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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

30 de octubre de 2014

La novia de Mala Noche. Una historia de amor.


Como tímidas ráfagas fueron llegándonos noticias de Consuelo Álvarez y Valdés, la sobrina del prefecto de Mala Noche durante la guerra de independencia de 1895, el capitán Justo Magín Valdés. Nuestro colega Daer Pozo Ramírez es quien nos ha puesto sobre la pista de una historia hermosa que desde hace años investiga.

Siempre, el Jucaral de Santa Rita da la bienvenida a Mala Noche
Como era antes, El Jucaral, cerca de Mir, todavía es el sitio preferido por las bandadas de garzas que llegan allí para anidar. Y cuando algo las asusta, miles de ellas colman de blanco el cielo, como el velo de una novia que alza vuelo. Sucedió allí la historia que les narramos.

El tío de Consuelo Álvarez y Valdés era el prefecto de Mala Noche. Era ese un cargo administrativo dentro de las estructuras del Gobierno de Cuba en Armas. Quien lo desempeñaba debía organizar la vida en una zona que generalmente estaba en poder cubano, allí se sembraba, se fabricaban zapatos y monturas, y en muchas prefecturas estaban ubicados hospitales de sangre adonde iban los mambises heridos y enfermos a reponerse.

En su diario de la guerra escribe el general Enrique Loynaz del Castillo, padre de la poetiza Dulce María Loynaz: 31 de octubre de 1895. “Llegamos a la prefectura de Mala Noche a cargo del más laborioso y emprendedor de los prefectos, valiente soldado de la guerra anterior, el capitán Magín Valdés, anciano con alma de joven que tenía a todos los hombres de su familia en las filas libertadoras...” Y acto seguido dice el general Loynaz en su diario: “La columna invasora, extendida a varios kilómetros a lo largo del camino real, situó sus avanzadas y acampó”.

Maceo tenía previsto organizar la columna en Mala Noche. Allí nombró a su estado mayor y allí aceptó la fiesta de despedida que querían darles los holguineros a sus familiares que se iban con el Titán a hacer la guerra en otras partes.

“En la distribución del servicio, dice Loynaz del Castillo, me tocó estar de guardia todo el día hasta las seis de la tarde en recorrido con las avanzadas, para informar constantemente al Jefe de Día y al Estado Mayor. Era esta una labor fatigosa y no practicada sino en los campamentos del general Maceo, pero de indiscutible utilidad”.

Modesto Memorial que recuerda los varios hechos históricos que acontecieron en Mala Noche

La casona de tabla de la prefectura de Mala Noche era inmensa. El fogón de leña, constantemente, quemaba un tronco de júcaro negro, que es una madera que dura mucho en hacerse ceniza. Y a la luz del candil las sobrinas del capitán prefecto cosían la bandera. Después las jóvenes se adornaron  los cabellos con la flor de la mariposa y para verse se miraban  en el espejo de agua. Todas habían quedado hermosas para la fiesta de la noche.

La fiesta se hizo en la casona de Magín Valdés, el 31 de octubre de 1895.

Anotó el general Loynaz en su diario el 31 de octubre de 1895: “Cuando terminado mi turno me dirigí al cuartel general, situado en la casona de la finca, se tocaba el último vals de un baile en homenaje al general Maceo. Salía en esos momentos el teniente Peregrín Carrullas dando el brazo a la señorita Consuelo Álvarez Valdés, sobrina del Capitán Prefecto, quien acababa de hacer gala, en aquella reunión, de sus admirables facultades de poetiza y recitadora. Me concedió el teniente Peregrin el brazo de la joven que era maestra insurrecta. Del brazo llevé a la señorita Álvarez Valdés para que tomara asiento. Me senté a su lado para atenderla...” 

Según el general Loynaz la señorita Consuelo Alvarez Valdés era una linda joven, trigueña, de ojos negros, esbelta, de finas facciones. “Era una flor del campo. Nunca había estado en ciudad ni pueblo alguno. Solo conocía los campestres bohíos... Pero la madre, Juanita Valdés, mujer de cultura y mérito, había logrado darle una esmerada educación, aunque influenciada por sus creencias teosóficas. Compró la madre  cuanto libro pudiera contribuir a la cultura de su hija, cuyo precoz talento ya se destacaba. La niña aprendió a recitar con arte y pronto a componer admirables poesías...” Por lo que se saca en claro, debió ser amor a primera vista lo que nació entre Consuelo y el General Loynaz.

Enrique Loynaz del Castillo

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El día 2 de noviembre de 1895 la columna invasora se puso en marcha hacia occidente. Y en el primer descanso que tomaron el escribió Loynaz del Castillo en su diario: “Cuando partimos del inigualable campamento de Mala Noche me pareció, más que nunca, triste y luctuoso el día, y en la monotonía de la marcha sin aliciente, un mundo de recuerdos me atraían al  horizonte cada vez más lejano e iluminado por la personalidad, radiante de gracia, de Consuelo Álvarez...

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Durante toda la guerra el General Loynaz y Consuelo se escribieron hermosas cartas. Y asimismo ella aparece mencionada en el diario de él muy a menudo. En una de sus anotaciones dice el guerrero poeta: “Después fueron sus cartas inigualables y mi mayor deleite espiritual. Eran tan bellas, que muchas veces las leyó en alta voz y con cálidas celebraciones, el general Serafín Sánchez, que cultivó la amistad de la joven de Mala Noche. Y el general Mayía Rodríguez, no menos apegado a las letras, más de una vez me las quitó de las manos para ruidosos estallidos de admiración. Decía él que no escribió cartas más encantadoras Madame de Sevigñé ni más sentimentales la adorable Madame Recamier. Chateaubriand habría rendido su homenaje y su corazón a la espiritual belleza de la joven revolucionaria de los campos cubanos”. Cuando ya habían pasado muchos años, recordándola, escribió Loynaz: “Aquella joven, que no había asistido a una escuela, que no tuvo maestro, que no había visto una ciudad, que por su propio esfuerzo y talento escribió versos exquisitos y fue maestra en la guerra, fue a residir a Manzanillo al final de la contienda y ganó por oposición una escuela; por oposición ganó una cátedra en la Escuela Normal de Matanzas, fue profesora de pintura y dejó al morir magnificas pinturas. Escribió varios libros de filosofía teosófica y una novela”.

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Y ahí habría quedado la historia, perdida en el silencio, sino es que en una de las apacibles y monótonas tardes de Buenaventura, ciudad cabecera del municipio holguinero de Calixto García, adonde pertenece Mala Noche, el poeta y promotor cultural Daer Pozo Ramírez miró con delectación de arqueólogo en los antiguos escritos del padre de su poetiza preferida, esto es, en los escritos del General Loynaz, padre de Dulce María Loynaz. Y allí, sin que nadie hubiera querido verlos antes, estaban las noticias sobre Consuelo Alvarez y Valdés. Entonces comenzó la ardua tarea de conseguir más información sobre ella, siguiéndole los pasos con la dedicación de un detective.

Alicia y Elia Gallardo Valdés, nietas del Prefecto de Mala Noche


 
Donde puede oir: "La novia de Mala Noche", sus únicas descendientes vivas recuerdan la trágica historia del amor entre Consuelo Alvarez Valdés y el General Enrique Loynaz del Castillo.

Haciendo clic en el siguiente enlace puede visitar  a Mala Noche.

En 1902, tres años después de finalizada la guerra, el gallardo general Loynaz regresó a Mala Noche.

A todo galope cabalgó el forastero recién llegado sin detenerse para abrazar a los viejos amigos. Finalmente el General llegó hasta la casita que servía de escuela, hecha toda de tablas de palma y techo de guano, piso de madera y cuatro ventanas amplísimas. ¿Cuáles serían los sentimientos de la maestra al verlo parado en el umbral de puerta?. Ella ordenó a los niños que salieran del aula. Unos ocho alumnos tenía Consuelo Álvarez Valdés en la escuelita de Mala Noche. Una de los ocho era Chelito, o sea, Consuelo, a la que habían nombrado así en honor a la maestra. Chelito vivió en Mir hasta hace tres años, cuando murió con 97 años de su edad.
El temor de los niños era que la maestra se fuera. Ellos, a quienes no le habían contado nada, pero que lo sabían todo, estaban seguros de que si el general Loynaz volvió era para llevar la maestra al matrimonio. Dijo Chelito que los niños, por una hendija, miraron el reencuentro...


Fueron horas o, quizás, solo segundos de incertidumbre. La maestra lo miraba fijamente, el General Loynaz tenía una sonrisa de esas que dicen: “He vuelto como prometí. ¿Ahora nos casaremos?”. Y de pronto se rompió el encanto, el rostro de Consuelo se hizo duro, muy duro, y le dijo: “Usted incumplió su palabra. No vino al terminar la guerra como lo prometió. Han sido tres años de espera. Durante ese tiempo ha cambiado mi manera de pensar, mientras esté viva mi madre NO me casaré”.


El caballo quedó atado a la cerca de la escuelita. El general hizo sonar sus tacones como cada vez que recibía una orden de Maceo y se fue hasta donde crecían unos ciruelos. No hay testigos que le vieran llorar, pero todos creen que lloró.


Consuelo no se casó nunca. Unos años después, acompañada por su madre, se marchó de Mala Noche. ¿Por huir de los recuerdos?. Fueron a Matanzas donde la maestra de Mala Noche consiguió una cátedra en la Escuela Normal de esa ciudad.


¿El general Enrique Loynaz se dio por vencido?. Si todo terminó por qué en su libro de Memorias de la Guerra, escrito después, dedica una página completa a la novia de Mala Noche; por qué tantos elogios a la mujer que lo había rechazado...


Si él la amaba realmente, por qué no fue a buscarla inmediatamente después que acabó la guerra. Qué otra cosa tan importante lo retuvo por tres años...


Y como las anteriores, hay otras muchas preguntas sin respuestas: Consuelo nunca había estudiado en ninguna escuela, sabía, solamente, lo que su madre le había enseñado, y entonces ¿cómo pudo ser maestra de los maestros de Matanzas? ¿No sería que detrás, como una sombra benéfica, estaban las muchas influencias de Enrique Loynaz?.

Incluso, Consuelo Álvarez y Valdés asistió a convenciones de maestros en México y Nueva York. ¿Ayudar a Consuelo desde la oscuridad no sería la forma que encontró el general para conseguir el perdón de la muchacha?. ¿Si ella realmente huía de él por qué fue a Matanzas que era un lugar más cercano a la mansión de Loynaz en La Habana?.


La familia que queda con vida narra, y hay mucha pasión en el brillo de sus ojos, la siguiente escena que supieron no saben de dónde: Cada vez que sus ocupaciones se lo permitían, Consuelo regresaba a Mala Noche. En el apeadero de Mir siempre la esperaba uno de sus primos, hijo del viejo capitán-prefecto Magín Álvarez. Cuando llegaba el tren una lluvia de maletas, cajas y sombreros al viento, invadía la estación.


Ese día, en uno de los trenes llegó Consuelo. Su primo tomó la maleta pero ella, alarmada, pidió que fuera tierno con la maleta, pues el regalo que traía se podía romper. Atardecía ya cuando llegaron a la vieja casona donde años antes había organizado Maceo la tropa de la invasión. Pero nada dijo Consuelo del regalo y larga fue su conversación con el abuelo, con los primos, con su familia. Luego se fue a la orilla de la vieja laguna para mirar el agua limpia y tranquila, donde se asomaban miles de estrellas. “¡Ah, que ya nadie mira las estrellas”, dijo, mientras un caballo blanco relinchaba melancólico... Así como aquella bestia, relinchaban los caballos que seguían a la hermosa cabalgadura del general Maceo, el primero de la fila, cuando partieron de Mala Noche a hacer la invasión...


Cuando terminó de encontrarse con sus fantasmas, Consuelo volvió a la casona. Grave como quien va a oficiar una misa, buscó la maleta y de ella extrajo un humeante esplendor; era una caja de madera. Con ternura maternal, Consuelo la colocó sobre la mesa, abrió la tapa, colocó un disco y comenzó a escucharse una música hermosa. Abrazados y en trance la familia escucha y se vislumbra.


Fue Consuelo Álvarez y Valdés quien trajo a Mala Noche, por primera vez, un fonógrafo.


Cuando la noticia se corrió, a matacaballo llegaron los curiosos que querían oír, pero a todos, le explicaba Consuelo lo del ritual, la magia que todo merece, y dijo que es preciso esperar el instante preciso. Esperaron todos, sin irse ninguno, hasta que avanzó la noche y se hizo de madrugada, que era, según la maestra, la hora en que Dios se acerca iluminando, amaneciendo todo. Entonces echó a andar el artefacto tan limpio y se oyó un canto entonando por muchas voces. Ninguno de los campesinos habló, atentos como estaban en el girar incansable del disco mientras la música acampaba en Mala Noche. En el tren del tercer día Consuelo se marchó otra vez a su escuela en Matanzas.

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En el portalón de la casa prefectura de Mala Noche se encontraba un revistero que exhibía, como sus tesoros mayores, los libros escritos por Consuelo Álvarez y Valdés. Primero publicó en La Habana “Hombres Dioses”, que es un recorrido por el mundo espiritual de la autora, un paseo serio por diferentes religiones. Y después fue una novela que tiene la siguiente dedicatoria: “A mi madre. A ti que me has visto sufrir y luchar, que me has alentado y ayudado a ascender por la penosa cuesta de la vida, dedicote este libro donde palpita, como en la arteria, la purificada y tibia sangre, la filosofía que nos ha consolado, que nos ha nutrido de sano alimento espiritual, que nos ha dotado de estoica serenidad para vencer los obstáculos que toda mujer encuentra a su paso por el mundo cuando marcha sola, sin el apoyo del hombre”. 


Sara, que así se llama el personaje protagónico de la novela de Consuelo Álvarez y Valdés, y que da nombre a la novela, es, un tanto, Consuelo. No hay que creer que es esta una novela puramente autobiográfica pero hay de autobiografía en ella.


Y otro libro final escribe Consuelo. De este solo queda un ejemplar que guarda celosamente la Biblioteca Nacional de Cuba, y que solo es prestado a los socios honorarios de esa institución. En él la novia de Mala Noche da a conocer sus conceptos sobre la belleza.


Cuando Consuelo lo escribe ya hacia años que se había producido el rompimiento quizás definitivo con Enrique Loynaz. Sin embargo él lo leyó. La prueba es que el General escribió: “Su discurso sobre los múltiples conceptos de la belleza fue una magnifica oración a las artes, a las letras, a cuanto mejora y enaltece el sentimiento humano...”

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Consuelo no dedicó ninguno de sus libros a Loynaz. Pero si seguimos creyendo en que Sara Agramonte, el personaje principal de la novela escrita por ella, es un poco su autobiografía, entonces Consuelo buscó la soledad y se encontraba a gusto mirando al cielo gris como los buenos románticos y así hasta su muerte.


Durante un día angustiante murió en Matanzas, Juana Valdés, la madre de Consuelo. La novia de Mala Noche quedó con la sola  compañía de su amiga Belica Torrado.


Cuenta la familia que años después de la muerte de Consuelo el General Loynaz llevó los restos de madre e hija y los inhumó en el panteón regio de la familia Loynaz. Dicen que quien vivió toda la vida lejos de la novia de Mala Noche, quiso que en la muerte nada los separara. (Esta última información no está confirmada, aunque es tradición en la familia).

En el panteón de la familia Loynaz en el Cementerio Colón, de La Habana, nada más hay una lápida en recordación a la célebre hija del General, Dulce María Loynaz, Premio Cervantes de Literatura

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