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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

25 de agosto de 2017

El Guayabero en la prensa/Mal pensado de fila



Amado del Pino
Tomado de Internet

Esta no será una crónica con abundancia de recuerdos personales. Nunca entrevisté al genial Faustino Orama, ni creo recordar ninguna conversación con el genial trovador. Si me han llegado algunas anécdotas de primera mano, es porque uno de los hijos de mi amigo —dramaturgo y holguinero— Carlos Jesús García (Carlín) formó parte de la agrupación musical de El Guayabero.
Supe por esa sana vía que aunque su edad fuese tan avanzada y el oído pareciera no responderle en la vida cotidiana, había que estar muy atento para seguir el ritmo de sus improvisaciones.
Ahora que ha muerto, que nos quedamos sin el buen chiste que hubiese sido verlo llegar al centenario, despedir al cantor oriental me desata varias certezas y preocupaciones. El Guayabero representa la quintaesencia de una tradición riquísima de cultura popular, del ingenio criollo que se opone —sobria pero tenazmente— a la retórica o a las fronteras mentales que, de vez en cuando, asoman la cabeza. El mismo nombre que lo inmortalizó ya se sabe que viene de los celos de un guardia rural, un hombre torpe que amenazaba con usar el poder para reprimir al artista. Sí, porque allá en la finca nombrada Guayabero, la ira tenía que ver con unos celos corrientes, pero sospecho que también con la ceguera del torpe, la saña del pretencioso ante los encantos del arte.
Allí le querían «dar», cantó para siempre Faustino, pero salió ileso de esa y de otras trampas y lo que le «dio» su público durante décadas fue amor, aplausos, complicidad.
Ahora recuerdo que una amiga —que andará cerrando con donaire su cincuentena— me contaba que en su adolescencia los muy «finos» (la gente «fista», dirían en mi Tamarindo, «pija», en España) le aconsejaban que se alejara de aquel hombre vulgar que recorría Cuba con su guitarra. El creador genuino siempre insistió en que sus coplas eran ingenuas, que éramos los oyentes o bailadores los mal pensados que las teñíamos de erotismo o picardía. En mi infancia —arrancando los sesenta— la aclaración nos parecía válida pero totalmente de broma. Es decir, parecía claro que el llamado «doble sentido» funcionaba como una forma de hacer sutil la presencia sexual o transgresora, dada con una gracia que la ponía a salvo de los censores a la vez que abría la verja al regocijo de los cómplices admiradores de la danza de Marieta o de cualquiera de esas deliciosas criaturas y situaciones. El Guayabero nos representaba a nosotros los cubanos de a pie: alegres, desenfadados, ardorosos y sí, mal pensados. En este joven siglo  —cuando la grosería tiende a convertir en explícito lo que siempre fue dulcemente picaresco— vuelvo a las coplas del inmortal trovador y vengo a entender mejor sus razones. En la obra de El Guayabero hay, en efecto, ingenuidad, dulzura, candor. Como mismo agredió a santurrones muchas veces, tal vez hoy  funcione como un llamado a la lírica popular, una forma de contrarrestar lo obvio a la hora de comentar un hecho o elevar un elogio cantable al cuerpo de una preciosa negra, que nunca dejará de bailar en nuestros corazones.

El Guayabero en la prensa/El doble sentido lo pone usted



Mario Jorge Muñoz y Joaquín Borges Triana
Revista Bohemia, 1989.

No hay otro. «Y tampoco lo habrá», aseguran orgullosos sus compatriotas músicos de Holguín, ciudad donde Faustino Orama, el mítico Guayabero, ha vivido los 95 años que cumple este domingo 4 de junio. Nacido en 1911, el «Rey del doble sentido», como lo reconocen trovadores y humoristas cubanos, festejará su onomástico junto a su pueblo y otros importantes músicos del resto del país, que por estos días viajaron a la Ciudad de los Parques para compartir con el legendario juglar, a quien está dedicado el III Festival y Concurso Música con Humor.
Hombre sencillo, El Guayabero es uno de los artistas más queridos por el público cubano, de ahí que le fuera conferido el Premio Nacional de Humorismo en el año 2002. Alto, flaco pero nervudo, este negro con figura quijotesca es autor de sabrosos sones y guarachas, que algunos no creerían salidos de la imaginación de un músico autodidacta.
Caballero andante con su guitarra al brazo, llevó su gracia y su música a los más disímiles puntos de la geografía cubana.
Faustino Orama sintetiza la imagen viva del «típico jodedor cubano». Sin embargo, son pocos los que pueden asegurar que lo han visto sonreír en alguno de sus conciertos.
Apasionado por las mujeres, a las que aún considera una de sus principales fuentes de inspiración, el autor de la popular Marieta, y de En Guayabero —que le dio el apodo—, entre muchos otros temas famosos, comenta que «le gusta hacer que la gente se divierta», sin comulgar con la chabacanería.
Con una sordera «de cañón» que lo ha seguido al ritmo del almanaque —pero no le ha impedido continuar con su canto— y padeciendo «algunos achaques propios de la vejez», el popular compositor, con más de setenta años dedicados a la música, confiesa sentirse «bastante bien, guapeando».
Quisiéramos que nos hablara de su llegada a la música.
¡Oh!, eso es largo.
Tenemos tiempo...
¿Seguro? Empecé a los 15 años, con el Septeto Tropical, de Benigno Mesa, tocando maracas y haciendo coro. En ese grupo estuve bastante tiempo.
¿Siempre vivió en Holguín?
Sí, toda la vida. Nací el día 4 de junio.
¿De qué año?
¿Qué?... (Se ríe). El 4 de junio de 1911.
¿Y cuando comenzó a cantar vivía de la música o tenía algún otro trabajo?
Que recuerde, son muchos años con el tres y cantando. Pero antes, de muchachito, fui tipógrafo, trabajé en una imprenta.
¿Siempre se dedicó al son montuno o hizo también otras cosas?
Son montuno toda la vida.
¿Por qué lo prefiere?
Siempre me dediqué a eso. Me interesó siempre la música típica cubana.
¿Y por qué las letras más cercanas al choteo, al humorismo cubano?
El doble sentido lo pone usted. Yo digo una cosa y usted piensa otra. Lo que está pensando yo no lo puedo decir. Es a usted al que le gusta pensar otra cosa de lo que yo digo.
¿Se considera un humorista?
Bueno, eso dicen ellos. Yo hago lo que siempre he hecho.
¿Sus temas surgen a partir de vivencias personales o salen de historias que suceden a otras personas?
Algunas sí me han pasado; por ahí uno se inspira y sale el numerito. Otras me las cuentan los amigos, la gente. Después el número llega al público, y si gusta, entonces está hecho.
¿No ha tenido problemas por los textos, gente que se haya ofendido, por ejemplo?
Un día con un guardia rural en un carnaval en la provincia de Santiago de Cuba. Dijo que yo estaba cantando relajos. Estaba descargando en una tarima cuando viene abriéndose paso por el público un teniente y me dice que no puedo seguir cantando relajo. «Relajo, qué relajo», le dije yo. «Eso que está cantando es relajo», repitió. Le pedí que subiera a la tarima. Él lo hizo, le di un lapicero y un papel para que apuntara. Me ordenó que cantara lo mismo que había terminado de cantar. Le dije: «Bueno». Y canté, mientras apuntaba: «Yo vi allá en Santa Lucía, bañarse en un arroyo —anote ahí— a una vieja que tenía cuatro pelitos en el moño».
Entonces le pregunté si dudaba de lo que había escrito: «Porque no puede dudar de mí. Si puso otra cosa es asunto suyo». El público comenzó a chiflar y tuvo que irse.
No crea, me han pasado algunas boberías como esa: en un carnaval en Gibara querían lanzarme al mar. Yo canté: «Las mujeres de Gibara son bonitas y forman rollo, mucho polvo y colorete y no se lavan la cara». Y comenzaron a gritar que me fuera...
Si no es por la policía, me tiran al mar.
Aquí, en Holguín, también tuve mi problemita con una familia donde casi todos eran tuertos, bobos y el carajo... Había uno, Silvino, que era el más rebelde y todo lo cogía en serio. Pero Benilde, buen amigo mío que tocaba el tres conmigo y era tuerto, todo lo tiraba a relajo. Le saqué una cosa que decía más o menos así: «La familia de Benilde es completa. Marcelino y Benilde son tuertos, Aníbal tiene pata de palo, Silvino los brazos virao’s, Enrique mañoso, loco; por desgracia la vieja es lisiá; el viejo tiene dos bigotes que parecen dos pencas de coco; el caballo... no puede con dos sacos de carbón. Benilde tiene un perro loco que le faja a la pata de la silla».
Imagínate, Silvino la cogió con ir adonde yo cantaba y se escondía con una cabilla para ver si tocaba el número ese. Tuve que perderme unos meses de Holguín, me estaban velando.
¿Por qué le dicen El Guayabero?
Porque saqué el número En Guayabero, que se hizo famoso. Ahí, en el central Mella, que antes era Miranda, había un pobladito que le decían Guayabero, una colonia de caña. Antes se usaban los pagos de colonia, que le decían quincena. Y yo cogía del grupo a tres músicos más y salíamos desde el primero hasta el día 15 recorriendo centrales, buscando plata. En las cantinas, el dueño nos daba un tanto y nosotros buscábamos un poco más dinero con los mismos bailadores.
Pero llegamos a Guayabero y en la cantina había una trigueñita que parece que le gustaba lo que yo estaba haciendo. Ella nos atendió muy bien, nos dio unos cuantos tragos. Pero resulta que era mujer de un cabo, y antes un cabo del Ejército era como un presidente en una colonia de esas. Y un cotilla le dijo que su mujer no andaba clara, que estaba dándonos licor.
Fue a donde yo estaba y me dijo que tenía que tomarme un litro con él. Le dije que estaba equivocado, que nosotros andábamos buscando dinero y que no estábamos buscando borrachera. Entonces él respondió que si habíamos  tomado con su mujer, teníamos que tomar con él. En eso llegó otro cabo que no era de allí y se lo llevó porque había una bronca. Pero antes de irse le dijo al cantinero que me diera lo que quisiera.
Cuando regresó me preguntó si había tomado. Le contesté que un litro. Nosotros habíamos hecho una combinación con el cantinero para que llenara una botella con agua y nos lo diera delante de todo el mundo, para que el público creyera que nos estábamos tomando el licor.
Pero qué va... Volvió a decirnos que teníamos que tomarnos un litro con él. En eso el cantinero nos llamó: «Vengan acá, tenía que decirles una cosa que se me había olvidado. Miren, si pueden irse uno a uno, váyanse, porque este cabo cuando no tiene a quién darle se pega él mismo». Y así lo hicimos.
Por el camino fue que vino: «Trigueña del alma no me niegues tu amor, trigueñita del alma dame tu corazón... en Guayabero, mamá, me quieren dar».
¿Qué compone primero, la letra o la música?
La letra me da el pie, a partir de ahí le pongo la música como sea conveniente.
¿Qué música le gusta escuchar?
Me gusta toda la música, para mí toda es buena. Pero lo mío es el son.
¿Y entre los autores?
Pacho Alonso, el difunto Pacho, que además echó pa’ lante al Guayabero. En una sola palabra, el que me hizo el número fue él. Porque adondequiera que iban los peloteros del team Cuba, ahí estaba Pacho tocando la canción con Los Bocucos. Después él grabó el número con su orquesta. Hizo famoso el tema, la verdad.
También me gusta Ibrahím [Ferrer].
Dicen que mantiene buena amistad con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés...
Esos no son hermanos míos, son mis hijos. Silvio, Pablo y toda esa gente son mis hijos. Mano a mano, ahí. Los quiero mucho. Y ellos, según me han demostrado, me tienen buen aprecio. Mira, ahí están los dos. Lee lo que dice ahí (señala a una de las paredes de la casa donde junto a una de sus caricaturas cuelgan dos viejos afiches de los trovadores cubanos): «Para Faustino Oramas, maestro de maestros, de su deudor, Silvio Rodríguez», dice de puño y letra en uno de ellos.
¿De los jóvenes?
Ahora han nacido muchos muchachos buenos. Y es más, tocan cualquier instrumento. Antes decirle a un muchacho que cogiera un bongó era ofenderlo, decirle que tocara un tres era ofenderlo. Tenía que ser piano, guitarra, trompeta o algo que piensan que es lo más importante. Ahora no, ahora cualquier  muchacho te toca una tumbadora. Hay muchos y tocan bueno. Te pones a oírlos y no sabes con cuál quedarte.
¿Recuerda la primera vez que grabó un disco?
Ahora te voy a decir... ¿cuándo fue la primera vez, carajo?... Fue en Santiago de Cuba, por el año 85, por ahí.
¿Le gusta que otros músicos canten sus canciones?
Como no, ya lo creo, es negocio. Porque además de que la cantan y la gente la oye, me cae dinero. Cuando menos te piensas llega un chequecito.
¿Sigue componiendo?
Alguna bobería, pero estoy tranquilo ya. Cumplí 59 años (se golpea suavemente con el puño en la cara. Y sonríe).
¿Cuál ha sido su mayor felicidad como músico?
Cuando Pacho me grabó En Guayabero; cuando Ibrahím me grabó Ay Candela y Mañana me voy pa’ Sibanicú. Como músico eso. Eran grabaciones para mi público, que gustaban. Eso es una felicidad. Porque la alegría de uno es que el número salga bien, pero también que lo toquen otros, y otros más lo estén escuchando. Eso es...
En su vida deben haber muchos buenos momentos...
Para qué te voy a contar eso. Son tantas las cosas que se unen en mi mente que no puedo ni empezarlas a decir. Han pasado muchas cosas. Son 59 años que ya tengo. Déjame tocar madera (vuelve a golpearse en la mejilla).
La Casa de la Trova de la ciudad lleva su nombre, ¿qué opina de eso?
Mira, en España han hecho un monumento a mi persona. La gente va, mira, vienen y me lo dicen. Yo me río de eso. Si es negocio... Ellos ganan dinero porque es una propaganda. Pero para mí también es propaganda. El Guayabero, el músico, que si esto, que si lo otro... Y todo el que ve la estatua lo que hace es reírse.
Realmente se siente bien, porque hay mucha gente que lo quiere y está preocupada por su salud.
Hace unos días estuvieron jaraneando sobre mi persona en la Casa de la Trova y dijeron que yo cumplía 101 años, que era uno de los viejos más viejos de aquí. Mira pa’ eso, relajo conmigo, quién lo iba pensar, se aprovecharon de que no estaba.
Pero se ve fuerte, ¿volveremos a escucharlo?
Vamos a ver. La vida está llena de sorpresas. Va y sí, puede que no. Porque desde arriba te vienen a buscar y no avisan. Ella no entiende. Cuando le haces falta, te dice ven, y no puedes decirle que no. Porque a esa no se le puede decir que no. Hay que ir.
¿Cree que hay Guayabero para rato?
Bueno, es posible. Ya tengo 59 años, puede que cumpla alguno más. Usted se fijó que toqué madera.
Madera fuerte...
Y de la buena (se vuelve a reír).

El Guayabero en la prensa/El Guayabero, la boca llena de risa



Bladímir Zamora Céspedes
Revista El Caimán Barbudo

Casi llegando a la medianía de los años 60 del siglo pasado, llegué a Bayamo a comenzar estudios secundarios. Venía del pleno campo, de estar esperando siempre lo imprevisible, desde el maratón inmenso donde a la vera del río Cauto, por lo menos desde el siglo  XVIII , se empezó a cuajar el poblado rural llamado Cauto del Paso. Y claro, ya caminando por una ciudad multicentenaria, con los ojos iluminados con muchas más imágenes que en el rincón de mi nacimiento, me interesé por buscar las piedras de toque de la identidad de esa ciudad. Justo en ese plazo vi por primera vez a Faustino Oramas, a quien todo el mundo reconocía como El Guayabero
Aquel hombre alto y delgado, tocado con un sombrero pariente del jipijapa, y siempre con un tres al hombro, me pareció una de las más singulares formas de ser de los hijos de Bayamo. Y tuve entonces más seguridad de ello cuando empecé a gozar de las ininterrumpidas jornadas del carnaval bayamés. Allí, en la encrucijada de las calles Saco y Pío Rosado, o en la de Zenea, llegando a la Guariana, tuve mi iniciación con el canto y el toque de El Guayabero. Después de que orquestas regionales o del más alto rango de la nación habían desatado ante los anhelantes bailadores lo más convidador de su repertorio, este hombre se subía a la tarima con la única compañía del tres, y comenzaba una funciónque podía llegar hasta el amanecer.
Entonces, su modo de tocar el tres, su voz rasgada por el aguardiente, los versos de muy aguzado filo humorístico y la sabia manera de nutrirse del peregrinar por los incontables parajes de sus paisajes, me era desconocido.
Solo me sorprendía su capacidad de dejar inmóviles a los numerosos bailadores, a quienes desde su llegada, nada les era más grato que su discurso musical de entrañable picardía criolla. Todavía a estas alturas, el entrañable músico cubano Pacho Alonso no había cantado sus temas emblemáticos lo que, por supuesto, significó un contundente espaldarazo para el autor de «Mañana me voy pa Sibanicú».
Pasó el tiempo, y un águila por el mar, como se dice con sencillo desenfado popular y vine a La Habana a estudiar. Volví a Bayamo ya sabiendo que Faustino Orama era un importante hijo de la provincia de Holguín, y que su forma de tocar el tres, heredera de las maneras originarias de hacer el son en el Oriente de la Isla, tenía una definición tan particular, a la altura de otros treseros clásicos como Isaac Oviedo y Arsenio Rodríguez. Por eso fue que me sentí muy alegre en el otoño de 1978, en la celebración de la primera Semana de la Cultura de Baracoa, al verlo caminando por la Villa Primada con las mismas energías que le conocí desde un principio. Y en demasía al escucharle, sin hacer caso del tiempo transcurrido, en el Hotel de la Rusa, las coplas ya clásicas y las repentinas improvisaciones que las circunstancias le incitaban.
Bueno, nada, que uno, como el mismo Faustino, vive moviéndose, y estuve de nuevo en la capital del país. Así se produjo la posibilidad de que en diciembre de 1990 yo viajara a Madrid, para participar en un encuentro de revisteros culturales de Hispano-américa. Ya tenía yo mucha satisfacción asistiendo a aquel nutritivo contacto, celebrado en la legendaria Residencia de Estudiantes, cuando recibí una llamada telefónica de la representante de Santiago Auserón, sin duda, figura preponderante del rock español.
Él quería verme y acepté la concertación de la cita, pero ignoraba qué interés podría tener en intercambiar palabras conmigo. Y lo que son las cosas... Santiago había estado hacía pocos días en Cuba y en alguna tienda encontró un cassete con la música de El Guayabero. Y él, que ya venía tratando de encontrar las claves de la realización del rock en idioma español, quedó muy bien impresionado. El son de raigambre originaria que es visible en el quehacer de Faustino, lo animó a producir un disco con su música, para que en España se entendieran las capacidades del son para propiciar el más pleno desempeño del son en nuestra lengua.
Al final, quedamos en que era mejor sacar al publico hispano y del resto de Europa una antología de los más importantes cultores del son cubano, y donde, por supuesto, aparece una composición de Faustino.
Por culpa de falta de perspectiva de la disquera, el proyecto que estaba en principio concebido para unos catorce volúmenes, se quedó en cinco. Y lo más penoso ahora: nunca llegamos a hacer el disco consagrado a El Guayabero. Sin embargo, cuando esta colección se presento en la capital española en febrero de 1992, Faustino estuvo presente.
Tengo la dicha de haber viajado con él, desde aquí hasta un Madrid que nos recibió con desafiantes copos de nieve. Dos días después se hizo el lanzamiento de la antología La Semilla del Son, en el centro nocturno El Sol.
Todavía en ese tiempo se ofrecían discos de vinilo, casetes y empezaban a enseñar la oreja los emergentes discos compactos.
El fin de fiesta de aquella noche fue un concierto de El Guayabero. El salón estaba colmado de jóvenes de la era Almodóvar, y sentí mucho temor de que este añejo juglar, a quien había visto campear por su respeto en Bayamo y cualquier otra plaza de Cuba, no fuera capaz de hacer tierra con aquella gente. Pues no.
Con sus canciones de siempre, con esos picaros versos, que no por casualidad ya con anterioridad me parecieron de linaje quevedesco, gozó con todos aquellos muchachos y solo paró cuando los dueños del local dijeron que no había tiempo para más.
Todo lo contrario que expresar que «de aquellos polvos nacieron estos lodos», la presentación de la colección Semilla del Son hizo posible la realización del proyecto «Encuentro del Son», en el Madrid de 1993. Fue entonces cuando apareció Jesús Cosano, uno de los más enteros promotores culturales de España y, en especial, de Andalucía.
Ya venía él, desde antes, tratando de explicarse la familiaridad entre nuestro son y la más característica música del sur español; pero, sin duda, el contacto vivo con los músicos cubanos lo acabó de determinar a celebrar, desde su gerencia en la sevillana Fundación Luis Cernuda, el «Primer Encuentro entre el Son y el Flamenco» en el verano de 1994.
El Guayabero, a quien a inicios de ese año hubo que amputarle una pierna, no renunció por ello a la invitación de la iniciación de ese foro. Dando una muestra de voluntad entera por el servicio bohemio de la música, llegó a Sevilla, en donde hasta las propias camisetas que identificaban el evento exponían su efigie guitarra en ristre.
La última conversación que sostuve con Faustino Orama debió ser en el año 2000. Fui a su casa de Holguín, enrolado en un proyecto de documental, que nunca después supe si había llegado a condición de obra terminada. A pesar de sus condiciones físicas, dificultad para moverse y poca audición, aquel hombre, sin duda, el último de nuestros trovadores itinerantes a la manera de los viejos siglos griegos, mantenía intactos su humor y la hidalguía.
Lo que más me impresionó en ese momento fue su respuesta cuando le pregunté, siendo ya tan añoso, a quienes agradecía en la concreción de su carrera musical. Sin darle curvas a la respuesta me dijo: «Agradezco a Pacho Alonso, que cantó mi música, anunciando mi llegada de Oriente a Occidente de Cuba. Y al músico español Santiago Auserón, que confió en la importancia de hacer sonar mi música en su tierra».
En el goce, su «buen tumbaíto» y al pie del kilómetro cero de la Carretera Central he escrito todas estas líneas que están arriba. Las he ido hilvanando desde las primeras horas del día, a poco de saber que, siendo marzo 27 —el día en que se estrenó la primera «Bayamesa», en 1851—, El Guayabero ha muerto en su ciudad. Hombre, da pena no poderlo volver a saludar, digamos de manera convencional, pero a esa muerte no le tengo ningún miedo. Lo que nos queda en la memoria de su vocación andariega y las pocas y definitorias grabaciones de sus obras, que nadie nos podrá arrebatar, dan perpetua seguridad de su presencia.

El Guayabero en la prensa/El Guayabero-Santa palabra



Revista Somos Jóvenes. Año XII No. 4, p. 6

Tiene una increíble imaginación picaresca, más un extraño y muy guayaberesco método de versificación. Hace maravillas con la rima, estimulando la picardía del auditorio.
Fui a darle una serenata (a)
a Juan el hijo e´ Dominga (b)
y se despertó de un modo (c)
que si no corro me mata (d)
El truco está en que parece que iba a rimar con Dominga, pero sorprendentemente, se vira para primera y rima con serenata, cogiendo a todo el mundo fuera de base, sin que la cuarteta pierda coherencia y dejando a la vez, el mensaje implícito [...]
Otras veces rima con la segunda línea en un A, B, A, B perfecto y, sin embargo, dice lo inesperado, sin dejar de decir todo lo que quiere decir:
La hija soltera de Urbano (a)
hizo un trato con Angulo (b)
que le diera por el piano (a)
el carretón con el mulo (b)
 [...] Pablo Milanés en homenaje que en los años 80 le dieron en Bayamo a Faustino Oramas dijo: «Muchas cosas le debemos a los trovadores cubanos como El Guayabero, ejemplo de continuidad, que todavía aporta a la cultura cubana, gente como El Guayabero, para nosotros siempre ha sido motivo de inspiración por la frescura que mantiene» [...]

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