Era el tabaco uno de los
cultivos que hacían los canarios asentados en el hinterland del puerto de
Gibara. Precisamente había sido en la zona donde los europeos habían visto
aquella planta por primera vez. El suceso debió ocurrir cuando el Almirante
Cristóbal Colón, anclado en la bahía, mandó una avanzadilla de dos marinos al
interior. Al regresar aquellos dijeron haber observado a varios humanos expulsando
humos que tenían un olor desabrido[1].
Hoy el hecho es asunto que cuentan una y otra vez los guías de turismo,
mientras que la historiografía encargada del tabaco concentra sus intereses en
las ricas vegas de Vuelta Abajo, sin embargo, el tema del tabaco en el oriente
de la Isla no es
nada despreciable: En este territorio también se desarrollo su cultivo en
cantidades respetables hasta el siglo XIX. Gibara fue ejemplo muy elocuente de la
importancia del cultivo del tabaco aunque hoy a los historiadores se les haya
olvidado. Las casas lujosas que hubo en la Villa, las murallas que se levantaron para
protegerla de los independentistas cubanos, los muelles del puerto y la locería
fina esparcida por en interior de las residencias de los burgueses locales,
estaba sustentada en las muy endebles hojas de tabaco, riqueza mayor de la
región.
El mercado de Europa del
Norte fue elemento decisivo en la producción tabacalera gibareña, luego fue
Alemania.
Los primeros que en el
hinterland del puerto cultivaron la preciada hoja del tabaco fueron los vecinos
con larga tradición de cultivo de tabaco que llegaron hasta Gibara atraídos por
la inauguración del puerto, procedentes de diversas partes de la jurisdicción
de Holguín.
Fue posteriormente que
llegaron los inmigrantes canarios. Ellos no tenían tradición tabacalera, sin
embargo muy pronto se relacionaron con la hoja y aprendieron los secretos de su
cultivo, hasta el extremo de que muy pronto decir canarios en aquella zona era
decir grandes cosecheros del producto.
Hoy no tenemos elementos suficientes
para responder la pregunta qué llevó a los canarios a la vega, solo algunas
pocas y no muy sólidas hipótesis, entre ellas, las sabidas condiciones del
terreno de la zona de Candelaria y otras inmediatas, tan propicias para el
cultivo, la cercanía del puerto y las facilidades del transporte. Por demás el
tabaco era el producto que de una manera relativamente rápida les permitía
obtener capital para pagar la tierra que, en ocasiones, obtenían por medio de
préstamos.
Lo anterior debió colaborar
para que el tabaco entrara en la psicología de aquellos inmigrantes que, no
olvidarlo, llegaron de Islas muy visitadas por comerciantes o viajeros en
tránsito a América que necesitan vituallas para el trayecto. Precisamente eso
dicho ahora mismo había hecho del canario un emprendedor hombre del comercio.
Entonces se entiende que el tabaco era la planta ideal para entrar en el
comercio internacional desde su modesta posición.
Pero como todo cultivo
comercial, el tabaco necesitaba un capital que sustentara los muchos y
obligatorios gastos, cuando se piensa en sembrar grandes cantidades. Fueron los
comerciantes establecidos en el puerto de Gibara quienes aportaron el dinero,
entre ellos destacan un reducido grupo proveniente de Cataluña y las Baleares.
En los Protocolos
Notariales de Gibara, que se inician en el año 1841, se comprueba que desde
entonces los prestamos que se hacían se saldaban en tabaco.
Un ejemplo de este tipo de transacción se produjo
el 4 de febrero de 1847. La cantidad
prestada ascendió a 1 550.00 pesos a pagar en 155 quintales de tabaco.
Igualmente en ese año se efectúan otras seis transacciones a saldar en tabaco;
tres de los que reciben los préstamos son canarios, dos de eran vecinos de
Candelaria.
En esas mismas escrituras,
pero del año 1848, aparecen un total de ocho préstamos, de ellos cinco a pagar
en efectivo y tres en tabaco. De los que debían saldarse en tabaco hay dos que
son hechos por la
Sociedad Comercial dirigida por el portugués José Leal. Dos de estos dichos préstamos tienen como
fecha de vencimiento el mismo año 1848 y el tercero debió ser una cifra considerable que
no se especifica en la escritura, valorada en 575 quintales de tabaco. Cuatro
de los individuos que reciben en ese año son canarios, uno de ellos reside en
Candelaria.
Diez años después la situación
es muy diferente respecto a los préstamos y en especial a los que se debían pagar
en tabaco. Es que para entonces la producción de la hoja había dado un salto
significativo. Incluso, hasta la forma de redactar los documentos respecto a
los debitos había variado. A diferencia de los años 1847 y 1848, ahora se
ofrece mayor claridad y precisión en la información: siempre se expresa la
cantidad prestada y lo que se espera obtener en tabaco y, también, se da más
información sobre deudores y acreedores.
Quien revisa los documentos
gibareños encuentra en esos años más de
mas de 50 transacciones, 28 de ellas debían ser saldadas con tabaco. Por
demás 19 de los que reciben los créditos son canarios y de los que se
comprometían a pagar la deuda con tabaco, 11 son canarios. (Para entonces eran
los grandes prestamistas un grupo de catalanes, santanderinos y vascos).
A la vez ha ocurrido que la
vieja sociedad local, típicamente patriarcal, se va transformando lentamente.
Un periodista escribió sobre la concluida década de los años sesenta en estos
términos:
“Las familias de
los campos, sencillas e inocentes, vivían felices en sus propiedades y
abandonaban su campestre morada tres veces al año; por Semana Santa, por
Santiago y por Pascua de Navidad: la ciudad ofrecía en esas épocas un aspecto
de animación y vida que regocijaba.
“Pero mas tarde
el tendero del cuartón, capitalista de doce pesos, comenzó por llamar la
música al cuartón, por llevar a la tienda botitos, vestidos costosos, sillones,
manteletas, chals y demás adminículos que antes eran innecesarios en los
campos. A las primeras funciones iban montadas las hijas de los hacendados en
los sillones que guardaban enfundados para los viajes a la ciudad y las de los
labriegos, hacían uso de enjalmas ó lomillos, que era la montura mas usual en
el país.
“Repitióse la
fiesta otro día y ya todas las muchachas montaban sillones que el tendero fiaba
a los padres, a pagar con la cosecha; el listado fue reemplazado con la falsa
muselina, los zapatos de dril cuyo :corte era de tres reales, fueron
sustituidos con el botito de tres duros, el
pañuelo tan propio de la guajira era inconveniente al lado del chal y la
manteleta, el collar de colores era inadmisible al lado de las cuentas azules y coloradas de la industria francesa, y como
el tendero esplotaba(sic) en terreno
virgen aconsejaba en nombre de la decencia semejantes gastos, se hacía la
persona mas importante y entendida del Cuartón, fiaba á pagar con la cosecha, y
como un esceso(sic) trae otros, mientras las muchachas bailaban ó eran bailadas al aire libre ó bajo
una enramada, los hombres hacían honor á Baco en la bodega (siendo este uno de
los graves males de las tiendas de campo)[2]
cuando no estaban recreándose mas ó menos
ocultos, con la baraja ó los dados.
“El caso es que
llega el primer año de cosecha, y aunque esta bastase á cada uno de los campesinos para satisfacer la
deuda al tendero, se le entrega toda, pero siempre necesita cada cual un pico
para este o el otro asunto, conviene el
tendero en anticipar la cantidad que será pagada en tabaco el año siguiente,
solo que en vez de dos quintales le pone cuatro y además el rédito consiguiente al dinero que
anticipa[3].
“Si es sabido
aquel refrán que dice: labrador empeñado, es hombre arruinado, ¿qué porvenir le
aguardará al pobre labriego que embalsado
entre las manos del tendero le queda siempre la tienda abierta para
que el esclavo tenga donde ir a vender
lo que roba, para que el hijo frecuente
lascuela de Baco y él mismo para que tenga donde gastar en sardinas,
salchichones, galletas y otras baratijas que antes le eran innecesarias?
“Y todavía es
nada eso; un campesino va al pueblo y en casa de su antiguo y formalote
marchante, que siempre le pesaba bien, compra una arroba de sal, media de café,
una cuarta de arroz y una libra de cebollas; llega a su casa arregla su romana
de palo y ella le dice que el tendero del campo le cercena mucho de lo que
compra pesado, pero vive distante y vale más el viaje que lo que quiere
reclamar. Desiste de ello y, con repugnancia al principio y por hábito después,
si el tendero engaña al labriego, este le engaña a su vez en la calidad, clase
y hasta en la cantidad de lo que le
entrega.
“Por supuesto, a
los tres o cuatro años la deuda del labrador es enorme pero el tendero no
quiere el perjuicio del labrador, no le quita bueyes ni caballos, sino que se
contenta conque le, hipoteque el sitio, porque como somos mortales, prevé la eventualidad de una desgracia mortuoria, y
se asegura de ese modo. Por su parte el campesino agradece que no lo lleven á
los tribunales y él mismo se pone el dogal al cuello”[4].