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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

20 de julio de 2018

La ruta de la nganga Oguakondile hasta hoy

Por César Hidalgo Torres

A partir de este momento comenzamos a acercarnos a la también mágica y magnifica historia de cómo la ganga Palo Monte Oguakondile vino a parar a las manos y el corazón de Javier Campos Peña, que fue quien trajo a Cuba la primera medalla de oro en lucha libre que el deporte cubano ha conquistado.

 
Don Miguel Campos de la Cuadra.

El abuelo de Javier se llamó Miguel Campos de la Cuadra y era descendiente de indio dominicano. Era Miguel un niño cuando su familia se trasladó a Cuba. Aquí vivió toda su vida hasta el año de su muerte, 1958, entonces tenía 118 años de su edad.



Recién llegado a Holguín el que entonces era un niño, fue a vivir con su familia en una pequeña casa que alquilaron al final de la calle Frexes, casi en la rivera de lo que entonces era el río Marañón. Allí el muchacho comenzó a “ver cosas y gente que él no conocía” y de ellos hablaba, pero sus padres no le hacían caso creyendo como creían que eran recuerdos que  traía de su natal Santo Domingo. Pero después el niño comenzó a adivinar sucesos que ocurrirían después, como por ejemplo, un día le dijo a sus padres que su abuela había venido esa noche a visitarlo para avisarle que se iba a morir. Dicho lo que dijo, sus padres lo reprendieron diciéndole que con cosas tan serias como esa, no se jugaba, sin embargo, a los pocos días les llegó una carta de la familia que había quedado en Santo Domingo avisando que su señora madre había muerto exactamente el día que el niño lo predijo.

Asustados, porque cada vez que el niño le adivinaba cosas a la gente esas ocurrían, los padres lo comenzaron a llevar a centros espirituales y en todos le decían lo mismo: “Este niño tiene una misión muy grande en la tierra”, pero nadie podía descubrir qué misión era.
Mientras, como es costumbre de los muchachos, él comenzó a crecer y los padres se preocuparon más porque a cada rato despertaban a horas muy avanzadas y descubrían a Miguel sentado en el tronco de una mata de anacahuita que estaba en el patio de la casa, hablando y cantando en una lengua que nadie entendía.
Cuando cumplió 18 años, Miguel llamó aparte a su padre y madre y le dijo que estaba decidido a comenzar a cumplir su misión en la tierra, pero que antes tendría que enterrar al padre. La madre se persignó y, asustada, le habló duró diciendo que aquello pasaba de castaño oscuro, que qué juegos eran esos. Entonces el muchacho, notándose el dolor que estaba sufriendo, dijo que sus palabras no eran juegos, que todos debían estar preparados porque el siguiente viernes el padre iba a morir. Y así ocurrió. 
El niño que sorprendió a todos por su poder de adivinar, se convirtió en uno de los más altos misioneros de Holguín, Cuba.
Después de la muerte de su padre Miguel Campos de la Cuadra comenzó a peregrinar por muchos centros espirituales, donde adquirió gran experiencia y se convirtió en un alto misionero, pero sabía él que todavía no adivinaba cuál era la gran misión que debería cumplir en la tierra y por eso continuó averiguándolo. Mientras tanto se casó muchas veces y tuvo 32 hijos.
Tuvo que esperar don Miguel a llegar a los 60 años para enterarse cuál era la tarea que los grandes poderes le habían asignado.
 


El embrujo hecho en Los Portales por Taita Julián y los otros negros brujos que lo acompañaban



Por: César Hidalgo Torres
Toda su vida vivieron en el Cerro de Los Portales siete hechiceros cimarrones. La gente iba hasta un punto cercano, sin que pudieran cruzar más allá, tratando de conseguir que los brujos les curaran sus enfermedades y ellos lo hacían porque conocían todos los palos del monte con los que se podían sanar hasta las más extrañas malencias.

Los hechiceros hablaban tan mal el castellano que apenas se les entendía, y como los vecinos no sabían las lenguas africanas, fueron bautizando a los siete. Antes hablamos la causa por la que bautizaron María Siete Sayas a la única mujer que en verdad se llamaba Amaluke Takalule; y cómo Tanka Jururu fue Taita Roque. Ahora corresponde hablar de Taita Julián y la causa por la que se conociuó con este nombre.

Taita Julián

Taita Julián fue el nombre con que se conoció a otro de los negros. Él y María Siete Sayas fueron los dos más conocidos. Era este negro un congo muy robusto pero de estatura pequeña, que mejor que todo el mundo, fue cazador de venados y un buscador de jutías en todos los palos que crecían en las lomas.
Un día en que Taita Julián andaba en sus andanzas por las lomas, sediento, vio la casa de un campesino criollo. Era la casa muy grande, con paredes de tablas de palmas y techo de yarey. Ahí el Taita hizo uno de sus grandes milagros.

Para pedir agua, Taita Julián se acercó a la cocina de la casa, exactamente en el momento en que la señora iba entrando con un haz de leña… La mujer, que estaba sola porque sus tres  hijos varones y el esposo estaban labrando en su conuco, se asustó mucho cuando vio al negro casi desnudo y que brillaba por el sudor.

El Taita Julián se apresuró en decirle por señas a la asustada que él nada más quería agua.

Sin que se le quitara el susto, la mujer entró a la cocina y le trajo al negro un jarro con el agua. Taita Julián bebió mientras sus ojos recorrían toda la cocina: había un fogón de leña revestido con ceniza y cocoa y un burén de fabricar casabe, pero nada de eso fue lo que llamó la atención del negro sino una jaula de madera donde tenían encerrada a una niña demente que no había cumplido más de 25 años.

Al parecer habían tenido a la loca encerrada allí desde siempre, por lo que en verdad parecía un bicho malo, desnuda como estaba, sucia del fango que se había formado con el polvo del piso y su orine. Era un olor francamente desagradable el que salía de la jaula.

Taita Julián hizo señas a la mujer preguntándole por qué estaba la muchacha encerrada. “Porque está loca”, respondió la mujer haciendo una mímica. Y el Taita, otra vez por señas, preguntó si se podía acercar a la jaula. Sí, dijo la mujer, moviendo la cabeza de arriba a abajo.

Antes de continuar es menester que describamos la jaula: era del tamaño de un cuarto pequeño, hecha con maderas rústicas. Con sogas estaban amarrados los palos y tenía una abertura por debajo, para pasar los alimentos.

Se acercóTaita Julián a la jaula. La muchacha se sentó en un rincón cubriéndose con sus brazos el cuerpo desnudo y mientras tanto comenzó a llorar muy bajito.

La actitud de la demente llamó la atención de la señora de la casa, que era la madre de la muchacha. Es que la prisionera se volvía una fiera cuando alguien se le acercaba aunque fuera para darle los alimentos y lanzaba pegotes de fango hecho de polvo, orine, excrementos…Por eso la sorpresa de la madre: ¿cómo era que la muchacha se había quedado tan tranquila, llorando tan bajito que parecía que estaba murmurando palabras muy tistes?

Porque la comunicación de Taita Julián con la madre de la demente era difícil, porque ninguno hablaba la misma lengua que el otro, el negro no pidió más permiso: se sentó en el suelo y empezó a hablar y cantar en una lengua extraña, la mirada fija en el suelo.La muchacha se levantó del rincón en el que estaba y se fue acercando a los palos de la jaula, llorando bajito siempre. El negro introdujo sus manos entre los palos de la jaula y empezó a acariciarle la cabeza a la muchacha, que tenían un pelo tan largo que le llegaba por debajo de las nalgas, y sucísimo, empegotado de fango y churre.

Al sentir las caricias de Taita Julián la muchacha se puso de rodillas y sin protestar y siempre llorando, dejó que el negro hiciera.

Al rato la joven dejó de llorar. Entonces el Taita fue hasta el fogón y de allí tomó un cuchillo y un machete y los puso a la candela, y mientras tanto hablaba y cantaba en la misma lengua extraña.

Cuando cuchillo y el machete estuvieron al rojo vivo, Taita Julián los cogió en sus manos y picó cada una de las sogas que sujetaban los palos de la jaula. La muchacha quedó completamente libre. Pero aconteció que en ese mismo momento llegaron a la casa los hermanos y el padre de la muchacha, porque alguien les había avisado que en su casa había un negro casi desnudo.

Los tres hombres sacaron sus machetes, pero la señora de la casa se les interpuso a la vez que les hacía señas de que hicieran silencio. Padre y hermanos de la loca quedaron paralizados al verla arrodillada, tapándose los senos con las manos.

Taita, sin darse por enterado de la llegada de los hombres de la casa, seguía su trabajo. Su piel brillándole como bronce recién fundido por el sudor que le corría a chorros…

Cogió el negro un balde, lo llenó de agua y lo puso a la candela; después salió al patio y buscó varios gajos de matas… y mientras hacia lo que le estamos narrando, no dejó de cantar y hablar.Puso los gajos en el balde que tenía a la candela y allí lo dejó todo, esperando que hirviera. Y mientras tanto cogió el negro una astilla encendida y la pasó por los pies y las manos de la niña… muy pronto se sintió el olor a piel quemada, pero para sorpresa de los hermanos y padres de la loca, ella, en lugar de gritar de dolor, comenzó a cantar y hablar en la misma lengua extraña del Taita.

Enterados, varios vecinos acudieron a la casa. Nadie podía creer lo que veían: la muchacha bailaba y cantaba, siempre repitiendo en lengua desconocida lo que Taita Julián le enseñaba.

Terminado el baile, el negro hizo señas a la madre para que bañara a la niña con el agua y los gajos que estaban en el fogón.Cuando la madre terminó la niña ya se había curado.

En agradecimiento por lo que hizo con su hija, la madre de la muchacha bautizó al negro como Taita Julián, en honor a la muchacha, que se llamaba Julia.


Los otros negros que vivieron en el cerro de Los Portales se conocían entre los vecinos con los nombres de Taita Mundo, Gregorio Carambo, Taita Francisco y Juan Klemao.

De cómo los siete brujos del Africa que vivían en el Cerro de Los Portales se protegieron para no ser cazados por los perros de los rancheadores



Por: César Hidalgo Torres
Tiempo es que dediquemos un post para hablar de AmalukeTakalule, la única mujer entre los siete hechiceros africanos que huyeron desde un barco negrero que encalló en Boca de Sama hacia el cerro de Los Portales, en las inmediaciones de Bariay, muy cerca del poblado de Santa Lucía, en Holguín.
A ella la conocían los criollos de la zona y también los cimarrones apalencados en otras regiones, con el nombre de “maita tonga leña” y así la rebautizaron porque siempre que la vieron en los montes andaba ella con un haz de leña sobre los hombros.
Pero cuando los contemporáneos de la negra se hicieron viejos, se les olvidó ese nombre y los que ahora saben de ella la conocen como “María Siete Sayas” porque las mujeres le regalaban a la cimarrona, faldas viejas y ella se las ponía todas juntas, amarradas a la cintura con un bejuco.
El embrujo que hizo Amaluke para protegerse de los rancheadores.
Una noche cuando los siete brujos estaban alumbrando la nganga, les llegó una señal de peligro. Por todos los contornos se sabía que en el cerro Los Portales había negros apalencados… y en otras regiones, supieron los cimarrones, había hombres que se dedicaban a cazar negros huidos y por ese trabajo a los cazadores o rancheadores les pagaban mucho dinero. Ellos se mantenían alerta por lo que supieron y sobre todo porque los infumbi o muertos que habían cobrado vida en la ngangale habían asegurado que serían perseguidos nuevamente, por eso todo se puso en función de defenderse cuando, una noche, sintieron ruidos.
Los siete se pusieron a invocar a sus muertos y, mientras, los ojos de la negra parecían llamas  iluminados por la luz de la candela…
AmalukeTakalule, que todavía no era ni Maita Tonga e Leña ni María Siete Sayas, bramó como una pantera enjaulada y en el dialecto de su tribu le comunicó a los otros que a aquella loma no subía nadie y lo juró. Para evitar intrusos rancheadores dijo la mujer que iba a regar anzuelos y para fabricarlos mandó a buscar siete “quillambas”o calaveras de perro jíbaro, siete de lechuzas, siete de judíos o totíes y siete plastas de mierda de vaca mojada.
Cuando tuvo lo que necesitaba, la hechicera convirtió en polvo las siete quillambas o calaveras de perro jíbaro y el polvo lo depositó en el tronco de dos ceibas que estaban en la falda del cerro, exactamente por donde pasaba el único trillo que había para subir a la cueva: “estos siete perros jíbaros, dijo la negra, segura, se encargaran de morder a toda persona o animal que intente subir”.
Y el polvo de calavera de lechuzas lo regó por todo el monte para que las aves velaran de noche y dieran aviso a los perros invisibles que cuidaban el camino de subir al cerro.
Por su parte los polvos preparados con los esqueletos de los totíes estarían todo el día velando el área del cerro y con sus chillidos pondrían en alerta a los perros jíbaros de día.
Y porque se percató que le hacía falta otras cosas del monte, Amaluke mandó a buscar siete mudas o pieles de ñacos o majaes y con ellas preparó un polvo para que nadie pudiera subir al cerro si no era arrastrándose.
El Diablo de Banes aseguró que él cazaría a los siete brujos del África cimarrones en el Cerro de Los Portales.
Había un famoso cazador de negros por la zona de Retrete, en Banes, que lo apodaban El Diablo, aseguró que el cazaría a los apalencados del cerro de Los Portales y nadie lo dudó porque este rancheador tenía una cuadrilla de asesinos y una decena de perros entrenados.
Salió el Diablo para Los Portales y llegó durante una noche como boca de lobo, lo acompañaban la cuadrilla de asesinos y los perros famosos. A caballo llegaron hasta las dos ceibas donde Amaluke había puesto el polvo de los siete perros jíbaros, y una vez en ese punto las bestias se resistieron a seguir sin importarle que los jinetes les estuvieran sacando la vida con las espuelas. Y también los perros cazadores de esclavos huidos se detuvieron silenciosos ante las dos ceibas, como si hubieran perdido el olfato definitivamente.
Osado como era, el Diablo, rabiando por el comportamiento de sus animales, mandó a sus secuaces a que desmontaran y, armas en mano, se dispusieron a coger el trillo y seguir de las dos ceibas en lo  adelante… pero, tuvieron que maldecir la hora en que se atrevieron. Nada más que cruzaron el lugar donde estaba las dos ceibas una jauría de perros jíbaros invisible les calló encima, mordiéndoles todo el cuerpo, y a los perros que siguieron a sus amos, los descuartizaron los perros invisibles en menos tiempo del que se necesita para contarlo.
Los sobrevivientes del hecho que estamos terminando de narrarles, dijeron que ellos no veían a ningún perro, sino, nada más, los ojos que brillaban en la oscuridad y que sentían el dolor de las mordidas que les rajaba el pellejo.  Cuando esos terminaron de contar lo que les contamos, se murieron por las fiebres que les provocaron las mordidas de los perros invisibles.

Después del hecho que antes quedó por escrito, nadie más tuvo intención de capturar a los siete hechiceros cimarrones que vivieron hasta el día de sus muertes en el cerro de Los Portales, y aunque alguien lo hubiera querido, nadie pudo cruzar más allá de las dos ceibas, ni siquiera los muchos que llegaban hasta las inmediaciones tratando de conseguir que los negros les curaran sus enfermedades.

Los grandes brujos del Africa se convierten en cimarrones en El Cerro de Los Portales

Por César Hidalgo Torres

Después de sanar el herido Tanka Jururu, que todavía no se llamaba Taita Roque, llegó a donde lo esperaban los otros seis hechiceros africanos apalencados, ¡el catauro lleno de frutas del monte!
Mientras los demás saciaban su hambre el negro contó del hombre herido que encontró en el camino y de cómo lo había salvado. Y entonces fue que cayeron en la cuenta de que no estaban solos, por lo que no había otra solución como no fuera ponerse guardia y los cimarrones hicieron como las lechuzas, dormían de día y no salían de la cueva a buscar comida sino de noche.


De noche los negros iban hasta los conucos cercanos y allí robaban viandas y cazaban jutías a las que cogían durmiendo. Frotando unos palos verdes de cuaba con otro, sacaban fuego para azar a los animales y con una tea del mismo palo alumbraban la nganga, a la vez que le ofrendaban de todo lo que ellos comían.

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