Por: Ronald Sintes Guethón
Durante el año
de 1897 las fuerzas cubanas prosiguieron con ímpetu el desarrollo de la Guerra Necesaria.
En Occidente se peleó ferozmente y también se peleó en Oriente, donde la
situación era un poco más favorable a los cubanos. Calixto García, que fue el
gran estratega del uso de la artillería, planeó diversas acciones de sitio y
tomas de poblados y ciudades. En agosto comienzan los preparativos para tomar
Las Tunas.
Entonces Las
Tunas era considerada “uno de los
más importantes baluartes de las tropas
colonialistas en la región oriental. Estratégicamente, (Las Tunas) enlazaba las
provincias de Camagüey y Oriente y estaba unida a Holguín, Bayamo, Puerto Padre y Guáimaro. Poseía un sólido sistema defensivo externo e interno,
en el que se destacaban, en el caso del exterior, el cuartel de caballería –que por estar situado en una posición dominante se
consideraba la llave de la ciudad–, y el cuartel de infantería, así como los
fortines No. 10 y 11, Aragón, Concepción, Provisional, Bailén y Victoria. En el
centro de resistencia interior, los objetivos más importantes eran el cuartel
de telégrafos, el hospital militar y el cuartel de la guardia civil. La guarnición de la plaza, distribuida entre
esos objetivos, estaba compuesta por el
Batallón Provisional de Puerto Rico No. 2, una
sección de artillería con dos piezas Krupp y unos 300 voluntarios, que
en total sumaban alrededor de 800 soldados bajo el mando del teniente coronel José Civera. Al valorar el sistema defensivo de Las Tunas,
algunos jefes españoles, como el general Luque, afirmaban que para poder
capturar la plaza se requerían más de diez mil hombres”[1].
Las tropas
cubanas que participaron la conformaron “300 hombres de la Brigada de Las Tunas, 300 hombres de caballería y
cincuenta infantes camagüeyanos; 290 hombres de
Guantánamo; 200 de Jiguaní; 200
de Bayamo; el Regimiento Céspedes; 250
hombres de Holguín; 109 de la de infantería y cincuenta de la escolta de
caballería”[2], lo que
suman alrededor de 1750 pero de ellos nada más entraron en combate directo unos
750, el resto se ocupó de misiones de seguridad en los caminos de acceso. Los
mambises bajo el mando de Calixto García contaban, además, “con una batería de
artillería de seis piezas: un cañón naval
Driggs-Schroeder de doce libras
denominado Cayo Hueso, dos Hotchkiss de doce libras, dos de dos libras y un cañón neumático Simms
Dudley”[3].
Asimismo era parte
de los preparativos que “el General (Mario García) Menocal dislocara en las
inmediaciones de la Loma
del Cura el cañón neumático, el Cayo Hueso y los dos Hotchkiss de 12 libras. (Y de) los
Regimientos de la Brigada
de Las Tunas que (Menocal) tenía a sus órdenes, debía darle ordenes al Vega con
cerca de 100 hombres y bajo el mando del Teniente Coronel Calixto Enamorado,
para que este se emboscara precariamente en las márgenes del Ahogapollos, y el
otro regimiento, (que llevaba el nombre del General de la guerra anterior), Vicente
García, y que estaba al mando del Teniente Coronel Ángel de la Guardia para que se
ubicara en la Loma
del Cura dispuestos a avanzar sobre la plaza en cualquier momento”[4].
Por su parte el
Teniente Coronel García Vélez se encontraba
apostado con sus hombres, en plena disposición combativa, aleccionando “en voz
baja y con cariño de padre a sus imberbes y bisoños compañeros. En las caras
juveniles de los emboscados se reflejaba la seguridad de la victoria; en todos
sin excepción la muerte no era de tenerse en cuenta para nada, por cuanto que,
cuando se es joven, todo lo que tenga viso de tragedia se torna sin gran
esfuerzo en farsa chispeante ahíta de
optimismo, que hace olvidar el peligro por cercano que este se encuentre”[5].
Cuando
definitivamente comienza el combate, el Brigadier Menocal dispuso el avance del
Regimiento Vega, bajo el mando del hijo natural del Mayor General García,
Calixto Enamorado. Él y sus hombres debía tomar
el Cuartel de Caballería pero los defensores de esa posición los
recibieron con un fuego feroz y una tenaz resistencia. Ello obliga a Calixto
García a enviar ayuda con su otro hijo, Carlos García Vélez.
Todos luchan
por igual, sin embargo, entre ellos destaca soberbiamente la figura gallarda
del Jefe que los encabeza, con su camisa negra que le sirve de divisa
peligrosa. El joven combatiente demuestra ser un aventajado discípulo y digno
descendiente que honra a su progenitor
y Jefe. Al mismo nivel heroico se alzan ahora los Tenientes Coroneles Enamorado
y Valiente. Realmente, los tres responsables que van al frente de aquellos
valientes soldados mambises dignifican al Ejército Libertador a que pertenecen[6].
Heroicos
también se comportan los enemigos, pero al final de la tarde los mambises toman
el Cuartel de Caballería, y “al llegar la noche, teníamos más de cien
prisioneros, pero los dos núcleos españoles, a cada extremo de la calle
principal, continuaban firmes. Entonces
el teniente coronel Carlos García Vélez, valiente y tenaz luchador, aprovechó
la oscuridad para levantar una trinchera en la calle de Campoamor, más el
parapeto resultaba muy deficiente”[7].
Meticuloso como
siempre fue, García Vélez se niega a dormir y dedicase a supervisar a sus
subordinados y la vez que da órdenes pertinentes para el buen cumplimiento de
las tareas. Al llegar la mañana, “el general Calixto García penetró en la
población por la parte sur, y al encontrar a su hijo Carlos junto a la
trinchera de Campoamor, le dio un abrazo profundamente emocionado. Yo, que
estaba allí, pude darme cuenta de que los ojos del viejo caudillo estaban
llenos de lágrimas”[8].
A esta hora solo
es cuestión de tiempo que las fuerzas españolas se den cuenta de que están
cercadas y que no van a poder recibir
ninguna ayuda del exterior, entonces se verá si se rinden.
Rafael
Guerrero, un historiador peninsular de la época, nos narra su versión de los
hechos: “No han sido sin embargo vencidos
nuestros soldados en lucha abierta, porque aunque parezca inverosímil, el
soldado español no se rinde cuando lucha con un
enemigo en iguales condiciones de defensa. Sitiada la población de
Victoria de las Tunas por fuerzas superiores, ésta se ha rendido después de
esperar 25 días un auxilio que no llegaba y de haber dejado bien sentado el
pabellón de la lucha, el hambre y las enfermedades han reducido el número de
sus defensores a la cifra de 292 hombres y ha
sido imposible sostenerse por más tiempo y necesario rendirse al enemigo
quien ha respetado la vida de nuestros soldados; no así la
de los desgraciados voluntarios que han sido pasados a cuchillo. ¡Lástima que
la obra de magnanimidad de los insurrectos no haya sido en esta ocasión tan
amplia como debiera!, esos heroicos voluntarios que defienden su hogar y su
familia, son tan dignos, tan patriotas, tan valientes como el soldado que pelea
por su bandera y algo más que el insurrecto cuya misión parece ser la de
destruir y asesinar”[9].
Lo que pasa por
alto este historiador es que muchos de esos voluntarios eran asesinos a sueldo,
que por el valor de un peso diario cometían todo tipo de atrocidades en la
manigua. Este hecho de que eran cubanos que peleaban al lado de las tropas
españolas, además de los atropellos y asesinatos que cometían a diario, era
condición suficiente para que el Ejército Mambí los ejecutara sumariamente.
Terminada la
batalla, debía evitarse la relajación y las indisciplinas, por lo cual, “el austero Carlos García Vélez destruía a
culatazos las botellas de licores y desfondaba las pipas de vino en las bodegas[10].”
Lo anterior sumado a que las fuerzas mambisas estaban formadas por hombres de
muy bajo nivel intelectual mayormente, explica que la opinión de algunos sobre
Carlos era de ser una persona recalcitrante, incluso demasiado recia a veces, y
quizás, en ocasiones, tuvieron la razón los que así pensaban. La formación
social e intelectual de Carlos lo obligó a hacer no pocos sacrificios para adaptarse
a convivir con sus compañeros de armas a los que criticó severamente
cotidianamente.
En su diario Carlos García Vélez nos relata lo siguiente:
En su diario Carlos García Vélez nos relata lo siguiente:
“El justificado
propósito del guajiro de hacer cultivos escondidos para alimentar a su familia,
causaba indignación a los jefes mambises quienes acusaban a aquellos de malos
cubanos y dejaban a los soldados que se internaran en el los sembrados para que
tomaran las viandas. Pero siempre que las fuerzas se desparramaban por su
cuenta en los sembrados por la falta de disciplina o de autoridad del jefe, el
daño que le hacían al guajiro era irreparable: Boniatales nuevos y platanales
eran removidos y arrancados sin razón. Las fuerzas del General Quintín Banderas
se mancharon con estos abusos”[11].
[1] Colectivo de Autores: Historia
Militar de Cuba. Primera Parte, Tomo III, Volumen 2, Editorial Verde Olivo,
Ciudad de La Habana,
2009 Pág. 203
[5] Escalante Beatón, Aníbal: Calixto
García Iñiguez. Su Campaña en el 95. Ediciones Verde Olivo, 2001. Pág 333
[6] Ibídem. Pág. 336
[7] Ferrer, Horacio: Con el
Rifle al Hombro. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2002. Pág. 87
[8] Ibídem Pág. 88
[9] Guerrero, Rafael: Crónica de
la Guerra de
Cuba y de la Rebelión
de Filipinas. (1895-96-97) Tomo V. Editorial Maucci, Barcelona 1897. Pág.
564
[10] Ferrer, Horacio: Con el
Rifle al Hombro. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2002. Pág. 90
[11] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario
Carlos García Vélez. Pág. 74