(Cristina y Ester (Tey) Aguilera. Fundadoras del Teatro Lírico)
“Raúl anda lleno de vida por esta casa”, dice Tey
Aguilera con la mayor naturalidad. Miro sus ojos sinceros, su cara de luna
llena, sus mullidos carrillos. En toda ella hay algo de niña robusta y tierna,
simpática y traviesa. Siempre la asocio con esas típicas estampas holandesas. Y
la miro nuevamente en su “balance”
perpetuo donde a duras penas introduce su obesa naturaleza.
“El otro día estuvo Juan José Ricardo[1]
y hablamos y hablamos sin tocar el tema. Cuando se marchaba, ya en la puerta,
me lo habló por lo bajo, como si fuera un secreto: “Yo no te lo quería decir,
pero en esta casa tengo la sensación de que Él nos acompaña”
Yo mantengo mi riguroso mutismo, no por discreción, que
no lo soy tanto, sino porque francamente no sé que decir. Tey continúa con
absoluto desenvolvimiento: “Raúl nos tiene acostumbradas a esos viajes. Se
ausenta así, de repente, pero siempre vuelve a casa”.
Es la suya una casa con el blasón señorial de lo cubano;
la puerta descomunal tiene un acceso más diminuto en una de sus dos hojas,
preside la sala un “Sagrado Corazón de Jesús” junto a los retratos familiares,
todos con aires de distinción en la mirada. Unos balcones inmensos dejan ver, a
través de las rejas que engarzó el orfebre criollo, la campana de la catedral
de San Isidoro, que se esconde y aparece, como jugando a las escondidas, entre
las ramas de los laureles. La lluvia recorre, en su doble caída, el alto
puntal, va al aljibe de boca tan negra. Las tejas han perdido su centella
ardiente y asoma el color de lo vivido al patio interior donde crecen altas
malangas. En el pozo ciego la amapola doble ocupa el centro del brocal, lleno
de tierra hasta el borde y, a un costado, un pequeño limonero que crece. En el
fondo, el otro patio donde hay un tamarindo que conduce al cielo.
“Porque esta es la casa de Raúl”, precisa Cristina,
enjuta, de pelo plateado, sentada en una mecedora al lado de su hermana. “El
entraba como un ciclón por esa puerta. Vengo a desenchuchar, decía, y al minuto
todo el mundo estaba aquí muriéndose de risa”.
“A todo él le sacaba un versito”, dice Tey usando su cara
más pícara y muestra los papeles que tiene en su mano, todos de diversos
tamaños, todos escritos de puño y letra por Raúl: “Nosotras guardábamos
muchísimos poemitas, porque él los escribía y luego se les olvidaban. En las
giras escribía muchísimos, contando las cosas del viaje, otros los escribía en
el Teatro, pero siempre para divertirse. En una gira por Santa Clara se aparece
Clotilde, (Clotilde le decíamos a la esposa de Rosendo Fernández, el famosisimo
barítono que cantó en la Scala
de Milán, Clotilde porque así se llamaba un personaje muy chismoso, o sea, que
de todo se quería enterar, que salía por la televisión). Cuando Raúl la ve me
pasa este papelito:
A la gira le faltabaponerle a la T la tilde,y en eso llegó Clotildey la cosa se arreglaba.Cuando Tey se acercaba,casi postrada de hinojos,Tey dio un pase y un despojopor si aquello se pegaba.Ya se completó el elencopara doblar la Angelita,Milagros, Tey, Clotilditaalternarán el papely pondrán un cascabelen sus lindas cabecitas.
“Su buen humor también se reflejaba en las bromas que a
diario le hacía a los compañeros. Ahora me recuerdo… (y suelta una estruendosa
y larga carcajada) Ahora me recuerdo de una gira que hicimos por la provincia
con “El alcalde honrado”. Estábamos en Báguano y yo hacía el papel de “La Despabilá” y en una
escena Marquito Fuentes pasaba por entre mis piernas. Poco antes de la función
Raúl se aparece con un pomito plástico lleno de agua y me lo acomodó en la
cintura. Y esa noche, cuando Marquitos estaba pasando por debajo de mi, me
aprieto la barriga y sale el chorrito de agua que le cae en la misma cabeza. Se
puso bravísimo, no me quería ni hablar y fue a darle las quejas a Raúl. El lo
oyó muy serio: ¡Qué barbaridad!!!, ¡Cómo Tey Aguilera va a hacer eso”.
Raúl Camayd, Románico “Papi” Leyva y coro |
“Este es otro cuento, continúa Tey con la misma
jovialidad, pero aclarando que no es para publicar, no vaya a ser que Ana
Arriaza se ponga brava. Una vez Raúl y yo nos dimos cuenta de que en un Hotel
en el que estábamos pasaba algo misterioso en el elevador cuando Papi Leyva[2]
se montaba en él, porque el aparato se demoraba horas o se quedaba parado en
los entrepisos. Raúl me decía: Mira a Papi Leyva que gusto le ha cogido al
elevador. Pues Raúl se trancó con Papi en la oficina y sin que se diera cuenta
puso a grabar la conversación y tanto le dio que Papi le dijo la verdad. En la
grabadora quedó aclarado el enigma. La cosa es que él, enamorisqueao de la
ascensorista, paraba el aparato para celebrarse con ella mientras que la gente
muerta de esperar tenía que coger la escalera. ¡Y yo quisiera que tú vieras
como se ponía Papi Leyva de colora´o cuando oía la grabación que le había hecho
Raúl!
“En otra gira Eddy Pérez encontró en la carpeta del hotel
una nota de una admiradora que le pedía encontrarse con él esa noche. Cuando
todos nos fuimos al teatro, Eddy decidió esperar un poco más. Casi al comenzar
el ensayo, una hora después de haber salido del hotel, subió Eddy Pérez al
escenario, todavía sudado por la carrera que tuvo que echar para llegar a
tiempo, y mientras todo el mundo lo miraba con una sonrisita bailándole en los
labios. Es que curiosamente la letra de la admiradora se parecía bastante a la
de Raúl Camayd.
Raúl con Elizabeth Carreño, “La tabernera del puerto”, 1975 |
“Durante una temporada por Las Tunas, hace ya unos
cuantos años, estábamos en un hotelito de segunda en el que todos los días era
el mismo menú: arroz con nido de pájaro. Esto último era un platillo de fideos
con puré de tomate, que acomodados circularmente, daban la impresión de un nido
de verdad. Así pasamos varios días y una tardecita, poco antes de comer, me
encuentro con Raúl ante una máquina escribiendo a toda velocidad con dos dedos.
Bajamos juntos y en el comedor él fue acomodando a los compañeros: Tú siéntate
aquí y tú aquí, tú allá. Dejamos dos lugares vacíos hasta que llegaron la
pianista Dulce María Goicochea y la soprano Elizabeth Carreño. Frente a sus
sillas estaba la carta menú, repleta de platos exquisitos en los que había
hasta comida china. Las dos mujeres estuvieron prolongadísimo rato escogiendo
de la lista, y luego, con cuidadosa articulación, fueron repitiendo su
solicitud de platos franceses, árabes, chinos y también criollos, ante la
mirada atónita del gastrónomo. ¡Compañera, dijo el hombre con paciencia, dígame
si le traigo su nido de pájaros o no! Yo me quedé mirando a Raúl y él, impasible.
¡Tú sabes que él es divino!
[1] Juan José Ricardo Guillaume, integrante del Teatro Lírico de Holguín. A
pesar de su amor por el género, de su buena apariencia escénica y sus
condiciones vocales (tenía excelente voz e barítono), abandonó la compañía por
inestabilidades personales. Pocos meses después de la muerte de Raúl Camayd,
falleció en un absurdo accidente de tránsito.
[2] Románico
“Papi” Leyva, tenor. Fue fundador del Teatro Lírico y gran amigo de Camayd.