En 1990 Marilola X tiene 85 años de su edad. Lleva tristezas en el alma, pero no es una mujer triste. Solamente es una mujer anciana. Vive sin ataduras, es todo lo bohemia que le permiten los achaques, a cualquier hora, sin percatarse de la hora que es, llega a hacer visitas a sus amistades, y escribe en los lugares más diversos.
Como antaño odia los relojes y levantarse temprano, lee y otra vez lee, siempre lee. Un día en la sede nacional de los Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en La Habana, conoce a Gabriel García Márquez. En sus memorias Marilola se autorreconoce garciamarquiana: “Ese mundo que ha hecho Gabriel me sienta (...) de las páginas de sus libros, como algo de magia, brotan personajes fabulosos y fascinantes. Allí, en Cien años de soledad, aprisionado y quizá un poco inadvertido, vive el hombre de mi vida. Siempre soñé encontrar algo tan hermoso y lleno de poesía”.
Tiene 85 años de su edad en 1990 y varios proyectos: un nuevo viaje a México donde tantos afectos dejó, concluir sus memorias, publicarlas y siempre escribir. El 25 de abril escribía con un lápiz que aquella tarde padecía de poco filo en su punta. La caligrafía comenzó a estrechársele y a partir de las seis de la tarde la letra fue una raya interminable, infinita, cero, final. No dejó ni una sola peseta que heredar. Solo ocho libros, de ellos dos reeditados, mayor cantidad de libros que todos los autores holguineros de su época.
A casi 20 años de la más prolongada ausencia de la poeta, se han tejido leyendas que la nombran. Lo que de ella dicen, todo es verdad y todo es mentira. Es tarea ardua delimitar qué es leyenda. Y quizás no hace falta ni Marilola lo quiere.
El día 14 de mayo del año 23 llegó mi primer hijo a la vida.
Por fin, como una catarata de fuego se vació mi vientre...
La poeta, que todavía no había publicado ninguno de los vagidos que desde la tierra subían a su útero, dijo, y ya la maternidad la vistió de renuevos, como mismo el bosque que sonríe al beso de la primavera. Sus pupilas, sigue diciendo, las tenía jubilosas. Enrique, como el padre, fue el nombre que le dieron, Enrique segundo, Henry comúnmente. Además de poeta, el hijo mayor de Marilola fue locutor, periodista como el padre, excelente taqui-mecanógrafo en inglés y español y un reconocido boxeador: “El caballero del Ring” decíanle, aunque nunca fue campeón mundial ni olimpico, solo boxeador en los rings locales. Y mientras trabajaba en la Base naval de los Estados Unidos en Guantánamo, Cuba y escribía en el periódico que allí se publicaba, The Indiam,: Henry escribía artículos sobre temas relacionados con la Historia de Cuba y en particular sobre José Martí, al que admiraba desde su casa, como poeta y como paradigma de la eticidad cubana. Con actitud inclaudicable, en sus artículos, Henry fustigaba las insolencias yanquis en Guantánamo y por su compromiso con la Patria se incorporó al Movimiento 26 de Julio liderado por Fidel Castro. En circunstancias un tanto confusas, Henry García murió el 21 de agosto de 1959.
El impacto de este suceso fue demoledor para el curso de la vida de Marilola. “(...) mi hijo dejó un vacío negro y profundo en mi vida”, escribió ella 34 años después del hecho. Cuando murió, el muchacho nada más tenía 32 años y varios proyectos por realizar.
A partir de entonces la poeta olvida sus apetencias anteriores y una vez, otra, otra y siempre, volvió sobre el suceso maldito. En cartas habla de su Henry, en los diarios que lleva, en los poemas que escribe.
Sueño (para mi hijito)
No me sorprendes ¡No!
Pues siempre sueño
Que al toque de mi puerta
Romperás mi soledad
Con tu presencia.
Tu recuerdo es luz
Es llama y brújula
Que sabe donde va
Y quien lo espera.
Es radar, es llamado
Y es esencia
Y siempre sueño
Que rompas mi soledad
Con tu presencia...
(Diciembre, 1986)
Henry no regresa y nunca se marcha. En sus memorias la madre escribe del día que lo trajeron muerto: “Yo andaba como una autómata. Desconocida. Todos mis sueños yacían rotos y sobre ellos caminaba hacia no sé dónde (...) yo no era nada ni nadie por el dolor sin nombre. Sin una lágrima lo contemplaba, yo, tan sensitiva, que lloraba al ver un pajarito muerto en la calle y me quedé impávida...”
Transida, tempestuosamente agonizando de dolor, Marilola recoge a los hijos que le quedan, Ariel y Pedro, y se va lejos, lo más lejos que consigue llegar, La Habana. Y allá fija su residencia. Pero nada la contiene. Ella regresa a Holguín cada vez que le es posible, especialmente los 14 de mayo. Trae las maletas llenas de ropas para niños recién nacidos y la exhibe en las vidrieras de alguna tienda de la ciudad. (Ahí la conocí, no a su rostro sino a su trémula nostalgia por el hijito muerto). Las ropitas, dice el cartel escrito por su caligrafía regordeta, serán entregados al primer varón que nazca en la ciudad el mismo día que nació Henry. La artesana pone una sola condición, que al niño lo nombren Henry. (y yo, con menos de 17 años, ajeno al huracán de feroz intensidad que azotaba incansable e insaciablemente en la oferta, soñé que tener hijos, muchos, todos nacidos el 14 de mayo, para evitar los gastos). Entregar canastillas ese día se convirtió en una tradición y Henry García en un héroe. Marilola no dejó de hacerlo ni siquiera el año de su muerte, 1990.
Tampoco perdió la pista a ninguno de los Henrys. “¿Qué busco en esos niños/que se llaman Henry?/¿risas extraviadas por los/bosques del tiempo?/¿gestos perdidos que no/supimos retener?. Ellos me traen algo, algo/pequeñito, pero positivo”.
Después que Henry murió, Marilola nunca más publicó poemarios. Solo una novela “El dolor de ser mujer” que dedica a su padre, valiente independentista cubano, de quien confiesa haber aprendido que la patria es lo primero, y a Fidel Castro, al que considera un gigante que sacudió nuestra conciencia.
Y la ciudad de Holguín, este viejo pobladito, dice, es una de sus constante en la más alta vejez. Dice que aquí vuelve irremediablemente porque necesita regar sus raíces y hacerlas florecer. En el “Folleto literario comercial” que se publicaba en la ciudad bajo su dirección, dice, con ternura, que es este “mi pueblo polvoso y querido”, “valle feliz, escoltado por montañas y tras esas montañas, otras y otras”. Fue esta ciudad la meta de la escritora.
En un cuaderno de apuntes, escrito cuando tenía 83 años, reconoce que en La Habana había conquistado grandes afectos y había tenido gratas acogidas, mas no acababa de sentir que sus raíces vitales se prendían. Siempre pensó que el destino la había trasplantado y que debía retornar.
Si la muerte me sorprende fuera de él (de Holguín) he pedido a mis hijos el reposo eterno en su tierra querida donde nací, sufrí, fui amada y por algunos olvidada. Allí daré mi postrer fortaleza. Allí encontraré el último aliento de paz. Algún día en esta misma tierra a la que dono mi cuerpo herido dormiré tranquila, sin más equipaje que mi sueño realizado. Y volveré a florecer”.
(texto manuscrito, junio 23, 1982)
Los familiares, entre ellos su nieta Arilda, hija de Ariel, (Arilda fue mi profesora de Literatura y la primera persona que me permitió hablar en público, a mis condiscípulos, nada menos que sobre los Veinte poemas de amor y la canción desesperada de Neruda), guardan con celo la papelería inédita de Marilola: diarios, cartas, textos poéticos, libretas de notas, apuntes.
Entre ellos, dormidita, están las memorias de la poeta tituladas: Por favor, un asiento para una vieja... Marilola la comenzó a escribir el día en que llegó a los primeros 82 años de su edad. Su propósito, confiesa, es rendir homenaje a sus seres queridos, pues, está convencida, “la palabra es más firme que el mármol. La evocación perdura y es más poderosa que el acero”.
Advierte la poeta que estas, sus memorias, son, solo, un abigarramiento de papeles que nadie más que yo entiende. Pienso que aquí se oculta el sentido de mi vida, porque aquí, dentro de esta montaña de garabatos, escritos a veces con letra ilegible o frases sueltas, sin forma, sin proyecto formal, hay segmentos de mi vida que deseo mostrar”.
Posteriormente añade: “Empiezo a copiar estas memorias con la ilusión de que se publiquen, a la mayor brevedad, hoy día 28 de enero 1987, natalicio de nuestro Apóstol, José Martí. Que él me inspire. Me dé su poesía y su luz”.(Ah, Marilola, todavía nadie hace pública esa vida tuya que quisiste enseñar).
Las profesoras María Elena Infante Miranda, Lis Cuesta Peraza y Maricela Messeguer Mercadé, biógrafas de la poeta, dicen que la lectura de las memorias de Marilola es realmente difícil: se trata de una obra inconclusa, pero “(...) sorprende su lucidez, la minuciosidad con que describe determinados episodios, los datos que ofrece.
“A través de este texto desfilan personajes de la época, gente del pueblo, humildes figuras que forman parte de la imagen de la ciudad de entonces. La autora evoca la época feliz de su infancia, describe travesuras, caprichos, gustos. Recuerda la bondad infinita de su madre y sus hermanos y el amor que sintió por sus sobrinos”. (Junto a su madre, Marilola crió a sus sobrinas Martha, Marilolín y Teresita, hijas de su hermano Rafael. A estas la poeta las estimó profundamente. En su poema “El legado” hace mención de ellas:
“Marta es una violeta de serena belleza...
Marilolín es un clavel de Arabia: morena y pícara
Teresita es un lirio: llena de poesía y dulzura...”
Este texto aparece publicado en el libro Puesta de sol.
Asimismo entre la papelería inédita de la poeta destaca el texto “Mi hijo y yo”, dedicado a Henry y que es, dicen las biógrafas de la poeta, un canto a la maternidad, a la felicidad que produce en la joven madre ver al pequeño crecer, las angustias y desvelos ante las adversidades que pueden amenazarlo...
Y, entre montañas de viejos papeles que ya casi nadie remueve, Marilola dejó un capítulo de una novela que quiso titular “Los Esclavos”. Ese capítulo, a su vez nombrado “Las raíces miran al sol”, sirve a la autora para censurar la discriminación a la que se sometía a la población negra y mucho más si era pobre. Marilola, que quiso que un negro infeliz que era bueno con la niña que fue, fuera su padre, esto escribe en las palabras preliminares del libro que no terminó de escribir: “Dedico este libro a mis hermanos negros, a los que compartieron mis juegos infantiles, mi sombra y mi dulce: Mi sol era de ellos y no lo sabían...”
Por su parte, otro inédito, “Canto a todo”, contiene imágenes que revelan el amor de la escritora por la naturaleza y su concepción de que todo cuanto rodea al hombre puede ser motivo de canto poético.
La vitalidad de Marilola X, su deseo de llegar a la meta que se ha trazado, vitalidad y meta tan altamente valoradas por quienes la admiran y objeto de acérrima censura por quienes no la aceptan, se hace tangible en su participación directa en el proceso editorial de cada uno de sus libros.
Ella misma mecanografía sus textos. Y cuando ha concluido ese trabajo inicia la parte más compleja de su labor: obtener el dinero que necesita para sufragar la impresión del libro. Una vez logrado el crédito, la poeta se va al taller y permanece junto a los impresores hasta que el libro queda concluido. De cerca sigue el proceso, corrige las pruebas...
“En diez libros que publiqué en aquel mundo sórdido y que yo esperaba ansiosa, porque esos libros se trocaban en libros, lápices, libretas y comida, y yo luchaba con eso para enfrentar la miseria de mi casa, apenas si encontré dos erratas. Era como un embarazo de sueños y yo cuidaba que mi libro saliera normal, perfecto”.
Ariel García, hijo de la escritora dijo:
(...) no solo tuvo que enfrentarse cara a cara con la difícil tarea de hacer publicar sus libros, sino también a la de intentar venderlos de casa en casa, de fábrica en fábrica, de almacenes en almacenes, en jornadas interminables rematadas por largas caminatas a pleno sol o bajo la lluvia (...) la autora estaba expuesta a las intenciones deshonestas de los que lejos de interesarse por adquirir y conocer la obra propuesta, le hacían ofertas sucias y cobardes a la joven mujer, casi siempre acompañada por uno de sus pequeños hijos, a las que ella salía al paso con frases tajantes o con una bofetada de ser preciso.
Bajo las circunstancias descritas ve la luz en 1934 su primer libro, Cantos de amanecer, con prólogo del escritor mexicano Alberto Bolio Ávila. En uno de sus textos, el titulado “Deseo” dice la poeta:
Escucha mi deseo Febo: recoge tu ardor, concentra tu fuego y calcíname como si yo fuera una mariposa que arde en una llama. Compensa mi pasión extinguiéndome en tu luz.
Por cierto, con la aparición de Cantos de amanecer se devela el secreto de quién se ocultaba tras el seudónimo Marilola X. La acogida del cuaderno es tal que la poeta tiene que preparar rápidamente una segunda edición, esta vez con el diseño del holguinero Andrés García Benítez. En este volumen se reproduce una de las cartas que Enrique José Varona le enviara a la escritora resaltando su condición de “poetisa por sensibilidad y por talento”.
La prensa habla constantemente de Cantos... pero aún así la autora tiene que viajar por diversas regiones orientales para vender el libro. Y dos años después, 1936 en La Habana, publica su segundo libro, Cuando canta un Corazón. La presentación se hace en Matanzas. El poeta Arturo Doreste escribe el prólogo.
El rasgo primordial de Cuando canta... es el matiz sensual que adquiere el tema amoroso. Véase este ejemplo tomado del texto “Presentimiento”.
He dejado mi ventana abierta porque no sé que extraña intuición me dice que en un despertar de mis sueños he de tropezar con tu mirada que vigila las ondulaciones de mi cuerpo flexible.
En 1938 aparece Hojas. En este libro el erotismo sigue siendo su tema esencial, pero ahora se hace palpable otro de los asuntos que torturan a Marilola hasta el final de sus días: la maternidad como la condición más sublime que puede experimentar una mujer.
Y también, imaginando que sería un nuevo y torturante dolor a mi vida, me diste un hijo... He aquí como inconscientemente me diste la dicha suprema.
“Palabras al hombre II”
En 1941 nace el cuarto libro de Marilola, Espigas, que se publica en Santiago de Cuba. Es ese su llanto por el dolor que le provoca la pérdida del ser amado. Y al año siguiente publica un nuevo título, Fruto Dorado. En este, a diferencia de las obras anteriores, la autora incluye poemas rimados que son la voz de la mujer rebelde que continúa enfrentándose a las ataduras sociales, esas que le impiden la plena realización. Y asimismo en Fruto está el temor maternal por el destino de los hijos y la reafirmación del concepto que para ella tenía la condición de madre:
Yo no sentí plena mi vida hasta que
La naturaleza me dio el aviso divino
(...)
Nada, nada es comparable
A la emoción de la maternidad.
Frenéticamente continúa escribiendo. En 1951 se publica Puesta de sol. En este nuevo cuaderno la autora habla del amor, pero ahora su palabra es serena como la de quien llegó a la madurez de su vida. Y la familia, tema recurrente en ella, vuelve a asomarse entre las páginas de Puesta. Pero sin dudas, la peculiaridad de este cuaderno es que en él se incluyen textos escritos por los tres hijos de la poeta para, dice ella, perpetuar en “su cosecha” el don poético que cultivaron el abuelo materno, el padre de la escritora, ella misma y ahora (¡está feliz de decirlo y de mostrarlo!): sus hijos. Más, sea este un texto de madurez, de fin del día, de anochecer cercano, como lo evidencia el título, Marilola no puede abandonar el tono marcadamente erótico que la recorre desde los pies y hasta el cielo. Adviértase en este fragmento del poema que tituló “Tatuaje”.
Me siento tatuada. Por dentro y por fuera...
Es como su en cada poro de mi piel estuviese escrito tu nombre, que digo en secreto, como un rezo.
Menos mal, lo digo porque fue bueno, Puesta de sol no fue el último de sus libros. Hubo otro, el octavo de su producción y con el que cerró su bibliografía tenaz: Todos mis pecados (1955).
En este libro reaparecen motivos ya característicos en su obra: el amor por los suyos, en particular por los pequeños nietos que vinieron y renovaron a la poeta: Arilda y Ariel. Pero ella no es vieja, no todavía, como para olvidar o sonrojarse por el amor y el deseo. Como es lógico, amor y deseo que a los 50 años tiene un acento diferente al de los años de más ardor. Véase este fragmento de “Eres para mí...”
Tu y yo, en la plenitud de nuestro otoño, somos a veces dos muchachos ilusionados...
Reímos, cantamos, salimos a buscar flores silvestres y a esperar amaneceres...
Pero entre los textos de Todos mis pecados hay uno que es el que llama la atención de los críticos. Es ese el que tiene un tono peculiar y que “parece decirnos, dicen los críticos, que a pesar del tiempo transcurrido Marilola sigue tan Marilola como antes” (Tonterías, ¿por qué iba a ser otra la que estaba feliz de ser la que quiso o por lo menos la que fue como ella se imaginó, la que ella dijo que era, y que me parece que no lo fue tanto en la real realidad). En fin, a lo que iba. Es ese texto ¿singular? El que se titula He venido a cantar. Canté siempre y siempre cantaré, dice el poema.
Sin embargo muy desgraciadamente cerca estaba el momento en que ocurriría un hecho trágico que cambiaría el rumbo de su vida y que, casi, calló para siempre el canto de la “alondra”: la muerte de su hijo mayor, Enrique Segundo, Henry para ella y para todos aún.
El aliento feminista de Marilola recorre cada uno de sus textos y se convierte en un rasgo diferenciador de su estilo.
La poeta holguinera mantiene vínculos epistolares con mujeres muy reconocidas por entonces: Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, a quien llama “hermana”. Y cuando muere la Storni, Marilola escribe varios poemas que dejan entrever la huella que aquella deja en esta y no solo en lo literario, sino, también, en la conformación de una manera de ver la vida mucho más amplia que la que le permitía el ambiente provinciano en el que desarrolla su existencia.
Yo siento una gran compasión por todos los hombres que se muestran despiadados con la mujer, por esos hombres pequeñitos que pretenden rebajarlas en comentarios mezquinos y también por los que aplauden a estos y ríen sus bufonadas... ¡hombres defraudados todos ellos!.
Los de Marilola son tiempos complejos en todos los órdenes. Si para un hombre dedicado a las letras es difícil entonces encontrar reconocimiento y espacio, en un medio que no estimula el fomento de los valores espirituales, para una mujer es mucho más abrupto el camino, y aún más para una mujer que escribe textos “atrevidos”. Atrevidos significa siempre no acatar el conservadurismo y los prejuicios acuñados y, con frescura, cantar intensamente a la vida. “El contenido (de su obra) era cosa de una muchacha que soñó lo que no disfrutó... ¡Que bueno debe ser tener la vida colmada de una realidad soñada!”
En sus memorias la autora confiesa que ha amado mucho pero no a muchos. “El amor es el sentimiento más bello que ornamenta la vida. El ser que no conoce el amor es oscuro, taciturno y ausente. (...) Cubro mis silencios escribiendo un mundo que quisiera legítimo”.
Son los años treinta del siglo pasado. La poeta viaja por otras regiones del país con toda la intensidad que le permite su situación de madre soltera. La Habana es su más frecuente destino. Allá tiene receptores para su obra que la aplauden y sobre todo, que la leen. Al paso de los años, mirando atrás, en sus memorias ella siente lástima por las pobres mujeres y los también pobres hombrecitos frutrados. “Mientras ellos demolían el exterior, pues sus pobres fuerzas no llegaron nunca a la raíz, yo me sentía crecer, crecer. (...) Jamás me ha hecho volver el rostro el graznido de los cuervos y sí el canto maravilloso del sinsonte”.
Marilola se yergue, una, otra y otra vez se yergue y continúa la marcha apoyada en una profunda pasión. Sortea los obstáculos, algunos más altos que una montaña alta y al final la ciudad comienza a definir su imagen como lo que es desde el principio: una poeta. El 21 de junio de 1932 es la fecha del primer homenaje que, por llegar de quienes lo organizaron, para ella era muy especial. Fue en el teatro Oriente por el Centro de Veteranos y Patriotas. Y en octubre de ese mismo año en Guantánamo, se realiza una velada cultural en su honor. Marilola lee una selección de su obra. Las palabras de elogio las pronuncia Regino Eladio Botti.
En 1933 tiene lugar una Gran velada Literaria en el teatro Martí de la ciudad de Holguín donde se le rinde honores a la poeta. Se entera Manuel Navarro Luna y le escribe una halagadora carta donde la llama “Mi dilecta, mi admirada amiga”. Ella lo califica como “el hermano de siempre”.
Con otros intelectuales de la época intercambia opiniones. Marilola recordará siempre sus encuentros con Camila Henríquez Ureña, Loló de la Torriente, Amelia Peláez, René Portocarrero, Jesús Orta Ruíz, Raúl Ferrer... Colaboraciones de Marilola aparecen en diarios de América Latina: Diario del Sureste, El País, Habana Elegante. Diferentes periodistas escriben comentarios favorables. Y escritores de su época, que la conocen, escriben versos emocionados donde plasman su imagen: José Ángel Buesa, Ruy de Lusimé, Amelia Ceide, Humberto Lara y Lara, Gustavo Sánchez Galárraga. Arturo Doreste la describe de esta forma: “Rápido el paso y el ademán. Su tipo nórdico es un distintivo mientras el arte la condecora con su medalla de laurel”. Ella dice que las palabras de Doreste son una “lumbre de esperanza”. Pero, sin dudas, la expresión más acabada de la inspiración que despierta Marilola es el poema que le dedica Emilio Ballagas: “Canción de mar y olas”.
Holguín.Hato y Corral de San Isidoro. Isidoro, nacido en Sevilla hacia el año 570 y fallecido el 4 de abril del 634, fue elegido Obispo de Sevilla en el año 596 a la muerte del titular, que era su hermano Leandro. Se destacó entre otros aspectos valiosos por su obra escrita en defensa del cristianismo y en particular, por su rescate de la ciencia de la antigüedad clásica, trasmitida a través de sus obras a la Edad Media y el Renacimiento. Hermano además de San Fulgencio y de Santa Florentina. Sitios: Mayabe, Yayal, La Entrada, Las Cruces, El Guayabal, El Consejo, Matatoros, Guajabales, la Guanábana y Dijagüas. Posesión inaugurada según la tradición el 4 de abril de 1545, por García Holguín, a su regreso de México. En el año 1600 el hato era poseído por su nieta Elvira del Rosario López de Mejías Holguín, esposa del asturiano Diego de Ávila Albadiana, la que solicitó al Cabido de Bayamo la aclaración de los linderos y amojonamiento de la posesión, declarándose como tales: de la Loma de la Concordia, en la costa del norte, tomando la dirección hacia el oriente, hasta llegar al paso del río de Lirios, partiendo desde aquí al nacimiento de otro río que denominan de la Tranquera, en la sabana de las Yabas o Bijacas, siguiendo después hasta el charco de El Guayabal, costeando en dirección del oeste; se pasa por el pie de una güira que está en el cerro de Baitiquirí, y siguiendo por toda la cordillera hasta llegar a los Saos de Tomí, de cuyo puente se endereza a la Loma de la Breñosa o sierra de Cobezuela, y desde allí dirigiéndose a la citada Loma de la Concordia o Guajabales, en donde se cierra el área. Los sitios del hato en el año 1600, lo eran: al norte, Guajabales, Jesús María y Lirios, al sur los de Güirabo y Haticos o Revacadero, al oeste, los sitios de Matatoros y Las Cruces, y al este, los sitios deLa Entraday San Antonio de las Bijacas. En 1639, sobre la acción del sitio de Guajabales, Elvira del Rosario impuso un censo de capellanía colativa en beneficio de la Iglesia parroquial mayor de Bayamo, reconocida por su heredero Rodrigo de Ávila López en 1682 y luego por el hijo de este, Juan de Ávila Batista. En octubre de 1703, Lorenzo Batista le solicitó al Alcalde Ordinario de la Villa de Bayamo, Juan Infante Hidalgo, merced de de un pedazo de tierras que lindaba con Yareyal, existiendo por ello pugnas entre este hatero, Salvador Gallardo y Cristóbal Rodríguez. El 10 de enero de 1710, María de las Nieves Aldana, viuda de Domingo de la Torre, realizó venta de parte de la posesión que tenía en el hato a Juan González de Rivera Obeda. El 15 de noviembre de 1720 Juan de Ávila Batista, le vendió parte del sitio Guajabales, con el gravamen a su primo, Antonio Almaguer Ávila, heredado en 1727, por su hijo Cristóbal de Almaguer Torres. El 12 de agosto de 1738, Francisco Sablón, le vendió parte de su posesión del corral de Las Cruces que hubo por compra a Antonia Batista, a Salvador Vázquez. El 7 de marzo de 1740, Diego de Ávila Batista, le vendió en Matatoros, a su hijo Francisco de Ávila de la Torre, 100 pesos de posesión, los que luego vendió a José Plácido Fernández, el que los revendió el 7 de octubre de 1749, a Miguel Martínez Sánchez. En 1753, Ignacio Paneque le vendió a José de Aguilera y a su mujer, Luisa de la Cruz, 20 pesos de posesión, en 211 pesos. En 1754, al testar Juan Manuel de Ávila de la Torre, Hijo de Diego y de Salvadora, esposo de Rosa Ramírez, reconoció poseer en el hato y paraje del Yayal, 60 pesos de posesión, un Trapiche, una estancia con 5 000 matas de yuca, 3 caballos y 5 reses vacunas. En 1755, la viuda Rosa Ramírez, le vendió a Roque ¿Carnere?, 60 pesos de posesión. Al testar en 1755, Pablo Ramírez Graña, natural de Puerto Príncipe, declaró poseer en el paraje de Jesús Maria 105 pesos de posesión, tres cañaverales y un Ingenio gravado por una capellanía de 200 pesos, a favor del Convento de San Francisco de Bayamo. En 1756, Agustín Almaguer le vendió al cura Cristóbal Rodríguez, 40 pesos de posesión, en el sito La Guanábana; la viuda Rosa Ramírez, le vendió a Cristóbal Pupo, 60 pesos de posesión, con un Ingenio valuado en 196 pesos y 4 reales. En 1757, al testar, Francisco de la Torre Hechevarría, esposo de Nicolasa Martínez, declaró poseer 105 pesos de posesión, con un censo de capellanía a favor del Convento de San Francisco de Bayamo, así como un Ingenio, denominada Jesús María José, también gravado por 95 pesos de censo; Rodrigo González de Rivera, le vendió 200 pesos de posesión y un Ingenio a Diego de la Torre Hecheverría, en Mayabe, todo en 1 604 pesos. En 1758, Juan Bermúdez de Castro Suárez, al testar declaró poseer 150 pesos en el hato que recibiera a través de su esposa Lorenza de Ávila; Luisa Ruiz de Aguilar, esposa de Diego de la Torre Salas, declaró poseer un Ingenio en Mayabe, con 200 pesos de posesión y 1 000 en censo de capellanía en beneficio de un Convento a fabricar en Holguín; al testar José de Aguilera Gómez de Nápoles, natural de Puerto Príncipe, esposo de María de la Cruz, reconoció poseer 130 pesos de posesión en el Hato de Matatoros, con 200 de ellos a censo de capellanía en beneficio del Convento de San Francisco de Bayamo, teniendo además 150 reses vacunas, 20 caballos, un mulo y dos manadas de cerdos. En 1759 al testar Isabel Vázquez Batista, esposa de Patricio Ricardo, reconoció poseer la hacienda de La Entrada, cuidada por su hijo Juan Ricardo Vázquez, al que poco después le vendió 60 pesos de posesión y un Ingenio. En 1760, se protocolarios una venta anterior, donde Bernardo Batista les había vendido a Salvador Vázquez y su esposa, Ana Romero, 100 pesos de posesión, recibido de la herencia de su padre; Ana Romero, ya viuda de Salvador, hace constar que su difunto marido le había vendido al cura bayamés Francisco Mojena, 400 pesos de posesión, con un Ingenio en las Cruces de Holguín; al testar Pedro de Leyva de Castro, natural de Bayamo, casado con Bernarda de Ávila de la Torre, declaró poseer 90 pesos de posesión. En 1761, al testar Lorenza de Ávila Batista, esposa de Juan Bermúdez de Castro, declaró tener en el hato 100 pesos de posesión. En 1763, al testar José de Aguilera Gómez, natural de Puerto Príncipe y esposo de María Josefa de la Cruz, reconoció poseer 130 pesos de posesión en el hato, con 200 reses y 5 caballos en el sitio de Matatoros; al testar Juan Bermúdez de Castro Ávila, reconoció poseer 50 pesos de posesión, 50 reses vacunas y 5 caballos. En 1764 – 65, declararon poseer en el hato y corral, en Matatoros: Juan Ignacio Aguilera, con 30 reses vacunas, Isabel de Aguilera, con 10 reses vacunas y 20 cerdos, y María de la Cruz de la Torre Hechevarría con 80 reses vacunas, en el paraje de Guajabales: Cristóbal Almaguer con 200 pesos de posesión, gravados por censo de igual valor en beneficio de José Martínez, 30 reses vacunas, 20 cerdos y 25 pesos de utilidad y Joaquina Hidalgo, con 40 cerdos, en el paraje de Las Cruces: José Bermúdez, con 50 reses vacunas, en el paraje de La Entrada: Juan Ricardo, con 150 reses vacunas, en el paraje de la Guanábana: el cura Cristóbal Rodríguez, con 200 reses vacunas y 50 cerdos, en el paraje El Guayabal: Ana Romero, con 100 pesos de posesión y Antonio el francés, con 25 cerdos, en el paraje de Dijagüas: Diego Tamayo con 27 reses vacunas y 16 cerdos y en el asiento principal: Bernardo Ávila, con 40 pesos de posesión, Lorenzo Ávila con, 150 pesos de posesión, Miguel Martínez, con 250 pesos de posesión y Bartolomé Reynaldos, con 65 pesos de posesión. En 1765, al testar Cristóbal Morales de Aguilera, natural de Puerto Príncipe, reconoció ser el administrador de las posesiones en Matatoros de su tía María de la Cruz, y tener en el paraje Estancia con 16 reses vacunas y 14 caballos, explotando una esclava; Miguel Calderón estableció una capellanía de misas sobre 406 pesos y 7 reales de sus 800 pesos de posesión en el paraje de las Acanas; en su testamento, María José de la Cruz Velásquez, esposa de José de Aguilera, reconoció poseer 130 pesos de posesión en el sitio de Matatoros. En 1766, Santiago Céspedes de la Vega, cura en Bayamo, le donó 150 pesos de posesión a Inés e Almaguer y sus hijos; Santiago Céspedes de la Vega, le vendió a José Bermúdez Castro, 400 pesos de posesión en el paraje de Las Cruces, gravadas por un censo de capellanía sobre 200 pesos de posesión en beneficio de la Parroquial Mayor de Bayamo; al testar Isabel de Aguilera de la Cruz, reconoció poseer 80 pesos de posesión en el sitio; Cristóbal Almaguer reconoció una capellanía antigua, fundada por Elvira López, que gravaba la posesión, sobre 100, de los 300 pesos de posesión en que estaba valuada la misma, pagando 15 pesos anuales a la Iglesia Parroquial Mayor de Bayamo. En 1769, Juan Bautista de Vidaburú, Juez Subdelegado de Tierras por mandato del Gobernador, sobre la base del deslinde del hato, realizada por al agrimensor José Joaquín de Vidaburú, reconoció que el hato poseía una superficie de 581 812 y un cuarto cordeles planos, los que sobraban para un hato; pero no completaban la superficie para un corral, más al ser un tierra sin aguada y de un monte estéril no pudo determinar su precio. Ese año, José Joaquín de Vidaburú y su esposa, Ana Romero, permutaron los 100 pesos de tierra comprados a los Moreno, por la misma cantidad de posesión, hasta entonces ocupada por el matrimonio Antonio Blanco y Ana Ricardo, en el Corral Guayabal del Hato de Holguín. En 1770, Diego de Ávila le donó a su ahijada, Inés Gabriela de Vidaburú, hija del agrimensor José Joaquín de Vidaburú, 300 pesos de posesión en el sitio; Juan Ricardo le arrendó a Tomás de Escalona y su esposa Rafaela Parada, el sitio de El Consejo, con 30 reses vacunas, por 8 años por 40 pesos anuales; Antonio de la Torre, trocó con María Ramírez, 200 pesos en posesión en Uñas por un trapiche de esta en el Egido de la ciudad, paraje de El Yayal. En 1771, al testar Teresa Santiesteban Hecheverría, esposa de Francisco Ignacio Aguilera, declaró poseer 20 pesos de posesión en el corral de Matatoros. En 1774, Antonio Reyes era poseedor del corral de Guayabal. En 1776, Matías de la Cruz, le vendió a Pedro de Silva, 100 pesos de posesión en el hato. En 1777, en el paraje de las Acanas, el cura Cristóbal declaró 150 reses vacunas, 10 cerdos y 6 equinos, en el paraje La Guanábana, Gaspar Blanco declaró poseer 80 reses vacunas, 20 cerdos y 7 equinos, en el paraje de Guajabales, Cristóbal Almaguer declaró poseer 30 reses vacunas, 12 cerdos y 4 equinos, en el paraje de Matatoros, Isabel Aguilera declaró poseer 12 reses vacunas y 4 equinos y, Cristóbal Morales, 50 reses vacunas, 22 cerdos y 20 equinos. En 1783, Bartolomé Reynaldos, le vendió a Juan Ricardo, 61 pesos de posesión en el paraje de El Consejo. En 1784, en el hato de Matatoros, en un sitio, vivían 13 personas blancas y 4 esclavos, y el hato de El Guayabal, tenía un sitio; al repartirse la cuota para la pesa para el abasto de la ciudad de Holguín, se señaló como poseedor de la hacienda de La Entrada, a Juan Ricardo y de la hacienda de las Ácanas, a Manuel Meneses. En 1786, Isabel de Aguilera impuso sobre su posesión en Matatoros, un censo de 100 pesos, para la futura creación de un Convento en la ciudad de Holguín. En 1795, Francisco Bermúdez le vendió a su hermano José, 50 pesos de posesión en el paraje Revacadero.
AHP. Fondo Protocolos Notariales. Escribanía de Lorenzo Castellanos. Año 1753, f. 47. Año 1754, f. 50. Año 1755, ff. 18v, 66v. Año 1756, f. 37, 40. Año 1757, ff. 16v, 34v. Año 1758, ff. 11, 24v, 50. Año 1759, f. 100. Año 1760, ff. 1v, 3, 70. Año 1761, f. 38v. Año 1763, ff. 33v, 87. Año 1765, ff. 1, 60, 96v. Año 1766, ff. 31v, 43, 45v, 102. Año 1769, ff. 41. Año 1770, ff. 5, 49v, 88. Año 1771, f. 38v. Año 1774, f. 71. Año 1776, f. 81v. Año 1783, f. 39v. Escribanía de Salvador de Fuentes. Año 1786, ff. 169 - 172. Año 1795, f. 69. Fondo Tenencia y Ayuntamiento. Legajo 63, Expediente 1926, ff. 52v – 55v. ANC. Fondo Intendencia General de Hacienda, Legajo 388, Número 41. Fondo Correspondencia de los Capitanes Generales, Legajo 17, Número 7. Fondo Realengos, Legajo 76, Número13. Fondo Gobierno General. Legajo 489, Número 25118.
Yayal, El.Sitio y paraje dentro del Hato de Holguín. En 1754, al testar Juan Manuel de Ávila de la Torre, Hijo de Diego y de Salvadora, esposo de Rosa Ramírez, reconoció poseer en el hato y paraje del Yayal, 60 pesos de posesión, un Trapiche, una estancia con 5 000 matas de yuca, 3 caballos y 5 reses vacunas. En 1770, Antonio de la Torre, trocó con María Ramírez, 200 pesos en posesión en Uñas por un trapiche de esta en el Egido de la ciudad, paraje de El Yayal. En 1837, José Felipe González le arrendó a Rafael M. Angulo una Estancia por 9 años. En 1840, al testar María Loreto Meneses declaró poseer 6 caballerías de tierra, 4 esclavos, 25 equinos, 10 reses vacunas y 40 cerdos.
Véase. AHP. Fondo Protocolos Notariales. Escribanía de Lorenzo Castellanos. Año 1754, f. 50. Año 1770, f. 88. Escribanía de Miguel de Aguilera. Año 1837, f. 165. Año 1840, 107.
Yareyal. Sitio y paraje en el Hato de Holguín, que al constituirse la Ciudad el 18 de enero de 1752, pasó a integrar los terrenos de su Egido. En su testamento de 1765, Andrés Vicente Rodríguez, declaró poseer un a Estancia con 5 000 matas de yuca.
Véase. AHP. Fondo Protocolos Notariales. Escribanía de Lorenzo Castellanos. Año 1765, f. 10.
Yarey, El.Corral. El 4 de mayo de 1775 era poseído por Pedro Riveros, actuando como mayoral, Juan González y se ubicaba en el Partido de Aguarás. En 1784, al repartirse la cuota de la pesa para la ciudad de Holguín se informó como poseedor de la hacienda de El Yarey a Pedro Batista. En 1825, Miguel Hechavarría le vendió a Francisco A. García del Partido de Las Tunas, el sitio El Yarey de 1 000 de posesión en 2 000 pesos.
Véase. ANC. Fondo Gobierno General, Legajo 490, Número 25132. AHP. Fondo Tenencia y Ayuntamiento. Legajo 63, Expediente 1926, ff. 52v – 55v. Escribanía de Manuel de Jesús Rodríguez. Año 1825, f. 146.
Yareniquen. Corral en el Hato del Sao. Paraje: Estancia Vieja. En 1754 Antonio Gil de la Cruz le vendió a Francisco Sablón, 53 pesos y 3 reales de posesión en 91 pesos y 3 reales pesos. El 4 de mayo de 1775, bajo la denominación de hato, tenía 4 sitios poseídos por Juan de Jesús Pupo, Pedro José Pupo, Tiburcio Cabrera y Agustín Velásquez. En 1784, el corral tenía un sitio. En 1786, al testar Pedro José Pupo Rodríguez, esposo de María de Regla Velázquez, declaró poseer 65 pesos de posesión en Yareniquen. En 1825, Matías de Peña le vendió a Manuel palacio 125 pesos de posesión en la hacienda "con declaración que se ha de entrever el paraje de la Vereda que sale del hato viejo a la estancia vieja grande al lado que queda en vuelta de esta población que hubo de Vicente Infante". En 1828, Pedro Pupo le vendió a Miguel de los Reyes 54 pesos de posesión y a José a. Pupo, otros 24 pesos de posesión. En 1837, Francisco de Ávila, le vendió 100 pesos de posesión a Manuel de Leyva. En 1840, José Ramón de Peña le vendió 43 pesos 6 reales de posesión a Miguel de la Peña.
Véase. AHP. Fondo Protocolos Notariales. Escribanía de Lorenzo Castellanos. Año 1754, f. 40v. Escribanía de Salvador de Fuentes. Año 1786, f. 114v. Escribanía de Manuel de Jesús Rodríguez. Año 1825, f. 178. Escribanía de Manuel León Rodríguez. Año 1828, f. 113. Escribanía de Antonio de Fuentes. Año 1837, f. 13. Escribanía de Miguel de Aguilera y Antonio de Fuentes. Año 1840, f. 41. ANC. Fondo Gobierno General, Legajo 490, Número 25132; Legajo 489, Número 25118.
Yagüajay.Corral. Paraje: Río Largo. En 1764, Francisco Hernández declaró poseer, 100 pesos de posesión en el paraje. En 1784, el corral tenía un sitio; al repartirse la cuota de la pesa para el abasto de la ciudad de Holguín, se señaló como poseedor a Bernardo Batista. En 1788, Bernardo Hernández, pleiteaba con Juan Ramírez de la Rosa, poseedor de la hacienda de San Antonio de Mulas (Punta de Mulas), por el control de unas tierras en las haciendas de Yagüajay y Samá. En 1828, Juan J. Claro le permutó a José A. Borrego 31 pesos y 4 reales de posesión en el corral por 16 pesos de posesión en Sao Arriba. En 1831, María Ricardo Pérez, le vendió a José M. Batista, 50 pesos de posesión en 50 pesos. En 1834, al testar María de la Cruz Ricardo, viuda de Pedro batista Rodríguez declaró ser dueña de un sitio de 157 pesos de posesión, habiéndole arrendado 125 a Diego González por 12 años. En 1840, Juan a. Ricardo le vendió 22 pesos de posesión a Manuel Trinidad Ochoa.
Véase. ANC. Fondo Gobierno General. Legajo 489, Número 25118.do Intendencia General de Hacienda, Legajo 388, Número 41. Fondo Gobierno General. AHP. Fondo Protocolos Notariales. Escribanía de Lorenzo Castellanos. Año 1788, f. 131v. Escribanía de Manuel León Rodríguez. Año 1828, f. 33. Año 1831, f. 143. Escribanía de Andrés Antonio Rodríguez y Miguel de Aguilera. Año 1834, f. 186v. Fondo Tenencia y Ayuntamiento. Legajo 63, Expediente 1926, ff. 52v – 55v.