el primer barco, pero cosas de Gibara, es tan grande que no puede entrar en la bahía, y menos atracar al muelle, corriéndose la voz de que éste seguiría con su carga para el Puerto de Nuevitas; todos se desesperan, más que los estibadores el vendedor de bacalaos fritos, cuyos lamentos se escuchan por toda la Villa y sus súplicas a la Virgen de la Caridad del Cobre por un milagro, el milagro de que pudiese el barco atracar al muelle; su interés, el haber fiado los bacalaos fritos. Vino el milagro, el barco atracó al muelle, los estibadores cobraron y el vendedor cobró lo fiado. Son cosas de Gibara.

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