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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

23 de mayo de 2017

¿Cuáles fueron los factores que voluntariamente hizo que los rebeldes que combatían en la Sierra Maestra, amparados por la seguridad de las montañas, se decidieran a integrar las columnas rebeldes que invadieron los llanos y enfrentaran las incertidumbres de la nueva zona de operaciones?


Reclutas de Minas del Frío, Sierra Maestra

La retórica patriotera dice que la motivación de dejar la seguridad de la Sierra y bajar a los llanos fue el odio a la dictadura batistiana y los deseos de liberar la patria, y no debe faltarle algo de razón; ocho años de gobiernos auténticos, pese a sus muchos defectos, crearon una serie de libertades políticas que la dictadura cortó bruscamente. Pero generalmente los seres humanos no se mueven en torno a tales abstracciones para tomar determinaciones que pongan en peligro sus vidas.
Hay una infinidad de pequeños motivos personales que debieron influenciar en la decisión de estas personas para convertirse en invasores que escapan a la generalización de cualquier estudio, no obstante es lógico pensar que debieron existir aspectos más o menos comunes que estuvieron presentes en cada uno de ellos. ¡A ver si somos capaces de descubrirlos!
Una gran parte de los combatientes que bajaron al llano provenían de la escuela de reclutas de Minas del Frío, así que primero es necesario tratar de comprender lo que era esa escuela. Allí iban a parar quienes llegaban a la Sierra Maestra y eran aceptados como  guerrilleros, pero no tenían armas ni siquiera para hacer los entrenamientos. Igual esos estaban sometidos a un hambre intensísima y como la aviación enemiga descubrió la ubicación del improvisado centro de enseñanza, los sometía a frecuentes e intensos bombardeos. Unos, varios, acabaron por abandonar tan dura experiencia y otros, muchos, continuaban esperando un arma para poder combatir (y para salir de la “escuela”).
En la psicología del rebelde de la Sierra Maestra la mayoría de edad estaba dada por la posesión de un arma de fuego, pero esto también tenía una compleja escala de valores: asunto menor eran las armas de caza o deportivas y categoría más bajas tenían los revólveres y pistolas. Los alumnos de Minas del Frío sabían que si bajaban al llano tendrían la virtual posibilidad de arrebatarle un moderno fusil a los “casquitos”.
Igual, tanto para los veteranos como los jóvenes reclutas había otro elemento  importante en el llano: la posibilidad de combatir. La guerra había escapado definitivamente de la montaña adonde los soldados de la dictadura ya no se aventuraban a subir. Si de verdad se quería enfrentar al enemigo había que ir hasta su guarida en los cuarteles. Por lo que el llano estaba estrechamente unido a la misma esencia del rebelde, o lo que lo mismo, a su objetivo fundamental: combatir.
Y pensando ahora más con el estómago que con los sentimientos: en el llano se podía conseguir la comida que no había en la Sierra, y menos que para todos, para los reclutas que dependían de lo que el mando central pudiera darles: generalmente una sola y magra comida al día. En el llano, oyeron decir, se podía desayunar, almorzar y con un poco de suerte, hasta comer.
El comandante Manuel (Piti) Fajardo, segundo jefe de la Columna 12 se refería a esa  emocionante posibilidad de poder comer hasta la hartura del siguiente modo:
“El cerco de hambre mantenido alrededor de la Sierra durante tantos meses nos había hecho olvidar los placeres de una buena y bien condimentada comida, por eso para mi fue emocionante el poder desayunar hace solo algunos días con un jugo de naranjas, dos huevos fritos, pan con mantequilla y café con leche. Los muchachos se lo están desquitando y hacen tres comidas al día y todo lo acompañan con postres. La leche y la carne es abundante y buena. En todos los barrios hay tiendas bien surtidas y en ropa no hay que irla a buscar muy lejos”[1].
Eddy Suñol también rememora esa secreta aspiración del combatiente serrano de comer todos los días en un texto en el que describe el avance de su pelotón hacia los llanos.
“(…) la marcha fue rápida a pesar de que la mayor parte del personal estaba descalzo y semidesnudo, pero el deseo de llegar al llano, lo cual nos permitiría combatir al enemigo en su madriguera y saciar el hambre de tanto tiempo, era el motor que nos  impulsaba”[2].
El llano también ofrecía un sentimiento muy emocionante que los revolucionarios no podían encontrar en la Sierra Maestra: la sensación de sentirse libertadores, quizás, incluso, de sentirse importantes. En los casi dos años de guerra la población de la Sierra Maestra se había  acostumbrado a los barbudos rebeldes. El llano era asunto  diferente, acá abajo eran un mito. Manuel Fajardo (Piti) rememoraba  en una carta a Celia Sánchez habló de esa sensación que le ofrecía la población del llano:
 “Las atenciones que se le dispensan al soldado rebelde son extraordinarias: cuidan de nuestra ropa, nuestros males, hasta de nuestro aspecto. Es asimismo agradable el sentirse admirado y poder brindar garantías a los pobres campesinos que solo habían         recibido malos tratos por parte del Ejército de la Dictadura y por parte de los falsos revolucionarios que operaban hace solo algunos meses en esta zona”[3].  
Y en fin, además de lo anteriormente anotado, el llano era para el rebelde de la Sierra Maestra un misterio, y eso, indudablemente, los excitaba. Una anécdota recordada por un capitán guerrillero da luz sobre este asunto. Ocurrió en los momentos en que las fuerzas revolucionarias se disponían a partir para atacar a Puerto Padre, pero como la acción se realizó el 24 de diciembre, día de los tradicionales festejos cubanos por la Noche Buena, se habían comprado varios puercos (cerdos), que se estaban asando para que los rebeldes cenaran antes de entrar en combate. ¡Nunca se sabía cuál iba a ser la última cena de un rebelde! El capitán Arsenio García, jefe de los guerrilleros rememoró los acontecimientos años después:
“Recuerdo que hice una pequeña inspección por donde estaban asando los puercos y comprobé con disgusto que aun estaban crudos, por lo que comunique a Gómez Ochoa que si esperábamos mucho tiempo nos demoraríamos para llegar a Puerto Padre a la hora planeada. Ochoa estuvo de acuerdo conmigo y se ordenó la partida. Reuní la tropa bajo mi mando y hable a los compañeros ¿que prefieren, les pregunte, esperar a que estén los puercos o cenar lo que hayan preparado los guardias para esta nochebuena? Sabia de antemano la respuesta celebraríamos la tradicional fiesta con la  cena de los guardias. Comenzamos la marcha”[4].
La anécdota sería puramente intranscendente si no mostrara las relaciones establecidas entre los oficiales rebeldes y su tropa. No estamos ante un ejército regular de límites muy bien  trazados en las relaciones subordinado y oficial sino ante una fuerza donde con relativa facilidad se pueden traspasar las fronteras de las  jerarquías. Allí se solicitaba el criterio de los soldados de fila para dejarlos sin cena de nochebuena. Arsenio afirma que esperaba una coincidencia con su criterio, pero ¿y si no ocurría?¿Hasta que punto el jefe acataría la opinión de la mayoría si no era la suya?
Este tipo de relación era flexible en la lucha en el llano. Al ser Camilo Cienfuegos  designado por Fidel como  jefe de las guerrillas que operaban en los llanos Orlando   Lara no aceptó subordinársele porque se consideraba directamente bajo las órdenes del Comandante en Jefe. Y sin embargo eso no significó una crisis en la disciplina y entre ambos jefes se mantuvieron buenas relaciones. Eddy Suñol, por su parte, tuvo determinadas contradicciones con el segundo jefe de su pelotón, Raúl Castro Mercadé, hasta el punto que este segundo actuó con gran independencia operativa y ello fue aceptado por Suñol que era un individuo de un carácter bastante rígido en asuntos de disciplina.
En fin, que había un acuerdo no escrito en estas fuerzas eminentemente populares en lo referente a las relaciones jefe y subordinado que permitía una flexibilidad extrema y a la misma vez los oficiales rebeldes le podían pedir a sus soldados sacrificios que era muy difícil que otra tropa acatara.



[1] Carta de Manuel (Piti) Fajardo a Celia Sánchez del 27 de octubre de 1958. Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. La Habana.
[2] Eddy  Suñol Ricardo. “De la Sierra Maestra a los  llanos del Norte de Oriente”. En Periódico Ahora, 12 de diciembre de 1978.
[3] Carta de Manuel Fajardo a Celia Sánchez del 27 de octubre de 1958. Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. La Habana.
[4] Arsenio García Dávila. “Noche Buena de 1958. Ataque rebelde a Puerto Padre”. En revista Verde Olivo.  Numero Especial 31-12-1964  p 13-14

De los "escopeteros" a las Columnas Rebeldes



En  septiembre de 1958 se encontraban en los llanos dos pelotones de  la Columna 14; el número uno, dirigido por Oscar Orozco con 34 fusiles de guerra, y el número dos  dirigido por Cristino  Naranjo con unas 25 armas. Ambos operaban fundamentalmente en parte de los municipios Holguín y Bayamo, pero eso no significó un cambio radical en las operaciones. Cristino reportó que en ese mes las guerrillas bajo su mando  realizaron 16  acciones contra vías y medios de comunicaciones, 6 escaramuzas, un sabotaje y tres ajusticiamientos de delatores. La más significativa de esas acciones, ocurrida el 17 de septiembre, fue el ataque y toma de la finca “Limoncito”, que estaba protegida por algunos soldados y elementos paramilitares y que era propiedad del representante a la Cámara, Martín Robaina Leiseca.
Por su parte el Pelotón número 1 se limitó a atacar  un jeep  del  enemigo entre Mir y Buenaventura; un militar enemigo resultó muerto pero el jeep logró escapar bajo el fuego rebelde.
Por tanto en ese mes la situación no había variado sustancialmente. Ambos pelotones, a pesar de que cuentan con buen armamento, actúan con las mismas características de los grupos de escopeteros, es decir, pequeñas acciones y sabotajes. El enemigo mantenía sus posiciones y el control sobre los medios de comunicación. Pero muy pronto se introdujeron importantes cambios en la correlación de fuerzas en la región. Fidel en carta a Juan Almeida de fecha 8 de octubre le detalló sus nuevas ideas: 
“El plan de tomar primero a Santiago de Cuba, lo estoy sustituyendo por el plan de tomar la provincia. La toma de Santiago y otras ciudades resultaría así mucho más fácil, y sobre todo podrán ser sostenidas. Primero nos apoderaremos del campo; dentro de doce días aproximadamente todos los municipios estarán invadidos; después nos apoderaremos y si es posible destruiremos todas las vías de comunicación por tierra, carreteras y ferrocarril. Si paralelamente progresan las operaciones en Las Villas y Camagüey, la tiranía puede sufrir en la provincia un desastre completo como el que sufrió en la Sierra Maestra”[1].
Para poner en practica los planes que había elaborado, Fidel mandó al territorio de los llanos dos nuevas columnas, la 12 y la 14. La primera operaría en los municipios de  Victoria de las Tunas y Puerto  Padre y la segunda en los de Holguín, Gibara y parte de Bayamo.
La 12 fue la unidad de combate más poderosa que  operó en el Cuarto Frente y una de las mayores columnas invasoras organizadas en la  Sierra Maestra. Esa se originó a partir del un pelotón integrado por 54 combatientes que combatían en la Sierra bajo las órdenes del entonces capitán Lalo Sardiñas, al que le agregaron reclutas recién graduados de la escuela  de Minas del Frío. Su jefe fue ascendido a comandante.
Comandante Lalo sardiñas en la Sierra
Comandante Lalo Sardiñas poco antes de su fallecimiento
La agrupación de Lalo entró en combate en Cerro Pelado el 27 de septiembre. Y al día siguiente recibió órdenes de prepararse para  invadir los municipios de Victoria de las Tunas y Puerto Padre. Organizada en 5 pelotones los 155 combatientes se pusieron en marcha llevando un armamento realmente impresionante: 83 fusiles Garand; 31 carabinas M-1; 11 San Cristóbal; 10 Springfield; 2 fusiles M-2; 2 ametralladoras Browming; 2 fusiles Jonson; una ametralladora calibre 30, otra  Thompson y una  Nijauser, un fusil con mirilla telescópica, uno antitanque de 85 mm, 33 granadas de  mano y 18 armas cortas, lo que en total suman 147 armas de guerra.
Este despliegue bélico era comprensible, pues a esa unidad le correspondía interrumpir las comunicaciones entre Oriente y Camagüey; tarea fundamental para llevar a cabo los planes de Fidel en la provincia de Oriente.

DE LA SIERRA MAESTRA AL LLANO
A  las tres de la tarde del 2 de octubre inició la marcha hacia los llanos del norte de oriente la Columna 12. Una fuerte lluvia los acompañó durante buena parte del camino. El lodo pegajoso y resbaladizo y los caminos pantanosos hacían de cada metro una tarea difícil en extremo.
Capitán del Ejército Rebelde Eddy Suñol (Ascendido a Comandante póstumamente) Foto tomada del archivo de su ex esposa Lola Feria
La columna de Suñol se despide de Fidel. De izquierda a derecha, Paco Cabrera, Lola Feria, Edemis Tamayo, Delsa (Teté) Puebla, Fidel, Isabel Rielo, Celia, Lilia Rielo y Eddy Suñol.
Paralelo a la anteriormente mencionada, se organizó otra tropa rebelde que sería el Pelotón número 3 de la Columna 14 y que tuvo como jefe al capitán Eddy Suñol y como segundo al capitán Raúl Castro Mercadé. Esta fuerza tuvo como núcleo original a los combatientes de la escuadra de Castro Mercadé, que habían participado en numerosos combates. A ellos se le sumaron otros combatientes experimentados y reclutas de la escuela de Minas del Frío. De forma muy singular, a ese pelotón se le unió por orden de Fidel, una escuadra del pelotón de Las Marianas, integrado por cuatro mujeres. Sobre ellas creía el machista capitán Eddy  Suñol que las fatigas y las crueldades de la guerra las haría perder sus aspiraciones guerrilleras y, entonces, podría entregarle a los hombres los cuatro fusiles que en manos sus manos estaban inutilizados. (Al paso de los días tuvo que cambiar de opinión radicalmente).
Leer además: Correspondencia de Eddy Suñol y Fidel (I) (II)
El pelotón de Suñol estaba integrado, además, por 64 combatientes, de ellos 61 armados con equipos de guerra. Partieron de la Sierra en la mañana del 9 de octubre de 1958.
Catorce días después salió la última fuerza invasora que bajó de la Sierra; esa fue la Columna 32. Como peculiaridad esa fuerza de unos 50 combatientes no tenía un núcleo de fogueados veteranos como las demás. La integraban algunos oficiales veteranos de la Sierra Maestra, dos dirigentes de la Federación de Estudiantes Universitarios acabados de llegar a las montañas rebeldes desde el extranjero en un avión con armas. El resto  eran alumnos de la escuela de reclutas de Minas del Frío. Otra singularidad de esa tropa es que no tenía asignado un territorio determinado. Su misión era escoltar al Jefe del Cuarto Frente, comandante Delio Gómez Ochoa, y con él debían moverse por todo el extenso territorio.
Cuando los combatientes que integraban las tres columnas estuvieron en los llanos sorprendieron a todos por lo rápido que se adaptaron a aquellas vastedades descubiertas y por lo tanto ideales para las acciones de la aviación enemiga, para la que no tenían armas antiaéreas eficaces. El único medio con que contaban los guerrilleros para combatir a los aviones era escabullirse en las montañas, cuevas y bosques. Por eso mismo algunos combatientes se traumatizaron y prácticamente no podían soportar la presencia de la aviación.
En el llano, además, existía la real posibilidad de chocar con una emboscada enemiga, como ocurrió a una columna enviada a Camagüey  por descuido de su jefe. Felizmente apareció entonces un personaje muy necesario, el guía, que eran una  especie de ser sobrenatural que les ahorraba largas caminatas y en caso de extravío quien los sometía al martirio de deambular por sabanas inundadas. Fueron los guías el  gran aporte de los escopeteros y del movimiento clandestino a las columnas invasoras.
En lo referido al apoyo brindado por los colaboradores a los combatientes que bajaron al llano hay otro personaje igual de singular y necesario: el capataz o mayoral. Era ese un individuo muy importante en la cuenca del Cauto. Un buen capataz, y los había  muchos y buenos, era quien estaba al frente de los latifundios o fincas porque los dueños vivían, generalmente, en los repartos o barrios de calles bien trazadas y buenos chalets en las principales poblaciones de la región. Estos, solamente de vez en cuanto visitaban sus  fincas.
Los capataces podían disponer de los recursos de las propiedades que administraban, aunque, obviamente que después tenían que rendirle cuentas al terrateniente. Felizmente a finales de 1958 una parte significativa de la burguesía agraria cubana, por lo menos en el valle del  Cauto, era desafecta al régimen de Fulgencio Batista que no siempre respetaba las tradicionales influencias de la burguesía.
Lo anterior y asimismo que muy pronto las columnas rebeldes tuvieron el dominio de la zona, les hizo comprender a los terratenientes que tenían colaborar, por lo que sus capataces contaron con bastante libertad para apoyar a los guerrilleros.
Pero por justicia ha de decirse que muchos capataces actuaron con absoluto  convencimiento. El  ejemplo más típico es Arcadio Reyes, capataz del  latifundio El Jardín y conocido por los revolucionarios como “el Coronel”. Otro que ayudó mucho  fue el "negro Govín" que administraba el latifundio ubicado en un lugar conocido como El Salvial. Ambas fincas estaban en la ruta obligada de las diferentes fuerzas invasoras.
Los dos anteriormente citados y otros varios capataces beneficiaron a los integrantes  de la Columna 12 apenas llegaron al llano; entre ellos el de la finca Alto Cedro de Repelón, que los recibió en la lluviosa madrugada del 9 al 10 de octubre. Este hombre le abrió las puertas y encendió los fogones de los que muy pronto comenzó a salir el apetitoso vaho de la carne frita.  Después fue otro de los capataces o administradores de latifundios, el de la finca llama El Yarey, Crecencio Montero Cabrales, mejor conocido por “Ciano”. Los jóvenes guerrilleros llegaron hasta las inmediaciones de Veguitas andando por interminables lodazales; varios de ellos venían enfermos, otros padecían llagas insoportables. Y de pronto llegó un tractor con una carreta cargada de alimentos, medicinas y otras vituallas. Los revolucionarios creyeron firmemente que aquello era producto de los ruegos de ayuda que le habían implorado a la virgencita de la Caridad del Cobre.
Y al día siguiente fueron atendidos por el mayoral  de la finca El Jaquete, que puso a su disposición todas las instalaciones de esa propiedad y asimismo le sirvió de guía y los llevó hasta el paraíso creado para ellos por Arcadio Reyes, el mayoral  de la  finca El Jardín[2].
Sin embargo, y sin olvidar la el apoyo que a las columnas rebeldes brindaron tantos capataces o administradores de latifundios, fueron los mejores aliados los campesinos, propietarios o arrendatarios,  obreros agrícolas y otras gentes de origen muy humilde vinculados a la tierra. De ellos, unos colaboraron directamente sirviendo de guía a los guerrilleros, otros le ofrecieron todo lo poco que tenían y muchos de ellos engrosaron las filas de las columnas. Para reafirmar lo anterior baste la anécdota narrada por un combatiente del Pelotón No. 1 de la Columna 14 sobre unas pobres mujeres que vivían en unos desvencijados y miserables bohíos que al verlos llegar sedientos corrieron a sacar agua de un pozo para ofrecérsela. Ellas, dijo el narrador, era tan pobre que nada más tenían para dar agua y amor.      
Otra anécdota es la siguiente: el pelotón No. 3, como todos los otros, tuvo que avanzar bajo la lluvia y por entre los pantanosos caminos, y algunos de los hombres de esa unidad apostaron que en un recodo cualquiera se rendirían las muchachas del pelotón de las Marianas. La primera, dijeron los apostadores, será la pequeña, menuda y frágil Teté Puebla, que se hundía hasta el cuello en cada cañada. Pero no ocurrió, y lo que es muy diferente, cada vez que hacían un alto los hombres agotadísimos se dormían en el fangoso suelo, mientras que ellas se dedicaban a curar las llagas y a atender a los más cansados o enfermos con una amorosa vitalidad que nadie se explicaba de dónde la sacaban.
Cuando gracias al poyo de los revolucionarios del llano, consigue un transporte todos dan gracias a Dios, porque si verdad es que la Sierra la victoria se alcanza caminando, en el llano el asunto es diferente. Aquí es indispensable trasladarse de uno a otro lugar a la mayor brevedad para evitar que una fuerza enemiga sepa de su tránsito y les salga al paso. La ayuda de los escopeteros que fueron quienes más menudo pusieron a disposición de los guerrilleros recién llegados camiones y sobre todo tractores con carretas, fue muy significativa. Aunque varias veces las lluvias arruinaron los caminos y no hubo otra alternativa que avanzar a pie.
Pero el fango también tiene sus ventajas, los militares batistianos también lo sufrieron y por ello prefrieron continuar sus inútiles patrullas sobre la asfaltada carretera de  Bayamo  a Manzanillo. Lo anterior explica la facilidad con que las fuerzas invasoras pudieron atravesar aquella zona donde estaban dislocadas varias unidades enemigas. Dice en una carta del comandante Lalo Sardiñas a Fidel con fecha 16 de octubre: “(…) el Ejército de la Dictadura brilla por su ausencia. Han abandonado los campos y se han refugiado en las ciudades. Hasta el momento de ofrecerle estas líneas no hemos tenido choque alguno. Patrullas y emboscadas acostumbradas en los terraplenes y caminos han sido retiradas. Hemos ocupado el territorio situado al sur de la carretera Central sin hacer un solo disparo”[3].
El ejército batistiano hizo ningún esfuerzo eficaz para tratar de desalojar a los pelotones y  columnas  cuando  estas ocuparon sus respectivos lugares de operaciones, que tan rotundo fue el golpe durante la ofensiva del verano de1958 que perdieron la iniciativa. Y tampoco elaboraron táctica antiguerrillera alguna, pese a sus muchas amargas derrotas, sino que concentraron toda su actividad en organizar   patrullas que en ocasiones eran apoyadas por  blindados, y siguieron tozudamente recorriendo la carretera entre Manzanillo y Bayamo, el lugar más crítico en el paso de las columnas invasoras. Pero esa medida no detuvo a guerrilla alguna.



[1] Carta del comandante en Jefe al comandante Juan Almeida del 8 de octubre de 1958. Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. La Habana.
[2] Entrevistas a Luis Antonio Álvarez, Carlos Zamora Domínguez y Alfredo Hernández Cartaya realizada por el autor y Minervino Ochoa.
[3] Carta del comandante Lalo Sardiñas al comandante en Jefe Fidel Castro del 16 de octubre de 1958 Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. La Habana.

Las columnas rebeldes llegan al llano


En su marcha hacia el occidente del país los comandantes Camilo y el Che se detuvieron en la  cuenca del Cauto a finales de agosto de 1958.  Camilo se vio obligado a tomar medidas en las que no había pensado. Era criterio su criterio que Carlos Borjas  no  había cumplido con las orientaciones por él impartidas cuando en junio de 1958 abandonó los llanos orientales y fue al llamado de Fidel. Consideró Camilo que Borjas había  incrementado desproporcionalmente el número de integrantes de cada guerrilla y que se había puesto en contacto con politiqueros tradicionales recabando su ayuda; esto último comprometía el prestigio de la revolución.  Como Camilo no tenía tiempo para realizar una detallada investigación y un juicio justo a Carlos Borjas, lo destituyó y lo remitió detenido a la Sierra Maestra. Para que lo sustituyera como jefe de las fuerzas rebeldes que operaban en los  llanos, Camilo ascendió a capitán Cristino Naranjo.
Cristino, que operaba en los llanos al frente de un pequeño grupo de combatientes, había sido un antiguo miembro de la fuerza de Camilo. Camilo le dejó un refuerzo de 22 hombres, 15 de ellos armados con fusiles de guerra. Ello es una prueba elocuente de la importancia que  le daba el Comandante Cienfuegos a la guerra en los llanos del Cauto.
Lo anterior dice mucho de la visión del líder guerrillero, que veía la necesidad de ampliar la guerra en todo el país, aunque para eso tuviera que limitar a las fuerzas que a él le habían asignado. El Che Guevara, que también estaba presente, no puso ninguna objeción a esa decisión y tampoco la puso Fidel Castro cuando se enteró.
A partir de esas disposiciones en el llano operó una tropa con poder de fuego de cierta importancia. Cristino llegó a contar con un total de 25 armas de guerra, más unas 19 escopetas, fusiles deportivos y de otros tipos[1].
Para la fecha Fidel ya había elaborado un plan para enviar a la zona dos columnas bien armadas y pertrechadas. Esas fueron la 12, Simón Bolívar, bajo el mando del  comandante Lalo Sardinas y la 14, Juan Manuel Márquez, dirigida por el capitán Orlando Lara.

UNA SINGULAR EXPLORACION
Previo a la llegada de las dos Columnas, Fidel envió una fuerza para que realizara una exploración del territorio donde operarían aquellas. A esa orden hay que considerarla la mayor  exploración organizada por el Ejército Rebelde.
La fuerza exploradora fue constituida por 34 hombres veteranos de la lucha en la Sierra y por combatientes del llano que habían acompañado a Orlando Lara cuando se unió a la guerrilla de Fidel antes de la ofensiva de verano. Estos estaban muy bien armados y  con  parque abundante, lo que es insólito si se tiene en cuenta que en las columnas invasoras de Camilo y el Che se encontraban algunos combatientes nada más equipados con escopetas e incluso, diez de sus hombres bajaron de la Sierra desarmados[2].
El objetivo de la columna exploradora igualmente era peculiar en extremo. En el documento que le entregó el Comandante en Jefe al momento de su partida le especificaba que debían de realizar su misión “en el territorio comprendido entre la carretera de Bayamo-Manzanillo y la costa norte de la provincia de Oriente, de donde deberá regresar a la Sierra Maestra una vez cumplida la misión, informando además, el estado del orden interno, la disciplina, conducta y relaciones de las patrullas rebeldes con los campesinos, armas de que disponen y todo cuanto pueda ser de interés”[3]
Como se ve, más que los asuntos militares, el interés mayor de Fidel son los aspectos políticos y la relación de los escopeteros con la población civil; y es que para el máximo líder revolucionario estaba muy claro que la victoria dependía por entero de la aceptación o no por parte de la población de las fuerzas revolucionarias.
Oscar Orozco
Seguidamente ofrecemos unos pocos datos sobre el jefe del pelotón exploratorio, teniente Oscar Orozco. Este primero había sido soldado de la Columna 1 en la Sierra  Maestra, luego combatió en los llanos bajo las órdenes de Orlando Lara, y con él retornó a la Sierra Maestra. Orozco era un experimentado guerrillero y también lo eran la mayoría de sus subordinados de su pelotón que fue bautizado con el número 1 de la  Columna 14, “Juan Manuel Márquez”.
El  recorrido de esa tropa determinaría el que luego harían las demás las demás columnas rebeldes que invadieron los llanos  orientales. El  5 de septiembre de 1958 partieron desde La Plata, que era donde estaba la comandancia rebelde en el corazón de la Sierra Maestra, el mismísimo Fidel Castro los despidió.
Durante la primera parte de su recorrido nada más tuvieron que sortear la dificultad de grandes aguaceros causados por un ciclón, que hacían desbordar los ríos y que, lógicamente, dificultaban su marcha.
Cuando salieron del territorio liberado por las fuerzas rebeldes y llegaron al llano, su avance fue en extremo difícil, iban por terrenos despejados fácilmente controlados por los reconocimientos a aéreos, por eso caminaban de noche y descansaban de día.
Otro peligro para ellos eran las tropas batistianas dislocadas entre Manzanillo  y Bayamo, que permanentemente mantenían en todas las carreteras patrullas protegidas por blindados. Sin embargo fue entonces que entraron en funcionamiento lo que bien puede llamarse la superestructura guerrillera  creada  por  los grupos de  escopeteros: ellos habían formado una eficiente red de guías, poseían medios de transportes, campamentos y sistema de abastecimiento que usualmente eran  utilizados por las columnas guerrilleras recién llegadas. El Pelotón 1 estableció su campamento en Cauto el Paso.
Y es en ese momento cuando se crea una situación espinosa en lo referente al mando. Todavía Fidel no había logrado entrar en contacto con Cristino Naranjo para explicarle la formación de la columna rebelde, por lo que existían  dos jefes rebeldes en  similar condición en  una  misma zona sin determinarse la subordinación. Pero finalmente se entrevistan el teniente Orozco y el capitán Cristino Naranjo. El segundo fue puesto al corriente de la decisión del Comandante en Jefe. No hubo conflicto alguno, Cristino asumió a Orlando Lara como jefe.
Respecto a la estructura organizativa del llano es interesante saber que la formación de un  mando único no fue producto del desarrollo y  maduración  de  la lucha en los llanos, sino de una decisión de la dirección de la guerrilla que estaba en la Sierra  Maestra. En la zona no había surgido un líder local que fuera reconocido por los demás combatientes. Quizás Orlando Lara era quien estaba en vías de alcanzar tales dimensiones y así lo reconoció Fidel cuando lo nombró jefe de la Columna 14.
Por demás Fidel supo actuar con cuidado e inteligencia para poner al servicio de la unidad revolucionaria a las diferentes fuerzas locales y sus dirigentes; así varios de los principales cargos en las jefaturas de las columnas enviadas a  los llanos fueron ocupados por  individuos naturales de aquellos lugares o que habían participado en la  lucha en esa región. Además del jefe de la Columna escogido, sus tres pelotones fueron dirigidos, por el veterano Oscar Orozco, a quien después que este fue herido, lo sustituyó Arsenio García, el otro por Cristino Naranjo, también veterano del llano, y el tercero por Eddy Suñol Ricardo, natural de Holguín que había desarrollado un destacado papel como combatiente clandestino en esa comarca antes de alzarse. Para dirigir al Cuarto Frente y a la columna 32 se escogió al comandante Delio Gómez Ochoa, también natural  de  Holguín, que había jugado un papel  importante  en  el clandestinaje en ese territorio.



[1] Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. Informe de Cristino Naranjo al Comandante en Jefe Fidel Castro. 3 de septiembre de 1958.
[2] William Gálvez. “Camilo Cienfuegos, Señor de la Vanguardia”. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, p  50
[3] Fidel Castro Ruz. Orden del 5 de septiembre de 1958. Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. La Habana.

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