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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

6 de agosto de 2023

LOS REVENDEDORES. TIPOS HOLGUINEROS

 Periódico “El Oriental”, Holguín, domingo 19 de junio de 1864, (Año III. No. 9)


TIPOS HOLGUINEROS

LOS REVENDEDORES

Dedicado a Don José del Rosal, del Comercio de Gibara.


Muchos son, Pepe, los apuros por los que hasta la fecha ha pasado mi humanidad estudiantil, aunque ninguno tan grande que me haya aplastado bajo su peso; te confieso sin embargo, que más que apurado me encuentro para entrar de lleno en la descripción del tipo de los “revendedores” por lo poco que tal asunto ofrece; pero bien o mal, con auxilio o sin él, cumpliré lo prometido preguntando lo que no sepa acerca del particular, porque por mis barbas juro que no son mi fuerte los artículos de venduta. Hecha esta salvedad para la mejor inteligencia de los lectores y encomendando mi alma a las oraciones de todos los venduteros habidos y por haber, empezaré la reseña historia vendutil de

“LOS REVENDEDORES”

El comerciante vende y el vendutero revende, así como el médico cura y el curandero procura; pero me anticipo más de la cuenta y falto deplorablemente al orden cronológico en tan importante asunto, lanzándome de lleno en medio de las dificultades del asunto, sin abordar antes la cuestión de la ascendencia, es decir, del origen.

La etimología de los revendedores se pierde, como otras muchas cosas, en la oscurísima noche en que los tiempos dormían cómodamente en sus catres a pierna suelta y sin pesadillas; pero para mí, historiador en ciernes, tengo por averiguado que desde que en este pícaro mundo se empezó a vender, principiose también la caritativa tarea de chupar al prójimo, averiguación que me hace suponer alguna semejanza entre el revendedor y el vampiro; pero concretémonos a la localidad y dejemos de investigaciones que producen a veces claros-oscuros que no convienen. 

En nuestra ciudad, que entre otros méritos posee el muy eminente de ser bañada por el inmortal Marañón y por el fantástico Jigüe, se conoce generalmente con el nombre de venduta todo aquel local en que se expenden al por menor y sin aparatos de tienda: frutas, viandas y otros adminículos del país, circunstancia que no deja de imprimir a los dueños, es decir, a los venduteros, un sabor de nacionalidad altamente recomendable, sabor agridulce como el de la guanábana.

Es cierto: nadie gana al vendutero a ser amigo de las glorias nacionales, razón por la que en sus cajones y en los serones que tiene en el piso de su establecimiento nada veréis exótico, nada que no sea altamente indigno… allí la caña criolla, la leña, los corojos y las piñas cimarronas se confunden en dulce fraternidad, con los cocos, los melones, los plátanos pintones, los boniatos sopanvinos y los ñames de Guinea. En el rincón de la derecha, casi a oscuras, notarás un montón de leña, conteniendo en su cúspide. Macutos y pencas de yarey; en el de la izquierda veréis, a tres varas del suelo y pendiente del techo con su correspondiente cucurucho de yagua, una escusa que contiene pedazos de queso, un plato de chicharrones, dos mazos de raspadura y quintal y medio de polvo y telarañas.  

El paisaje es, pues, altamente nacional, superlativamente nacional, guarapero… más que guarapero, joyuyo y abacanado o como e diría más tierra adentro: atayuyado. 

El dueño o la dueña, blanca o negra, está regularente sentado casi siempre en un taburete recostado y en sus ratos de ocio (que no son pocos), se entretiene si es él, en despalillar tabaco y es ella, en hacer dulces de la Santa-alianza, llamados así porque en el fondo de la paila se cuecen perfectamente aliados las raspaduras de piñas, de corojos, de cocos y de millo, que mezclados con partes iguales de pinol, bollo prieto y polvos de bacán y de ajonjolí, constituyen más tarde los dulces en forma de cuadritos que nos enjaretan por esas calles ciertas bozales de carita rayada, contemporáneas de Matusalén.   

A lo mejor se ve la vendutera distraída de su importante tarea, por algún marchante que entra y dice 

Medio de huevos; un cuartillo de raspadura; un chico de plátanos y otro chico de dulce de almendra.

Aquí no se conoce esa porquería, se vende solo bollo prieto, pinol, dulce de alcatraz o miel de purga.

¿A cómo el maíz?, pregunta otro. ¿A tres el serón? Pero si por las calles los venden a doce reales…

Pues vaya V. a comprarlo. ¿Para eso lo pregunta?

La vendutera, es decir, la mujer del revendedor, es generalmente seria, gasta pocas palabras, fuma mascando y escupe de medio lado: una reina en su trono no tiene ni se atribuye tanta majestad como la dueña de tantas producciones naturales colocadas a montón, en el suelo.

La revendedora, es decir, la hembra revendedotriz, si es negra, (como lo son la mayor parte), va también a la Marqueta con su tablero y, sentadita al pie de su farol, grita de cuando en cuando: ¡Caracas! ¡Empanadillas! ¡Maíz pelado! ¡Palmiche en almíbar!

A veces sale también el revendedor a los confines del pueblo y allí atraviesa por bajo precio los serenes de vianda, que traen los montunos, para revenderlos después concienzudamente.

 Pero tiempo es de acabar, Pepe, amigo, pues si no me equivoco creo que hoy son cuatro los escriticos que en un solo parto ha librado mi pluma; natural es, pues, que los entuertos me obliguen a parar, prometiéndote para el domingo siguiente la descripción del tipo de los “Barberos”. 

Tuyo hasta Josafat

CUPEICITO DEL MUCARAL

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