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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

15 de enero de 2010

Narración donde se cuenta el intento del robo de la mitra de oro de San Isidoro

Se asegura que, en la visita que hiciera a Holguín, en 1752, el Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos Españoles, don Alonso de Arcos y Moreno, en ocasión de otorgarle su Majestad el título de Ciudad y, para la creación del Cabildo, siguiendo la costumbre de la época, dejó como ofrenda valiosa una mitra de oro, dedicada uno de los Patronos de la ciudad, la que le fue colocada en solemne ceremonia religiosa.




Cuenta la leyenda que ese año llegó a la ciudad un individuo nombrado Francisco Caro, al que la costumbre de los vecinos llamaba El gaditano porque labraba las tierras del hacendado don José Salvador Cisneros, que era natural de Cádiz, Andalucía y que, asimismo, era pariente de don Lorenzo Castellano Cisneros, Escribano Público del recien creado Ayuntamiento de Holguín.



No tardó mucho El gaditano en demostrar que era un bandolero. Para robarle unos centenes y unas onzas, mató a su amo y luego se dedicó a atacar a cuanto ser viviente hubiese en los antiguos feudos del Bayamo.



Cuando El Gaditano se enteró de la mitra de oro colocada a San Isidoro, preparó un asalto a la Iglesia Parroquial. Para ello, el 22 de enero de 1752, exactamente en horas de la noche, le dio muerte a dos guardias municipales que encontró a su paso y luego consiguió que le abrieran la puerta de la sacristía, donde amordazó y amarró al sacristán y párroco. Acto seguido entró en la iglesia donde encontró la mitra de oro sobre la cabeza de la imagen del santo.



Ya la va a tomar cuando, ¡oh, milagro!, el rostro de San Isidoro se transforma en la cara de uno de los guardias municipales asesinados poco antes. Al ver tal cosa, El Gaditano cae desmayado al suelo…





Al amanecer, cuando llegan los primeros feligreses allí encuentran al asesino a quien tratan de reanimar sin saber quién es. Cuando El Gaditano recobra el conocimiento cuenta lo sucedido y pide los auxilios de un confesor. Liberan al sacristán don Cristóbal Rodríguez, que había pasado buena parte de la noche amarrado y amordazado. El sacerdote confiesa al bandido y lo reconcilia con Dios.


Un mes después, el 27 de febrero de 1752, El Gaditano subió a la horca en San Salvador de Bayamo, pagando de esa forma por los muchos crímenes y pillajes que había cometido.




Esta leyenda fue escrita por Juan Rafael Albanés peña y aparece recogida en el libro inédito del Dr. Oscar Albanés Carballo, “Narraciones”, exactamente en el capítulo “Tradiciones Holguineras”, p. 369 y rememora el momento en que Holguín recibió el título de Ciudad por el Gobernador de Santiago de Cuba don Alonso de Arcos y Moreno, el 18 de enero de 1752.


Juan Albanés Martínez, nieto de Juan Rafael reescribió la leyenda y la tituló “La Imagen de San Isidoro”, siendo su versión mucho más rica literariamente. Esa versión aparece en el libro “Conozca Holguín Actual”, publicado en Holguín en 1947.

Aldea Cotidiana la toma el libro: “Pasajes Holguineros”, publicado en 2010 por Angela Peña Obregón y María Julia Guerra.

La obra abolicionista de un cónsul inglés en Cuba

Autor: Jorge Karel Leyva Rodríguez
Fuente: CUBARTE

En los inicios del siglo XIX Inglaterra necesitaba expandir los mercados de su producción industrial. En 1807 había eliminado la trata de negros en sus colonias americanas; diez años después obliga a firmar un tratado a España para que hiciera lo mismo en las suyas a partir de 1820; incumplido este último, impone otro con cláusulas más rigurosas en 1835 y ya en 1838 abole la esclavitud en sus propias posesiones.


Por entonces en Cuba hormigueaban las conspiraciones antiesclavistas. Cuando en 1837 el barco “Romney” tripulado por negros libres llegaba a La Habana procedente de Inglaterra y se encendieron aún más los ánimos entre los conspiradores cubanos, era sabido que algunos agentes ingleses alentaban la insurrección abolicionista. (1)


Pero ninguno de estos agentes sería tan mal recibido por el gobierno español como lo fue David Turnbull, quien llegara a La Habana en calidad de cónsul en 1940, con el propósito de velar por el cumplimiento de los tratados antes mencionados. En Cuba no sólo realizaría una extensa investigación sobre la introducción de esclavos desde 1920, sino que alentaría el abolicionismo y hasta se pondría en colaboración con un grupo de criollos influyentes para lograr la independencia de la Isla.


Sin embargo, el ambicioso proyecto emancipatorio de Turnbull no estuvo apoyado por el gobierno británico; ni siquiera por la British and Foreign Antislavery Society. De hecho, a Inglaterra no parecía convenirle que Cuba se independizara de España; lo cual se hizo evidente una década después cuando el auge de las corrientes anexionistas, que abogaban por la unión de la Isla a los Estados Unidos, condicionó las presiones de los ingleses sobre los españoles con respecto al abolicionismo. (2)


Es necesario destacar que la antipatía que provocó David Turnbull entre los esclavistas criollos y españoles no comenzó con su actividad como funcionario en la Isla. Turnbull había sido acogido favorablemente a finales de la década del treinta durante su primera visita a Cuba. En esta ocasión ganó el reconocimiento de los miembros de la Sociedad Económica Amigos del País y la membresía, pues fue nombrado socio-corresponsal. Pero lo más importante de esta primera estancia fue la detallada información que obtuvo sobre el funcionamiento del macabro sistema que mantenía viva la trata de negros, y sobre el modo de vida de los esclavos en los ingenios. Los datos recogidos le permitieron escribir un interesante libro, que retrata y condena el sistema esclavista en Cuba, titulado Travels in West, Cuba; with notices of Porto Rico, and the slave trade (Cuba, viajes al oeste: con notas de Puerto Rico y el comercio de esclavos) Es por ello que durante su segundo viaje, ya todos sabían de los objetivos de Turnbull y muchos de los que antes le estrecharon la mano, debieron miarle ahora con recelo.


El libro en cuestión, escrito entre 1837 y 1839, fue publicado en Londres en 1840. Está estructurado en 25 capítulos, 24 de los cuales se dedican a Cuba mientras que sólo el último se refiere a la situación de Puerto Rico. Documentos históricos, obras de viajeros de paso en nuestro país, diálogos con hacendados, textos de historiadores cubanos y vivencias personales son las fuentes que nutren su obra. El tercer capítulo, dedicado sobre todo al estado de la esclavitud, a los postes de castigo, así como a establecer la diferencia entre esclavos rurales y domésticos, resulta particularmente interesante. (3)


El tercer capítulo del libro comienza caracterizando a los colonos de Cuba y a los de las colonias británicas. Mientras que los ingleses no residían en sus propiedades y permanecían en Europa hasta verse obligados a regresar para recuperarse económicamente, el propietario en Cuba carecía del más mínimo interés por regresar a su patria. Por el contrario, afirma Turnbull, sus lazos afectivos con la madre patria se debilitaban paulatinamente.


Sin embargo, los colonos españoles no residían en sus plantaciones; solían instalarse en La Habana, en Santiago, en Matanzas u otras ciudades, a cientos de millas de sus haciendas; esta distancia justificaba menos sus viajes que la ausencia de carreteras seguras para transitarla. De modo que, a los efectos prácticos, el colono se encontraba tan lejos de sus haciendas como lo estaría un plantador jamaicano residente en Italia.


El autor confiesa que antes de visitar La Habana tenía a los españoles por personas nobles y a los dueños de esclavos en esta ciudad como los más indulgentes del mundo. Ahora, para su sorpresa, se sabía “engañado miserablemente” y dispuesto a afirmar que, con la excepción de Brasil, país aun no visitado por él, en los campos de Cuba reinaba la esclavitud más cruel y despreciable del mundo. Para contribuir a eliminar los prejuicios que, como era su caso antes de su visita, tenían aun quienes no habían visitado los campos de Cuba, es que decide realizar su investigación.


En la vivienda de un hacendado de la capital era posible encontrar esclavos con diversas tonalidades de piel, la mayoría nacidos en la casa y crecidos también allí. Estos esclavos, afirma Turnbull, suelen ser bien tratados. Y como era la costumbre que el primer propietario diera a su esclavo un nombre cristiano y un patronímico durante la ceremonia de bautizo, era también común encontrar dueños encariñados con los esclavos que vieron nacer y criarse junto a sus hijos, y por lo cual ni siquiera pensaban deshacerse de ellos.


Turnbull percibe una perfecta estratificación de clases en la sociedad cubana de la época. Primero estaban los alrededor de 30 nobles españoles y los hacendados. Luego los empleados y funcionarios civiles (1000 aproximadamente, según su cuenta), los oficiales del ejército y de la marina. En un tercer lugar Turnbull ubica a los comerciantes, fueran estos españoles, criollos o de otro país. Un escaño más abajo los dependientes franceses, ingleses, alemanes o americanos. Aun en un plano inferior los comerciantes al por menor y los tenderos, provenientes en su mayoría de Canarias, Vizcaya, Cataluña, o Norteamérica. El último nivel lo ocupaban los gallegos; los esclavos ni siquiera tenían un lugar: eran considerados tabú.


Un dato curioso que aporta Turnbull a continuación tiene que ver con ciertos “negocios” entre los amos y los esclavos domésticos cuando, con el paso del tiempo, el número de estos últimos aumentaba, y solían ser empleados en actividades fuera del hogar. Así, era común encontrar en las grandes casas de La Habana esclavos zapateros, modistas o sastres, a quienes se les permitía alquilarse en otros lugares, siempre que le trajeran al amo parte de sus ganancias. Este “impuesto” no solía ser alto, de modo que un esclavo podía ser capaz de comprar su propia libertad en unos pocos años.


Pero en los campos de Cuba la situación era bien distinta. Piénsese en el hecho según el cual era frecuente “aterrorizar” a un sirviente doméstico al sólo amenazarle con enviarlo a la hacienda de su amo; dado el caso un esclavo sabría, desde antes de salir de La Habana, que el único aliciente que tendría cada noche después de trabajar inhumanamente y sufrir hambriento los latigazos del mayoral, sería esperar su propia muerte.


Otro de los temas que registra Turnbull está relacionado con los castigos sufridos por los esclavos. Incluso en La Habana podían hallarse “cientos de indicios palpables de la miseria que acompaña la maldición de la esclavitud, completamente independientes de los horrores mayores que acarrea la trata de esclavos”.


En la alameda, por ejemplo, se alzaba un edificio que aunque estaba protegido de las miradas por altos parapetos de madera, ocultaba en su interior los postes de azote adonde eran enviados los negros desobedientes. Si bien la sangre y las carnes laceradas no se veían desde afuera, sí se escuchaban los lamentos, los terribles gritos, “los chillidos lastimeros pidiendo clemencia”.


Pero este tipo de crueldades era ignorado por los visitantes que tanto elogiaban las comodidades de los esclavos en La Habana, hasta el punto de celebrar su suerte en comparación con la de los obreros irlandeses o los de la misma Inglaterra. Tales visitantes no conocían una de las máximas habaneras en boga: “el espíritu de un esclavo, a quien se ha mimado excesivamente, ha de ser quebrantado periódica y sistemáticamente”. Tampoco habían escuchado decir a una de las tantas “señoras” de las grandes casas de la Habana, que la inclinación del esclavo hacia el vicio y la ociosidad debía ser corregida enviándolos una vez por mes al azote, a modo de advertencia y como método profiláctico contra su futura ingobernabilidad.


Turnbull también dedica algunos párrafos al sistema penitenciario en la Isla. Una nueva prisión cercana a la fortaleza de la punta era una de las obras públicas que había comenzado el gobierno de Tacón, si bien este último no pudo presenciar su terminación. En efecto, Turnbull destaca a este gobernante como más elogiado y a la vez más censurado que todos sus predecesores. Elogiado por las obras públicas construidas y por el férreo sistema policiaco que mantuvo limpia de malhechores las calles de La Habana durante su mandato; criticado por la no menos dura tiranía implantada y que afectaba sobre todo a los criollos. Alrededor de 200 personas, entre las cuales se hallaban distinguidos hombres de letras pertenecientes a clases respetables habían sido deportados sin siquiera hacerles juicio. En palabras del propio Turnbull: “El mismo vigor que utilizó para limpiar las calles de malhechores lo aplicó para restringir la más leve expresión de sentimientos políticos”.


No había sido terminada la nueva prisión y ya contaba con más de cien reclusos. En su interior los reclusos negros estaban separados de los blancos. En las “Salas de Distinción” se alojaban aquellos que podían pagar sin importar la causa de su encierro. La parte superior del edificio daba cobijo a las tropas españolas mientras que la planta baja encerraba a los prisioneros.


Muy cerca de la prisión se encontraba la obra más elogiada al gobierno de Tacón: el nuevo Paseo. Turnbull celebra su belleza a la vez que advierte a los transeúntes que esta obra no estaba diseñada para andar a pie. La falta de aceras hacía posible que la humilde gente de a pie pereciera aplastada contra la pared por un carruaje furiosamente conducido. Aunque oficialmente el nombre era Paseo Tacón, en los informes se le nombraba como Camino Militar, tal vez para justificar que sus constructores fueran militares y reclusos.


Al final de este Paseo se habían creado dos grandes barracones para la venta de esclavos. El primero, con capacidad para 1000 negros y el segundo para 1500. Ambos, que según relata Turnbull permanecieron llenos durante su estancia en La Habana, servían como depósito y como prisión. Ubicados en el punto de mayor atracción muy cerca de por donde pasaba el nuevo ferrocarril, los pasajeros podían ver desde los vagones la desesperación de los negros que sacaban piernas y brazos dando gritos, lamentándose, llorando.


El interior de los barracones era, según Turnbull, diferente de lo que cabría esperar. Con el propósito de poner pronto en forma a los esclavos y de evitar la nostalgia, los importadores los alimentaban bien, los vestían, les permitían “el lujo de fumar tabaco” y los animaban a divertirse en el amplio patio del edificio. Incluso, una vez que salían a sus respectivos destinos los primeros meses de estancia en los campos, los mayorales los adiestraban lentamente al ritmo de trabajo y evitaban emplear el látigo con tal de conseguir una mejor adaptación.


La edad de los negros apresados fluctuaba entre los 12 y los 18 años. Por cada tres hombres había una mujer. Era más barato comprar esclavos jóvenes que depender de su reproducción. En las haciendas la proporción era la misma. Había amos despiadados que tenían sólo hombres en sus plantaciones y luego del trabajo los encerraban juntos en los barracones de sus haciendas con tal de evitar que tuvieran relaciones sexuales.


Era entendido que 8 negros liberados producían lo mismo que 12 obreros criollos. Por ello, un negro bozal africano costaba 24 onzas de oro mientras que uno criollo podía ser comprado por 20. Este fue uno de los argumentos que esgrimió el propietario de un barracón a favor de la perpetuidad de la trata, durante una conversación con David Turnbull.


El abolicionista inglés cifra entre 300 y 320 dólares el precio de un esclavo vendido en La Habana al por mayor. Si en esta ciudad los esclavos eran vendidos dentro de recintos, en otras ciudades como Virginia la venta se realizaba sin pudor alguno en el medio de las calles.


Antes de finalizar el capítulo, el autor se refiere al comercio de esclavos en los Estados Unidos. Por una parte, en este país se hacía un esfuerzo por mantener las costas limpias de tráfico de negros, mientras que por otra éstos últimos se vendían libremente en las calles con el pretexto de que la venta ocurre en tierra y por tanto no quiebra la ley norteamericana contra la piratería. En ciudades como Maryland y Virginia, destaca Turnbull, hasta “se llegan a criar negros” para reproducirlos y venderlos.


Si en La Habana se decía que la diferencia de 68 dólares existente entre un negro africano y otro nativo era suficiente para garantizar la continuidad de la trata negrera, ¿por qué no suponer que además del comercio en tierra realizado en los Estados Unidos no existía otro en las costas de Alabama, Florida o Lousiana? ¿Sentirían remordimientos por violar una ley débilmente administrada aquellos que no los sentían para comprar niños, mujeres y hombres separados de sus familias para someterlos a todo tipo de trabajo? Turnbull confiesa que no puede probar que esto ocurra realmente así, pero existían razones muy fuertes para suponerlo.







Notas:


(1) Para una exposición de las diversas corrientes políticas de este período y otros posteriores véase el Perfil histórico de las letras cubanas desde los orígenes hasta 1868, publicado por la editorial Félix Varela en La Habana, 2004.


(2) Esto es lo que aclara David Murray en su libro Odious Commerce. Britain, Spain and the Abolition of the Slave Trade. Para una reseña de esta obra véase Roldán de Montaud, Inés: La diplomacia británica y la abolición del tráfico de esclavos cubano: una nueva aportación, En Quinto centenario, ISSN 0211-6111, Nº 2, 1981 , pp. 219-250.


(3) Este capítulo ha sido recogido como parte de la Antología crítica de la historiografía cubana, realizada por Carmen Almodóvar Muñoz, editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1986, pp. 278-288.


Tomado de: http://www.cubarte.cu

La triste historia vivida en Cuba por el muy infeliz James Thompson

Es esta la historia horrible de James Thompson contada por James Thompson a su paso por Gibara, Holguín, Cuba casi toda y su huida definitiva para no regresar jamás.



Por: César Hidalgo Torres
       (Información Rodolfo Sarracino)


El 3 de mayo de 1843 en el Anti-Slavery Reporter de Londres apareció su autobiografía: “(…) Mi nombre es James Thopson. Nací en Nassau, New Providence, en el año 1812. Mi padre, Jon Thopson, nativo de Irlanda, se dedicaba al trabajo de la sal en Ragged Island donde esposó a una señora blanca llamada Fisher, oriunda de Habour Island y con ella tuvo varios hijos, Sara entre ellos. Casó Sarah con una persona llamada Jonh Norris, un norteamericano establecido en Gibara, en la isla de Cuba. Mi madre era esclava de mi padre. Dos hijos tuvieron, uno fui yo y la otra una hermana que murió joven. Antes de morir, mi padre concedió la libertad a mi madre y a mí, dándonos un pedazo de tierra para nuestra manutención”.

Cuando Thopson tenía unos 8 años de su edad, el citado Norris les hizo una visita familiar y literalmente lo secuestró, llevándoselo a Gibara. Norris dijo al niño que se lo había llevado para que viera a su hermana Sarah, que era (ya está dicho), la esposa de Norris.

Cuando Sarah se enteró de las verdaderas circunstancias en que su medio hermano había llegado a Cuba y los planes que para él tenía Norris (que todavía el autor de este artículo no ha dicho y que ya dirá), se sucedieron varias discusiones familiares en el curso de las cuales Norris golpeó a su esposa y al propio Thompson. Por decisión de su cuñado, Thompson serviría de esclavo a la familia, sin que todavía el esclavito supiera cuál era su condición en Cuba. Pero un mal día Norris vendió a Thompson a un hombre llamado Uela, que residía en la ciudad de Holguín y con él se fue el muchacho sin que nunca más pudiera ver a Sarah.

De tan corta edad y vista era el niño que aquel ignoraba que había sido vendido y sin saberlo aprendió el oficio de tabaquero. Cuando un día Thompson le dijo a su amo Uela que quería viajara a Nassau a ver a su madre, éste le dijo que era esclavo suyo desde que pagó a Norris 300 dólares. La reacción de Thompson fue rebelarse, y como era uso de la época, Uela le propinó una fuerte paliza de la que salió con la cabeza rota. Luego Thompson acudió a un amigo de Nassau residente en esta ciudad y aquel lo llevó a ver al Gobernador. Sin embargo Uela poseía todos los documentos de la operación de compra en orden, por lo tanto pudo llevarse a Thompson a su casa donde le puso grillos y lo envió a trabajar en una plantación.

Algún tiempo después Uela murió y su hijo vendióa Thompson a un panadero francés domiciliado en Puerto Príncipe (Camaguey), llamado Bateaule. Bateaule se llevó a Thompson de Holguín y en Camaguey lo tuvo por 7 años durante los cuales tuvo tiempote aprender el oficio de panadero.

Refiere Thompson que Bateaule lo trató mejor, que lo alimentaba y vestía bien, sin que el trabajo fuese excesivo. Incluso, el panadero francés le permitía los domingos hacer pan para venderlo por su cuenta. Y también el esclavo comerciaba con cuero, cera y madera. Al cabo de los 7 años Thompson había ahorrado 300 pesos. Dinero que puso en manos de su dueño para comenzar a pagar la libertad que, le costaría, 500. Pero aconteció que Bateaule hizo sociedad con otro francés que resultó ser un bebedor empedernido, desorganizado y deshonesto, por lo que al poco tiempo la panadería quebró.

Poco antes de huir de sus acreedores, el dueño de Thompson le entregó un papel en el que certificaba que había dado la libertad al esclavo, pero de poco le sirvió el escrito al pobre negro que tuvo que acudir a la fuerza a una subasta donde fue vendido junto al resto de las propiedades del panadero francés. Thompson fue a parar a manos de uno de los acreedores, don Pancho, quien se lo llevó a La Habana y lo vendió a un tal señor Maqueta por 400 dólares.

Maqueta envió a Thompson a su plantación de café que estaba ubicada a unas 14 leguas de la ciudad. Allí, durante unos 2 meses, Thompson fungió como cocinero de la familia y después se ocupó del jardín por unos 4 meses hasta que lo retornaron a su tarea original de cocinero.

En el relato de su vida que Thompson publicó en el Anti-Slavery Reporter de Londres este habla de la envidia que le tenía la señora de la casa, mulata como él y de las palizas que recibí por las causas más mínimas. Otra forma de castigo era enviarlo a trabajar en las labores de cultivo, pero siempre terminaban por reintegrarlo a sus labores originales por su excelente calificación. En estas condiciones de trabajo, claro está, Thompson no tenía posibilidades de ahorro: al final de la jornada en la cocina le exigían que recogiese medio barril de café, cortara madera y realizara otras tareas.

La muerte de la dueña no mejoró su condición, sino que más bien la empeoró porque las golpizas aumentaron. Frecuentemente los hijos, que lo heredaron, le partían un palo sacado del fuego, en la cabeza, y en una ocasión lo azotaron con el manatí, látigo hecho con la piel de ese mamífero. El resultado fue: ingreso en un hospital por varias semanas.

A la postre, Thompson se enamoró de Juana, otra esclava de la dotación y pensaba casarse con ella con los únicos 8 pesos que había reunido con mucho sacrificio. Cuando los herederos se enteraron de propósito, premiaron a la pareja con un bocabajo simultáneo y la destrucción de sus pocas pertenencias: vuelta de Thompson al hospital por tres meses y después grillos para ambos enamorados y trabajo en la plantación por más de dos años y medio en que no se les permitió retirar los hierros ni una sola vez. No es raro que durante este periodo ambos soñaran con el regreso a la amada patria por vía del suicidio.

Cuando a la postre permitieron a Thompson regresar a la casa, los amantes acordaron que él escaparía. Una mañana bien temprano Thompson tomó un pedazo de carne hervida y una lata de café, y, evitando los caminos, siguió la línea del ferrocarril hacia La Habana.



No había avanzado mucho cuando cuatro emancipados que trabajaban en la vía “lo apresaron para cobrar los 4 pesos que normalmente pagaban por entregar a negros cimarrones” (la cita es del propio Thomson). Lo llevaron a un bohío donde lo ataron de pies y manos y lo colocaron entre dos de ellos. Mientras uno dormía el otro vigilaba. Pero, en la noche los dos se durmieron y Thompson logró romper la cuerda con sus dientes poderosos. Libre, se lanzó como un bólido por la puerta mientras, detrás de él, venían sus apresadores pisándole los talones. Uno de ellos, el más joven, logró acercársele bastante, pero Thompson lo paró el seco, lo tumbó al suelo y lo liquidó con un fuerte golpe en la cabeza. Los otros quedaron a la zaga.

Al siguiente día un rancheador con un par de perros logró localizarlo. Thompson se lanzó a un río cercano pero los perros lo siguieron por el agua. Al animal que más se le acercó el cimarrón lo degolló con un cuchillo que llevaba. Al segundo, justo cuando estaba a punto de alcanzarlo, el negro huido lo liquidó de una puñalada y luego retó al rancheador, que estaba al otro lado del río, pero el cazador de cimarrones, “apencado” se alejó del lugar y se escondió en un campo de caña.

Por la noche Thompson siguió su camino y por la mañana llegó a La Habana. Lo primero que hizo fue dirigirse a los muelles. Allí se encontró con un jamaicano que conocía. Este aconsejó a Thompson que se entrevistara con el cónsul británico, Mr. David Turnbull, incluso, se ofreció a llevarlo a su oficina. Fueron, pero el funcionario británico no se encontraba: debieron marcharse hasta el día siguiente. Oculto en los muelles del puerto de La Habana pasó el cimarrón el día. Por la noche pudo hacer contacto con una pareja de libertos oriundos de Nassau, quienes le dinero albergue y comida. Al día siguiente sus hospederos lo llevaron al consulado y lo identificaron ante Turnbull.

Mientras el cónsul discutía con las autoridades coloniales cubanas y se decidía el caso, Thompson debió permanecer cinco meses en los barracones. Y al final, la ansiada libertad.

Libre, Thompson tuvo que guarecerse en el “Rommey”, que era un barco inglés que por acuerdo de ambos gobierno sirvió de albergue o barracón flotante de los emancipados mientras aguardaban transporte a las colonias británicas. Diez meses pasó Thompson en el buque, durante los cuales trabajó como cocinero del capitán, hasta que el sucesor de Turnbull pudo enviarlo de regreso a Nassau y al encuentro con su familia.


En Nassau, Thompson se encontró con Turnbull, quien, retirado de su cargo de cónsul, regresaba a Inglaterra. Con él viajó el emancipado y en Londres publicó el relato de su vida. Posiblemente después Thompson fue a vivir a Sierra Leona. Thompson era el tipo que hombre que los ingleses deseaban para repoblar la costa de África: hablaba fluidamente el inglés y el español, era tabaquero, panadero, cocinero y había sobrevivido la dura experiencia de la esclavitud hispana. Pero, sobre todo, sería leal al imperio británico toda la vida.


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Información complementaria:

En los inicios del siglo XIX Inglaterra necesitaba expandir los mercados de su producción industrial. En 1807 había eliminado la trata de negros en sus colonias americanas; diez años después obliga a firmar un tratado a España para que hiciera lo mismo en las suyas a partir de 1820; incumplido este último, impone otro con cláusulas más rigurosas en 1835 y ya en 1838 abole la esclavitud en sus propias posesiones.

Por entonces en Cuba hormigueaban las conspiraciones antiesclavistas. Cuando en 1837 el barco “Romney” tripulado por negros libres llegaba a La Habana procedente de Inglaterra y se encendieron aún más los ánimos entre los conspiradores cubanos, era sabido que algunos agentes ingleses alentaban la insurrección abolicionista.  

Pero ninguno de estos agentes sería tan mal recibido por el gobierno español como lo fue David Turnbull, quien llegara a La Habana en calidad de cónsul en 1940, con el propósito de velar por el cumplimiento de los tratados antes mencionados. En Cuba no sólo realizaría una extensa investigación sobre la introducción de esclavos desde 1920, sino que alentaría el abolicionismo y hasta se pondría en colaboración con un grupo de criollos influyentes para lograr la independencia de la Isla. (Leer más)


19 de noviembre de 2009

Poemas de Delfín Prats

HUMANIDAD


Hay un lugar llamado humanidad
un bosque húmedo después de la tormenta
donde abandona el sol los ruidosos colores del combate
una fuente un arroyo una mañana abierta desde el pueblo
que va al campo montada en borrico
hay un amor distinto un rostro que nos mira de cerca
pregunta por la época nueva de la siembra
e inventa una estación distinta para el canto
una necesidad de hacer todas las cosas nuevamente
hasta las más sencillas
lavarse en las mañanas mecer al niño cuando llora
o clavetear la caja del abuelo
sonreír cuando alguien nos pregunta
el porqué de la pobreza del verano y sin hablar
marchar al bosque por leña para avivar el fuego
hay un lugar sereno un recobrado y dulce lugar llamado
humanidad



ABRIRSE LAS CONSTELACIONES

No los reduzcas al espacio
demasiado estrecho de tu verso
(tu árbol es un árbol
alzado en mitad de la sabana
contra la el que se cierne
la apretada soledad de la noche)

No los encierres en tu casa
(tu casa es un refugio
y sólido
pero en su hondura
persistentes resuenan
ecos de pasos y voces ancestrales)

No los reduzcas tampoco a la ciudad
(el verso la casa la ciudad son límites
muros que será preciso violentar
para escapar al aire más vasto de la Isla)

La Isla es el compendio en fin
de tu verso tu casa y tu ciudad
pero no los restrinjas a la Isla
ellos se asomaron mucho más allá
ellos vieron del otro lado del horizonte
abrirse las constelaciones


TODA LA LUZ DE ABRIL ENTRE TUS OJOS

Edifiqué sobre tu cuerpo
torres levanté desde allí bajo la luz de abril
fue nuestro mes: el más alto premio para mí
que había extraviado los senderos de la dicha
y la encontraba ahora
entre la gente tu cabeza era más bella
que mi más bello sueño
te había buscado a través del asedio de los otros
y te encontré contra mi cuerpo
mi piel se sobrecogió junto a la tuya
pero los espléndidos días se han apagado entre nosotros
la plenitud de un momento está llena de dolorosa sombra
no hablaré ahora de esa plenitud
nunca existieron los lechos los cuerpos desnudos
el vino la música desesperada

Amigo mío qué difícil olvidar ese gozo
y dejar que se extinga
toda la luz de abril entre tus ojos


PERO EN EL VIENTO SU RUMOR LLEGABA

Ámalo, pero ámalo
como si todo hubiese concluido y pasado
como si desde el futuro más remoto
recordaras el vino de tus mejores años
el verano de mil novecientos ochenta
el catorce de abril
cuando fue tuyo
en un hotel cercano al mar
cuyas ventanas no daban al mar
pero en el viento su rumor llegaba
y él venía a ti como una ola
muriendo a las orillas de tu cuerpo



La literatura puede ayudar al hombre a mejorarse a sí mismo. (entrevista con el poeta Delfín Prats)

Por: Y.P Fernández



De andar nervioso y hablar apresurado Delfín Prats es uno de los poetas holguineros más famosos. Premio Nacional de Poesía David en 1968 por su cuaderno Lenguaje de mudos y Premio de la Crítica en 1987 con Para festejar el ascenso de Ícaro, Delfín ha publicado además los poemarios El esplendor y el caos, Abrirse las constelaciones y Lírica amatoria. Ampliamente reconocido en su ciudad natal, entrevistar a Delfín, sobre todo en estos días de efervescentes Romerías, es arriesgarse a ser interrumpido constantemente por una multitud de seguidores de su lírica que le saludan y le llaman maestro. Aún así, con tal de entrevistar a quien por muchas razones es una especie de mito en la provincia, vale la pena seguir el ritmo de su conversación entrecortada y adentrarse en los vericuetos de sus reflexiones sobre su tema favorito: la poesía.



Usted ha dicho que tiene una fe inquebrantable en la literatura como modo de mejoramiento humano…

La literatura no solo es algo bonito, también es algo útil y necesario, la literatura puede ayudar al hombre a mejorarse a sí mismo. Eso es un criterio martiano, no es solamente mío, la literatura tiene una función social, humana y es también un vehículo para transmitir belleza creadora.

Muchas veces se acusa a los creadores de vivir en una especie de torre de marfil, a pesar de eso, ¿cree usted que la literatura pueda ser un elemento real de transformación?

El concepto de literatura como torre de marfil ya es obsoleto. Hubo momentos a finales del siglo XIX donde ese concepto de literatura primó, pero en este momento —aunque puede ser que en algún lugar del mundo algún escritor sostenga el concepto del arte por el arte y quiera prescindir de los compromisos sociales, las relaciones familiares, para hacer una literatura puramente esteticista, de búsqueda de la belleza del discurso— por lo general la literatura en la actualidad es, o bien comercial, o bien está en función de defender lo mejor que ha producido la humanidad, los mejores derechos humanos y la identidad nacional.

De su poesía se ha dicho que tiene un cierto aliento conversacional, y si bien la literatura conversacional un momento determinado tuvo mucho auge, luego en muchos casos fue muy criticada, ¿cómo ha hecho para mantener pese a todo ese espíritu vertebral?

Mi escritura a pesar de todo no rehúye el conversacionalismo, aunque no puede insertarse dentro del conversacionalismo más puro sino que creo que esa corriente literaria influye en algunos giros de mi poesía pero como bien decía Lina (de Feria) ayer en una conversación privada, nosotros fuimos los primeros en apartarnos del canon exteriorista o conversacionalista para hacer una poesía de la existencia, es decir, una poesía que planteara la realidad del hombre viviendo íntimamente su vida en el seno de la sociedad a partir de la perspectiva del Yo. Diría que sí, que habiendo nacido en el momento en que nací y habiéndome iniciado en la literatura en el momento en que lo hice, mi poesía tiene que recibir influencia de las poéticas en boga en ese momento donde efectivamente primaba el conversacionalismo, pero creo que en mí se dan también elementos de poéticas quizá anteriores como algunos elementos neorrománticos, cierto intimismo.

Usted decía también que no concebía escribir alejado de la solidaridad humana, ¿tiene que ver esa afirmación con que gran parte de su obra se haya hecho en Holguín?

Cuando dije eso quise expresar que en nuestro país se dan todas las condiciones para que la persona que haga poesía, narrativa o cualquier otro arte no se sienta sola y no tenga que hacer una obra desde la poética de la soledad, de la reclusión, sino una escritura abierta a esos contemporáneos que también están luchando por mejorar el mundo. Por ejemplo, en esta misma fiesta de las Romerías y en muchas otras que nosotros hacemos, todos los factores colaboran y entonces el creador se siente parte integrante de un conjunto donde su obra es valorada desde una perspectiva del colectivo.

Amén de esa relación, la calidad misma de la poesía, ¿cómo es?

Eso es difícil de valorar. Creo en la calidad de la mayoría de los poetas holguineros, ahora, en cuestiones literarias, sobre todo en poesía, la propia historia del desarrollo poético es quien te pasa la cuenta y muchas obras que en estos momentos nos parecen muy logradas al final envejecen. En estas cosas el tiempo es quien dice la última palabra. Podría afirmar, sin temor a equivocarme, que la poesía que se escribe en Holguín está al mismo nivel o disfruta de un estatus de calidad igual a lo que se escribe en otras partes del país. De manera general me parece saludable que tanta gente se acerque a la creación literaria y que haya esta especie de revolución en el campo de las letras.




Y su propia poesía, ¿en qué estado está?

Ahora ya casi no escribo. Soy una persona que empezó a escribir relativamente joven y no pierdo la esperanza de escribir poesía otra vez. No escribo continuamente, sino de una manera muy calmada, porque creo que no es necesario hacer una obra extensa, sino que es mejor tener 20, 30 ó 40 poemas un poquito más logrados. De cualquier manera ya te digo que no eludo la posibilidad de publicar otro libro de poemas.

Delfín Prats: Yo tengo un mal karma*

Por Leandro Estupiñán

La casa de Delfín Prats es ruidosa, penúltimo sitio en el cual se refugiaría un poeta. Construcción moderna de cemento y placa con el interior pintado de azul, enlosado el suelo, enrejadas puertas y ventanas, de pequeño espacio, escueta. 

Pocos muebles utilizables dentro: tres sillas de bagazo y un sillón defectuoso. Desde el otro lado de la pared, en su cuarto-cocina, asoma una cama de hierro. Lo demás no logra verse pero él lo ha dicho: “Tengo un radio junto a la cama.” Y posee más, una bicicleta cubana, una hornilla eléctrica criolla, y un gato. Libros no tiene; ni siquiera los suyos. 

Su casa se encuentra en una esquina del reparto Pueblo Nuevo de Holguín. De las calles que la limitan la más ruidosas es la de al lado, y eso a Delfín lo fastidia muchísimo: “El problema es que hay mucho ruido”, se queja. “A mi molesta mucho vivir frente al ruido porque no puedo ni leer ni escuchar música”. 

Oyéndole, uno empieza a entender lo que de él se dice: extraño, escurridizo, humilde. ¿Por eso prefiere el campo? -“Es un problema rusoniano, no de ruso, si no de Rousseau. Es mi necesidad de buscar paz, sosiego. Me gusta la naturaleza. En un lugar donde no haya ruido disfruto más la lectura, quizás hasta se me ocurre una idea para escribir.” Y hace mucho tiempo que no escribe. Tanto silencio por parte del poeta ha dejado una traza de inquietudes a lo largo de este país. Unos se preguntan: ¿Se habrá muerto?, y el poeta duda pensativo: “¡Se habrá muerto!”. Otros quieren saber: ¿Se habrá ido del país?, y aún más pensativo, subraya: “¡Sí señor! Se habrá ido del país.” 

Equívocos como en un vodevil. Si allí está, o por ahí va, o aquí estuvo. Lo más fácil del difícil mundo de Delfín Prats es encontrarle, verle, hablarle en los últimos tiempos. “Ahora mismo estoy tratando de empezar a trabajar en la promotora literaria Pedro Ortiz. Intento realizar una labor más relacionada con la literatura.”, afirma. Uno duda, ¿cómo es posible que un poeta como él se haya apartado de las palabras, de la creación? -“Yo a veces quisiera estar escribiendo porque sería una válvula de escape; pero…tengo mucho miedo. Como considero logrados algunos de mis poemas, de pronto empezar a escribir… y que eso que escriba no quede al nivel de lo logrado. No quisiera escribir dentro de una retórica, tampoco volver a repetir mis viejos aciertos.” -“En los últimos años no he producido ningún libro, pero vamos a confiar que en el futuro sí se produzca algo.”, confiesa… 

Delfín Prats manifiesta simpatía por la obra de Gastón Baquero. ¿Coincidieron en alguna ocasión? -“Durante el encuentro de poesía La Isla entera coordinado por el Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid. Era un momento en el cual estaban presentes Pablo Armando, César, Heberto, Gastón Baquero. Todo el mundo presentó una ponencia en esa reunión, que fue poética sobre todas las cosas. Entonces coincidí con Gastón en un estanquillo de revistas. Iba con Reina Maria Rodríguez en un auto, que manejaba un amigo de ella cuando dijeron ellos: Mira a Gastón. Estaba en un estanquillo de revista. Bajé para despedirme. Le dije: Maestro, ya me voy; y él me compró el diario El país y me lo regaló. No tuve una larga conversaciones con él, debí haber aprovechado el momento, pero no soy periodista…” Su admiración por Gastón Baquero le hace decir más: “Gastón se quedó sin grandes premios.” “Gastón merecía el Cervantes. Dulce Maria también era merecedora del premio porque hay una trayectoria en Dulce Maria interesante, la vida que vivió, el hecho de representar algo así como el país.” 

Otro de los momentos, junto con aquella publicación de Lenguaje de mudos, más controversiales en la vida de Delfín Prats se relaciona precisamente con un antiguo amigo, el escritor holguinero Reinaldo Arenas. Arenas convirtió a Prats en personaje de alguna de sus obras, entre ellas, quizás la de mayor renombre, sus memorias, Antes que anochezca. -“Amigo es una noción excesiva cuando se habla de Arenas, sabido es que rechazaba el amor y la amistad, se jactaba de utilizar a las personas tanto para fines literarios como extraliterarios. El personaje que crea Arenas es exagerado si se compara con el muchacho que yo fui. Un muchacho mucho más inocente, mucho más ingenuo que el personaje de ficción. No es que quiera defenderme ahora, pero yo era un romántico, uno que ballaguianamente se paseaba «con el ombligo al viento» por playas y tugurios. Reinaldo es un gran fabulador y entonces, a partir de los elementos más triviales construía una cosa novelesca. Las peripecias que me atribuyó fueron tremendas. En su escritura todo está hiperbolizado. Esa es la gran virtud del libro que has citado. Como testimonio su escritura falla, como literatura de ficción no. ¡Cómo supo ficcionar todos aquellos años! Aquellos viajes en tren, donde hay cierta dosis de verdad. Es cierto que nosotros cogimos más de una vez el tren aquel en el que ibas de pie entre un tumulto de seres más que generosos, pero en ese tren no se podían hacer aquellas cosas que describe, delante de todo el mundo. Por mucho que uno quisiera, aunque tuvieses el partenaire disponible, no podía. He leído el libro muchas veces y me entretengo muchísimo.”
 
*Fragmento de la entrevista publicada en la revista cubana La gaceta de Cuba. No 3. Mayo-junio. 2006 Fotos: Kaloian Santos Cabrera

Poeta holguinero Delfín Prats: Maestro de Juventudes

Por Leandro Estupiñán

Delfín Prats parece ajeno a los acontecimientos. Sin embargo, este domingo llegó a La Habana para recoger el máximo premio que entrega la Asociación Hermanos Saíz (AHS): Maestro de juventudes, a propósito de la Jornada por el día de la Cultura Nacional que han preparado las distintas asociaciones de escritores y artistas, juntos al Ministerio de Cultura.

Dicen que Abel Prieto, Ministro de Cultura, se entusiasmó al ver el nombre del poeta en una nómina donde, también, se encuentran prestigiosos intelectuales como Luis Carbonell, Teresita Fernández, Rogelio Martínez Furé, Antonia Luisa Cabal y Fernando Pérez. El reconocimiento al holguinero es un acto de justicia con el autor de “Lenguaje de Mudos”, poemario ganador del David, en 1968.



Luis Morlote, presidente de la Asociación Hermanos Saíz entrega a Delfín Prats el título que lo designa Maestro de Juventudes



 
Prats (Holguín, 1945) es un hombre sencillo, tercamente metido en un mundo del que se encarga de volver constantemente. Vive en el reparto Pueblo Nuevo, labora en el Centro de Promoción Literaria Pedro Ortiz y. aunque es autor de unos cuatro libros de poesía, dos de cuento e igual número de antologías, su calidad poética ha merecido la atención de público y crítica.

Su carrera literaria comenzó después de licenciarse en Idioma Ruso por la Universidad de Moscú. Para entonces, laboraba como traductor en diferentes instituciones habaneras y, luego, de su ciudad natal.

Durante su estancia en la capital cubana publicó sus primeros poemas en la revista La Gaceta de Cuba, dirigida por Nicolás Guillén y comenzó a relacionarse con grupos de escritores y poetas que tenían su refugio en la noche habanera de los sesenta.

Al volver a Holguín comienzan sus relaciones con el movimiento cultural en ascenso de la ciudad oriental con nombres de valía como Pedro Ortiz, Carlos Jesús García, Alejandro Querejeta, Lourdes González y Lalita Curbelo, entre otros.

Entre los premios que ostenta por su obra se destacan el David, el Premio de la Ciudad de Holguín (1991) y el de la crítica (1987), sin contar homenajes y estudios que ha merecido su obra. El escritor Ronel González mantiene inédito su libro-ensayo: “Delfín Prats en su temida polisemia”.

El premio Maestro de Juventudes, también entregado a personalidades como Alfredo Guevara, es sin dudas un acto de justicia. No sólo por soporíferos días que le tocaron décadas atrás, sino porque él mismo necesita electrochoques de este tipo de vez en cuando.

Sin dudas, su fuerza poética y su propia sencillez le han convertido en una figura vital en el auge experimentado por la literatura en holguinera en los últimos tiempos.

Tan cardinal ha sido su influencia que se especula con la realización de un mural, en uno de los dos edificios más altos de la ciudad, para su poema “Humanidad”, el más conocido de todos los suyos, quizás, y el que revela del poeta la esencia más comprometida con su especie.

La poesía y el ser en un instante exacto

Fotorreportaje de Kaloian Santos Cabrera

A sus sesenta años, el poeta Delfín Prats pasa sus días inmerso en una pequeña casa de la ciudad de Holguín, rodeado de tres sillas, una cama personal, un tocadiscos para escuchar la radio, una bicicleta cubana, unos mapas pegados a las paredes de color azul y su gato Amarillo. También conforman ahora su espacio la promotora literaria Pedro Ortiz y algunas presentaciones de libros.


Gracias a las inquietudes literarias del buen amigo y periodista Leandro Estupiñán, llegué hasta Pueblo Nuevo (así se llama el reparto donde vive Delfín) para hacerle fotos al bardo para una entrevista --o mejor una plática afable.

Delfín, aún desde un barrio periférico donde reina el ruido que "me molesta mucho porque me aburro", y donde no conserva libros (ni los suyos propios) al no ser el de turno que este leyendo, es cosmopolita. Menudo contraste con la escena donde actúa.

Su definición de sí mismo: "Yo nunca he cultivado la literatura profesionalmente, por lo tanto no hay razón para considerarme un escritor. Cuando han venido los poemas, los he escrito. Cuando me los han pedido para su publicación, los he entregado. Cuando los he visto aparecer en antologías, me he sentido satisfecho. Nunca he cultivado la poesía, no he aprendido a rimar ni a medir, ni a valerme de recursos retóricos propios de este arte. Si he dado en el clavo ha sido de chiripa. Por lo tanto no hay razón para considerarme un poeta. Y como no soy miembro de cofradía literaria alguna, ni estoy insertado en los medios culturales de Madrid, Roma, Perú, Londres o Ciudad México, no hay razón para encasquetarme el sombrerito de intelectual. En realidad convendría aplicarme el calificativo de 'vate', si la palabra no tuviera connotaciones de una brutalidad y una vanidad desconcertante. O de 'nabí', pero es regla que nadie lo es en su tiempo y espacio."


Más, en una reciente antología publicada en Cuba Literaria nombrada Cien poetas cubanos, encontré sobre Prats: "Su poesía participa del aliento testimonial de su tiempo, del tono conversacional común a su promoción, pero agrega la problematicidad biográfica, la mirada transida del mundo, cierto temor que no llega al tono elegíaco, la duda más que la afirmación rotunda. Su sinceridad no es, sin embargo, expresividad descarnada del acontecimiento vital, porque prefiere usar la gasa estética que cubre la realidad."

No es de extrañar que muchas voces autorizadas en el tema consideren a Prats como uno de los más talentosos de su época en la nación cubana. Tampoco debe caber la menor duda de lo anterior, hasta para quienes no están al tanto de la historia de los versos en esta Isla con solo leer:



NO VUELVAS A LOS LUGARES DONDE FUISTE FELIZ

No vuelvas a los lugares donde fuiste feliz.
Ese mar de las arenas negras
donde sus ojos se abrieron al asombro
fue sólo una invención de la nostalgia.

Extraviado en medio de la noche
no puedes recordar;
has perdido los senderos del sueño
y despiertas buscándolo en el ocio
y el juego de los soldados y su lengua,
extraña a tus oídos, había sido para él
un descubrimiento en este día hecho
para creer en la memoria de ambos
como las montañas que entonces los rodearon.

Di adiós a los paisajes donde fuiste feliz.

Vive la plenitud de la soledad
en el primer instante
en que asumes la separación,
como si ya su estatua
en ti elevada por el amor,
para la eternidad fuera esculpida
contra el cielo de aquella isla,
contra sus ojos, más grandes
y más pavorosos que el silencio.

Y es que poder conversar con él e intuir que fluye una amalgama universal de culturas es una sensación inusitada.

Con los que comentamos que habíamos estado entrevistando a Delfín y le conocían, nos miraban como si hubiésemos alcanzado el Olimpo.

Se lee en la entrevista ya referida, a publicarse próximamente en La Gaceta de Cuba: "Hace mucho tiempo que no escribe. Tanto silencio ha dejado una traza de inquietudes a lo largo de este país. Unos se preguntan, ¿Se habrá muerto?, y el poeta repite pensativo, '¡Se habrá muerto!'. Otros quieren saber, '¿Se habrá ido del país?', y el poeta aún más pensativo, subraya, '¡Sí señor! Se habrá ido del país '. Equívocos como en un vodevil. Si allí está, o por ahí va, o aquí estuvo. Lo más fácil del difícil mundo de Delfín Prats es encontrarle, verle, hablarle en los últimos tiempos." 


Y uno duda, ¿cómo es posible que un poeta como él se haya apartado de las palabras, de la creación?

"Yo a veces quisiera estar escribiendo porque sería una válvula de escape; pero tengo mucho miedo. Como considero logrados algunos de mis poemas, de pronto empezar a escribir, y que eso que escriba no sirva. No quisiera escribir dentro de una retórica, tampoco volver a repetir mis mismos logros."

Habla de trece poemas nacidos al fragor de la bohemia habanera de los años sesenta del siglo pasado, contenidos en un libro bajo el título Lenguaje de Mudos (Ediciones Unión, La Habana, 1968), ganador del premio David.

También los recopilados en Para festejar el ascenso de Ícaro (Ediciones Unión, La Habana, 1987), premio de la Crítica, otorgado por las editoriales y el Ministerio de Cultura a las diez obras más representativas del año 1988.

Ahora queda el poeta a merced de las instantáneas. Trato de que fluya un encuentro donde se funden en un instante exacto la poesía y el ser.


14 de noviembre de 2009

La ruta del Chan Chan.

Tomado de http://cubavistaalasseis.blogspot.com/2009/11/una-ruta-surrealista-la-ruta-del-son.html



foto:lázaro wilson


Una canción despertó en algunos holguineros la iniciativa. Si el legendario Compay Segundo había inmortalizado un camino por el que los bardos y bohemios se desplazaban para enriquecer su acervo mediante el intercambio, ¿por qué no hacerle un homenaje y, a la vez, aprovechar el camino ya conocido en el mundo para abrir una ruta que muestre idiosincrasia, y una Cuba menos folclórica?


Creo, que le escuché la idea por primera vez a Richard Ronda, en medio de unas Romerías de Mayo, cuando trabajaba en su organización junto a Alexis Triana. Pero, fue este, el sábado 7, quien dio el primer paso para la materialización de un proyecto ambicioso, porque engarza varias tradiciones culturales desde un nombre genérico: La Ruta del Son. “Puede parecer utópico”, dijo Triana frente al Edificio de La Periquera, “el kilómetro cero”, según una arenga al universo para exhortarle a emprender este camino que iniciaríamos. Inmediatamente la caravana inició el periplo de cientos de kilómetros. Pretendía revivir mitos, casi mágicos, como los de la Virgen del Cobre, atestiguar costumbres de los cubanos asentados en los campos y ser partícipes de un itinerario peculiar.


Tres guaguas, un par de autos ligeros, un camión y una manada de motos antiguas, trazaron la ruta de lo que, luego, podrá convertirse en un derrotero marcado en mapas de turistas, aventureros o seguidores de una tradición casi extinta hoy: la bohemia y ese valorar la cultura desde lo cotidiano, desde lo que nos rodea, desde las cosas que por común nos parecen ordinarias, auque en verdad son poseedoras de una carga de tremendo valor, subrayado por la novedad y la nostalgia.


Las motos (Harley-Davinson, BCA-500, 300, Triunfo, MZ, de 1944 la más antigua) eran conducidas por hombres del Club LAMA (Asociación Internacional de Motociclistas Latinoamericanos), una sociedad que tiene como objetivo primordial el amor a este tipo de vehículo y la disciplina. Así, un puñado de motocicletas rugientes y motoristas campechanos, con chalecos negros y pañoletas en la cabeza, fueron la punta de la manada.


El primer alto ocurrió en Santa Lucía, debajo de una Ceiba, en el parque “de los creadores”, como le dicen a un paseo hecho con piezas de lo que fuera el Central Rafael Freire. Allí, el cuarteto Sueño Real interpretó un tema repetido luego pueblo tras pueblo: “El Chan Chan”, porque La Ruta del Son incluye la Ruta del Chan Chan, pero esa llegó un poco después. Antes, la caravana, desafiando campos pintados con el espléndido color de noviembre, haría unas cinco paradas más. En el Chorro de Maíta, fue la siguiente, el Museo y la Aldea Taina, que recrea la vida de los primeros moradores de estas tierras, nos recibió dadivosamente. Allí, alcancé una replica de la deidad Yucaho Bagua Morocote, una especie de dios de la yuca y el mar.


Alexis Triana, director provincial de Cultura, habla en todos los lugares. Explica el objetivo de la ruta y su importancia cultural. Entre los caravanistas hay un italiano que ha promovido un disco, inspirado en la ciudad de Holguín. Una pareja de mexicanos aprovecha las paradas para tomarse fotografías y mezclarse con los músicos o grupos folclóricos, como el Proyecto Cultural Guateque La Parranda y el grupo musical Rechiva del son que, en Banes, escenificó una escena con pelea de gallos incluida.


Mientras transcurre el espectáculo, en las puertas del Museo indo-cubano Baní, “el único de su tipo del Caribe” (dice una trabajadora) converso con Yurisay Pérez Nakao, investigadora con quien compartí una estancia en La Habana durante la pasada Feria del Libro. Ambos presentábamos libro. El de ella: Inmigración española, jamaiquina y árabe a Banes: historia, cultura y tradiciones. A la carrera, le vuelvo a entregar mi teléfono. Ella me regala una tarjeta con sus datos. “Vaya”, le dijo: “Ya tienes tarjeta”. Ríe. A su lado, un animalejo conservado en formol resulta la atracción para muchos.


Sobre el mediodía, estábamos en Antilla, “tierra de leyendas”, dijeron por unos bafles situados frente al mar, junto a la ermita donde estuvo la Virgen de la Caridad, hoy del Cobre. Hubo toque de tambor. Un vecino miraba extrañado la concentración y se quejó en mi oreja: “Uno no se entera de nada. Ni en su cuadra”. Lo dijo porque la representación cultural ocurría en la esquina opuesta a su vivienda. Ante sus ojos, bailó la rueda de casino Holguín Forever y a la moto que había llegado la noche anterior desde Camagüey le colocaron una bandera.


En todas las paradas lo hacían: Una bandera para cada motocicleta y, después, las banderas repicaban el aire y daban una imagen multicolor a nuestro viaje. La siguiente parada fue en Báguano: pleno carnaval, multitudes en las calles, el central López-Peña con su chimenea gigante, parado, cerrado, como Gulliver tumbado en la tierra de los enanos. Aquí estuvo por primera vez la Virgen del Cobre, dijo un hombre. Estábamos ya en Barajagua. Recto, la carretera lleva a Mayarí, pero antes debimos desviarnos para visitar Alto Cedro.




Ahora sí: La Ruta del Chan Chan, la que inmortalizó Campay Segundo. En el pueblo, atravesado por una línea ferroviaria, el septeto Aire cubano tocaba. Todo el mundo se había reunido en la Terminal. Había tanta gente, tan entusiasta, que de haber colocado un video en YouTube cualquiera habría creído presenciar la resucitación de Michael Jacson, pero no: era un hombre del lugar quien, simulando a Compay Segundo, era comprimido por una multitud que coreaba cadenciosamente: “Compay, Compay”.


Una viejita de 86 años me confesó que el acontecimiento parecía el más grande, en años. Alto Cedro es tan lejano, tan olvidado que, sin dudas, la visita fue gratificante para los vecinos. La Ruta, para el pueblo puede ser volver a vivir, existir, y con orgullo. La intención cultural intenta hacerlo seriamente. Por eso, la tarja colocada dice: “Aquí comienza la Ruta del Chan Chan”. Lo sabemos, sigue en Marcané, Cueto y, finalmente: Mayarí.


Ya de noche, hubo representación artística y jolgorio: baile, tragafuegos, claves, repentistas y hasta una banda municipal en el Boulevard de Cueto. En Mayarí, casi a las once de la noche, la gente estaba revuelta. Vivía la XX edición del Festival del Son, un encuentro de Agrupaciones Soneras que reúne orquestas de primera línea junto a los anfitriones: Los Tainos de Mayarí. El final del recorrido fue allí, a pocos metros de la Plaza Central donde a esa hora la muchedumbre se divertía.


De vuelta, la cosa fue menos divertida. El cansancio golpeaba como un boxeador profesional. La caravana iba en silencio. Los policías de la motorizada, que nos acompañaron durante la jornada, se retiraban en silencio. Los motoristas de las Harley-Davinson, BCA-500…esperaron unos minutos antes de salir. Quien nos vio regresar no nos hubiera conocido. Horas antes, éramos una culebra que amplificaba sones sin parar, gracias a un altavoz amarrado en el techo de un auto. A media noche éramos reflexión, como la caballería que vuelve de las cruzadas con la mente puesta en lo que ha hecho.




LETRA DEL CHAN CHAN.
Autor: Compay Segundo

De alto cedro voy para marcané
llego a cueto, voy para mayarí

El cariño que te tengo
no te lo puedo negar
se me sale la babita
yo no lo puedo evitar

Cuando juanica y chan chan
en el mar cernían arena
como sacudía el jibe
a chan chan le daba pena

Limpia el camino de paja
que yo me quiero sentar
en aquél tronco que veo
y así no puedo llegar

De alto cedro voy para marcané
llegó a cueto voy para mayarí

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