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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

21 de abril de 2017

Un holguinero en Nueva York. (Diario del General Julio Grave de Peralta (valoraciones)



Por: José Abreu Cardet
Mayor General Julio Grave de Peralta y Zayas
El que seguidamente podrán leer los que vienen a La Aldea es un singular documento: el diario del general cubano Julio Grave de Peralta durante su primera estancia en Nueva York en 1871 para organizar una expedición que trajera armas a Cuba para los insurrectos que luchaban contra el dominio español.
Pero antes esta introducción en la que se ofrece información sobre el General insurrecto, la situación de la emigración revolucionaria en 1871 en los Estados Unidos y muy específicamente en New York. También una valoración sobre el significado de un documento para Grave de Peralta, que es un asunto raramente tratado en la historiografía cubana. Finalmente el texto fue enriquecido con 82 notas a pie de página.
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La historia de la emigración cubana se puede resumir en forma muy breve: antes del inicio de la guerra de independencia vivían en el exterior de la Isla una pequeña cantidad de emigrados políticos, pero al iniciarse la contiende se produjo un intenso flujo de cubanos hacia el extranjero, principalmente de patriotas residentes en las provincias occidentales, a donde la guerra no había llegado. La mayoría se radicaron en los Estados Unidos, pero también se crearon colonias en Jamaica, República Dominicana y otros países de América Latina y el Caribe. 
Entre los emigrados se creó una representación diplomática y una agencia general. La primera debía de gestionar el reconocimiento de la República de Cuba por las demás naciones, la segunda, que recibió diferentes nombres a lo largo de su historia, se encargaría principalmente de la organización y el envío a la isla de expediciones. La representación y la agencia quedaron en manos de los grandes terratenientes azucareros occidentales emigrados: Miguel Aldama, millonario habanero fue la figura de más relieve  de ese grupo.
A la representación de la República en armas entregaban dinero para sufragar los gastos de las expediciones los ricos hacendados que no habían tomado formalmente partido por la independencia, por miedo a perder las propiedades. Eran ellos parte de los hacendados emigrados que habían salvado sus propiedades. Y también se hacían colectas entre los emigrados más humildes y algunos países latinoamericanos aportaron ayuda. Con todos estos recursos se lograron mandar importantes expediciones. 
Pero estas fueron disminuyendo al paso de un tiempo breve. Otras fracasaron y algunas fueron confiscadas por las autoridades estadounidenses o británicas antes de partir y otras fueron capturadas por los españoles; unas terceras no pudieron desembarcar una vez que llegaron a las costas de Cuba.
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Después de una breve estancia en la colonia británica de Jamaica, Grave de Peralta viajó a Nueva York y se entregó a los trabajos de preparar su expedición. Solo que entonces ya había concluido la época dorada de la emigración revolucionaria cubana, que fue cuando se contaba con suficientes recursos para enviar a las costas de la Isla expediciones de las proporciones del Galvanic o el Perrit con miles de fusiles y toneladas de parque. En 1871 los pocos emigrados que todavía poseían recursos, estaban más preocupados en proteger sus intereses que en la suerte de la patria. Y para colmo de males la emigración se fragmentó en dos facciones que entre ellas libraban una guerra tan intensa como lo que hacían los españoles a los insurrectos en los campos de Cuba.
Otro argumento sobre la escasez o dificultad para armar expediciones es que los grandes hacendados esclavistas del occidente del país que se apropiaron de la dirección de la Agencia no estaban felices de que las armas y municiones que mandaban a Cuba facilitaran la invasión al occidente del país y con ella la destrucción de los grandes ingenios azucareros, pero tal criterio hay que mirarlo con cautela porque fue bajo la dirección de ese grupo de terratenientes que se enviaron a Cuba algunas de las mayores expediciones.
En 1870 el presidente Carlos Manuel de Céspedes mandó al extranjero a su cuñado, el General Manuel de Quesada, con poderes especiales para agilizar el envío de expediciones. Y a su alrededor comenzaron a agruparse los inconformes con la dirección de Miguel Aldama. Surgieron así los dos grandes grupos en los que se agruparon los emigrados: quesadistas o seguidores del General Quesada, y aldamistas o seguidores de Miguel Aldama. Ambos grupos se combatían mutuamente.
Precisamente el General Grave de Peralta llegó a Jamaica en el momento en que más álgido era el enfrentamiento entre los dos grupos. Ante él había dos únicos caminos: unirse a los quesadistas o a los aldamistas. En aquellos momentos era imposible una tercera opción o tratar de organizar por su cuenta una expedición de importancia.
En Cuba Julio Grave de Peralta había peleado bajo las órdenes de Manuel de Quesada y le simpatizaba su figura. Sin embargo, al llegar a New York, Quesada no se encontraba en los Estados Unidos por lo que Julio no se puede entrevistar con él. De todas formas varios seguidores de Quesada se le acercaron, pero el militar holguinero comprobó inmediatamente que aquellos tenían más intereses en ganarlo para sus filas que en enviarlo a Cuba.
Por lo que a los ojos de Julio era Miguel Aldama el que tenía un inconmensurable prestigio; además de ser el Agente General era Aldama el hombre  que había enviado varias expediciones a Cuba, y asimismo fue el único que le propuso al holguinero un plan concreto para organizar la expedición que fue a buscar: La Agencia General de Cuba había adquirido el buque de bandera estadounidense nombrado Hornet, con el fin de armarlo en corzo y hostigar el comercio español en Cuba, pero esa idea no pudo fructificar. Por lo que el barco fue usado en una expedición que desembarcó en Cuba el 7 de enero de 1871, pero los españoles lograron confiscar el armamento unas horas después que el barco se hubo marchado. Guiado por Francisco Javier Cisneros, el Hornet pudo llegar a Port au Prince, capital de Haití y allí quedó bloqueado por un buque de guerra español que ancló no muy lejos de él en espera de su salida a alta mar, para capturarlo.
Miguel Aldama
Precisamente fue ese el barco que Miguel Aldama le ofrecieron a Julio Grave de Peralta para que trajera a Cuba la expedición con las armas y municiones que el General holguinero se disponía a comprar y él quedó feliz sin saber que el Hornet necesitaba reparaciones y, lo que era peor, que estaba envuelto en demandas de marineros y consignatarios por gastos que se habían realizado y que no fueron saldados.
Ilusionados con la oferta Julio Grave de Peralta y José Maria Izaguirre le entregaron a Aldama 7 000 pesos el primero y 2 000  del segundo; ese dinero debía servir para comprar las armas y municiones. Y mientras Aldama se encargaba de hacer la compra, Julio partió hacia Haití para inspeccionar el barco e Izaguirre continuó en los Estados Unidos para incrementar los recursos. 
 

Donde se explica la importancia que para los revolucionarios independentistas cubanos tenían los documentos, sobre todo los diarios, para hablarle a la posteridad y al mismo tiempo para justificar sus actuaciones. De forma especial el cuidado extremo del General Julio Grave de Peralta de dejar por escrito cada acto de su vida oficial y cotidiana.
Los hombres y mujeres cubanos de 1868 tenían clara conciencia de que estaban haciendo historia y que la posteridad se encargaría de juzgarlos, por eso muchos de ellos tuvieron mucho cuidado en redactar textos que le hablaran al futuro. El mismo Carlos Manuel de Céspedes, iniciador de la gesta independentista, fue uno de los mas preocupados en ese sentido. En carta de enero de 1872 dirigida a su esposa que se encontraba en el exilio, le dice “(…) dejo a la historia la apreciación de mis faltas”[1], mientras que en otro momento se pregunta el Padre de la Patria cubana: “Qué lugar nos asignara la historia en sus páginas”[2]. Y en los momentos en que más peligro corría, tuvo el interés de conservar objetos que  consideraban de valor histórico, como por ejemplo, su revolver: “como salí con el á la revolución, quiero conservarlo para memoria”[3]. Incluso el Presidente no duda en escribirle a la esposa: “Así mismo te envió mi bandera de Yara, perteneciente a la División de Bayamo, para que la guardes con cuidado religioso hasta mejores días”[4].
Igual Céspedes tuvo el cuidado de conservar los documentos. A la esposa le envió su diario personal a la vez que le dice: “Ten la bondad de guardar religiosamente ese librito y después de mi muerte sé la custodia de todos los secretos y derechos que encierra”[5]
Calixto García por su parte, aceptando que sería la historia el juez futuro de los actos y acciones de los revolucionarios, al referirse a un líder de los conspiradores que al estallar la sublevación se afilió a las fuerzas hispanas, dejó dicho: “Tal bochorno leguemos a nuestros hijos para el traidor”[6]
Mientras Ignacio Mora, deseoso de guardar para el futuro una memoria escrita y conciente de lo peligroso de que el texto cayera en manos del enemigo, recurrió a una singular medida que explicó en estos términos: “No es prudente vaciar todo el pensamiento ni decir todo lo que se puede: [Ahora] un simple apunte como memorandum para mas tarde, para cuando se pueda, escribir”[7]
Julio Grave de Peralta también actuó de forma semejante a los demás hombres de su época y le dio suma importancia al papel escrito. Pero, además, se puede afirmar que en su familia había una profunda “cultura del documento”; desde hacía mas de un siglo para sus antepasados cuidaron legajos, cartas, testificaciones, actas y otros varios documentos. Uno de sus tatarabuelos y también un bisabuelo suyo habían sido miembros del Cabildo holguinero y por tanto dejaron muchas escrituras que aún pueden consultarse. Y su abuelo materno, que durante largos años fue Teniente Gobernador de Holguín publicó una compilación de documentos sobre la fundación de la ciudad. Por lo que es lógico creer que el documento que salva o condena no debió de ser extraño en las conversaciones cotidianas de su hogar.
El General Grave de Peralta escribía cada una de sus órdenes sin importar que esas estuvieran dirigidas al jefe de su escolta que nada más estaba a algunos metros de distancia. Y a la vez sus asistentes estaban en la obligación de reproducir textualmente en un libro de borradores que siempre llevaban consigo, todos los documentos que el General firmaba. Y aunque otros patriotas también ordenaron que se llevaran libros de borradores, para el holguinero dejar constancia de la orden impartida era casi una enfermedad, creyendo como creía que la copia era tan importante como que la comunicación llegara a manos del destinatario.
En la manigua, obviamente, el General no tenía papel suficiente para hacer la carta y una copia; en esos casos el mensajero llevaba la carta que después de ser leída por su destinatario, ese tenía que firmarla y regresaba a los archivos. Era aquella la forma de tener constancia de la orden impartida para el caso de que tuviera que exigirle a un subordinado moroso o justificarse ante un superior.
Y lo mas sorprendente es que no estamos ante un burócrata interesado en mantener un apacible puesto en al aparato administrativo del estado; era Grave de Peralta un hombre de acción que se movía de uno a otro lugar con tremenda agilidad y detrás de él iban los combatientes, la escolta y el encargado de la documentación que llevaba y traía un jolongo lleno de papeles. Interesante seria un estudio más profundo sobre lo que significaba el documento para este héroe.
Actualmente la documentación de Grave de Peralta se guarda en dos instituciones estatales y en un archivo particular en nuestro país. Son las dos citadas instituciones: el Archivo Nacional de Cuba, específicamente en el Fondo de  Donativos y Remisiones, en el que existen varias cartas firmadas por el patriota, y en el Museo Provincial de Holguín que es donde se guarda el mayor número de su documentación. Esta papelería fue donada por sus descendientes en la década del setenta del siglo XX.  Y en el archivo particular del fallecido historiador Juan Andrés Cue Bada, en Santiago de Cuba, se encuentra el original de su diario en el extranjero.
Según testimonio dejado por Cue Bada antes de morir, el diario le fue entregado por uno de los descendientes del general.
Es posible, claro, que en algunos archivos cubanos o extranjeros existan más documentos de Grave de Peralta, pero sobre ellos no poseemos información.
En su totalidad la documentación conocida de Julio Grave de Peralta consiste en tres diarios particulares, un libro de borradores, correspondencia oficial no recogida en el libro de borradores y la correspondencia particular.
El primero de sus diarios comprende  desde que se inició en la contienda independentista de Cuba, en octubre de 1868 hasta los primeros días del año 1869. El segundo se inicia en la fecha de su destitución como Jefe de la División de Holguín, en  el verano de 1870 hasta que abandona el país en marzo de 1871; y el tercero corresponde a su estancia en el exterior. (Extraño es que durante el año 1869 y la mitad de 1870, el General no haya llevado un diario particular, o por lo menos ese no lo conocemos). Lo que sí cuidaron sus asistentes durante ese periodo fue dejar copia en el libro de borradores de toda su correspondencia oficial.
Asimismo en sus dos últimos diarios personales Grave de Peralta reprodujo cronológicamente toda la documentación de carácter oficial que salio de su pluma, o sea, que en sus diarios el General ve  una especie de continuidad del libro de borradores. Ello ofrece al historiador una posibilidad que no se tiene con otros personajes: leer el diario es seguir las motivaciones de cada día, incluyendo cada carta en la que el personaje estampó su firma.

El diario que Julio Grave de Peralta llevó en el extranjero.
Ese está escrito en una gruesa libreta de las que  usualmente utilizaban los comerciantes para llevar sus cuentas. Su estado de conservación es perfecto.
Como antes quedó dicho lo entregaron los descendientes del General en la década del setenta del siglo XX  al historiador Juan Andrés Cue Bada, en Santiago de Cuba. 
Nacido en Chaparra el 30 de noviembre de 1908, este historiador fue profesor de la Universidad de Oriente a la vez que llevó una valiosa y sistemática búsqueda de información sobre las guerras. Eso le permitió reunir gran cantidad de testimonio de testigos o participantes en algunos de los acontecimientos más importantes de las guerras de independencia y asimismo realizar un detallado estudio de las dichas guerras, especialmente de la polémica figura del general tunero Vicente García, a quien dedicó muchos años de estudio. Sin embargo el historiador no llevó a la letra imprenta casi ninguna de sus investigaciones esenciales. De él solamente han quedado unos muy pocos artículos dispersos en revistas y periódicos. Su gran obra aún está inédita. Cue fallecio el 19 de agosto de 1979 y por lo que hasta el presente parece, es el olvido lo que el futuro deparó al laborioso y trascendente investigador.
Quienes le conocieron guardan una deuda de gratitud al anciano venerable que era, dicen, un hombre de generosidad pocas veces vista en otros del mismo gremio. Que la publicación del diario de Grave de Peralta sea el agradecimiento que tenemos por Cue Bada es lo que más desea La Aldea.    
Se inicia el diario en 11 de marzo de 1871 y concluye en 1872, pero a la verdad que no es uno sino dos diarios. El primero se refiere a la preparación de la expedición que debía ser trasladada a Cuba en el Hornet; en esa parte el General se refiere a los momentos en que actúa junto al grupo de Aldama y el fracaso de la idea. El segundo habla sobre la organización de la expedición que finalmente se llevó a cabo en el vapor Fanny. Para ella el General contó con el apoyo de Francisco Vicente Aguilera.
Igual a esta publicación se le agregaron algunas notas para su mejor comprensión. En ellas, además de las aclaraciones que usualmente se hacen sobre los personajes que aparecen en las páginas, tuvimos el cuidado de incluirlos en el grupo de Aldamista o Quesadista en el que militaban. Hoy para algunos esa militancia pudiera parecer intrascendente, pero en el momento en que se escribieron las anotaciones pertenecer a uno u otro grupo era sumamente trascendente y determinante en las relaciones personales y oficiales de los patriotas y en su actuación. Aclaramos, eso sí, que la posición o pertenencia a uno u otro grupo que aquí queda anotada es la que el personaje tenía en el momento en que Grave de Peralta escribió el diario, pues algunos cambiaron de criterios posteriormente. La información sirve, sobre todo, para que el lector entienda las actitudes de estos individuos hacia Grave de Peralta, quien, por demás, era considerado por los emigrantes como un aldamista que actuaba apoyado por los seguidores del millonario habanero. (Esto independientemente del criterio del General de que no formaba parte de ningún grupo).
Verdad que no hay  documento mas subjetivo que los diarios personales, en los que se anota lo que no se puede decir públicamente. Precisamente eso es lo que los hace en extremo polémicos, tanto que la publicación de algunos diarios o crónicas personales en años cercanos a la terminación de las contiendas por la independencia de Cuba, despertaron encendidos debates.
Pero en el diario de Grave de Peralta, a diferencia de otros tantos, no aparece muy a menudo la pasión a la hora de hacer valoraciones personal. Incluso, en ocasiones más parece que estamos ante una crónica impersonal que ante un diario. También sorprende en él la cantidad de copias de cartas escritas por Grave de Peralta  a diferentes patriotas, todas con carácter oficial y referidas a asuntos sobre la organización de la expedición, sin embargo no hizo el General ninguna copia de cartas particulares y apenas menciona la esposa, a sus hijos y a otros miembros de la familia.
Tampoco en el diario dice nada sobre que al terrateniente oriental le sorprenda la industrial New  York o el raudo desplazamiento en modernos barcos por el Atlántico, el clima frío de Norteamérica o el abigarrado Caribe. O sea, que al parecer no se trata de un libro en el que se anotaban criterios subjetivos y eso es muy útil para los historiadores pero no para los periodistas que terminan la lectura decepcionados  porque no encuentran lo que el Grave de Peralta realmente pensaba sobre personajes tan polémicos como Aldama o Quesada.
¿Por qué un lenguaje tan cuidadoso y esas opiniones tan impersonales en un hombre que vivió con tanta intensidad en la vida? Esa es una respuesta que cada quien debe darse a sí mismo cuando termine de leer la última anotación del General. La de La Aldea es la siguiente: Organizar una expedición era una empresa eminentemente comercial. El General tenía que fletar un buque, contratar una tripulación, comprar combustibles, víveres, parque, armas y diversos equipos. Y todo eso tenía que hacerlo evitando a toda costa que su empresa llegara a oídos de los espías españoles o de las autoridades de los  Estados Unidos, y todo eso en el seno de una emigración enfrascada en una guerra  intestina en el que uno y otro bando se acusaba mutuamente de mal manejo de fondos, de incumplimiento de promesas y de otros errores capaces de desacreditar públicamente a cualquier hombre.
Por lo que el diario del General es a nuestro entender, sobre todo, prueba de su integridad para poder exigir el cumplimiento de la promesa que había hecho al Gobierno de Cuba en armas. Por lo que además de diario personal es el texto un libro de borradores donde quedó escrita la grande obra de un hombre solitario en una muy poblada ciudad.
Asimismo en el texto se reflejan otros fenómenos de la emigración independentista cubana hasta ahora poco estudiado: Uno de ellos es el papel de la mujer, tantas veces pasado por alto a pesar de las tantas mujeres que ofrecieron medios para la guerra de Cuba. Y otro no menos interesante es el papel de la familia. No pocas familias residieron en el exterior y en torno a ellas se crearon intereses que nos señalan un camino para la indagación sobre asunto tan complejo. Incluso podríamos preguntarnos hasta qué punto los lazos de parentesco más que el convencimiento fue lo que llevó a tener una actitud favorable hacia uno u otro grupo, (aldamistas o quesadistas).
No menos interesante sería encontrar lo que significó la emigración para la vida interna de la Revolución y no solo en el sentido de las armas y parque que enviaron o no a los combatientes, sino en el peso político de ellos y los criterios que llegaban desde el otro lado del mar a los campos donde se luchaba, más entendiéndose que las estructuras creadas por la revolución en el extranjero eran en extremo sensibles a cualquier cambio político y militar en Cuba. Esa compleja interacción es difícil de encontrar en la documentación, pero debe tomarse en cuenta por lo real que fue. 
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Claramanente se percibe en el documento las sórdidas luchas entre cubanos seguidores de Aldama y de Quesada. Los quesadistas no dudaron en brindarse ante Grave de Peralta para ejecutar acciones que en la practica eran irrealizables con el único objetivo de separarlo de Aldama y su grupo. Y los aldamistas lo envían a Haití en un plan que parecía fracasado de antemano.
En fin, iniciemos la emocionante aventura de acompañar al General Julio Grave de Peralta por los mares caribeños hasta llegar a las frías y cosmopolitas calles neoyorquinas; entremos en aquel tiempo de incertidumbre y de desaliento para Cuba. Pero sobre todo conozcamos de la tenacidad de estos hombres del 68, de sus grandezas y miserias sin olvidar que simplemente eran hombres y mujeres. Tiene la palabra el general Peralta.
       


[1] Fernando Figueredo y Hortensia Pichardo. “Carlos Manuel de Céspedes Escritos”. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982. Tomo III p.100

[2] Eusebio Leal Spengler. “Carlos Manuel de Céspedes. El Diario Perdido”. Publicimez  S.A. Ciudad de La Habana, 1992. p. 221

[3] Eusebio Leal Spengler. “Carlos Manuel de Céspedes. El Diario Perdido”. Publicimez  S.A. Ciudad de La Habana, 1992. p.86

[4] Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. “Carlos Manuel de Céspedes Escritos” Editorial de Ciencias Sociales. La Habana,1982 Tomo III p. 91

[5] Ibídem. p. 96

[6] Juan Andrés Cue Bada. “Diario de Calixto García”. Órgano de la Comisión Regional de Historia de Holguín, Enero-Febrero de 1971. págs. 29-31

[7] Nydia Sarabia, “Ana Betancourt”, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p.151





Julio Grave de Peralta sale al extranjero a preparar una expedición hacia Cuba (1871). En Jamaica rumbo a Nueva York



En 1871 las tropas mambisas cubanas vivieron uno de los momentos más difíciles de la guerra de independencia, por la falta de armas, municiones, medicinas. Entonces el general holguinero Julio Grave de Peralta pidió que lo autorizaran a salir al extranjero para organizar y traer una expedición. El dinero que se necesitaba, dijo, lo pondrían él y sus familiares.
Durante la misión el General holguinero escribió un diario que se conserva en el Museo Provincial La Periquera, de Holguín. En la primera página del manuscrito hay una hoja de periódico en la que está escrito un artículo de José María Izaguirre, acompañante del General durante la expedición. El historiador José Abreu Cardet asegura que esa hoja de periódico la conservó la familia Grave de Peralta y que junto al Diario la donó uno de los bisnietos del General en 1960 al notable historiador Juan Andrés Cue Bada.
Invita La Aldea a sus lectores a releer el texto, ayudados de las explicaciones que nos dio el estudioso de la vida del militar de Holguín, el historiador José Abreu Cardet.
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José María Izaguirre
Salieron los comisionados hacia la costa sur de Cuba para embarcarse hacia la Jamaica y allí estaban el día 6 de marzo de 1871. El artículo de Izaguirre dice: “El lugar que escogimos para embarcadero no podía ser peor pues además de que el mar era allí muy bajo su lecho era calcáreo, compuesto de una especie de rocas erizadas de puntas que llaman dientes de perro. Así es que nuestro bote rozó por un largo rato contra esas puntas que amenazaban destruirlo y que nos molestaron mucho”.
El historiador Abreu Cardet explicó a La Aldea que además de las molestias del diente de perro, los expedicionarios corrían otros peligros mayores, entre ellos ser sorprendidos por las fuerzas hispanas que vigilaban aquellos parajes como ya antes había ocurrido y ocurrió después. Ejemplo es la vez que la esposa del Presidente de Cuba en Armas, doña Ana de Quesada y su acompañante, el destacado poeta e independentista Juan Clemente Zenea fueron sorprendidos en el momento en que intentaban pasar al extranjero. Y lo mismo ocurrió al General Domingo Goicuria, a quien hicieron prisionero circunstancias similares.
Perfecto Lacoste Grave de Peralta fue el primer alcalde de La Habana después del fin de la colonia española
Para que lo acompañaran al extranjero el General Peralta había escogido a varios hombres y asimismo llevaba con él a su sobrino Perfecto Lacoste, que era un niño de diez años que el tío llevaba para dejarlo con doña Rafaela Grave de Peralta, hermana de Julio y madre del muchacho, a quien los españoles habían obligado a salir hacia el exilio.
Decirle bote a la embarcación era una exageración. En verdad se trataba de una canoa hecha del tronco de un cedro, y eso, seguramente, limitaba la cantidad de expedicionarios. En el artículo dice Izaguirre que los que se embarcaron nada más eran nueve personas: Los ya mencionados Peralta, Izaguirre, el niño y el coronel Jesús de Feria[1], cuatro remeros y un timonel.
“Salimos (continúa el artículo), pero como a doce millas de la costa tuvimos que retroceder porque el bote iba haciendo agua y el timón se rompió. Al siguiente día se hizo un nuevo timón de madera mas consistente, se calafateo la embarcación con resina de cupey y antes que amaneciera nos hicimos a la mar nuevamente.
“Amanecimos muy lejos de la costa, dice Izaguirre, y por consiguiente, libres de ser capturados por los buques españoles que rodeaban la isla y que nunca se alejaban mucho de ella. El mar estaba embravecido: sus olas se levantaban como montañas. El tiempo estaba nebuloso, soplaba recio el viento. A falta de brújula, eran nuestra esperanza el sol y la estrella polar.
“Aunque casi todo nos era contrario, se remaba con valor, pero así y todo no adelantábamos mucho por la fuerza del mar en nuestra contra.  Yo, continúa Izaguirre, no dejaba de experimentar cierta zozobra al pensar que podíamos, por la falta de dirección, pasarnos por un lado de Jamaica sin llegar a verla: y entonces me preguntaba ¿A donde iremos a parar? Al abismo, era mi única respuesta.
“Ya llevábamos un día completo y una noche en el mar, entonces, al segundo día, divisamos a regular distancia un buque ingles. Los del barco también nos vieron y enderezaron su proa hacia nosotros como para ofrecernos auxilio. La oferta era halagüeña, pues la situación nuestra era precaria. Confieso que mi primer pensamiento fue el de aceptarla, por la responsabilidad que yo tenia con la vida de mis compañeros. Pero pronto la rechace reflexionando que todos los que íbamos en el bote teníamos el deber de cumplir con un deber patrio y que el buque bien podía dirigirse a un puerto de Cuba, en cuyo caso, si subíamos al barco estaríamos irremediablemente perdidos. Rápido los expedicionarios intercambiamos opiniones. No podíamos arriesgar la misión subiendo al barco, acordamos que si la providencia nos había llevado hasta allí sanos y salvos, la providencia nos conduciría del mismo modo hasta las costas de Jamaica.
“Cuando los del barco vieron que no queríamos su ayuda, se alejaron. Nosotros seguimos adelante, siguiendo un rumbo que, posiblemente, nos llevaría hasta nuestro destino”.
Cuando amaneció al tercer día de navegación, el General Peralta y sus acompañantes divisaron a lo lejos una línea verde y más atrás, altas montañas. Era Jamaica. Con fuerza los remeros hicieron que el bote avanzara a tierra, poniendo fin a la peligrosa  travesía.
De su puño y letra dice en la libreta donde el General hacía anotaciones: “Esto es todo lo ocurrido desde mi llegada a Jamaica en busca de una expedición para Cuba”.
11 de marzo de 1871. Puerto Santa Maria, Jamaica.
“Después de 40 horas de una navegación bastante penosa desde “Boca de Caballo”[2] a Jamaica llegamos a Puerto Santa Maria”.
Dice el General Peralta que desde aquella madrugada en que llegaron, inmediatamente fueron bien atendidos por los muchos ingleses[3] de aquella isla que cuando supieron que los recién llegados iban desde Cuba, fueron en masa a verlos y a saludarlos y que algunos ingleses (entiéndase jamaiquinos), demostraron simpatía por la causa de los recién llegados y hubo quienes se comprometieron a ir en la primera expedición que saliera para Cuba para hacerle la guerra a los españoles. Luego los expedicionarios pasaron a la oficina del Cuerpo de Policía y todo estuvo bien aquel día. En la tarde los expedicionarios lo prepararon todo para al día siguiente salir hacia la capital de Jamaica.
Dice el General en su diario:
12 de marzo de 1871.
“Salimos para Kingston todos a caballos[4]. En el trayecto pasamos por tres pueblecitos que no supimos como se llaman y dormimos a tres leguas del paradero donde debíamos de coger el tren.  No ocurrió novedad alguna en todo el tránsito desde la costa hasta la capital de Jamaica.
“Sin novedad alguna llegamos al paradero del tren y de allí llegamos a Kington (Sic) [5] a las tres de la tarde.
Aunque el General quiso evitar que se supiera de su llegada, no pudo mantener el anonimato; muy pronto los emigrados cubanos se enteraron y, dice en el diario: “me recibieron con un entusiasmo grande. A consecuencia de esto no se hizo otra cosa que hablar y gritar vivas y más vivas a la independencia de Cuba”. (Se entiende que los cubanos que habían tenido que abandonar la Isla y allá habían dejado a sus familiares peleando, se sintieran felices con la llegada de cualquiera que fuera de los campos en armas, y más si ese era un alto oficial mambí, pero no era conveniente  tales espontáneas y públicas muestras de regocijo porque esas servían a los agentes  de la inteligencia española para enterarse de la llegada y propósitos de los cubanos que arriban. Por eso es que suponemos que desde ese momento el General Peralta y sus acompañantes tuvieron una férrea vigilancia por parte de la inteligencia al servicio de España).
Dice el general en su diario que muy temprano del día siguiente vio al cubano Secundino Bravo, quien en verdad se llamaba Francisco Bravo, pero era conocido por Secundino. Ese era el agente general de Cuba en Jamaica. Cuando a esa Isla llegó posteriormente Francisco Vicente Aguilera, Vicepresidente de Cuba en Armas, Secundino Bravo se desempeñó como su secretario y con él fue a Nueva York. Luego el Vicepresidente lo asignó como representante diplomático de Cuba en Armas ante la Republica del Perú.
En el diario dice el General Peralta que aunque él no tenía en sus planes hacer nada junto a Secundino Bravo, de todas formas conversaron y le informó de su proyecto para conseguir armas, municiones y el barco que lo traería de vuelta a Cuba y, entre los dos, dice el General: resolvimos hacer algo de acuerdo. “Por lo demás, todo ese día fue bien”.
16 de marzo de 1871.
“No ocurrió nada de particular. Me visitaron algunos pero ninguno a proponerme nada de auxilio a la misión que me trae al extranjero Son muy pocos los buenos patriotas cubanos que viven en Jamaica. Sin embargo es digno hacer notar que en la emigración hay algunos que sí son buenos patriotas”.
Solo son cinco días los que llevaba el General Peralta en Jamaica y ya dice que no son buenos los patriotas cubanos emigrados. Cree el historiador Abreu Cardet que era muy poco tiempo para hacerse de un criterio tan drástico por lo que se inclina a pensar que quien en verdad guió su mano para escribir lo que nos llega hasta hoy fueron los prejuicios que el holguinero llevaba desde Cuba. Entre los mambises había el criterio de que  muchos de los emigrados, en lugar de combatir en los campos de la Isla, preferían estar en el exterior.
17 de marzo de 1871.
“Hubo este día una junta de cubanos con el objeto de atraer recursos para Cuba. Los que concurrieron demostraron sus mejores deseos. Se recogió algo”.
En la reunión, dice el General que el ciudadano Secundino Bravo explicó a todos que el ciudadano José Maria Izaguirre era diputado por Oriente ante la Cámara de Representante, y que llegado a Jamaica junto al General Peralta, lo iba a sustituir en su puesto de Agente General del Gobierno de Cuba en Armas en ese país, y se hacía así porque era aquella una orden del Gobierno cubano. “Todos aceptaron; sin embargo, dice el General, yo le  llame la atención a los dos haciéndoles comprender que aquel paso era antipolítico, porque no era el Gobierno quien tenía que tomar aquella disposición, sino que debían ser los patriotas cubanos en Jamaica quienes la tomaran. Y les hice ver que podía traer malos resultados aquel paso. Bravo me respondió diciendo que el pueblo, o mejor dicho, la emigración en Jamaica sabía que convenía así. Nunca quede satisfecho, sin embargo Izaguirre quedó desempeñando la Agencia en aquella isla jamaiquina”.
18 de marzo de 1871.
“No ocurrió este día otra cosa que la visita de varios que me demostraban unos ser partidarios de Quesada, otros de la Junta, y otros neutrales”.
Manuel de Quesada y Loynaz
Cuando en el diario dice Quesada, es a Manuel de Quesada Loynaz, a quien se refiere el General. Nació Quesada en Camagüey, el 29 de marzo de 1833 y murió en San José de Costa Rica en 1884.   En la asamblea constituyente de Guaimaro se evidenció las diferencias entre los mambises de Oriente y los de Camaguey. Temían los camagueyanos que si Carlos Manuel de Céspedes reunía en él todos los cargos pudiera concluir como un dictador. Céspedes por su parte consideraba que los cargos de Presidente de la República en Armas y General en Jefe del Ejército debía ostentarlo una sola persona, para evitar contradicciones. El tiempo le dio la razón a Céspedes, pero en Guaimaro vencieron los camagueyanos, Céspedes fue nombrado Presidente de Cuba en Armas y el Mayor General Manuel de Quesada Loynaz, General en Jefe del Ejército mambí. Después el Presidente se casó con un hermana de Quesada.
Pero el Jefe del Ejército no resultó un militar hábil, por lo que al Presidente no le quedó otra alternativa como no fuera destituirlo y mandarlo al extranjero con el nombramiento de Agente Especial con la misión de promover el envió de expediciones a Cuba. Sin embargo para entonces y con la misma misión ya estaba en el extranjero el riquísimo habanero Miguel de Aldama. Céspedes orientó que Quesada y Aldama trabajaran juntos, pero lo que ocurrió fue que entre ellos hubo grandes diferencias y la emigración se dividió en tres bandos: eran unos los que seguían al Aldama, mientras que otros simpatizaban con Quesada. Y unos terceros no simpatizaban con ninguno de los dos. La prueba de lo anterior es lo que dice el General Julio Grave de Peralta en su diario de Jamaica.
De Jamaica el General debería pasar a Nueva York donde estaban Aldama y Quesada, y, al parecer, el holguinero se preparó para el encuentro. El mismo día 18 dice Peralta en su diario: “Sirviendo entre tantas divisiones, se me presentó el señor Serafín Pacheco, el que me dio carta para el señor Enrique Piñeiro y me instruyó de otros que no son nada buenos”.
20 de marzo de 1871.
”En esta fecha presté 531 pesos para remitir una expedición con pólvora a Máximo Gómez. El préstamo fue con la condición de que me devuelvan el dinero apenas la Agencia de Jamaica lo tenga y así consta en el recibo que me entregaron”.
Abreu Cardet dijo a los redactores de La Aldea que viajes así eran comunes. De aquella salían a esta Isla  botes y goletas con pequeños cargamentos de municiones y otras vituallas para los insurrectos. Tan regular era el tránsito que en la costa sur de  Oriente operaba permanentemente una fuerza bajo el mando del brigadier Jesús Pérez que tenia la misión de recibir a los que llegaban.
24 de marzo de 1871.
“Hablé con un emigrado cubano en Jamaica de apellido Valiente, al que le pedí que me auxiliara en lo que pudiera para organizar una expedición. Él me contestó que tenia hecho ya muchos sacrificios y no quería dar más, que su larga familia era primero que la patria, razón porque a ella no podía quitarle recursos. Mi contesta fue despreciativa a aquel hombre a quien amonesté en todo lo que creí oportuno, y lo declaré traidor a la patria puesto que no pensaba en ella. Por lo demás, este día no ocurrió mas nada en lo particular.
El 25 el General conversó largo con Secundino Bravo sobre los dos grupos en los que se había dividido la emigración con Aldama y Quesada al frente de cada uno. Dijo Bravo que la Junta de Nueva York, dirigida por el General Quesada, era indiferente a la Agencia de  su cargo en Jamaica, y que era por eso que estaba complacido que ahora fuera Izaguirre quien se encargara de ella, porque a él le era muy dificultoso hacerlo. Dice Peralta en el diario que trató él de persuadirlo para que siguiera desempeñando su puesto, pero nada consiguió.
Los días 30 y 31 de marzo, estando en la casa de Serafín Pacheco, se trató de política pero nada que mereciera la pena. Dice Peralta que hablaron de la traición de Juan Clemente Zenea[6], de los malos escritos de Pepe Armas[7] y también de otros patriotas cubanos que residían en el extranjero, entre ellos, de José Castillo[8].
1ro al 4 de abril 1871.
“Nada ocurrió fuera de algunos preparativos para salir para Nueva York dejando algunos hombres en Jamaica listos para ir a Cuba cuando se organice la expedición. Quedan aquí Jesús de Feria, que vino en mi compañía de Cuba, hasta tanto se le de aviso para donde debe dirigirse”.
5 de abril de 1871.
En este día llegó el vapor americano y en el salí para Nueva York. En todo el viaje conocí a muchos de los pasajeros y mucho se habló de la causa de Cuba. Todos los que iban en el vapor simpatizan con nuestra causa.
Entre los pasajeros estaba Ambrosio Valiente, quien se desempeñaba como Ministro Plenipotenciario de la Republica de Cuba[9] en Lima, Perú. Dejó escrito el General que Valiente le manifestó gran descontento en el desempeño de su puesto en el Perú a consecuencia que le trataron muy mal los de la Junta General de Nueva York, que era mandada por Aldama y asimismo le contó sobre varias injusticias por lo que creía él que no era Aldama el que debía estar al frente de la Junta General de Nueva York.Luego dice Peralta que después de oírlo ha calificado la actuación de Aldama como ambición pero, dice, “quizás me equivoque”.
El 8 de abril de 1871, todavía a bordo del vapor, Julio vuelve a conversar con Valiente y esto es lo que anotó en el diario: Me dijo que también que el Presidente Carlos Manuel  de Céspedes le había mirado con indiferencia, puesto que él le había hecho varias cartas confidenciales y que nada más le contestó una por conducto del Secretario de Relaciones Exteriores, Ramón Céspedes[10], y que por lo tanto estaba resuelto a servir a Cuba pero sin sacrificio de sus intereses que ya tenia hecho muchos. Me dijo, además que Cisneros[11] no debía ocuparse más de expediciones, en vista de que todas las que comandaba caían en manos del enemigo. Y en medio de estas conversaciones el día 11 de abril llegamos a Nueva York”.


[1] Se equivocó Izaguirre cuando dijo en su escrito que Jesús de Feria era coronel; en verdad era comandante.
[2] Boca de Caballo es un lugar ubicado en la costa sur del Oriente de Cuba, cercano a Santiago de Cuba.
[3] En el momento de la llegada del General Peralta, Jamaica era colonia del Reino Unido por lo que sus ciudadanos eran considerados como súbditos británicos. En su diario el General no se refiere a los jamaiquinos, sino, siempre los llama ingleses.
[4] Según el relato de José M. Izaguirre, los caballos se los entregó el jefe de la policía de la localidad por donde desembarcaron
[5] El General llama a la capital de Jamaica Kington, sin s. La forma correcta es Kingston.
[6] Juan Clemente Zenea fue un destacado poeta cubano que vivía en el exilio y allí lo fueron a contactar enviados de altos políticos españoles para que se trasladara a Cuba y trajera mensajes de los principales personajes del gobierno español. Aceptó el poeta y cuando intentó salir de Cuba acompañando a la esposa de Carlos Manuel de Céspedes, ambos fueron hechos prisioneros. Los españoles consideraron que Zenea los había traicionado y por eso lo ejecutaron. Los independentistas cubanos por su parte, cuando supieron que Zenea tenía contactos con el Gobierno de España también lo consideraron un traidor. Juan Clemente Zenea pasó a la posteridad como un doble traidor. Ya han pasado más de cien años de aquellos hechos y todavía su figura levanta airados acontecimientos. Dice el historiador Abreu Cardet que, posiblemente, fueron los españoles los que mejor juzgaron a Zenea: Ellos lo consideraron un mambí y lo trataron como tal porque, seguramente, un mambí es lo que fue siempre.
[7] José de Armas y Céspedes, Pepe, fue un critico del trabajo realizado por Miguel Aldama y sus seguidores
[8] No hay noticias de el tal José Castillo, pero al parecer se trata de un quesadista.
[9] La Republica de Cuba en Armas nombró representante diplomáticos en varios países. Estos debían de promover el reconocimiento de la Republica Cubana por los Gobierno de esos países. Ambrosio  Valiente ocupó ese cargo hasta finales de 1871 cuando renunció y regreso a New York, por tanto cuando el general Peralta lo conoció iba de regreso. Dice el historiador José Abreu Cardet que haciendo un análisis un poco esquemático de Ambrosio Valiente, podríamos considerarlo como Quesadista en esos momentos.
[10] El abogado Ramón Céspedes era una persona de edad avanzada cuando se unió a la guerra desde sus mismos inicios. Por ser persona instruida desempeño cargos en la estructura civil de la revolución, entre ellos el más importante fue el de Secretario de Relaciones Exteriores. En 1871 Céspedes lo designó representante de la Republica en el exterior. Desempeño la función hasta 1872.
[11] Francisco Javier Cisneros. Nació en Santiago de Cuba el 28 de diciembre de 1836, era Ingeniero y se dedicó a la organización y conducción a Cuba de varias expediciones durante la guerra de 1868 a 1878. Murió el 7 de julio de 1898 en los Estados Unidos. En ese país publicó un folleto titulado “Cinco Expediciones” en el que trató de justificar algunos de  sus fracasos. Puede considerársele como Aldamista.

El inicio de la guerra grande por la independencia de Cuba en 1868. Un misterioso telegrama que nadie ha visto jamás llevó a los manzanilleros a comenzarla. Respuesta de Holguín. Julio Grave de Peralta es designado máximo líder local



En octubre de 1868 un entarimado de familias, regiones y caudillos de la cuenca del Cauto habían logrado un acuerdo muy práctico, levantarse en armas contra el gobierno colonial español en Cuba. Para hacer efectiva su intentona, fueron entretejiendo un complejo movimiento conspirativo con gente de Santiago de Cuba, Puerto Príncipe y Las Villas.    
Los comprometidos llegaron al consenso general de que era necesario sublevarse y se iniciaron las gestiones para materializar ese propósito, pero los líderes del Cauto presentaron limitaciones para encabezar un movimiento de carácter nacional y tampoco nació un líder nacional en Camaguey o en Las Villas: Esa fue la principal limitación de la sedición cubana de 1867: no se llegó a crear una dirección única. De ahí que cada grupo regional caudillista trataba de imponer sus criterios. No llegaron a un acuerdo sobre la fecha para iniciar la sublevación; en cada reunión los intereses regionales estaban por encima de los intereses del país y el ejemplo más elocuente es, precisamente, el levantamiento el día 10 de octubre de 1868.
Escultura de Carlos Manuel de Céspedes hecha en cera
La decisión de levantarse en armas ese día fue tomada por el grupo manzanillero. Su líder, Carlos Manuel de Céspedes se sublevó sin contar con la opinión de los demás.
En su tantas veces citado libro LA FURIA DE LOS NIETOS, dice el holguinero Abreu Cardet que es verdad que los manzanilleros habían llegado a una comprensión muy cabal y  pragmática de la situación nacional y que fueron ellos quienes alcanzaron una visión y una amplitud en sus criterios que no poseía la mayoría de los otros líderes locales. Por eso es que intuyeron la necesidad de irse a las armas lo más rápido posible o la conspiración fracasaría. (Que el grupo de manzanilleros poseían una visión y una amplitud en sus criterios que no tenían la mayoría de los otros líderes locales se puede probar con un ejemplo elocuente: esa región aportó cuatro presidentes a la República de Cuba en Armas durante el proceso independentista cubano).
Por demás el grupo de conspiradores manzanilleros en vísperas del 68, encabezado por Céspedes, fueron los primeros que comprendieron la necesidad de un mando centralizado, la elaboración de un programa político antes de ir a la guerra y se encargaron de elaborar el programa de la  revolución.
Pero a pesar de su visión, no pudieron librarse del regionalismo y caudillismo propios de su época. Comprendiendo la necesidad de un mando centralizado, no dudaron en escoger a su líder natural para que lo ostentara. Y definitivamente no contaron con los grupos de otras regiones en su plan de levantarse en armas el 14 de octubre. Y cuando lo hicieron el 10, en muy pocas regiones se enteraron. Más, La Aldea no los está culpando por nada. Cómo hacerlo si era esa la misma forma de actuar de los otros grupos caudillistas, porque era ese el pensamiento de su tiempo. Los manzanilleros precipitaron la guerra y eso es en verdad la mejor muestra de su genialidad. Pocos grupos locales con mayor cohesión de pensamiento que ese grupo con Céspedes al frente.
Lo que sí quiere La Aldea es, con el historiador Abreu Cardet como guía, desmentir un hecho que por muchos años hemos tenido como una verdad: el famoso telegrama enviado por el Capitán General ordenando el apresamiento de Céspedes y los principales líderes de la zona. El telegrama que ya es leyenda, fue la forma que ellos encontraron para justificar ante los demás grupos su apresuramiento en comenzar la guerra. Veamos.
El mito del telegrama, dice Abreu Cardet, está acorde a la forma de pensar de los hijos de la cuenca del Cauto en aquella época. Así se narra: Una esposa ingenua, instigada por un sacerdote perverso denunció a su esposo ante el Capitán General. Un sobrino telegrafista de  Carlos Manuel de  Céspedes intercepta el mensaje donde el Capitán  General le ordenaba al Gobernador de Bayamo la detención del líder de Manzanillo. El sobrino lo comunica al que sería su futuro suegro, y este, también comprometido en la conspiración, le avisa a Céspedes.
¿Qué quiere decir Abreu Cardet cuando hace ver que la historia que supone inventada, está acorde a la forma de pensar de los habitantes de la cuenca del Cauto de esa época?: Una esposa ingenua en confesión confiesa que su marido es un conspirador a favor de la independencia de Cuba. El cura la convence de que debe decirlo a las autoridades: (La mujer es débil, dice la sociedad machista: solo una mujer podía ser la delatora). Y por otra parte, no hay que olvidar que los conspiradores eran masones: El papel satánico del cura seguramente que les agradaba.
Y luego los valores de la familia patriarcal de la época: El asunto se resuelve gracias a un sobrino y un suegro juega un papel destacado: Cualquier hacendado o campesino del Cauto hubiera considerado muy lógico que sobrino y suegro se arriesgaran por ayudar a un miembro de la familia y lo era Céspedes, que estaba en peligro.
Por último el mensaje desde Bayamo hasta Manzanillo se lo envían a Céspedes con un esclavo, lo que hace ver la diferencia entre los esclavistas orientales y los occidentales. Un terrateniente occidental no se hubiera arriesgado a utilizar a un esclavo en una misión tan delicada, pero uno oriental sí. Y eso fue lo que dice la leyenda que ocurrió: un esclavo fue desde Bayamo hasta Manzanillo portando una noticia en extremo confidencial.
Pero, ¿solo una suposición, por más lógica que sea, sirve a un historiador para desmentir algo que se da como una verdad de la historia por más de un siglo? No, eso sería una irresponsabilidad. José Abreu Cardet tiene otras pruebas. Él logró consultar todos los telegramas que cursó el Capitán General al Gobernador de Bayamo entre el 10 y el 20 de octubre de 1868. No hay ninguna referencia al telegrama que, según los manzanilleros, ordenaba la captura de Céspedes y que provocó el levantamiento en armas, y sí hay en que se responsabiliza al Gobernador de Bayamo con la situación creada por el alzamiento. Igual existen muchos escritos que dan cuentas de las tantas críticas que las autoridades españolas hicieron al Gobernador bayamés por no actuar con mano dura contra los sediciosos y en ninguna de ellas se habla nada del telegrama. Como es lógico suponer, si el Capitán General hubiera ordenado al de Bayamo que apresara a Céspedes y si aquel no lo hubiera hecho con la rapidez y tomando las medidas de precaución necesarias, las críticas hubieran hecho referencia a ello y habrían sido mucho más agrias.
El telegrama es un mito, y, dice sonriente Abreu Cardet, los mitos son casi imposibles de desmentir… y tampoco hace falta. Lo que si debe tenerse en cuenta es que las figuras históricas deben estudiarse con visiones mucho más profundas para demostrar que los hombres y mujeres del 68 no eran ni dioses ni santos, solo, maravillosamente, hombres y mujeres.
Creyendo lo del telegrama o sin creerlo, los demás líderes locales respondieron a la acción iniciada por los manzanilleros y se fueron a las armas, con la sola excepción de uno de ellos, que por cierto era primo de Céspedes, el holguinero Belisario Álvarez y Céspedes. Pero un hombre no es todo Holguín. Los vecinos de la comarca se fueron a las armas el día 14 de octubre en dos levantamientos casi al unísono. Uno se produjo en Yareyal con el maestro de escuela Manuel Hernández Perdomo al frente, otro en Guayacán del Naranjo con Julio Grave de Peralta con 200 hombres: eran dos jefes distintos en una misma comarca. Céspedes resolvió este asunto enviando a un militar de experiencia como jefe de Holguín: Luis Marcano.
Mientras duró la estancia de Céspedes en Bayamo, los holguineros acataron aquella decisión. Pero cuando la fuerza arrasadora del Conde de Balmaceda expulsa a los que tenían a Bayamo en su poder, los holguineros consideraron que un manzanillero no tenía que tomar medidas en Holguín, sustituyeron al jefe impuesto por el gobierno central cespediano, se separaron de ese gobierno y crearon un comité revolucionario para organizar las elecciones que seleccionaría a los hombres que participaron en la constitución del gobierno federal de la comarca. Ese dicho Comité Revolucionario de Holguín nombró a Julio Grave de Peralta: Mayor General y máximo jefe militar de la jurisdicción.
Para la fecha que ocurrieron los sucesos antes narrados, ya las fuerzas independentistas holguineras habían participado en algunos combates y a diferencia de la inteligencia militar de Vicente García en Las Tunas, Julio Grave de Peralta no dio muestras de ser un gran estratega y tampoco lo fue posteriormente. Los holguineros tuvieron que esperar muchos años hasta que surgieron figuras realmente relevantes en el orden militar. Lo anterior  es, según el criterio del historiador José Abreu Cardet, un factor que hizo que el grupo regionalista caudillista tunero tuviera un papel importante en  la historia holguinera durante la guerra.
De todas formas los Grave de Peralta y sus parientes colaterales mantuvieron un papel significativo durante toda la contienda, destacándose, especialmente, Belisario y Francisco Grave de Peralta y Guillermo Cardet primo de estos. Por eso ellos tuvieron un destino destacado en las confrontaciones caudillistas regionalistas que ocurrieron durante los últimos años de la guerra de 1868. Belisario, por su parte, peleó en la guerra del 68 hasta el final, estuvo con Antonio Maceo en Baraguá y fue quien inició la guerra chiquita en Holguín.

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