Las fuerzas revolucionarias
del Cuarto Frente combatieron contra las tropas del Regimiento número 7 Calixto
García, que tenía su cuartel sede en las afueras de la ciudad de Holguín. (Ese dicho Regimiento tenía dos
escuadrones dislocados, uno en Las Tunas y otro en Delicias y otras unidades
menores en el norte oriental, por lo que su radio de acción abarcaba desde Las Tunas
hasta Sagua de Tánamo).
El 31 de diciembre de 1958 este
regimiento batistiano ubicado en Holguín no había sufrido un descalabro que
pusiera en peligro su situación. Aunque había perdido las guarniciones pequeñas
de Jobabo, la microonda de Buenaventura,
las armas de la guarnición de Puerto Padre y algunas de sus patrullas habían
sido aniquiladas por mortíferas
emboscadas rebelde, su jefatura contaba con suficientes medios para continuar la lucha. Ejemplo de lo anterior es
que no había perdido ninguno de sus transportes blindados, poseía pequeñas
avionetas artilladas para apoyar las operaciones de infantería y contaba con
más de un millar de hombres listos para entrar en combate. Sin embargo, producto
de las diferentes victorias del ejército rebelde, la invasión de las columnas
rebeldes a varias provincias, las acciones del directorio revolucionario y el
movimiento clandestino, todo el Ejército batistiano, incluyendo las tropas
acantonadas en el Regimiento de Holguín, estaban en estado de franco desplome.
Sin embargo esa realidad
descrita, La Aldea
quiere referirse a su número de hombres y armas y analizar algunos hechos interesantes
que ocurrieron durante los últimos momentos de la lucha.
Aunque es dado por verdad
absoluta que durante los últimos meses de 1958
el ejército de la dictadura
padecía de alto grado de desmoralización, lo que facilitó la victoria rebelde,
hay ejemplos que pudiéramos relacionar de algunas de sus fuerzas, aún en
condiciones muy desventajosas, actuaron con valor indiscutible.
Así fue en la emboscada del
cerro de Los Guiros. Una treintena de soldados que viajaban en dos vehículos
quedaron bajo el fuego de alrededor de 60 ó 70 combatientes rebeldes. La
mayoría de ellos perdieron la vida, pero unos pocos sobrevivientes, la mayoría
heridos, lograron crear un foco de resistencia que los rebeldes únicamente
pudieron liquidar utilizando una granada. Igual en Juan Cantares una reducida
patrulla quedó bajo el fuego demoledor una treintena de rebeldes. Uno de los
“casquitos” que estaba gravemente herido, se refugió debajo de uno de los
camiones y desde allí sostuvo un desigual y solitario combate hasta que fue
liquidado.
Durante el ataque del 30 de
diciembre contra el cuartel de Jobabo ocurrió un hecho que narramos utilizando
el testimonio de uno de los rebeldes:
“En
medio del encarnizado combate y desde un teatro cercano se comenzaron a
escuchar por un altoparlante las notas del Himno Nacional. Tanto los guardias
como nosotros dejamos de tirar mientras oíamos las notas de nuestro bello himno,
pero cuando terminaron se enardecieron los ánimos por ambas partes y creció la
lluvia de plomo”[1].
El 28 de diciembre salió desde
el regimiento de Holguín para rescatar la guarnición de Cueto una columna que
durante el trayecto sostuvo varios encuentros hasta que logró su objetivo, pese
a sufrir numerosas bajas.
Las guarniciones de
Buenaventura y Báguano fueron atacadas el 31 de diciembre por fuerzas del
Cuarto y el Segundo Frente Oriental respectivamente, pero los reductos
batistianos resistieron hasta el 1ro de enero cuando, después de enterarse de
la huida del tirano, entregaron sus posiciones.
Como los anteriores, hay otros
ejemplos que obligan a preguntarse, ¿qué parte del ejército era el que estaba realmente
desmoralizado? Es indiscutible que entre las fuerzas de la tiranía las había
que estaban desmoralizadas, pero el asunto es determinar hasta dónde ese grado
de desmoralización había cundido en todo el Ejército.
Ese es un asunto que merece
una cuidadosa reflexión, pues los hechos tienden a demostrar que había
segmentos de las fuerzas que integraban el Ejército donde el abatimiento no era
tan palpable; principalmente entre soldados, clases y oficiales de menor
graduación. Esos eran principalmente jóvenes desempleados, no pocos de ellos gente más o menos marginales que de
pronto se vieron convertidos en
militares con sueldo, uniforme, armas y
todas las prerrogativas que tenía un
militar y que habían llegado al Ejército provenientes de los reclutamientos
ordenados por Fulgencio Batista durante los últimos momentos de la lucha. Ellos,
de pronto, habían alcanzado una posición de beneficio que estaban dispuestos a
defender aunque tuvieran que afrontar riesgos. Un jefe inteligente y valiente
podía usar a su favor esa posibilidad.
Por otro lado en el Ejército
había soldados y oficiales profesionales que habían obtenido mejoras materiales
gracias a Batista que nunca habían gozado bajos los ocho años de gobiernos
auténticos, por lo que para estos el General era una figura simpática. Y,
además, para los oficiales de menor rango la guerra era la forma de ascender
rápidamente en el escalafón militar. El caso más interesante es el del capitán
Jesús Sosa Blanco quien dirigió una rápida incursión por parte del territorio
controlado por la Columna
14, que se extendió desde el 29 de noviembre hasta mediados de diciembre. Por
ello fue ascendido al grado inmediato superior.
Esto antes narrado explica
el comportamiento realmente heroico de algunas unidades o individuos de las
fuerzas armadas de la dictadura en momentos en que el régimen se desplomaba. Lástima
que muchos soldados y oficiales, (el asesino Sosa Blanco entre ellos),
quisieron demostrar su valor reprimiendo indiscriminadamente a la población
indefensa.
Sosa Blanco ante los tribunales revolucionarios |
QUÉ PASA SI SOSA PASA?
Las grandes tragedias generalmente
están precedidas por una monótona cotidianeidad. Por lo menos así ocurrió aquel
aciago día en que una escuadra del Pelotón 3 de la Columna 14, ubicado en el
tramo de carretera entre Buena Ventura y Holguín, a pocos kilómetros de esta segunda población, se
aprestó a cumplir la orden de impedir el paso de vehículos que burlaban el
bloqueo impuesto por los rebeldes. De pronto se acercó un camión cargado de
ganado vacuno. Lo detuvieron y apresaron al chofer, pero en un descuido este se
escapó. Luego le dieron el alto a un automóvil que viajaba rumbo a Holguín,
pero el conductor no se detuvo, sino que aceleró y logró pasar.
Lo peor es que esos hechos
ocurrieron a unos tres kilómetros de distancia del Regimiento militar de
Holguín.
Sin esperarlo, los rebeldes
se vieron con un camión cargado de reses, por lo que decidieron sacarlo de la
carretera y llevarlo hacia el territorio rebelde. Un barbudo actuó de chofer y
tomaron por un camino vecinal en mal estado; el camión se atascó y sus
conductores, quizás pensando en el banquete que le había caído entre las manos
cuando no lo esperaban, se dedicaron obstinadamente a sacar al camión del
barro. Mientras lo hacían, al Regimiento llegó la noticia de que los
revolucionarios estaban peligrosamente cerca. La jefatura envió de inmediato al
capitán Sosa Blanco con una compañía y una tanqueta.
Los rebeldes fueron
sorprendidos, todavía intentando sacar al camión del lodazal donde había caído,
que para mayor mal era en una zona llana, de poca vegetación e incluso, en un
lado del camino había una cerca perle que les cortaba la retirada. No hubo ni
heridos ni prisioneros entre la guerrilla descuidada, todos murieron.
Por la tarde de ese mismo
día un camión trasladó a los cadáveres y los lanzaron frente a la entrada del
cementerio de Holguín. Algunos vecinos y transeúntes se fueron aglomerando
junto a la masa de sangre y carne, pero de todas formas se podía comprobar a
simple vista que eran once cadáveres.
Esa, que pasó a la historia
con el nombre de la masacre de Matatoro, fue el mayor revés militar sufrido por
las fuerzas del Cuarto Frente. El jefe de la escuadra, que
logró sobrevivir, fue desarmado y degradado de inmediato. Años después se
suicidó.
Los militares celebraron el
triunfo; aquella victoria los llenó de esperanzas. Por eso no tardaron en organizar
una columna integrada por y unos doscientos hombres bajo el mando de Sosa
Blanco, un tanque de guerra y dos blindados ligeros de exploración.
Entre los documentos que se
ocuparon al triunfo no había ninguno que explicara cuál era el objetivo de esa
columna. Lo cierto es que el día que inició la marcha, 28 de noviembre de 1958,
ni siquiera el más optimista de los jefes militares del Regimiento habría
esperado que lograra desalojar a los revolucionarios de su zona de operaciones.
Por tanto esa operación no pasó de ser lo que fue: una simple incursión de
represalia, no obstante, se le debe considerar la mayor operación ofensiva organizada por las fuerzas de la dictadura
contra el Cuarto Frente y, quizás, la última ofensiva preparada por el ejército
batistiano contra los revolucionarios.
Era Sosa Blanco un personaje singular. Oficial de
academia de indiscutible valor personal, experiencia militar e inteligencia
flexible que le permitía, hasta donde era posible en un ejercito regular,
adaptarse rápidamente a las nuevas condiciones que le impusiera cualquier
variación en la campaña. Avanzaba junto
a sus soldados exponiéndose al fuego
enemigo y eso le ganó la admiración y el respeto de ellos. Por otro lado, Sosa sentía
un absoluto desprecio por la vida de quienes apoyaban a los
revolucionarios.
La columna por él mandada se
puso en movimiento el 28 de noviembre en la mañana rumbo a San Andrés. A las
cuatro de la tarde llegó a Purnio, a unos 20 km de distancia de Holguín, que en aquel
momento era territorio rebelde. Desde esa ubicación la columna lo mismo podía
seguir hacia Velasco o hacia Puerto Padre, en territorio que estaba bajo la
demarcación del Pelotón 3 de la
Columna 14. Por suerte allí también se encontraba la Columna 32, que el día
anterior había participado en una frustrada emboscada organizada en un punto
entre Delicia y Chaparra.
Apenas el mando rebelde tuvo
conocimiento de la incursión enemiga, tomaron las medidas para detenerla,
aunque el asunto era complicado. Como niños que juegan a las adivinanzas, los jefes
rebeldes tenían que adivinar por dónde avanzaría la tropa batistiana. La fuerza
enemiga tenía ante sí varios caminos a elegir, incluyendo entre ellos las
sabanas que rodean el poblado de San Andrés. El mando revolucionario decidió repartir
sus fuerzas en los diferentes caminos que podía escoger el enemigo, así fueron
dislocados en cuatro lugares diferentes, pero, pensando que el rumbo más
probable de Sosa Blanco era el camino de Los Alfonsos, que lleva al central
Chaparra, allí se situó el grueso de las fuerzas: la columna 32 completa y el
pelotón 3 de la Columna
14. La emboscada la situaron exactamente en un sitio conocido como La Entrada, donde hay pocas
elevaciones, muchas sabanas y escasa vegetación, o sea, que no era un
territorio adecuado para sorprender al enemigo en movimiento.
¿Había tiempo de escoger
otro lugar? ¿Existía realmente otro lugar con mejores condiciones donde se
pudieran concentrar las fuerzas revolucionarias? Este tipo de interrogante es
muy común en los estudios de los combates.
La decisión de escoger ese
lugar se hizo con la presión de un enemigo muy superior en número y armas, la
posibilidad de un ataque de la aviación y la tensión creada por dos fracasos
muy reciente: la masacre de Matatoros y
el combate de Chaparra.
Cierto es que los rebeldes
contaban con una ventaja: tenían en su poder una mina capaz de poner fuera de
combate al tanque que llevaba Sosa Blanco con él. Cuidadosamente la enterraron en medio del
camino y se ocultó el cable de la electricidad que accionaría la mortífera
arma. Los improvisados artilleros se escondieron donde mejor pudieron y se
dedicaron a esperar.
En la mañana del 29 los
batistianos dejan Purnio y se ponen en marcha siguiendo la ruta prevista por
los rebeldes, el camino de Los Alfonsos.
Los colaboradores de la guerrilla
que vivían en San Andrés enviaron el aviso. Las fuerzas fidelistas se ponen en
tensión absoluta. Y un poco de tiempo después ven la avanzada de Sosa que se
desplazaba por el camino polvoriento. El silencio de los barbudos es sepulcral.
Lentamente la imagen se hace más clara. La tropa mandada por Sosa Blanco
avanzaba en dos filas, una a cada lado del camino, cuidadosamente explorando el
terreno, detrás venía el tanque de guerra, los dos blindados ligeros y a
continuación el resto de la tropa a pie, al final los transportes. (El jefe
enemigo sabía lo mortífero que resultaba el fuego rebelde contra los camiones
cargados de soldados. Por eso había preferido desmontar a sus hombres y
desplegarlos).
La escuadra de Omar Ixert
Mojena, uno de los más jóvenes oficiales del Pelotón 3 de la Columna 14 era la que debía hacer estallar la mina. Esperaron. Y de
pronto ven como un soldado la descubre, la abre y rápidamente inutiliza el
cable. El jefe del pelotón, un veterano combatiente de la Sierra Maestra,
comprendió que ya se había perdido el factor sorpresa y por eso abrió fuego, se
inició el combate que duró toda la mañana y parte de la tarde. Sosa Blanco y
sus hombres tenían la superioridad absoluta. El tanque de guerra avanzó sobre
la guerrilla que no tenía ninguna arma contra la maquinaria de muerte. Los
rebeldes arreciaron el fuego y con ello impidieron que la infantería batistiana
pasara a la ofensiva. El número de bajas de ambos bandos es evidencia de la
intensidad del combate. Diez muertos los militares del ejército y varios
heridos, (dos de ellos murieron esa noche). Los rebeldes, tres muertos y siete
heridos.
Sosa Blanco, que no esperaba
encontrar tan encarnizada resistencia en un combate a campo abierto, optó por
retirarse hacia San Andrés. Los rebeldes agradecieron esa decisión porque
cuando ocurrió ellos habían agotado casi todo su parque.
El poblado de San Andrés
devino en improvisado campamento de la soldadesca que pernoctó en casas de
campaña que armaron en el parque público. Para protegerse cerraron las calles
de entrada al pueblo con trincheras y sacos de tierra. Y para vengarse de la
derrota, Sosa Blanco mandó a asesinar a tres individuos detenidos por supuesta
simpatía con los barbudos. Asimismo su tropa había capturado los cadáveres de
dos de los rebeldes caídos en el combate. A esos y al de los civiles fusilados
los colocó en el parque del pueblo con el ánimo de crear un estado de terror
entre los vecinos que los obligara a cesar su ayuda a los revolucionarios.
Y como había comprobado la
capacidad combativa del enemigo, Sosa Blanco solicitó por radio que le enviaran
refuerzos. Esa misma noche el Estado Mayor del Ejército mandó en un avión que
aterrizó en la pista del regimiento, en Holguín, al Compañía No. 54. Inmediatamente
esa tropa fue enviada a San Andrés.
Otra vez los rebeldes
estaban en la misma incertidumbre en relación con el camino que emprendería el
enemigo. Desde San Andrés parten varios terraplenes que llevan a Velasco,
Chaparra, Delicias y Holguín. A esto se sumaba que los revolucionarios
habían gastado una cantidad considerable
de parque y que no tenían forma de recuperarse.
Sosa Blanco se encontraba también
ante una incertidumbre muy similar a la de los rebeldes; desconocía en que
camino aquellos habían situado el grueso de sus fuerzas, no sabía que el
enemigo había agotado casi todas sus municiones y existía la posibilidad de que
hubieran recibido refuerzos.
Pero el 1ro de diciembre se
puso en marcha siguiendo hacia Delicias por el camino que cruza por el lugar
llamado El Martillo. Para evitar una nueva emboscada sus hombres disparaban
contra todo lugar que se les hiciera sospechoso de ocultar fuerzas enemigas.
Precisamente ese fuego indiscriminado del tanque de guerra alcanzó a un niño
que murió en el acto.
Cuando llegaron al poblado
El Martillo lo encontraron abandonado por sus vecinos, Sosa Blanco ordenó a sus
hombres que lo saquearan.
Al día siguiente la fuerza
batistiana llegó a un poblado llamado El Triángulo, cerca de Delicias.
Sosa Blanco asesinó a un demente que
encontró en ese lugar y luego ordenó avanzar. Ese mismo día entraron en el poblado
de Delicias, donde permanecieron hasta el 11 de diciembre. En esa fecha
comenzaron su avance hacia Velasco, por lo que tendrían que cruzar muy cerca de
la Sierra de
Gibara, donde estaba la base de operaciones de las fuerzas del Pelotón 3 de la Columna 14, pero los
rebeldes mantiene un silencio intenso. Sosa y sus hombres llega a Velasco sin
encontrar resistencia.
Una vez que los casquitos
están en Velasco el mando rebelde se ve en una situación comprometedora, el
enemigo bien que podía avanzar hacia donde estaban ubicadas las instalaciones
del pelotón 3, que eran la jefatura, almacenes de abastecimiento, prisión,
hospital, etc. (Otros rumbos que podía seguir la tropa en movimiento era el
camino hacia Bocas y Candelaria o regresar a Holguín. En este último caso los
acercaba peligrosamente a El Pital, que era donde estaba un campamento de
escopeteros).
De nuevo fue obligatorio
para los rebeldes hacer un amplio
despliegue de fuerzas. Y muy temprano en la mañana del 15 de diciembre se
despejó la incógnita. Sosa Blanco se puso en movimiento rumbo a Bocas siguiendo
por un camino que salía a la carretera de Holguín a Gibara. Por lo que cabía la
posibilidad de que se desviaran a la izquierda y penetrara en la Sierra de Gibara. Esto obligó
a mantener una parte de la fuerza en ese lugar.
En su marcha los batistianos
solo encontraron dos destacamentos rebeldes que los enfrentaron. Uno dirigido
por el teniente Omar Ixert Mojena, que
los tiroteo cerca de Boca. Y cuando cruzaron el
río Cacoyuguín cayeron en una emboscada tendida por Lizardo Proenza, otro de los oficiales del
Pelotón 3 de la Columna 14. En esa
escaramuza los militares perdieron un soldado.
Rápidamente la tropa
batistiana contó con apoyo de la aviación, y así pudieron continuar por la
carretera de Gibara a Holguín y llegar sin inconvenientes hasta el próximo
poblado. Para esperar que salieran las tropas rebeldes se desplegaron a orillas
de la carretera y allí estuvieron hasta el 23 de diciembre que fue cuando
recibieron la orden del Comandante Delio Gómez de que partieran a unirse a los
que iban a atacar a Puerto Padre.
La tropa de Sosa Blanco
saquearon e incendiaron todas las casas que encontraron desocupadas: casi cien bohíos de humildes
campesinos. Asesinaron a un colaborador de la guerrilla y propietario de un
comercio y luego cometieron el más incalificable de sus crímenes, en el camino,
frente a su casa, detuvieron a un joven retrasado mental al que amarraron
dentro de su casa y luego le prendieron fuego. Al día siguiente, cuando los
batistianos se habían marchado, una niña encontró el cadáver incinerado y
amarrado con alambres de púas.
Para un lector de fuera de
la comarca donde ocurrieron los hechos que hasta aquí hemos narrado seguro que muchos
de los nombres de lugares que hemos anotado no le dicen nada, y ese es uno de
los grandes inconvenientes de la historiografía que se encarga sobre sucesos
acaecidos en rincones apartados. Y se pregunta La Aldea si debiera explicar
con exactitud donde se encuentran San Andrés, Chaparra o Velasco y Bocas, pero
al final cree que eso es un asunto menor, que lo trascendente es que a pesar
del gran despliegue de fuerzas de la dictadura, esta llevada a cabo por Sosa
Blanco no pasó de ser una operación punitiva en una zona controlada por el enemigo; de ahí su sistemática crueldad. Crueldad
que estaba acorde con los rasgos de la personalidad retorcida de este oficial,
pero que más que a otra cosa respondía a un plan de los opresores que buscaba
aterrorizar a los colaboradores de los rebeldes para paralizarlos. En los
momentos en que se producen los hechos, las fuerzas de la dictadura eran, cada
vez más, una mayor minoría entre una población decidida a quitarles el poder. Sin
embargo el resultado fue lo contrario: la población aterrorizada se aglutinó en
torno de los revolucionarios.
En el orden militar la
incursión de Sosa Blanco representó un serio inconveniente para las fuerzas del
Cuarto Frente. Es cierto que la columna enemiga estuvo sometida a una constante
presión del ejército rebelde y que no consiguió recuperar de forma definitiva ninguno
de los poblados por donde pasó, su estancia y paso por la región obligó al
mando rebelde a concentrar sus fuerzas y mantenerse a la defensiva. De esa
forma la hábil maniobra batistiana anuló las
tropas del Pelotón 3 de la
Columna 14 y durante un tiempo considerable la Columna 32 durante unos 25
días.
Y finalmente, Sosa Blanco y
su columna se convirtieron en mito de terror. Durante muchos años perduró en
la memoria popular una interrogante
heredada de aquellos días de terror: “¿Si Sosa
pasa qué pasa? Me quema la casa”. Probablemente eso explica la obsesión
de los revolucionarios por tratar de vencer a aquella poderosa columna enemiga[2].
[1] Jesús Bermúdez Cutiño. “Cuarto
Frente Oriental Simón Bolívar. Toma del Cuartel de Jobabo”. En “La Guerra en los llanos
orientales: Documentos”. Colectivo de autores. Inédito.
[2] Durante los últimos días
de diciembre de 1958 el ascendido a comandante, Jesús Sosa Blanco, fue enviado al frente de una columna
a rescatar la guarnición de Cueto, que estaba sitiada por las fuerzas del Segundo Frente Oriental. Después de sostener
varios combates durante el trayecto, logró llegar a Cueto y luego de cumplir su
misión avanzó hacia el poblado de San Germán. En el camino, en un lugar
conocido por Los Palacios, sufrió una derrota donde resultó herido. Finalmente
logró llegar a San Germán y de allí fue a Holguín. Al triunfo de la revolución
fue juzgado y condenado a muerte por sus muchos crímenes.