Mario Romaguera Garrido.
Periódico Sierra Maestra, julio 1985
Una
figura magra, larga como una vara, de andar parsimonioso y a ratos llena de
dificultades en sus movimientos, con un no menos largo y negro estuche colgado de
su mano derecha, y con un sombrero de pajilla pintado de blanco, del cual nadie
sabe cuántos años lleva sobre su cabeza, invade provincias y municipios del país,
especialmente de las provincias orientales y, junto con el grupo que creó desde
hace unos años, «pone la cosa sabrosa en cualquier fiesta».
Juglar
codiciado en muchos lugares, este músico que siempre parece estar triste o por
lo menos lleno de melancolía, holguinero para más señas, es un «punto obligado»
en los mejores rumbones que se han organizado en Santiago de Cuba en los
últimos años. Ha sido un puntal excelente en nuestras Semanas de la Cultura en la Calle Heredia, ha
grabado discos para la
EGREM Siboney, y desde hace tres años tiene reservado para sí
un rinconcito en Calle H de Sueño, donde en los días de nuestro Carnaval monta su
pedacito de patrimonio cultural la hermana provincia de Holguín.
¿A
quiénes no les ha parecido que Faustino Orama es un hombre taciturno y hasta
triste? Sin embargo, detrás de esa fachada de innata tristeza, o por lo menos
de «hombre serio», fluye una personalidad sui géneris de nuestra música
popular, corre por sus venas, límpida sangre de tradición sonera, y cuando sube
a una tarima ese carácter se transforma, para convertirse en el de El
Guayabero, trotamundos de la música criolla, maestro de ese atrevido doble
sentido que heredamos de la cultura hispana...
De
hablar pausado como él mismo, las entonaciones de El Guayabero no son rápidas,
pero sí precisas, y cuando todo parece indicar que ese incursionar suyo va a
traspasar los límites de lo permisible, entonces se aparece con una modalidad
que «pone todo en su lugar» y mantiene su grave apariencia de «hombre de todo
respeto», y es cuando a veces proclama en sus cadenciosas décimas: «Si me
equivoco me busco una granja».
Y
he aquí que todo aquel aire peculiar que roza la incomunicación con el público,
se rompe como por encanto, al influjo de la magia de sus picarescos sones,
mientras su guitarra marca el ritmo, y el bajo y los bongoes de su grupo hacen
que los bailadores se «ripien», ya sea en medio del cálido sol santiaguero o el
frescor de las noches del norte oriental, y así estaremos un rato admirando al
juglar, otros riéndonos con sus «cosas» y los más, pues dando vueltas como un
trompo, guiados por el sabroso y cadencioso son que él saca de su ego y del
talento artístico de sus eternos acompañantes.
Así
lo vimos en el último Carnaval, alegrando a todos los que tuvieron la dicha de
estar un pedacito de la noche en el área de Holguín; de este modo, seguro que
lo verán los propios holguineros, en cuanto llegue allí su jolgorio veraniego.
¿Cuántos
años frisa El Guayabero? No lo sabemos, ya que no nos atrevimos a
preguntárselo. Más se nos antoja que Faustino Orama resiste el paso de los
años, porque se ha dedicado a hacer felices a los demás. Y, ¿acaso este no es
también un modo de ser feliz y de «saber agacharse a tiempo en cuanto otro
almanaque se aproxima»?
Por
lo pronto, felicidades Guayabero, y que duren muchos más años esa aparente y
muy bien estudiada tristeza, ese sombrero que llevas para contener el fuerte
sol, esa guitarra que llevas colgando, esa Marieta que has hecho inmortal, y
desde luego, la famosa y muy tuya Yuca de Casimiro.