LO ÚLTIMO

La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

27 de febrero de 2017

Juan José Guarch: Hijo de majá ¿nace arqueólogo y espeleólogo?



Por: José Abreu Cardet
Entrevista a Juan José Guarch Rodríguez (Camagüey, 21 de noviembre de 1954). Hijo de José Manuel Guarch y Caridad Rodríguez, dos rostros esenciales de la arqueología cubana. Arqueólogo de larga experiencia y figura importante de la espeleología cubana. Ha concentrado su vida investigativa en el Departamento Centro Oriental de Arqueología, en Holguín, donde hasta hoy, como técnico de investigación, se encarga de los estudios de arte rupestre y de los registros topográficos y de datos espaciales
-Eres hijo de arqueólogos. ¿Viene toda tu vocación por la arqueología del entorno familiar?
Me acerqué a la arqueología principalmente por la influencia de mis padres, José Manuel Guarch Delmonte y Caridad Rodríguez Cullel. Realmente ellos no me insistieron para que me dedicara a esa profesión, pero el contacto diario, ver los trabajos que hacían, me fue acercando a la misma. También debo mucho a los integrantes del grupo de espeleología René Herrera Fritot, al cual pertenecí en La Habana. Muchos de sus miembros se inclinaban por la arqueología y comenzamos a hacer algunos trabajos. Es preciso anotar la importancia de los círculos de interés de la época, ya que en octavo grado entré en uno de ellos, que era de Arqueología, dirigido por un profesor de Historia llamado Orestes Amador, que nos inculcó el interés en el tema. Y por último te diré que mi entrada en el Departamento de Arqueología fue casual, ya que yo había venido a Holguín a estudiar Dibujo Arquitectónico con la finalidad de volver para La Habana y trabajar en esa rama técnica (con el arquitecto Girona, el que hizo Coppelia), pero por problemas de plazas me quedé un tiempo en Holguín, me fui para una expedición en los cayos del norte de Camagüey, después vinieron unos carnavales y comencé a trabajar en el Departamento, ya que lo de La Habana no se resolvía; me casé, tuve una hija, después me volví a casar, tuve dos hijos más y bueno… aquí estoy. Lo de la arquitectura se fue disolviendo con el tiempo y no me arrepiento, creo que fue mejor el haberme quedado aquí y dedicarme a la arqueología.
-Has apoyado la creación de muchos museos, particularmente el de El Chorro de Maíta. ¿Cuál es el vínculo entre arqueología y museos?
Una excavación es un trabajo muy complejo en el cual el arqueólogo destruye el sitio, es como si fuéramos arrancándole páginas a un libro; si no se toma la información necesaria después es imposible entender el contexto que se excavó. Los hallazgos de la excavación pueden en algunos casos enviarse a museos, otras veces van a los laboratorios para ser analizados y se almacenan en los institutos que estudian esta ciencia, para que cada vez que se necesite investigarlos estén a mano y debidamente clasificados y conservados. El objetivo del arqueólogo no es enriquecer un museo, es investigar la sociedad, como una ciencia social que es. El museo es algo que se enriquece con esa investigación.
Hay museos en el mundo que hacen investigación arqueológica de todo tipo, no obstante, creo que la mayoría de los museos cubanos actualmente no tienen la capacidad para poseer material arqueológico con las condiciones de conservación y estudio que se necesita. Ejemplo de esto son los materiales de madera del sitio Los Buchillones que están en los museos de Ciego de Ávila y que cada vez se destruyen más. Debemos preguntarnos qué hubiera pasado si todos los restos humanos del cementerio de El Chorro de Maíta hubieran estado en el museo cuando fue tan afectado por el huracán. Posiblemente se hubieran destruido.
Una pieza puede tener un gran valor si se conoce dónde estaba, a qué profundidad, rodeada de qué materiales, etc., para poder explicar su presencia y el lugar, si no, verdaderamente pierde gran parte de su importancia. Además, lo que más valor tiene no es una pieza excepcional por su belleza o rareza, sino todos los elementos que aparecen en la excavación y que se relacionan o no con ese objeto, como los restos alimentarios, fragmentos de cerámica, huellas de postes, fogones, etc. Una pieza entregada por alguien, para mí solo pudiera tener un valor museable y desde el punto de vista arqueológico nos dice que en un lugar determinado puede existir un residuario arqueológico. Lo importante no son solo las piezas, es la reconstrucción de la vida del hombre en el pasado. El museo es el espacio donde los objetos arqueológicos llegan al público, tanto en la perspectiva tradicional o de un modo más creativo e integral, conservando y reconstruyendo su entorno, como en El Chorro de Maíta.
No se excava por excavar; la arqueología siempre debe pensar en el mañana y en hacer una investigación solo cuando se está listo para ello. Mi padre era renuente a trabajar un sitio completamente, siempre se extrae una muestra y se deja para el futuro una porción, la mayor posible.  Por eso podemos trabajar de nuevo El Chorro de Maíta y en otro momento se podrá seguir trabajando. En este caso el museo apoya la conservación del sitio, su estudio y la divulgación de los resultados conseguidos allí. Te dije mi padre por ponerte un ejemplo, pero todos los arqueólogos serios piensan igual.

“Los aborígenes cubanos” Ofrece valiosa información sobre los primeros hombres que poblaron la isla de Cuba.
 
    Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2014.
Argumento
El lector encontrará en este texto la clasificación de los diferentes grupos aborígenes de Cuba, sus actividades económicas y costumbres, todo expuesto de forma concisa y con un estilo ameno, poco frecuente en los libros de historia tradicionales.
Datos del autor
Juan José Guarch Rodríguez (Camaguey, 1954) Técnico en investigación del Departamento Centro Oriental de Arqueología en Holguín, a cuya actividad se ha dedicado por más de treinta años. Preside el Comité Espeleológico Provincial en Holguín de la Sociedad Espeleológica de Cuba y es miembro de la Directiva Nacional de dicha organización. Integra además el grupo Técnico Asesor de Nombres Geográficos de la Provincia. Es autor o coautor de varias publicaciones, entre las que se destacan: “La cerámica baní” (1993), “Arte rupestre. Los petroglifos cubanos” (1994), “Los dinosaurios” (2002), “Indios en Holguín” (2014), así como de numerosos artículos en revistas nacionales y extranjeras sobre temas relacionados con la Arqueología y la Espeleología. Ha colaborado también con el Curso de Espeleología de Universidad para todos y en la elaboración del Diccionario de nombres geográficos de la provincia de Holguín.

-¿Cuál es tu opinión sobre la labor arqueológica de José García Castañeda y José Manuel Guarch Delmonte?
Castañeda realizó un trabajo relevante para su época, creo que estuvo a la altura de su tiempo y dejó un legado imprescindible para el estudio de los aborígenes en nuestra área. Guarch Delmonte introdujo la arqueología en Holguín desde el punto de vista científico dándole un giro a lo que se estaba haciendo hasta el momento; sentó las bases para lo que se está haciendo ahora en nuestra provincia y también en el país, con sus métodos innovadores y con una nueva visión arqueológica materialista y moderna. Él demostró que los estudios arqueológicos podían tener una salida de beneficio social, como por ejemplo El Chorro de Maíta, mediante la cual se podía educar a la población que visitara ese museo (que no es un museo tradicional). También trabajó la arqueología bajo la concepción de la imbricación de la misma en el turismo, tratando de que pudiese, en algunos casos, ofrecer un producto que aportara dividendos y no fuera tan dependiente de un presupuesto estatal.
Mi padre siempre quiso poder vivir en un lugar donde la arqueología fuese importante. Desde La Habana se hacía difícil poder estudiar estas comunidades, la distancia siempre ofrece obstáculos y por eso decidió mudarse para acá, donde pudo desarrollarse científicamente y crear prácticamente un escuela con una visión algo diferente de lo que se hacía en otras provincias. Creo que actuó bien, en La Habana hubiese sido devorado por las cuestiones administrativas, los cargos y las “guerras profesionales”.
-¿Cómo ves el trabajo de los aficionados a la arqueología?
El papel del arqueólogo aficionado es muy importante mientras éste se halle bien dirigido, mientras tenga los conocimientos necesarios para que comprenda cuál es su rol y hasta dónde puede llegar, específicamente en lo que se refiere la base tecnológica que puede utilizar o que está a su alcance.
Muchos arqueólogos han sido aficionados, es la verdad, lo cual indica su vocación hacia esa disciplina, lo que pasa es que no son arqueólogos hasta que estudian y llegan a tener conocimientos sólidos sobre esta disciplina. Para la mayor parte de las personas la arqueología es abrir un hoyo y encontrarse piezas antiguas, nada más. Sin embargo, todos saben que el médico cura y para ello necesita conocimientos, laboratorios clínicos, quirófano, herramientas especializadas y que al final está en juego la vida de una persona, por eso te digo que es falta de conocimiento sobre lo que es la arqueología, además, si yo me hallo una vasija y digo un disparate sobre ella, nadie se muere, si el médico se equivoca… pobre del médico.
Independientemente de que ha habido destrozos, los aficionados han contribuido mucho al desarrollo de la arqueología. Muchos sitios arqueológicos se conocen gracias al trabajo de ellos, que los han encontrado y los han reportado correctamente a los órganos científicos. También los aficionados han colaborado codo a codo en las investigaciones arqueológicas. Durante las excavaciones de El Chorro de Maíta, los grupos espeleológicos Araai, de Báguano, y Baní, de Banes, participaron en ella, no un día ni dos, sino durante todo el período que se extendió casi 18 meses. Sus trabajos fueron excelentes y decisivos. El grupo Araai fue el que detectó y reportó el sitio arqueológico Alcalá y trabajaron muy duro junto a nosotros en las excavaciones que se efectuaron en el mismo, también prestaron su colaboración durante las excavaciones en cayo Bariay. El Grupo Felipe Poey de Gibara realizó los hallazgos de la Cueva de la Masanga y el Grupo de Exploraciones Científicas de esa misma ciudad halló las nuevas pictografías de la cueva de Los Panaderos.
Estos grupos, cuando poseen los conocimientos necesarios, son útiles, lo que pasa es que cuando no son controlados o no les hemos dado la debida atención, pueden cometer errores. No solo en Holguín los aficionados han trabajado seriamente. En otros lugares como Matanzas, Mayabeque, Artemisa, Pinar del Río, sus aportes han sido grandes y ni hablar de grupos anteriores como el de Jóvenes Arqueólogos, Yarabey y el Samá, por solo citar algunos casos.
-¿Cómo valoras la arqueología que se hace en Holguín?
Pese a las grandes dificultades materiales, económicas y de toda índole que presenta la arqueología, esta ha avanzado mucho. Te puedo decir que desde que entré a trabajar en este Departamento, allá por el año 1980, hemos recorrido un gran trecho. Son muchos los cambios en nuestras técnicas de trabajo, se aplican nuevos sistemas, nuevas tecnologías y las cosas son muy distintas y los resultados también. Un ejemplo es que ahora se trabaja de nuevo El Chorro de Maíta, con una nueva mirada y se han obtenido resultados insospechados. Yo recuerdo las primeras excavaciones en que yo hacía los planos de las excavaciones con un papel, una cinta métrica y un lápiz, midiendo cada pieza que aparecía y ubicándola. Ahora me veo con un Total Station laser, ubicado por satélite, que sitúa las piezas con un error mínimo, rodeado de fotos satelitales, con sistemas computarizados para analizar los datos. Nada de eso ni me lo podía imaginar cuando comencé con mi brújula, cinta métrica y mi humilde lapicito.
-Los sitios arqueológicos están en terrenos que muchas veces son privados. ¿No crea su estudio y conservación problemas legales?
Me parece que lo que no se aplica bien es la Ley de Patrimonio ni tampoco se le da una buena información a los dueños, generalmente campesinos, de lo que existe en su terreno. Hay ocasiones en que se ha dado propaganda errónea a destrozos que han realizado los campesinos por desconocimiento; por ejemplo lo que salió en la TV de Holguín de los “hallazgos” de piezas arqueológicas en Banes en la finca de un campesino. Se podían ver cestos llenos de cerámica y otras piezas de valor que él había extraído ingenuamente y no se habló nada respecto a la conservación. Fue un grave error. La Ley de Patrimonio exige la conservación de un sitio arqueológico aunque esté en un área particular; sin embargo, muchas veces se ignora y otras no se aplica.
-¿Has hecho arqueología en espacios coloniales?
Mi primera experiencia fue cuando colaboré junto al grupo de Espeleología de La Habana (René Herrera Fritot) en las excavaciones en la Casa de la Obra Pía, junto a Lourdes Domínguez. También participé, dirigido por el arqueólogo Eladio Elso, en las excavaciones del Palacio de Aldama. Posteriormente con el mismo grupo participé en las excavaciones en el ingenio Tahoro, en Jaimanitas, dirigidos por los arqueólogos Rodolfo Payarés y Lourdes Domínguez. Ya en el año 1973 junto al grupo mencionado participé bajo la dirección de Jorge Calvera y Lourdes Domínguez en las excavaciones que se efectuaron en Nuevitas en busca de la villa de Puerto Príncipe y en el estudio de los tinajones que realizó Calvera en Camagüey y en La Habana. En Holguín he participado en las excavaciones de la Casa del Teniente Gobernador, en las efectuadas en la iglesia del Parque de las Flores y ahora en los trabajos dirigidos por Roberto Valcárcel Rojas en los asentamientos coloniales tempranos, cercanos a Holguín.
Parte de esta arqueología es el estudio del cimarronaje. Tuve la maravillosa oportunidad de realizar un viaje junto al doctor Gabino La Rosa Corzo al palenque de El Frijol, ubicado en las cuchillas del Toa. Pasamos varios días en esas montañas, pernoctando en el monte y por fin dimos con el asentamiento. Se practicaron algunas excavaciones y comprobamos que estábamos en el mismo. Es increíble el lugar que escogieron, su posición estratégica era excelente. Fue un viaje muy interesante, además de Gabino estaban también el historiador Francisco Pérez Guzmán, Guillermo Baena y Róger Arrazcaeta, magnífica compañía, de todos aprendí muchísimo en esa ocasión, fue un privilegio que tuve.
-Trabajaste en el estudio de combates. ¿Qué posibilidades existe en ese sentido en el futuro?
Trabajé en las investigaciones del combate de Melones y en el de Loma de Hierro junto a mi padre. Creo que es una arista que no se ha explotado desde entonces y que sí tendría futuro. Lo que pasa que siempre son trabajos en sitios que marcan hechos importantes en la historia, son cosas puntuales y que requieren tanto del estudio histórico como de la investigación de campo con métodos propios de la arqueología. Estos trabajos fueron interesantes, se descubrieron muchas cosas y se pudo hacer una buena reconstrucción de esos combates mirando el terreno, que da mucha más información que cuando uno solo lee las páginas de un diario. Es completamente distinto poder palpar el escenario directamente, uno se da cuenta de muchas cosas que el papel no recoge, el porqué de una maniobra, obstáculos naturales que impiden un avance determinado, etc., cosas que el que escribe a veces obvia y uno puede llegar a falsas valoraciones. El terreno dice mucho.
-Hay cierta visión de que el arqueólogo busca evidencias solo en sitios muy antiguos. ¿Puede la arqueología servir para estudiar el presente?
Creo que sí, se pueden hacer estudios sobre períodos recientes. Te voy a poner un ejemplo de una investigación que se puede considerar arqueológica: el hallazgo de los restos del Che. Allí se utilizaron métodos de investigación histórica y también excavaciones arqueológicas, sistemas de búsqueda mediante magnetometría, estudio de los suelos y una serie de técnicas propias de la arqueología. Uno de los que dirigió la investigación fue un arqueólogo, el doctor Roberto Rodríguez, de la Universidad de La Habana, y te contaré que donde primero vinieron fue aquí, a nuestro Departamento de Arqueología, a pedir colaboración, lo que pasa es que en esa época carecíamos del instrumental adecuado para enfrentar la investigación.
Los restos del Titanic se han trabajado mediante procedimientos de la arqueología submarina, al igual que los del Bismark y se pueden reconstruir hechos actuales mediante investigaciones arqueológicas como batallas, la evolución de una fábrica o un poblado, etc. Creo que la arqueología no tiene límite en el tiempo, siempre será útil para investigar algo desde los restos materiales, aunque ese pasado puede ser ayer.
-Has escrito libros de divulgación arqueológica, también guiones de televisión. ¿Qué opinas sobre lo que se ha hecho en Holguín en este sentido?
Creo que en Holguín, de acuerdo con las condiciones que existen --me refiero a la radio, prensa y TV, se ha hecho un trabajo que pudiéramos calificar como medio. Se le ha dado divulgación al tema arqueológico en varios de estos espacios, pero no se han aprovechado plenamente las posibilidades existentes. De acuerdo con el potencial arqueológico de la provincia, el nivel de los investigadores que tenemos y la diversidad de los recursos con que contamos, se pudiera brindar mucha más información al respecto, además de que existe un público interesado por estos temas. Con respecto a la publicación de libros o folletos con el tema arqueológico de forma divulgativa, a mi entender no se ha hecho prácticamente nada, ese no es solo en Holguín sino a nivel nacional. Las personas están ávidas de conocimiento arqueológico, pero lo poco que aparece impreso sobro este son textos especializados no asimilables por el público general; numerosos son los temas que se pueden tratar y no se hace.
-¿Cuáles son en tu opinión los momentos más relevantes de la arqueología holguinera?
1. La fundación del Grupo de Trabajo de Arqueología en 1977, que dio paso al actual Departamento Centro Oriental de Arqueología.
2. Las investigaciones en El Chorro de Maíta; fueron un salto en la complejidad de las investigaciones arqueológicas en la provincia en todos los sentidos y también en cuanto a que se conociera, tanto a nivel estatal como de la población, la importancia de la arqueología holguinera, lo que se estaba haciendo al respecto y las posibilidades de socializar esta ciencia.
3. Las investigaciones con respecto al período de la conquista hispana que se desarrollan en la actualidad que a mi entender han dado un vuelco increíble a lo que se pensaba sobre las comunidades aborígenes en este período, principalmente su supervivencia y relaciones con los colonizadores.
-Has trabajado en muchos lugares de Cuba y con arqueólogos de distintas provincias e instituciones. ¿En este panorama crees que hay algo que distingue a la arqueología que se hace en Holguín y a sus arqueólogos?
Existe una diferencia en cuanto al sistema de trabajo nuestro. Me voy a referir a mi experiencia de otros años, ya que  actualmente no conozco cómo se desarrolla el trabajo en los otros centros detalladamente. Nuestro departamento se ha caracterizado a través de la historia por ser una institución de múltiples disciplinas, siempre ha habido historiadores, biólogos, topógrafos; en otras épocas químicos, antropólogos, etc. Además de que ha buscado, en ciertas ocasiones, especialistas de otras áreas como geógrafos, meteorólogos, geólogos, etc. para ofrecer un resultado más abarcador  en sus investigaciones. Es siempre una suma que lleva a buenos resultados de investigación, que aportan información diversa y muy completa. 
-¿Cómo te iniciaste en la espeleología?
Mi padre y mi madre pertenecían a un grupo de aficionados en Camagüey llamado Yarabey, que aunque hacían arqueología también invertían gran parte del tiempo en la espeleología. Ellos me llevaban a las cuevas de la Sierra de Cubitas, yo tenía como cinco o seis años, y verdaderamente eso me impresionaba mucho. Una vez en una cueva que se llamaba El Agua me metieron por un hoyo que había en el piso, amarrado a una soga, y bajé por él hasta que di con un salón que tenía un lago en su interior, de esa forma hice mi primer hallazgo espeleológico, por eso la cueva se llamó desde entonces la Cueva del Agua.
Ya en La Habana mis padres se dedicaron a la arqueología, pero cuando había exploraciones en cuevas arqueológicas, yo siempre trataba de acompañarlos. Tiempo después, como te dije, hicimos un grupo de aficionados en que nos dedicamos mucho a las investigaciones de las cavernas y, bueno, aquí en Holguín continúo en esa labor cada vez que puedo.
-¿Cómo se desarrolla una exploración espeleológica?
La exploración espeleológica debe de ser planificada. Generalmente se buscan datos de la cueva para saber qué equipamiento llevar, si es vertical, horizontal, si tiene río, un lago, pasos estrechos, en fin, todas las características que puedan ser útiles. Si no se tienen muchos datos, se lleva un equipo mínimo, luces, cascos, algo para descender verticales no muy profundas y si la caverna se complejiza, se realiza un segundo viaje con los materiales necesarios. Siempre hay que dejar constancia de dónde uno va a estar por si ocurre algún accidente poder ser rescatado. A los campesinos de la zona debe informárseles de nuestra presencia por el mismo motivo y, sobre todo, nunca ir en un grupo con menos de tres personas y siempre la mayoría deben ser personas con experiencia en estas labores. Un grupo de novatos no debe de ir solo a ninguna caverna, aunque quiero decirte que cuando se formó mi primer grupo, ninguno sabíamos nada y fuimos aprendiendo con el tiempo, pero bueno… eso es entre tú y yo.
-Existe el criterio de que la arqueología y la espeleología son más aventura que ciencia. ¿Qué opinas?
Al arqueólogo se le mira más como un aventurero que como a un científico, me refiero al público en general, no ocurre así con los físicos, biólogos, astrónomos, etc. La arqueología siempre la han ligado a la aventura, el hombre buscando en medio de la selva unas ruinas abandonadas y enfrentándose a caníbales, tratando de descifrar un enigma misterioso. Creo que no existe ninguna película en que salga un arqueólogo que no sea aventurero o medio loco.
Este problema lo he sentido, ya que la mayor parte de las personas que me conocen me tratan como si conociesen a Indiana Jones y ven mi trabajo como algo lleno de misterios y con el peligro en cada expedición. Con la espeleología ni hablar. Un arqueólogo moderno debe de ser una persona de grandes conocimientos, con una cultura general amplia. Ser un individuo que se base en pruebas científicas para dar opiniones. Un verdadero especialista en la materia.
El problema de la aventura y la espeleología es el mismo de la arqueología, aunque aquí es peor, ya que la cueva si es un sitio que posee cierto misterio para el no conocedor, es un lugar para muchos tenebroso y lleno de peligros y la parte que sí es cierta es que para explorarla se necesita de capacidad física, entrenamiento y conocimiento de técnicas de alpinismo, pero nada más, todo lo otro es fantasía.
No se va a una cueva por el mero hecho de visitarla (que puede ser), se va a hacer un trabajo determinado. Este puede ser desde el más sencillo, que sería ubicarla y hacerle el mapa, hasta ya estudios complejos como sería el de estudiar su fauna, ecología, génesis de la caverna, la hidrología de la misma, el clima y muchas cosas más, para lo que se necesitan especialistas como biólogos, geólogos, hidrólogos, etc.
-¿Cómo se estructura la investigación espeleológica en Holguín?
En Holguín hay seis grupos de espeleología. Tres en la ciudad que son el Taguabo, Cristal y Cársico (este se dedica a las labores de la espeleología subacuática). En Gibara hay dos, Exploraciones Científicas y Monte Moriah y en Banes uno llamado Baní. Todos estamos reunidos en lo que se conoce como Comité Espeleológico de Holguín (eso existe en todas las provincias) y a su vez pertenecemos a la Sociedad Espeleológica de Cuba. Cada grupo tiene su presidente, el Comité también, al igual que la Sociedad. También tenemos un grupo de Rescate y Salvamento en conjunto con la Cruz Roja en Gibara, que es para actuar ante cualquier eventualidad (por suerte nunca hemos tenido que molestarlos).
-¿En qué lugares has realizado trabajos de espeleología?
Primero en Camagüey, después ya con mi grupo en la llanura meridional de La Habana, en Pinar del Río, tanto en la Sierra de los Órganos como en El Rosario y en la península de Guanahacabibes, en Matanzas, en la sierra del Escambray, en Sancti Spíritus (cuevas de Caguanes), sierra de Cubitas (Camagüey), Isla de la Juventud, en cabo Cruz (Granma), Guantánamo, y aquí en Holguín bueno… en la sierra de Candelaria, Cupeicillo y la llanura costera, en Gibara; en la sierra de Nipe, Antilla, Sagua de Tánamo, Rafael Freyre, San Germán, Báguano, Cueto, Mayarí y el municipio de Holguín. También trabajé las cuevas de la Sierra del Poo en Yucatán, México.
-¿Qué opinas de la espeleología en Holguín? ¿Todo se ha explorado?
Qué va… creo que ni en un 40%. Si te fijas en un mapa de catastro podrás ver que la mayor parte de las cavidades se hallan ubicadas a orilla de los caminos, es decir, las zonas alejadas de ellos se encuentran sin explorar. La cuestión es que las cuevas muchas veces son difíciles de ver, están enmascaradas por la vegetación, hay que ir al monte para comprobarlo. Hemos estado en zonas donde se han hallado cuevas que ni los mismos campesinos que viven a menos de 300 metros conocían.
-Háblanos de la espeleología subacuática.
Aunque yo nunca me he sumergido en las aguas de una caverna porque me da miedo, no lo voy a negar, es una de las partes de la espeleología más importante y a la vez fascinante. Quisiera que vieras fotografías de las cuevas inundadas, es algo muy hermoso e interesante. Aquí en Holguín no solo están las cuevas inundadas más notorias de Cuba, sino también el grupo más importante de la isla, es donde existe más desarrollo de esta actividad. Aquí se halla el que  preside la Comisión de Espeleobuceo a nivel nacional, Arturo Rojas, que heredó el cargo de José Corella (Joselín, de Gibara) y poseen un equipamiento bastante aceptable para desempeñar su función. Han aparecido en la TV varios programas al respecto (en el programa Espiral, por ejemplo) que quizás hayas podido ver.
-¿Cuál es el vínculo entre los aborígenes y las cavernas?
Las cavernas fueron de suma importancia para los aborígenes, no solo cubanos, también de otras latitudes. Son lugares oscuros, tenebrosos y ante la mirada de cualquiera, ya sea un hombre antiguo o actual, impresionan. Para los aborígenes fueron sitios sagrados, en ellos habitaban deidades y animales que representaron mitos importantes como el murciélago, el majá o la lechuza. Según cuenta uno de los mitos de los aruacos de las Antillas, el hombre surge de una caverna llamada Casibajagua que se halla en la actual República Dominicana, así que imagínate la importancia que tenían las cavernas.
Fueron utilizadas como sitios ceremoniales, donde pintaron pictografías y labraron petroglifos, dejando para la posteridad enigmáticos símbolos. También plasmaron sus deidades y dioses y en algunos casos sirvieron para realizar murales donde se reflejó la llegada de los colonizadores hispanos, como en la cueva de los Generales en Camagüey, en que están representados los conquistadores a caballo y un combate entre los aborígenes y los invasores peninsulares. Es posible que este sea uno de los primeros reportajes de periodismo gráfico de América, ya que representa un hecho específico que ocurrió un día e impactó en la mente de los indígenas. También las cuevas sirvieron de cámara funeraria a algunos personajes. Se han hallado cadáveres enterrados en sus pisos, depositados también en el suelo, quemados e incluso arrojados desde altas claraboyas. Muchos de ellos acompañados por ofrendas como ídolos, vasijas de cerámica y otros objetos.
No solo eran lugares venerados, también sirvieron de refugio temporal durante los grandes fenómenos meteorológicos que azotan la Antillas, como los huracanes, y como paraderos en los sitios dedicados a la pesca o la caza. Ser espeleólogo y arqueólogo es una oportunidad única para entender el carácter especial de esos lugares para cualquier ser humano.

Arqueologos de chiripas



Un conjunto de piezas aborígenes fueron descubiertas en el patio de una vivienda en la ciudad holguinera de Banes.
Publicado por el periódico Juventud Rebelde en 18 de Junio del 2011
BANES, Holguín.— Son varias las interrogantes que envuelven aún al más reciente de los hallazgos arqueológicos acaecidos en el país, cuando cuatro jóvenes descubrieron fortuitamente 15 piezas aborígenes, mientras cavaban en el patio de la vivienda número 3603 de la calle Bruno Meriño de esta ciudad, con el propósito de construir una cisterna.
Tras varios días de recibir visitas de curiosos en su casa, Marta Rodríguez Álvarez, en representación de la familia, hizo entrega de la referida colección al Museo Indocubano Baní, institución esa que atesora más de 23 000 muestras aborígenes.
 
Los veinteañeros Leandro Argote Rodríguez, Alberto Rodríguez Roche, Manuel Julio Pérez y Pedro Cruz Rivas nunca olvidarán el instante en que se tropezaron con el primero de aquellos objetos, apenas a un metro de profundidad. Ajenos al gran acontecimiento al que asistían, el auténtico mortero indígena les incitó a gastarse bromas mutuas diciéndose que se convertido en importantes arqueólogos, pero sin creer todavía que aquellas “piedras” eran objetos aborígenes.
Pero su opinión cambió radicalmente cuando siguieron apareciendo otras piezas bajo la tierra.
Entonces buscaron al museólogo Luís Rafael Quiñones, quien acudió al lugar y fue el primer sorprendido al tener ante sus ojos 15 morteros aborígenes de piedra de diferentes formas y tamaños. Y más porque en Banes, lugar conocido como la Capital Arqueológica de Cuba y donde han sido estudiados alrededor de 120 sitios aborígenes, ninguno de ellos han sido descubiertos dentro del perímetro urbano.
Con más de 20 años de experiencia en su labor, Quiñones asegura que necesitó varias horas de meditación y confrontación con otras muestras existentes en el museo Baní, antes de ofrecer cualquier veredicto.
«Aunque corroboramos que estamos en presencia de auténticas piezas de procedencia aborigen, sería muy aventurado hablar sobre si estas pudiesen guardar relación con algún asentamiento habitacional próximo al lugar, y eso es lo que hay que investigar a continuación», reflexionó el museólogo.
Tales consideraciones se embrollan mucho más cuando se advierte que si bien estos artefactos estaban acumulados en un espacio muy limitado, tampoco se hallaron otros indicios, como restos de dieta, conchas, huesos u otros instrumentos afines, que permitan vincularlos a una habitación en la zona.
El hallazgo es considerado como excepcional, además, dada la cuantía y la similar tipología de los instrumentos encontrados. En la generalidad de las excavaciones científicas realizadas con anterioridad no ha sido fácil coincidir con más de un elemento de ese tipo en un mismo lugar.
Elaborados en su mayoría con piedras de río, salvo uno, de roca caliza, llama la atención el hecho de que tampoco se halló alguno de los usuales pilones de piedra, con los cuales nuestros antepasados trituraron sus alimentos.
«Otros misterios son la edad y el grupo humano al cual pertenecieron; en algunos casos, pudieran llegar a unos 6 000 años atrás; pero son solo los cálculos inexactos de un museólogo», explicó el licenciado Luís Quiñones.
Entre las novedades se incluyen la presencia de oquedades en el anverso y reverso de uno de los morteros, así como otro con dos concavidades en una misma cara, «sofisticaciones» de las cuales tampoco se tenían muestras en la región.
«La suma de algunos de estos elementos nos hace incluir la posibilidad, también, de que alguna persona podría haberlos colectado y enterrado allí, como fruto de donaciones o excavaciones no controladas», dijo el museólogo. Tal teoría tiene sustento en la memoria popular banense, al afirmarse que en el mismo lugar del hallazgo estuvo emplazada una casa de empeños, durante los años 30 del siglo pasado, propiedad de una familia de origen español.
Lo cierto es que la última palabra dirán los expertos del Departamento de Arqueología del Ministerio de Ciencia y Tecnología en la provincia de Holguín, quienes comenzaron a sumarse a las investigaciones.
En opinión de Luis Quiñones, este último descubrimiento ha sido el más importante ocurrido en la parte norte del oriente después del hallazgo, en 1986, de los enterramientos de Chorro de Maíta, protagonizado por un grupo de arqueólogos bajo la dirección del desaparecido Doctor en Ciencias José Manuel Guarch Delmonte.
Estudios antropológicos realizados determinaron a esta región del archipiélago como la de mayor habitación humana durante la etapa precolombina.

Milton, Mirlo o Mildo: Un célebre arqueologo cubano nacido en Holguín



Entrevista realizada por Victorio Cué Villate y Racso Fernández Ortega y Publicada en el Boletín del Gabinete de Arqueología No. 10, Año 10, 2014 a Milton Pino, renombrado  arqueólogo nacido en Holguín, con una labor investigativa que alcanza todo el país. Pionero de los estudios arqueozoológicos, profesor de varias generaciones y protagonista clave de la obra arqueológica cubana.

Ese asunto de cuál es mi verdadero nombre me ha traído más problemas de los que se puedan imaginar. Verdaderamente me llamo Mildo Orlando Estanislao Pino Rodríguez y a ciencia cierta no conozco de dónde mi padre sacó eso de Mildo, si uno busca en el diccionario puede que encuentres que mildo es una masa de avellanas tostadas y molidas a las que se les agrega miel. Pero así me llamo, Mildo, sin embargo cuando me llevaron a inscribir al Registro Civil, por un error aparezco como Mirlo y se sabe que ese es el nombre de pájaro prieto que habita en la América del Norte y en Eurasia; incluso, hasta existe la frase de “mirlo blanco” para referirse a algo de una rareza extrema. Pero ahí terminó el asunto, con el tiempo el Mildo, luego Mirlo, lo transforman mis amigos de La Habana que me comenzaron a llamar Milton, supongo hoy que influenciados por un pelotero muy conocido entonces, década del cincuenta del pasado siglo, Milton Smith. Milton es el nombre por el que la mayoría de las personas me conocen. Cuando en la década de los años de mil novecientos setenta se instaura en el país el uso del carné de identidad, yo no tenía un solo papel en el que coincidiera un nombre con el otro. Ahora me río, pero sufrí bastante con esto.

Nací el 7 de mayo de 1933, en Holguín, en un lugar que estaba en la carretera que va de Holguín a Gibara; antes esa zona le decían La Chomba, ahora es el populoso Reparto Alcides Pino. Recuerdo como si lo estuviera mirando que era aquel un lugar bellísimo, entre mucho lomerío donde había animales de todas las especies locales, entre ellas bandadas de aves y nubes de mariposas amarillas, como las que hoy ya no se pueden ver y palomas que mucha gente iba a cazar. Árboles también había muchos, robles que podían medir unos treinta metros de altura.

Como decía antes el terreno de La Chomba estaba cuajado de muchas lomas bajas; en una de ellas mi padre construyó un bungalow; muy cerca corría un arroyo. Todos los días mi hermano y yo queríamos bañarnos en una pocita que tenía tantas leyendas como granitos de arena; se hablaba de güijes que dormían en el fondo de las aguas y que salían en las noches o bien temprano en la mañana para hacer maldades o acciones peores, y como esas otras mil y una fábulas capaces de hacernos temblar de miedo. Recuerdo que hasta mi propio padre, que era una gente muy seria y respetable, nos decía que podíamos ir a bañarnos, pero que siempre escondiéramos bien la ropa para que los güijes no se la llevaran.

Papá era comerciante, por lo que pasábamos tiempos buenos y malos económicamente hablando. Éramos tres hembras y tres varones. Yo había cumplido siete años cuando mamá murió, me parece que fue de apendicitis. Poco después yo tuve una anemia muy grande que me puso más flaco que un güin. Para mejorar mi estado de salud, uno de los barberos del pueblo me dio un jeringuillazo que por poco me mata y que me tuvo mucho tiempo cojeando y a punto de perder una pierna.

Asistí a una escuelita y como mismo todos los muchachos de por allá por el campo, siempre estaba mataperreando o trepado en los árboles. Luego fui a vivir a la casa de mi abuela y mis tíos en Holguín, donde terminé la primaria y la secundaria. Cuando empecé el bachillerato visitaba la Colección García Feria y le hacía muchas  preguntas, siempre me interesaron mucho esas cosas. Qué lejos estaba yo de pensar que por este camino se llegaba a Roma.

En el 1953 la situación del país estaba muy difícil, mucho más para papá, solo y con tantos hijos. Como entonces había cumplido 20 años vine para La Habana, donde estaba un hermano mío estudiando escultura en la Academia de Artes Plásticas de San Alejandro. Vivíamos muy apretados en un cuarto chiquito que se encontraba en las calles Rayo y Maloja.

Inicialmente comencé a trabajar en una tapicería que se llamaba “El Sueño”, que quedaba en la calle San Miguel. Todos los días salía de mi casa muy temprano, pero luego el dueño, que se portó muy bien conmigo, dejaba que me quedara a dormir allí mismo; un cajón me servía de escaparate y comía por cuarenta centavos en una fonda cercana que tenía por especialidad las frituras de bacalao. Así estuve un año en la capital.

Cuando papá se volvió a casar y la familia había mejorado un tanto, quiso reunirnos a todos y me escribió pidiendo que regresara para estar juntos en la casa de mi hermana mayor, con mis tíos y mi abuela.

Era entonces 1954, cada vez y siempre con mayor interés, yo estaba metido en los libros de Historia, pero para entonces el monte me atraía mucho, disfrutaba enormemente penetrar en él o escalar las montañas, y en Holguín podía hacer excursiones y exploraciones.

Para entonces ya había venido de visita el arqueólogo estadounidense Harrintong, que hizo varias exploraciones por el oriente del país, sobre todo por Holguín, Banes y Antilla y habían surgido varios grupos de aficionados a la arqueología. Conocí a esos grupos y me uní a ellos con el fin de conseguir objetos interesantes. Me hice coleccionista y pretendí tener mayor cantidad de piezas para mostrársela a los amigos y desconocidos. Mientras comencé a trabajar que se llamaba la Colonia Española de Holguín, donde había un espacio para exhibir algunas piezas arqueológicas. Desde entonces la museología también fue una materia que me llamó mucho la atención.

En el año 1961 fui a los Farallones de Seboruco y en la Cueva de los Cañones encuentro cuatro pictografías posiblemente ejecutadas por los grupos cazadores recolectores.

Al año siguiente conseguí un trabajo en un banco y en 1963 me  ocurrió una cosa tremenda; para entenderlo hay que ubicarse en aquellos tiempos del principio de la Revolución, entonces la atmósfera estaba que ardía de peligros, se producían constantes sabotajes contrarrevolucionarios entre ellos la quema de cañaverales. Nosotros los exploradores, jóvenes al fin y al cabo, estábamos deseosos de tener aventuras y no medimos bien las consecuencias. Nos conseguimos unos uniformes, mochilas, cantimploras y varios cascos a los que habíamos pintado rifles cruzados, y así nos fuimos, muy románticos, a la floresta, al campo, a las cuevas.

El grupo estaba saliendo de la Cueva de los Panaderos y en eso oímos que nos gritaban: “Alto ahí, que nadie se mueva y suban los brazos”. Cuando alzamos la vista vimos que estábamos rodeados por armas de todo tipo que nos apuntaban; sus portadores parapetados detrás de las rocas y en la manigua. Es que nos habían tomado por infiltrados o por alzados, que  tanto abundaban por el país, financiados por la CIA. Allí nos quedamos tiesos como unas velas de cumpleaños y totalmente muertos de miedo. Como ninguno de nosotros se movía, ellos se acercaron poco a poco sin dejar de apuntarnos con sus armas. Nos revisaron y cargaron con nosotros para la unidad más cercana. Después de varias horas de retención, en las que no faltaron los regaños, las advertencias y las críticas por no haber pedido permiso y luego de comprobar quiénes éramos, nos soltaron. Si en aquella situación, cuando nos dieron el grito de alto, a alguno de nosotros se le hubiese caído el casco, no quiero imaginarme qué hubiera pasado.

Ese mismo año de 1963 ya estábamos haciendo planes y trabajando para construir lo que sería el primer museo público de Holguín; recuérdese que la Colección García Feria era una de las mejores colecciones privadas del interior del país y que después de creada la Comisión Nacional para la organización de la Academia de Ciencias de Cuba, el doctor J. A. García Castañeda, en un gesto patriótico y de alto sentido de responsabilidad académica, donó íntegramente la colección para la nueva institución que se creaba.

Por esa época estaba en movimiento la nacionalización de las empresas norteamericanas y de los oligarcas que huyeron al Norte, y había un almacén repleto de vitrinas que principalmente estaban fabricadas para las farmacias; por otra parte en un local ubicado en la calle Libertad esquina Aguilera, en Holguín, donde había existido una colchonería, hicimos el museo: lo reparamos todo, lo pintamos y pusimos luces, quedó perfecto; todos estábamos muy contentos. Así se inauguró el Museo con el nombre de Guamá el 22 de julio de 1964; las palabras de apertura me hicieron sentir muy feliz. Por diez años este fue el primer museo público con el que contó la ciudad de Holguín.

Aunque ya desde 1954 yo estaba con los grupos de exploradores, en marzo del 1964 es que paso a ser director organizador del grupo de la Asociación de Jóvenes Arqueólogos Aficionados de Holguín. Fue en aquel entonces que conocí a los arqueólogos Ernesto Tabío y José M. Guarch, este último me escribió una carta en la que me preguntaba si estaba en condiciones de ayudar a nivel nacional. La carta me la escribió Guarch después que él junto a su esposa Caridad Rodríguez visitaron al Grupo de Aficionados de Mayarí y revisaron las evidencias encontradas en Arroyo del Palo: de ese modo empezó mi relación con la Academia de Ciencias de Cuba y su Departamento de Antropología.

Mis primeros trabajos de campo de forma profesional fueron con Ernesto Tabío y con Rodolfo Payarés. Todos estábamos con unos deseos enormes de comernos el mundo, nada nos importaba y superábamos las peores condiciones, solo queríamos trabajar y trabajar, investigar todo lo que estaba a nuestro alcance, nos jugábamos la vida, subiendo y escalando.

Una vez estando en Maisí, la única agua con la que contábamos era la que estaba en un aljibe que tenía un gallinero encima, es decir, no había buena agua para beber, solo la que les cuento. Así y todo nos quedamos allí y aguantamos esas condiciones unos 14 días; finalmente estuvimos todos gravísimos con diarreas.

Para no hacer muy larga la historia de mis inicios en la Arqueología les diré que en el propio año 1964 vine para La Habana. Entonces el capitán rebelde Antonio Núñez Jiménez estaba en el Capitolio al que acaban de convertir en la Academia de Ciencias de Cuba. El Departamento de Antropología se encontraba en el edificio de Prado esquina a Trocadero, a escasas tres cuadras de la casa de ese ilustre cubano de todos los tiempo que es José Lezama Lima.

Recuerdo que en esa fecha yo estaba muy flaco, a la verdad que siempre lo he sido, y me ponía a ayudar a Tabío o a Payarés a acomodarlo todo, a arreglar los estantes, subiendo y bajando todos aquellos pisos. Considero que es en ese lugar cuando verdaderamente empezó mi carrera como arqueólogo. Estuve viviendo en la primera planta del edificio de Prado por unos cinco años, después pasé a la torre, que es como un sexto piso, pues el edificio es muy antiguo y el puntal es muy alto; recuerdo que en el segundo piso vivían algunos científicos soviéticos que trabajaban en la academia como asesores.

Alrededor de los setenta me mudé para la casa donde ahora sigo viviendo,  en Santos Suárez, la Víbora, donde me visitan mis amigos a pesar de que hace tres años que estoy jubilado. Me alegra mucho que personas como ustedes me visiten, siempre estaré gustoso a prestar cualquier ayuda en lo que ha sido mi pasión toda la vida: la arqueología. 

→→→→→→→→→→→→→→→→→→→→←←←←←←←←←←←←←←←←←←←←

Milton Pino Rodríguez, nació en Holguín, Cuba, en 1933. Fue una destacada personalidad de la Arqueología en Cuba. Desde temprana edad formó parte de la Asociación de Jóvenes Aficionados de Holguín. En 1964 ingresa en el Departamento de Antropología de la Academia de Ciencias de Cuba. Se graduó de arqueólogo especializado en culturas aborígenes de América (1972) y cursó entrenamientos en Siberia Central (1982). Máster en Ciencias Arqueológicas (1988). Fue Investigador Auxiliar del Instituto Cubano de Antropología. Su labor arqueológica se dirigó en función de las temáticas relacionadas con la arqueología de Cuba, el Caribe y la paleonutrición. A esta última especialidad dedicó más de 30 años de trabajo, con la elaboración de métodos y procedimientos aplicados en las investigaciones arqueozoológicas en nuestro país. Su participación directa y el haber dirigido un promedio de 60 expediciones y excavaciones arqueológicas, le permitió escribir numerosos trabajos como resultado de las investigaciones. Por su relevante trayectoria investigativa mereció numerosos reconocimientos científicos como: Placa Juan Nápoles Fajardo (1992), Diploma por su condición de Fundador de la Academia de Ciencias de Cuba (1992), Distinción Rafael María de Mendive (1992), Medalla de la Ciudad de Holguín “La Periquera” (1997), Orden Carlos J. Finlay (1999), Distinción Juán Tomás Roig (2004). Sus más de 40 años de experiencia profesional lo convirtieron en un prominente estudioso de las comunidades aborígenes y uno de los pioneros de la Arqueozoología en Cuba.





LO MAS POPULAR DE LA ALDEA