Por Julio César Urbina
Las monjas de Preston tenían predilección por los cocos de agua, porque, decían, era muy limpia, refrescante y saludable. En sus hogares tenían cocos de agua y siempre andaban invitando a todo el mundo a que las acompañara a beber, sin azúcar, que era a lo que ellas llamaban “al natural”.
El
mexicano, nacionalizado cubano, Jose Antonio Santana Banda, nacido en
Torreón el 13 de mayo de 1907, trabajó como chofer del Departamento de
Mercadería de la División Preston
desde 1934 y hasta junio de 1952, que fue cuando regresó a Villa Clara, de donde
había ido a Preston, Mayarí.
De México también, en 1954
entraron a Preston por petición del Presidente de la División, un grupo de seis
monjas que pertenecían a la organización Corpus Crist, por lo que vestían
sus túnicas de color blanco con ribetes de color oscuro y un pañuelo en la
cabeza cubriendo todo el pelo. Ellas tenían la misión de ser instructoras
religiosas y profesoras de primaria.
La Madre Superiora se llamaba Virtudes. Graciela y Cristina eran
profesoras de enseñanza media, de primaria la hermana Josefina y la hermana
Fidelia enseñaba y se ocupaba de los quehaceres de la casa. (Hubo una sexta de
la que no tenemos su nombre, aunque varios vecinos hablan de la madre Sol,
posiblemente ella sea la sexta monja, maestra también).
Coinciden todos sus alumnos que en las mañanas, antes de comenzar las
clases, entonaban el Himno Nacional y rezaban un Padre Nuestro y luego cada uno
iba a su aula donde las monjas mantenían un régimen disciplinario muy rígido.
Quien cometiera alguna indisciplina era sancionado de diferentes formas: poner
al infractor de pie en una esquina del aula mirando a la pared, escribir una
frase de Martí cien veces, o si no, escribir esa misma cantidad de veces, la
frase “no debo hablar en clases”, etc.
Dicen también que las monjas
maestras conversaban a menudo de un gran templo que había en México que era de
fama internacional, aunque ninguno de los testimoniantes recuerda cuál era.
Recuerdan quienes comieron
lo que ellas preparaban, que eran, sobre todo, quienes se enfermaban en el
batey y en los campos de Guaro, Herrera, Playa Manteca, y, también muchos
niños, sus alumnos, que gustaban preparar las carne blancas, que las ensaladas
y frutas las servían en su forma natural, que a las comidas las aliñaban con
mucha cebolla y ajo y que preparaban todo tipo de helados y dulces.
El helado lo
confeccionaban ellas mismas en su hogar de retiro con la siguiente receta,
todavía puesta confeccionada en la zona:
Helado de Chocolate.
- 3 cucharadas de chocolate rayado.
- 1 lata de leche evaporada.
- 1/8 cucharadita de sal.
- 1 cucharadita de mantequilla.
- ¾ taza de azúcar.
- ¾ taza de agua.
- 1 cucharadita de vainilla.
A la taza de leche
evaporada se le añade el agua, el azúcar y el chocolate y se pone al fuego
hasta que hierva. Luego se le agrega la sal, la mantequilla y la vainilla. El
resto de la leche evaporada se bate hasta que aumente el doble de su volumen y
se vierte en la primera mezcla, después se aparta del fuego y cuando este fría,
se pasa a congelación.
La casa de las Monjas mexicanas |
Las monjas de Preston tenían predilección por los cocos de agua, porque, decían, era muy limpia, refrescante y saludable. En sus hogares tenían cocos de agua y siempre andaban invitando a todo el mundo a que las acompañara a beber, sin azúcar, que era a lo que ellas llamaban “al natural”.
Al llegar a los valles de
Preston las monjas fueron a vivir al fondo de la Iglesia Católica,
pero luego la compañía construye, colindante con el templo, la escuela de
mampostería de dos plantas que tenía las aulas en la planta baja y en la
segunda planta los dormitorios de las monjas, consistente en seis cuartos, dos
baños, sala, comedor, cocina y un amplio portal en su parte frontal que eran
utilizado para algunas actividades catequistas con niños y jóvenes.
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