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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

11 de agosto de 2011

Defensas de la ciudad San Isidoro de Holguín


El sistema defensivo hispano obedecía a un mando central ubicado en la ciudad de Holguín, primer núcleo urbano fundado en el territorio, al que se le subordinaba Gibara y un centro de operaciones situado en el poblado de Auras, punto equidistante de Holguín y Gibara, situado sobre el camino carretero que unía ambas poblaciones. Estos núcleos urbanos se defendían además por puestos de avanzada ubicados a escasos kilómetros de los mismos y que protegían las principales entradas.

En el año 1874 se suspendieron las Capitanías de Partido y se crearon las Comandancias Militares y de Armas, cuyos comandantes tenían a sus ordenes Comisarios y Celadores, entre ellos el de Policía. En el territorio jurisdiccional se crearon cuatro Comandancias Militares: Holguín, Gibara, Sao Arriba y Fray Benito y posteriormente la de Puerto Padre. Cada una de ellas tenía a su vez las Comandancias de Armas de 1ra y 2da clase, y estas a los puestos y cuartones. El 21 de enero de ese año se segregaron las Comandancias Militares de Gibara y Fray Benito de la jurisdicción de Holguín, y se reordenaron las entonces existentes(1).

Holguín, Gibara, los poblados y fortines situados en el territorio fueron custodiados por fuerzas regulares españolas, entre ellas tropas de infantería de marina. Las guerrillas y los cuerpos de voluntarios radicados en los poblados se subordinaban al ejército regular. La Comandancia de Armas de cada una de estos poblados era asumida por un militar profesional.

Antigua fachada de la plaza de entrenamiento militar ubicada delante del Cuartel de Infantería. (A lo lejos se puede observar la terminal del ferrocarril Gibara-Holguín).
Antes del inicio de la Guerra del 68 eran muy contadas las obras defensivas que existían en el territorio. En la ciudad de Holguín había un Cuartel de Infantería, construido en 1830, bajo la dirección del Ingeniero Voluntario Don Antonio Castillo, por un valor de $6,764.03 reales. Este cuartel estaba situado en el área nordeste de la población y poseía dos cuadras, una cuartería en el patio, cocina, necesarias, garita y su correspondiente caballeriza. Las demás fuerzas acantonadas en la ciudad se albergaban en casas particulares alquiladas por la Hacienda a determinados vecinos. También se había arrendado una casa para hospital, con capacidad para unas 100 camas hasta el año 1860 en que compraron una, la conocida como Quinta de El Llano, la cual había sido uno de los cuarteles alquilados con anterioridad.

Las casas al efecto tenían la capacidad necesaria para que las tropas gozaran de cierto desahogo y pudieran abrir con comodidad los catres, un local separado para los sargentos, cuarto de corrección, cocina, excusado, buen patio con pozo de agua potable y un tanque y lavaderos al pie de este.

Para 1850 además del Cuartel de Infantería, el estado poseía un cuartel propio en la calle del Calvario (Aguilera), un Cuartel de Caballería, en una casa alquilada y una Delegación del Real Cuerpo de Ingenieros que presidía el Teniente a Gobernador y Capitán a Guerra.

Las condiciones climatológicas del lugar donde se fundó Holguín, muy frescas y de suaves brisas, hizo que se considerara un sitio privilegiado para aclimatar las fuerzas bisoñas que llegaban desde la Península. Con tal propósito se conservan en la documentación del Archivo Provincial varios contratos de arrendamiento a vecinos para esos fines, como es uno que se realiza en 1857 ante la llegada a Holguín de 396 reclutas.

No fue hasta el inicio de la Guerra de los Diez Años que se crearon las Juntas de Armamentos constituidas por fuerzas militares y vecinos influyentes desde el punto de vista económico y político que entregaron materiales de construcción y dinero, y ofertaron mano de obra, pues la amarga experiencia que había provocado el sitio a la ciudad del 30 de octubre al 6 de diciembre de 1868, por las fuerzas insurrectas dirigidas por el General Julio Grave de Peralta habían implantado el pánico entre los habitantes.

Las primeras obras defensivas de Holguín estuvieron dirigidas por el maestro catalán José Llauradó Bahamonde, celador de fortificaciones y miembro del Cuerpo de Ingenieros, quien se había destacado notablemente en las defensas de la Casa Fuerte (La Periquera), propiedad del malagueño Francisco Rondán, durante el asedio mambí.

Aldabón de la puerta principal de la Casa Fuerte o Casa Rondán o, mejor, La Periquera

Francisco Rondán, dueño de La Periquera

Para 1869 se iniciaron torres de bases cuadradas de mampostería de 5 varas de alto y de 10 a 12 varas de circunferencia en lugares estratégicos y en puntos de avanzada de la ciudad, como las que se construyeron en la Loma de la Cruz, en la entrada de la ciudad por el camino de Yareyal, entre el cementerio y el camino que conduce a Guirabo y que tenia confluencia con el de Bayamo, en el punto conocido como Dehesa, y en el puente denominado Paso de Mayarí, y a la entrada desde Santiago de Cuba por el punto nombrado Paso de Cuba hubo una casa fortificada, guarnecida por un sargento, 2 cabos y 12 soldados con una pieza de hierro antigua. Todas estas defensas estaban custodiadas por oficiales y soldados y algunas piezas de hierro, como cañoncitos pedreros. Completaban las defensas, como ya referimos, la casa del malagueño Francisco Rondán, tomada por el Cuerpo de Voluntarios y el Teniente Gobernador Camps y Feliú durante el sitio y que después de este quedó en manos del estado español por su solidez que impidió fuera tomada. Allí se instaló la guardia principal, constituida por un oficial, un sargento, un corneta, 2 cabos y 8 soldados, y donde existía el depósito de armas y municiones y estaba alojada la primera compañía del primer batallón de la Corona (2).

Al unísono se estaba construyendo una estacada alrededor de la ciudad, encargada a una comisión que recogió dinero entre los vecinos, los que a su vez contribuyeron con los trabajos de chapea, corte de madera y el traslado de estas hasta las áreas previstas, y con las herramientas y otros materiales: clavos, sogas, hachas y hasta bejucos para amarrar los elementos que la conformaron.

Para 1880 Holguín tiene construidos 11 fortines de mampostería alrededor de la ciudad y existen 7 cuarteles más el Hospital Militar y fuertes de avanzada en los cuartones de la jurisdicción. Dos fortines se construyeron hacia el norte, uno al extremo de esa dirección en la calle San Lorenzo, inmediato al Cuartel de Infantería, de planta circular y capacidad para seis soldados, y el otro, el de Nápoles, al extremo de la calle San Joaquín, capaz para 8 hombres (3).

Al sur se construyeron tres fuertes: el del Carmen situado al extremo de dicha calle (Peralejo ) para 8 hombres; el Fuerte de Cuba, al extremo de la calle San Miguel (Maceo), junto a la puerta de Cuba, para 12 hombres y que además se ocupaba con municiones y parque de artillería que custodiaban 6 soldados, y el Fortín de Santa Rita, al extremo de la calle Santa Cecilia (Narciso López), para 5 hombres.

Hacia el este de la ciudad se fabricaron dos fortines. El de Mayarí junto a la puerta de igual nombre, al extremo de la calle San Pedro (Martí), con capacidad para 12 soldados y con un retén de 5 por las noches, y el Fortín de Santa Ana, al extremo de esta calle. (Cables).

Los cuarteles se aumentaron, y además de los ya referidos, como el de Artillería ocupado para entonces por las fuerzas del Batallón de la Habana, Madrid y el depósito de armamentos que lo tenía a cargo el Segundo Batallón de la Habana, existía el Cuartel de Chiclana, una casona de techo de guano, al extremo de la calle del Rosario (Frexes) ocupado por la Sexta Compañía de Transporte; el Parque de Artillería, ocupado por el destacamento de su nombre, además de cañones y otros efectos y armamentos, y que mantenía una guardia de 5 hombres y estaba situado en la calle Calvario (Aguilera). 

Fortín ubicado a la salida del Camino Real hacia San Andrés (Foto antigua)
Abajo: El mismo fortín en la actualidad ubicado donde casi se interceptan la calle Cardet y la Ave. Capitán Urbino (Salida hacia San Andrés)



Otros cuarteles como el de Obreros, ocupado por la unión de obreros, situado en la calle Rosario (Frexes), y el de Caballería, situado en la calle San Diego (Miró) ocupado por el Tercer Escuadrón del Rey; el de Ingenieros, en las inmediaciones de la puerta de Gibara, con 8 hombres de guarnición y ocupado por ese cuerpo, y el de la Guardia Civil, situado también en la puerta de Gibara, frente a las oficinas del Segundo Batallón de la Habana, completaban las defensas de la ciudad de Holguín, a las que se le unían el Hospital Civil, cercano al fortín de Cuba y que podían socorrerse uno al otro.

Por la parte exterior de la estacada también se habían ampliado las defensas, en los puntos de avanzadas, como eran los situados en los cuartones de San Andrés, Yareyal y el Cementerio de sur a oeste; y por los cuartones de Aguas Claras, situado al norte y a 2 leguas de Holguín; de Jesús María al norte y a una legua de distancia por el de Mayabe al este y por el de Pedernales al oeste, todos estos cuartones estaban guarnecidos por 12 soldados.

En los poblados cercanos también se construyeron obras defensivas, como fue el caso de La Cuaba, al sudeste de Holguín, lugar en que en 1874 se habían construido 5 fortines de madera con cubierta de guano y tejas, custodiados por fuerzas del Batallón de Cazadores de Santander, la guerrilla local y voluntarios. En El Yayal se fabricó otro fortín de madera y guano con capacidad para albergar 25 voluntarios para su custodia. Al sur del área urbanizada de la ciudad, en el punto donde se unen los dos ríos fue construido un muro de piedras por considerarse estratégico ya que por allí habían penetrado las huestes mambisas en 1868.

En San Andrés se creó un recinto fortificado con varios fortines y otras obras menores. Aunque ese conjunto no ha sido estudiado aún, si ha sido posible obtener alguna información sobre el mismo:

El 4 de noviembre de 1878 se protocolarizó en Gibara una escritura de venta de una casa situada en el poblado de San Andrés que aporta datos al respecto al consignar textualmente: “casa de guano y tablas lindando por el norte con casa de don Brígido de la Cruz, por el sur con la calle que va del fortín no.1 al reducto no.6, por el este con la calle o camino de Maniabón y por el oeste con la calle que conduce a la plazoleta de la Iglesia. (4)

Durante la Guerra del 95 todas estas defensas se restablecieron y fueron ocupados además distintos edificios de la ciudad, para albergar unos 12,000 hombres que según el General Luque la guarnecían al término de la contienda.

Entre los inmuebles ocupados por las tropas estuvieron las dos iglesias católicas de Holguín. En el templo de San José se situó un cuartel y un hospital militar la Parroquial de San Isidoro (actualmente Catedral).

Las redes técnicas como el telégrafo y un heliógrafo colocado en la cima de la Loma de la Cruz, en el fortín de La Vigía, permitían la comunicación entre los principales puntos defensivos situados al norte, como Cupeicillos, La Vigía, Yabazón, y poblados cercanos. Estos a su vez se comunicaban con la Villa de Gibara y los buques de la armada surtos en el puerto. Hacia el sur podía establecerse comunicación heliográfica con Jiguaní distante más de 60 kilómetros.

En la guerra de 1895 se utilizó también el teléfono en función de las comunicaciones militares. Por vía telefónica quedaron enlazados los principales poblados cercanos al ferrocarril de Gibara y Holguín.
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(1) (Tenencia de Gobierno y Ayuntamiento de Holguín, Leg. 58, Exp. 1761 APH)


(2) Museo del Archivo Provincial La Periquera. Fondo 1868:1878. Documento 298.


(3) Idem


(4) Protocolos de la Notaria Pública de Gibara. Notario Carlos de Aguilera. Año 1878. Inscripción 208 del 4 de nov 1878 venta de casa de la Soc. Silva y Rodríguez de Gibara (Situada en el poblado de San Andrés)





9 de agosto de 2011

Panorama histórico económico de la región Holguín Gibara que explica el "sistema defensivo" creado durante la guerra grande de los 10 años por la independencia de Cuba (1868 - 78)

Las primeras referencias históricas sobre las tierras del norte holguinero aparecen en el Diario de Navegación de Cristóbal Colón. Bariay fue el lugar de arribo a Cuba del Gran Almirante y en Gibara el sitio de nuestra Isla donde éste permaneció más tiempo. Allí fue donde se produjo el primer contacto personal entre europeos y aborígenes cubanos. Allí fue, asimismo, donde se carenó la primera nave europea en América y donde se recogió en el Diario colombino la nota primigenia sobre el uso que los aborígenes daban al tabaco.

Después de los días de Colón, la Bahía de Gibara y sus alrededores permanecieron por largo tiempo en un extraño olvido documental, al menos en los que se refiere a los fondos que atesoran los archivos y bibliotecas de nuestro país.

A partir de la fundación de la Villa de San Salvador del Bayamo, los terrenos que luego fueron Gibara y sus jurisdicción, junto a Holguín,  fueron enmarcados en la inmensa jurisdicción hasta que en 1752, al conferirse a Holguín el título de Ciudad, los de Gibara pasaron a integrar la nueva jurisdicción recién creada.

Durante los siglos XVII y XVIII la bahía gibareña se utilizó como refugio ocasional de piratas y corsarios. Las escasas familias que se iban asentando en las tierras relativamente cercanas al puerto procedían casi totalmente de Bayamo, y para los bayameses era un hecho corriente el trato comercial con navíos extranjeros que practicaban el corso, la piratería o simplemente el contrabando en distintos puntos de las costas de la mayor de las Antillas (1).

En las cercanías del Hato de San Isidoro, tempranamente mercedado como encomienda y que fue propiedad del capitán extremeño García Holguín, se fueron fomentando otros hatos y corrales en las llamadas “tierras altas del Maniabón o tierras de la costa norte del Bayamo”. De algunos como Los Saos, Cacocum y Yareniquén, existen fuentes de información que permiten fijar momentos históricos iniciales, bien porque las consultó Don Diego de Avila y los reflejó en la interesante obra "Orígenes del Hato de San Isidoro de Holguín", o porque se han conservado en viejos documentos de archivo. Sobre otros solo se obtiene un silencio hermético cuando se trata de llegar a documentos iniciales; tal es el caso, hasta el momento, de las gigantescas haciendas de El Almirante y de Gibara (2).

En dirección norte y en el avance desde Holguín hacia la costa se fundaron algunas haciendas en el último cuarto del siglo XVII: Managuaco en 1683 y Guayacán en 1690. El proceso se aceleró en el siglo XVIII con las de Auras, denominadas San Marcos y Jesús del Monte en 1703; Potrerillo en 1730; Arroyo Blanco en 1737; Yabazón en 1747, hasta llegar finalmente a la de Punta del Yarey (Gibara), terrenos de Propios del Ayuntamiento de Holguín entregados a censo al Regidor Francisco Domínguez en noviembre de 1757.

Bajo las tierras situadas al norte de la ciudad de Holguín existen yacimientos de oro en los que se establecieron tímidas explotaciones desde el siglo XVIII y quizás aún en tiempos anteriores, pero la razón fundacional expresada para las haciendas fue la ganadería, a pesar de que algunos censos pecuarios del siglo XVIII recogen cifras asombrosamente exiguas de cabezas de ganado en comparación con la superficie de las haciendas en que pastaban.

En realidad el trasfondo económico puede tener una lectura diferente: cada propietario de hato o corral se estableció con su familia, generalmente numerosa, pero también con sus servidores. Se impuso el cultivo de la tierra para obtener de ella los productos que garantizaran la alimentación de un número cada vez mayor de personas, pero a la vez se incrementó un cultivo que abría mercados: el tabaco, que precisamente fue conocido en la zona por los expedicionarios de Cristóbal Colón en 1492.

Año tras año aumentó la cantidad de predios cercados y la tierra se subdividió, si no en derecho, que sería lo justo, si de hecho, que es más práctico y contundente. Nació un campesino sitiero y estanciero que cultivaba tabaco para el mercado y frutos menores para el autoconsumo. Un campesino con apego a la tierra.

En la medida en que transcurrieron los años del siglo XVIII este proceso se fue acrisolando. Gibara, situada al norte es una bahía que permite comunicación con otros puntos de la Isla. De hecho la bahía se utilizó por la factoría para extraer las cosechas de tabaco. Dos embarcaderos; uno sobre el río Cacoyuguín que aún conserva el nombre, y otro sobre el río Gibara, denominado La Ligera, sirvieron de enlace entre las tierras del interior y los barcos que llegaban hasta la bahía. El transporte fluvial resolvió la dificultad que presentaban los casi intransitables caminos que surcaban el valle inferior de los ríos; obviando el paso casi imposible a través de las marismas o el arriesgado desvío por los trillos abiertos sobre la cortante roca de la sierra. Poco a poco la población de esta zona fue aumentando y en algunas ocasiones los extranjeros se interesaron por ella, no siempre con las mejores intenciones; así, dos expediciones inglesas, una en 1739 y la otra en 1745, fueron derrotadas por los lugareños cuando intentaron adentrarse en el territorio. Sobresalieron en estas oportunidades por su bravura los vecinos de Auras y las milicias de Holguín.

Desde el último tercio del siglo XVIII el cabildo holguinero inicio gestiones para obtener la apertura oficial del puerto. De facto lo utilizó en distintas oportunidades al permitir el arribo y venta de barcos en su ribera. E intentaron fortificarlo, (por demás).


Entrado el siglo XIX y durante el período de mandato de Don Félix del Corral, ambas gestiones se intensificaron; pero no fue hasta el mandato del Teniente Gobernador don Francisco de Zayas y Armijo quien aprovechando múltiples circunstancias coyunturales y asimismo (lo que parece más importante al caso), desplegando una actividad digna de todo elogio, logró ambas cosas. A este personaje le cupo la gloria de haber materializado las proféticas palabras escritas por Cristóbal Colón más de trescientos años antes: sobre “el cabo de peña altillo” (3). Se erigió allí una fortaleza que garantizó el establecimiento seguro de mercaderes al servicio de España. Estos mercaderes serían elemento interactuante de importancia sobre una economía en crecimiento.

Diseño de la Batería Fernando VII - Fuente: Oficina de Historia y Monumentos, Gibara

Leyes que facilitaban el comercio y permisos para el establecimiento de extranjeros, puestas en vigor a partir de 1817, determinaron que algunas familias de origen anglosajón, poseedoras de capitales quizás superiores a los de los vecinos de Holguín se establecieran en el hinterland del puerto (4).

Algunas de estos extranjeros trajeron brazos para aplicarlos a la agricultura al trasladarse con sus dotaciones de esclavos. Entonces fundaron plantaciones azucareras en el hinterland del puerto de Gibara e implantaron el uso de la máquina de vapor. El aporte económico de aquellos fue significativo, al menos durante los dos primeros tercios del siglo XIX.

Durante ese siglo, y sobre todo entrada su segunda mitad, se produjo otra emigración más nutrida, pero menos ruidosa: campesinos de las Islas Afortunadas (Canarias), llegaron a buscar fortuna mediante el trabajo honrado. Tras la llegada y tan pronto les era posible, arrendaban o compraban pequeñas fincas. En muchas ocasiones establecían contratos con el Ayuntamiento -de Holguín inicialmente y a partir de 1874 con el de Gibara- (5), para trabajar parcelas en los ejidos de esta última población. El pago que exigía el cuerpo consistorial a cambio de permitirles usar la tierra era exiguo pero, por justicia hay que reconocerlo, el esfuerzo necesario para transformar en áreas productivas las pequeñas fincas situadas sobre la dura piedra caliza de la sierra era obra de titanes. No obstante el incentivo de un mercado seguro en el puerto para los productos agrícolas actuó con fuerza irresistible y el milagro se materializó: entre “el diente de perro” (6) surgieron jardines productivos.

En un proceso que se repitió en el tiempo, muchos de los campesinos canarios fueron acumulando con su trabajo el dinero necesario para adquirir tierras mejores en los valles de los ríos Cacoyugüín, Yabazón Y Gibara. Allí resultaba más fácil la faena agrícola, porque era posible emplear el arado y los animales de labor.

Estos labriegos desarrollaron un fuerte amor a la propiedad rústica que habían levantado con el sudor de su frente y que para ellos constituía una poderosa razón de ser en sus vidas. .

Gibara era una población que progresaba y sus habitantes aprovechaban al máximo las posibilidades que les brindaba la actividad comercial y portuaria. De la Península llegaban uno tras otro los inmigrantes, en busca de oportunidades para hacer o incrementar fortuna. Catalanes y santanderinos se disputaban la supremacía como grupos de poder económico, más no eran ellos solamente, al puerto de Gibara arribaban, para establecerse, personas procedentes de todas las regiones ibéricas incluido Portugal. Y también se asentaron franceses, alemanes e italianos, además de individuos de distintos lugares de América, entre ellos Santo Domingo y Venezuela.

Casa D´Silva - hito arquitectónico de Gibara

En 1868, año de inicio de la primera Guerra de Independencia de Cuba, la propiedad rural en la zona comprendida entre Gibara, Holguín, Velasco, Fray Benito y los alrededores inmediatos de todos los lugares mencionados se encontraba intensamente subdividida. Múltiples familias campesinas, en su gran mayoría integradas por canarios, o por hijos y nietos de estos, cultivaban la tierra haciéndola producir tanto tabaco para el mercado internacional, como plátanos, ñames y maíz para la plaza de La Habana, o frutos menores para el autoconsumo y el mercado local.

Cierto número de ingenios poseedores de dotaciones de esclavos relativamente numerosas producían azúcar y mieles que tenían su nicho económico en el mercado mundial. La ganadería brindaba además discretas obtenciones de carnes y pieles e industrias artesanales garantizaban el suministro de materiales de construcción tales como ladrillos, tejas y cal.

El comercio de víveres y otros insumos establecido en los pequeños caseríos del área se concentraba mayoritariamente en manos de peninsulares. El movimiento comercial en la ciudad con productos que llegaban desde Holguín era intenso, pero marchaba siempre a la zaga del establecido en el puerto de Gibara. Uno y otro estaban casi totalmente controlados por peninsulares Varias compañías mercantiles tenían asentados complicados intereses simultáneamente en ambas poblaciones. En toda el área algunas familias vivían en la opulencia, mientras que la mayoría lograba sobrevivir con el producto de su trabajo amparados en fuertes lazos sentimentales establecidos en el terruño en que habían edificado su vivienda.

Quizás muchas de estas circunstancias influyeron en el ánimo de cierta cantidad de vecinos de la zona más cercana al puerto para inclinarlos a ponerse al lado de España en la contienda, lo que no impidió que otros, aunque es justo reconocerlo, no la mayoría, se pasaran al campo insurrecto. Los españoles aprovechando las características de la comarca decidieron establecerse sólidamente en ella. De esta forma garantizaban las comunicaciones entre los dos principales núcleos poblacionales: Holguín y Gibara, pero aseguraban también el suministro de provisiones de boca que representaba la producción de la rica zona agrícola existente entre ambas poblaciones y el dominio de un extenso y valioso territorio.

Apoyados en los vecinos de mayores bienes de fortuna, pero también en otros elementos de la población local, el Ejército español trabajó para fortificar la zona y para armar en ella cuerpos defensivos a su servicio (7). De esta forma, en abril de 1869, ante la situación que se presentaba en el corazón del hinterland del puerto gibareño, el Mayor General holguinero, Julio Grave de Peralta escribía:

“El enemigo tiene cuarteles en Auras, su centro de operaciones, en los ingenios Santa María, La Victoria y La Caridad, en Yabazón, Sao Arriba y Guayabal; en Candelaria, Bocas, Uñas y Velasco, con fuerza de seiscientos hombres, mitad tropa de línea y mitad voluntarios, pero perfectamente armados y pertrechados. En Fray Benito tienen desde el mes pasado un campamento con fuerza cuatrocientos hombres, teniendo en jaque toda la parte de aquel litoral en el que no poseemos hoy ni un átomo de terreno” (8).

Posteriormente construyeron fortificaciones también en Cupeycillos, La Jandinga, El Embarcadero, Pedregoso y en otros lugares de esta comarca.

Durante el desarrollo de la guerra personas procedentes de variados lugares de la extensa jurisdicción holguinera y de otras jurisdicciones orientales (9), se mudaron para esta área geográfica y sobre todo para el pueblo de Gibara, cuya población se triplicó durante la contienda, y en 1874 se segregó de Holguín creándose su ayuntamiento y jurisdicción. La villa de Gibara con el aporte voluntario o forzado de sus vecinos, se rodeó de una muralla y un rosario de fortines, que aunque considerados por algunos como reminiscencia de la época medieval, lo cierto es que garantizó la tranquilidad de los habitantes del lugar y el resguardo de las propiedades inmuebles situadas intramuros; a lo que también colaboró en gran medida la presencia constante de buques de guerra en la bahía y de numerosa tropa en los cuarteles ubicados en el interior de la población.

El formidable sistema de fortificaciones creado por los españoles en el área, aunque no impidió totalmente la entrada de tropas mambisas como las de Calixto García, Juan Rius Ribera y Antonio Maceo entre otros, quienes llegaron a tomar e incendiar algunos poblados y a desarrollar importantes combates en la zona rural, sí facilitó el desarrollo, más o menos accidentado, de las labores agrícolas y de producción de alimentos y además la permanencia de las comunicaciones en el territorio e incluso el que algunos ingenios se mantuvieran moliendo durante la contienda. También facilitó la recuperación económica de la comarca tan pronto acabó la guerra, pues en ella no había ocurrido la destrucción casi total que caracterizó a la mayor parte de la zona oriental del país. El sistema de defensa establecido en las poblaciones de Holguín, Gibara, Fray Benito y en los caseríos y fincas de la zona agrícola colindante protegió la riqueza de los españoles y sus simpatizantes en este territorio, evitando que la destrucción del mismo alcanzara proporciones de desastre económico.

El período entre las dos guerras fue de rápida recuperación en el área. En los primeros momentos los ingenios reiniciaron su molienda, aunque dadas sus características específicas, la mayoría no pudo resistir el impacto económico del cese de la esclavitud y otras circunstancias condicionantes del proceso de centralización y concentración azucarera, lo que llevó a varios a detener las maquinarias y convertir sus campos de caña en pastizales o en tierras destinadas a otros cultivos.

La ganadería inició una rápida recuperación con la entrada por el puerto gibareño de miles de cabezas de ganado procedentes de Puerto Rico y la poderosa atracción del mercado de La Habana hizo aumentar las producciones de plátano y maíz. El tabaco continuó produciéndose, aunque el de occidente le hacía una competencia cada vez más dura.

El principal exponente de la riqueza rústica y urbana, y del comercio en el hinterland del puerto gibareño fue la construcción del ferrocarril de Gibara y Holguín, promovido por los comerciantes de ambas ciudades con el apoyo de los dueños de propiedades rústicas ubicados a todo lo largo del camino de hierro. Esta vía fue construida por tramos; el primero de ellos entre Gibara y el poblado de Cantimplora. Una carta de José M. Beola Valenzuela, vicepresidente de esa empresa ferroviaria, dando a conocer los productos transportados en el primer año de explotación de ese tramo nos permite tener una idea del volumen de producción agrícola que se lograba en el territorio. Ese año desde Cantimplora hasta Gibara fueron transportados 23 000 quintales de tabaco y el equivalente a 75 000 quintales de maíz, cifras no despreciables aún para los tiempos actuales.

La vía férrea se concluyó en 1893. Para entonces Gibara era el municipio de la región oriental del país que poseía mayor población relativa: 81 habitantes por kilómetro cuadrado, superior incluso a la del distrito de Santiago de Cuba, según datos que ofrece el historiador Herminio Leyva Aguilera (10) . Una nutrida red de caseríos y poblados se extendía por toda la geografía de la franja existente entre Holguín y Gibara, y la riqueza agrícola de la comarca era impresionante.

Desde los mismos inicios de la contienda de febrero de 1895 los españoles se preocuparon por reparar y acondicionar el sistema defensivo que habían establecido en la comarca durante la Guerra de los Diez Años. Comerciantes y propietarios de fincas dieron su aporte económico para la reparación de la muralla gibareña y de los fortines de los caseríos rurales y muchas familias campesinas se fueron mudando al recinto fortificado de pueblos y caseríos en búsqueda del amparo que podían brindarle las obras defensivas. De grado o por fuerzas mayores estos campesinos pasaron a formar parte de los reactivados cuerpos de voluntarios y de las guerrillas locales. Pero esta guerra se iniciaba en condiciones diferentes a la anterior. El proceso de formación de la nacionalidad cubana había madurado notablemente durante los años transcurridos y el aporte de los vecinos de la comarca a la causa mambisa fue superior al de la anterior contienda, independientemente de que los nexos con España seguían siendo fuertes y se mantenía el sobrenombre de la España Chiquita para Gibara y sus campos cercanos.

El viejo ferrocarril de línea estrecha de Gibara

En esta oportunidad fue necesario custodiar de manera especial el ferrocarril y esta labor se le encomendó básicamente a patrullas montadas del Batallón de Sicilia de la Infantería de Marina que a pesar de pertenecer a un cuerpo naval operaban en tierra como dragones realizando su recorrido a caballo. Colaboraban en la tarea las guerrillas locales de los caseríos aledaños al ferrocarril, mediante un sistema de exploración y de colocación de emboscadas en puntos estratégicos, en maniobras perfectamente concertadas mediante avisos establecidos para evitar errores y accidentes. En diferentes puntos cercanos a las vías se construyeron fortines de madera destinados a albergar pequeños retenes de soldados encargados de custodiar puentes, alcantarillas y tramos del camino de hierro. El ferrocarril utilizaba además máquinas exploradoras que precedían al paso de cada tren para asegurar que la vía estaba expedita.

Durante esta contienda, además de recondicionar la mayoría de los fortines de la guerra anterior, se construyeron algunos nuevos y también ciertas obras adicionales de defensa, tales como trincheras y puestos de observación (11).

En la Guerra del 95 tropas mambisas irrumpieron en repetidas ocasiones en la región, destacando entre sus incursiones las llevadas a cabo por el General Antonio Maceo en junio de 1895, durante la cual tomó los poblados de Yabazón, Santa Lucía y Fray Benito e interrumpió la vía férrea entre Cantimplora y Gibara, para combatir posteriormente en Aguas Claras; y por el Mayor General Calixto García en junio de 1896, oportunidad en que quemó el poblado de Velasco, así como los de Blanquizal y Candelaria, obteniendo abundante botín bélico a lo largo de todo el recorrido, y posteriormente en agosto de 1896, el día 20, destruyó a cañonazos uno de los fuertes del sistema defensivo; el conocido por San Marcos, no. 18, ubicado en Loma de Hierro, sitio declarado Monumento Nacional en 1996, al conmemoranse el centenario de aquel hecho.

El cañoneo y destrucción del fuerte de San Marcos por el Ejército Libertador estampó un giro en la contienda, pues a partir de ese momento los peninsulares no pudieron sentirse seguros bajo la protección de sus torres medievales; la artillería en poder de los mambises era un elemento nuevo en el combate que podía destruir fortalezas que hasta ese momento habían sido inexpugnables. Quizás al construir las escasas obras defensivas que hicieron a partir de este hecho tuvieron en cuenta esa realidad. No era prudente seguir levantando torres que pudieran ser blanco de los cañones. Más práctico era construir sólidos parapetos que se alzasen poco sobre el terreno y ofrecieran una defensa más efectiva contra la artillería, y al parecer esa fue la tónica en los últimos momentos de la guerra.

Luego de Loma de Hierro los tiempos se tornaron cada vez más difíciles para el mando hispano. Multitud de pequeñas acciones bélicas se desarrollaron en los campos gibareños y holguineros. El impacto de la guerra fue in crescendo, y aunque los cañones de las tropas de Calixto buscaron escenarios en otros sitios de la geografía oriental, si se realizaron varios ataques a poblados de la España Chiquita, y sabotajes a las comunicaciones, incluyendo la voladura del puente de hierro en el ferrocarril de Gibara y Holguín. Mientras duró la reparación del puente fue necesario para el mando español volver al sistema de abastecimiento mediante convoyes de carretas, y una vez reconstruido extremaron el sistema de vigilancia sobre la vía férrea.

Por extraordinarias circunstancias históricas, estas tierras, en las que se realizó en 1492 el primer encuentro entre aborígenes y europeos, fueron también escenario del último combate entre españoles y mambises, hecho que ocurrió desde el poblado de Aguas Claras hasta el de San Marcos de Auras durante los días 16 y 17 de agosto de 1898.

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(1) Existen diferentes reportes de barcos que entraron a la bahía de Gibara con el objeto de realizar contrabando. Uno de los que produjo mayor revuelo fue el recogido por Levi Marrero Artiles en su enjundiosa obra “Cuba, Economía y Sociedad”, en la cual refiere que al arribar un guardacostas español a la bahía de Gibara en 1752, fue apresado por una embarcación francesa que se encontraba en la misma realizando contrabando con vecinos de Bayamo. Como hechos similares se repitieron en esos años en Bariay y otras bahías de la costa norte holguinera con corsarios franceses, el Supremo Consejo de Indias, reunido el  23 de enero de 1753, recomendó al rey español dirigir una enérgica comunicación al monarca francés para que éste prohibiera a sus súbditos en lo sucesivo la ejecución de acciones de esta naturaleza contra territorio español, ya que en esos momentos reinaba la paz entre ambas naciones (Ver Cuba, Economía y Sociedad. Tomo VII Pág. 196)

(2) La hacienda de Gibara se extendía sobre el valle medio del río homónimo en un área distante de la costa del mar. La superficie que ocupaba está hoy en el territorio del municipio “Rafael Freyre” y no en el de Gibara como pudiera suponerse.

(3) Ver: Esquivel Pérez, Miguel Angel y Cosme Casals Corella: Derrotero de Cristóbal Colón por la costa norte de Holguín. Página 64.

(4) Un Real Decreto del 21 de octubre de 1817 permitió el asentamiento de extranjeros blancos que profesaran la fe católica en las colonias americanas de la monarquía española. En ese mismo año hubo una ampliación de las libertades comerciales en los dominios españoles.

(5) En 1874 se constituyó el ayuntamiento de la villa de Gibara. Antes de esa fecha, todo lo relacionado con el urbanismo y los ejidos del poblado gibareño eran de competencia del cabildo holguinero, al cual pertenecían.

(6) La sierra de Gibara está constituida por  elevaciones cársicas,  Literal mente hablando allí  no hay suelo; sólo pequeños bolsones de tierra roja que afloran en algunos sitios entre las cortantes rocas calizas de topografía de lenar  conocida localmente como “diente de perro”. En ocasiones estos campesinos se veían obligados a transportar  tierra y abono orgánico a lomo de caballo, o simplemente al hombro, desde largas distancias, para rellenar algunas oquedades de la piedra y sembrar en ellas las plantas de cultivo. En estos lugares se producían entre otros renglones agrícolas, plátanos de bondad excepcional que tenían compradores seguros en la plaza de La Habana,  hasta donde llegaban en barco desde el puerto de Gibara.

(7) En la edición del 9 de diciembre de 1868, antes de dos meses de comenzada la guerra, el Diario de La Marina recogió que ya en Gibara se había construido un fortín costeado por “el señor Calderón” y que el pueblo se rodeaba de trincheras y alambradas. Más tarde se construyeron otros fortines y la alambrada se sustituyó por una muralla de mampuesto.
(12)  En algunos lugares, como a la salida del pueblo de Auras con dirección a Gibara, se construyeron profundas zanjas paralelas al ferrocarril. Estas servían como vía de comunicación para la infantería española y eran a la vez un paso prácticamente  insalvable para cualquier fuerza de caballería mambisa que se acercara a las vías. Gran parte de esta zanja es aún visible a pesar de haber transcurrido  más de 110 años del fin de la guerra.
(8) Abréu Cardet, José y Elia Sintes Gómez: Julio Grave de Peralta: Papeles de la Guerra de Cuba. Página 179.

(9) En 1874 se produjo el traslado masivo de 150 personas procedentes de Las Tunas para el poblado de Auras . a través de los registros parroquiales del lugar ha sido posible obtener numerosos datos sobre este grupo de inmigrantes internos asentados en el territorio de la España Chiquita. Otros traslados masivos de personas, aunque no tan numerosos, se produjeron en distintos momentos, sobre todo en los años iniciales de la guerra.

(10) En octubre de 1868 el poblado de Gibara tenía 2160 habitantes habitantes. Al realizarse el censo de 1877 su población ascendía ya a 7599 (Ver ANC. Fondo Gobierno General. Legajo 17 No. 583 y Archivo del Museo Municipal de Gibara, legajo 3 No. 988)

(11) Leyva Aguilera, Herminio: Gibara y su jurisdicción. Página 230

Introducción


No es usual encontrar en la historiografía cubana dedicada a las guerras de independencia textos que traten sobre el desempeño de las fuerzas hispanas en las mismas. Por otra parte (que quizás no es otra, sino la misma) en muy pocos casos se mencionan las obras defensivas construidas en ese período por el estado español con el propósito de no perder sus últimas posesiones coloniales en América. Lo anterior hace muy interesante dar a conocer las particularidades de éstas obras en el territorio que llegó a ser conocido como la España Chiquita, (Gibara, Holguín), y sus alrededores inmediatos.

Caso sui generis este debido al desarrollo económico y social que alcanzó Gibara, a lo que se suma la composición étnica de sus habitantes. Es lo anterior lo que permitió realizar construcciones militares apreciables aún hoy, a pesar del paso de los años y al maltrato a que han sido sometidas, por las inclemencias del tiempo y por la irrespetuosa acción humana sobre ellas.

Este estudio está enmarcado en un extenso espacio geográfico de la provincia Holguín, el cual se extiende parcialmente sobre los actuales municipios de Holguín, Gibara y Rafael Freyre. El territorio estudiado tiene por límite norte las aguas del Océano Atlántico, incluye en su extremo sur a la ciudad de Holguín, capital provincial y se extiende al este por casi toda la superficie del municipio Rafael Freyre (en tiempos coloniales parte de la jurisdicción giabreña). Su límite al oeste coincide en gran medida con parte de la línea divisoria entre las provincias de Holguín y Las Tunas. Incluye también a la villa de Gibara y las poblaciones de Fray Benito, Santa Lucía, Bocas, Floro Pérez y otras.

Históricamente esta comarca contiene el sitio de arribo de Cristóbal Colón a Cuba y el lugar de la Isla donde permanecieron por más tiempo las naves y los hombres que participaron en aquel primer viaje de los españoles a América. Desde 1513 y hasta 1752 el territorio estuvo comprendido en la jurisdicción de la villa de San Salvador de Bayamo. A partir de esa última fecha fue segregado e incluido en la nueva jurisdicción y tenencia de gobierno de Holguín creada en ese año

Este espacio geográfico posee un bello paisaje compuesto por una zona montañosa, la Sierra de Gibara, y un terreno ondulado en el cual sobresalen las características formas de los mogotes del Grupo Orográfico Maniabón que han devenido en símbolo del lugar de descubrimiento mutuo de dos culturas.

A unos 30 kilómetros al norte la ciudad de Holguín se encuentra la bahía de Gibara, donde estuvo ubicado el puerto comercial de la jurisdicción holguinera durante los siglos XVIII y XIX. Fue en el siglo XIX, a partir de la habilitación oficial del puerto(1) cuando ambas poblaciones, las fértiles tierras agrícolas situadas entre ellas y terrenos aledaños, alcanzaron un desarrollo económico superior al de muchas otras regiones del oriente del país.

Las primeras obras militares que existieron en Holguín fueron simples cuarteles situados en casas particulares de vecinos quienes las alquilaban al estado español con esos fines, sin embargo la primera obra arquitectónica de importancia que se construyó en el puerto de Gibara fue militar: la Batería Fernando VII, concluida en 1818.

A partir del inicio de la Guerra de los Diez Años, en 1868, esta tipología arquitectónica de carácter militar se incrementó. En el territorio, que incluía la ciudad de Holguín, la villa de Gibara y los poblados y caseríos existentes en las áreas rurales cercanas, se edificó un conjunto de obras defensivas con diseños medievales, entre las que se encontraban: torres, muralla, fortines, trincheras y cuarteles.

Estas defensas se adaptaron a las condiciones del terreno y a los objetivos para los cuales fueron construidas y se integraron al paisaje, llegando a formar parte de la imagen cultural del territorio. Las viejas y ruinosas construcciones todavía en pie algunas de ellas, son testimonio de una importante etapa histórica del país. Hoy constituyen ellas  un preciado legado cultural. De ahí que el estudio de las mismas haya sido interés de varios investigadores en diferentes épocas.

Entre los primeros en tratar el tema se encuentra Herminio Leyva (2), en el libro Gibara y su jurisdicción, en que abordó la construcción de la Batería Fernando VII y la muralla de Gibara. El Dr. José A. García Castañeda (3) publicó La Batería de Fernando VII, y dejó otros estudios inéditos sobre las Guerras de Independencia, todos de una gran importancia. El tercero, fue Gerardo Castellanos (4), en el libro "Hacia Gibara", donde se describen las fortificaciones más otros detalles que apreció el autor en su recorrido desde Holguín a la Villa en 1932.

Los historiadores gibareños Antonio Lemus Nicolau y Enrique Doimeadiós Cuenca han conservado un valioso material gráfico, y han recogido testimonios de personas que conocieron en mejores condiciones estas obras defensivas e información sobre lo acontecido en ellas. Una larga lista de historiadores y arquitectos de Holguín, Gibara y del CENCREM (5) trataron el tema (6).

A pesar de la existencia de esos trabajos, no se había realizado un estudio integrador de toda la obra defensiva del Ejército Español en el territorio, pues cada autor trató parcialmente el aspecto que le interesó del mismo y sobre todo se investigaron las que se conservan a lo largo de la carretera que une a las poblaciones de Holguín y Gibara. De ahí que, haya sido el propósito de este hacer un estudio general del conjunto militar defensivo construido por el Ejército Español durante las guerras de independencia en este territorio en relación con la riqueza económica del mismo, y demostrar que lo que tradicionalmente fue conocido como Línea Defensiva o trocha militar aunque es más conocido como sistema defensivo (Ver plano) que le dio a Gibara y a su comarca el peculiar nombre de La España Chiquita y que posibilitó que, después de La Habana, la Villa Blanca se convirtiera en la segunda población amurallada de Cuba.

Una órden dada por el Mayor General independentista  Calixto García Iñiguez provocó que se incendiaran todas construcciones del sistema defensivo Holguín - Gibara que estaban entre Auras y Gibara para que el enemigo no pudiera volver a utilizarlas (7). Desde entonces y por más de una centuria este sistema militar ha estado abandonado. Las que llegaron al siglo XX tomó a muchas de estas obras ya sin techo ni plataformas.

Por otra parte la mayoría de ellas que existieron entre Holguín y Auras fueron destruidas o seriamente dañadas por la artillería española durante su avance hasta este último poblado el 16 de agosto de 1898 (8). Y también, lamentablemente, en tiempos de la República, los ayuntamientos de Holguín y Gibara aprobaron las demoliciones de algunas de estas construcciones militares, entre ellas los grandes lienzos de la muralla que rodeaba a la Villa Blanca, para utilizar sus materiales en arreglos de calles y caminos; todo esto a pesar de la existencia de inventarios previos de los propios órganos consistoriales, donde las valoraban y consideraban como propiedad estatal.

A lo anterior súmese lo que es obvio: la acción de los elementos naturales actuó en detrimento de estas obras defensivas, y lo sigue haciendo. A los efectos del sol y las lluvias regulares se ha sumado el paso de decenas de huracanes, de más de un terremoto y el daño que causan las raíces de algunos árboles que crecen cerca de sus paredes o sobre los mismos muros de éstas. Por otro lado la acción depredadora del propio hombre que las destruye cuando toma sus materiales para construir obras nuevas o perfora sus muros en busca de supuestos e inexistentes tesoros.

Con este trabajo, finalmente, se pretende contribuir a salvaguardar este valioso conjunto de la arquitectura militar, (de ahí los levantamientos planimétricos de las obras); y dar a conocer los valores patrimoniales que las conforman. Más insistir sobre la importancia de la conservación de las mismas, pues, con tristeza se ve como cada día se pierde irreversiblemente este legado patrimonial sin que se trace una política tendiente a su mantenimiento y restauración.

La mayor dificultad para hacer la investigación fue la casi inexistencia de fuentes documentales y gráficas que traten el tema. Aparecieron algunas referencias en los Protocolos de las Notarías Públicas de Holguín y Gibara; en los cuales se consiguieron unos someros datos sobre algunas fortificaciones (9). Y asimismo en legajos o documentos sueltos de archivo, y en la papelería aún sin catalogar científicamente del ayuntamiento colonial gibareño donde existe alguna información sobre estas fortificaciones, así como en el fondo Tenencia de Gobierno y Ayuntamiento del Archivo Provincial de Holguín y el Fondo 1868-1878 del Museo Provincial La Periquera. En todos los casos la cantidad de datos aportados por los documentos es parcial y exigua.

Nos fueron de mucha utilidad los Diarios de Campaña tanto de patriotas cubanos como los escritos por miembros del Ejército Español. Lamentablemente no existe en los archivos que se han trabajado (Gibara, Holguín, Santiago de Cuba y La Habana) una relación completa de las obras, ni siquiera en los de la Delegación del Real Cuerpo de Ingenieros. En INTERNET se ha localizado alguna información del Archivo Militar de Madrid que refiere sobre todo la existencia de planos de algunas de las fortificaciones, por lo que consideramos que el tema no queda agotado, sino que está en espera de la posibilidad de que algún investigador realice la revisión en ese archivo. También la pesquisa arqueológica puede enriquecer y esclarecer parte de la información y recuperar vestigios de las obras desaparecidas y la reconstrucción histórica de las acciones ocurridas en ellas.

La investigación se complementó con un intenso trabajo de campo que incluyó reiteradas visitas a numerosos fortines de este sistema defensivo y el levantamiento de planos detallados de los mismos. Se tomaron fotografías de los fortines y su entorno. Se analizó en el terreno en distintas ocasiones mediante el empleo de prismáticos y otros equipos ópticos para comprobar la posibilidad de comunicación visual entre dos o más de estas obras defensivas, lo que corroboró los datos que nos aportaron algunos de nuestros .entrevistados en el área sobre sistemas de señales mediante luces, espejos y banderas empleados para transmitir mensajes entre los poblados de la zona de cultivos, cuyos resultados mostramos en uno de los planos.

El trabajo de campo más intenso se realizó durante dos semanas en 1993, pero tuvo su antecedente en uno anterior desarrollado en 1968, cuyos resultados fue posible consultar. Desde 1993 hasta la fecha cada fortín de los que se conservan entre la ciudad de Holguín y la villa de Gibara se ha visitado en varias ocasiones, para actualizar los datos sobre su estado de conservación.

Entre 1968 y 2000 se realizaron numerosas entrevistas a personas que tenían información sobre los fortines, generalmente por haber nacido en el área y conservar datos transmitidos por tradición oral sobre los hechos desarrollados en los mismos durante las guerras de independencia. Varios de los entrevistados eran hijos o nietos de personas que participaron en aquella contienda desde el campo español y obtuvieron la información directamente de sus antepasados. Uno de los entrevistados había servido personalmente en el cuerpo de voluntarios españoles de La Jandinga y otro estuvo preso en la Batería Fernando VII de Gibara por haber acompañado a su mamá a llevar medicinas a los mambises a las lomas de Cupeycillos en 1896, cuando él solo tenía once años.

En fin, que durante varios años se ha reunido un voluminoso material de alto valor informativo que constituye uno de los pilares de la presente investigación.

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(1)  La habilitación oficial del puerto de Gibara para el comercio internacional fue un hecho consumado  a partir del 11 de julio de 1822.
 
(2) Herminio Leyva Aguilera: ingeniero, periodista, político e historiador. Nació en Gibara el 6 de abril de 1836 y murió en La Habana el 5 de nov. de 1897.Su obra cumbre como historiador fue el libro Gibara y su jurisdicción. Como ingeniero, edificio el teatro La Ciudad de Santa Clara, hoy Monumento Nacional. .

(3) José Agustín García Castañeda, Holguín 1902:1982. Arqueólogo e historiador. Realizó numerosos estudios históricos y arqueológicos sobre la región, gran parte de los mismos aún inéditos.

(4) Gerardo Castellanos García: periodista e historiador. Publicó varios libros sobre las Guerras de Independencia y libros de viajes por regiones de Cuba.

(5) CENCREM: Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología

(6) Licenciada Tamara Blanes, del CENCREM, publicado en un artículo, por esta última, con el título: La Línea Defensiva de Gibara a Holguín en su libro Las fortificaciones del Caribe.

(7) Ver: Muecke Bertel, Carlos: Patria y Libertad: (Anotaciones del Diario de Carlos Muecke correspondientes al 17 de agosto de 1898)

(8) En ese día una columna española de 6000 hombres partió de Holguín con 24 cañones y avanzó desalojando a los mambises que ocupaban todos los sitios estratégicos entre Aguas Claras y Auras. En su marcha iban cañoneando los fortines para impedir que los cubanos pudieran dispararle desde ellos. (Ver: Moure Saco, José: 1102 días en el Ejército Español. Página 72 )

(9) Ocasionalmente, al producirse la venta de algunos terrenos se mencionan los fortines que incluyen. También existen referencias a estos en las descripciones de propiedades que recogen algunos testamentos y particiones de bienes. Las referencias en ambos casos pocas veces van más allá de una simple mención para incluir los fortines en las propiedades, o  para delimitar a estas últimas tomándolos como punto de referencia.

12 de junio de 2011

Las Balsas, Gibara

Después de recorrer más de 30 kilómetros el río Cacoyuguín divide la comarca en dos y desemboca en la bahía de Gibara. Cruzando el Cacoyuguín la distancia a Santa Lucía es solamente de 18 kilómetros, pero si el viajero no consigue el cruce  las distancias hacia el Este se duplican.

De ahí que desde los lejanos años del siglo XIX el talento de los gibareños creó una “balsas”, o sea, una almadía o armazón de madera que flotaba y mediante un sistema de cables fijos se desplazaba desde una orilla a otra del río mientras trasladaba personas, caballos, y coches o carretas. E incluso, entrado el siglo XX transportaron también automóviles y camiones. (Ampliando la fotografía que sigue podrá observar los cables y las guías que permitían el movimiento).



Llamaban los vecinos a la balsa del Cacoqyuguín  “Boreal 1”. (“Boreal 2” llamaban a una segunda balsa sobre el río Gibara). En el siglo XIX el propietario fue el comerciante español Ramón López del Vallado (El mismo que le dio su nombre a la playita  porque vivía frente a ella en la casa que posteriormente fue sede de la Sociedad de Educación Patriótico y Militar, SEPMI). Más tarde fue dueño de las balsas Félix Calero, pariente político de Vallado.
Como el traslado de automóviles usando las balsas resultaba algo engorroso, sobre todo por el cambio de altura que producía el flujo y reflujo de las mareas, desde principios de la década de 1920 el ayuntamiento del municipio de Gibara luchó por sustituirlas por puentes fijos estatales. 

Una hija de Ramón López del Vallado enviudó al morir su esposo en el hundimiento del Titanic. Para otros datos de la casona hacer clic aquí.

La construcción del puente se materializó en la década de 1930, a raíz de la visita del ministro de la agricultura a Gibara, quien prometió, y cumplió, costear el trabajo de dos operarios para que se dedicaran hincar los pilotes y levantar la estructura de los mismos. Estos hombres recibieron la ayuda de vecinos de Gibara, Potrerillo, Fray Benito y Santa Lucía, interesados en que se mejoraran las comunicaciones entre esos poblados y la cabecera municipal.

Tan pronto estuvo construidos el puente circularon por él numerosos camiones y más tarde una ruta de ómnibus que iba desde Gibara hasta Santa Lucía. Era esa, además, la vía mas expedita para llegar hasta Los Bajos. 

Sin embargo, por la fuerza de la costumbre, aunque ya eran puentes, se les siguió llamando balsas.

En el verano de 1948 una gran crecida el puente que se llamaba Las Balsas y también por donde cruzaba el ferrocarril, pero, felizmente, antes de finalizar ese año fueron reconstruidos.

Postal Turística de Gibara (El tren cruza el puente)
Foto antigua del puente del ferrocarril
 De aquella época datan las fotos donde se ven rotos. Hay también varias fotos de la reconstrucción. En estas últimas puede verse con bastante claridad el método que emplearon para poner los pilotes (un simple martinete).

Los pilotes originales eran de madera de jatía y júcaro. En el puente del río Cacoyugüín  se emplearon 55 de estos pilotes distribuidos en once grupos de a cinco cada uno, mientras que en el del río Gibara se utilizaron 65, formando 13 grupos de a cinco   cada uno.

Las Balsas (Puente)
Las Balsas destruido
Se reconstruye Las Balsas
Al triunfo de la Revolución, los viejos puentes fueron sustituidos por otros, también de madera, pero más altos. Como los puentes eran altos y tenían una gran cantidad de crucetas de madera, la gran crecida de los ríos durante el ciclón Flora los destruyó  parcialmente y nunca fueron reconstruidos.

Las Balsas, hoy

7 de junio de 2011

Holguín, entre mitos y leyendas

Por Michel Manuel Hechavarría Rojas / tomado de Revista Ambito

La primera leyenda que se conserva de estos parajes, se refiere a la llegada de los colonizadores españoles, allá por el año 1545, cuando ascendieron por el Cerro Bayado, hoy Loma de la Cruz, y observaron la fertilidad del valle marcado por los ríos Jigüe y Marañón. Todo esto se recrea en la corta pero intensa leyenda publicada en la Revista Ámbito, en marzo de 1993:

“Lento, monótono pero firme, fue el ascenso de los primeros pobladores de estas tierras, el jefe del grupo no quería equivocarse, sintió la expresión de suavidad que produce el roce del viento, los alisios tropicales le hicieron exclamar: ¡Este es el valle de las delicias! Y entonces decidieron quedarse”.

Mapa antiguo de Holguín
Transcurría el cuarto día del mes de abril de 1545. El jefe del grupo de colonizadores era el capitán García Holguín, quien bautizó el valle con uno de sus apellidos, sin saber que, en un pasado remoto, el significado de la palabra holguín era la de “cautivador o hechicero”. Nadie sabe si desde entonces, el encanto y el misticismo del Hato de San Isidoro sean los mismos que aún le acompañan.

La mezcolanza de mitologías provenientes, en mayor o menor grado, de varias partes del mundo, unido a los que nuestros antecesores precolombinos nos legaron, dio como resultado la mitología criolla.

Desde entonces, en el naciente pueblito de Holguín, comenzaron a florecer personajes mitológicos de origen canario, debido al gran asentamiento de isleños en nuestra región, donde llegó a concentrarse más del 87 por de los emigrantes esa zona en todo el oriente de nuestro país.

Así, “la bruja” se convirtió en la protagonista de diversos tipos de relatos dentro de la comunidad asentada en el Hato, donde sobresales leyendas como la que aparece en la investigación Entre brujas, pícaros y concejos de Maria del Carmen Victori:

“Yo tenía una vecina que tenía un esposo que se llamaba Julián Concepción, ella había dado a luz y su familia se encontraba en las Islas Canarias. Una noche, recién parida, miró para la cuna y vio junto a ella a dos muchachas jóvenes y bonitas que miraban al niño y sonreían, las dos muchachas vestían de negro, Carmen las miró pero no les dijo nada porque tenía miedo. Entonces, cuando el esposo llegó del trabajo al amanecer, le comentó lo sucedido y él le contestó: esas son hermanas mías que viven en Canarias, son brujas y vinieron a ver al niño”.

El crecimiento demográfico, así como el desarrollo comercial del territorio, propiciaron que Holguín recibiera el título de ciudad en 1752. En aquella ocasión, visitó el lugar, el entonces gobernador del Departamento de Oriente en nuestro país, el Mariscal de Campo Alonso de Arco y Moreno, quien, para congratularse con los holguineros, ciñó la testa del patrón San Isidoro con una corona de oro. La noticia corrió por el territorio y llegó a oídos de Francisco Caro, un terrible malhechor que tenía en su cuenta más de un crimen y robos a mano armada. Fue la noche del jueves 27 (Leer +)

Existen otras leyendas que le han dado nombre a algunos de nuestros accidentes geográficos, las cuales se unen a las historias originarias de la Loma de la Cruz. Una de las que ha trascendido de generación en generación mediante el legado de la tradición oral, es la perteneciente a la loma del Fraile.

El origen del nombre del cerro del Fraile es anterior a 1848, cuando un fraile franciscano que oficiaba en Holguín perdió sus facultades mentales y le dio por trepar a las faldas de esta elevación y pronunciar largas peroratas amenazantes. Al mismo tiempo, comenzó a expandirse la creencia de que en la cúspide anidaba un ave agorera.

Tomándole gusto al lugar, el religioso pernoctaba allí con asiduidad. En tanto, los holguineros, temiendo sus amenazas, lo alimentaron y le cubrieron del frío y la intemperie.

Cuenta la leyenda que un día, mientras el fraile lanzaba un sermón de injurias, rodó por accidente loma abajo y murió. Desde entonces, más de una persona aseguró haber visto al fantasma del fraile deambular por el cerro en noches de luna llena. (Leer +)

Por otra parte, el historiador local Juan Albanés recogió, de los labios de Mercedes Losada, la última leyenda del jigüe en Holguín. Ella contó:

“Pues sí, mi?jo, a Don Emiliano Espinosa, que vivía frente a la plaza de San Isidoro, le cocinaba una negra muy trabajadora, madre de unos cuantos vejigos, uno de ellos muy sobresalío, era chirriquitico, cabezón, hocicú, villaya y gandío.

“El negrito se juyía, iba a hartarse de guayaba al pie del río del cementerio, hasta que su madre se cansó del juyuyo, juró ponerlo a raya y se buscó un cuero de vaca, medicina buena para enderezar al cabezón.

“Ese día el negrito se juyó. Ya era media noche y andaba por ahí, por allá, de pata de perro. La madre, que lo esperaba, se cansa, coge el cuero de vaca y se va a la orilla del río, el cielo estaba apagaíto y por la calle ni un alma.

“Llegó al río y vio un bultito como de cristiano, en pelota, en cuero, durmiendo bocabajo entre las cañas bravas, el itamorreal y la yerba liza. La negra se lanzó chiflando de rabia sobre el dormilón, lo cogió por la quilla y metió mano al cuero. Y venga pela y pela, y el vejigo mugía como ternero. Ella se paró para secarse el sudor; el negrito, de aprovechao, se escapó y chaqueteó y chaqueteó, se tiró al agua y cayó como un carey, lo cubrió el agua y bururú barará, no aparece más… Después vinieron los gritos de la mamá, porque el negrito se había ahogao.

“Llegó a la casa desmoñinga gritando, más aquí, ¡asómbrese hijo!, el muchachito, el muy cari vaqueta estaba durmiendo tranquilito, tranquilito como un panzú…entonces, ella calló en cuenta de que le había dado un componente del cará, y por eso, cuando le tocó el ombligo, no había na. “El jigüe, después de la cajeada brava, no apareció más, cortó yaguas, cogió pena, dios sabe, se fue el jigüe, se quedó Holguín sin jigüe”.

A estos personajes de leyendas, se les unieron el accionar de otros que radicaron en la Ciudad Cubana de los Parques en diferentes épocas. Es por eso que hasta nuestros días han llegado historias de Pancho el Pescador, Tina Neco, Concha la loca, Frank el Chino y Jorge el loco, entre muchos otros que enriquecieron, sin duda alguna, la mitología urbana de Holguín.

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