Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
Seguí mis estudios, y entre aprietos
y alegrías llegué a terminar mi doctorado en 1941. Entonces, tal y como lo
había previsto el profesor Lukiens, me nombraron profesor en el Departamento de
Español de Yale. Allí me quedé durante toda mi carrera, investigando y
enseñando las letras y la cultura hispanoamericanas, siempre tratando de
abrirle espacios a estos campos dentro del mundo académico norteamericano.
Al principio encontré bastante
resistencia. Recuerdo que la primera vez que fui a una reunión de la Modern
LanguageAssociation, en Nueva York, me invitaron a un almuerzo algunos
profesores. Yo todavía era estudiante graduado y me sentía muy orgulloso de
estar entre las luminarias de la profesión. En eso el profesor Miguel Romera Navarro,
un andaluz que enseñaba en la Universidad de Pennsylvania, me preguntó que
sobre qué estaba haciendo mi tesis doctoral. Le contesté que sobre la
literatura dramática cubana desde sus lejanos orígenes en la colonia hasta el
momento actual en la república. Y el profesor declaró categóricamente: “!Pero
en Cuba no hay teatro!”. Y agregó con voz tajante: “En Hispanoamérica nunca
hubo, ni hay, ni habrá teatro”. Yo apenas logré contener mi ira y le respondí
sencillamente: “Rebatir su punto de vista es precisamente el propósito de mi
tesis”.
No fue Romera Navarro el único en
querer ignorar la literatura hispanoamericana, porque en esa época predominaban
los que creían que lo único que valía la pena enseñar era la literatura
peninsular. Cuando empezaba yo d eprofesor, hice una visita a la Universidad de
Princeton y conocí al renombrado Américo castro. Él me preguntó: “¿Qué
enseña?”. Y cuando le contesté, me dice: “¿Literatura hispanoamericana” ¡Pero
eso no existe!”. Inmediatamente le digo: “!Entonces yo no existo!”. El hombre
era tremendo. Parecía que iba a comerme a pedazos o tirarme a la basura.
Por eso dediqué mi carrera a
demostrar no sólo la existencia, sino la importancia de la literatura
hispanoamericana. Y como es sabido, mis ideas al fin han triunfado.