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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

23 de diciembre de 2015

México

Por Julio César Urbina

El mexicano, nacionalizado cubano, Jose Antonio Santana Banda, nacido en Torreón el 13 de mayo de 1907, trabajó como chofer del Departamento de Mercadería de la División Preston desde 1934 y hasta junio de 1952, que fue cuando regresó a Villa Clara, de donde había ido a Preston, Mayarí.

De México también, en 1954 entraron a Preston por petición del Presidente de la División, un grupo de seis monjas que pertenecían a la organización Corpus Crist, por lo que vestían sus túnicas de color blanco con ribetes de color oscuro y un pañuelo en la cabeza cubriendo todo el pelo. Ellas tenían la misión de ser instructoras religiosas y profesoras de primaria.

La Madre Superiora se llamaba Virtudes. Graciela y Cristina eran profesoras de enseñanza media, de primaria la hermana Josefina y la hermana Fidelia enseñaba y se ocupaba de los quehaceres de la casa. (Hubo una sexta de la que no tenemos su nombre, aunque varios vecinos hablan de la madre Sol, posiblemente ella sea la sexta monja, maestra también).

Coinciden todos sus alumnos que en las mañanas, antes de comenzar las clases, entonaban el Himno Nacional y rezaban un Padre Nuestro y luego cada uno iba a su aula donde las monjas mantenían un régimen disciplinario muy rígido. Quien cometiera alguna indisciplina era sancionado de diferentes formas: poner al infractor de pie en una esquina del aula mirando a la pared, escribir una frase de Martí cien veces, o si no, escribir esa misma cantidad de veces, la frase “no debo hablar en clases”, etc.

Dicen también que las monjas maestras conversaban a menudo de un gran templo que había en México que era de fama internacional, aunque ninguno de los testimoniantes recuerda cuál era.

Recuerdan quienes comieron lo que ellas preparaban, que eran, sobre todo, quienes se enfermaban en el batey y en los campos de Guaro, Herrera, Playa Manteca, y, también muchos niños, sus alumnos, que gustaban preparar las carne blancas, que las ensaladas y frutas las servían en su forma natural, que a las comidas las aliñaban con mucha cebolla y ajo y que preparaban todo tipo de helados y dulces.

El helado lo confeccionaban ellas mismas en su hogar de retiro con la siguiente receta, todavía puesta confeccionada en la zona:

Helado de Chocolate.

  • 3 cucharadas de chocolate rayado.
  • 1 lata de leche evaporada.
  • 1/8 cucharadita de sal.
  • 1 cucharadita de mantequilla.
  • ¾ taza de azúcar.
  • ¾ taza de agua.
  • 1 cucharadita de vainilla.

A la taza de leche evaporada se le añade el agua, el azúcar y el chocolate y se pone al fuego hasta que hierva. Luego se le agrega la sal, la mantequilla y la vainilla. El resto de la leche evaporada se bate hasta que aumente el doble de su volumen y se vierte en la primera mezcla, después se aparta del fuego y cuando este fría, se pasa a congelación.

La casa de las Monjas mexicanas

Las monjas de Preston tenían predilección por los cocos de agua, porque, decían, era muy limpia, refrescante y saludable. En sus hogares tenían cocos de agua y siempre andaban invitando a todo el mundo a que las acompañara a beber, sin azúcar, que era a lo que ellas llamaban “al natural”.

Al llegar a los valles de Preston las monjas fueron a vivir al fondo de la Iglesia Católica, pero luego la compañía construye, colindante con el templo, la escuela de mampostería de dos plantas que tenía las aulas en la planta baja y en la segunda planta los dormitorios de las monjas, consistente en seis cuartos, dos baños, sala, comedor, cocina y un amplio portal en su parte frontal que eran utilizado para algunas actividades catequistas con niños y jóvenes.










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