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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

5 de junio de 2017

El Ejército de Fulgencio Batista en los llanos de la cuenca del Cauto. Sosa Blanco en Holguín



Las fuerzas revolucionarias del Cuarto Frente combatieron contra las tropas del Regimiento número 7 Calixto García, que tenía su cuartel sede en las afueras de la ciudad de  Holguín. (Ese dicho Regimiento tenía dos escuadrones dislocados, uno en Las Tunas y otro en Delicias y otras unidades menores en el norte oriental, por lo que su radio de acción abarcaba desde Las Tunas hasta Sagua de Tánamo).
El 31 de diciembre de 1958 este regimiento batistiano ubicado en Holguín no había sufrido un descalabro que pusiera en peligro su situación. Aunque había perdido las guarniciones pequeñas de Jobabo, la microonda  de Buenaventura, las armas de la guarnición de Puerto Padre y algunas de sus patrullas habían sido aniquiladas por   mortíferas emboscadas rebelde, su jefatura contaba con suficientes medios para  continuar la lucha. Ejemplo de lo anterior es que no había perdido ninguno de sus transportes blindados, poseía pequeñas avionetas artilladas para apoyar las operaciones de infantería y contaba con más de un millar de hombres listos para entrar en combate. Sin embargo, producto de las diferentes victorias del ejército rebelde, la invasión de las columnas rebeldes a varias provincias, las acciones del directorio revolucionario y el movimiento clandestino, todo el Ejército batistiano, incluyendo las tropas acantonadas en el Regimiento de Holguín, estaban en estado de franco desplome.
Sin embargo esa realidad descrita, La Aldea quiere referirse a su número de hombres y armas y analizar algunos hechos interesantes que ocurrieron durante los últimos momentos de la lucha.   
Aunque es dado por verdad absoluta que durante los últimos meses de 1958  el  ejército de la dictadura padecía de alto grado de desmoralización, lo que facilitó la victoria rebelde, hay ejemplos que pudiéramos relacionar de algunas de sus fuerzas, aún en condiciones muy desventajosas, actuaron con valor indiscutible.
Así fue en la emboscada del cerro de Los Guiros. Una treintena de soldados que viajaban en dos vehículos quedaron bajo el fuego de alrededor de 60 ó 70 combatientes rebeldes. La mayoría de ellos perdieron la vida, pero unos pocos sobrevivientes, la mayoría heridos, lograron crear un foco de resistencia que los rebeldes únicamente pudieron liquidar utilizando una granada. Igual en Juan Cantares una reducida patrulla quedó bajo el fuego demoledor una treintena de rebeldes. Uno de los “casquitos” que estaba gravemente herido, se refugió debajo de uno de los camiones y desde allí sostuvo un desigual y solitario combate hasta que fue liquidado.
Durante el ataque del 30 de diciembre contra el cuartel de Jobabo ocurrió un hecho que narramos utilizando el testimonio de uno de los rebeldes:   
 “En medio del encarnizado combate y desde un teatro cercano se comenzaron a escuchar por un altoparlante las notas del Himno Nacional. Tanto los guardias como nosotros dejamos de tirar mientras oíamos las notas de nuestro bello himno, pero cuando terminaron se enardecieron los ánimos por ambas partes y creció la lluvia de plomo”[1].
El 28 de diciembre salió desde el regimiento de Holguín para rescatar la guarnición de Cueto una columna que durante el trayecto sostuvo varios encuentros hasta que logró su objetivo, pese a sufrir numerosas bajas.
Las guarniciones de Buenaventura y Báguano fueron atacadas el 31 de diciembre por fuerzas del Cuarto y el Segundo Frente Oriental respectivamente, pero los reductos batistianos resistieron hasta el 1ro de enero cuando, después de enterarse de la huida del tirano, entregaron sus posiciones.
Como los anteriores, hay otros ejemplos que obligan a preguntarse, ¿qué parte del  ejército era el que estaba realmente desmoralizado? Es indiscutible que entre las fuerzas de la tiranía las había que estaban desmoralizadas, pero el asunto es determinar hasta dónde ese grado de desmoralización había cundido en todo el Ejército.
Ese es un asunto que merece una cuidadosa reflexión, pues los hechos tienden a demostrar que había segmentos de las fuerzas que integraban el Ejército donde el abatimiento no era tan palpable; principalmente entre soldados, clases y oficiales de menor graduación. Esos eran principalmente jóvenes desempleados, no pocos de  ellos gente más o menos marginales que de pronto se vieron convertidos  en militares  con sueldo, uniforme, armas y todas las  prerrogativas que tenía un militar y que habían llegado al Ejército provenientes de los reclutamientos ordenados por Fulgencio Batista durante los últimos momentos de la lucha. Ellos, de pronto, habían alcanzado una posición de beneficio que estaban dispuestos a defender aunque tuvieran que afrontar riesgos. Un jefe inteligente y valiente podía usar a su favor esa posibilidad.   
Por otro lado en el Ejército había soldados y oficiales profesionales que habían obtenido mejoras materiales gracias a Batista que nunca habían gozado bajos los ocho años de gobiernos auténticos, por lo que para estos el General era una figura simpática. Y, además, para los oficiales de menor rango la guerra era la forma de ascender rápidamente en el escalafón militar. El caso más interesante es el del capitán Jesús Sosa Blanco quien dirigió una rápida incursión por parte del territorio controlado por la Columna 14, que se extendió desde el 29 de noviembre hasta mediados de diciembre. Por ello fue ascendido al grado inmediato superior.
Esto antes narrado explica el comportamiento realmente heroico de algunas unidades o individuos de las fuerzas armadas de la dictadura en momentos en que el régimen se desplomaba. Lástima que muchos soldados y oficiales, (el asesino Sosa Blanco entre ellos), quisieron demostrar su valor reprimiendo indiscriminadamente a la población indefensa.
Sosa Blanco ante los tribunales revolucionarios
            
QUÉ PASA SI SOSA PASA?
Las grandes tragedias generalmente están precedidas por una monótona cotidianeidad. Por lo menos así ocurrió aquel aciago día en que una escuadra del Pelotón 3 de la Columna 14, ubicado en el tramo de carretera entre Buena Ventura y Holguín, a pocos  kilómetros de esta segunda población, se aprestó a cumplir la orden de impedir el paso de vehículos que burlaban el bloqueo impuesto por los rebeldes. De pronto se acercó un camión cargado de ganado vacuno. Lo detuvieron y apresaron al chofer, pero en un descuido este se escapó. Luego le dieron el alto a un automóvil que viajaba rumbo a Holguín, pero el conductor no se detuvo, sino que aceleró y logró pasar.
Lo peor es que esos hechos ocurrieron a unos tres kilómetros de distancia del Regimiento militar de Holguín.
Sin esperarlo, los rebeldes se vieron con un camión cargado de reses, por lo que decidieron sacarlo de la carretera y llevarlo hacia el territorio rebelde. Un barbudo actuó de chofer y tomaron por un camino vecinal en mal estado; el camión se atascó y sus conductores, quizás pensando en el banquete que le había caído entre las manos cuando no lo esperaban, se dedicaron obstinadamente a sacar al camión del barro. Mientras lo hacían, al Regimiento llegó la noticia de que los revolucionarios estaban peligrosamente cerca. La jefatura envió de inmediato al capitán Sosa Blanco con una compañía y una tanqueta.
Los rebeldes fueron sorprendidos, todavía intentando sacar al camión del lodazal donde había caído, que para mayor mal era en una zona llana, de poca vegetación e incluso, en un lado del camino había una cerca perle que les cortaba la retirada. No hubo ni heridos ni prisioneros entre la guerrilla descuidada, todos murieron.
Por la tarde de ese mismo día un camión trasladó a los cadáveres y los lanzaron frente a la entrada del cementerio de Holguín. Algunos vecinos y transeúntes se fueron aglomerando junto a la masa de sangre y carne, pero de todas formas se podía comprobar a simple vista que eran once cadáveres.
Esa, que pasó a la historia con el nombre de la masacre de Matatoro, fue el mayor revés militar sufrido por las fuerzas  del  Cuarto Frente. El jefe de la escuadra, que logró sobrevivir, fue desarmado y degradado de inmediato. Años después se suicidó.
Los militares celebraron el triunfo; aquella victoria los llenó de esperanzas. Por eso no tardaron en organizar una columna integrada por y  unos  doscientos hombres bajo el mando de Sosa Blanco, un tanque de guerra y dos blindados ligeros de exploración.
Entre los documentos que se ocuparon al triunfo no había ninguno que explicara cuál era el objetivo de esa columna. Lo cierto es que el día que inició la marcha, 28 de noviembre de 1958, ni siquiera el más optimista de los jefes militares del Regimiento habría esperado que lograra desalojar a los revolucionarios de su zona de operaciones. Por tanto esa operación no pasó de ser lo que fue: una simple incursión de represalia, no obstante, se le debe considerar la mayor operación ofensiva  organizada por las fuerzas de la dictadura contra el Cuarto Frente y, quizás, la última ofensiva preparada por el ejército batistiano contra los revolucionarios.
Era Sosa  Blanco un personaje singular. Oficial de academia de indiscutible valor personal, experiencia militar e inteligencia flexible que le permitía, hasta donde era posible en un ejercito regular, adaptarse rápidamente a las nuevas condiciones que le impusiera cualquier variación en la campaña. Avanzaba  junto a  sus soldados exponiéndose al fuego enemigo y eso le ganó la admiración y el respeto de ellos. Por otro lado, Sosa sentía un absoluto desprecio por la vida de quienes apoyaban a los revolucionarios. 
La columna por él mandada se puso en movimiento el 28 de noviembre en la mañana rumbo a San Andrés. A las cuatro de la tarde llegó a Purnio, a unos 20 km de distancia de Holguín, que en aquel momento era territorio rebelde. Desde esa ubicación la columna lo mismo podía seguir hacia Velasco o hacia Puerto Padre, en territorio que estaba bajo la demarcación del Pelotón 3 de la Columna 14. Por suerte allí también se encontraba la Columna 32, que el día anterior había participado en una frustrada emboscada organizada en un punto entre Delicia y Chaparra.
Apenas el mando rebelde tuvo conocimiento de la incursión enemiga, tomaron las medidas para detenerla, aunque el asunto era complicado. Como niños que juegan a las adivinanzas, los jefes rebeldes tenían que adivinar por dónde avanzaría la tropa batistiana. La fuerza enemiga tenía ante sí varios caminos a elegir, incluyendo entre ellos las sabanas que rodean el poblado de San Andrés. El mando revolucionario decidió repartir sus fuerzas en los diferentes caminos que podía escoger el enemigo, así fueron dislocados en cuatro lugares diferentes, pero, pensando que el rumbo más probable de Sosa Blanco era el camino de Los Alfonsos, que lleva al central Chaparra, allí se situó el grueso de las fuerzas: la columna 32 completa y el pelotón 3 de la Columna 14. La emboscada la situaron exactamente en un sitio conocido como La Entrada, donde hay pocas elevaciones, muchas sabanas y escasa vegetación, o sea, que no era un territorio adecuado para sorprender al enemigo en movimiento.
¿Había tiempo de escoger otro lugar? ¿Existía realmente otro lugar con mejores condiciones donde se pudieran concentrar las fuerzas revolucionarias? Este tipo de interrogante es muy común en los estudios de los combates.
La decisión de escoger ese lugar se hizo con la presión de un enemigo muy superior en número y armas, la posibilidad de un ataque de la aviación y la tensión creada por dos fracasos muy reciente: la masacre de  Matatoros y el combate de Chaparra.
Cierto es que los rebeldes contaban con una ventaja: tenían en su poder una mina capaz de poner fuera de combate al tanque que llevaba Sosa Blanco con él.  Cuidadosamente la enterraron en medio del camino y se ocultó el cable de la electricidad que accionaría la mortífera arma. Los improvisados artilleros se escondieron donde mejor pudieron y se dedicaron a esperar.
En la mañana del 29 los batistianos dejan Purnio y se ponen en marcha siguiendo la ruta prevista por los rebeldes, el camino de Los Alfonsos.  Los  colaboradores de la guerrilla que vivían en San Andrés enviaron el aviso. Las fuerzas fidelistas se ponen en tensión absoluta. Y un poco de tiempo después ven la avanzada de Sosa que se desplazaba por el camino polvoriento. El silencio de los barbudos es sepulcral. Lentamente la imagen se hace más clara. La tropa mandada por Sosa Blanco avanzaba en dos filas, una a cada lado del camino, cuidadosamente explorando el terreno, detrás venía el tanque de guerra, los dos blindados ligeros y a continuación el resto de la tropa a pie, al final los transportes. (El jefe enemigo sabía lo mortífero que resultaba el fuego rebelde contra los camiones cargados de soldados. Por eso había preferido desmontar a sus hombres y desplegarlos).
La escuadra de Omar Ixert Mojena, uno de los más jóvenes oficiales del Pelotón 3 de la Columna 14 era la que  debía hacer estallar la mina. Esperaron. Y de pronto ven como un soldado la descubre, la abre y rápidamente inutiliza el cable. El jefe del pelotón, un veterano combatiente de la Sierra Maestra, comprendió que ya se había perdido el factor sorpresa y por eso abrió fuego, se inició el combate que duró toda la mañana y parte de la tarde. Sosa Blanco y sus hombres tenían la superioridad absoluta. El tanque de guerra avanzó sobre la guerrilla que no tenía ninguna arma contra la maquinaria de muerte. Los rebeldes arreciaron el fuego y con ello impidieron que la infantería batistiana pasara a la ofensiva. El número de bajas de ambos bandos es evidencia de la intensidad del combate. Diez muertos los militares del ejército y varios heridos, (dos de ellos murieron esa noche). Los rebeldes, tres muertos y siete heridos.
Sosa Blanco, que no esperaba encontrar tan encarnizada resistencia en un combate a campo abierto, optó por retirarse hacia San Andrés. Los rebeldes agradecieron esa decisión porque cuando ocurrió ellos habían agotado casi todo su parque.
El poblado de San Andrés devino en improvisado campamento de la soldadesca que pernoctó en casas de campaña que armaron en el parque público. Para protegerse cerraron las calles de entrada al pueblo con trincheras y sacos de tierra. Y para vengarse de la derrota, Sosa Blanco mandó a asesinar a tres individuos detenidos por supuesta simpatía con los barbudos. Asimismo su tropa había capturado los cadáveres de dos de los rebeldes caídos en el combate. A esos y al de los civiles fusilados los colocó en el parque del pueblo con el ánimo de crear un estado de terror entre los vecinos que los obligara a cesar su ayuda a los revolucionarios.  
Y como había comprobado la capacidad combativa del enemigo, Sosa Blanco solicitó por radio que le enviaran refuerzos. Esa misma noche el Estado Mayor del Ejército mandó en un avión que aterrizó en la pista del regimiento, en Holguín, al Compañía No. 54. Inmediatamente esa tropa fue enviada a San Andrés.
Otra vez los rebeldes estaban en la misma incertidumbre en relación con el camino que emprendería el enemigo. Desde San Andrés parten varios terraplenes que llevan a Velasco, Chaparra, Delicias y Holguín. A esto se sumaba que los revolucionarios habían  gastado una cantidad considerable de parque y que no tenían forma de recuperarse.
Sosa Blanco se encontraba también ante una incertidumbre muy similar a la de los rebeldes; desconocía en que camino aquellos habían situado el grueso de sus fuerzas, no sabía que el enemigo había agotado casi todas sus municiones y existía la posibilidad de que hubieran recibido refuerzos.  
Pero el 1ro de diciembre se puso en marcha siguiendo hacia Delicias por el camino que cruza por el lugar llamado El Martillo. Para evitar una nueva emboscada sus hombres disparaban contra todo lugar que se les hiciera sospechoso de ocultar fuerzas enemigas. Precisamente ese fuego indiscriminado del tanque de guerra alcanzó a un niño que murió en el acto.
Cuando llegaron al poblado El Martillo lo encontraron abandonado por sus vecinos, Sosa Blanco ordenó a sus hombres que lo saquearan.
Al día siguiente la fuerza batistiana llegó a un poblado llamado El Triángulo, cerca de Delicias. Sosa  Blanco asesinó a un demente que encontró en ese lugar y luego ordenó avanzar. Ese mismo día entraron en el poblado de Delicias, donde permanecieron hasta el 11 de diciembre. En esa fecha comenzaron su avance hacia Velasco, por lo que tendrían que cruzar muy cerca de la Sierra de Gibara, donde estaba la base de operaciones de las fuerzas del Pelotón 3 de la Columna 14, pero los rebeldes mantiene un silencio intenso. Sosa y sus hombres llega a Velasco sin encontrar resistencia.
Una vez que los casquitos están en Velasco el mando rebelde se ve en una situación comprometedora, el enemigo bien que podía avanzar hacia donde estaban ubicadas las instalaciones del pelotón 3, que eran la jefatura, almacenes de abastecimiento, prisión, hospital, etc. (Otros rumbos que podía seguir la tropa en movimiento era el camino hacia Bocas y Candelaria o regresar a Holguín. En este último caso los acercaba peligrosamente a El Pital, que era donde estaba un campamento de escopeteros).
De nuevo fue obligatorio para los rebeldes  hacer un amplio despliegue de fuerzas. Y muy temprano en la mañana del 15 de diciembre se despejó la incógnita. Sosa Blanco se puso en movimiento rumbo a Bocas siguiendo por un camino que salía a la carretera de Holguín a Gibara. Por lo que cabía la posibilidad de que se desviaran a la izquierda y penetrara en la Sierra de Gibara. Esto  obligó  a mantener una parte de la fuerza en ese lugar.
En su marcha los batistianos solo encontraron dos destacamentos rebeldes que los enfrentaron. Uno dirigido por el  teniente Omar Ixert Mojena, que los tiroteo cerca de Boca. Y cuando cruzaron el  río  Cacoyuguín  cayeron en una emboscada tendida por  Lizardo Proenza, otro de los oficiales del Pelotón 3 de la  Columna 14. En esa escaramuza los militares perdieron un soldado.
Rápidamente la tropa batistiana contó con apoyo de la aviación, y así pudieron continuar por la carretera de Gibara a Holguín y llegar sin inconvenientes hasta el próximo poblado. Para esperar que salieran las tropas rebeldes se desplegaron a orillas de la carretera y allí estuvieron hasta el 23 de diciembre que fue cuando recibieron la orden del Comandante Delio Gómez de que partieran a unirse a los que iban a atacar a Puerto Padre.
La tropa de Sosa Blanco saquearon e incendiaron todas las casas que encontraron  desocupadas: casi cien bohíos de humildes campesinos. Asesinaron a un colaborador de la guerrilla y propietario de un comercio y luego cometieron el más incalificable de sus crímenes, en el camino, frente a su casa, detuvieron a un joven retrasado mental al que amarraron dentro de su casa y luego le prendieron fuego. Al día siguiente, cuando los batistianos se habían marchado, una niña encontró el cadáver incinerado y amarrado con alambres de púas.
Para un lector de fuera de la comarca donde ocurrieron los hechos que hasta aquí hemos narrado seguro que muchos de los nombres de lugares que hemos anotado no le dicen nada, y ese es uno de los grandes inconvenientes de la historiografía que se encarga sobre sucesos acaecidos en rincones apartados. Y se pregunta La Aldea si debiera explicar con exactitud donde se encuentran San Andrés, Chaparra o Velasco y Bocas, pero al final cree que eso es un asunto menor, que lo trascendente es que a pesar del gran despliegue de fuerzas de la dictadura, esta llevada a cabo por Sosa Blanco no pasó de ser una operación punitiva en una zona controlada por el  enemigo; de ahí su sistemática crueldad. Crueldad que estaba acorde con los rasgos de la personalidad retorcida de este oficial, pero que más que a otra cosa respondía a un plan de los opresores que buscaba aterrorizar a los colaboradores de los rebeldes para paralizarlos. En los momentos en que se producen los hechos, las fuerzas de la dictadura eran, cada vez más, una mayor minoría entre una población decidida a quitarles el poder. Sin embargo el resultado fue lo contrario: la población aterrorizada se aglutinó en torno de los revolucionarios.
En el orden militar la incursión de Sosa Blanco representó un serio inconveniente para las fuerzas del Cuarto Frente. Es cierto que la columna enemiga estuvo sometida a una constante presión del ejército rebelde y que no consiguió recuperar de forma definitiva ninguno de los poblados por donde pasó, su estancia y paso por la región obligó al mando rebelde a concentrar sus fuerzas y mantenerse a la defensiva. De esa forma la hábil  maniobra batistiana  anuló  las tropas del Pelotón 3 de la Columna 14 y durante un tiempo  considerable la Columna 32 durante unos 25 días.
Y finalmente, Sosa Blanco y su columna se convirtieron en mito de terror. Durante muchos años perduró en la  memoria popular una interrogante heredada de aquellos días de terror: “¿Si Sosa  pasa qué pasa? Me quema la casa”. Probablemente eso explica la obsesión de los revolucionarios por tratar de vencer a aquella poderosa columna enemiga[2].


[1] Jesús Bermúdez Cutiño. “Cuarto Frente Oriental Simón Bolívar. Toma del Cuartel de Jobabo”. En “La Guerra en los llanos orientales: Documentos”. Colectivo de autores. Inédito.
[2] Durante los últimos días de diciembre de 1958 el ascendido a comandante, Jesús Sosa  Blanco, fue enviado al frente de una columna a rescatar la guarnición de Cueto, que estaba sitiada por las fuerzas del  Segundo Frente Oriental. Después de sostener varios combates durante el trayecto, logró llegar a Cueto y luego de cumplir su misión avanzó hacia el poblado de San Germán. En el camino, en un lugar conocido por Los Palacios, sufrió una derrota donde resultó herido. Finalmente logró llegar a San Germán y de allí fue a Holguín. Al triunfo de la revolución fue juzgado y condenado a muerte por sus muchos crímenes.

2 de junio de 2017

Los ataques a pequeñas poblaciones del llano. Consideraciones generales



Las fuerzas armadas de la dictadura batistiana tenían un entramado de pequeños puestos de la guardia rural en los pequeños caseríos con una  dotación de una o dos parejas, y asimismo cuarteles situados en los bateyes de los centrales azucareros y en otros poblados de mayor  importancia, donde estaban ubicados una docena o mayor cantidad de  militares. Los revolucionarios atacaron algunos de esos lugares, por lo que es interesante analizar, aunque brevemente, algunas de esas acciones.
En el primer periodo de la lucha guerrillera en los llanos orientales, (1957- agosto de 1958), las guarniciones tuvieron gran importancia, sobre todo porque entonces el movimiento guerrillero era débil y los soldados pudieron hacer recorridos por el área  bajo  su jurisdicción con poca posibilidad de ser atacados. Por tanto puede considerarse a esos cuartelillos un bastión inexpugnable para las aspiraciones de los  revolucionarios. En ese tiempo los escopeteros a lo único que llegaron fue a capturar el insignificante puesto de la guardia rural del poblado de Mir en un ataque que dirigió Orlando Lara el 31 de marzo de 1958.
Cristino Naranjo
Luego, cuando llegaron a la zona las columnas rebeldes, la situación cambió enteramente. Cristino Naranjo atacó la hacienda de Limoncito, que era donde la dictadura había situado una pequeña guarnición. Desde entonces los ataques a puestos aislados y poblados pequeños se sucedieron con frecuencia: Limoncito, Manatí,  presa  de Holguín,  Jobabo (atacado en dos ocasiones), cantera de Palo  Seco, microonda de Buenaventura, batey del ingenio San Germán, Bartle, Puerto Padre, Gibara, Buenaventura. En total se registraron 12 ataques a guarniciones; de ellas cinco fueron realizadas por tropas de la Columna 12; seis por  la Columna 14 y una por combatientes de las Columnas 32, 14 y 12.  En cuatro casos los ataques   fracasaron, durante el primer ataque a Jobabo, y también las que tuvieron como objetivo a la cantera de Palo Seco, y a los poblados de San Germán y Gibara.
Precisamente la actuación de las columnas rebeldes en los llanos orientales hizo que para el mando batistiano los poblados comenzaron a perder importancia y que contrariamente aquellos se convirtieran para ellos en verdaderos dolores de cabeza. Por un lado políticamente no era  conveniente abandonar los caseríos y poblaciones al enemigo, pero al mismo tiempo, día a día, los rebeldes se iban apoderando de los campos y cada vez contaban con mejores armas y mayor número de hombres, lo que para el ejército significaba muy complejo abastecer sus guarniciones asentadas en lugares aislados. Para hacerlo tenían que escoltar los vehículos que  transportaban las  vituallas, muchas veces sometidos al hostigamiento rebelde; y para trasladar el personal tenían que usar costosos viajes en pequeños aviones que aterrizaban en las  pistas aéreas que había en varios de estos poblados.
Otro factor a tener en cuenta es la organización de la defensa de estos poblados y  sus guarniciones dependían de dos factores. Uno lo podríamos llamar interno y era la capacidad que tenía cada pequeño bastión militar de organizar y sostener una defensa ante un ataque rebelde. El otro era  las  posibilidades e interés que tuviera la jefatura  del regimiento de apoyarlos con sus medios. Al analizar la defensa de los poblados es preciso tener en cuenta lo anteriormente dicho. Y, aunque este tercer factor que seguidamente vamos a mencionar es subjetivo, igual hay que tomarlo en cuenta: en Cuba republicana no existía tradición de ataques a poblados y cuarteles, ni por delincuentes ni por fuerzas políticas sublevadas. Por tanto aquellos reductos de  poblados no reunían los requisitos mínimos para sostener una defensa: casi siempre estaban ubicados dentro del poblado, rodeados de casas, establecimientos de todo tipo y otros obstáculos que podían afectar el campo de fuego de sus defensores. Por demás, o mejor, por lo mismo, los edificios militares tampoco poseían una arquitectura militar muy lógica. Casi siempre era un edificio de una planta, techo en forma de  azotea, paredes generalmente de mampostería, una caballeriza y un amplio patio. No tenían un sistema de trincheras ni  blocaos u otro tipo de defensa capaz de resistir la acción de las armas  de fuego  modernas, y para colmo de males, dentro del edificio siempre había materiales combustibles y las guarniciones eran relativamente  reducidas, aunque inmediatamente después de la presencia de las columnas rebeldes,  el ejército retiró los soldados que estaban en los puestos de la guardia rural y los reubicó en los cuarteles. Pero o fue ese un aporte significativo porque, generalmente, esos puestos estaban a cargo de dos individuos. En fin, que lo más corriente era que los cuarteles estuvieran defendidos por 30 ó 40 hombres bajo el mando de un sargento o un teniente. 
Al  sentirse amenazados los militares organizaron  una defensa muy simple que tenía como eje central, casi  siempre único, el cuartel. Construyeron algunas trincheras en  los  alrededores de este y situaron sacos llenos  de  tierra. Sin embargo muchas veces esas trincheras se encontraban muy cerca de las paredes externas del cuartel lo que en caso de incendio o derrumbe ponía en duro aprieto a quienes la ocupaban. (Nada más fue en Jobabo, durante el primer ataque rebelde, cuando la guarnición ocupó el central azucarero, creando así  dos puntos de defensa. Y en Puerto Padre, que contaba con  una guarnición mayo, organizaron la defensa en varios puntos de la población).
Obviando los anteriores dos ejemplos, los militares defensores abandonaban a los  pueblos a su suerte, incluyendo a centros industriales tan importantes como los centrales azucareros, como fue el caso de San Germán y Jobabo durante el segundo ataque.
Las armas de los militares eran fusiles ligeros de infantería y granadas; casi nunca contaron con ametralladoras pesadas. Para sustituir esa arma tan importante, en ocasiones se valían de la imaginación, como ocurrió en Buenaventura y en Bartle, que  situaron sobre la azotea un madero cubierto con una manta y le informaron a los vecinos que era aquello una ametralladora pesada; y en verdad que esa fue una iniciativa eficaz, pues los rebeldes se lo creyeron. En Bartle un desertor de la  guarnición local puso sobre aviso a los revolucionarios del engaño.
Cuando se producían los ataques rebeldes, la guarnición respondía desde sus trincheras pero sin acometer ninguna actitud ofensiva. De todas formas ofrecían una resistencia aceptable, combatiendo durante varias horas, hasta que finalmente se rendían.
Aunque parezca ilógico, la verdad es que el regimiento militar (ubicado en la ciudad de Holguín), no apoyó a sus guarniciones sitiadas, con la excepción, nada más, de los ataques a la cantera de Palo Seco y a Bartle. En este último caso el refuerzo fue por pura “carambola”: en el momento del ataque coincidió con la llegada de tropas que estaban en movimiento desde antes del hecho. Cuando los rebeldes atacaron Manatí,  el cercano cuartel de la marina no se dio por enterado. Y cuando ocurrió en Puerto Padre, el Escuadrón de Delicias ni siquiera hizo el intento de ayudar.
Sin embargo, cuando la guarnición de Cueto fue atacada por tropas del Segundo Frente, desde el Regimiento se hizo un esfuerzo considerable para rescatarla y finalmente lo consiguieron, aunque a elevado costo de bajas.
Las tropas rebeldes recurrieron a medios a veces muy simples para rendir a las fuerzas sitiadas: de noche entraban al poblado y se acercaban lo más que pudieran a la guarnición, ocupando determinados lugares que les permitieran obtener ventajas, luego, desde allí, abrían fuego, al que los militares respondían. Los intercambios solían ser fieros y duraban en dependencia de la cantidad de parque que cada bando tenía.
La captura de las pequeñas guarniciones por parte de las tropas rebeldes tenía  ventajas y desventajas. Por un lado aislaban a los escuadrones e impedía que el regimiento los utilizara en operaciones en  conjunto con sus tropas; se liberaban  amplios territorio y a las manos de los revolucionarios pasaban nuevos reductos con gran cantidad de medios materiales: transporte, talleres, combustible, etc. En caso de que la guarnición se rindiera se obtenía armas y parque, lo que resultaba valioso y necesario.
Pero asimismo esas pequeñas guarniciones eran secundarias en los  planes del Cuarto Frente. Atacarlas significaba un gasto considerable de parque sin que se tuviera la seguridad de que poder reponerlo; (ocurrió que después del gasto de materiales de guerra no se pudo tomar la guarnición y que en los casos que se tomaron, la guarnición había gastado gran parte del parque que se esperaba obtener como botín).
Y finalmente los ataques y captura de esas pequeñas guarniciones no decidía en los planes del Ejército Rebelde que había pasado a la ofensiva y planeaba sitiar las grandes plazas enemigas. (Fue por eso mismo por lo que el Jefe del Frente, comandante Delio Gómez Ochoa, no estuvo de acuerdo con el capitán Suñol en sus planes de atacar Gibara).

La leyenda de la ermita de la Virgen de la Caridad en Río Seco, Banes, Holguín, Cuba

Por: César Hidalgo Torres
        (A partir de un testimonio transmitido por el programa "la Descarga" de Radio Banes)


Por las soleadas calles de Río Seco, Banes, Holguín se acerca una mujer, descalza, la piel curtida por el sol. El vestido de lienzo es del mismo color de su piel, como si el polvo del camino se hubiera incrustado en la tela y la piel. Se llama Irma. Sus rasgos demuestran que en otros tiempos fue una mujer bella, sobre todo los ojos negros y penetrantes en los que parece que se escondió la noche. Los muchachos la mortifican; ella los espanta como puede y sigue susurrándose que es un bicho, esto es, el diablo, un monstruo.

De pronto se detiene frente al portón de una casa donde dos adolescentes se abanican. Yo soy un bicho, les dice Irma, déjenme mirarme en su espejo. Las muchachas se miran con picardía, los padres están trabajando y la abuela en la cocina, bien que pudieran disfrutar un rato con la loca. Le hacen una seña para que guarde silencio y las pasan al cuarto de la abuela donde hay una cómoda con espejo grande. Irma se adelanta, se pone de frente al espejo, de espalda a las muchachas, y comienza a auto describirse: Yo soy un bicho, mira como tengo el cuerpo lleno de pelos; se toca el centro de la cabeza; demoró pero ya me salió un cuerno con forma de espuela de gallo; y no tengo ojos. Las muchachas se tapan la boca, evitando que se les escape una carcajada. Cuando logran serenarse le preguntan a “la loca” ¿qué más? Mis manos son huesudas, parecen garras del gavilán. ¿Y los dientes?, preguntan las muchachas para apresurar la descripción. Irma no responde sino que gira lentamente; las hermanas quedan paralizadas. Luego un grito sale de sus gargantas al unísono: ¡Abuelaaaaaaaaaa!

La anciana llega; ¿qué pasa? Los ojos de Irma tienen la misma mirada de los demonios, dicen las nietas. Los ojos de Irma son muy bonitos, dice la abuela, y las saca a las tres del cuarto. Vieja, yo soy un bicho extraño, le dice Irma mientras se va. No lo eres, dice la anciana, sino, simplemente una mujer muy bonita.

Y allá se va Irma, a recorrer de arriba abajo las calles polvorientas diciendo que ella es un bicho

La anciana toma de las manos a sus nietas y las lleva a su cuarto, ella se sienta al borde de la cama donde resalta la blancura de las sábanas de hilo almidonadas, las muchachas en el suelo. Les voy a contar una historia, anuncia la voz dulce de la abuela.

“Hace más de ochenta años vino a vivir a Los Haticos un joven español de diecinueve que se llamó José Isidro Merino González. Al poco tiempo se casó con Cándida Merino. De la unión nacieron trece hijos, todos bajo el amor y la fe en Dios.

“Los años transcurrieron y una noche de intenso calor José Isidro se levantó, abrió la ventana para que la brisa nocturna refrescara la habitación. Fuerte y agradable llegó el aroma de los nardos y los jazmines. La luz de la luna daba al jardín una imagen de irrealidad. Entonces fue que la vio, una mujer que parecía una aparición. Durante unos minutos ninguno se dijo nada, hasta que la mujer habló como si cantara: Allí donde se unen los caminos hay un tesoro para ti pero tienes que prometer que en el mismo lugar levantarás una ermita a la virgen de la caridad del cobre. Es un sueño, pensó el hombre, pero y si es verdad? Nada pierdo con probar.

"Fue al lugar y cavó un hueco y encontró una tinaja llena de doblones de oro. El 15 de mayo de 1952, cuando ya José Isidro tenía 52 años de su edad terminó la ermita. En su interior colocó una majestuosa imagen de la Virgen trabajada en porcelana, y sobre sus hombros una valiosa cadena de oro con la imagen de la santa labrada en la medalla. Quince días después José Isidro falleció de una repentina enfermedad,

"La ermita comenzó a ser visitada por personas que venían de diferentes lugares, algunos de muy lejos. Y tanto forastero ayudó a que se fabricaran nuevas casas.

"Una noche venían dos pescadores silenciosos con caras de pocos amigos, no habían pescado nada, nada tenían que ponerle en la mesa a sus hijos pequeños. Ya donde la ermita a uno de ellos, Evelio Herrera, se le ocurrió una idea que cambió su destino y el de su familia: “Mira como brilla la cadena de oro de la virgen”. “No, dijo el otro empezando a entrar en pánico, no podemos hacer lo que estás pensando, Evelio”. Pero el pescador, como si estuviera poseso, no oye a su compañero y se dirige a la reja de la ermita, saca el cuchillo y rompe el candado. La imagen de la virgen brillaba como si una luz la estuviera iluminando a ella sola. El pescador toma la cadena, pero una fuerza extraña le impide quitarla del cuello de la imagen. Sin pensarlo dos veces, Evelio la golpea con el cabo del cuchillo; la virgen se rompe en miles de pedazos. “Ya tenemos la cadena y con ella la solución a nuestros problemas”. Dice y se vuelve a su compañero que había palidecido: “rompiste la virgencita y esos se castiga”. “No seas cobarde, mañana vamos a Banes a vender la cadena”. El pescador niega con la cabeza. Evelio lo zarandea amenazándolo: “si esto se sabe te mato, ahora vamos”.

“Al llegar a la elevación que separa a Río Seco de Los Haticos ya los pescadores no eran los mismos, sus cuerpos sentían lo que se debe sentir cuando el cuerpo sufre una metamorfosis. Después amaneció. En toda la zona no se comentaba otra cosa como no fuera sobre la profanación de la ermita de la virgen y la muerte de un los pescadores.

“En su casa Evelio se dirige a la cocina, dando tumbos como un borracho, “mi niña, qué está pasando allá afuera”. Una bella y joven mujer de pelo negrísimo y ojos color aceituna está preparando el desayuno del padre. ¿Se siente usted mal, papá?

“Cuando supo la muerte de su compañero Evelio no salió más de su casa. El médico dictaminó delirio de persecución. Su hija Irma nunca se apartó de su lado. Loco de remate murió el pescador. Para entonces su hija tenía la misma enfermedad”.

Ahora es mayo de 2017. La abuela murió. Los Haticos parece un barrio fantasma donde jamás llueve. La ermita sigue al servicio de los pobladores.

Dos adolescentes terminan de hacer limpieza general en la casa. Una acomoda un mueble. A sus espaldas oyen una voz que las paraliza. ¿Puedo pasar? La joven gira el cuerpo lentamente, como si le pesara hacerlo. ¿Qué desea? En el umbral de la puerta hay una mujer de unos 70 años: "quiero mirarme en el espejo, tú sabes bien que yo soy un bicho, un diablo, un monstruo".




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