Por: Leandro Estupiñán Zaldívar
El escritor mayaricero Emerio Medina acaba de obtener el Premio Iberoamericano de cuento Julio Cortázar con su relato Los días del juego. “Es una historia de amor, pero logra buenos ambientes”, me dice mientras caminamos rumbo al Centro de Promoción Literaria Pedro Ortiz. Sucede en Uzbekistán, Tashkent, y acumula experiencias vividas durante su estancia en el Instituto de Automóviles y Carreteras de esa ciudad, a donde se fue a estudiar Ingeniería Mecánica.
“Me gustaron dos cosas: la vegetación… Llegué en verano. Era una ciudad con mucha vegetación, arboledas frondosas. También me impresionaron las luces, ver tanto alumbrado fue espectacular…venía del campo. Ese fue mi primer impacto. Estoy escribiendo una novela sobre eso. Se nombre: Las luces de Tashkent”, dice.
Emerio ganó el Premio de la Ciudad de Holguín, en 2006, con el libro de cuentos Rendez-vous nocturno para espacios abiertos (Ediciones Holguín, 2007), ahora reeditado por el Instituto Cubano del Libro en la colección “La Puerta de Papel”. Su primer libro, Plano secundario (2006), fue incluido en la colección “Comunidad”, de la misma editorial.
“Trabajaba en un contingente de la construcción en La Habana antes de regresar a Mayarí, en el 2002, donde me puse a trabajar de profesor de inglés en el Politécnico. Ahí comienzo a escribir. Dos años después escribí mi primer cuento “La propuesta”, aún inédito. Tengo escritos unos 100 cuentos y cuatro novelas. Prefiero el cuento. Es el reto del narrador. La novela es el pasatiempo. En el cuento me siento bajo presión, cómodo. En la novela me siento más libre, pero prefiero la exigencia del cuento”.
Nacido en Mayarí, Emerio Medina se confiesa un lector voraz desde la infancia. “Aprendí a leer a la edad que aprende a leer cualquier niño. Tenía interés y muy buenos maestros en la escuela primaria rural donde estudié, la Eraides de la Cruz Sánchez, nombre de un mártir local de Franco, la localidad donde se encuentra situada. Fabulaba con las lecturas de Salgari, Julio Verne y Alejandro Dumas. Después, fui a estudiar al IPVCE José Martí, de Holguín. La Vocacional tenía una biblioteca muy grande y podías encontrar desde Dumas hasta Washington Irving, con sus Cuentos de la Alhambra. Quizás, mi avidez por la lectura comienza con La Ilíada, texto de cabecera durante la Enseñanza Media. Pero, sobre todo, con la versión martiana de La Ilíada. La considero una lectura obligatoria para esa edad”.
Cuando supo de la noticia del Cortázar, no pudo evitar el impulso del entusiasmo y se lanzó a un viaje que, quizás utilice alguna vez como material de ficción: llegó a La Habana por carretera, haciendo autostop o, como le decimos en Cuba: “haciendo botella”. Está acostumbrado a tales trances. Los diversos oficios que ha ejercido lo obligan a ser un hombre práctico, que mira la literatura como “el medio más eficaz para decir cómo uno ve el mundo”.
¿Y cómo ve el mundo Emerio Medina? Hay que leer sus textos para saberlo. Al menos, su narración premiada recientemente, Los días del Juego, algo de él pueden decir. La atmósfera es la que vivió en Uzbekistán, cuando aún era un jovenzuelo que se entregaba al mundo, a la lectura gracias al idioma ruso “En ruso, choco con Pushkin. El idioma me abre las puertas de Latinoamérica.”, a la experiencia vital que volcará poco a poco en sus páginas por escribir o escritas.
“Mis habilidades son mirar y oír. Yo miro el mundo. Escribir es mi forma de digerirlo.”, me comenta junto a una estatua de cemento, en el corredor de la Plaza de la Marqueta. Es de tarde y hace calor. La gente pasa por nuestro lado. Emerio viste pulóver y Jean. Parece un hombre común. Y es un hombre común, con la diferencia de que escribe la vida aparentemente normal de sus contemporáneos.
Escuche la entrevista que concedió Emerio Medina a la Radio de la Aldea
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