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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

8 de diciembre de 2016

Camayd - Cristina y Ester (Tey) Aguilera.



(Cristina y Ester (Tey) Aguilera. Fundadoras del Teatro Lírico)
 
“Raúl anda lleno de vida por esta casa”, dice Tey Aguilera con la mayor naturalidad. Miro sus ojos sinceros, su cara de luna llena, sus mullidos carrillos. En toda ella hay algo de niña robusta y tierna, simpática y traviesa. Siempre la asocio con esas típicas estampas holandesas. Y la miro nuevamente  en su “balance” perpetuo donde a duras penas introduce su obesa naturaleza.
“El otro día estuvo Juan José Ricardo[1] y hablamos y hablamos sin tocar el tema. Cuando se marchaba, ya en la puerta, me lo habló por lo bajo, como si fuera un secreto: “Yo no te lo quería decir, pero en esta casa tengo la sensación de que Él nos acompaña”
Yo mantengo mi riguroso mutismo, no por discreción, que no lo soy tanto, sino porque francamente no sé que decir. Tey continúa con absoluto desenvolvimiento: “Raúl nos tiene acostumbradas a esos viajes. Se ausenta así, de repente, pero siempre vuelve a casa”.
Es la suya una casa con el blasón señorial de lo cubano; la puerta descomunal tiene un acceso más diminuto en una de sus dos hojas, preside la sala un “Sagrado Corazón de Jesús” junto a los retratos familiares, todos con aires de distinción en la mirada. Unos balcones inmensos dejan ver, a través de las rejas que engarzó el orfebre criollo, la campana de la catedral de San Isidoro, que se esconde y aparece, como jugando a las escondidas, entre las ramas de los laureles. La lluvia recorre, en su doble caída, el alto puntal, va al aljibe de boca tan negra. Las tejas han perdido su centella ardiente y asoma el color de lo vivido al patio interior donde crecen altas malangas. En el pozo ciego la amapola doble ocupa el centro del brocal, lleno de tierra hasta el borde y, a un costado, un pequeño limonero que crece. En el fondo, el otro patio donde hay un tamarindo que conduce al cielo.
“Porque esta es la casa de Raúl”, precisa Cristina, enjuta, de pelo plateado, sentada en una mecedora al lado de su hermana. “El entraba como un ciclón por esa puerta. Vengo a desenchuchar, decía, y al minuto todo el mundo estaba aquí muriéndose de risa”.
“A todo él le sacaba un versito”, dice Tey usando su cara más pícara y muestra los papeles que tiene en su mano, todos de diversos tamaños, todos escritos de puño y letra por Raúl: “Nosotras guardábamos muchísimos poemitas, porque él los escribía y luego se les olvidaban. En las giras escribía muchísimos, contando las cosas del viaje, otros los escribía en el Teatro, pero siempre para divertirse. En una gira por Santa Clara se aparece Clotilde, (Clotilde le decíamos a la esposa de Rosendo Fernández, el famosisimo barítono que cantó en la Scala de Milán, Clotilde porque así se llamaba un personaje muy chismoso, o sea, que de todo se quería enterar, que salía por la televisión). Cuando Raúl la ve me pasa este papelito:

A la gira le faltaba
ponerle a la T la tilde,
y en eso llegó Clotilde
y la cosa se arreglaba.
Cuando Tey se acercaba,
casi postrada de hinojos,
Tey dio un pase y un despojo
por si aquello se pegaba.
Ya se completó el elenco
para doblar la Angelita,
Milagros, Tey, Clotildita
alternarán el papel
y pondrán un cascabel
en sus lindas cabecitas.

“Su buen humor también se reflejaba en las bromas que a diario le hacía a los compañeros. Ahora me recuerdo… (y suelta una estruendosa y larga carcajada) Ahora me recuerdo de una gira que hicimos por la provincia con “El alcalde honrado”. Estábamos en Báguano y yo hacía el papel de “La Despabilá” y en una escena Marquito Fuentes pasaba por entre mis piernas. Poco antes de la función Raúl se aparece con un pomito plástico lleno de agua y me lo acomodó en la cintura. Y esa noche, cuando Marquitos estaba pasando por debajo de mi, me aprieto la barriga y sale el chorrito de agua que le cae en la misma cabeza. Se puso bravísimo, no me quería ni hablar y fue a darle las quejas a Raúl. El lo oyó muy serio: ¡Qué barbaridad!!!, ¡Cómo Tey Aguilera va a hacer eso”.

Raúl Camayd, Románico “Papi” Leyva y coro

“Este es otro cuento, continúa Tey con la misma jovialidad, pero aclarando que no es para publicar, no vaya a ser que Ana Arriaza se ponga brava. Una vez Raúl y yo nos dimos cuenta de que en un Hotel en el que estábamos pasaba algo misterioso en el elevador cuando Papi Leyva[2] se montaba en él, porque el aparato se demoraba horas o se quedaba parado en los entrepisos. Raúl me decía: Mira a Papi Leyva que gusto le ha cogido al elevador. Pues Raúl se trancó con Papi en la oficina y sin que se diera cuenta puso a grabar la conversación y tanto le dio que Papi le dijo la verdad. En la grabadora quedó aclarado el enigma. La cosa es que él, enamorisqueao de la ascensorista, paraba el aparato para celebrarse con ella mientras que la gente muerta de esperar tenía que coger la escalera. ¡Y yo quisiera que tú vieras como se ponía Papi Leyva de colora´o cuando oía la grabación que le había hecho Raúl!
“En otra gira Eddy Pérez encontró en la carpeta del hotel una nota de una admiradora que le pedía encontrarse con él esa noche. Cuando todos nos fuimos al teatro, Eddy decidió esperar un poco más. Casi al comenzar el ensayo, una hora después de haber salido del hotel, subió Eddy Pérez al escenario, todavía sudado por la carrera que tuvo que echar para llegar a tiempo, y mientras todo el mundo lo miraba con una sonrisita bailándole en los labios. Es que curiosamente la letra de la admiradora se parecía bastante a la de Raúl Camayd.

Raúl con Elizabeth Carreño, “La tabernera del puerto”, 1975


“Durante una temporada por Las Tunas, hace ya unos cuantos años, estábamos en un hotelito de segunda en el que todos los días era el mismo menú: arroz con nido de pájaro. Esto último era un platillo de fideos con puré de tomate, que acomodados circularmente, daban la impresión de un nido de verdad. Así pasamos varios días y una tardecita, poco antes de comer, me encuentro con Raúl ante una máquina escribiendo a toda velocidad con dos dedos. Bajamos juntos y en el comedor él fue acomodando a los compañeros: Tú siéntate aquí y tú aquí, tú allá. Dejamos dos lugares vacíos hasta que llegaron la pianista Dulce María Goicochea y la soprano Elizabeth Carreño. Frente a sus sillas estaba la carta menú, repleta de platos exquisitos en los que había hasta comida china. Las dos mujeres estuvieron prolongadísimo rato escogiendo de la lista, y luego, con cuidadosa articulación, fueron repitiendo su solicitud de platos franceses, árabes, chinos y también criollos, ante la mirada atónita del gastrónomo. ¡Compañera, dijo el hombre con paciencia, dígame si le traigo su nido de pájaros o no! Yo me quedé mirando a Raúl y él, impasible. ¡Tú sabes que él es divino!
 





[1] Juan José Ricardo Guillaume, integrante del Teatro Lírico de Holguín. A pesar de su amor por el género, de su buena apariencia escénica y sus condiciones vocales (tenía excelente voz e barítono), abandonó la compañía por inestabilidades personales. Pocos meses después de la muerte de Raúl Camayd, falleció en un absurdo accidente de tránsito.
[2] Románico “Papi” Leyva, tenor. Fue fundador del Teatro Lírico y gran amigo de Camayd.

7 de diciembre de 2016

Camayd - Juan Espinosa



(Juan Espinosa. Pianista acompañante).

Yo creo que el único que ha sacado del paso a Raúl Camayd soy yo. En aquella ocasión, año 1973, hacíamos una gira internacional por lo que era la Unión Soviética y otros países de Asia, participaban, además, Iris Burguet, María Remolá, Ramón Calzadilla, Esteban Taylor, Manuel Dúchense Cuzán, Rafael Somavilla, la orquesta Aragón y Elena Bourque.

Esta foto se hizo durante esa gira. De izquierda a derecha: Ramón Calzadilla, Raúl, Taylor a su lado, Juan Espinosa de espalda y María Remolá.

Raúl fue como cantante, pero en Moscú, por que Raúl no solo tenía hábito de dirigir, sino que poseía las facultades para hacerlo, fue unánimemente seleccionado como Jefe de la Delegación y los rusos, por cosas de la declinación del idioma, le decían “Camayda”, “Tabarich Camayda pa´aquí y Tabarich Camayda pa´allá” y eso que a mi me resultaba lo más cómico del mundo, a Raúl no le hacía ninguna gracia.
Después salimos de la Unión Soviética hacia los países del lejano oriente: Mongolia, Corea y Viet-Nam. Esos pueblos, por sus tradiciones, conceden mucha importancia a las personas que ostentan algún cargo y tienen la tendencia a separarlos del grupo y otorgarle una serie de prerrogativas al “camarada jefe” y cualquier tipo de orientación solo se la dicen al Jefe, o sea, a Raúl. Le separaban una suite en los hoteles, una mesa para él solo en los restaurantes, pero “nuestro camarada jefe” se las arreglaba para no separarse del grupo: compartía la misma mesa y mantenía el mismo status que el resto de la delegación. 

Raúl y Juan Espinosa al piano

Nunca se me olvida que estábamos viendo un espectáculo en Mongolia y allá el caballo es un animal casi sagrado. Por eso casi todas las canciones se llamaban: “La suerte del caballo”, “El amor del caballo”, “La tristeza del caballo” y Raúl muerto de risa me decía: “Tú vas a salir relinchando de aquí”.

Pero yo chivándolo con los de la “Camayda”. Un día estábamos almorzando y en medio del restaurante siglo con la chivadera. Raúl se puso cabrón y me dijo hasta del mal que iba a morir. Menos mal que allí, con la excepción de nosotros los cubanos, nadie más sabía hablar idioma español.

Camayd - Gladys Puig



(Gladys Puig. Soprano)

Camayd y Gladys Puig

Cuando coincidía con Raúl en las giras, yo, y también casi todos los otros artistas, lo esperábamos para almorzar juntos por la sobremesa durante la que nos contaba miles de chistes comiquísimos. Hay una anécdota que es famosa en la historia del lírico cubano. Fue durante una temporada de “la Travista” que con mucha repercusión dirigió el maestro Rodrigo Prats. Pues no encontraban a alguien capaz de hacer un personaje partiquino porque todos los que probaban eran desafinados, hasta que un día llega uno muy dispuesto y canta su bocadillo: “¿El Señor Germónt? Una dama en un coche me dio de aquí no lejos, para vos este recado”. Rodrigo estaba complacido, pero en eso viene Aldo Lario y le advierte al director que a aquel hombre se le olvidaban las cosas, por lo que no debía aceptarlo. Y entonces Raúl, que era como era, interviene: “Caballeros, si son dos palabras nada más, ¡qué se le va a olvidar!. Hay que darle un chance, por favor, Maestro” Y efectivamente Prats lo acepta y el día del estreno sale el nombre y canta: “¿El Señor Germónt? Un caballo en un coche me dio de aquí no lejos para Dios este recado”. Cuando acabó la función Prats quería matar al cantante, pero otra vez interviene Raúl: “Maestro es que es el primer día y se puso nervioso, pero lo hace de lo más afinadito…” Prats decide dejarlo y en la segunda función cuando sale a escena el hombre se queda callado, y se crea un silencio muy molesto, hasta que por fin mira al tenor Armando Pico que estaba frente a él y le dice: “Pico, perdóname, compadre, pero se me olvidó”. El maestro Rodrigo Prats estaba histérico, “Camayd es el culpable, ¿dónde está Camayd?”, preguntaba agitando la batuta: “Los mato a los dos”.

Camayd - Hilda del Castillo



(Hilda del Castillo. Soprano)
Conocí a Camayd hace muchísimos años, cuando yo trabaja en la hoy inexistente compañía lírica de Matanzas. Él me ayudó mucho al principio de mi carrera. Me invitaba frecuentemente a Holguín y allá me sentía mejor que en mi grupo, en el que había tantos problemas. Estuve en la temporada por en Veinte Aniversario del Lírico holguinero e hice varios personajes: la Velencienne de “La viuda alegre”; la Rosaura de “Los gavilanes” y la Carmita de la “Amalia”. A él también le debo mi primera gira al extranjero: fui con el Lírico de Holguín a Perú en 1987.

De izquierda a derecha: Camayd, Julio Proenza, Náyade Proenza, Marcos de Fuentes e Hilda del Castillo. (La Viuda Alegre, 1979)

Después que vine a vivir y trabajar en La Habana tuve muchos problemas que Raúl me ayudó a resolver desde el mismo Holguín, llamando por teléfono.

Camayd - José Ramón Artigas

(José Ramón Artigas. Holguinero. Director de Programas de TV, entre ellos “De la Gran Escena”)




Raúl con el Trío Continental.

En Camayd intérprete se daban unas vertientes poco comunes en una sola persona. Su diapasón iba desde un spiritual negro, un tango, hasta la ópera, sin olvidar la canción popular que siempre cultivó. Particularmente significa el trabajo que hizo con el Trío Continental, integrado por Jesús Camayd, Israel Zaldívar e Ignacio Ramírez. Ellos dejaron preciosas grabaciones del cancionero popular cubano y latinoamericano que hoy están olvidadas, lamentablemente. 

Camayd en un programa de televisión en Holguín, ensayando

En el siguiente enlace puede escuchar el Himno Invasor interpretado por Raúl Camayd y Ramón Calzadilla

En el siguiente enlace puede escuchar el Himno Invasor interpretado por Raúl Camayd y Hugo Barreriro 
 


Sin importar el género, todo lo que cantaba, Raúl lo hacia con extrema seriedad. Tuve un experiencia en ese sentido. Él grabó una versión del “Himno Invasor” junto con el barítono Ramón Calzadilla para un programa especial que se transmitió por la televisión en 17 de Diciembre de 1975, y poco tiempo después se repitió la experiencia con el también barítono Hugo Barreiro y en los dos casos hay que decir que Camayd se llevaba la mejor parte porque desbordaba de facultades naturales.
Era bajo de tamaño, pero su gallardía suplía ese problema. Y de los requerimientos vocales ni hablar, porque él siempre conservó su registro vocal privilegiado. Prueba de ello es que en el segundo Festival de Escenas Líricas de La habana se celebró un concierto en la Sala Ernesto Lecuona del Gran Teatro de La Habana donde se reunieron figuras del Teatro Lírico Rodrigo Prats, de la Ópera Nacional de Cuba y otros invitados, y allí Raúl, entre otras piezas, cantó un “Ol´Man River” que, comentábamos esa noche, era como para la más exigente grabación discográfica. Y en lo que casi todo el mundo está de acuerdo es que nadie en Cuba ha interpretado la “Salida de Juan”, de “Los gavilanes”, como Raúl Camayd.
Yo pienso que él pudo llevar adelante todas esas tareas porque tenía, por encima de todo, un carácter fuerte, decidido, muy luchador, muy tenaz, y a eso se unía una simpatía natural, eso que decimos del típico criollo que cae bien, que consigue lo que quiere porque no había forma de decirle que a Raúl Camayd. Y es curioso que a pesar de su ascendencia árabe encarnara tan bien ese espíritu cubano tan genuino: era un hombre jaranero, con el chiste a flor de labio y con mucho empuje ante la vida. Hay personas que para dirigir necesitan mantener un mal carácter o imponer sus criterios; Raúl usaba los argumentos. Habitualmente era una persona que sabía convencer, tenía ese don. Él sabía llegar a todos los planos, inclusive a esos donde hay jefes que apoyan más el deporte que el arte.
Era un líder y guía indiscutible. Los artistas con que trabajó en el Lírico de Holguín eran de los más variados orígenes, en una entrevista él mismo lo dijo: “Los integrantes del Lírico, que hoy son profesionales se formaron en el seno del propio grupo y se desarrollaron al calor propio del trabajo. Cuando llegaron todos eran obreros o estudiantes. Nunca tuvimos en nuestro seno artistas ya hechos ni procedentes de escuelas de arte. Todo eso nos libró de los conceptos de divadismo y estrellato que existían en algunos de los antiguos grupos de profesionales”.

Raúl con Ester Borjas en el programa de televisión “Álbum de Cuba”
Otra característica de él que hay que mencionar era su seriedad y su puntualidad. Si se comprometía, cumplía su palabra, sea cual fuera lo que ocurriera. Yo tuve la oportunidad de hacer varios programas de televisión con él, entre ellos “Album de Cuba” y “Recital”. Por cierto, cuando el canal holguinero Tele Cristal recibió su unidad de control remoto la estrenamos con un programa “Recital” con Camayd que grabamos en los exteriores del Hotel PerniK.

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