En septiembre de 1958 se encontraban en los
llanos dos pelotones de la Columna 14; el número uno,
dirigido por Oscar Orozco con 34 fusiles de guerra, y el número dos dirigido por Cristino Naranjo con unas 25 armas. Ambos operaban
fundamentalmente en parte de los municipios Holguín y Bayamo, pero eso no
significó un cambio radical en las operaciones. Cristino reportó que en ese mes
las guerrillas bajo su mando realizaron
16 acciones contra vías y medios de
comunicaciones, 6 escaramuzas, un sabotaje y tres ajusticiamientos de
delatores. La más significativa de esas acciones, ocurrida el 17 de septiembre,
fue el ataque y toma de la finca “Limoncito”, que estaba protegida por algunos
soldados y elementos paramilitares y que era propiedad del representante a la Cámara, Martín Robaina
Leiseca.
Por su parte el Pelotón
número 1 se limitó a atacar un jeep del
enemigo entre Mir y Buenaventura; un militar enemigo resultó muerto pero
el jeep logró escapar bajo el fuego rebelde.
Por tanto en ese mes la
situación no había variado sustancialmente. Ambos pelotones, a pesar de que cuentan
con buen armamento, actúan con las mismas características de los grupos de
escopeteros, es decir, pequeñas acciones y sabotajes. El enemigo mantenía sus
posiciones y el control sobre los medios de comunicación. Pero muy pronto se
introdujeron importantes cambios en la correlación de fuerzas en la región.
Fidel en carta a Juan Almeida de fecha 8 de octubre le detalló sus nuevas
ideas:
“El plan de tomar primero a
Santiago de Cuba, lo estoy sustituyendo por el plan de tomar la provincia. La
toma de Santiago y otras ciudades resultaría así mucho más fácil, y sobre todo
podrán ser sostenidas. Primero nos apoderaremos del campo; dentro de doce días
aproximadamente todos los municipios estarán invadidos; después nos
apoderaremos y si es posible destruiremos todas las vías de comunicación por
tierra, carreteras y ferrocarril. Si paralelamente progresan las operaciones en
Las Villas y Camagüey, la tiranía puede sufrir en la provincia un desastre
completo como el que sufrió en la Sierra Maestra”[1].
Para poner en practica los
planes que había elaborado, Fidel mandó al territorio de los llanos dos nuevas
columnas, la 12 y la 14. La primera operaría en los municipios de Victoria de las Tunas y Puerto Padre y la segunda en los de Holguín, Gibara
y parte de Bayamo.
La 12 fue la unidad de
combate más poderosa que operó en el
Cuarto Frente y una de las mayores columnas invasoras organizadas en la
Sierra Maestra. Esa se originó a partir del un pelotón
integrado por 54 combatientes que combatían en la Sierra bajo las órdenes del
entonces capitán Lalo Sardiñas, al que le agregaron reclutas recién graduados
de la escuela de Minas del Frío. Su jefe
fue ascendido a comandante.
Comandante Lalo sardiñas en la Sierra |
Comandante Lalo Sardiñas poco antes de su fallecimiento |
La agrupación de Lalo entró en
combate en Cerro Pelado el 27 de septiembre. Y al día siguiente recibió órdenes
de prepararse para invadir los
municipios de Victoria de las Tunas y Puerto Padre. Organizada en 5 pelotones
los 155 combatientes se pusieron en marcha llevando un armamento realmente
impresionante: 83 fusiles Garand; 31 carabinas M-1; 11 San Cristóbal; 10
Springfield; 2 fusiles M-2; 2 ametralladoras Browming; 2 fusiles Jonson; una
ametralladora calibre 30, otra Thompson
y una Nijauser, un fusil con mirilla
telescópica, uno antitanque de 85
mm, 33 granadas de
mano y 18 armas cortas, lo que en total suman 147 armas de guerra.
Este despliegue bélico era
comprensible, pues a esa unidad le correspondía interrumpir las comunicaciones
entre Oriente y Camagüey; tarea fundamental para llevar a cabo los planes de Fidel
en la provincia de Oriente.
DE LA SIERRA MAESTRA AL
LLANO
A las tres de la tarde del 2 de octubre inició
la marcha hacia los llanos del norte de oriente la Columna 12. Una fuerte
lluvia los acompañó durante buena parte del camino. El lodo pegajoso y
resbaladizo y los caminos pantanosos hacían de cada metro una tarea difícil en
extremo.
Capitán del Ejército Rebelde Eddy Suñol (Ascendido a Comandante póstumamente) Foto tomada del archivo de su ex esposa Lola Feria |
La columna de Suñol se despide de Fidel. |
Paralelo a la anteriormente
mencionada, se organizó otra tropa rebelde que sería el Pelotón número 3 de la Columna 14 y que tuvo como
jefe al capitán Eddy Suñol y como segundo al capitán Raúl Castro Mercadé. Esta
fuerza tuvo como núcleo original a los combatientes de la escuadra de Castro
Mercadé, que habían participado en numerosos combates. A ellos se le sumaron otros
combatientes experimentados y reclutas de la escuela de Minas del Frío. De
forma muy singular, a ese pelotón se le unió por orden de Fidel, una escuadra
del pelotón de Las Marianas, integrado por cuatro mujeres. Sobre ellas creía el
machista capitán Eddy Suñol que las
fatigas y las crueldades de la guerra las haría perder sus aspiraciones
guerrilleras y, entonces, podría entregarle a los hombres los cuatro fusiles
que en manos sus manos estaban inutilizados. (Al paso de los días tuvo que
cambiar de opinión radicalmente).
El pelotón de Suñol estaba
integrado, además, por 64 combatientes, de ellos 61 armados con equipos de
guerra. Partieron de la Sierra
en la mañana del 9 de octubre de 1958.
Catorce días después salió la
última fuerza invasora que bajó de la
Sierra; esa fue la
Columna 32. Como peculiaridad esa fuerza de unos 50
combatientes no tenía un núcleo de fogueados veteranos como las demás. La
integraban algunos oficiales veteranos de la Sierra Maestra, dos
dirigentes de la Federación
de Estudiantes Universitarios acabados de llegar a las montañas rebeldes desde
el extranjero en un avión con armas. El resto eran alumnos de la escuela de reclutas de
Minas del Frío. Otra singularidad de esa tropa es que no tenía asignado un
territorio determinado. Su misión era escoltar al Jefe del Cuarto Frente, comandante
Delio Gómez Ochoa, y con él debían moverse por todo el extenso territorio.
Cuando los combatientes que
integraban las tres columnas estuvieron en los llanos sorprendieron a todos por
lo rápido que se adaptaron a aquellas vastedades descubiertas y por lo tanto
ideales para las acciones de la aviación enemiga, para la que no tenían armas
antiaéreas eficaces. El único medio con que contaban los guerrilleros para combatir
a los aviones era escabullirse en las montañas, cuevas y bosques. Por eso mismo
algunos combatientes se traumatizaron y prácticamente no podían soportar la
presencia de la aviación.
En el llano, además, existía
la real posibilidad de chocar con una emboscada enemiga, como ocurrió a una
columna enviada a Camagüey por descuido
de su jefe. Felizmente apareció entonces un personaje muy necesario, el guía,
que eran una especie de ser sobrenatural
que les ahorraba largas caminatas y en caso de extravío quien los sometía al
martirio de deambular por sabanas inundadas. Fueron los guías el gran aporte de los escopeteros y del
movimiento clandestino a las columnas invasoras.
En lo referido al apoyo
brindado por los colaboradores a los combatientes que bajaron al llano hay otro
personaje igual de singular y necesario: el capataz o mayoral. Era ese un
individuo muy importante en la cuenca del Cauto. Un buen capataz, y los había muchos y buenos, era quien estaba al frente
de los latifundios o fincas porque los dueños vivían, generalmente, en los
repartos o barrios de calles bien trazadas y buenos chalets en las principales
poblaciones de la región. Estos, solamente de vez en cuanto visitaban sus fincas.
Los capataces podían
disponer de los recursos de las propiedades que administraban, aunque,
obviamente que después tenían que rendirle cuentas al terrateniente. Felizmente
a finales de 1958 una parte significativa de la burguesía agraria cubana, por
lo menos en el valle del Cauto, era
desafecta al régimen de Fulgencio Batista que no siempre respetaba las
tradicionales influencias de la burguesía.
Lo anterior y asimismo que
muy pronto las columnas rebeldes tuvieron el dominio de la zona, les hizo
comprender a los terratenientes que tenían colaborar, por lo que sus capataces
contaron con bastante libertad para apoyar a los guerrilleros.
Pero por justicia ha de
decirse que muchos capataces actuaron con absoluto convencimiento. El ejemplo más típico es Arcadio Reyes, capataz
del latifundio El Jardín y conocido por
los revolucionarios como “el Coronel”. Otro que ayudó mucho fue el "negro Govín" que
administraba el latifundio ubicado en un lugar conocido como El Salvial. Ambas
fincas estaban en la ruta obligada de las diferentes fuerzas invasoras.
Los dos anteriormente
citados y otros varios capataces beneficiaron a los integrantes de la Columna 12 apenas llegaron al llano; entre ellos
el de la finca Alto Cedro de Repelón, que los recibió en la lluviosa madrugada
del 9 al 10 de octubre. Este hombre le abrió las puertas y encendió los fogones
de los que muy pronto comenzó a salir el apetitoso vaho de la carne frita. Después fue otro de los capataces o
administradores de latifundios, el de la finca llama El Yarey, Crecencio
Montero Cabrales, mejor conocido por “Ciano”. Los jóvenes guerrilleros llegaron
hasta las inmediaciones de Veguitas andando por interminables lodazales; varios
de ellos venían enfermos, otros padecían llagas insoportables. Y de pronto
llegó un tractor con una carreta cargada de alimentos, medicinas y otras
vituallas. Los revolucionarios creyeron firmemente que aquello era producto de
los ruegos de ayuda que le habían implorado a la virgencita de la Caridad del Cobre.
Y al día siguiente fueron
atendidos por el mayoral de la finca El
Jaquete, que puso a su disposición todas las instalaciones de esa propiedad y
asimismo le sirvió de guía y los llevó hasta el paraíso creado para ellos por Arcadio
Reyes, el mayoral de la finca El Jardín[2].
Sin embargo, y sin olvidar
la el apoyo que a las columnas rebeldes brindaron tantos capataces o
administradores de latifundios, fueron los mejores aliados los campesinos,
propietarios o arrendatarios, obreros
agrícolas y otras gentes de origen muy humilde vinculados a la tierra. De
ellos, unos colaboraron directamente sirviendo de guía a los guerrilleros,
otros le ofrecieron todo lo poco que tenían y muchos de ellos engrosaron las
filas de las columnas. Para reafirmar lo anterior baste la anécdota narrada por
un combatiente del Pelotón No. 1 de la Columna 14 sobre unas pobres mujeres que vivían
en unos desvencijados y miserables bohíos que al verlos llegar sedientos
corrieron a sacar agua de un pozo para ofrecérsela. Ellas, dijo el narrador,
era tan pobre que nada más tenían para dar agua y amor.
Otra anécdota es la
siguiente: el pelotón No. 3, como todos los otros, tuvo que avanzar bajo la
lluvia y por entre los pantanosos caminos, y algunos de los hombres de esa
unidad apostaron que en un recodo cualquiera se rendirían las muchachas del
pelotón de las Marianas. La primera, dijeron los apostadores, será la pequeña,
menuda y frágil Teté Puebla, que se hundía hasta el cuello en cada cañada. Pero
no ocurrió, y lo que es muy diferente, cada vez que hacían un alto los hombres
agotadísimos se dormían en el fangoso suelo, mientras que ellas se dedicaban a
curar las llagas y a atender a los más cansados o enfermos con una amorosa
vitalidad que nadie se explicaba de dónde la sacaban.
Cuando gracias al poyo de
los revolucionarios del llano, consigue un transporte todos dan gracias a Dios,
porque si verdad es que la
Sierra la victoria se alcanza caminando, en el llano el
asunto es diferente. Aquí es indispensable trasladarse de uno a otro lugar a la
mayor brevedad para evitar que una fuerza enemiga sepa de su tránsito y les salga
al paso. La ayuda de los escopeteros que fueron quienes más menudo pusieron a
disposición de los guerrilleros recién llegados camiones y sobre todo tractores
con carretas, fue muy significativa. Aunque varias veces las lluvias arruinaron
los caminos y no hubo otra alternativa que avanzar a pie.
Pero el fango también tiene
sus ventajas, los militares batistianos también lo sufrieron y por ello
prefrieron continuar sus inútiles patrullas sobre la asfaltada carretera
de Bayamo a Manzanillo. Lo anterior explica la
facilidad con que las fuerzas invasoras pudieron atravesar aquella zona donde
estaban dislocadas varias unidades enemigas. Dice en una carta del comandante Lalo
Sardiñas a Fidel con fecha 16 de octubre: “(…) el Ejército de la Dictadura brilla por su
ausencia. Han abandonado los campos y se han refugiado en las ciudades. Hasta
el momento de ofrecerle estas líneas no hemos tenido choque alguno. Patrullas y
emboscadas acostumbradas en los terraplenes y caminos han sido retiradas. Hemos
ocupado el territorio situado al sur de la carretera Central sin hacer un solo
disparo”[3].
El ejército batistiano hizo
ningún esfuerzo eficaz para tratar de desalojar a los pelotones y columnas
cuando estas ocuparon sus
respectivos lugares de operaciones, que tan rotundo fue el golpe durante la
ofensiva del verano de1958 que perdieron la iniciativa. Y tampoco elaboraron táctica
antiguerrillera alguna, pese a sus muchas amargas derrotas, sino que
concentraron toda su actividad en organizar
patrullas que en ocasiones eran apoyadas por blindados, y siguieron tozudamente
recorriendo la carretera entre Manzanillo y Bayamo, el lugar más crítico en el
paso de las columnas invasoras. Pero esa medida no detuvo a guerrilla alguna.
[1] Carta del comandante en Jefe al comandante Juan Almeida del 8 de octubre
de 1958. Oficina de Asuntos
Históricos del Consejo de Estado. La
Habana.
[2] Entrevistas a Luis
Antonio Álvarez, Carlos Zamora Domínguez y Alfredo Hernández Cartaya realizada
por el autor y Minervino Ochoa.
[3] Carta del comandante Lalo Sardiñas al comandante en Jefe Fidel Castro del
16 de octubre de 1958 Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. La Habana.
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