Dr. Laureano Calzadilla Anido,
Centro de Estudios sobre Cultura e Identidad, Universidad de Holguín.
El espacio geográfico que después perteneció a la jurisdicción holguinera había albergado una población de agricultores aruacos relativamente densa. El historiador Eduardo Torres Cuevas señala que esos arribaron por la región oriental de Cuba y se establecieron fundamentalmente en Banes(1).
Por su parte el arqueólogo holguinero Juan Jardines aclara que el momento de llegada más temprano, hasta ahora testificado, se consiguió en un asentamiento aruaco de la región de Holguín, Aguas Gordas, en Banes: aproximadamente hacia el 850 de Nuestra Era(2).
Los aruacos escogieron para vivir, principalmente, el sector nordeste de Maniabón, con preferencia las laderas de los cerros amesetados pertenecientes a las Alturas de Banes-Cacocúm, que es el que se corresponde en su mayor extensión con el Banes actual. Pero asimismo su presencia también fue significativa en la bahía de Gibara y sus cercanías.
El desaparecido arqueólogo camagüeyano-holguinero José Manuel Guarch descubrió uno de los tesoros arqueológicos de Cuba, el cementerio de Chorro de Maita, ubicado en el cerro de Yaguajay, una colina amesetada de 286 metros de altura y a unos 160 metros sobre el nivel del mar, junto a un manantial que surge del cerro.
La existencia de tierras fecundas y fuentes superficiales de agua eran esenciales para el establecimiento de asentamientos aruacos.
Desde la vieja Aldea: “(…) es posible apreciar un bello panorama en el que rivalizan las ondulaciones del terreno, las palmeras, umbríos bosquecillos de varías tonalidades de verdes, plantas trepadoras de flores campanuláceas, el verde seco de los prados matizados por minúsculas florecillas silvestres y el telón de fondo de un mar azul y verde jade (...)”(3).
Otro asentamiento aruaco, con características diferente al anteriormente descrito, se encontró próximo a la desembocadura del Cacoyugüin, exactamente en la loma del Catuco, Gibara. La dicha colina (o loma como es habitual que se diga por esta geografía) tiene una altura de 50 metros sobre nivel del mar y casi se integra a los altos farallones de la Sierra de Candelaria-Cupeycillo. Probablemente fue en esa aldea aborigen donde vivió la población que primero que ninguna otra entró en contacto directo con los conquistadores españoles durante la estancia de Cristóbal Colón en el lugar, durante su primer viaje.
En el Catuco gibareño no existen los amplios espacios del cerro de Yaguajay. La meseta apenas deja lugar para una aldea de regular extensión, por lo que se conjetura que utilizaban los bolsones de fértil tierra roja abiertos entre la caliza de la Sierra para hacer sus sembradíos. A propósito, el arqueólogo L.E.Tabío, citando a Sturtevant refiere: “(…) que en las zonas de calizas, la yuca era plantada en pequeñas depresiones naturales de tierras rojas de gran fertilidad donde los tubérculos crecían excepcionalmente bien (...)”(4). En el presente esa continúa siendo una práctica contemporánea.
El otro problema de los habitantes del Catuco debió ser el agua, y queda dicho porque en el lugar no se encuentra ninguna fuente de abasto. De ahí que se intuya que los habitantes iban hasta el río Cacoyuguín, que desemboca a los pies de la colina; e igual se intuye que en su tiempo el río era lo suficientemente caudaloso para que el agua salada no subiera por su cauce, como si ocurre actualmente. La otra opción serían las pocetas llenas de agua de lluvia, tan comunes en el sistema cársico de la Sierra de Candelaria-Cupeycillo.
El paisaje divisado desde la cima del Catuco es perfecto. En su base crecen, sólidos, los manglares, por entre los que se deslizan las aguas del río antes de tributarlas al mar; hacia el Nordeste queda la siempre silenciosa y espléndida bahía de bolsa de Gibara, con sus perennes e infinitas tonalidades entre el verde y el azul; y a lontananza el conjunto de cerros de Maniabón, en el cual se yergue soberana la Silla de Gibara.
Si bien la huella indígena es imperceptible en la antropología física de la población actual, si impactó fuertemente en la identidad cultural de la jurisdicción holguinera. Numerosos accidentes geográficos fueron bautizados utilizando términos aruacos, y así tenemos Báguano, Banes, Bariay, Las Biajacas, Cacocum, Cacoyugüin, Las Caobas, El Catuco, Cauto, La Cuaba, Las Cuevas, Gibara, Guabasiabo, Guajabales, Las Guázumas, Guayacán, Güirabo, Managuaco, Maniabón, Mayabe, Uñas, entre otros.
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Eduardo Torres-Cuevas: La Colonia, Ciudad de La Habana, 2001, p. 13.
Juan E. Jardines Macías: Economía, Arte y Religión en las Comunidades Agroalfareras que habitaron en la región de Holguín. En Revista de Historia, Holguín, 1988, p. 45.
José Manuel Guarch del Monte: Yaguajay Yucayeque Turey, Holguín, 1994, p. 8.
William Sturtevant: “Taino Agriculture”, en The Evolution of Horticultural Systems in Native South America. En: Ernesto E. Tabío: Arqueología agricultura aborigen antillana, La Habana, 1989, p. 69.
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